22

Como si la noche no estuviera resultando ya lo bastante rara, me descubro sentada al lado de Capote.

—¿Otra vez tú? —pregunto pasando por su lado para ocupar mi silla plegable.

—¿Algún problema? —replica.

Pongo los ojos en blanco. ¿Por dónde empiezo? ¿Por el hecho de que extraño a Bernard y me gustaría que estuviera aquí? ¿O por el hecho de que me gustaría estar sentada al lado de otra persona? Me decido por:

—Acabo de conocer a Teensie Dyer.

Parece impresionado.

—Es una agente importante.

Imaginaba que diría eso.

—Me parece una bruja.

—No digas tonterías, Carrie.

—¿Por qué? Es la verdad.

—O tu punto de vista.

—¿Qué quieres decir?

—Esta es una ciudad dura, Carrie, y lo sabes.

—¿Y? —digo.

—¿Quieres terminar endureciéndote como la mayoría de esa gente?

Le miro con incredulidad. ¿Es que no se da cuenta de que él es uno de ellos?

—Eso no me preocupa —replico.

Una fuente de pasta pasa por delante de nosotros. Capote la coge y primero me sirve educadamente a mí y luego a él.

—Dime que no representarás tu obra en el espacio de Bobby.

—¿Por qué no?

—Porque Bobby es un payaso.

Esbozo una sonrisa irónica.

—¿O porque a ti no te ha ofrecido representar tu gran obra?

—No lo haría aunque me lo pidiera. Esa no es la manera de hacer las cosas, Carrie. Ya te darás cuenta.

Me encojo de hombros.

—Supongo que esa es la diferencia entre tú y yo, que a mí no me importa correr riesgos.

—¿Quieres que te mienta como hace el resto de la gente en tu vida?

Sacudo la cabeza, perpleja.

—¿Qué sabrás tú si la gente me miente? Es mucho más probable que te mienta a ti. Aunque ¿sabes quién es el mayor embustero en tu vida? Tú mismo. —Bebo un trago de vino sin dar apenas crédito a lo que acabo de decir.

—Muy bien —dice, dejándome por imposible.

Se vuelve hacia la mujer que tiene al otro lado. Le imito y sonrío al hombre de mi izquierda.

Suelto un suspiro de alivio. Es Cholly.

—Hola —digo con un tono animado, decidida a olvidar mi encuentro con Teensie y mi odio hacia Capote.

—¡Pequeña! —exclama—. Caray, sí que te mueves. ¿Está resultando Nueva York como esperabas?

Miro a mi alrededor. Rainbow está derrumbada en su silla con los ojos semicerrados mientras Capote pontifica una vez más sobre su tema favorito: Proust. Oteo a Ryan, que ha tenido la fortuna de sentarse al lado de Teensie. Le está haciendo ojitos, sin duda con la esperanza de que le acepte como cliente. Entretanto, Bobby está detrás de Barry Jessen, intentando desesperadamente acaparar su atención mientras aquel, que ahora suda con profusión, se seca irritadamente la cara con una servilleta.

Experimento uno de esos extraños momentos en que el universo se pliega como un telescopio y todo se amplifica: el movimiento de los labios pintados de Pican, el chorrito de vino tinto que Bobby vierte en su copa, el sello de oro en el dedo de Teensie cuando se lleva la mano a la sien.

Me pregunto si Maggie tendrá razón. Tal vez estemos pirados.

Y de repente todo vuelve a la normalidad. Teensie se levanta. Barry le hace un sitio a Bobby a su lado. Ryan se inclina hacia Rainbow y le susurra algo al oído.

Miro a Cholly.

—Es fantástico.

Parece intrigado, así que procedo a contarle mis aventuras. Que fui expulsada del apartamento de Peggy. Que he bautizado el bigote de Viktor Greene con el nombre de Waldo. Y que Bobby quiere que lea mi obra de teatro cuando ni siquiera la he terminado. Cuando acabo, tengo a Cholly desternillándose. No hay nada como un hombre que sabe escuchar.

—Deberías venir a una de las veladas en mi casa —dice—. Dirijo una maravillosa y pequeña publicación llamada The New Review. Nos gusta pensar que es literaria, pero de vez en cuando requiere una fiesta.

Estoy anotándole mi número de teléfono en una servilleta cuando Teensie se acerca. Al principio creo que yo soy su blanco, pero en realidad busca a Cholly.

—Querido. —Escurre agresivamente una silla entre Cholly y yo y me da la espalda—. Acabo de conocer a un joven escritor de lo más encantador. Ryan no sé qué. Tienes que conocerle.

—Será un placer —dice Cholly, y se inclina por delante de Teensie con un guiño—. ¿Conoces a Carrie Bradshaw? Ella también es escritora. Me estaba contando que…

Teensie cambia bruscamente de tema.

—¿Has visto a Bernard últimamente?

—Le vi la semana pasada —contesta Cholly con un tono displicente, dando a entender que no le interesa hablar de Bernard.

—Estoy preocupada por él —insiste Teensie.

—¿Por qué? —pregunta Cholly. Los hombres no se preocupan los unos por los otros como las mujeres.

—He oído que está saliendo con una jovencita.

Se me cierra el estómago.

—Margie dice que Bernard está fatal —continúa Teensie mientras me mira de soslayo. Trato de fingir indiferencia, como si no supiera de quién está hablando—. Margie dice que la ha conocido, y la verdad es que está preocupada. Piensa que el hecho de que Bernard salga con alguien tan joven es un mal síntoma.

Me sirvo más vino mientras finjo fascinación por algo que está sucediendo al otro lado de la mesa, pero me tiembla la mano.

—¿Y qué más le da a Margie Shephard? Fue ella quien le dejó —dice Cholly.

—¿Es eso lo que él te contó? —pregunta maliciosamente Teensie.

Cholly se encoge de hombros.

—Todo el mundo sabe que Margie le engañaba con un actor de su obra de teatro.

Teensie suelta una risita.

—Me temo que fue al revés, que fue Bernard quien engañó a Margie.

Un alambre se ciñe alrededor de mi corazón y lo estruja.

—En realidad, Bernard ha engañado a Margie varias veces. Es un gran dramaturgo, pero un desastre como marido.

—En serio, Teensie, ¿qué importa eso? —dice Cholly.

Teensie le coloca una mano en el brazo.

—Esta fiesta me está dando un terrible dolor de cabeza. ¿Podrías preguntarle a Barry si tiene aspirinas?

La fulmino con la mirada. ¿Por qué no puede preguntárselo ella? A la mierda Teensie y lo que ha dicho acerca de Bernard.

—Colin tiene aspirinas —intervengo amablemente—. ¿El hijo de Pican?

Teensie enarca las cejas con escepticismo, pero la obsequio con una sonrisa inocente.

—Gracias. —Me escruta con la mirada y se marcha en pos de Colin.

Me tapo la cara con la servilleta y rompo a reír.

Cholly ríe conmigo.

—Teensie es tonta de remate, ¿verdad?

Asiento con la cabeza, incapaz de hablar. La idea de la malvada Teensie con una pastilla de Colin se me antoja demasiado graciosa.

Como es lógico, no espero que Teensie se tome la pastilla. Hasta yo, que no sé nada de drogas, he tenido juicio suficiente para comprender que la gran pastilla blanca que me ofrecía Collin no era una aspirina. No vuelvo a pensar en ello hasta una hora más tarde, cuando estoy bailando con Ryan.

Tambaleándose precariamente con las rodillas dobladas, Teensie aparece en medio de la pista agarrada al hombro de Bobby para no caer. Ríe bobaliconamente mientras se esfuerza por mantenerse derecha. Sus piernas parecen de goma.

—¡Bobby! —grita—. ¿Te he dicho alguna vez lo mucho que te quiero?

—¿Qué le pasa? —pregunta Ryan.

Me entra un ataque de risa. Por lo visto, Teensie sí se ha tomado la pastilla, porque ahora está tumbada en el suelo partiéndose de la risa. A los pocos segundos, Cholly llega, la levanta y se la lleva.

Sigo bailando.

En realidad todo el mundo sigue bailando, hasta que oímos un fuerte chillido seguido de varios gritos de auxilio.

Frente al ascensor se ha congregado una multitud. La puerta está abierta, pero el hueco parece vacío.

Gritos de «¿Qué ha ocurrido?». «¡Alguien ha caído!» «Llamad al 911» retumban en el loft. Me acerco a toda prisa, temiendo que haya sido Rainbow y que esté muerta, pero con el rabillo del ojo veo correr a Rainbow hacia su habitación seguida de Colin. Me acerco un poco más. Dos hombres han saltado al hueco, por lo que el ascensor debe hallarse a poco más de medio metro. Una mano de mujer asoma lánguidamente por el borde. Barry Jessen la agarra y del agujero saca a una Teensie despeinada y aturdida.

Antes de que pueda reaccionar, Capote me da un codazo.

—Vamos.

—¿Eh? —Estoy demasiado petrificada para moverme.

Me tira del brazo.

—Tenemos que salir de aquí. Ahora.

—¿Y Teensie?

—Está bien. Y Ryan puede cuidar de sí mismo.

—No lo entiendo —protesto cuando Capote me empuja hacia la salida.

—No hagas preguntas. —Abre la puerta y echa a correr por la escalera. Me detengo en el rellano, desconcertada—. ¡Carrie! —Se da la vuelta para comprobar si le sigo. Cuando ve que no, sube y prácticamente me empuja escaleras abajo—. ¡Muévete!

Obedezco mientras oigo sus pisadas urgentes detrás de mí. Cuando llegamos al vestíbulo, abre bruscamente la puerta y me saca a la calle de un tirón.

—¡Corre! —grita.

Sale disparado hacia la esquina mientras intento seguirle con las botas Fiorucci que Samantha me regaló. Segundos después, dos coches de policía con las brillantes sirenas ululando se detienen frente al edificio de los Jessen. Capote me rodea los hombros con su brazo.

—Finge normalidad, como si fuéramos novios.

Cruzamos la calle mientras mi corazón amenaza con atravesarme el pecho. Caminamos así otra manzana, hasta llegar a West Broadway con Prince.

—Creo que hay un bar guay por aquí —dice Capote.

—¿Un bar «guay»? ¿Teensie se cae por el hueco del ascensor y en lo único que puedes pensar es en un bar «guay»?

Me suelta.

—Yo no tengo la culpa.

Él no, pero yo sí.

—Deberíamos volver. ¿No te preocupa Teensie?

—Oye, Carrie —me dice, exasperado—, acabo de salvarte la vida. Deberías estar agradecida.

—No sé muy bien por qué.

—¿Quieres salir en los diarios? Porque eso es lo que hubiera ocurrido. La mitad de la gente de esa fiesta estaba drogada. ¿Crees que la policía no lo notará? Y mañana aparecerán en todas las páginas de sociedad. Puede que a ti no te importe tu reputación, pero a mí sí me importa la mía.

—¿Por qué? —pregunto, sin dejarme impresionar.

—Porque sí.

—¿Por qué? —insisto.

—Hay mucha gente que confía en mí.

—¿Como quién?

—Como mi familia. Son gente escrupulosa y decente. No quiero abochornarles por culpa de mis acciones.

—Como, por ejemplo, casarte con una yanqui.

—Exacto.

—¿Qué piensan todas esas chicas yanquis con las que sales? ¿O simplemente no las previenes?

—Yo diría que casi todas las mujeres saben dónde se están metiendo cuando salen conmigo. Nunca miento sobre mis intenciones.

Miro la acera, preguntándome qué estoy haciendo en medio de la calle discutiendo con Capote Duncan.

—Supongo que yo también debería ser sincera contigo. Yo tengo la culpa del accidente de Teensie.

—¿Tú?

—Sabía que Colin tenía pastillas. Decía que eran aspirinas, así que le dije a Teensie que le pidiera una.

Capote tarda unos instantes en procesar la información. Se frota los ojos mientras temo que vaya a denunciarme. Luego echa la cabeza hacia atrás y rompe a reír. Los largos rizos le caen sobre los hombros.

—Tiene gracia, ¿eh? —fanfarroneo ante su aprobación—. No se me ocurrió que fuera a tomarse la maldita pastilla…

Sin previo aviso, me silencia con un beso.

Estoy tan atónita que no reacciono cuando su boca aprieta mis labios con avidez. Luego mi cerebro se recupera. Me desconcierta lo agradable y natural que me resulta, como si lleváramos toda la vida besándonos. Entonces lo entiendo: así es como conquista a todas esas mujeres. Asaltándolas. Besa a una mujer cuando ella menos lo espera y, una vez que la tiene atontada, la engatusa para llevársela a la cama.

Pues esta vez no va a salirse con la suya. Aunque una gran parte de mí lo desee.

—No. —Le aparto.

—Carrie.

—No puedo. —¿Acabo de serle infiel a Bernard?

¿Estoy con Bernard?

Un taxi solitario se acerca por la calzada con el piloto encendido. Está libre. Yo no. Lo detengo.

Capote me abre la portezuela.

—Gracias —digo.

—Adiós —responde como si nada hubiera ocurrido.

Me hundo en el asiento meneando la cabeza.

Menuda noche. Probablemente sea el mejor momento para largarme de Nueva York.