8 de agosto de 1997

Esta noche, me llevo al policía a la cama. Paso toda la noche con él, hacemos el amor varias veces, en su pequeña habitación sin muebles, pero provista con una preciosa alfombra sobre la que Toni deja sus pesas de musculación. De vez en cuando, cierra los ojos para no ser testigo de su propio pecado, y se tapa hasta las orejas. Sobre las cinco de la mañana, me despierta el agua del grifo del cuarto de baño. Me doy la vuelta en la cama y, al encontrarme sola, levanto la cabeza y distingo una luz debajo de la puerta y la sombra de Toni encerrado dentro. No me muevo. Sale, intentando no hacer ruido, y cuando se vuelve a acostar a mi lado llega hasta mi nariz el olor del esperma que se ha derramado encima de las sábanas. Ese olor insistente que yo he probado con la puntita de mi lengua. Ese mismo olor que se ha puesto a quemar mi esófago. Invadida por una especie de vergüenza repentina que no sé disimular, retengo mi respiración y me pongo a bucear entre las sábanas, hasta despertarme por la mañana al final de la cama, enrollada como un salchichón.