10

—¿ Te presentarás para representante de los estudiantes? —preguntó Jimmy.

—Aún no lo he decidido —le respondió Fletcher.

—Todos esperan que lo hagas.

—Ese es uno de los problemas.

—Mi padre quiere que te presentes.

—Pues mi madre no —dijo Fletcher.

—¿Por qué no? —preguntó Jimmy.

—Cree que debo dedicar mi último curso a asegurarme de que conseguiré una plaza en Yale.

—Si te nombran representante de los estudiantes, será un punto más a tu favor en la solicitud de ingreso. Soy yo quien lo tendrá muy difícil.

—Estoy seguro de que tu padre tiene varios contactos a quienes llamar si es necesario —comentó Fletcher con una sonrisa.

—¿Qué opina Annie al respecto? —quiso saber Jimmy, sin hacer caso del comentario.

—Está totalmente dispuesta a aceptar lo que yo decida.

—Entonces quizá me corresponde a mí ser quien incline la balanza.

—¿Qué se te ha ocurrido?

—Si esperas ganar, tendrás que nombrarme director de tu campaña.

—Eso desde luego serviría para hundirme —manifestó Fletcher. Jimmy cogió uno de los cojines del sofá y se lo arrojó a su compañero—. La verdad es que si quieres garantizar mi victoria —continuó Fletcher, que atrapó el cojín al vuelo—, tendrías que ofrecer tus servicios como director de campaña a mi mayor rival.

Las pullas se interrumpieron cuando el padre de Jimmy entró en la habitación.

—Fletcher, ¿podrías concederme unos minutos?

—Por supuesto, señor.

—Quizá podríamos tener una charla en mi despacho.

Fletcher se levantó en el acto y siguió al senador. Antes de salir miró a Jimmy, pero su amigo se limitó a encogerse de hombros. Se preguntó si habría hecho algo mal.

—Siéntate —le dijo Harry Gates al tiempo que se sentaba al otro lado de la mesa. Guardó silencio durante unos segundos y luego añadió—: Fletcher, necesito un favor.

—Lo que usted quiera, señor. Nunca podré pagarle todo lo que ha hecho por mí.

—Has cumplido más que sobradamente con nuestro acuerdo —señaló el senador—. Durante los últimos tres años, Jimmy ha conseguido mantenerse por encima de la media; nunca lo hubiese hecho de no haber sido por tu apoyo.

—Es muy amable de su parte, pero…

—No es más que la verdad. Ahora lo único que quiero para el chico es asegurarme de que tenga posibilidades de que lo admitan en Yale.

—¿Cómo puedo ayudarle si ni siquiera yo tengo una plaza segura?

El senador no hizo caso del comentario.

—Trapicheos políticos, muchacho.

—Creo que no le entiendo, señor.

—Si te nombran representante de los estudiantes, como estoy seguro que pasará, lo primero que deberás hacer es designar a un delegado. —Fletcher asintió—. Eso bastaría para inclinar la balanza a favor de Jimmy cuando la oficina de admisiones de Yale decida quiénes ocuparán las últimas plazas.

—Creo que también acaba de inclinar la balanza para mí, señor.

—Gracias, Fletcher, te lo agradezco, pero por favor no le digas nada a Jimmy de esta conversación.

Lo primero que hizo Fletcher al levantarse a la mañana siguiente fue ir a la habitación contigua y sentarse a los pies de la cama de Jimmy.

—Tendrás que tener un muy buen motivo para venir a despertarme —le amenazó Jimmy—, porque estaba soñando con Daisy Hollingsworth.

—Sigue soñando, chico. Medio equipo de fútbol está enamorado de ella.

—Si es así, ¿por qué me has despertado?

—He decidido presentarme para el cargo de representante estudiantil y no me conviene un director de campaña que se pase toda la mañana en la cama.

—¿Es por algo que te dijo mi padre?

—Indirectamente. —Fletcher se calló un momento—. ¿Quién crees tú que será mi principal contrincante?

—Steve Rodgers —contestó Jimmy sin vacilar.

—¿Por qué Steve?

—Porque está en el equipo y es un tipo divertido, así que intentarán presentarlo como el chico popular enfrentado al austero académico. Ya sabes, Kennedy contra Stevenson.

—No tenía idea de que conocieras el significado de la palabra austero.

—Basta de bromas, Fletcher —dijo Jimmy y se levantó de la cama—. Si quieres ganarle a Rodgers, tendrás que estar preparado para todo lo que te echen y más. Creo que debemos comenzar por tener un desayuno de trabajo con papá; siempre tiene desayunos de trabajo antes del comienzo de una campaña.

—¿Hay alguien que pueda querer enfrentarse a ti? —preguntó Diane Coulter.

—Nadie a quien no pueda derrotar.

—¿Qué me dices de Nat Cartwright?

—No podrá ganarme mientras se sepa que es el favorito del director y que si lo eligen no hará otra cosa que seguir sus órdenes; al menos, eso es lo que mis partidarios le están diciendo a todo el mundo.

—No nos olvidemos de la manera que trató a mi hermana.

—Creía que habías sido tú quien le dio puerta. Ni siquiera sabía que conocía a Tricia.

—No la conocía, pero eso no le impidió intentar propasarse con ella cuando fue a casa para verme.

—¿Alguien más está enterado de esto?

—Sí, mi hermano Dan. Lo pilló en la cocina con la mano debajo de su falda. Mi hermana se quejó amargamente de que no había podido impedírselo.

—¿Se quejó? —El joven guardó silencio unos instantes—. ¿Crees que tu hermano estaría dispuesto a respaldarme en las elecciones para representante estudiantil?

—Sí, aunque no creo que pueda hacer gran cosa mientras esté en Princeton.

—Oh, sí que puede —afirmó Elliot—. Para empezar…

—¿Quién es mi principal contrincante? —preguntó Nat.

—Ralph Elliot, ¿quién si no? —respondió Tom—. Ha estado trabajando en su campaña desde que comenzó el último semestre.

—Eso va contra las reglas.

—No creo que Elliot se haya preocupado mucho nunca de las reglas. Además, y como sabe que tú eres mucho más popular que él, nos podemos esperar una campaña muy sucia.

—Pues yo no pienso seguir ese camino…

—Por tanto, seguiremos el camino Kennedy.

—¿A qué te refieres?

—Tendrás que abrir tu campaña desafiando a Elliot a un debate.

—No lo aceptará.

—Entonces, ganarás pase lo que pase. Si acepta, lo dejarás como un felpudo. Si no lo hace, diremos que se ha acobardado.

—¿Cómo plantearías tú el desafío?

—Envíale una carta, ya me encargaré yo de colgar una copia en el tablón de anuncios.

—No puedes poner nada en el tablón sin el permiso del director.

—Para cuando la quiten, la mayoría de la gente la habrá leído; aquellos que no lleguen a tiempo, querrán saber qué decía.

—Para entonces ya me habrán descalificado.

—No mientras el director crea que Elliot puede ganar.

—Perdí mi primera campaña —comentó el senador Gates después de escuchar las noticias de Fletcher—, así que nos aseguraremos de que no cometerás los mismos errores. Para empezar, ¿quién es tu director de campaña?

—Jimmy, por supuesto.

—Nunca «por supuesto»; solo elige a alguien que estés convencido de que es capaz de hacer el trabajo, aunque no seáis íntimos amigos.

—Estoy absolutamente convencido de que puede hacer el trabajo —afirmó Fletcher.

—Muy bien. Ahora, Jimmy, no le serás de ninguna utilidad al candidato —era la primera vez que Fletcher se veía a sí mismo de esa manera— a menos que siempre seas claro y sincero con Fletcher, por muy desagradable que pueda resultar. —Jimmy asintió—. ¿Cuál de tus rivales es el más importante?

—Steve Rodgers.

—¿Qué sabemos del muchacho?

—Es un buen tipo, pero sin mucha cosa entre las orejas —le informó Jimmy.

—Excepto un rostro apuesto —intervino Fletcher.

—Y varios touchdowns en la última temporada, si la memoria no me falla —añadió el senador—. Ahora que ya sabemos quién es el enemigo, comenzaremos a trabajar con los amigos. Primero, debes escoger un círculo íntimo, digamos seis, ocho como mucho. Solo necesitan tener dos cualidades: energía y lealtad; si además tienen cerebro, mejor que mejor. ¿Cuánto dura la campaña?

—Poco más de una semana. La escuela abre a las nueve de la mañana del lunes y la votación tiene lugar la mañana del martes de la semana siguiente.

—No pienses en semanas —le indicó el senador—, piensa en horas. Dispones de ciento noventa y dos, y todas y cada una de ellas cuentan.

Jimmy comenzó a tomar notas.

—¿Quiénes tienen derecho a voto? —fue la siguiente pregunta del senador.

—Todos los alumnos.

—Entonces asegúrate de pasar el mismo tiempo con los chicos de los primeros cursos que con los de los cursos superiores. Se sentirán halagados si ven que demuestras un gran interés por ellos. Jimmy, consigue una lista de votantes actualizada, así tendrás la certeza de que podrás ponerte en contacto con todos ellos antes del día de las elecciones. Hay una cosa que debes tener muy presente: los chicos nuevos votarán por la última persona que haya hablado con ellos.

—Hay un total de trescientos ochenta alumnos —dijo Jimmy. Desplegó una hoja de papel de gran tamaño en el suelo—. He marcado en rojo a todos los que ya conocemos, a todos los que creo que votarán a Fletcher en azul, a los chicos nuevos en amarillo y el resto está en blanco.

—Si tienes cualquier duda —le recomendó el senador—, déjalos en blanco, y no te olvides de los hermanos menores.

—¿Los hermanos menores? —preguntó Fletcher.

—Están marcados en verde —respondió Jimmy—. Uno de los hermanos menores de nuestros partidarios que esté en los primeros cursos será designado como delegado. Su único trabajo consistirá en reunir las firmas de apoyo en su clase y después informar a sus hermanos.

Fletcher lo miró con franca admiración.

—No sé si no tendrías que presentarte tú como candidato a representante estudiantil —dijo—. Es algo que se te da muy bien.

—No, lo que se me da bien es ser director de campaña. Eres tú quien debe ser representante.

El senador, aunque estaba de acuerdo con la opinión de su hijo, se cuidó mucho de decir palabra.

Eran las seis y media de la mañana del primer día del semestre y Nat y Tom ya se encontraban en el aparcamiento desierto. El primer coche en aparecer fue el del director.

—Buenos días, Cartwright —tronó, mientras se bajaba del coche—. Por su exceso de entusiasmo a esta temprana hora, ¿debo deducir que se presentará para representante estudiantil?

—Sí, señor.

—Excelente; y ¿quién es su principal contrincante?

—Ralph Elliot.

El director frunció el entrecejo.

—Entonces será una competición muy dura, porque Elliot no es de los que se rinden fácilmente.

—Es verdad —admitió Tom, mientras el director se marchaba a su despacho y los dejaba para que recibieran al segundo coche.

El ocupante resultó ser un chico nuevo, que echó a correr aterrorizado cuando Nat se le acercó; peor todavía, el tercero lo ocupaban partidarios de Elliot, que rápidamente se dispersaron por todo el aparcamiento, en una maniobra que evidentemente habían planificado.

—Maldita sea —exclamó Tom—, nuestra primera reunión del equipo será durante el recreo de las diez. Es obvio que Elliot ha preparado a su equipo durante las vacaciones.

—No te preocupes —le dijo Nat—. Coge a los nuestros en cuanto bajen de los coches y ponlos a trabajar inmediatamente.

Para el momento en que el último coche descargó a sus ocupantes, Nat ya había respondido a casi un centenar de preguntas y estrechado las manos de más de trescientos chicos, pero solo un hecho estaba claro: Elliot no tenía el menor reparo en prometer cualquier cosa a cambio de su voto.

—¿No tendríamos que informarles a todos de la clase de sabandija que es Elliot?

—¿Qué se te ha ocurrido? —le preguntó Nat.

—Cómo amenaza a los chicos nuevos para quedarse con su dinero.

—Nunca se ha podido demostrar.

—Pero hay un millón de denuncias.

—Si hay tantas, entonces sabrán dónde tienen que poner la cruz en la papeleta, ¿no te parece? En cualquier caso, no quiero llevar la campaña por esos derroteros. Prefiero creer que los votantes son capaces de decidir por su cuenta cuál de nosotros merece su confianza.

—No deja de ser una idea original —opinó Tom.

—Al menos el director ha dejado claro que no quiere a Elliot como representante estudiantil —comentó Nat.

—No me parece conveniente que se lo digamos a nadie —replicó Tom—. Podría darle unos cuantos votos más a Elliot.

—¿Cómo crees que va la campaña? —preguntó Fletcher mientras caminaban alrededor del lago.

—No está muy claro —le respondió Jimmy—. Hay muchos de los cursos superiores que les están diciendo a los dos bandos que apoyarán a su candidato, sencillamente porque quieren aparecer respaldando al vencedor. Tienes que dar gracias de que las elecciones no tengan lugar el sábado por la tarde —añadió.

—¿Por qué?

—Porque el sábado por la tarde jugamos contra Kent. Si Steve Rodgers marca el touchdown ganador, ya podemos despedirnos de cualquier posibilidad de que llegues a representante estudiantil. Es una pena que el partido se juegue en casa. Si hubieses nacido un año antes o después, no hubiese importado y el efecto hubiese sido mínimo. Pero tal como están las cosas, todos los votantes estarán en el estadio para presenciar el encuentro, así que reza para que perdamos, o al menos para que Rodgers tenga un mal día.

A las dos de la tarde del sábado, Fletcher estaba sentado en las gradas, dispuesto a presenciar los cuatro cuartos que serían los más largos de su vida. Pero ni siquiera él podía haber adivinado las consecuencias.

—Maldita sea, ¿cómo lo ha conseguido? —se quejó Nat.

—Diría que con sobornos y amenazas —contestó Tom—. Elliot siempre ha sido un jugador mediocre, sin méritos para formar parte del equipo de la escuela.

—¿Crees que se arriesgarán a que juegue?

—¿Por qué no? St. George a menudo deja que los jugadores más flojos jueguen unos minutos si están seguros de que no afectará al resultado. Luego Elliot se pasará el resto del partido corriendo por las bandas, muy ocupado en saludar a los votantes, mientras que nosotros no podremos hacer otra cosa que mirarlo desde las gradas.

—Entonces tendremos que asegurarnos de que todos nuestros colaboradores estén en sus puestos fuera del estadio unos minutos antes de que acabe el partido, así como no permitir que nadie vea nuestras pancartas hasta el sábado por la tarde. De esa manera, Elliot no tendrá tiempo para preparar las suyas.

—Aprendes deprisa —se admiró Tom.

—Cuando Elliot es tu oponente, no puedes hacer otra cosa.

—No estoy muy seguro de cómo afectará a las votaciones —señaló Jimmy mientras ambos corrían hacia la salida para unirse al resto del equipo—. Al menos Steve Rodgers no podrá estrechar las manos de todos cuando salgan del estadio.

—Me pregunto cuánto tiempo tendrá que estar en el hospital.

—Tres días es todo lo que necesitamos —contestó Jimmy.

Su amigo se echó a reír.

Fletcher no disimuló su satisfacción al ver que su equipo ya estaba bien situado cuando se unió a ellos y varios chicos se acercaron para decirle que votarían por él, aunque así y todo las cosas estaban muy equilibradas. No se apartó de la salida principal, atento a estrechar las manos de todos los chicos de entre catorce y diecinueve años, incluidos, sospechó, algunos partidarios del equipo visitante. Fletcher y Jimmy no se marcharon hasta estar absolutamente seguros de que en el estadio no quedaba nadie más que el personal de mantenimiento.

Mientras caminaban de regreso a sus habitaciones, Jimmy reconoció que nadie podía haber previsto un empate, o que Rodgers estaría camino del hospital antes de que acabara el primer cuarto del partido.

—Si las elecciones se celebraran esta noche ganaría por solidaridad. Si nadie le vuelve a ver antes de las nueve de la mañana del martes, entonces serás el representante estudiantil.

—¿La capacidad para hacer bien el trabajo no entra en la ecuación?

—Por supuesto que no, idiota. Esto es política.

Las pancartas se veían por todas partes cuando Nat llegó al estadio y los partidarios de Elliot no pudieron hacer otra cosa que acusarlos de juego sucio. Nat y Tom no disimularon las sonrisas mientras se sentaban en las gradas. Las sonrisas se hicieron más grandes cuando St. George marcó en los minutos iniciales del primer cuarto. Nat no quería que Taft perdiera, pero ningún entrenador podía arriesgarse a poner a Elliot en el campo mientras el equipo rival los aventajara; por tanto no hubo cambios hasta que se jugó el último cuarto.

Nat estrechó las manos de todos a la salida del estadio, pero tenía claro que la victoria de Taft sobre St. George en los últimos minutos no favorecía su causa, a pesar de que Elliot había tenido que conformarse con correr por las bandas hasta que los últimos espectadores abandonaron las gradas.

—No te quejes y da gracias de que no lo hicieran entrar en el campo —le recomendó Tom.

El domingo por la mañana, Fletcher fue el alumno encargado de leer el pasaje de la Biblia en la capilla, cosa que dejó sobradamente claro quién era el favorito del director. Al mediodía, él y Jimmy visitaron los alojamientos para preguntar a los estudiantes qué opinaban de la comida. «Es algo infalible para ganar votos —les había asegurado el senador—, incluso si no haces nada al respecto». Aquella noche, cuando se metieron en la cama, estaban agotados. Jimmy puso el despertador a las cinco y media. Fletcher gimió lastimeramente.

—Una jugada maestra —afirmó Jimmy a la mañana siguiente mientras esperaban que los chicos salieran del salón para ir a las aulas.

—Brillante —admitió Fletcher.

—Eso parece. No es que me queje, porque te hubiese recomendado que hicieras lo mismo, dadas las circunstancias.

Los dos muchachos miraron a Steve Rodgers, que se apoyaba en las muletas, mientras los chicos firmaban sus autógrafos en la pierna enyesada.

—Una jugada maestra —repitió Jimmy—. Da un nuevo sentido al voto solidario. Quizá tendríamos que preguntar: ¿Queréis a un minusválido como representante?

—Uno de los más grandes presidentes en la historia de este país era un minusválido —le recordó Fletcher a su director de campaña.

—Entonces solo nos queda una cosa por hacer. Tendrás que pasar las próximas veinticuatro horas en una silla de ruedas.

Durante el fin de semana, los colaboradores de Nat intentaron transmitir una impresión de absoluta confianza, aunque eran conscientes de que las elecciones serían muy reñidas. Ninguno de los candidatos dejó de sonreír hasta el lunes por la tarde, cuando la campana de la escuela tocó las seis.

—Volvamos a mi habitación —propuso Tom—. Contaremos historias de la muerte de los reyes.

—Historias tristes —opinó Nat.

Todo el equipo se apretujó en la pequeña habitación de Tom; se entretuvieron con el relato de las anécdotas vividas durante la campaña y riéndose de chistes que no eran divertidos, mientras esperaban impacientes conocer los resultados. Una sonora llamada a la puerta interrumpió el bullicio.

—Adelante —dijo Tom.

Todos se pusieron de pie al ver quién era la persona que había llamado.

—Buenas tardes, señor Anderson —saludó Nat.

—Buenas tardes, Cartwright —respondió el jefe de estudios—. Como presidente de la junta electoral en las elecciones para elegir al representante de los estudiantes, debo informarte que debido a la igualdad en el resultado, dispondré un segundo recuento. Por consiguiente, el acto de proclamación de los resultados queda postergado hasta las ocho.

—Muchas gracias, señor Anderson —fue todo lo que Nat pudo decir.

El salón de actos estaba lleno cuando el reloj marcó las ocho. Todos los chicos se levantaron cuando el jefe de estudios entró en la sala. Nat intentó adivinar cuál sería el resultado por la expresión de su rostro, pero hasta los japoneses se hubieran mostrado complacidos con la inescrutabilidad del señor Anderson.

El jefe de estudios se situó en el centro del escenario y les indicó con un gesto que podían sentarse. Había un silencio poco habitual en el salón de actos.

—Debo deciros —comenzó el jefe de estudios— que estas han sido las elecciones más reñidas en los setenta y cinco años de historia de la escuela. —Nat advirtió que le sudaban las palmas de las manos, a pesar de sus esfuerzos por mantener la calma—. El resultado de las elecciones para representante del claustro de estudiantes es el siguiente: Nat Cartwright, ciento setenta y ocho votos. Ralph Elliot, ciento ochenta y uno.

La mitad de los reunidos se levantó como un solo hombre y comenzó a dar vítores, mientras que la otra mitad permanecía sentada y en silencio. Nat abandonó su asiento y se acercó a Elliot con la mano extendida.

El nuevo representante estudiantil no le hizo el menor caso.

Si bien todos sabían que el resultado no se daría a conocer hasta las nueve, el salón de actos se llenó mucho antes de que el director hiciera su entrada.

Fletcher estaba sentado en la última fila, con la cabeza gacha. Jimmy miraba al frente.

—Tendría que haber madrugado mucho más —se lamentó.

—Tendría que haberte roto una pierna —replicó Jimmy.

El director, acompañado por el capellán, apareció por el pasillo como si quisiera demostrar que Dios estaba de alguna manera implicado en la elección del representante de los estudiantes en Hotchkiss. Subió al estrado y se aclaró la garganta.

—El resultado de las elecciones a representante del claustro de estudiantes —anunció el señor Fleming— es el siguiente: Fletcher Davenport, doscientos siete votos; Steve Rodgers, ciento setenta y tres votos. Por tanto, proclamo a Fletcher Davenport representante estudiantil.

Fletcher no perdió ni un segundo en acercarse a Steve y estrecharle la mano. Su oponente le agradeció el gesto con una cálida sonrisa y una expresión casi de alivio. Fletcher vio a Harry Gates junto a la entrada del salón. El senador se inclinó respetuosamente ante el nuevo representante estudiantil.

—Nunca olvidarás tu primera victoria electoral —se limitó a decirle.

Ambos hicieron caso omiso de Jimmy, que no dejaba de dar brincos para celebrar la victoria.

—Creo que ya conoce usted a mi delegado, señor —respondió Fletcher.