He venido aquí esta noche porque, cuando te das cuenta de que quieres pasar el resto de tu vida con alguien, lo único que quieres es que tu vida empiece lo antes posible.
Cuando Harry encontró a Sally, de ROB REINER
Una hora más tarde
Sergio entra en el comedor con su primo Manu. Andan concentrados en el móvil de Sergio, sonríen. Silvia y Estela, sentadas en el sofá, los observan.
—¡Este comentario es muy bueno! ¡Dale al «me gusta»! —le dice Manu a su primo.
—¿Lo ves? ¡Está enganchado! —le susurra Silvia a Estela. Esta le toca la rodilla para que se calme y, sobre todo, se calle.
—¡Hola, chicos! —dice Estela con voz encantadora. Sergio y Manu saludan con dos besos, y Estela se da cuenta de que Sergio casi no ha mirado a Silvia.
—¿Qué hacéis? —pregunta Sergio sin dejar de mirar su móvil.
—Pues estábamos pensando en organizar una fiesta para singles —contesta Estela con ironía.
—¿Singles? —Sergio no despega la mirada de la pequeña pantalla.
—Solteros y solteras juntos en una fiesta. Y Silvia y yo seremos las solteras de oro —bromea Estela para llamar la atención del chico.
Sergio tarda en contestar, enfrascado como está en su móvil.
—¿Una fiesta? —responde despistado—. Las fiestas siempre molan… ¿Ha quedado algo de pasta carbonara del mediodía?
Estela se queda pasmada después de la respuesta de Sergio, que se va a la cocina tan tranquilo, sin parar de escribir en el móvil. Las dos amigas se miran sorprendidas. Silvia está tan estupefacta que no le contesta.
«Ojalá se te atraganten los espaguetis», piensa, rabiosa.
—¿He oído «fiesta de solteras»? ¡Me apunto! —exclama Manu—. ¿Cuándo es?
—Todavía no lo sabemos, pero ya te avisaremos —contesta Estela para quitarse a Manu de encima.
Minutos más tarde
Ana llega a la radio caminando. Es una radio pequeñita y está muy cerca del centro… Está muy angustiada. Acaba de regresar de Cambridge y ha tenido que comerse su orgullo y volver a vivir con sus padres. Cuando te has ido de casa y te has convertido en una persona independiente, cuesta mucho agachar la cabeza y volver a tu habitación de estudiante. Equivale a reconocer que has fracasado, o que no sabes vivir sola, o algo mucho peor: ¡que ellos tenían razón! Pero Ana lo tiene claro: en cuanto haya cobrado su primer sueldo, se buscará una habitación cerca de la radio.
«Aquí es: calle de la Victoria número 145». La Princess mira arriba. El edificio es muy antiguo y en absoluto espectacular, pero se siente como una auténtica princesa a punto de entrar en el castillo. Y no hay ningún príncipe que la proteja de los dragones o de las brujas malvadas. Baja la cabeza y se encuentra con un chico pequeñito. Tiene una barbita y cara de buena persona. Antes de que ella pueda reaccionar, el chico ya le ha dado dos besos.
—Bienvenida. Tú debes de ser la nueva, ¿no? —le dice.
—Sí… Supongo. Vengo a trabajar en el programa «Llévame contigo».
—Claro: es lo único que emiten a esta hora. Yo me llamo José y soy el portero. —Y le planta otros dos besos—. También me encargo de la seguridad. Claro, como estos no quieren gastarse el dinero en otro sueldo… De todos modos, si tengo que defenderos yo, con lo bajito que soy, lo llevamos claro.
—Yo soy Ana —contesta, sonriendo divertida ante la verborrea de José.
—Lo sé. Te conozco muy bien. Te sigo en Twitter.
—¿En serio? Qué ilusión —contesta la Princess con sinceridad. Aunque sabe que tiene muchos seguidores, cada vez que conoce a uno le parece un milagro.
—¿Quieres un consejo para tu primer día?
—Sí, por favor. Estoy de los nervios.
—Sé prudente. Aquí todos parecen buena gente, pero, en cuanto te descuidas, te apuñalan por la espalda. El mejor de todos es Mario, el técnico. Un tío cojonudo. Muchas veces, cuando estoy aburrido, que es casi siempre, subo a hablar con él o a cotillear vídeos de Internet. Luego está Lidia, que es muy alegre y simpática, pero no te fíes ni un pelo de ella. Es de esa clase de gente que mataría a su madre por salir en la tele. En este caso, por hablar en antena.
—Pero ella se encarga de la producción, ¿no?
—Sí. Y es muy buena en lo que hace. Pero no te fíes de ella. Y luego…, luego está el jefe.
—Lo he visto por la tele, pero en realidad no lo conozco.
—Es un tío muy raro. No le gusta hablar ni cotillear. Es muy serio —susurra José, como si le pudieran oír desde la redacción, que está en la tercera planta del edificio.
»Y tú, ¿qué? ¿De dónde vienes? —pregunta el chico sin cortarse un pelo. A Ana le inspira confianza y se sincera con él.
—Pues hace dos días que llegué de Cambridge.
—¿Y eso? ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este…, pudiendo estar en Inglaterra?
—Bueno… Pasé unos meses geniales, pero luego todo se torció, corté con mi novio y, cuando me surgió esta oportunidad, no dudé en salir por piernas. Llevo pocos días en la ciudad, y ni siquiera he visto a mis amigas…
—Pues seguro que el tío era un idiota —dice José para buscar la complicidad de Ana.
—¡Nooo! No digas eso. Corté yo, pero no porque me hiciera nada malo…
—Bueno, algo haría mal.
—No lo sé. ¿Alguna vez has cortado con alguien a quien todavía querías un montón? Es muy duro. Y sólo hay una manera de superarlo.
—¿Cuál? —pregunta el chico, lleno de curiosidad.
—Poniendo tierra de por medio.
En el mismo instante, en el baño de la casa de Sergio
Las Princess cierran la puerta del baño con el cerrojo. Las cosas están empezando a ponerse feas. Estela está indignadísima y da un puñetazo al aire. Silvia siente que la situación se le está yendo de las manos. Sabe que cuando a su amiga se le cruza un cable no hay quien la frene. Enciende la radio de manera impulsiva y pone el volumen alto para que puedan hablar. Estela la coge de los brazos y la mira fijamente.
—Es hora de actuar. ¡Ahora o nunca!
—Estela, no te pongas así. Estoy muy rallada.
—No te hagas la víctima. ¿Eres o no eres una Princess? ¿Te mereces lo mejor o no te lo mereces?
—Sí, sí… ¡Sí! —repite Silvia—. ¡Pero ahora mismo no sé si quiero!
—No seas tiquismiquis. Y ahora, préstale atención al plan. —Estela sigue sin soltar a Silvia, que hace un gesto desaprobatorio—. ¡Escúchame! Ahora saldremos de aquí tan tranquilas. Ante todo, mucha calma. Voy a invitar a los chicos a unas pizzas, y le pediré a Sergio que me acompañe en moto.
—¡Pero si hay una pizzería debajo de casa! —replica Silvia.
—Elegiré la pizzería más lejana que se me ocurra, y me las arreglaré para que me lleve en moto. Tú te quedarás con Manu, pero no te preocupes: este no se entera de nada. Cuando vayamos a por las pizzas tendrás diez minutos para encontrar lo que estás buscando. ¿Me has oído bien?
Silvia asiente, insegura, y Estela le da un abrazo para demostrarle su apoyo.
Unos minutos más tarde, en Radio Bimba
Ana sube por el ascensor, pulsa el botón del tercer piso y, cuando se abre la puerta, se topa con Lidia. Va vestida con una minifalda muy ajustada, está muy maquillada, y lleva el pelo castaño recogido con un boli y un escote que quita el hipo. La Princess no tiene tiempo ni de decir hola, y la productora ya la ha agarrado del brazo, sin soltar el micro del teléfono.
—De acuerdo, mil gracias. Va a quedar genial. Tú tranquilo, no te muevas de casa, que a las dos en punto te llamamos. Un abrazo. —Se desenchufa el auricular de la oreja y le dice a Ana—: ¡Buf! ¡Vaya día! Por fin lo tengo. Llevo dos horas buscando un testimonio para el programa. He conseguido a un tío genial que me contará la primera vez que… —Hace una pausa y se presenta—: Perdona. Soy Lidia, la productora. Tú debes de ser Ana, ¿no? Bienvenida. Pasa, que te enseño esto. Como verás, es muy pequeño.
A Ana le da corte. No se atreve a decirle que José ya la ha puesto al día, y se deja conducir por Lidia hasta Víctor. Él se queda sin aliento cuando la ve.
—Aquí está nuestra Princess —dice Lidia, y le hace una reverencia. Ana se pone colorada.
»Es así como os llamáis, ¿no?
—Bueno, tranquila —la interrumpe Víctor—. No te preocupes, hoy no te haremos trabajar demasiado. Vamos al estudio a comentar la escaleta con el técnico. Lidia nos contará los testimonios que tiene cerrados. Y tú, Ana, mira el asunto del día y piensa qué post de tu blog puedes leer hoy, ¿de acuerdo?
—¿Cuál es? El asunto, me refiero —titubea la Princess, que no puede estar más nerviosa.
—La primera vez.
—¿La primera vez? —pregunta, y vuelve a ponerse colorada. Esas tres palabras le hacen pensar en David. Cierra los ojos con fuerza, como si así fuera capaz de quitarse de la cabeza la imagen de quien fuera su novio.
—Sí, la primera vez… de lo que sea —contesta Lidia, riéndose de lo cortada que se ha quedado su compañera—. He conseguido a un tío genial que nos contará la primera y última vez que jugó a la lotería. Es millonario. Por lo visto…, ¡le tocó!
—Ah, entendido —responde Ana, aliviada. Hace un repaso mental de su blog de Blancanieves, pero no encuentra nada que se ajuste a la temática. «Tranquila, Ana, todo irá bien. Algo se te ocurrirá», se dice a sí misma, mientras sigue a Víctor y a Lidia, que se dirigen al estudio.
Minutos más tarde, en el comedor de casa de Sergio
Estela se ha salido con la suya. Los chicos están encantados de comer pizza.
—¡El pedido ya está hecho! —grita Estela desde la cocina para que la oigan los chicos—. Sergio, ¿me acompañas a buscarlas? —pregunta mientras Silvia se estremece.
—¿A buscarlas? —responde Sergio. Sale de la habitación—. ¿No has pedido las pizzas en el restaurante de abajo?
—No. Es que conozco otra pizzería mucho más rica. Ya verás… ¿Me acompañas? Así vamos en moto… —Estela se hace la remolona y Sergio sonríe. Pero Manu aparece de pronto y dice:
—Si quieres, te acompaño yo. ¿Me dejas la moto, Sergio?
—Vale —contesta Sergio—. Tienes las llaves en la mesita del comedor.
En este momento, Estela quiere que se la trague la tierra. Silvia la mira con los ojos como platos. El plan no está funcionando como ellas esperaban. Manu coge de la mano a Estela y le ofrece un casco. Ahora es Estela quien se queda paralizada. Si pudieran detener el tiempo, este sería el momento ideal. Treinta segundos después, Manu y Estela están fuera de casa, y dejan a Silvia y a Sergio en la cocina.
—¡Por fin solos! —comenta él—. ¿Cómo te ha ido en la uni? —le pregunta, dándole el primer abrazo del día.
Atrapada entre sus brazos, Silvia responde de manera escueta. No sabe muy bien cómo tomarse este interés súbito de Sergio. ¿Serán imaginaciones suyas y, en realidad, él está como siempre?
—Bien…
Sergio la besa y le susurra:
—Creo que me voy a duchar. ¿Te vienes?
—No, no… Ya me he duchado…
El chico la mira, contrariado. No entiende ese rechazo.
—¿Estás bien?
—Sí, claro, ¿cómo no iba a estarlo…? Es sólo que tengo un examen y estoy algo nerviosa. Eso es todo…
Sergio arquea las cejas, la besa de nuevo y se va a la habitación. Acto seguido, se encierra en la ducha. Silvia se prepara una tila para intentar serenarse. Está pensativa. Llena un cazo con agua y espera a que hierva. El calentador se enciende con una gran explosión, y Silvia ni se inmuta. En condiciones normales habría dado un saltito por el susto, pero esta vez no. Con una tranquilidad casi zen, vierte el agua en su taza rosa, donde ya está la bolsita de tila, y se desplaza pausadamente hasta la habitación que comparte con Sergio.
Le da pequeños sorbos a la tila, sentada en el viejo sillón. Mira la estancia como si fuera una extraña, como si de pronto ese lugar le pareciese inhóspito, como si su montón de ropa aún por planchar perteneciese a otra persona, o como si la foto colgada donde aparece Sergio dejándose besar por ella fuera la de dos desconocidos. De pronto oye unos breves silbidos en la habitación. Silvia les hace caso omiso. El sonido llega acompañado por una vibración que le es muy familiar. Responde al sonido volviendo la cabeza. Ve el móvil. Está en la mesa, y se desplaza como si fuera una cucaracha, señal de que ha recibido un mensaje.
¡El móvil de Sergio! La chica se levanta, pero parte de la tila se le cae y le quema los pies descalzos. Por fin ha llegado la oportunidad que estaba esperando. Ha llegado el momento de la verdad. Le tiemblan las manos y las piernas. Sergio sigue en el baño. La ocasión es inmejorable, pero Silvia no puede dejar de pensar en las palabras de su amiga Estela, que retumban sin cesar dentro de su cabeza:
¿Eres o no eres una Princess?
¿Te mereces lo mejor o no te lo mereces?
Pero ¿tú quieres saber la verdad, sí o no?
Unos meses antes, en casa de Sergio
Cuando tienes pareja, cada gesto, cada mimo y cada regalo son importantes. Por eso Silvia lleva un mes ahorrando parte de su paga para hacerle un bonito regalo a su chico. Es uno de esos regalos «porque sí»: porque le apetece y porque lo quiere. No ha sido fácil. Sergio ya tiene todos los gadgets imaginables asociados a un motorista. También tiene espráis para grafitis, y dibujos. Lo que no tiene, lo coge de la escuela. Podría comprarle un pack de juegos para la Play, pero se niega. Si hay algo que Silvia odie es ver la manera en que su chico pierde el tiempo delante de la Play. Horas y horas delante de la Play. Eso y el ordenador. Le encanta conectarse a Internet mil horas y está al corriente de todo lo que pasa en la red. Los vídeos más vistos o los tuits más graciosos. Por eso se le ocurrió la genial idea de comprarle un smartphone de última generación.
—¡Cariño, estás loca! ¿Cómo se te ocurre gastarte tanto dinero? —dice nada más abrir la caja y ver el modelo de teléfono móvil.
—No es tanto. Ten en cuenta que he ganado muchos puntos, y amenacé a la compañía con irme a la competencia… —Silvia muestra una sonrisa pícara—. Se me había acabado el contrato de permanencia.
—Pero entonces, ¿qué quieres que haga con este trasto?
—¿Con lo que te mola Internet? Lo vas a flipar. Mira —dice Silvia mientras le enseña el móvil—: treinta y dos gigas de memoria, una cámara que graba en HD y la posibilidad de bajarte mil aplicaciones. Aparte del WhatsApp, puedes consultar el correo, Facebook, Twitter, Instagram, LinkedIn…
—¡Para, para, para! No sé de qué me hablas. Con el Facebook del ordenata y el WhatsApp ya voy servido. ¡No necesito todo esto! —exclama el chico, que alucina con el regalo.
—¿Y si te digo que hay una aplicación gracias a la cual puedes saber dónde estoy en cada momento? —le dice Silvia con media sonrisa ladeada.
La cara de Sergio es un poema. En ese mismo instante, se pone muy serio, deja el teléfono encima de la mesa y dice:
—Pues ya la puedes ir borrando. No tengo el menor interés en controlarte. Y espero que tú tampoco lo tengas. —La Princess se queda sin palabras—. Silvia, te lo digo muy en serio. Paso de estas historias. Estamos viviendo juntos, y te quiero. Gracias por el móvil. Haré unas fotos preciosas con él, pero no empecemos en plan «pareja», ¿vale? Paso de escenas de celos, y de que me controlen el móvil y me cotilleen el Facebook.
—¿Por qué? —contesta Silvia, desafiante—. ¿Tienes algo que esconder?
Dos horas más tarde, en el aire
Llevan casi dos horas de programa y todo ha salido bastante bien. Ha habido muchas llamadas, el técnico ha emitido cortes súper graciosos, y han recibido un sinfín de comentarios en las redes sociales. Apenas faltan unos minutos para que Víctor le dé paso a Ana, pero esta está tan nerviosa que no ha encontrado nada que leer. Ha repasado su blog mil veces, y nada le parece suficientemente chulo como para leerlo en su primer día en la radio. De repente, la voz de Víctor la pone en alerta:
—Queridos oyentes, ha llegado el momento de darle la palabra a Ana, nuestra más flamante adquisición del programa. Con ella pondremos el punto y final a nuestro paseo nocturno por el mundo. Pero ¿cómo definir a Ana? Os daremos una pista: No es una persona corriente. Es una auténtica Princess. Pero no os imaginéis a una princesa de cuento de hadas, con pelo rubio y vestido rosa. Es una Princess porque así se siente y así lo cuenta en su famoso blog, que compartirá con nosotros todas las madrugadas. Se llama «El blog de Blancanieves», y su dirección es http://elblogdeblancanieves.wordpress.com/. También podéis seguirla en Twitter, en la cuenta @PrincessRPU.
Mientras habla, le hace una seña a Ana, que está sentada frente a él. Ya se ha puesto los cascos. La chica espera que él no se haya dado cuenta de cómo le arden las mejillas: la presentación le ha parecido tan dulce que la ha sonrojado.
El locutor sigue con la presentación.
—Según Ana, todas las personas sin excepción tienen el derecho y la obligación de ser príncipes y princesas. ¿Por qué? Espero que ella nos dé la respuesta cada noche. Adelante, princesa, toda la audiencia es para ti.
Ana está petrificada. Lleva una hoja para disimular, pero la verdad es que no tiene apuntado nada. NADA. Después de dos segundos de silencio en los que parece que el mundo vaya a acabarse, nuestra chica decide hacer lo mismo que cuando escribe: dejarse llevar.
Agarra el micro y susurra:
—Nueva entrada: «La primera vez».
Víctor le hace una seña con la mano, para que suba un poco el tono de voz. Ana respira hondo y decide ser totalmente sincera, como siempre hace en su blog:
La primera vez
La primera vez puede ser excitante, maravillosa y muy tierna, como hemos podido escuchar esta noche en el programa, pero también puede ponerte de los nervios. Llevo más dos horas esperando la primera vez que hago radio, y debo confesar que lo he pasado muy mal. Nunca he hablado a través de un micro, y nunca he trabajado. Hoy es mi SÚPERPRIMERA VEZ. Habría que inventar alguna palabra para definir la primera vez que reúne mucha primeras veces. Hoy ha sido uno de los días más largos de mi vida. Dentro de unos minutos hará veinticuatro horas que estoy despierta. Anoche dormí en Inglaterra, y los nervios del viaje no me dejaron pegar ojo. Era la primera vez que dejaba a un novio, la primera vez que viajaba sola en avión y la primera vez que volvía a casa de mis padres después de una larga temporada de vida independiente. Luego llegué a la radio por primera vez, vi al equipo de «Llévame contigo» por primera vez, y pensé que jamás olvidaría mi primera vez. Y para acabar, os diré que es la PRIMERA VEZ que escribo una entrada antes de colgarla en mi blog. En cuanto salga de aquí, cogeré un ordenador y la escribiré. Gracias por vuestra confianza, y espero que esta nueva aventura sea de vuestro agrado. Buenas noches.