18

«¿Dónde está todo el mundo?», pienso con indignación cuando cuelgo por enésima vez.

Anoche, cuando llegué a casa, no podía dejar de pensar en Samantha y Charlie. ¿Era ese el camino hacia una relación feliz? ¿Convertirte en lo que el hombre quiere que seas?

Por otro lado, parecía funcionar. Para Samantha, en cualquier caso. Y comparada con la suya, mi relación con Bernard era sumamente deficiente. No solo en lo referente al sexo, sino en cuanto al hecho de que todavía no sabía si volvería a verle algún día. Supongo que lo bueno de convivir con un hombre es que sabes que volverás a verle. Porque en algún momento tendrá que aparecer por casa, ¿no?

Por desgracia, no puede decirse lo mismo de Bernard. Y la culpa la tiene Maggie. Si no hubiera sido tan maleducada, si no hubiera insistido en perseguir a Ryan y seducirle… Y aún está con él, teniendo su pequeña aventura mientras yo no tengo nada. Me he convertido en sierva de las relaciones de los demás. Ayudando, instigando. Y ahora estoy completamente sola.

Suerte que tengo a Miranda. Siempre podré contar con ella. Miranda nunca tendrá una relación. Pero, ¿dónde demonios está?

Descuelgo y vuelvo a marcar su número. No contesta. Es extraño, porque llueve, y eso quiere decir que no puede estar protestando delante de Saks. Vuelvo a llamar a Bernard. Tampoco contesta. Presa de un enorme cabreo, llamo a Ryan. Mierda. Ni siquiera él contesta. No me extraña. Seguro que él y Maggie están ocupados haciendo el amor por vigésima vez.

Me rindo. Contemplo la lluvia. Tac, tac, tac. Qué depresión.

Finalmente suena el timbre. Dos tonos cortos seguidos de uno largo, como si alguien hubiera apoyado el hombro en el botón. «Maggie». Qué gran amiga. Ha venido a Nueva York a verme, pero pasa todo su tiempo con el imbécil de Ryan. Salgo al rellano y me asomo por el hueco de la escalera, dispuesta a decirle lo que pienso.

En su lugar, veo la coronilla de Miranda. La lluvia le ha aplastado el pelo y parece que lleve birrete.

—Hola —digo.

—Está diluviando. He pensado que podía refugiarme aquí hasta que amaine.

—Entra. —Le doy una toalla y se seca el pelo. Sus mechones empapados apuntan hacia arriba, como la cresta de un gallo. A diferencia de mí, parece muy animada. Entra en la cocina y abre la nevera.

—¿Hay algo de comer en esta casa?

—Queso.

—Hummm, estoy hambrienta. —Coge un cuchillo y ataca la barra de cheddar—. Oye, ¿te has fijado en que hace dos días que no sabes nada de mí?

La verdad es que no. He estado demasiado ocupada con Maggie, Samantha y Bernard.

—Ajá —digo—. ¿Dónde estabas?

—Adivina. —Sonríe.

—Has ido a una concentración en Washington.

—No. Vuelve a probar.

—Me rindo. —Camino hasta el futón, me hundo en él y miro hacia la ventana. Enciendo un cigarrillo mientras pienso que no estoy de humor para adivinanzas.

Miranda se sienta en el brazo del futón mordisqueando su queso.

—Teniendo relaciones sexuales.

—¿Qué? —Apago el cigarrillo.

—Teniendo relaciones sexuales —repite. Resbala hasta el asiento—. He conocido a un tío y nos hemos pasado dos días dándole al sexo. ¿Y lo peor de todo? Que no podía cagar. En serio, no he podido cagar hasta que se ha marchado esta mañana.

—Espera un momento. ¿Has conocido a un tío?

—Sí, Carrie, he conocido a un tío. Lo creas o no, algunos hombres me encuentran atractiva.

—Nunca he dicho lo contrario, pero tú siempre dices…

—Lo sé. —Asiente—. Que el sexo es una mierda. Pero esta vez no lo ha sido.

La miro con los ojos como platos y algo de envidia. No sé qué decir.

—Estudia derecho en la universidad de Nueva York —explica mientras se acomoda en el sofá—. Le conocí delante de Saks. Al principio no quería hablar con él porque llevaba pajarita…

—¿Qué?

—Y encima amarilla. Con topos negros. Se paseaba por delante, y yo intentaba ignorarle, pero firmó la petición y decidí mostrarme amable. Resulta que ha estudiado un montón de casos sobre libertad de expresión y pornografía. Dice que la industria pornográfica fue la primera en utilizar la imprenta. ¿Lo sabías? La imprenta no se inventó porque la gente quería leer toda esa literatura elevada, sino porque los hombres querían ver imágenes verdes.

—Uau —gimoteo en un esfuerzo por implicarme en la conversación.

—Hablamos un buen rato y en un momento dado me propuso que siguiéramos charlando mientras cenábamos. La verdad es que no me atraía nada, pero parecía un tipo interesante y pensé que podríamos ser amigos, así que acepté.

—Fantástico. —Me obligo a sonreír—. ¿Adónde fuisteis?

—Al Japonica, un restaurante japonés de la universidad. Nada barato, por cierto. Intenté dividir la cuenta, pero no me dejó.

—¿Dejaste que un hombre te invitara? —Eso es totalmente impropio de Miranda.

Esboza una sonrisa incómoda.

—Va en contra de todo aquello en lo que creo, pero me dije que por una vez podía relajarme. Pensaba mucho en la noche en que cené contigo y con tu amiga L’il y en lo que nos contó de su madre, que era lesbiana. Me preguntaba si yo también era lesbiana. Pero si lo soy, ¿por qué no me atraen las mujeres?

—A lo mejor no has conocido a la mujer adecuada —bromeo.

—¡Carrie! —exclama, pero está de demasiado buen humor para ofenderse—. Siempre me han atraído los tíos, lo que pasa es que me gustaría que se parecieran más a las mujeres. Pero con Marty…

—¿Se llama Marty?

—No puede hacer nada con respecto a su nombre, por desgracia uno no elige el nombre que van a ponerle cuando nace. El caso es que estaba un poco preocupada porque no sabía si me iba a apetecer besarle. —Baja la voz—. No es muy guapo, pero me dije que el aspecto físico no lo es todo. Y es muy inteligente, lo cual puede resultar muy excitante. Siempre he dicho que prefiero estar con un tío inteligente y feo que con un tío tonto y guapo. Porque ¿de qué puedes hablar con un tío tonto?

—¿Del tiempo? —Me pregunto si Bernard piensa eso mismo de mí. A lo mejor no soy lo bastante inteligente para él y por eso no me ha llamado.

—Como te decía —continúa Miranda—, estamos caminando por The Mews, esa callecita adoquinada y precisa, cuando de pronto me empuja contra la pared y empieza a besarme.

Suelto un grito, y Miranda cabecea.

—No podía creerlo. —Ríe entre dientes—. Y lo más alucinante de todo es que fue de lo más sexy. Nos morreábamos cada cinco pasos, y cuando llegamos a mi casa nos arrancamos la ropa y lo hicimos.

—Increíble —digo encendiendo otro cigarrillo—. Absolutamente increíble.

—Lo hicimos tres veces esa noche. Y al día siguiente me llevó a desayunar. Me preocupaba que fuera un rollo de una noche, pero por la tarde me llamó y vino a casa y volvimos a hacerlo y se quedó a dormir y prácticamente no nos hemos separado desde entonces.

—Un momento —la interrumpo agitando el cigarrillo—. ¿Prácticamente no os habéis separado? —Estoy perdida. Miranda tendrá una gran historia de amor con ese tío al que acaba de conocer y tampoco volveré a verla.

—Casi no nos conocemos —dice con una risita—, pero no importa. Que sea lo que tenga que ser.

—Supongo —farfullo.

—¿Puedes creerlo? ¿Yo dándole al sexo sin parar? Sobre todo después de todas las cosas que te he dicho. Y ahora que finalmente he disfrutado de buen sexo, estoy pensando que a lo mejor eso me da otra visión de la vida. Por ejemplo, que no todos los hombres son forzosamente horribles.

—Es genial —digo débilmente, sintiendo pena de mí misma.

Y entonces ocurre. Los ojos se me llenan de lágrimas.

Me apresuro a enjugármelas, pero Miranda se da cuenta.

—¿Qué te ocurre?

—Nada.

—¿Por qué lloras? —Esboza una mueca de preocupación—. No estarás enfadada porque ahora tengo novio, ¿no?

Niego con la cabeza.

—Carrie, no puedo ayudarte si no me dices qué te pasa —dice suavemente.

Al fin se lo vomito todo, la desastrosa cena con Bernard, lo mucho que insistió Maggie en que fuéramos a la fiesta, donde acabó enrollándose con Ryan, y el hecho de que Bernard no me ha llamado y probablemente hayamos terminado.

—No sé cómo ha ocurrido —berreo—. Tendría que haberme acostado con Bernard cuando tuve oportunidad. Ahora ya no podré hacerlo. Me quedaré virgen el resto de mi vida. Ni siquiera L’il es virgen. Y mi amiga Maggie se acuesta con tres tíos. ¡Al mismo tiempo! ¿Qué me pasa?

Miranda me rodea los hombros.

—Pobrecilla —me dice con dulzura—. Tienes un mal día.

—¿«Un mal día»? Una mala semana, diría yo —protesto, pero agradezco su ternura. Miranda es, por lo general, muy seca. No puedo evitar preguntarme si no tendrá razón y dos días de sexo fantástico le han despertado el instinto maternal.

—No todos funcionamos igual —dice con firmeza—. Las personas evolucionamos a ritmos diferentes.

—Pues yo no quiero ser la última.

—Muchas personas famosas son retoños tardíos. Mi padre dice que es una ventaja ser un retoño tardío, porque cuando las cosas buenas empiezan a ocurrir ya estás preparado para ellas.

—¿Y tú estabas finalmente preparada para Marty?

—Supongo que sí. —Asiente—. Me gustó, Carrie. Oh, Dios, cómo me gustó. —Se tapa la boca, horrorizada—. Si me gusta el sexo, ¿crees que eso significa que no puedo ser feminista?

—No. —Niego con la cabeza—. Porque para mí feminista significa hacerte responsable de tu sexualidad. Tú decides con quién quieres acostarte. Significa no entregar tu sexualidad… a cambio de otras cosas.

—Como casarte con un tío asqueroso del que no estás enamorada solo para poder tener una casa bonita con valla.

—O casarte con un vejestorio o con un tipo que espera que le hagas la cena cada noche y cuides de sus hijos —añado, pensando en Samantha.

—O un tipo que te obliga a practicar el sexo cada vez que a él le apetece —concluye Miranda.