Rose, no eres un retrato ameno. De hecho, eres una chiquilla malcriada. Pero, debajo de eso, eres la más sorprendente, perturbadora y maravillosa chica… mujer que he conocido. No soy un idiota, sé cómo funciona el mundo. Tengo diez dólares en el bolsillo. Si saltas, yo salto. ¿Recuerdas? No puedo irme sin saber que estarás bien. Eso es todo lo que quiero.
Titanic, de JAMES CAMERON
Al día siguiente, en la Facultad de Derecho
Es viernes, son las siete y media de la mañana, y Silvia está muy inquieta por lo que sucedió la noche anterior en el teatro. Es de las primeras en entrar en el bar de la facultad. Se siente profundamente traicionada por las Princess. ¿Por qué se habrán hecho amigas de Valeria? ¿Y por qué no se lo habían dicho?
Pero la cuestión más importante es la siguiente: ¿qué actitud debe adoptar con respecto a ese asunto? Es la primera vez que corta con un gran amor, y se siente realmente destrozada. Pero cortar con tu amor y con tus amigas a la vez… ¡es terrible! Su ego está por los suelos, los remordimientos no la dejan dormir, y su vida está experimentando un cambio drástico hacia no sabe muy bien dónde. Es muy duro que te dejen, durísimo. Es como si echaras de menos una parte vital para ti. La parte que te insufla el aliento y las fuerzas para salir adelante. Se trata de eso indescriptible que te levanta de la cama con alegría y que te apoya en todo lo que haces. ¿Por qué no hay remedios contra el desamor? ¿Por qué no hay plantas medicinales que quiten ese mal sabor de boca?
En vez de tomarse un zumo de naranja, como suele hacer, hoy ha pedido un café con leche. Silvia no toma café, pero algo en su interior le dice que necesita algo fuerte o, por lo menos, algo diferente. Algo que le cambie el estado de ánimo.
Cuando sus labios rozan la taza, Silvia se estremece. ¡El café es horrible! Pero quizá fuera eso lo que necesitaba. El café sabe amargo como su estado de ánimo. Los dos sobrecitos de azúcar no bastan para aplacar la dureza del sabor. Sin pensarlo, echa dos sobrecitos más al café con leche. Ese acto tan simple hace sonreír a Silvia.
«Necesito algo de azúcar en mi vida».
Aún queda una media hora para su primera clase. Silvia saca su agenda y la mira. Está casi en blanco. La agenda de la universidad es muy diferente de la del insti, que estaba repleta de comentarios de sus amigas. Todas las semanas había algún cumpleaños que celebrar, porque su vida social era notablemente intensa. En cambio, ahora sólo aparecen apuntadas las fechas de entrega de los trabajos y la semana de los exámenes.
«¿Me estaré haciendo mayor? —piensa—. ¿Qué tipo de año me espera?»
De pronto se detiene en el apartado de las notas y Silvia se sorprende escribiendo otra vez:
¡Estoy fatal! Mi novio me ha dejado por razones que desconozco. Vivía con él, compartíamos una vida, y de pronto descubro que está coqueteando con una por Internet.
Sí. Entré en su perfil y lo vi todo. Cuando él lo descubrió se enfadó conmigo, y ya no estoy con él. Todo esto sucedió hace una semana, y no sé cómo lo voy a superar. Además, las Princess, mis Princess, se han hecho amigas de la tipa que estaba ligando con mi novio…
Ya no puedo confiar ni en el amor ni en la amistad. La única persona que me hace caso es el novio de Estela. Marcos. Él es el único que me ha dedicado algo de su tiempo, y probablemente sea el único amigo que me quede en este momento.
Jolín… Empezar la universidad está siendo más difícil de lo que pensaba…
De pronto, dos chicas se sientan a su mesa. Llevan una bandeja con dos cafés con leche y otros tantos cruasanes. Silvia levanta la cabeza. Le han cortado la inspiración sin querer, pero de todos modos finge que está concentrada.
—Hola, me llamo Laura —se presenta la chica de pelo castaño y nariz respingona mientras quita las tazas de la bandeja.
—¿Qué escribes? —pregunta la otra chica—. Perdona. Soy María.
Silvia es cordial con ellas. Sabe que son compañeras de clase porque coinciden en algunas asignaturas.
—Estaba escribiendo tonterías matutinas. Me llamo Silvia.
—Pues yo creo que no son tonterías —dice Laura, y le guiña un ojo.
—He leído en una revista que una mujer sólo escribe por la mañana si tiene mal de amores. Pero quizá seas la excepción —añade María con tono pícaro.
—Yo en tu lugar dejaría de leer esas revistas —contesta Silvia.
—Tiene razón —le dice Laura a María.
—Pues entonces, ¿qué estás escribiendo? —pregunta María.
Silvia cierra su agenda y baja los ojos, sin responder.
Poco después, en casa de Estela
Levantarte con una ilusión es maravilloso. Ha sido abrir los ojos y ver desde la cama el traje de Catwoman en la silla. «Cuando lo vea Marcos, seguro que le va a encantar», piensa. Además, la noche anterior estuvo haciendo los preparativos para su cumpleaños y tanteando la mejor opción para que su chico se sienta especial. A veces no es lo que regalas, sino cómo lo regalas. Primero pensó que lo mejor sería hacerlo por la noche. Una vez en su portal, le vendaría los ojos hasta llegar a su habitación, luego lo sentaría en la cama y, después de ponerse el disfraz, le quitaría la venda.
Estela se ruboriza sólo de pensarlo. Ayer se probó el traje, y se hizo una foto para enviársela por WhatsApp a las Princess. En cuanto esa palabra acude a su mente, Estela piensa en Silvia. Siente que la ha decepcionado, pero no sabe muy bien por qué.
«Sí, Valeria apareció por sorpresa en el estreno, pero yo no la invité —se dice a sí misma—. Y yo le he ofrecido mi casa y le he dado mi apoyo. No entiendo por qué no ha venido a dormir… Bueno, ya se le pasará».
Se quita a Silvia de la cabeza y vuelve a darle vueltas a Marcos y su cumpleaños. Todavía no tiene claro cómo le dará la sorpresa. Piensa en ponerse el disfraz y taparse con un abrigo… y presentarse en su casa la madrugada anterior.
Pase lo que pase o haga lo que haga, Estela siente un cosquilleo en el estómago como si fuera su primera noche con él.
Sobre las doce del mediodía, en El Mundo de los Sueños
Ha abierto a las diez de la mañana, como todos los días. Pero hoy todavía no ha entrado nadie. Estas cosas suelen pasar: o entra mucha gente de golpe y no da abasto, o la tienda parece un triste desierto de artículos extraños.
Así que hoy ha aprovechado para sacarles brillo a las estanterías y recolocar algunos artículos para que se vean mejor.
Valeria nunca se había imaginado que acabaría trabajando en una tienda tan especial, pero estudió en un taller del tarot y su profesora, al ver la habilidad de la chica para echar las cartas, le ofreció un puesto de dependienta en la tienda. Le encanta trabajar allí, ya que sus clientes son muy especiales, como los artículos que vende. De todos los artículos expuestos en la tienda, su favorito es un libro de un autor llamado Diego de Noche. Es un libro de tapas rosa con un dibujo abstracto en el que dos líneas, una lila y la otra verde, se entrelazan como si fueran serpientes. Valeria quedó atrapada por la historia de una chica berlinesa, dependienta también, que no le teme a nada. De algún modo, Valeria quería imitar la manera de vivir de la protagonista.
Dicen que los mejores vendedores son esos que creen en lo que venden, y Valeria cumple este requisito a la perfección.
—Buenos días —la saluda un cliente supermisterioso. Acude todos los meses y se limita a comprar un libro, pero no mira nada más. A Valeria le gustaría compartir con él su gusto por la lectura, pero el chico tan sólo saluda, se dirige a los libros, hojea unos cuantos y acaba eligiendo uno.
Valeria se fija en él, como hace con todos los clientes. El chico misterioso luce unas pequeñas gafas de montura dorada que esconden unos ojos de un verde intenso.
Por más que le observe, le es imposible hacer cualquier elucubración sobre este personaje tan peculiar. Eso le atrae, y mucho.
«De hoy no pasa: voy a decirle algo», piensa mientras espera a que el cliente se acerque a caja a pagar.
—Ha hecho usted una buena elección.
—Gracias. ¿Cuánto es?
—Diecinueve euros con noventa y nueve céntimos. Está en oferta. Antes costaba veinticinco.
—Lo sé —responde el hombre mientras rebusca en su billetera—. ¿Está en oferta porque no se vendía?
—No, no —sonríe Valeria—. Es para que se vendan más.
Ella le devuelve un céntimo de cambio y, al acercar la pequeña moneda a la mano del chico, se percata de que la palma está especialmente caliente. Se sorprende, ya que está muy acostumbrada a devolver el cambio, pero ese calor es diferente.
El chico se despide de ella moviendo la cabeza. Valeria le sigue con la mirada. Se pregunta, de manera cada vez más insistente, quién es ese hombre.
Por la tarde, en la Facultad de Derecho
Cuando un día empieza mal es muy probable que vaya a mejor. Silvia está en el césped de la cafetería con Laura y María. Han pasado el día juntas, y las clases han sido más livianas. Ahora descansan después del almuerzo. Las tres se han puesto de acuerdo para pasar la tarde en la biblioteca preparando los trabajos.
—Te ha cambiado la cara —comenta Laura.
—Cierto. Ahora estás mucho más guapa —añade María.
Silvia les sonríe. No quiere echar a perder el día con el fantasma de Sergio. Gracias a ellas se ha olvidado de él por unos momentos. Disfruta de la compañía y juega con los dedos en la hierba fresca. Hacía mucho tiempo que no sentía algo así.
—Cuernos. Yo creo que son cuernos. ¿No, María? —pregunta Laura.
—Yo también lo creo.
Silvia enmudece y cierra con fuerza los labios.
—¿Cómo lo habéis sabido?
Laura se ríe:
—Espero que no te sepa mal, pero esta mañana en la cafetería lo hemos visto en el acto, ¿verdad, María? Somos expertas en la materia. No te preocupes.
—Si no os importa, no quiero entrar en detalles —les ruega Silvia.
—Sólo una cosa. ¿Sigues en contacto con él? —pregunta María.
Silvia se encoge de hombros, y se pasa la siguiente media hora hablándoles de Sergio. Les cuenta que lo odia y que lo ama, que lo echa de menos pero al mismo tiempo no le quiere ni ver y, aunque lo llamaría todos los días, no lo puede hacer, porque está muy enfadada con él. Y que llevan una semana sin hablar y no tienen contacto alguno.
Sus nuevas amigas la escuchan con mucha atención y le hacen preguntas para saber todos los detalles de su relación. Silvia se deja hacer. Lo cierto es que lo agradece un montón. No parece que lo hagan por cotillear, y son las primeras chicas que siente que la escuchan de verdad.
El móvil empieza a vibrar de pronto a mitad de conversación. Cuando Silvia ve el nombre «Sergio Love» en la pantalla, abre los ojos como si hubiera sido un fantasma.
—A alguien le han pitado los oídos… —canturrea María.
Silvia se levanta con el teléfono aún sonando. Por contradictorio que parezca, tiene una necesidad horrible de hablar con él o, por lo menos, oír su voz.
—¿Sí? —pregunta Silvia, como si no supiera quién llama.
—Hola… —Sergio parece triste.
Los dos se quedan en silencio durante unos instantes que se hacen larguísimos. En realidad no saben qué decirse. Silvia aprovecha para caminar un rato por el césped de la uni. Tiene el estómago revuelto y no le sale ninguna palabra. Camina despacio y aprovecha para observar los árboles y el cielo nublado.
—¿No vas a decir nada? —pregunta el chico.
—Pues… no sé.
—Ya… —Sergio no está nada lúcido.
—¿Por qué me has llamado? —pregunta Silvia, pero él no responde—. Oye, te dejo, que estoy a punto de entrar en la biblioteca.
Silvia quiere cortar la conversación cuanto antes, al sentir que le están brotando lágrimas de pena.
—Vale. Sólo tenía ganas de escuchar tu voz —añade Sergio, y cuelga.
La chica mira el teléfono y edita el contacto mientras se dirige hacia sus amigas.
«Desde hoy, Sergio Love será sólo Sergio».
—¿Cómo ha ido? —pregunta Laura.
—Pues no ha sabido qué decirme —resopla Silvia llorosa.
—Esa es una manera de decir que te echan de menos —añade María.
Las tres chicas guardan silencio. De alguna manera, el comentario de María les ha hecho recordar que no puedes bromear en absoluto cuando te pasa algo así.
—Te propongo un remedio infalible contra el mal de amores —comenta Laura para romper el hielo.
—¿Cuál? —pregunta Silvia, expectante.
—¿Te apetece salir con nosotras mañana por la noche?
Silvia acepta la invitación. Se siente muy a gusto con las chicas. Y, como además nota que se ha distanciado de las Princess, sus nuevas amigas le van como anillo al dedo.
Sobre las ocho de la tarde, en El Mundo de los Sueños
Hoy no ha sido un mal día.
Valeria baja la persiana por dentro y, cuando se dispone a apagar el ordenador, ve que hay un mensaje de Sergio en el chat de Facebook.
Sergio: ¿Hola?
Valeria: Dime, guapo.
Sergio: Oye, que te quiero decir una cosa…
Valeria: Que tienes ganas de verme.
Durante unos segundos, Sergio no escribe nada. Valeria sigue escribiendo.
Valeria: ¿Hola?
Sergio: De verdad que es importante.
Valeria: Te propongo una cosa.
Sergio: Dime.
Valeria: Mañana quedamos y me lo cuentas. Así ambos salimos ganando: tú me dices lo que me tengas que decir, y yo te conozco por fin. Voy siempre a un sitio que no está mal.
Poco después, en el parque
Estela se funde en un gran abrazo con Marcos. Después lo achucha como si fuera un osito de peluche. El chico no entiende nada.
—¿Qué te pasa? ¿Estás bien?
—Sólo estoy contenta de verte con Atreyu en el parque, con tu guitarra… ¡como los viejos tiempos!
—Pues estoy harto de este parque. —Marcos está algo agobiado.
—Huy… ¿Qué te pasa?
—Creo que estoy un poco harto de todo, la verdad —dice Marcos, que parece como si se estuviera desinflando.
—¿Es por el cumple? Eres muy joven para que te depriman los años, ¿no? —opina Estela, incrédula.
—No es eso… —Marcos acompaña a Estela hasta el banco más próximo. Se sientan—. Es un poco de todo, ¿sabes? Por una parte está mi cumple. ¡En serio, me encanta cumplir años! Pero por otra está el hecho de que aún vivo con mi madre… y con su novio, y aunque no es mal tío, lo llevo fatal. Además, he dejado la escuela de música y parezco un vagabundo que va tocando por las esquinas.
Estela atiende a su chico. Cuando le contó lo de la escuela de música y su rebote con el profesor lo vio muy seguro de sí mismo. Pero ahora Marcos está un poco a la deriva, sin trabajo ni estudios. Intenta insuflarle ánimos.
—Yo en tu lugar volvería a la escuela. Es lo que hice con la peluquería, y funcionó.
—Ya… Pero eso sería rebajarse. —Marcos se queda pensativo—. Estela, te quiero decir algo. —La chica traga saliva—. He visto un pisito muy pequeño. Bueno, es una portería que alquilan justo debajo de de mi casa… y he pensado…
Estela no le deja continuar. Lo abraza efusivamente y grita:
—¡Sí, sí y sí! ¡Llévame contigo!
Marcos la mira, sorprendido.
—¿Y qué pasa con todo eso que me dijiste de tu madre?
La chica se baja de la nube.
—Tienes razón —responde, alicaída—. Ahora no puedo dejarla sola. Pero ¿podré ir siempre que quiera? —le susurra.
—¡Pues claro! ¿Qué pregunta es esa? —Esta vez es Marcos quien le da un abrazo. Mientras Estela se encuentra entre sus brazos, piensa en lo ilusionado que está con su nuevo piso. A su chica le va a encantar. Pero también piensa que ha metido la pata: era el momento ideal para decirle que quizá acabe compartiendo piso con Silvia, aunque todavía no lo sabe a ciencia cierta.
¿Por qué no ha tenido el valor de comentárselo?