29

—¿Qué sabes de ella? —preguntó Fletcher mientras caminaban rumbo a las oficinas de la campaña.

Había muy pocas cosas que Harry no supiera de Barbara Hunter, pues había sido su oponente en las dos últimas elecciones, una espina en el costado desde hacía ya tiempo.

—Tiene cuarenta y ocho años, nació en Hartford, hija de un agricultor, se educó en la escuela pública local, cursó estudios en la Universidad de Connecticut, se casó con un muy conocido ejecutivo publicitario, tiene tres hijos, toda su familia vive aquí y en la actualidad es miembro del senado estatal.

—¿Algo en su contra?

—Sí, no bebe y es vegetariana, así que tú visitarás todos los bares y carnicerías del distrito. Como cualquiera que lleve media vida en la política local, se ha hecho con un considerable número de enemigos, y como esta vez ha conseguido por los pelos que la designaran como candidata republicana, puedes estar seguro de que varios militantes de su partido no la pueden ver ni en pintura. En cualquier caso, como perdió en los dos últimos comicios, la mostraremos como una perdedora nata.

Harry y Fletcher entraron en el local de las oficinas centrales de los demócratas, que tenían toda la fachada cubierta con carteles y fotos del candidato, algo que a Fletcher le resultaba difícil de asimilar. «El hombre correcto para la tarea». No había hecho mucho caso del lema hasta que los expertos le explicaron que era muy bueno tener las palabras «hombre» y «correcto» en el mensaje cuando el oponente era una mujer republicana. «Es algo subliminal», afirmaron.

Harry subió las escaleras hasta el primer piso donde estaba la sala de juntas y se sentó a la cabecera de la mesa. Fletcher bostezó mientras se sentaba, aunque solo llevaban siete días de campaña y aún les quedaban otros veintiséis. «Los errores que cometas hoy serán historia mañana y nadie recordará tus triunfos cuando vean las noticias de la noche. Mide tus fuerzas», era uno de los consejos que Harry no se cansaba de repetirle.

Fletcher miró a los presentes, una mezcla de profesionales y curtidos voluntarios dirigidos por Harry, que había sido elegido por unanimidad como director de la campaña. Era la única concesión de Martha, pero su suegra le había advertido a Fletcher que no vacilara en enviar a Harry a casa en cuanto mostrara la primera señal de fatiga. A medida que pasaban los días, resultaba cada vez más difícil cumplir con las indicaciones de Martha, dado que era Harry quien marcaba el ritmo.

—¿Algo nuevo o desafortunado? —le preguntó Harry al equipo, entre cuyos integrantes había dos o tres que habían participado en sus siete triunfos electorales. En el último, había vencido a Barbara Hunter por más de cinco mil votos, pero ahora que las encuestas mostraban un empate técnico, tendrían que averiguar cuántos de aquellos votos habían sido personales y no ideológicos.

—Sí —respondió una voz desde el otro extremo de la mesa.

Harry le sonrió a Dan Masón, uno de sus colaboradores en seis de las siete campañas. Dan había comenzado como encargado de la fotocopiadora y en la actualidad era el director de la oficina de prensa y relaciones públicas.

—Tienes la palabra, Dan.

—Barbara Hunter acaba de hacer un comunicado de prensa donde reta a Fletcher a celebrar un debate. Supongo que debo decirle que no incordie y añadir que pedirlo es señal de la desesperación de quien se sabe derrotado. Eso es lo que tú siempre has hecho.

—Tienes razón, Dan, es lo que hacía —contestó Harry, después de reflexionar—, pero solo porque yo llevaba años como senador y la trataba como a una novata. En cualquier caso, no tenía nada que ganar con un debate, pero la situación ha cambiado ahora que tenemos a un candidato desconocido para el público. Creo que debemos discutir el tema más a fondo antes de tomar una decisión. ¿Cuáles son las ventajas y los inconvenientes? ¿Opiniones?

Todos comenzaron a hablar al mismo tiempo.

—Le ofrece a nuestro hombre la oportunidad de darse a conocer.

—Le cede a ella el protagonismo.

—Demostrará que tenemos a un sobresaliente orador, algo que a la vista de su juventud los pillará por sorpresa.

—Barbara conoce a fondo los problemas locales. Conseguirá mostrarnos como inexpertos y mal informados.

—Ofreceremos una imagen joven, dinámica, decidida.

—Ella se presentará como la persona mesurada y con una amplia experiencia en política.

—Nosotros presentaremos a los jóvenes de mañana.

—Ella representa a las mujeres de hoy.

—Fletcher la dejará hecha un guiñapo.

—Si ella gana el debate, perderemos las elecciones.

—Ahora que ya hemos escuchado las opiniones del comité, quizá sea el momento de saber qué piensa el candidato —manifestó Harry.

—No tengo el menor inconveniente en participar en un debate con la señora Hunter —contestó Fletcher—. Puede que los espectadores se dejen impresionar por sus antecedentes ante mi falta de experiencia, así que debo encontrar la manera de convertir eso en una ventaja para nosotros.

—Si te supera en los temas locales y hace que parezcas poco preparado para la tarea —señaló Dan—, entonces se habrá acabado la campaña. No pienses en esto como mil personas en un salón de actos. Procura recordar que la radio y la televisión local emitirán el debate y que será noticia de primera plana del Hartford Courant a la mañana siguiente.

—Eso también podría ser un factor que nos beneficie —apuntó Harry.

—No lo niego —admitió Dan—, pero es correr mucho riesgo.

—¿Cuánto tiempo tengo para decidirme? —quiso saber Fletcher.

—Cinco minutos —contestó Harry—, como mucho diez. Han hecho un comunicado de prensa, querrán una respuesta inmediata.

—¿No podríamos decir que necesitamos un poco más de tiempo para tomar una decisión?

—Por supuesto que no —replicó el senador—. Eso daría la impresión de que estamos discutiendo entre nosotros y al final tendrías que decir alguna cosa, lo cual sería beneficioso para ella. Rechazamos el debate sin más o lo aceptamos entusiasmados. Quizá tendríamos que someterlo a votación —añadió y miró a los reunidos—. ¿Quiénes están a favor? —Se levantaron once manos—. ¿En contra? —Se levantaron catorce—. Bien, tema zanjado.

—No, ni mucho menos —manifestó Fletcher. Se interrumpieron las conversaciones y las miradas convergieron en el candidato—. Les agradezco mucho sus opiniones, pero no quiero que mi carrera política sea dirigida por un comité, sobre todo cuando la diferencia en el resultado es mínima. Dan, emitirás un comunicado de prensa donde dirás que estoy encantado de aceptar el desafío de la señora Hunter, así como que espero tener ocasión de discutir con ella los problemas reales del estado y no la postura política de los republicanos que parece ser lo único que le interesa en la presente campaña.

El silencio se prolongó un momento y luego los presentes comenzaron a aplaudir.

—¿Aquellos que están a favor del debate? —preguntó Harry, con una gran sonrisa. Se levantaron todas las manos—. ¿Votos en contra? —Ninguno—. Se acepta la moción por unanimidad.

—¿Por qué les has pedido que volvieran a votar? —le preguntó Fletcher a Harry cuando salían de la sala de juntas.

—Así podremos decirle a la prensa que la decisión fue unánime.

Fletcher sonrió mientras se dirigían a la estación. Acababa de aprender otra lección.

Un equipo de doce personas se presentaba en la estación todas las mañanas para repartir folletos, mientras el candidato estrechaba las manos de los viajeros madrugadores que salían de la ciudad. Harry le había recomendado que se centrara en aquellos que entraban en la estación, porque con casi toda seguridad eran residentes de Hartford, mientras que los que llegaban de fuera probablemente ni siquiera estaban registrados como votantes en el distrito.

—Hola, soy Fletcher Davenport…

A las ocho y media cruzaron la calle para ir a Ma’s y comer un bocadillo. Después de escuchar las opiniones de Ma sobre la marcha de la campaña, se encaminaron hacia la zona de oficinas para estrechar las manos de los empleados que empezaban su jornada laboral. Fletcher aprovechó el trayecto en coche para cambiarse la corbata y ponerse una de Yale, porque muchos de los ejecutivos de la zona habían estudiado en dicha universidad.

—Hola, soy Fletcher Davenport…

A las nueve y media, regresaron al cuartel general de la campaña para la rueda de prensa de la mañana. Barbara Hunter ya había dado la suya una hora antes y por tanto Fletcher sabía que las preguntas se centrarían aquella mañana en un único tema. En el trayecto, mientras se quitaba la corbata de Yale por otra más neutral, escuchó el resumen de prensa para asegurarse de que no le sorprenderían con una noticia de última hora. Había estallado la guerra en Oriente Próximo. Se la dejaría al presidente Ford, porque seguramente no sería un tema de primera página en el Hartford Courant.

«Hola, soy Fletcher Davenport…».

Al abrir la rueda de prensa, y sin esperar a que sacaran el tema, Harry comunicó que se había decidido por unanimidad aceptar el debate con la señora Hunter. Ni una sola vez se refirió a ella como Barbara. Cuando le preguntaron dónde, a qué hora y los términos del debate, Harry respondió que todo eso aún estaba por concretar, dado que se habían enterado del reto a primera hora de la mañana, si bien añadió: «No preveo ningún problema». El senador sabía muy bien que sería todo lo contrario, que el debate no sería más que una fuente de problemas.

Fletcher se sorprendió al escuchar la réplica de Harry a la pregunta sobre las posibilidades del candidato. Esperaba que el senador hablara de sus dotes de orador, su experiencia en el campo de la abogacía y sus conocimientos políticos; en cambio, Harry había dicho:

—Por supuesto, la señora Hunter parte con ventaja. Todos sabemos que es una persona fogueada en los debates, con gran experiencia en todo lo referente a los problemas locales. No obstante, pienso que lo que ha motivado que Fletcher aceptara el debate es el talante abierto y sincero con que está encarando la campaña electoral.

—¿No considera que supone un riesgo muy importante, senador? —preguntó otro de los reporteros.

—Por supuesto —admitió Harry—, pero como bien ha señalado el candidato, si no tiene la hombría necesaria para enfrentarse a la señora Hunter, ¿cómo podría el público suponerle capaz de asumir el desafío mucho mayor de ser su representante?

Fletcher no recordaba haber dicho nada por el estilo, aunque no estaba en desacuerdo con el planteamiento.

En cuanto acabó la rueda de prensa y se marchó el último periodista, Fletcher se lo comentó a su suegro.

—¿No me habías dicho que Barbara Hunter era una mala oradora y que tarda una eternidad en responder a las preguntas?

—Eso es exactamente lo que dije —reconoció Harry.

—Entonces, ¿por qué les has dicho a los periodistas que…?

—Cuestión de expectativas, muchacho. Ahora creerán que no estarás a la altura —respondió el senador—, que te dejará hecho un guiñapo, así que incluso si solo consigues un empate te declararán vencedor.

«Hola, soy Fletcher Davenport…», se repetía en su mente, como el estribillo de una canción de moda del que no conseguía deshacerse.