29

¡Eh, he encontrado comida! —exclama Samantha. Coloca una caja de galletas saladas Riz sobre la cama y nos abalanzamos sobre ella.

—Creo que deberíamos ir caminando hasta el edificio de Charlie. —Ahuyento las migas de mis galletas de la sábana—. Es el que tiene el apartamento más grande. —Y llevamos horas atrapadas aquí. No sé cuánto más podré aguantar.

—No —dice Samantha con firmeza—. Prefiero morir de hambre a dejar que me vea así. Tengo el pelo sucio.

—Todo el mundo tiene el pelo sucio, Charlie inclusive —señalo.

—Oye, de lo que hablamos anoche ni una palabra a nadie, ¿de acuerdo? —dice Miranda.

—Todavía no me puedo creer que Marty solo tenga un testículo. —Cojo otra galleta—. Eso tendría que haberte dado que pensar.

—Yo creo que es una ventaja —dice Samantha—. Le hizo esmerarse más como amante.

Hurgo en la caja buscando otra galleta. Está vacía.

—Necesitamos provisiones.

—Yo no me muevo de aquí. —Samantha bosteza largamente—. Sin luz no hay trabajo. Ni Harry Mill intentando mirar por debajo de mi falda.

Suspiro y me pongo mi último uniforme médico limpio.

—¿Has decidido hacerte médico? —pregunta Samantha.

—¿Dónde has metido el estetoscopio? —se pitorrea Miranda.

—Es muy chic —digo.

—¿Desde cuándo?

—Desde ahora. —¡Bufff! Por lo visto ni mis experiencias sexuales ni la elección de mi vestimenta son apreciadas por estos parajes.

Miranda se inclina hacia Samantha y con un gritito de entusiasmo pregunta:

—Bien, ¿cuál es el peor sexo que has tenido en tu vida?

Lanzo las manos al aire. Cuando salgo del apartamento las dos están desternillándose por algo que han apodado «El problema del lápiz».

Camino sin rumbo fijo por el Village y, al ver la puerta de la White Horse Tavern abierta, entro.

A la tenue luz adivino varias siluetas sentadas a la barra. Mi primera reacción es de alivio por haber encontrado un lugar abierto. La segunda es de consternación cuando me fijo bien en quiénes están sentados ahí: Capote y Ryan.

Parpadeo. No puede ser. Pero es. Capote tiene la cabeza echada hacia atrás y está carcajeándose. Ryan está apoyado en su taburete. Es evidente que llevan una curda severa.

¿Qué demonios hacen aquí? El apartamento de Capote se encuentra a solo dos manzanas, y es posible que él y Ryan quedaran atrapados en casa de Capote cuando se fue la luz. Pero me sorprende verlos aquí teniendo en cuenta la extensa colección de alcohol de Capote. Aunque, a juzgar por el aspecto de ambos, deduzco que se la han pulido.

Meneo la cabeza con desaprobación y pongo rumbo hacia el inevitable encuentro. Aunque en el fondo estoy encantada de verlos.

—¿Está ocupado este taburete? —pregunto sentándome al lado de Ryan.

—¿Eh? —Sus ojos se descruzan cuando me mira con cara de pasmo. Acto seguido, se abalanza sobre mí y me envuelve en un abrazo de oso—. ¡Carrie Bradshaw! —Mira a Capote—. Hablando de la reina de Roma. Justo en estos momentos estábamos hablando de ti.

—Ah, ¿sí?

—¿No? —pregunta Ryan, confundido.

—Creo que hace doce horas de eso —contesta Capote. Está borracho, pero no tanto como Ryan. Probablemente porque piensa que parecer bebido es «impropio de un caballero»—. Después hemos hablado de otras cosas.

—¿Hemingway? —pregunta Ryan.

—Dostoievsky —le corrige Capote.

—Nunca consigo retener esos malditos nombres rusos, ¿y tú? —me pregunta Ryan.

—Solo cuando estoy sobria —digo.

—¿Estás sobria? Oh, no. —Ryan da un paso atrás y casi aterriza en el regazo de Capote. Pega un palmetazo a la barra—. No puedes estar sobria en un apagón. No está permitido. Camarero, ¡póngale una copa a esta dama! —ordena.

—¿Qué haces tú aquí? —pregunta Capote.

—He salido en busca de víveres.

—Nosotros también. —Ryan se da una palmada en la frente—. Entonces ha ocurrido algo y nos hemos quedado atrapados aquí. Hemos intentado irnos, pero la poli ha acusado a Capote de ser un saqueador y nos vimos obligados a volver a esta guarida.

Estalla en carcajadas y, de repente, yo también. Se diría que el encierro nos ha afectado gravemente, porque caemos el uno encima del otro aguantándonos la barriga y señalando a Capote y riendo cada vez más fuerte. Capote menea la cabeza, como si no pudiera entender cómo ha terminado con nosotros.

—En serio —digo—, necesito víveres. Mis dos amigas…

—¿Estás con mujeres? —pregunta Ryan entusiasmado—. En ese caso, nos vamos contigo.

Se aleja de la barra tambaleándose, y Capote y yo corremos tras él.

No sé muy bien cómo ha ocurrido, pero una hora después Capote, Ryan y yo estamos subiendo a trompicones las escaleras del edificio de Samantha. Ryan se aferra a la barandilla mientras Capote le anima a continuar. Los miro y suelto un suspiro. Samantha me va a matar. O no. Puede que nada importe realmente después de veinticuatro horas sin electricidad.

En cualquier caso, no regreso con las manos vacías. Además de Ryan y Capote, tengo una botella de vodka y doce cervezas que Capote ha conseguido gorrearle al camarero. Luego he dado con el sótano de una iglesia donde estaban repartiendo jarras de agua y sándwiches de jamón y queso. Luego Ryan ha decidido mear en un portal abandonado. Luego nos ha perseguido un poli en moto, gritándonos y diciéndonos que volviéramos a casa.

Esto último también ha sido muy divertido, aunque sospecho que no era esa la intención del policía.

Ya en el apartamento encontramos a Samantha inclinada sobre la mesita del café, escribiendo una lista. Miranda está a su lado, forcejeando con varias expresiones faciales, desde la consternación hasta la admiración, pasando por la repugnancia total. Finalmente vence la admiración.

—¡Suman veintidós! —exclama—. ¿Y quién es Ethan? Odio ese nombre.

—Tenía el pelo naranja. No recuerdo mucho más.

Oh, no. Parece que también ellas han echado mano de la botella de vodka.

—Ya estamos en casa —anuncio.

—¿«Estamos»? —La cabeza de Samantha se vuelve de golpe.

—He traído a mi amigo Ryan. Y a su amigo Capote.

—Bien —ronronea al tiempo que se levanta y contempla con aprobación a mis gatos descarriados—. ¿Vais a rescatarnos?

—Más bien nosotras a ellos —replico secamente.

—Bienvenidos. —Miranda les saluda con una mano desde el sofá.

La miro con desesperación, preguntándome qué he hecho. A lo mejor lo que dicen del peligro es verdad. Acentúa los sentidos. Y por lo visto hace que todo el mundo parezca mucho más atractivo de lo que es en circunstancias normales. Probablemente tenga algo que ver con la supervivencia de las especies. Si es así, la Madre Naturaleza no podría haber elegido peor pandilla.

Me dirijo a la cocina con mi bolsa de víveres y procedo a desenvolver los sándwiches.

—Deja que te ayude —dice Capote.

—No hay nada que hacer —replico fríamente mientras corto los sándwiches en dos a fin de guardar la mitad para más tarde.

—No deberías ser tan rígida, ¿sabes? —Capote abre una lata de cerveza y la empuja hacia mí.

—No lo soy, pero alguien tiene que mantener la sensatez.

—Te preocupas demasiado. Siempre actúas como si temieras meterte en problemas.

Le miro atónita.

—¿Yo?

—Tienes esa expresión de amargura y reproche en la cara. —Abre una lata de cerveza para él.

—¿Y qué me dices de tu expresión de arrogancia y reproche?

—Yo no soy arrogante, Carrie.

—Y yo soy Marilyn Monroe.

—De todos modos, ¿qué te preocupa? ¿No tienes planeado ir a Brown en otoño?

Brown. Me paralizo. Pese al apagón y la escasez de víveres y la presencia de Capote Duncan, Brown es el último lugar en el que quiero estar. La idea de ir a la universidad de repente se me antoja banal.

—¿Por qué? —pregunto a la defensiva—. ¿Estás intentado deshacerte de mí?

Se encoge de hombros y bebe un sorbo de cerveza.

—No. Probablemente te echaría de menos.

Regresa con los demás mientras yo me quedo tiesa, con el plato de sándwiches en la mano.

19.00

Strippoquer.

21.00

Más strippoquer.

22.30

Llevo el sujetador de Samantha en la cabeza.

2.00

He construido tienda con sillas y manta vieja. Capote y yo debajo.

Hablando de Emma Bovary.

Hablando de la visión que tiene Capote de las mujeres.

—Yo quiero una mujer que tenga los mismos objetivos que yo. Que quiera hacer algo con su vida.

De repente me cohíbo.

Capote y yo nos tumbamos bajo la tienda. Es agradable, pero hay tensión. «¿Cómo sería hacerlo con él?», me pregunto. Aunque no debería pensarlo siquiera, no con Miranda y Samantha y Ryan ahí fuera, todavía jugando a las cartas.

Miro hacia arriba, hacia la manta.

—¿Por qué me besaste aquella noche? —susurro.

Busca mi mano y me la envuelve con sus dedos. Permanecemos así, cogidos de la mano y en silencio, lo que me parece una eternidad.

—No soy un buen novio, Carrie —dice al fin.

—Lo sé. —Me suelto—. Deberíamos intentar dormir.

Cierro los ojos sabiendo que no podré pegar ojo. No cuando hasta mi última terminación nerviosa está cargada de electricidad, como si mis electrodos estuvieran decididos a comunicarse con los de Capote a través del árido espacio que nos separa.

Lástima que no podamos utilizarlos para encender la luz.

Creo que me duermo, porque lo siguiente que noto es que nos despierta un terrible ruido, que resulta ser el teléfono.

Emerjo de la tienda al mismo tiempo que Samantha sale corriendo de la habitación con un antifaz sobre la cabeza.

—¿Qué dem…? —Ryan se sienta y se golpea la cabeza contra la mesita del café.

—¡Por favor, que alguien descuelgue ese teléfono! —aúlla Miranda.

Samantha hace el gesto frenético de rebanarnos el pescuezo.

—Si nadie contesta, lo haré yo —dice Ryan arrastrándose hacia el ofensivo aparato.

—¡No! —gritamos Samantha y yo al unísono.

Le arrebato el auricular a Ryan.

—¿Diga? —pregunto con cautela, esperando oír a Charlie.

—¿Carrie? —pregunta una voz masculina preocupada.

Es Bernard. Se acabó el apagón.