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Alguien está comprando nuestras acciones —dijo Nat.

—Espero que así sea —replicó Tom—. Después de todo, cotizamos en Bolsa.

—No, presidente, me refiero a que alguien las está comprando agresivamente.

—¿Con qué propósito? —preguntó Julia.

Nat dejó la estilográfica sobre la mesa antes de responder.

—Supongo que la intención es apropiarse de nosotros.

Varios de los miembros de la junta comenzaron a hablar al mismo tiempo, hasta que Tom se ocupó de poner orden.

—Escuchemos a Nat.

—Desde hace unos años, nuestra política ha sido comprar las pequeñas entidades bancarias que tenían dificultades e incorporarlas a nuestra cartera; en general, ha resultado ser una política provechosa. Como todos sabéis, mi estrategia a largo plazo es convertir a Russell en la entidad bancaria más importante del estado. Sin embargo, no tuve en cuenta que nuestro éxito nos convertiría, a su vez, en una presa apetecible para una entidad más grande.

—¿Estás seguro de que alguien está intentando ahora hacerse con el banco?

—Estoy casi seguro, Julia, y tú eres en parte la responsable. La fase más reciente del proyecto de Cedar Wood ha tenido un éxito que solo se puede calificar de fantástico porque ha conseguido prácticamente doblar los beneficios en el ejercicio del año pasado.

—Si Nat tiene razón —intervino Tom—, y sospecho que la tiene, solo hay una pregunta que requiere una respuesta inmediata. ¿Queremos que nos absorban o presentaremos pelea?

—Solo puedo hablar por mí mismo, presidente —respondió Nat—, pero aún no he cumplido los cuarenta y desde luego no entra en mis planes jubilarme antes de tiempo. Opino que no nos queda más alternativa que pelear.

—Estoy de acuerdo —afirmó Julia—. Ya me han absorbido una vez, no pienso dejar que ocurra una segunda vez. En cualquier caso, nuestros accionistas no esperan que nos entreguemos sin más.

—Por no mencionar a uno o dos de los anteriores presidentes —dijo Tom, que miró los retratos de su padre, su abuelo y su bisabuelo, que le observaban desde las paredes de la sala—. No creo que sea necesario someter el tema a votación —añadió—. Por tanto, Nat, explícanos cuáles son las alternativas.

El director ejecutivo abrió una de las tres carpetas que tenía delante.

—En estas circunstancias, la ley no puede ser más clara. Una vez que una compañía o individuo posee el seis por ciento de la empresa asediada, debe declararlo a la Comisión de Vigilancia y Control del Mercado de Valores en Washington, así como comunicar en un plazo de veintiocho días si tiene la intención de presentar una oferta pública de adquisición por el resto de las acciones. Si es así, han de informar del precio que están dispuestos a ofrecer.

—Si alguien está intentando hacerse con el banco —comentó Tom—, no esperará el plazo legal. Cuando consigan el seis por ciento, harán la oferta pública de adquisición el mismo día.

—Estoy de acuerdo, señor presidente —asintió Nat—, pero hasta entonces, no hay nada que nos impida comprar nuestras propias acciones, aunque en este momento estén en la banda alta de la cotización.

—Si lo hacemos, ¿no corremos el riesgo de alertar al enemigo de que conocemos sus intenciones? —preguntó Julia.

—Es posible; por consiguiente, debemos avisar a nuestros agentes de que compren con discreción. De esa manera no tardaremos mucho en averiguar si hay un gran comprador en el mercado.

—¿Cuántas acciones reunimos entre todos nosotros? —preguntó Julia.

—Tom y yo tenemos un diez por ciento cada uno —respondió Nat—; tú tienes en la actualidad… —consultó las cifras en la segunda carpeta— un poco más del tres por ciento.

—¿Cuánto dinero tengo depositado en mi cuenta?

Nat pasó a la página siguiente.

—Algo más de ocho millones de dólares, sin contar las acciones de Trump, que has ido liquidando cada vez que hubo demanda en el mercado.

—Entonces, ¿por qué no me encargo yo de comprar las acciones? A los tiburones no les resultaría fácil rastrear al comprador.

—Sobre todo si solo operas a través de Joe Stein en Nueva York —señaló Tom— y después le pides que nos informe si sus agentes consiguen identificar a algún individuo o empresa que esté comprando agresivamente.

Julia comenzó a tomar notas.

—El siguiente paso es contratar al mejor abogado en cuestiones de compras y fusiones de empresas —dijo Nat—. Hablé con Jimmy Gates, que nos ha representado en todas nuestras anteriores operaciones de compra, pero dijo que esto está por encima de sus capacidades. Me recomendó a un tipo de Nueva York —buscó en la tercera carpeta—, Logan Fitzgerald, un especialista en el tema de las ofertas públicas de adquisición. Creo que viajaré a Nueva York antes del fin de semana y averiguaré si está dispuesto a representarnos.

—Muy bien —aprobó Tom—. ¿Hay algo más que debamos hacer mientras tanto?

—Sí, mantén los ojos y los oídos bien abiertos, presidente. Necesito saber lo más rápido posible a quién nos enfrentamos.

—Lamento mucho saberlo —dijo Fletcher.

—No es culpa de nadie —replicó Jimmy—. No voy a negarte que las cosas ya no nos iban muy bien en los últimos tiempos, así que cuando la UCLA le ofreció a Joanna dirigir el departamento de historia, la situación llegó a su punto crítico.

—¿Cómo se lo han tomado los chicos?

—Elizabeth está bien, y ahora que Harry Júnior está en Hotchkiss, ambos parecen haber madurado lo suficiente para aceptarlo. Creo que a Harry le atrae la idea de pasar las vacaciones de verano en California.

—Lo siento —repitió Fletcher.

—Me temo que en estos tiempos es lo más habitual, ya lo sabes —comentó Jimmy—. No tardará mucho en llegar el momento en que Annie y tú formaréis parte de una minoría. El director me dijo que alrededor del treinta por ciento de los alumnos de Hotchkiss son hijos de padres divorciados. Cuando nosotros estábamos allí, no recuerdo que hubiese más de uno o dos de nuestros compañeros con los padres divorciados. —Se calló unos instantes—. La parte buena es que, si los chicos están en California durante el verano, podré dedicar más tiempo a tu campaña para la reelección.

—Preferiría que Joanna y tú siguierais juntos —manifestó Fletcher.

—¿Alguna idea de quién será tu oponente? —preguntó Jimmy, que evidentemente deseaba cambiar de tema.

—No —contestó Fletcher—. Me han dicho que Barbara Hunter está desesperada por volver a presentarse, pero los republicanos no la quieren de candidata si pueden encontrar a otra persona con mejores perspectivas.

—Corría el rumor —comentó Jimmy— de que Ralph Elliot estaba considerando la posibilidad de presentarse, pero francamente después de tu triunfo con Billy Bates, creo que ni siquiera el arcángel Gabriel podría desbancarte.

—Billy Bates no fue un triunfo, Jimmy. La muerte de aquel hombre es algo que todavía me atormenta. Podría seguir vivo si me hubiese mostrado más firme con el jefe Culver.

—Ya sé que es así como lo ves, Fletcher, pero la gente opina de otra manera. Tu reelección lo demostró. Lo único que recuerdan es que arriesgaste tu vida para salvar a treinta y un niños y a su maestra favorita. Papá dice que si te hubieses presentado para presidente esa misma semana ahora mismo estarías viviendo en la Casa Blanca.

—¿Qué tal está el viejo buitre? —preguntó Fletcher—. Me siento un poco culpable porque últimamente no he tenido tiempo para ir a visitarlo.

—Está bien, le gusta creer que sigue controlándolo todo y a todos, aunque solo esté planeando tu carrera.

—¿Para qué año tiene dispuesto que me presente para presidente? —replicó Fletcher con una sonrisa.

—Todo depende de que primero quieras presentarte para gobernador. Para cuando tú hayas cumplido tu cuarta legislatura como senador, Jim Lewsam estará acabando su segundo mandato.

—Quizá no quiera presentarme para gobernador.

—Quizá el Papa no es católico.

—Buenos días —saludó Logan Fitzgerald y miró a los presentes en la sala de juntas—. Antes de que me lo pregunten —añadió—, la respuesta es Fairchild’s.

—¡Por supuesto! —exclamó Nat—. Maldita sea, tendría que haberlo descubierto yo solo. Si lo piensas, te das cuenta de que son los compradores obvios. Fairchild’s es el banco más grande del estado: cuenta con setenta y una sucursales y prácticamente no tiene rivales.

—Es evidente que alguien de su junta nos considera un competidor que hay que tener en cuenta —opinó Tom.

—Por tanto, han decidido apartarlos del juego antes de que ustedes pretendan hacer lo mismo con ellos.

—No les culpo —dijo Nat—. Es exactamente lo que haría si estuviese en su lugar.

—También les puedo decir que la idea original no surgió de un miembro de la junta —continuó Logan—. La notificación oficial a la Comisión de Vigilancia y Control del Mercado de Valores fue firmada en su nombre por Belman, Wayland y Elliot, y no hay premio para quien diga cuál de los tres socios estampó su firma en el documento.

—Eso significa que tenemos por delante una batalla muy dura —declaró Tom.

—Efectivamente —confirmó Logan—. Por tanto, lo primero que debemos hacer es empezar a contar. —Miró a Julia—. ¿Cuántas acciones ha comprado en los últimos días?

—Menos del uno por ciento —contestó Julia—, porque hay alguien en el parquet que presiona constantemente al alza. Anoche se lo pregunté a mi agente y me informó de que las acciones habían cerrado a cinco coma veinte.

—Eso está muy por encima de su valor real —intervino Nat—, pero ahora ya no es posible echarse atrás. Le he pedido a Logan que viniera esta mañana para que nos haga una valoración de nuestras posibilidades de supervivencia y para que nos explique en detalle lo que debemos esperar en las próximas semanas.

—En primer lugar, les informaré de cuál era la situación a las nueve de la mañana de hoy, señor presidente —comenzó Logan—. Para evitar la absorción, el banco debe poseer, o tener comprometidas por escrito, el cincuenta y uno por ciento de las acciones. Ahora mismo, la junta tiene poco más del veinticuatro por ciento y sabemos que Fairchild’s ya tiene por lo menos un seis por ciento. A primera vista, todo parece satisfactorio. Sin embargo, dado que Fairchild’s está ofreciendo ahora cinco coma diez dólares por acción durante un período de veintiún días, considero que es mi deber señalarles que si deciden vender sus acciones, solo en dinero en efectivo se embolsarían una cantidad que se aproximaría a los veinte millones de dólares.

—Ya hemos tomado nuestra decisión al respecto —manifestó Tom con voz firme.

—Muy bien, entonces solo disponen de dos alternativas. Pueden superar la oferta de Fairchild’s de cinco coma diez dólares por acción, sin olvidar que según el director ejecutivo ya están muy por encima de su valor real, o bien pueden ponerse en contacto con todos los accionistas para que les den un poder sobre sus acciones.

—La segunda —contestó Nat sin vacilar.

—Como supuse que esa sería la respuesta, señor Cartwright, he realizado un cuidadoso estudio de la lista de accionistas. Esta mañana, había un total de veintisiete mil cuatrocientos doce; la mayoría de ellos tienen pequeñas cantidades, un millar o menos de acciones. Sin embargo, hay un cinco por ciento que permanece en las carteras de tres particulares: dos viudas residentes en Florida, que poseen un uno por ciento cada una, y el viejo senador Harry Gates, que es dueño de un uno por ciento.

—¿Cómo es eso posible? —preguntó Tom—. Todo el mundo sabe que Harry Gates ha vivido exclusivamente de su salario como senador a lo largo de su vida pública.

—Se lo tiene que agradecer a su padre —le explicó Logan—. Al parecer, era amigo del fundador del banco, quien le ofreció un uno por ciento de la empresa en mil ochocientos noventa y dos. Compró cien acciones por cien dólares y la familia Gates las ha conservado desde entonces.

—¿Cuál es su valor actual? —quiso saber Tom.

Nat hizo el cálculo.

—Aproximadamente medio millón de dólares, y lo más probable es que ni siquiera lo sepa.

—Jimmy Gates, su hijo, es un viejo amigo mío —comentó Logan—. La verdad es que él me consiguió el empleo. Estoy en condiciones de decirles que en cuanto Jimmy se entere de que Ralph Elliot está implicado en esto, nos otorgarán un poder sobre las acciones inmediatamente. Si pueden hacerse con ellas, y pescar a las dos viudas de Florida, estarán muy cerca de controlar el treinta por ciento; eso significa que necesitarán otro veintiún por ciento para respirar tranquilos.

—Por la experiencia que tengo de las otras compras, al menos un cinco por ciento no se pondrán en contacto con ninguna de las partes —señaló Nat—. Hay que tener en cuenta los cambios de domicilio, las acciones depositadas en fondos e incluso a los particulares que, como Harry Gates, nunca se han preocupado de saber qué tienen en cartera.

—Estoy de acuerdo —asintió Logan—, aunque no estaré tranquilo hasta saber que controlan el cincuenta y uno por ciento.

—¿Qué tenemos que hacer para que ese veintiún por ciento venga a parar a nuestras manos?

—Dedicar muchas horas de trabajo —respondió Logan—. Para empezar, tendrán que enviarle una carta personal a cada uno de los accionistas, o sea, algo más de veintisiete mil. Esto es lo que he pensado. —Logan repartió las fotocopias de un modelo de carta entre los miembros de la junta—. Verán que hago hincapié en la solidez del banco, su larga historia al servicio de la comunidad, su constante crecimiento que supera a cualquier otra entidad financiera del estado. También les pregunto si quieren que un banco se haga con el monopolio.

—Sí, el nuestro —dijo Nat.

—Todavía no es el momento adecuado para eso —replicó Logan—. Ahora, antes de que decidamos si esta carta es válida, querría saber sus opiniones, dado que tendrá que firmarla el presidente o el director ejecutivo.

—Eso significa tener que firmar más de veintisiete mil cartas.

—Sí, pero se las pueden repartir entre ustedes —dijo Logan con una sonrisa—. No se me ocurriría proponer una tarea digna de Hércules si no estuviese plenamente seguro de que nuestros rivales enviarán una circular encabezada «Estimado/a accionista», y con una elegante firma encima del nombre de su presidente. El toque personal puede significar la diferencia entre salvar el pellejo y la extinción.

—¿Hay algo en lo que yo pueda ayudar? —preguntó Julia.

—Desde luego que sí, señora Russell —respondió Logan—. He redactado una carta diferente para usted que enviaremos a todas las accionistas. La mayoría de ellas son divorciadas o viudas y probablemente no se preocupan de sus carteras más que de Pascuas a Ramos. Hay casi cuatro mil accionistas mujeres, así que eso le ocupará todo el fin de semana. —Le entregó una copia de la carta—. Verá que hago referencia a su experiencia personal como directora de su propia empresa, además de ser miembro de la junta del banco desde hace siete años.

—¿Alguna cosa más? —le interrogó Julia.

—Sí. —Logan le entregó otras dos hojas—. Quiero que visite a las dos viudas de Florida.

—Podría ir allí a principios de la semana que viene —propuso Julia después de consultar su agenda.

—No —negó Logan con voz firme—. Llámelas ahora y concierte una cita para mañana mismo. Puede estar segura de que Ralph Elliot ya les habrá hecho una visita.

Julia asintió y comenzó a leer las hojas donde figuraba todo lo que se sabía de las señoras Bloom y Hargaten.

—Por último, Nat —prosiguió Logan—, tendrá que lanzarse a una campaña de prensa bastante agresiva; en otras palabras, tendrá que echar toda la carne en el asador.

—¿Qué tiene pensado? —preguntó Nat.

—El chico local que triunfa, el héroe de Vietnam, el licenciado de Harvard que regresó a Hartford para hacer grande un banco con su mejor amigo. Tendrá que mencionar incluso su historial como corredor deportivo. Todo el país vive en este momento la euforia de correr, quizá algunos de los que practican el footing sean accionistas. Si algún periodista, ya sea de La gaceta del ciclista, de Labores de punto, le pide una entrevista, dígale que sí.

—¿Contra quién voy a enfrentarme? —quiso saber Nat—. ¿Contra el presidente de Fairchild’s.

—No, no lo creo —respondió el abogado—. Murray Goldblatz es un banquero muy astuto, pero jamás se arriesgarían a que saliera por televisión.

—¿Por qué no? —preguntó Tom—. Lleva más de veinte años como presidente de Fairchild’s es uno de los financieros más respetados en el ramo.

—Estoy de acuerdo, presidente —admitió Logan—. Pero no olvide que sufrió un infarto hace un par de años y, lo que es peor, tartamudea. Quizá a usted no le preocupe porque se ha acostumbrado con el paso de los años, pero lo más probable es que si sale por televisión, el público solo lo verá una vez. Puede que sea el banquero más respetado, pero el tartamudeo equivale a incapacidad. Ya sé que le parecerá injusto, pero puede estar seguro de que ellos lo han pensado.

—En ese caso, creo que mi oponente será Wesley Jackson —murmuró Nat—. Es el banquero más lúcido que he conocido. Incluso le ofrecí formar parte de la junta.

—Me parece muy bien —señaló Logan—. Claro que es negro.

—Estamos en mil novecientos ochenta y ocho —protestó Nat, con tono airado.

—Lo sé, pero más del noventa por ciento de sus accionistas son blancos; por tanto, ellos también lo habrán tenido en cuenta.

—En ese caso, ¿a quién cree que pondrán como oponente?

—No tengo ninguna duda de que se enfrentará a Ralph Elliot.

—¿Así que los republicanos han acabado por aceptar a Barbara Hunter después de todo? —comentó Fletcher.

—Solo porque nadie más quiso ser tu oponente —afirmó Jimmy—. Piensa que tienes una ventaja de nueve puntos en la intención de voto.

—Sé que le rogaron a Ralph Elliot que saliera al ruedo, pero respondió que no podía considerar la oferta porque estaba muy ocupado con la absorción del banco Russell.

—Una buena excusa —reconoció Jimmy—, pero ese tipo jamás se arriesgaría a aparecer en una papeleta electoral sin tener muy claro que podía ganar. ¿Lo viste anoche en la televisión?

—Sí —Fletcher exhaló un suspiro—, y de no haber estado sobre aviso, me hubiese tragado aquello de «Asegure su futuro y confíe su dinero al banco más grande, sólido y respetable del estado». No ha perdido nada de su viejo carisma. Solo espero que tu padre no se lo haya creído.

—No, Harry ya ha comprometido su uno por ciento con Tom Russell y le dice a todo el mundo que haga lo mismo, aunque se sorprendió cuando le comuniqué el valor actual de sus acciones.

Fletcher se echó a reír.

—Los periodistas financieros calculan que ambas partes tienen un cuarenta por ciento y solo falta una semana para que se cumpla el plazo.

—Sí, creo que será bastante reñido. Confío en que Tom Russell se dé cuenta del cariz que tomará este asunto ahora que Ralph Elliot está implicado —manifestó Fletcher.

—No he podido explicárselo más claro —dijo Jimmy en voz baja.

—¿Cuándo la enviaron? —preguntó Nat mientras el resto de la junta leía la última carta remitida por Fairchild’s a todos los accionistas.

—Tiene fecha de ayer —contestó Logan—; eso significa que disponemos de tres días para responder, pero mucho me temo que para entonces el daño ya esté hecho.

—Ni siquiera yo hubiese creído que Elliot fuese capaz de cometer semejante infamia —comentó Tom después de leer la carta que llevaba la firma de Murray Goldblatz.

El texto de la carta era el siguiente:

Cosas que usted no sabe de Nathaniel Cartwright,

director ejecutivo del banco Russell:

Comprometa sus acciones con Fairchild’s.

garantice que su futuro esté en buenas manos.

—Esta es la respuesta que propongo que enviemos por correo urgente hoy mismo —dijo Logan— y evitar que Fairchild’s tenga tiempo para responderla. —Le entregó una copia a cada miembro de la junta.

Cosas que usted debe saber de Nat Cartwright,

director ejecutivo del banco Russell:

Quédese con Russell:

el banco que cuida de usted y cuida de su dinero.

—¿Puedo enviarla inmediatamente? —preguntó Logan.

—No —respondió Nat, y rompió la carta. Permaneció en silencio durante unos segundos—. No soy persona que se enfada fácilmente, pero estoy dispuesto a acabar con Ralph Elliot de una vez para siempre, así que escuchen con atención.

Veinte minutos más tarde, Tom aventuró el primer comentario.

—Eso representa correr un riesgo muy grande.

—¿Por qué? —replicó Nat—. Si la estrategia falla, acabaremos todos convertidos en multimillonarios, pero si tiene éxito, tendremos el control del banco más grande del estado.

—Papá está furioso contigo —afirmó Jimmy.

—¿Por qué, si he ganado? —quiso saber Fletcher.

—Ese es el problema. Has ganado por más de doce mil votos, cosa que ha sido una falta de tacto lamentable —explicó Jimmy mientras observaba a Harry Júnior que corría por el lateral del campo con la pelota controlada—. No te olvides de que solo consiguió una ventaja de once mil votos una vez en veintiocho años, cuando Barry Goldwater se presentaba para presidente.

—Gracias por el aviso —dijo Fletcher—. Supongo que tendré que saltarme las comidas de los dos próximos domingos.

—Más te vale no hacerlo. Es tu turno de escuchar cómo ganó un millón en una noche.

—Sí, Annie me comentó que había vendido las acciones del banco Russell. Creía que se había comprometido a no vendérselas a Fairchild’s a ningún precio.

—Dio su palabra y la hubiese mantenido, pero el día antes de que concluyera la oferta, y las acciones habían alcanzado un precio de siete coma diez dólares, recibió una llamada de Tom Russell, que le aconsejó vender. Incluso le recomendó que se pusiera en contacto directamente con Ralph Elliot para que la venta fuese inmediata.

—Se traen algo entre manos —opinó Fletcher—. Tom Russell jamás le hubiese dicho a tu padre que tratara con Ralph Elliot a menos que aún quede por escribir otro capítulo de esta novela. —Jimmy no abrió la boca—. ¿Podemos deducir por tanto que Fairchild’s ya controla más del cincuenta por ciento?

—Le hice a Logan la misma pregunta, pero me explicó que debido a la confidencialidad del cliente, no podía decirme nada hasta el lunes, cuando la comisión publique la información oficial.

—¡Ay! —exclamó Jimmy—. ¿Has visto lo que le acaba de hacer ese chico de Taft a Harry Júnior? Tiene suerte de que Joanna no esté aquí, ella hubiese entrado en el campo para darle una azotaina.

—¿Aquellos que estén a favor? —preguntó el presidente.

Todos los allí reunidos levantaron la mano, aunque Julia pareció titubear durante una fracción de segundo.

—Aprobado por unanimidad —declaró Tom, que luego miró a Nat y añadió—: Quizá quieras explicarnos ahora qué sucederá de aquí en adelante.

—Por supuesto, presidente. A las diez de la mañana, la comisión anunciará que Fairchild’s no ha conseguido el control del banco Russell.

—¿Cuál es el porcentaje que pueden haber conseguido? —preguntó Julia.

—Tenían el cuarenta y siete coma ochenta y nueve por ciento a medianoche del sábado y quizá hayan conseguido comprar algunas acciones más el domingo, pero lo dudo.

—¿A qué precio?

—El viernes cerraron a siete coma treinta y dos dólares —contestó Logan—, pero después del anuncio de esta mañana, quedan anuladas automáticamente todas las cesiones y Fairchild’s no puede hacer otra oferta durante por lo menos veintiocho días.

—Entonces será el momento en que pondré en el mercado un millón de acciones de Russell.

—¿Qué necesidad tienes de hacerlo? —intervino Julia—. No hay ninguna duda de que nuestras acciones caerán en picado.

—También caerán las de Fairchild’s, porque son dueños de casi el cincuenta por ciento de las nuestras y no pueden hacer nada al respecto durante veintiocho días.

—¿Nada? —repitió Julia.

—Nada —confirmó Logan.

—Si después utilizamos el dinero obtenido con la venta para comprar las acciones de Fairchild’s cuando comiencen a bajar…

—Tendrá que informar a la comisión en el momento en que llegue al seis por ciento —señaló Logan— y al mismo tiempo comunicarles que su intención es asumir el control en firme de Fairchild’s.

—Estupendo —exclamó Nat. Cogió el teléfono y marcó los diez dígitos. Nadie habló mientras el director ejecutivo esperaba a que atendieran la llamada—. Hola, Joe, soy Nat. Seguiremos adelante tal como hemos acordado. A las diez y un minuto quiero que pongas a la venta un millón de nuestras acciones.

—¿Te das cuenta de que caerán en picado? —dijo Joe—. Convertirás en vendedores a todo el mundo.

—Confiemos en que tengas razón, Joe, porque ese será el momento en que tú comenzarás a comprar acciones de Fairchild’s si crees que han tocado fondo. No dejes de comprar hasta tener el cinco coma nueve por ciento.

—Comprendido.

—Una cosa más, Joe, Asegúrate de tener la línea abierta día y noche, porque no creo que vayas a dormir mucho en las próximas cuatro semanas. —Nat se despidió y colgó el teléfono.

—¿Estás seguro de que no estamos quebrantando alguna ley? —preguntó Julia, preocupada.

—Desde luego —manifestó Logan—, pero si nos sale bien la jugada, creo que el Congreso tendrá que apresurarse en modificar la legislación referente a la absorción de empresas.

—¿Consideras que lo que hacemos es ético? —añadió Julia.

—No —admitió Nat—, y nunca se me hubiese ocurrido actuar así de no tratarse de Ralph Elliot. —Guardó silencio unos instantes—. Te advertí que iba a acabar con él. Sencillamente no te dije de qué manera.