Nací cuando ella me besó.
Morí cuando me abandonó.
Viví unas semanas mientras ella me amó.
En un lugar solitario, de NICHOLAS RAY
Una tarde de enero, en el comedor de casa de Sergio y Silvia
—¿Dónde está? —dice la Princess mientras busca algo entre los cojines del sofá.
—Estela, que te veo venir…
—¿Por qué? ¿No tienes dudas? —Silvia tarda unos segundos en responder agachando la cabeza con un movimiento casi imperceptible—. ¿Entonces…?
—Pero ¡no está bien! —contesta Silvia mientras le quita el cojín a Estela y lo coloca otra vez en su sitio.
Estela suspira y da un par de vueltas a la mesa. Se respira mucha tensión en el comedor de la nueva casa de Silvia. La Princess tiene un grave dilema y no sabe cómo solucionarlo. Es su primer año en la Facultad de Derecho, lleva unos seis meses viviendo con su novio y parece que la vida de pareja no es como ella se la había imaginado.
—Si no lo haces tú, lo haré yo —dice Estela, tajante.
—¡Shhh! —susurra Silvia—. ¡Nos va a oír! ¡Habla más bajito! —Se sienta en el suelo y se acurruca mientras se lleva los dedos a la sien—. ¡La cabeza está a punto de explotarme!
Su amiga se sienta a su lado y le acaricia el cabello en un acto de comprensión. Aunque las Princess son cuatro, Estela y Silvia siempre han estado muy unidas, sobre todo durante este último año. Ana y Bea se han marchado de viaje, y ella se ha pasado muchas horas ayudando a Silvia en su nueva aventura.
—Pero ¿tú quieres saber la verdad, sí o no? —insiste.
—¡Sí! —contesta Silvia, entre sollozos—. Pero si le cogemos el móvil a Sergio, se va a enterar. No se separa de él ni un solo segundo.
Estela ve indecisa a su amiga. Silvia siempre ha sido así. En situaciones críticas siempre se bloquea y le cuesta tomar decisiones. Su sentido de la responsabilidad y de la ética suele frenarla y no le deja tomar cartas en el asunto. Estela es muy distinta. Es de esa clase de chicas que cogen el toro por los cuernos sin importarles las consecuencias. Una es toda razón, y la otra, toda pasión.
—Recapitulemos. —Estela está dando vueltas como si fuera Sherlock Holmes—. Me has dicho que Sergio no te hace demasiado caso de un tiempo a esta parte. ¿Verdad o mentira?
—Es verdad. —Silvia deja hablar a su amiga.
—Bien. Hasta aquí, todo normal. Una cosa es salir con un chico y otra muy diferente irse a vivir con él. Puedo entender que todo cambie un poquito cuando te vas a vivir con la persona a quien amas. Por ejemplo, ya no tenéis que quedar en el parque para veros, y podéis comer juntos todos los días. Se acaba, por fin, eso de encerrarse en la habitación y besaros de manera apasionada pero en silencio por miedo a que te oigan tus padres: ¡tienes tu casa, y puedes hacer el amor donde, cuando y como te plazca! —Estela está cada vez más motivada y habla con más contundencia—. Pero…, porque siempre hay un maldito pero, se acabaron los e-mails románticos matutinos en los que la palabra «amor» se repite unas tres veces, o dices cosas como: «Te echo de menos» o «Te comería a besos», y firmas con un: «¡Te quiero! ¡Te amo! ¡Te deseo!». Los WhatsApps picantones le dan paso a: «¿Te pasas por el súper a comprar solomillo para cenar?». —Silvia se ríe—. Y entonces llega la otra cara de la moneda…, que es… —Estela hace una enorme pausa para demostrar la importancia de la frase que va a soltar a continuación—… ¡cuando el tío se convierte en un cabrón!
Silvia no puede evitar que le salten las lágrimas:
—No, Estela, mi Sergio no es ningún cabrón.
—¡No lo sabremos si no le robamos el móvil! —contesta su amiga, tajante.
—Ya…, ¡pero es que estoy tan enamorada…! —La Princess intenta reafirmar sus sentimientos—. Si descubriera algo que no me gustara, creo que no podría soportarlo.
Unos meses antes, en casa de Sergio
—Cuando me dijiste que sí, no me podía imaginar que la cosa iría tan rápido —dice Sergio mientras deja un par de cajas en el suelo.
—Si te molesta me voy, ¿eh? —contesta Silvia en tono divertido. Sabe que el comentario de su chico no va con mala fe.
—¿Y volver a bajar todas esas cajas? Ni hablar —afirma rotundo mientras cierra con llave la puerta de la casa.
La pareja empieza su primer día de convivencia en pleno verano. Ninguno de los dos pudo esperar a que Silvia cumpliera los dieciocho años y, en cuanto la Princess «dijo que sí» y les pidió permiso a sus padres, empezaron la mudanza. Sergio estaba convencido de que se trataría de una maleta con ropa y poca cosa más. Pero no. Silvia se llevó prácticamente toda su habitación. Tal vez una persona más madura habría empezado con lo justo y necesario y, después de comprobar que todo iba bien, habría seguido con más. Pero Silvia estaba tan convencida y tan enamorada que, para ella, no confiar a ciegas en su relación equivalía a traicionar a su corazón.
Como suele decir Ana en su blog: «No hay que tener miedo al amor, hay que confiar». Y confiar, para Silvia, significa llevarse la casa entera si hace falta.
—Amor, no sabes lo importante que es esto para mí —dice la Princess mientras agarra a su chico por la cintura y mira a su alrededor como si la casa fuera un museo de arte—. Es un sueño. —Suspira.
—No es un sueño, princesa: es la realidad —contesta él mientras le devuelve el abrazo a su chica y le da un cariñoso beso en la cabeza.
Silvia es muy feliz, pero también se siente un poco extraña. Este año empezará a estudiar derecho y no tendrá ningún ingreso económico, aparte de una pequeña mensualidad que le dan sus padres para ayudarla. Se siente una mantenida, y esto no le gusta demasiado, pero también es consciente de que su familia quiere lo mejor para ella. Lo que quiere es ser independiente, en vez de una niña pija a quien sus padres y su novio se lo pagan todo. De momento ha pactado con Sergio que él seguirá pagando todo el alquiler y que tendrán que aguantar al primo Manu hasta que Silvia pueda pagar su parte. Y por lo que respecta a sus padres, estarán encantados de pagarle los estudios si saca buenas notas.
Manu podría ser un problema, pero la habitación de la pareja es enorme y Silvia está convencida de que se pasarán el día entero encerrados allí, disfrutando de su amor. Nada más lejos de la realidad.
Seis meses más tarde, en el comedor de Sergio
—No quiero que me malinterpretes, pero ahora no estamos aquí para saber si amas o no a Sergio. ¡Es evidente que lo quieres! —Estela hace una breve pausa—. Quiero que me respondas una pregunta, y te lo digo muy en serio. Sospechas de él, ¿no?
Silvia se queda pensativa.
—Sí.
—¿Y quieres saber la verdad?
Esta vez Silvia no tarda en responder.
—Sí.
—Pues entonces tienes dos opciones. La primera es pillarle el móvil y empezar a cotillearlo todo. La segunda es preguntárselo directamente.
—¡Ya lo he hecho! —contesta Silvia, gritando bajito para que los chicos no la oigan.
—¿Quéee? ¿Cómo no me lo habías dicho antes? ¿Y qué te dijo? ¿Qué te dijo? —pregunta Estela, histérica.
—Pues… ¡que no! Que estoy como una regadera, y que le da pena que desconfíe de él. Y yo quiero creerle, Estela, quiero hacerlo. Siempre he pensado que la sinceridad y la confianza son la base de una buena relación. Y si le pillo el móvil y no hay nada, me sentiré muy culpable. Quiero creerle. Me juró que yo era la única.
—¿Qué creías que te iba a decir? ¿Que sí? ¿Que ha estado viéndose con otra que le llena más que tú? No me hagas reír, princesa. Está claro que sólo nos queda la primera opción. Si no lo haces tú, lo haré yo. Por última vez, ¿dónde está su móvil?
Estela está decidida y se marcha del comedor. Silvia la sigue hasta el pasillo.
—¡Está bien, está bien! ¡Lo haré!
—¿Dónde está su móvil? —insiste Estela.
—Pues lo tendrá en su despacho —contesta Silvia, nerviosa—. Lleva dos horas encerrado con Manu.
—Vale. El plan es el siguiente. Esperaremos a que Sergio salga. Cuando hayamos localizado su móvil, lo distraigo y se lo cojo. Déjame a mí: estas cosas se me dan muy bien. Entonces tú coges el teléfono y averiguas lo que tengas que averiguar, ¿de acuerdo?
Silvia no contesta. Sigue nerviosa y paralizada. Entonces se oyen unas risas y un portazo.
—¡Ya han salido! —exclama Silvia, agarrando del brazo con fuerza a su amiga.
—¡Eh, que me has hecho daño en el brazo! —se queja Estela, que intenta aparentar serenidad.
Unos meses antes, en casa de Sergio
A Silvia le bastan un par de semanas de convivencia para darse cuenta de que no es oro todo lo que reluce. Sabía que no iba a ser fácil vivir con dos chicos, pero nunca pensó que pudieran llegar a ser tan desordenados. Todavía es capaz de controlar su habitación, pero el resto de la casa… ¡Puf! Se la llevan los demonios cada vez que ve unos calzoncillos tirados en el suelo del lavabo, o los platos sin fregar. Sabe que Sergio no es nada machista y que tiene mucho trabajo, pero no le parece nada bien que ella, que es la única mujer de la casa, tenga que hacer todas las tareas domésticas.
Por este motivo se ha puesto manos a la obra y ha confeccionado una bonita hoja de Excel en la que detalla todas las tareas que se van a repartir.
—Perdona, pero estás de guasa, ¿no? —pregunta Manu en tono irónico mientras Silvia intenta explicar sus planes de limpieza.
—Manu, no seas maleducado —le reprocha Sergio. Aunque le da mucha pereza ponerse a limpiar, sabe que Silvia tiene parte de razón.
—¡No! —le grita su primo mientras mira la hoja de papel impresa a siete colores—. Es que no lo entiendo. Tú y yo siempre nos las hemos arreglado bien, ¿no? Nadie ha venido nunca a decirnos cuándo y cómo tenemos que limpiar. La verdad es que me parece exagerado.
—Pues no me parece justo que siempre acabe limpiándolo yo todo —contesta Silvia elevando un pelín la voz.
—Es que a nosotros no nos molesta el desorden, chica. Es a ti a quien no le gusta vivir así, ¿no?
—Bueno…, sí. Yo…
—Pues está claro. Si no puedes vivir con dos platos sucios, pues los lavas. Y si no, pues los dejas donde están.
—Tío, te estás pasando, ¿vale? —le corta Sergio, que no puede evitar la mala cara de su primo.
—Joder, es que me cabrea que de repente venga esta tía a decirnos cómo tenemos que organizarnos.
—Esta tía es mi novia, ¿vale? Un poco de respeto. Se ha currado esta hoja de Excel, y sólo nos está pidiendo que no seamos tan cerdos. ¡No me parece tan mal!
Silvia está a punto de echarse a llorar. No le gusta que Sergio y Manu se peleen por su culpa.
—Lo siento, no quería crear ningún conflicto. Sólo quería ayudar y poner un poco de mi parte.
—Lo sé, y te pido disculpas por Manu —se excusa Sergio—. Es normal que se sienta extraño con tu presencia. Dale tiempo, ya se acostumbrará. ¿Verdad, Manu?
Este no dice nada y se acomoda en el sofá. Silvia, que se está temiendo que no va a hacer prevalecer su criterio, le pregunta a su chico, bajito:
—Y mientras tanto, ¿cómo lo hacemos?
—¿Y si empezamos por limpiar la cocina juntos? —Sergio eleva el tono de voz para que su primo lo oiga.
—Me parece bien —contesta Silvia, y le sonríe.
Entonces Manu suspira fuerte, se levanta del sofá y grita:
—¡Vale! ¡Yo me encargo de la comida! Pero que no sirva de precedente, ¿eh? Y eso de hacer los lavabos, ni de coña. Avisados estáis.
Los tres chicos se meten en la cocina y Silvia se siente un poco más aliviada. A lo mejor no llega a convencerlos de que sigan su Excel a rajatabla, pero de momento ya ha conseguido que uno friegue los platos y el otro haga la comida. Sólo espera no tener que montar muchos numeritos como este para conseguirlo.
Seis meses más tarde, en el centro de la ciudad
Radio Bimba no tiene mucha audiencia, pero es un medio de comunicación prestigioso. Por este motivo han fichado a Víctor Sueiro de cara a la nueva temporada. Víctor es una joven estrella de la televisión, pero es algo más que una cara bonita. Es un periodista de raza, con una enorme capacidad de trabajo y un gran atractivo. Harto del mundo de la tele y un poco cansado de que lo valoraran sólo por su físico, presentó a la dirección de la radio un proyecto titulado «Llévame contigo». Es el típico programa de madrugada, con llamadas de los oyentes y un aire un tanto misterioso. Eso sí, con poco presupuesto. Sólo cuenta con la ayuda de una productora de la radio, Lidia, un técnico de sonido, Mario, y otra colaboradora a quien él mismo ha seleccionado para que escriba algunos guiones y le acompañe de vez en cuando en antena. El año pasado, esa franja horaria estaba ocupada por sintonías musicales y espacios publicitarios, pero cuando recibieron la propuesta de Víctor, los directivos pensaron que era una buena idea empezar el nuevo año con algo diferente.
Hoy es el primer día, y aunque lo normal sería que todo el mundo estuviera nervioso, en la redacción se respira mucha tranquilidad. Es un espacio pequeño, con sólo cuatro mesas. Víctor ocupa la más cercana a la ventana, frente a la cual tiene a Lidia, enganchada al teléfono.
—¡Confirmada! —exclama la chica mientras cuelga—. La niña está de camino.
—No la llames niña —le dice Víctor con tono cariñoso.
—¡Es que lo es! —contesta seria sin dejar de apuntar cosas en su libretita de productora.
—La «niña» tiene más seguidores en Twitter que los que tú puedas soñar, y su blog… Su blog es, sencillamente, maravilloso. Ella nos traerá otro tipo de oyentes, ya lo verás. Y también le aportará un toque de frescura al programa.
—Ni siquiera sabes cómo suena su voz. ¿Y si resulta que tiene voz de pito? ¿Y si es tonta de remate? ¿Y si no sabe escribir entrevistas? Piensa que esta no ha currado en su vida.
—La entrevisté por Skype. Tiene una voz preciosa y mucha ilusión. Y eso es más de lo que se puede decir de mucha gente que trabaja aquí desde hace años.
—No lo dirás por mí, ¿verdad? Porque yo llevo dos —dice la chica, que se considera una gran profesional, y si hay algo que odie es que duden de ella y de su calidad como productora.
Víctor sonríe, se levanta de la mesa y se dirige hacia la impresora. Saca una hoja y se la entrega a Lidia. Se coloca detrás de ella y le dice al oído:
—Lee esto antes de criticar.
A Lidia se le hace un nudo en el estómago. Se siente incómoda al tenerle tan cerca. Es muy guapo y huele muy bien. No está acostumbrada a este tipo de jefes, tan amables y tan cercanos. Su último jefe era un tipo bajito y regordete, que aparecía cinco minutos antes del programa y, a veces, con las zapatillas de casa puestas. Víctor es todo lo contrario. Es elegante, trabajador y un pelín misterioso. No es muy hablador, sólo lo justo, y eso le encanta a Lidia. Por todo eso, la presencia de una «rival» con talento no le hace ninguna gracia.
—¿Y esto qué es? —pregunta la productora mirando el papel.
—La escaleta del programa de hoy —contesta Víctor, sentándose—. Es muy simple, lo sé, pero es el primer día y no quiero arriesgar. Quiero que todo fluya como tenga que fluir.
ESCALETA PGM 01
LLÉVAME CONTIGO
• Entrada: Víctor da la bienvenida a los oyentes
• Tema del día: LA PRIMERA VEZ
• Cortes de películas
• Llamadas de los oyentes
• Testimonio fuerte e impactante
• El post final
—¿Eso es todo? —pregunta la chica, sorprendida de tanta sencillez.
—¿Te parece poco? Pues tienes dos horas para montar los cortes con el técnico de sonido, encontrar a un testimonio fuerte e impactante y pensar en una pregunta para los oyentes.
—¡Un momento! ¿Eso no tendría que hacerlo la nueva?
—Lidia, es el primer día. Y la nueva llegará un pelín tarde. Hoy sólo quiero que preste atención y aprenda. Piensa una pregunta, venga.
—Perdona, pero no acabo de entender. ¿La primera vez de qué?
—Bueno, ya lo verás cuando saques los cortes de las pelis. La primera vez que te enamoraste, la primera vez que trabajaste, la primera vez que besaste a alguien o la primera vez que comiste sushi. Lo que quieran los oyentes. Te echaré un cable porque es el primer día. Apunta la pregunta:
¿Qué primera vez te gustaría repetir?
—De acuerdo. Entendido. Voy a ver a Mario.
Lidia se levanta, coge los mil DVD que Víctor le ha preparado con otros tantos post-it en los que se indica el corte que hay que sacar en cada peli, y le dice, muy seria:
—Si no te importa, el próximo día sacaremos los cortes del YouTube. Esto del DVD es del siglo pasado —aclara mientras hace equilibrios para que no le caigan todos al suelo.
—¿Ves como necesito a gente «joven» a mi alrededor? —le responde, y suelta una divertida carcajada—. Venga, en marcha, que el tiempo se nos echa encima. Llámame cuando tengas los cortes editados, y vendré a repasarlos.
Víctor se queda solo en la redacción, respira hondo y mira a su alrededor. La radio es distinta a la tele. Hay poca gente, impera el silencio, y la noche tiene un encanto maravilloso. En los pasillos no se oye absolutamente nada, tan sólo los tacones de Lidia, que se dirige al estudio 2.
«Hoy puede ser un gran día, sí señor —se dice a sí mismo—. Todo irá bien».