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Cómo me alegra que hayas venido —declara Bobby cuando abre la puerta—. Es una sorpresa muy agradable. Sí, sí, una sorpresa de lo más agradable —prosigue cogiéndome del brazo.

Me cambio el bolso de lado.

—No es una sorpresa, Bobby. Te he llamado, ¿recuerdas?

—Ah, pero siempre es una sorpresa ver a una amiga, ¿no crees? Sobre todo cuando la amiga es tan atractiva.

—Ya —digo con expresión ceñuda, preguntándome qué tendrá que ver eso con mi obra de teatro.

Bernard y yo volvimos a la ciudad el domingo por la tarde en el viejo Mercedes de Teensie y Peter. Teensie conducía mientras Bernard y Peter charlaban sobre deporte y yo guardaba silencio, decidida a comportarme de manera intachable. Lo cual no me resultó difícil, dado que no tenía mucho que decir. No podía dejar de preguntarme si, en el caso de que Bernard y yo siguiéramos juntos, esa sería nuestra vida. Fines de semana con Teensie y Peter. Me dije que no sería capaz de aguantarlo. Quiero a Bernard, pero no a sus amigos.

Volví a casa de Samantha dispuesta a poner mi vida en orden, lo que incluía llamar a Bobby y quedar para hablar de la lectura. Por desgracia, no parece que Bobby se lo esté tomando tan en serio como yo.

—Deja que te enseñe el espacio —dice ahora con una insistencia irritante, sobre todo porque ya lo vi el día de su fiesta. Tengo la sensación de que ha pasado una eternidad, desagradable recordatorio de que mientras el tiempo corre podría estar agotándose mi propio tiempo.

La lectura podría ser mi última oportunidad de establecer un pilar en Nueva York, un firme asidero en la roca de Manhattan del que nadie pueda arrancarme.

—Pondremos las sillas allí —Bobby señala la zona del público—, y serviremos cócteles para que la gente se entone. ¿Qué crees que deberíamos ofrecer: vino blanco o vodka? ¿O las dos cosas?

—Oh, las dos cosas —murmuro.

—¿Traerás a actores de verdad o será solo una lectura?

—Creo que, por el momento, haré solo una lectura —contesto mientras visualizo en mi mente las rutilantes luces de Broadway—. He pensado que yo misma leeré toda la obra. —Después de la lectura en clase con Capote, me parece más fácil no involucrar a nadie.

—Mucho mejor así; sí, señor. —Bobby asiente. Y sus asentimientos, su desmesurado entusiasmo, están empezando a irritar me—. Abriremos una botella de champán para celebrarlo.

—No son ni las doce —replico.

—No me digas que eres una nazi de los horarios —protesta al tiempo que me insta a tomar un corto pasillo que conduce a sus dependencias privadas. Le sigo recelosa, con una alarma sonando en mi cabeza—. Los artistas no pueden vivir como las demás personas, con horarios y esas cosas. Eso mata la creatividad, ¿no crees?

—Supongo que sí. —Suspiro. Estoy deseando escapar, pero Bobby me está haciendo un gran favor al organizar una lectura de mi obra en su espacio. Y con eso en mente acepto una copa de champán.

—Deja que te enseñe el resto del apartamento.

—No es necesario, Bobby, en serio —digo con frustración.

—¡Quiero hacerlo! Me he reservado la tarde para dedicártela a ti.

—¿Por qué?

—Pensé que quizá nos apetecería conocernos un poco mejor.

No puede ser que esté intentando seducirme. Esto es absurdo. Para empezar, es más bajo que yo. Y le cuelga la papada, lo que quiere decir que seguramente pasa de los cincuenta. Y es gay. ¿O no?

—Este es mi dormitorio —dice con gesto pomposo. La decoración es minimalista, y la habitación está impecable, por lo que imagino que tiene a alguien que limpia.

Se deja caer en el borde de la cama perfectamente hecha y bebe un sorbo de champán mientras da unas palmaditas al colchón.

—Bobby —dijo con firmeza—, debo irme. —Para demostrarle mi determinación dejo la copa en la repisa de la ventana.

—¡No la pongas ahí! —aúlla—. O dejará marca.

Recojo la copa.

—La devolveré a la cocina, entonces.

—No puedes irte —cloquea—. No hemos terminado de hablar de tu obra de teatro.

Pongo los ojos en blanco. Pero no quiero ofenderle en exceso. Me digo que me sentaré un ratito con él y luego me iré.

Me siento muy despacio en el borde de la cama, lo más lejos posible de él.

—En cuanto a la obra…

—Eso, la obra —me secunda—. ¿Qué te llevó a escribirla?

—Bueno, yo… —balbuceo mientras busco las palabras adecuadas, pero tardo demasiado y Bobby se impacienta.

—Pásame esa foto, ¿quieres? —Y antes de que pueda protestar, lo tengo sentado a mi lado y señalando el retrato con un dedo perfecto.

—Mi esposa. —Suelta una risita—. ¿O debería decir mi ex esposa?

—¿Has estado casado? —pregunto todo lo cortésmente que puedo, teniendo en cuenta que ahora la alarma está repicando como un campanario.

—Dos años. Se llama Annalise. Es francesa.

—Ya. —Observo detenidamente la foto. Annalise es de esas bellezas que parecen totalmente chifladas, con unos morritos ridículos y unos ojos negros abrasadores.

—Me recuerdas a ella. —Bobby posa su mano en mi pierna.

La aparto sin miramientos.

—No me parezco en nada.

—Para mí sí —murmura. Entonces, con una lentitud repugnante, frunce los labios y acerca su cara a la mía, buscando un beso.

Vuelvo raudamente el rostro y me libero de sus avariciosos dedos. Puaj. Además, ¿qué clase de hombre se hace la manicura?

—¡Bobby! —Cojo mi copa del suelo y salgo disparada del cuarto.

Me sigue hasta la cocina agitando la cola como un cachorrillo al que han regañado.

—No te vayas —suplica—. Tenemos una botella de champán casi entera. ¿No querrás que me la beba yo solo? Además, el champán no aguanta.

La cocina es diminuta, y Bobby se ha apostado en el hueco de la puerta, bloqueándome la salida.

—Tengo novio —dijo secamente.

—No tiene por qué enterarse.

Estoy a punto de largarme cuando cambia de táctica y se hace el dolido.

—Carrie, me va a ser muy difícil trabajar contigo si pienso que no te gusto.

Tiene que estar bromeando. No obstante, puede que Samantha tenga razón. Hacer tratos con hombres es un asunto peliagudo. Si le rechazo, ¿cancelará la lectura de mi obra? Trago saliva e intento esbozar una sonrisa.

—Me gustas, Bobby, pero tengo novio —repito. Me digo que insistir en ese hecho sea probablemente la mejor táctica.

—¿Quién es? —pregunta.

—Bernard Singer.

Bobby suelta una estridente carcajada.

—¿Ese? —barbotea. Se acerca e intenta cogerme la mano—. Es demasiado mayor para ti.

Sacudo la cabeza, anonadada.

Bobby aprovecha esa momentánea pausa para volver al ataque. Me rodea el cuello e intenta besarme de nuevo.

Se produce un leve forcejeo durante el cual yo intento sortearle y él intenta empujarme contra el fregadero. Por fortuna, Bobby no solo parece una bola de grasa, sino que también tiene su consistencia. Además, ahora estoy más desesperada que antes. Me encojo, me escurro por debajo de sus brazos extendidos y salgo disparada hacia la puerta.

—¡Carrie, Carrie! —grita con las manos juntas mientras me sigue por el pasillo.

Al llegar a la puerta me detengo, sin resuello. Estoy a punto de soltarle que es un cerdo y que no me ha gustado nada que me hiciera venir bajo falsas pretensiones —mientras veo mi futuro desmoronarse en mis narices— cuando reparo en su cara de angustia.

—Lo siento. —Deja caer la cabeza como un niño—. Espero…

—¿Qué? —pregunto mientras me arreglo el cabello.

—Espero que eso no signifique que me odias. Todavía podemos hacer tu lectura, ¿sí?

Le miro con toda la altivez de que soy capaz.

—¿Cómo sé que puedo confiar en ti después de esto?

—Oh, olvídalo —contesta mientras agita las manos delante de su cara, como si estuviera rodeado de una nube de moscas—. No iba en serio. Soy demasiado directo. ¿Amigos? —pregunta tímidamente, tendiéndome una mano.

Enderezo los hombros y se la estrecho. Raudo como un rayo, se lleva mi mano a los labios.

Le permito que la bese antes de recuperarla bruscamente.

—En cuanto a tu obra, deberías dejarme leerla antes del jueves. Ya que no puedo besarte, tengo que saber en qué me estoy metiendo.

—No la llevo encima. Te la traeré mañana —me apresuro a responder. La tiene Miranda, pero se la pediré más tarde.

—E invita a la lectura a tus amigas. A las guapas —añade.

Meneo la cabeza y salgo. Hay hombres que nunca se rinden.

Y mujeres. Ya en el ascensor me abanico con la mano, aliviada. Por lo menos mi lectura sigue en pie. Probablemente tenga que pasarme la noche ahuyentando a Bobby, pero no parece un precio demasiado elevado que pagar por mi inminente fama.