Lo más grande que te puede ocurrir en esta vida es que ames, y seas correspondido.
Moulin Rouge, de BAZ LUHRMANN
Sábado por la noche, en casa de Silvia
De pronto la despierta una llamada a su teléfono. Silvia lo deja sonar, pues quiere dormir un poco más. Dos minutos después vuelven a llamar. Cuando abre los ojos se sorprende al ver que su habitación está completamente a oscuras. Su mano busca la luz del móvil. Es Laura, su nueva amiga de la facultad.
—¡Holaaaaa! ¿Dónde estás?
—¿Qué hora es? —pregunta Silvia mientras se frota los ojos.
—¿Cómo que qué hora es? ¡Las once, cariño!
—¿Quéeee? ¡Me he dormido! ¿Dónde estáis?
—¡Qué fuerte, nena! Vamos de camino. Habíamos quedado, ¿recuerdas?
—Eh… Sí, sí… Perdona… Me he quedado roque… ¡Nos vemos allí!
Silvia cuelga y ve un grupo de WhatsApp llamado «Sábado, sabadete», que integran Ana, Estela y ella. Lo abre y lee una pequeña conversación de las Princess. Quieren salir de fiesta y le piden que se apunte.
Silvia no contesta. No se siente a gusto con ellas. Da por hecho que lo saben: abrir un grupo de WhatsApp para salir un sábado cualquiera quiere decir que seguramente las chicas han hablado entre sí y quieren hacer las paces.
Silvia se mira en el espejo del cuarto de baño. Tiene todo el maquillaje en casa de Sergio, y pasa de volver ahí. Tampoco le apetece cambiarse ni ponerse muy guapa. Lleva unos pantalones vaqueros, unas zapatillas deportivas de color negro y blanco, una camiseta amarilla con un dibujo de un oso de peluche marrón, y un jersey granate para protegerse del frío. Esa ropa está muy bien para ir a casa de sus padres, pero no para salir de fiesta.
Oye unos nudillos que llaman a la puerta.
—¡Menuda siesta, hija! —exclama su madre.
—Ya… Lo siento, mamá. Estaba cansada.
Aunque no oye respuesta alguna del otro lado de la puerta, Silvia sabe que su madre sigue ahí. Pasan unos segundos hasta que vuelve a oír:
—¿Silvia?
—Mamá, tengo muchísima prisa. ¡Llego tarde y todavía no me he arreglado! —se queja la chica, que abre la puerta a disgusto. Se arriesga a que su madre empiece a hacerle preguntas. Sus frecuentes visitas deben de haberla puesto en guardia, pero la única manera de que su madre deje de insistirle es abrir la puerta y encararse con ella—. ¿Qué quieres?
—Nada. Me voy a la cama —dice su madre, y le da un beso—. Te he preparado unas fiambreras con paella y escalopes. Así ya tenéis la comida de mañana.
—Sí… Gracias, ahora lo cojo.
Silvia intenta sonreír antes de cerrar la puerta y de que las lágrimas le vuelvan a brotar.
Se sienta en la taza del váter. Esperará hasta oír cómo se cierra la puerta de la habitación de sus padres y se irá sin coger la comida.
Poco después, en un bar
El Labrador es uno de esos bares que nunca pasan de moda. Allí se reúne una mezcla de la gente del insti y de estudiantes universitarios. Es el lugar donde se toma la primera copa antes de salir de fiesta. Para muchos es el punto de partida de la noche.
Las Princess lo conocieron gracias a Silvia y una cita de la que es mejor olvidarse. En realidad, el Labrador es un antro. Las luces rojas difuminan un local repleto de fotos carcomidas por la vejez y el polvo que muestran perros de todas las razas. La pared de los baños se cae a cachos, y las puertas están repletas de frases del tipo: «¿Hay birra después de la muerte?» o «Aquí sabrás a qué huelen las nubes». Cuando entras, ves un largo pasillo con una gran barra y muchos botellines de todos los colores.
Por paradójico que resulte, la combinación de todos estos elementos desagradables convierte el Labrador en un sitio entrañable e incluso familiar. Si a las once de la noche ya hay gente, a las doce menos cuarto es una olla a presión. La gente sale del Labrador para tomar el aire para, poco después, volver a entrar. Eso es lo que hacen las Princess también: salen y entran todo el rato cogidas de las manos para que los chicos las miren. Pero esto hoy no rige para Silvia.
Desde el otro lado de la calle, Silvia observa la entrada con la mirada triste. Sabe que podría volver a casa y seguir durmiendo pero, a decir verdad no le apetece ni entrar en el bar ni volver a su habitación. Antes cruzaba la calle segura de sí misma como si fuera una top model, pero hoy no se siente muy sociable.
—¡Morenaza! —Silvia se vuelve en un acto reflejo. Son Laura y María, que acuden a su encuentro. Llevan unas diademas con unas orejas de Micky Mouse negras.
—Primero hemos pensado que había una zombi en la calle, y después nos hemos dado cuenta de que eras tú —comenta Laura.
Silvia esboza una sonrisa forzada y María se le acerca, le pone otra diadema con las orejas de Mickey Mouse y le dice:
—Te entiendo perfectamente. Yo también pasé por algo así una vez, y es horrible.
—Gracias, María —se lo agradece Silvia, poniéndole una mano en el hombro.
—Pero también te digo que yo no visto nunca como tú —añade María. Laura y ella se echan a reír.
—Ya… Es que no tenía nada que ponerme, y total, no sé si me apetece mucho salir —se excusa Silvia.
—No le hagas caso a María. Estás monísima. ¿Te gustan las orejas de ratoncito que te hemos comprado? Con esto vas a triunfar, seguro. Bueno, con esto y…
Laura busca en su bolso y saca una cajita de maquillaje. Silvia se deja hacer. La maquillan en plena calle. Las dos amigas, cada una por un lado, la cogen de la mano. La acompañan hasta el Labrador. Silvia no es consciente de que ha dado el pistoletazo de salida de la noche del sábado.
Una vez dentro del Labrador, las chicas hacen cola para tomarse los primeros chupitos. Hay tanta gente que es casi imposible que te sirvan. Aunque son muy ágiles, los camareros no dan abasto. Silvia decide ir un momento al baño pues siente curiosidad por saber cómo la han dejado.
Como era de esperar, los baños están abarrotados de gente, y va directa a los espejos, donde también hay chicas que están esperando para retocarse. Silvia se contorsiona: sólo busca una pequeña porción de espejo. Siente curiosidad, pues, aunque Laura va bien maquillada, cada chica se maquilla a su manera. Por fin consigue verse reflejada. Se queda perpleja. ¡Está monísima! Laura apenas ha tardado un momento en dejarla perfecta, como a ella le gusta. Unos retoques sutiles en las pestañas, una delgada línea azul en los ojos, algo de polvos para tapar las ojeras, y un pintalabios rosa brillante. Sonríe. Aunque ella utiliza el color negro para la línea de los ojos, el color azul le da un toque especial. Mejor así: hoy, más que nunca, necesita sentirse especial.
Silvia respira hondo antes de salir del baño. Sólo espera que la noche no acabe en drama, y quiere esforzarse por caerles bien a sus amigas. No quiere que la vean siempre triste, aunque sea difícil ocultarlo.
Al salir lee una frase en la puerta del baño, escrita en carmín rojo, que dice: «Preciosa, si buscas una mano amiga dispuesta a ayudarte, la encontrarás al final de tu brazo».
Silvia sonríe. La frase le ha llegado al corazón y ha reforzado su autoestima.
Cuando llega a la mesa, las chicas la están esperando con los chupitos.
—Hay un chico que te ha mirado al salir del baño —le dice María a Silvia
—¡No te vuelvas! —exclama Laura mientras levanta el vaso de chupito.
Las tres brindan con delicadeza para no verter el líquido. María le ha dedicado el brindis a la noche, y las chicas se beben los chupitos de un trago.
—¿Quién ha mirado? —pregunta Silvia haciéndose la coqueta.
—Cuando te diga ya, mira hacia la barra, ¿vale? —dice María, que mira de reojo mientras Laura va en busca de la segunda ronda—. Ya puedes mirar. —Silvia voltea la cabeza lentamente—. Es el chico de la camiseta negra.
¡ES SERGIO!
Silvia se vuelve con brusquedad.
—¡Es él! ¡ES ÉL!
—¿Quién? —pregunta María.
—Mi ex… —Silvia se deprime todavía más al decir estas palabras en voz alta. «¡MI EX!» Nunca pensó que llamaría así a Sergio.
Laura llega a la mesa con los chupitos. Ha oído lo que acaba de decir Silvia.
—Esto se pone interesante. No te preocupes, mi niña, yo tengo lo que necesitas. —Le ofrece un vaso de chupito, pero esta vez es el doble de grande. Silvia no lo duda y se lo bebe todo de golpe—. Pero ¿qué haces? ¡Eso era tequila! —exclama—. ¡Todavía faltaban el limón y la sal!
Guiada por la desesperación, acaba de hacer una locura. Además, no ha cenado nada.
—¿Qué haces? —le dice María al ver que Silvia se levanta un poco descontrolada.
—Voy a hablar con él —sentencia Silvia—. Si no lo hago, me voy a volver loca.
Silvia sortea a cuatro o cinco personas. Se siente mareada pero decidida. Sergio, que está visiblemente más delgado, se vuelve antes de que llegue a él y va a su encuentro, titubeante. Los dos se detienen y se miran apenas a unos metros de distancia. El bullicio del bar es tremendo, y la gente se interpone entre ellos. De repente alguien empuja a Silvia. La cabeza le da vueltas, pero no es por el tequila, sino por la ansiedad que le ha producido el hecho de ver de nuevo a Sergio.
—¡Silvia! ¿Qué haces aquí? ¡Pensaba que no vendrías! —Ana ha aparecido como si fuera una boya en un mar agitado—. ¿Y esas orejas de ratón? Estoy con Estela. Estamos en nuestro rincón de siempre. ¡Vente!
—Sí… Ahora… voy —responde Silvia mientras mira a su alrededor. Ya no puede ver a Sergio.
—Bien… Pues bueno…, estamos allí, ¿vale? —dice Ana, preocupada al ver la cara confusa de su amiga.
El corazón de Silvia le late a tres mil por hora. Aturdida y superdesconcertada, decide volver con sus amigas de la uni, que la saludan desde la mesa.
—Cuenta, cuenta. ¿Qué ha pasado? —preguntan las dos amigas casi al unísono.
—Nada.
—¿Nada? —pregunta Laura—. ¡No me lo puedo creer! Lo hemos visto salir con la cara de besugo… ¿y dices que nada? Algo le habrás dicho, ¿no?
—¡Es muy raro! Ha desaparecido de golpe —dice Silvia, muy extrañada.
—¿No será que ha venido con otra y le has pillado? —pregunta Laura con tono intrigante.
—Creo que necesito aire, chicas… Creo que voy a vomitar. —Silvia se lleva la mano a la barriga. María la ayuda de inmediato y la acompaña fuera del Labrador.
Mientras tanto, Ana y Estela están en su mesa, comentando lo sucedido con Silvia.
—Oye… Acabo de ver a Sergio —dice Estela.
—¡Y yo a Silvia! —exclama Ana, sorprendida por la casualidad.
—¿Ah, sí? ¿Y cómo estaba? —Estela deja entrever su preocupación.
—No sé… Rara. Yo creo que, aunque haya venido, sigue un poco enfadada con nosotras por lo de Valeria.
Estela se molesta.
—¿Y qué quería que hiciéramos la noche de la lectura? ¿Pasar de saludarla?
—No, no estoy diciendo eso, Estela. Sólo digo que debemos comprenderla. Date cuenta de que hemos conocido a Valeria porque queríamos sonsacarle información para Silvia. ¿Cómo te sentirías tú si tus amigas se abrazaran con tu peor enemiga?
—Lo sé… —acepta Estela—. Entonces, ya me dirás tú qué podemos hacer.
—Creo que lo mejor será no hacer nada de momento. Por lo menos esta noche. Dejemos que todo fluya, ¿vale?
En el mismo instante, en el exterior del bar
El aire fresco de la calle calma un poco el malestar de Silvia. María la ha acompañado hasta la puerta, pero Silvia le ha pedido que la deje sola.
Sólo busca un sitio para estar tranquila. Lo encuentra en un banco situado una calle más arriba, en una pequeña glorieta con una fuente. Silvia conoce muy bien ese lugar, pues ha pasado muchas noches allí con las Princess cuando el ambiente del Labrador no las convencía.
Silvia empeora por momentos. Aunque no se da cuenta, camina haciendo eses; los chupitos han surtido efecto y el encuentro con Sergio también la ha afectado. Llega por fin y se acerca al banco. Los árboles vuelven difusa la luz de las farolas, y Silvia no repara en que allí hay sentada una persona. Su cara es un poema cuando una voz rugosa la saluda.
—Hola, mi amor.
En ese momento la chica hace un esfuerzo por centrar la mirada. Es Sergio, que se ha retirado al mismo lugar en el que había pensado ella. Cuando empezaron su relación pasaron muchos momentos preciosos en ese banco. De hecho, Sergio llegó a sacar una vez un rotulador negro y dibujó un corazón con sus nombres dentro en un rincón de la madera vieja.
La chica ya no puede más. Esto es lo último que le faltaba: irse para buscar un poco de paz y encontrarse frente a frente con una guerra emocional que parece no tener fin.
—Ven aquí, Silvia, por favor —suplica el chico, claramente afectado.
Silvia le contesta con un gesto tajante de negación, y empieza a llorar a moco tendido. Sergio se acerca lentamente. También está lloroso. Cuando se encuentra justo a un palmo acerca la mano para acariciarla, a escasos centímetros de su pelo. Silvia retrocede un paso. Se siente tan herida que su cuerpo reacciona por sí solo.
Sergio no se da por vencido. Echa de menos su presencia y su sonrisa. Sólo él sabe cuán ansioso está por besar esos labios perdidos. Muy poco a poco se va acercando a ella como si fuera un domador de tigres. La chica llora cada vez con más intensidad. Nunca había sentido nada parecido, y no puede dejar que el acercamiento sea tan fácil después de lo que ha pasado.
De repente el chico hace un gesto rápido sin perder la calma y le da un beso en los labios. Silvia se retira enfadada.
—No quiero, Sergio —le susurra, tajante.
Pero el chico ya ha probado la miel de sus labios y quiere más. Malinterpreta el «NO QUIERO» y lo confunde con un «SÍ, POR FAVOR». Sergio vuelve a intentarlo y Silvia le pone las manos en el pecho.
—No, por favor, Sergio, ¡no puedo! ¡Esto me duele!
—A mí también me duele. Acabemos con este dolor, por favor.
Sergio vuelve a acercarse, pero Silvia no puede aceptar una reconciliación tan sencilla. Por lo tanto, ningún beso o abrazo podrán arreglar nada.
Pero Sergio insiste.
—Silvia, por favor. ¡Te echo de menos! —le implora con suavidad, intentando abrazarla.
—Déjame. ¡Te odio! —Silvia rechaza una y otra vez su abrazo. Pero al final se rinde y el chico la besa, como si el domador hubiera calmado a la fiera.
Laura y María los están espiando en la otra punta de la calle. Cuando María ha vuelto al Labrador, las dos han decidido salir en su busca y la han seguido hasta la glorieta. Luego han visto que se encontraba con su ex y han preferido esperar, y ver qué pasaba, pero desde la lejanía han creído que Sergio la estaba presionando un poco. Eso no lo pueden tolerar, saben que Silvia no está bien de ánimos y es una presa fácil.
Así pues, deciden actuar y llegan justo en el momento en que Silvia cae en las redes de su ex en un beso largo y amargo.
—Oye, tú. ¡Deja a nuestra amiga! —ordena Laura.
Silvia vuelve la cabeza y se aparta de Sergio. María le coge la mano y la retira de su lado. La chica se deja hacer y Sergio se queda mudo al observar cómo unas chicas a quienes no conoce protegen a Silvia y la alejan de él.
—No te preocupes, mi niña. Ya ha pasado —comenta Laura mientras la coge por el hombro.
—Ha sido fallo mío. No debí haberla dejado sola —añade María.
—Me encuentro mal. Llevadme a casa, por favor.
Laura y María se miran. La noche de fiesta ha terminado para las tres.
Por otro lado, Sergio vuelve a sentarse en el banco y se fija en que alguien ha borrado el corazón que dibujó en su día. ¿Puede que sea una señal del destino?
Poco antes, en el Labrador
Ana y Estela buscan a Silvia con la mirada. Las dos Princess están preocupadas por todo lo sucedido. Ana se siente mal porque el programa de radio le ha quitado tiempo para estar con su amiga, y Estela está desesperada porque no ha sabido cuidar a su Princess como se merece. No sienten que vayan a perder a su amiga, pero tienen claro que quieren recuperar la amistad con ella. También deducen que si no hay rastro de Silvia ni de Sergio es porque se habrán encontrado y tal vez lo estén arreglando.
Entonces, de entre la multitud y como por arte de magia, aparece Valeria. Luce un vestido verde oliva que le realza la silueta, y una cadena de plata preciosa que termina en su ombligo.
Las chicas se levantan de la mesa. Al fin y al cabo es una grata sorpresa.
—No sabía que te gustara venir por aquí —comenta Estela.
—Estás guapísima —añade Ana.
—Gracias, chicas. He venido con una cita y no sé dónde se ha metido —responde Valeria, que busca a su chico con la mirada.
—Hay mucha gente. Seguro que aparecerá —trata de consolarla Estela.
—Bueno, ya hace unos veinte minutos que se ha ido a buscar unas copas y no ha vuelto. Yo creo que le doy miedo. —Ana y Estela se ríen—. Era nuestra primera cita, y él estaba muy nervioso.
—Algo le habrás dicho —dice Estela, sonriente.
—Nada en especial, te lo aseguro. Pero creo que en mis citas dejaré de hablar de la tienda. A los chicos o bien les gusta un montón o bien se retraen como caracoles. ¡Y este chico es un caracol!
—Te entiendo a la perfección. Yo estuve con un chico caracol. —Ana se refiere a su ex, que, aunque era mayor que ella, a veces no se enfrentaba a los problemas. Como la noche en que la dejó marchar. En el fondo de su corazón, Ana esperaba la típica escena en la que él correría hacia el aeropuerto en busca de su amada para suplicarle que no se fuera. Pero David no lo hizo. Era lento y cobarde. Un caracol. ¡Estaba claro!
—¿Y tiene nombre tu caracol? —le pregunta Estela a Valeria.
—Se llama Sergio —contesta, sin apartar la mirada de la puerta principal.
Las dos Princess enmudecen. La situación se les ha ido de las manos por completo. Ponen una excusa facilona y desaparecen antes de que Sergio las descubra hablando con Valeria.
Unas horas antes, en casa de Sergio y Manu
Los dos chicos están, como de costumbre, tirados en el sofá y jugando a la Play. En esos momentos es cuando se comunican de verdad. Manu no es un chico demasiado sensible, pero nota a su primo preocupado y bastante dolido con el «tema Silvia», como lo llama él.
—¿Has hablado con Silvia? —le pregunta Manu a bocajarro, sin dejar de mirar la pantalla.
—Sí, pero no le he dicho nada.
—¿Y por qué no? —inquiere Manu.
—Pues porque no sé qué decirle. La echo de menos, tío, pero la he cagado.
—Sí, pero cotilleó en tu Facebook, primo, y eso está muy feo. ¡Fatal!
—Lo sé. Pero estoy jodido.
—Pues de perdidos al río, Sergio. Ya que Silvia te acusa de engañarla con otra…, que al menos sea verdad. Yo quedaría con esa chica, la de Facebook.
—¡Estás loco, tío! ¡Con la que se ha liado!
—Eso es lo que tienes que hacer: liarte con ella y olvidarte de Silvia.
—Es que no me apetece liarme con otras chicas. No puedo quitarme a Silvia de la cabeza. ¡No puedo! —exclama. Tira el mando de la Play, con lo que da la partida por finalizada—. No, es al revés. ¿Sabes, Manu? Voy a decirle a Valeria que tengo novia. Le dejaré las cosas claras.