[1] Frase con la que termina el poema «Le paquet rouge», de la recopilación Opera, en el que Cocteau da cuenta de la desesperación posterior a la muerte de Radiguet y que anticipa el sufrimiento expresado en el filme Le Sang d’un poète [La sangre de un poeta]. Siempre que se cite una obra se pondrá entre corchetes el nombre en español cuando exista traducción. <<
[2] Cuando se conocen en 1913, gracias a Max Jacob, el joven escritor antimodernista tiene apenas 15 años. Además de su genio y su desfachatez para dar lecciones a los grandes de su tiempo, su edad será determinante en la relación con Cocteau, quien para entonces cuenta con casi treinta años. El poeta se siente tan subyugado que al morir Radiguet, es él quien se erige como el huérfano de la relación. <<
[3] Los pormenores de este juego de espejos literario podemos verlos con detenimiento en el ensayo de Milorad, «Romins jumeaux ou de l’imitation» (Cahiers Jean Cocteau, 8, Le romancier, Gallimard, Paris, 1979), y en la presentación que escribió especialmente para El libro blanco y que puede leerse más adelante. <<
[4] En cuanto a Dargelos, personaje reincidente en la obra de Cocteau, pueden leerse Les Enfants terribles [Los niños terribles] y las reflexiones que sobre este libro se hacen en Opium [Opio], Se vuelve personaje cinematográfico desde 1910, en Le sang d’un poète, filme que lo consagra visualmente como símbolo y le otorga, veinte años antes de que Melville adaptara Les Enfants terribles, el vigor físico que sin duda tuvo en la vida real. <<
[5] «Des traductions», Journal d’un inconnu, Paris, Grasset, 1957. <<
[6] Jean-Jacques Kihm, Elizabeth Sprigge, Henri C. Béhar. Jean Cocteau, l’homme et les miroirs, Editions de la Table ronde, 1968, página 192. <<
[7] Francis Slcegmuller, Cocteau. Litlle. Brown and Company, Boston, Toroto, 1970, pagina 10. <<