—Bien, a ver si lo he entendido —digo—. El revestimiento del útero migra hacia otras partes del cuerpo y, cuando te viene la regla, sangra.
—Y a veces no puedes quedarte embarazada. O si te quedas embarazada, el feto puede desarrollarse fuera del útero —explica Miranda, exhibiendo con orgullo sus conocimientos.
—¿En el estómago, por ejemplo? —pregunto horrorizada.
Asiente con la cabeza.
—O en el culo. Mi tía tenía una amiga que no podía cagar. Resulta que tenía un bebé creciendo en el intestino grueso.
—¡No! —exclamo, y enciendo otro cigarrillo. Le doy una calada con aire pensativo. La conversación se está desmadrando, pero estoy disfrutando con su morbosidad. Me digo que es un día especial, un día que está fuera de los demás días y, por tanto, exento de normas.
La ciudad entera se ha quedado sin electricidad. El metro no funciona, y en las calles reina el caos. Nuestra escalera está sumida en la oscuridad y fuera sopla un huracán, lo que significa que Samantha, Miranda y yo estamos atrapadas. Por lo menos, durante unas cuantas horas.
Samantha ha llegado inesperadamente minutos después del apagón. Se oían muchos gritos en la escalera y residentes que salían de sus apartamentos para intercambiar información. Alguien ha dicho que a la central telefónica le había caído un rayo, mientras que otro residente aseguraba que la tormenta había derribado los cables telefónicos y los aparatos de aire acondicionado habían provocado un fallo eléctrico. Sea como sea, estamos sin luz y sin teléfono. Enormes nubarrones se cernían sobre la ciudad, tiñendo el cielo de un sobrecogedor tono verde grisáceo. El viento arreciaba, y el cielo se ha cubierto de relámpagos.
—Parece Armagedón —ha declarado Miranda—. Alguien está intentando decirnos algo.
—¿Quién? —ha preguntado Samantha con su habitual sarcasmo.
Miranda se ha encogido de hombros.
—¿El Universo?
—Mi útero, el Universo —ha dicho Samantha, y así es como ha comenzado la conversación.
Por lo visto Samantha tiene endometriosis, razón por la cual sufre menstruaciones tan dolorosas. Pero no fue hasta que llegó a Los Ángeles cuando el dolor se hizo insoportable y se puso a vomitar en medio de una sesión fotográfica. Cuando la ayudante del fotógrafo la encontró casi desmayada en el suelo del lavabo, insistieron en pedir una ambulancia. Tuvieron que hacerle un raspado y la enviaron de regreso a Nueva York para que descansara.
—Me han dejado marcada para toda la vida —gime ahora Samantha.
Se baja la cinturilla del tejano para mostrarnos dos grandes tiritas a uno y otro lado de su barriga increíblemente plana, y levanta una de ellas. Debajo hay un gran verdugón rojo con cuatro puntos.
—Mirad —nos ordena.
—Es horrible —coincide Miranda con un extraño brillo de admiración en los ojos.
Me preocupaba que Miranda y Samantha no congeniaran, pero Miranda parece haber aceptado la posición de Samantha como cabecilla. No solo parece impresionada por su sofisticación, sino que está haciendo lo posible por caerle bien, lo cual consiste en mostrarse de acuerdo con todo lo que Samantha dice.
Colocándome a mí en el papel de discrepante.
—A mí no me molestan las cicatrices. Creo que dan carácter. —Nunca he logrado entender por qué a las mujeres les disgustan tanto esas pequeñas imperfecciones.
—Carrie —me reprende Miranda al tiempo que menea la cabeza para mostrar su solidaridad con la aflicción de Samantha.
—Mientras Charlie no se entere… —dice esta recostándose sobre los cojines.
—¿Por qué debería importarle? —pregunto.
—No quiero que sepa que no soy perfecta, gorrioncillo. Si llama, quiero que le digas que sigo en Los Ángeles.
—Vale. —Lo encuentro raro, pero la situación en general lo es, con el apagón y todo lo demás. Hasta la calificaría de shakesperiana. Como en Como gustéis, donde todo el mundo adopta identidades diferentes.
—¿«Gorrioncillo»? —pregunta Miranda con tono burlón.
Le lanzo una mirada asesina mientras Samantha empieza a hablar de mi vida sexual con Bernard.
—Tienes que reconocer que es un poco raro —dice apoyando los pies en los cojines.
—Seguro que es gay —declara Miranda desde el suelo.
—No es gay. Está casado. —Me levanto y me paseo a la luz parpadeante de las velas.
—Razón de más para ponerse caliente —dice Samantha riendo.
—Ningún tío sale un mes entero con una chica sin intentar tener sexo con ella —insiste Miranda.
—Hemos tenido sexo. Simplemente no hemos practicado el coito.
—Entonces no es sexo, cielo. Eso es lo que haces en sexto grado. —Samantha.
—¿Se la has visto siquiera? —pregunta Miranda con una risita.
—Para que te enteres, sí. —La señalo con mi cigarrillo.
—No la tendrá torcida, ¿verdad? —pregunta Miranda, y ella y Samantha estallan en carcajadas.
—No. Y me estáis insultando —añado con fingida indignación.
—Velas y lencería sexy, eso es lo que necesitas —asegura Samantha.
—Nunca he entendido lo de la lencería sexy. ¿Dónde está la gracia si el tío te la va a quitar de todas formas? —objeto.
Samantha lanza una rauda mirada a Miranda.
—La gracia está en que no te la quita enseguida.
—¿Me estás diciendo que te paseas por su apartamento en ropa interior? —Yo.
—Te pones un abrigo de pieles con lencería sexy debajo.
—Yo no puedo permitirme un abrigo de pieles. —Miranda.
—Pues ponte una gabardina. ¿Es que tengo que enseñároslo todo sobre el sexo?
—Sí, por favor —digo.
—¡Sobre todo porque Carrie aún es virgen! —aúlla Miranda.
—Eso ya lo sabía, cielo. Lo supe en cuanto la vi cruzar esa puerta.
—¿Tan evidente es? —pregunto.
—Lo que no entiendo es por qué sigues siendo virgen —dice Samantha—. Yo me deshice de mi virginidad a los catorce años.
—¿Cómo? —pregunta Miranda.
—De la manera habitual. Una botella de Boone’s Farm Strawberry Hill y el asiento trasero de una furgoneta.
—Yo lo hice en la cama de mis padres. Estaban en una conferencia.
—Eso es morboso —digo sirviéndome otra copa.
—Lo sé. Soy una gatita muy morbosa… —replica Miranda.
¿Hasta cuándo este apagón?
1.45
—¡Bebés! Es lo único que importa. Quién iba a decir que el mundo estaría obsesionado con los bebés —aúlla Samantha.
—Cada vez que veo un bebé os juro que me entran ganas de vomitar —asegura Miranda.
—Yo vomité una vez. —Asiento enérgicamente con la cabeza—. Solo de ver un babero apestoso.
—¿Por qué la gente no se compra un gato con una caja? —pregunta Samantha.
2.15
—Yo nunca llamaría a un tío. Nunca. —Samantha.
—¿Y si no puedes evitarlo? —Yo.
—Tienes que poder evitarlo.
—Es un problema de baja autoestima. —Miranda.
—Deberías contarle a Charlie lo de la intervención —digo, sintiendo que me tambaleo.
—¿Por qué? —pregunta Samantha.
—Porque eso es lo que hace la gente auténtica.
—No vine a Nueva York para ser auténtica.
—¿Viniste para ser falsa? —barboteo.
—Vine para ser nueva —dice.
—Yo vine aquí para ser yo misma —interviene Miranda—. No podía serlo en mi ciudad.
—Yo tampoco. —La habitación me da vueltas—. Mi madre murió —murmuro antes de perder el conocimiento.
Cuando vuelvo en mí, la luz inunda el apartamento.
Estoy tendida en el suelo, debajo de la mesita del café. Miranda está hecha un ovillo en el sofá, roncando, lo que enseguida me hace preguntarme si no será por eso por lo que Marty la ha dejado. Intento sentarme, pero la cabeza me pesa una tonelada.
—Ay —gimo, bajándola de nuevo.
Finalmente consigo rodar sobre mi estómago y arrastrarme hasta el cuarto de baño, donde me tomo dos aspirinas y las bajo con el agua embotellada que queda. Entro a trompicones en el dormitorio de Samantha y me acurruco en el suelo.
—¿Carrie? —dice, despertada por mis golpes.
—¿Ajá?
—¿Qué ocurrió anoche?
—Un apagón.
—Mierda.
—Y una endometriosis.
—Doble mierda.
—Y Charlie.
—No le llamé, ¿verdad?
—No podías. El teléfono no funciona.
—¿Seguimos sin luz?
—Hummm.
Pausa.
—¿Es cierto que tu madre murió?
—Sí.
—Lo siento.
—Yo también.
La oigo revolverse bajo las sábanas de seda negra. Da unas palmaditas al colchón.
—Hay sitio de sobra para las dos.
Trepo hasta la cama y enseguida concilio un sueño profundo.