Capítulo 17

He cruzado océanos de tiempo para encontrarte.

Drácula, de BRAM STOKER

Jueves, una semana más tarde

El equipo de Radio Bimba está preparándose para el directo. Falta un minuto para las tres de la madrugada, y todos en el estudio están atentos y con ganas de empezar el programa. Ana está dándole el último repaso a la escaleta junto a Mario, el técnico de sonido. Lidia, como es habitual, está sentada frente el ordenador abriendo el Facebook del programa, para darles la bienvenida a los oyentes internautas.

—Valeria no ha llegado —comenta Lidia con la mirada fija en la pantalla.

—Ya lo sé. Llegará más tarde. Lo pone en la escaleta —responde Ana con tono neutro.

—No, no lo pone —contesta Lidia muy segura.

—Sí, yo también lo he leído —añade Mario ajustando los volúmenes.

Entonces Ana se levanta, coge sin preguntar el guion de la mesa de Lidia y empieza a buscar.

—Esta no es la escaleta final. Te he enviado la buena por e-mail. Ya te lo había dicho.

—Me da igual, aunque esté escrito. Yo sólo me preguntaba si Valeria va a venir o no… —comenta Lidia, sarcástica.

La Princess se queda atónita con el comentario de Lidia. «Pero ¿qué clase de respuesta es esa?» A Mario también le ha sonado raro y busca a Ana con la mirada para encontrar una explicación. Ella se la devuelve con una expresión titubeante. Parece que su relación profesional no es buena.

La chica sabe que si una no se enfrenta a esta clase de situaciones, se archivan en un lugar remoto de la memoria, y el día menos pensado explotan en forma de conflicto que puede crear una enemistad. Y Ana siempre ha huido de las personas que buscan la confrontación. Por eso respira hondo tres veces. No le conviene encararse con Lidia; además, vive con ella. Este comentario es la enésima demostración de que ella, a Lidia, no le cae bien. Pero ¿por qué, qué le ha hecho?

En ese instante, Víctor entra en la pecera. Ana está con sus compañeros en el control de realización. Allí se encuentran los controles de sonido, el ordenador de producción y el teléfono al que llaman los oyentes. Al estudio lo llaman pecera porque desde la mesa de los micros hay una gran ventana de cristal, y parece que las personas que están dentro sean como peces.

La Princess observa a Víctor desde detrás del espejo. Le fascina cómo llena el estudio con su presencia, cómo se sienta en la silla, se pone los cascos y mira los apuntes. Entonces vuelve a suspirar, pero se trata de un suspiro diferente. Es mucho más hondo y placentero. Es una respiración que obvia el carácter críptico de Lidia, y se centra en él y sólo en él.

—Víctor es muy guapo, sí —le dice Mario, que se ha dado cuenta de cómo lo mira.

La Princess se ruboriza, porque ¡Mario tiene toda la razón del mundo! No obstante, decide desviar la conversación y ser muy cortés.

—Es un buen profesional, sí.

—No gastes fuerzas innecesarias. Víctor es inaccesible —dice Lidia a continuación.

«Pero ¿qué le pasa?», piensa Ana. Justo en ese momento, Mario busca su mano y le dice:

—Víctor es una persona muy especial. Trabajo con él desde hace unos dos años, y nunca lo he visto con ninguna chica. He oído rumores de que le van los chicos, pero son infundados. En cierta ocasión me dijo que estuvo muy enamorado de una chica, pero no sé nada más. Por lo poco que lo conozco, sé que es muy selectivo. Quizá por eso te dio esquinazo en su momento, ¿verdad, Lidia?

—¿Qué insinúas? —La mirada iracunda de la productora la delata.

La Princess alucina, y de pronto comienzan a cuadrarle algunas cosas. Por ejemplo, cuando Lidia intentó apuntarse un tanto robándole sus ideas sobre la nueva sección, o la manera tan cortante de comportarse con ella. De repente, todo adquiere sentido. Sin embargo, ahora no es momento para hacer elucubraciones: el programa de hoy de «Llévame contigo» está a punto de empezar, y Víctor le da señal al técnico de sonido, para poder hablar con el equipo antes de la emisión.

—¿Estamos preparados? —pregunta Víctor mientras hojea la escaleta.

Mario responde con un gesto de afirmación y con las manos en los controles.

—¡Sí! —lo secunda Ana, sonriente.

—¡Lista! —añade Lidia.

—¡Muy bien! Nos queda menos de un minuto para entrar. Por cierto, Ana, ¿dónde está Valeria?

—Llegará más tarde. Lo pone en la escaleta —contesta Ana por el micro del realizador.

—No, aquí no lo pone.

—He enviado una escaleta nueva con algunos pequeños cambios de última hora —se defiende Ana mirando de reojo a Lidia.

—¿Hay algún cambio más que necesite saber? —pregunta Víctor, algo serio.

—Sólo que Valeria llegará quince minutos antes de que comience la sección. Ah, y también te he propuesto algunas canciones que Mario y yo tenemos preparadas.

Ana está impaciente por oír la respuesta de Víctor.

—De acuerdo. Lidia, imprime la escaleta nueva y pásamela. Esto forma parte de tu trabajo, no lo olvides. Por lo demás, ¡buen trabajo y buen programa!

No hay tiempo para más. El programa arranca con la sintonía de siempre. Lidia se levanta de la silla para imprimir los documentos. Ha cometido un error, le ha vacilado a Ana y ahora está abochornada.

La Princess respira aliviada. Poco a poco, el tiempo acaba poniendo a cada uno en su sitio.

Una hora más tarde

Valeria acaba de llegar a radio Bimba y Ana la recibe con un fuerte abrazo, bajo la mirada algo rencorosa de Lidia.

—Qué suerte que hayas venido… —le susurra Ana al oído, cuando aún está entre sus brazos.

—¿Qué ha pasado? —pregunta Valeria.

—Nada, nada… —responde Ana, pues sabe que Lidia está escuchando—. Sólo que es muy tarde y, a estas horas, es tan fácil dormirse…

—Si lo dices por lo del otro día, no volverá a pasar. No te preocupes.

Valeria le lanza una sonrisa cómplice.

Entonces Ana la coge de la mano y la acompaña hasta donde está Víctor, para que se empiece a aclimatar. La Princess se sienta con ella. Cuando entran en el estudio, Víctor está debatiendo con un oyente sobre el significado de la pieza musical Claro de luna, de Beethoven.

El oyente sostiene que es una de las canciones más tristes del mundo, y Víctor defiende que Beethoven la escribió por un amor imposible, y que más bien se trata de una composición nostálgica. Mario ha aprovechado esta pequeña discusión para poner la música de fondo, y entonces Víctor concluye con una hermosa idea para debatir.

—Nuestro técnico de sonido ha puesto la sonata Claro de luna para que todos podáis dar vuestra opinión. ¿Se trata de un tema triste o creéis que sólo es nostálgico?

—¡Está claro que es triste! —exclama el oyente desde detrás de la línea telefónica.

Víctor deja que la música suene por unos instantes, cierra los ojos y añade con voz aterciopelada:

—Querido amigo, mientras el piano va dibujando estas notas que parecen gotas de lluvia, creo que estarás de acuerdo conmigo en que esta música es preciosa. Me atrevería a decir que, más allá de las posibles interpretaciones, Beethoven plasma en cada nota la manera en que entendía este amor imposible. Esta pieza fue escrita en el año 1801, y puede que tanto tú como yo estemos equivocados, por la sencilla razón de que en esa época quizá los sentimientos se expresaran de otra manera. Me gustaría decir, a estas horas de la noche, que no hay amores imposibles. Me gustaría decir que la tristeza es una especie en extinción. Pero os estaría mintiendo. Sin embargo, debemos conservar la esperanza. Beethoven nos demostró que los sentimientos negativos se pueden convertir en algo sencillamente maravilloso.

»Gracias, amigo, por tu participación y por seguirnos. Si os parece, ahora escucharemos lo que queda de la sonata.

Víctor le hace una señal a Mario para que suba el volumen. Se reclina sobre su silla y cierra los ojos. Ana y Valeria se miran. Las dos están maravilladas por las palabras y la reacción de Víctor.

El ambiente del estudio se transforma: parece que, por un momento, el técnico de sonido está tocando un piano con los controles, Lidia coge el teléfono a cámara lenta, Ana le da los últimos retoques a su blog pausadamente, Valeria tiene una sonrisa de maestro zen y, antes de que la música llegué a su fin, Víctor vuelve a tomar la palabra.

—Y, junto con Beethoven, ha llegado alguien al estudio: Valeria, a quien acompaña nuestra Princess. Buenas noches.

—Buenas noches, Víctor, encantada de estar otro día en el programa —responde Valeria.

—Si te parece, vamos a empezar a recibir llamadas de los oyentes para que puedas echarles las cartas del tarot en directo. —Víctor le hace el gesto del teléfono a Lidia para que busque llamadas, y ella le corresponde con un OK—. Tengo que decir que el otro día, cuando Valeria estuvo echando las cartas, nos acercamos a los tres mil seguidores en Facebook. Perdón, no es así, Lidia me comenta que ya hemos rebasado esa cifra. —Víctor se pone la mano en los cascos y Lidia le comunica, por micrófono interno, que el primer oyente aguarda—. Buenas noches, ¿con quién hablo?

—Hola, me llamo Juan y tengo una pregunta.

—Adelante. Valeria te contestará.

—Os oigo desde el primer día y me encanta vuestro programa. La parte que más disfruto es cuando sale Ana y lee sus entradas. —La Princess mira a Víctor y los dos se sonríen—. Así pues, quiero preguntarles a las cartas si Ana tiene novio.

Valeria escucha con atención mientras mezcla las cartas y, cuando está a punto de arrancar a hablar, Víctor la interrumpe:

—Es una buena pregunta. Valeria, ¿nos pueden decir las cartas si Ana está enamorada?

La Princess enmudece y mira a Lidia, que sonríe.

«¿Y si las cartas dicen que me gusta Víctor? ¡Quedaré en ridículo!»

—Ana, ¿te molesta si les preguntamos a las cartas? Yo también siento curiosidad —dice Víctor, juguetón.

—No, no. Adelante… —Ana no sabe qué contestar. Por no darle una negativa a Víctor, se ha metido en la boca del lobo. Ahora llega el turno de Valeria.

—Si me lo permitís, Víctor y Juan, siento comunicaros que no quiero responder a esta pregunta. Podría echar las cartas del tarot, cierto, pero como tarotista no respondo a preguntas sobre lo que sienten los demás, sino preguntas personales de quien me consulta. Creo que la intimidad consiste precisamente en esto. Si Ana tuviera una relación con Juan, sí que lo haría. Pero resulta que no la tiene. Si respondiera a esta pregunta, me estaría entrometiendo en su vida privada. En todo caso, debería ser Ana quien formulara la pregunta, aunque diera su consentimiento para que yo la respondiera. Pero entonces la pregunta no tendría ningún sentido, porque, ¿quién mejor que Ana para saber si está enamorada? —Ana asiente. El razonamiento ha sido impecable—. Lo siento mucho si están decepcionados con mi respuesta, pero tengo mis propias reglas. En mi tarot sólo se pueden hacer preguntas sobre personas con las que estemos relacionados.

Valeria acaba de demostrar cómo es. Una chica que tiene su propio criterio y sus propias normas, cosas que se valoran muchísimo en los medios de comunicación, sobre todo cuando estás en directo. La intervención le ha encantado a Víctor. Si Ana le aporta sensibilidad al programa, Valeria pone el carácter.

Valeria responde otras dos consultas. Ambas son breves y están relacionadas con asuntos de amor. Como siempre, dispone de veinte minutos. Estos pasan rapidísimo y la centralita de teléfonos está, como diría Lidia, petada de llamadas. ¡Es un éxito!

Después de terminar el programa, en el portal de Radio Bimba

Son las seis y cinco de la madrugada. Todo el equipo, incluidos Mario y Lidia, están en el pequeño porche de la radio. Se nota que han trabajado duro, porque a todos se les cierran los ojitos de sueño. Aun así, se respira buen ambiente.

Cuando acaba el programa, cada cual suele irse directamente a la cama, pero hoy es distinto. Es como si nadie quisiera irse a sus casas. Víctor ha tenido buenas palabras para todos. A Mario le ha dicho que es el mejor técnico del mundo. A Lidia le ha agradecido su profesionalidad con las llamadas de los oyentes, pues a veces llama gente un poco rara y su misión consiste en seleccionar las más interesantes. Por otro lado, Víctor le ha dado a Valeria la bienvenida formal al programa. La chica se ha abrazado efusivamente con Ana entre los aplausos de todos. Víctor se ha dejado llevar y se ha olvidado de dedicarle algún comentario a la Princess.

—¡Esto hay que celebrarlo! —exclama José, tan jovial como siempre.

—Tienes toda la razón. ¡Os invito a tomar algo! —añade Víctor a continuación.

—A estas horas, todo está cerrado —le sonríe Valeria.

—Conozco un bar que está justo en la esquina —la rebate Víctor—. Abre a las seis de la mañana. Me encanta porque es muy de barrio y, después de trabajar, me gusta ver las caras somnolientas de la gente que empieza el día. ¿Un café rápido? —Todos se quedan perplejos ante el entusiasmo que muestra el director. Lo siguen sin rechistar. Hasta José se apunta al improvisado festejo matutino, se pone la chaqueta y aprovecha el cambio de turno para acompañarlos.

Poco después, en el Bar Manolo

Ana y Valeria entran entre carcajadas. Valeria le ha dicho que pensaba que eso de «Bar Manolo» era una frase hecha que se usaba para referirse a los bares de barrio. Se ha llevado toda una sorpresa cuando ha comprobado que, en efecto, el bar existía de verdad. A Ana le ha hecho mucha gracia su comentario. No han podido reprimir las carcajadas cuando Ana ha añadido, poniendo voz de anuncio: «¡Este es el auténtico!».

El Bar Manolo no tiene nada de especial. Es un bar pequeño con las mesas de chapa amarilla de plástico rodeadas por sillas de metal negras. En las paredes hay algunos cuadros de anuncios de cerveza antiguos mezclados con algunas fotos de futbolistas del año de la catapún. También hay un calendario que muestra a una mujer rubia despampanante con un biquini rosa al lado de un inmenso camión de color gris brillante.

Víctor saluda al dueño, que está detrás de la barra y, cómo no, se llama Manolo. Es un tipo medio calvo con un bigote negro y espeso, y lleva un palillo en la boca. José le estrecha la mano, se nota que es un cliente habitual.

Los seis toman asiento y el dueño apunta el pedido en una libreta desgastada: un café con leche descafeinado para Mario, agua con gas para Lidia, un carajillo de anís para José, un zumo de melocotón para Valeria, otro de naranja para Ana, y un café solo para Víctor.

Mientras esperan, se forman dos grupos de conversación. En el primero, Mario, Lidia y José recuerdan algunas anécdotas divertidas de Radio Bimba, como cuando tuvieron un apagón y José hizo un apaño con el generador para que todos los equipos funcionaran, pero la luz del estudio se fundió y tuvieron que hacer el programa a la luz de unas velas improvisadas. En el segundo grupo, Ana escucha a Valeria, que le está contando a Víctor algunos detalles acerca de su vida. Lee el tarot desde pequeña. También le habla de la tienda, y de cómo le gustan los inciensos y los aceites. El director se muestra muy interesado, ya que le apasionan las fragancias y los olores.

Ana intenta participar en la conversación, pero no tiene mucho que decir y se pasa al otro grupo. Es la primera vez que salen todos a tomar algo, cosa de agradecer, después de un buen trabajo.

—Aquí tenéis el cava —comenta Manolo, irónico, y sirve las bebidas. Brindan con los zumos, el agua y los cafés.

—Brindo por «Llévame contigo» y por vosotros. —Víctor alza la taza de café—. Gracias por soportarme.

—No digas eso, Víctor. Lo hacemos con mucho gusto —comenta Lidia.

—No seas pelota. Te lo digo con cariño —salta José en un acopio de mala leche. Todos sueltan una pequeña carcajada.

—No te metas con ella, José, que no te ha hecho nada —la defiende Ana.

—Tranquila, Ana, Lidia y José son como el perro y el gato. Siempre están igual —añade Mario.

Ana se siente mal. Cuando José ha dicho que Lidia era una pelota, ha querido intervenir: era una forma de decirle a su compañera de piso que no tiene nada contra ella. Pero la jugada no le ha salido como ella esperaba.

La conversación entre Víctor y Valeria parece no tener fin. Mario se ha marchado, y Ana está tan cansada que decide irse a dormir. Se levanta de la mesa con suma educación, y se dirige hacia la barra. Víctor ha dicho que los invitaba, pero a ella le da corte marcharse sin pagar lo suyo. Lidia la sigue. Esperan juntas. La Princess sabe que está a su lado y decide ser discreta, porque se siente demasiado cansada como para aparentar que todo va bien entre las dos.

—Estás muy callada —rompe el hielo Lidia.

—Estoy cansada —susurra Ana.

—Nada. Sólo quería decirte que siento el lío con el guion. No volverá a pasar.

—No importa —la disculpa Ana, consciente de que Lidia siempre tira la piedra y esconde la mano.

—Bueno… —dice Lidia mientras piensa en cómo llenar el silencio—. ¿Te gusta Víctor?

«¿Tendrá morro, la tía?», piensa Ana.

—No. ¿Y a ti?

—Ya no… —Lidia aprovecha para coger una servilleta y limpiarse los labios.

—¿Cómo que ya no?

—Hubo algo, una tontería, pero ya pasó. No quería estar con él. Le dije que no, y ya.

—Ajá…

—Yo creo que sigue enamorado de mí, pero no se lo digas, ¿vale? —Lidia le guiña el ojo.

—No, no.

Ana está alucinando.

—¡Vaya! Me he olvidado la cartera en la radio. ¿Me invitas? —miente Lidia.

—Claro, no te preocupes —dice Ana, mientras busca algunas monedas para pagar su agua.

A continuación, Lidia se despide de todos menos de Ana, que está esperando a que Manolo termine de envolver unos bocadillos y le pueda cobrar. La Princess se siente un poco a disgusto con Lidia. ¿Por qué no la ha esperado para volver a casa juntas? Sería una buena oportunidad para compartir opiniones, hacer las paces y resolver sus conflictos. Pero Lidia va a su bola. Es como si no vivieran juntas, y eso está empezando a dolerle un montón a Ana.

Al poco rato se le acerca José haciendo ademán de pagar. Con un golpe seco, deja un euro con ochenta, la cantidad exacta que cuesta su carajillo.

—Y yo convencida de que me invitabas… —dice Ana con picardía.

—Y yo convencido de que no eras como Lidia… —requiebra José, burlón.

—¿Qué quieres decir?

—Te ha pedido que la invites, ¿verdad?

—¿Cómo lo sabes? —pregunta la Princess.

—Porque siempre hacía lo mismo conmigo. —José parece resentido—. Estuvimos saliendo juntos y la conozco como si la hubiera parido.

Ana no da crédito a lo que está oyendo. ¿Lidia ha estado enrollada con José y Víctor?

—¿Y cómo lo llevas?

—Bien… Perfectamente. ¿No me ves? —José se pone algo serio—. Oye, pero no le digas nada de esto a nadie, ¿vale? Tengo que irme: estoy que me caigo de sueño. Un besico, preciosa.

Ana le ofrece la mejilla y José le da un beso. Observa atónita cómo se marcha del bar.

—Dime. —Manolo aparece por fin, pero Ana sigue mirando la puerta. Está en Babia. Ha recibido más información de la que puede procesar—. ¡Niña!, ¿estás ahí?

Ana se despierta con un pequeño susto y le da un billete de cinco euros.

—Cóbrame un agua y un zumo.

Manolo coge el billete y las monedas que ha dejado José, y se vuelve hacia la caja. La Princess voltea la cabeza y ve a Víctor y a Valeria. Siguen charlando. Parecen haber congeniado muy bien, porque Víctor está riendo y Valeria se hace tirabuzones con el pelo.

«Se gustan… Yo aquí no pinto nada».

—Tsss… tsss… ¡Niña! —le grita Manolo, con las monedas en el puño. Ana abre la mano y recibe el cambio—. Y a ver si nos despertamos.

—Ese es el problema, que para despertarse hay que haber dormido primero —replica Ana con amabilidad.

—Tienes toda la razón, hija.

Manolo le lanza una sonrisa. Detrás del bigote se intuye que le faltan algunos dientes. Ana le devuelve la sonrisa. Manolo parece un tipo muy entrañable.

A continuación se acerca a la mesa para despedirse. Le resulta fácil deducir lo que tiene que hacer. Si Víctor y Valeria se hubieran terminado sus consumiciones, tal vez podrían marcharse con ella. Pero Víctor ni siquiera le ha echado el azúcar al café, y la botella de zumo sigue con el tapón puesto. Está claro que Ana no pinta nada allí.

—Me voy. Es tarde… Quiero decir… es temprano… Bueno… Tengo sueño.

La Princess se ríe sola de su trabalenguas.

—De acuerdo. Nos vemos mañana —contesta Víctor.

—Adiós, Valeria —dice Ana con tono neutro.

—Adiós, Ana, y gracias por todo.

—¡Por cierto! —exclama Víctor antes de que Ana alcance la puerta del bar—. No te lo había dicho, pero… tus entradas del blog son mejores a cada día que pasa.

Ana responde guiñándole el ojo. Abre la puerta del bar. Una brisa de aire fresco le acaricia la cara. Las luces naranja de las farolas se apagan de repente, y el color azul oscuro del cielo tiñe toda la calle. ¿Podría tratarse de una señal? En el preciso instante en que todas las farolas se han fundido ha sentido como si en su corazón se apagara una pequeña luz. Una luz que Víctor había encendido, pero que Valeria ha apagado después.

Cuando llega a su casa, la Princess no tiene sueño. Tumbada ya en la cama, saca su vieja libreta. La única iluminación la proporciona la luz tenue de la mesita de noche. Se pone a escribir:

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La pequeña cucaracha

¿Cómo saber si uno está enamorado?

Eso es lo que les hemos preguntado a los oyentes de «Llévame contigo». En la redacción hemos pensado que sería una buena pregunta de fácil respuesta, pero al cabo de unas cuantas llamadas nos hemos dado cuenta de que a veces hace falta mucho tiempo responderla de manera satisfactoria.

Si piensas demasiado, parece que no lo estás, y si contestas muy rápido dará la impresión de que se trata de un amor fugaz que desaparece tan rápido como vino.

A mí lo que me resulta más difícil no es tanto saber si estoy enamorada como si ese amor es correspondido. Todo depende del tipo de amor que estés viviendo, o del que deseas vivir. El mundo está lleno de gente enamorada pero no correspondida. O de gente enamorada cobarde que no se atreve a expresar sus sentimientos, o de gente enamorada pero tan prudente y precavida que lo único que consigue es que le roben el amor en sus narices.

A veces me cuesta reconocer que estoy enamorada. Mi cabeza intenta mantenerse fría y racional, pero mi cuerpo va a su bola. Sabéis de qué os estoy hablando, ¿no? No sabes si estás enamorada, no tienes claro si te gusta o no te gusta, e incluso sospechas que está con otra, pero cuando se te acerca:

Te sube la sangre a la cabeza.

Te pones colorada.

Se te eriza el vello.

Titubeas al hablar y…

Sudas más de lo normal.

Mi cuerpo hace todas estas cosas para delatarme y decirme que SÍ estoy enamorada. Mi cuerpo y mi mente pierden el control por completo cuando él está cerca de otra mujer.

Envidia, rabia y celos. Es una sensación absurda que nos invade por dentro. Nos hace imaginar cosas que no existen, nos baja la autoestima y hace que nos creamos de verdad que jamás conseguiremos que este hombre se enamore de nosotras.

Nos sentimos pequeñas y cucarachas.

Yo me siento así ahora. Como una pequeña cucaracha.