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Buenas tardes, señora Coulter, es un placer conocerla a usted y a su marido, y esta debe de ser su hija, Diane, si no recuerdo mal. —El señor y la señora Coulter estaban impresionados porque nunca habían tenido ocasión de conocer al senador; no solo su hijo había marcado el touchdown de la victoria contra Hotchkiss, sino que además eran notorios republicanos—. Escucha, Diane —continuó el senador—, hay alguien que quiero presentarte. —La mirada de Harry Gates recorrió el salón en busca de Fletcher, que un momento antes había estado a su lado—. Qué curioso, pero no debes marcharte sin conocerlo. De lo contrario, no podré mantener mi parte del pacto —añadió sin dar más explicaciones.

»¿Dónde se ha metido Fletcher? —le preguntó Harry Gates a su hijo después de que los Coulter fueran a reunirse con los demás invitados.

—Si consigues ver a Annie, encontrarás a Fletcher que le pisa los talones. No se ha separado de ella desde que llegó a Hartford. La verdad es que estoy pensando en comprar una correa y llamarlo Fletch.

—¿Es cierto eso? Espero que no crea que eso le libera de nuestro pacto.

—Puedes estar tranquilo —le informó Jimmy—. Esta mañana estudiamos Romeo y Julieta durante dos horas y adivina en quién se ve reflejado.

El senador sonrió.

—¿En qué personaje te ves reflejado tú?

—Creo que soy Mercucio.

—No —le corrigió el padre—, solo podrías ser Mercucio si comienza a perseguir a Diane.

—No lo entiendo.

—Pregúntale a Fletcher. Él te lo explicará.

Tricia abrió la puerta. Iba vestida con un conjunto de tenis.

—¿Está Diane en casa? —le preguntó Nat.

—No, ha ido con mis padres a una recepción en el Capitolio. Estará aquí dentro de una hora. Soy Tricia, tú y yo hablamos por teléfono. Iba a tomar una Coca-Cola. ¿Quieres una?

—¿Tu hermano está en casa?

—No, hoy tiene entrenamiento.

—Sí, gracias.

Tricia llevó a Nat hasta la cocina y le señaló un taburete al otro lado de la mesa. Nat se sentó y no dijo nada mientras Tricia abría la puerta de la nevera. Cuando se agachó para coger las dos botellas, se le levantó la minúscula falda. Nat miró embelesado las bragas blancas.

—¿A qué hora esperas que vuelvan tus padres? —le preguntó mientras ella le echaba unos cubitos de hielo en el vaso.

—No lo sé, así que por el momento, te toca aguantarme.

Nat bebió un trago, sin saber qué decir, porque creía que él y Diane habían quedado para ir a ver Matar a un ruiseñor.

—No sé qué ves en ella —le confesó Jimmy.

—Tiene todo lo que a ti te falta —replicó Fletcher, con una sonrisa—. Es brillante, inteligente, divertida y…

—¿Estás seguro de que hablamos de mi hermana?

—Sí, no en vano eres tú quien tiene que llevar gafas.

—Por cierto, Diane Coulter acaba de llegar con sus padres. Papá quiere saber si todavía deseas conocerla.

—No tengo un interés especial. Ha bajado de la A a la Z, así que ahora es la chica ideal para ti.

—No, gracias. No necesito que me des tus sobras. A propósito, le hablé a papá de Romeo y Julieta; le comenté que me veía en el personaje de Mercucio.

—Solo si comienzo a salir con la hermana de Dan Coulter, pero ya no estoy interesado en la hija de dicha casa.

—Sigo sin comprenderlo.

—Te lo explicaré mañana por la mañana —le dijo Fletcher, cuando la hermana de Jimmy reapareció con dos botellas de Coca-Cola. Annie frunció el entrecejo al ver a su hermano y él se marchó inmediatamente.

Los dos permanecieron en silencio hasta que Annie preguntó:

—¿Quieres que te enseñe la sala del Senado?

—Sí, me parece fenomenal —respondió Fletcher.

Ella se volvió para caminar hacia la puerta, con Fletcher un paso atrás.

—¿Tú ves lo mismo que yo? —le dijo Harry Gates a su esposa mientras Fletcher y su hija abandonaban el salón.

—Por supuesto que sí —contestó Martha Gates—, pero no me preocuparía demasiado, porque dudo mucho que cualquiera de ellos sea capaz de seducir al otro.

—A mí no me impidió intentarlo a su edad, como estoy seguro que recordarás.

—Muy típico de los políticos. Es otra historia que has embellecido con el paso de los años. Porque si no recuerdo mal, fui yo quien te sedujo.

Nat bebía tranquilamente su Coca-Cola cuando sintió el contacto de una mano en el muslo. Se sonrojó, aunque no hizo nada por apartarla. Tricia le sonrió desde el otro lado de la mesa.

—Puedes poner tu mano sobre mi pierna si quieres.

Nat pensó que si no lo hacía ella podía interpretarlo como una descortesía, así que metió una mano debajo de la mesa y la apoyó en el muslo de la muchacha.

—Muy bien —dijo Tricia; bebió un trago—, es más amistoso. —Nat no hizo ningún comentario mientras la mano de la chica se movía más arriba por la pernera—. Tú sígueme —añadió ella.

Así que Nat también movió la mano pero se detuvo al llegar al borde de la falda. Tricia no se detuvo hasta llegar a la entrepierna.

—Tendrás que subir un poco más si quieres alcanzarme —afirmó Tricia y le desabrochó el botón de la cintura—. Por debajo de la falda, no por encima —añadió, sin el menor rubor.

Nat deslizó la mano por debajo de la falda y ella continuó desabrochándole los botones de la bragueta. Titubeó una vez más cuando llegó a las bragas. No recordaba que la revista Teen explicara cosa alguna sobre lo que debía hacer a continuación.

—Esta es la sala del Senado —le dijo Annie mientras miraban desde la galería el semicírculo de escaños azules.

—Es muy impresionante —opinó Fletcher.

—Papá dice que acabarás aquí algún día, o quizá incluso llegues más alto. —Fletcher no le contestó, porque no tenía idea de las pruebas que debía aprobar para convertirse en un político—. Le escuché decirle a mi madre que nunca había conocido a un chico más brillante.

—Bueno, ya sabes lo que dicen de los políticos —replicó Fletcher.

—Sí, lo sé, pero siempre sé cuándo papá no lo dice de verdad porque sonríe al mismo tiempo; esta vez no sonrió.

—¿Dónde se sienta tu padre? —le preguntó Fletcher, en un intento por cambiar de tema.

—Como jefe de la mayoría se sienta en el tercer escaño por la izquierda en la primera fila. —Annie le señaló el asiento—. No te diré mucho más porque sé que él quiere enseñarte todo el Capitolio. —Le tocó la mano.

—Lo siento —se disculpó Fletcher, que apartó rápidamente la mano, convencido de que había sido un accidente.

—No seas tonto —dijo Annie. Le cogió la mano y esta vez no la soltó.

—¿No crees que deberíamos volver a la fiesta? —preguntó Fletcher—. De lo contrario comenzarán a preguntarse dónde nos hemos metido.

—Supongo que sí —asintió Annie, pero no se movió—. Fletcher, ¿alguna vez has besado a una chica? —le preguntó en voz baja.

—No, nunca —confesó él, ruborizado hasta las cejas.

—¿Quieres hacerlo?

—Sí, me gustaría.

—¿Quieres besarme?

Fletcher asintió. Vio cómo Annie cerraba los ojos y le ofrecía los labios. Él comprobó que todas las puertas estuviesen cerradas, antes de inclinarse y besarla suavemente en la boca. Cuando él se apartó, Annie abrió los ojos.

—¿Sabes qué es el beso francés? —preguntó.

—No, no lo sé —contestó Fletcher.

—Yo tampoco —reconoció Annie—. Si lo averiguas, ¿me lo dirás?

—Sí, lo haré.