Introducción

Un libro blanco, nos dice el diccionario, es una «recopilación de documentos sobre un problema determinado». En este caso, ¿de qué problema se trata? De la vida sexual y sentimental del narrador. Una vida homosexual en su mayor parte. Entonces, El libro blanco es, en términos generales, un expediente sobre la homosexualidad de su narrador. Pero esto no es todo. El adjetivo «blanco» evoca también la página en blanco, la ausencia de firma del autor, de quien nadie dudó jamás, sin embargo, que se tratara de Jean Cocteau. «La recibimos [esta obra] sin nombre y sin dirección», hace decir el autor al editor en el prólogo.

Este breve relato fue escrito hacia finales de 1927, en Chablis, en la región de Yonne, en el Hotel de la Estrella, de nombre predestinado para un poeta que siempre señaló su firma con la estrella del destino. Jean Cocteau fue a descansar a Chablis durante las fiestas navideñas, acompañado del joven escritor Jean Desbordes. En esa época, Jean Cocteau cree estar volviendo a vivir con Jean Desbordes lo que vivió con Raymond Radiguet unos años antes (Radiguet murió en 1923): «Se ha producido un milagro del cielo», escribe a Bernard Fay, «Raymond ha vuelto con otra apariencia y a menudo se delata». Así, en 1927 Jean Cocteau volverá a vivir, con otro intérprete en el mismo papel, el mismo guión que en 1921-1922. Así como Radiguet escribía Le Diable au corps, y luego Le Bal du comte d’Orgel, Desbordes escribe J’adore; así como Cocteau escribía Le Grand Ecart, y luego Thomas l’imposteur, escribe El libro blanco. Radiguet escribía una novela, Le Diable au corps, basada en una relación heterosexual autobiográfica; casi de inmediato, Cocteau hurgó en su propia memoria, de donde exhumó lo que más podía acercarse al recuerdo de Radiguet y que originó Le Diable au corps: el recuerdo de su propia relación heterosexual con la actriz y semimundana Madeleine Carlier, y a partir del cual escribió una novela, Le Grand Ecart Radiguet habia «copiado». La Princesse de Cleves, lo que había producido Le Bal du comte d’Orgel de inmediato, Cocteau «copió» La Chartreuse de Parme, lo que produjo Thomas l’imposteur. Desbordes compone un volumen de confidencias sensuales, impregnadas de religiosidad. J’adore Cocteau redacta una especie de autobiografía erótica, entremezclada de arrepentimientos cristianos: El libro blanco.

En una carta inédita a su madre, del 4 de enero de 1928, desde Chablis, el poeta escribe: «Estoy releyendo Les Confessions y puedo ponerle un nombre moderno a cada persona». Es probable que Jean Cocteau haya tomado, además de los textos de Jean Desbordes, Les Confessions de Rousseau como modelo de El libro blanco, y que ello explique el tono curiosamente dieciochesco de esta narración moderna.

Un recuerdo más de Chablis. En otra carta inédita a su madre —Chablis, 2 de enero de 1928— el poeta escribe: «Pasé todo el primero del año contigo —encerrado en mi cuarto después de estar en una iglesia fría y vacía. Me encontraba solo en los asientos y pensaba: estamos hechos a la imagen y semejanza de Dios —su falta de éxito es la de todo lo que es bello y puro. Lo cual no le impide ser ilustre y ser temido». Reflexión que se vuelve, en El libro blanco: «La iglesia estaba desierta (…). Admiraba la falta de éxito de Dios; es la falta de éxito de las obras maestras. Lo cual no impide que sean ilustres y que se les tema».

En las cartas que de Chablis le escribe Cocteau a su madre, si bien habla de sus trabajos en curso —Le Mystère laïc, estudio sobre el pintor italiano Giorgio de Chirico, la pieza La Voix humain, etcétera—, nada menciona del escandaloso Libro blanco. Es por un juego de pruebas de este último, que llevan la anotación Chablis, diciembre de 1927, suprimida en la impresión, como se conocen la fecha y el lugar de composición de la obra.

El libro blanco se presenta como la narración cronológica, hecha por un narrador anónimo, de su vida en función de su homosexualidad.

La obra arranca con dos recuerdos de infancia que tuvieron una considerable importancia en la obra posterior del poeta: ambos recuerdos son el origen de un tema que aparecerá y volverá a aparecer en la obra, con diversos aspectos, durante casi toda la vida creativa de Cocteau.

Este es el primero de dichos recuerdos: el narrador niño sorprende a un joven granjero que, completamente desnudo, monta a caballo; el impacto homosexual sobre el niño es tan violento que lo hace desmayarse. El joven centauro, alegoría misma de la homosexualidad (la bien conocida historia del caso del pequeño Hans, en Freud, nos mostró que el caballo simbolizaba la masculinidad paterna), es lo que origina, en la obra de Cocteau, un tema de gran importancia y que sufrirá curiosos avatares: el tema del caballo o del hombre-caballo, cuyo desarrollo convendría estudiar con detenimiento. (Para un examen más profundo de esta cuestión, entre algunas otras, me permito remitir al lector a mi estudio intitulado «Le Livre blanc», document secret et chiffré; en el Cahier Jean Cocteau, número 8, Gallimard, 1979).

El segundo recuerdo de infancia relatado en las primeras páginas de El libro blanco, según se nos dice, sucedió el año siguiente, en el mismo lugar que el primero. El narrador-niño se pasea con su sirvienta (probablemente la «alemana» del pequeño Jean, Fraülein Joséphine Ebel). De pronto, la sirvienta pega un grito y se lleva al niño, ordenándole que no mire hacia atrás. El niño desobedece y ve a dos jóvenes gitanos desnudos que se trepan a los árboles, a una gitana meciendo a un recién nacido, un carromato, «una hoguera que humea, un caballo blanco que está comiendo hierba». Como el primer recuerdo, y de manera todavía más evidente, éste dará nacimiento, en la vida y la obra de Cocteau, a toda una corriente temática a la que podría darse el título de uno de los poemas de la recopilación Opera de nuestro poeta: Los ladrones de niños.

Después de haber evocado estos determinantes recuerdos de infancia, el narrador de El libro blanco nos expone su situación familiar. Aquí, tal vez para enredar las pistas por deferencia a su madre (los biógrafos Kihm, Sprigge y Béhar nos revelan que si Cocteau publica sin el nombre del autor El libro blanco es, según dice, para «evitarle sufrimientos a su madre[6]»). El poeta invierte por completo sus verdaderos datos biográficos: es su madre quien muere en lugar de su padre, y con quien vive es con su padre en vez de con su madre.

El retrato que hace el narrador de El libro blanco de su padre toma prestados algunos rasgos del verdadero padre de Jean: el padre de El libro blanco es «triste», y el de Jean acabará suicidándose. Pero lo misterioso es que el narrador de El libro blanco ve en una inconsciente homosexualidad la causa de la tristeza paterna. Por la parte de Jean Cocteau, ¿no se trata más que de algo imaginario o se trata de un dato biográfico real, de un secreto de familia o por lo menos de un rumor que atribuye a un caso de faltas a la moral el enigmático suicidio de Georges Cocteau? Otro biógrafo del poeta, Francis Stcegmuller, evoca en efecto «el rumor según el cual [Georges Cocteau] era en secreto homosexual[7]». Y el narrador de El libro blanco escribe de su padre: «En su época la gente se mataba por menos» (que por el hecho de ser homosexual). El enigma subsiste.

Después de este retrato paterno, El libro blanco pasa a los recuerdos del liceo Condorcet, cuyo nombre no se modifica. (Es en este liceo en donde Jean hizo una gran parte de sus estudios). Así, El libro blanco, «recopilación de documentos» sobre la homosexualidad de su narrador, es lo que hará aflorar por primera vez en la obra (si se exceptúan algunos apuntes iniciales, que permanecieron inéditos, del Potomak) uno de sus temas más conocidos: el del liceo Condorcet, que gravita alrededor de un personaje que se volvió mítico a partir de una base real, Dargelos, tema que encontrará su explotación más célebre, un año después de El libro blanco, en Les Enfants terribles.

El narrador de El libro blanco ve que sus compañeros pasan «normalmente» a la heterosexualidad, mientras que él mismo, en el fondo, sigue siendo homosexual. Obliga a su naturaleza a imitarlos. En efecto, la imitación de sus compañeros conduce a Jean, en aquella época, a algunas relaciones con mujeres, de las que se han conservado algunos rastros en su biografía. La más importante, con Madeleine Carlier, proporcionará el tema de su novela Le Grand Ecart (1923). Resulta conveniente comparar esta última novela con las páginas de El libro blanco que tratan sobre los amores del narrador con Jeanne (Germaine en Le Grand Ecart, Madeleine en la vida real). Más tarde, la pieza Les Enfants terribles (1938), en lo que respecta a la relación del joven Michel y de Madeleine, así como a la desaprobación familiar respecto de dicha relación, tomará prestada una vez más para la aventura a Madeleine Carlier (y hasta su verdadero nombre).

En cuanto a los amores del narrador de El libro blanco con la prostituta Rose, y luego con su padrote Alfred o Alfredo, parece que fueron, también, autobiográficos: en un texto de unas cuantas páginas, intitulado Trottoir —publicado en 1927, el año mismo en que se escribirá El libro blanco, en un volumen colectivo de las ediciones Émile-Paul, Tableaux de París—, Jean Cocteau, hablando esta vez en su propio nombre, nos cuenta su relación, en 1912-1913, con una «putita», encontrada en «plena calle entre la Madeleine y la Ópera»; numerosos detalles nos permiten reconocer a la Rose de El libro blanco, su «hotel M.» de la plaza Pigalle (cuyo nombre completo de «Marquise’s Hotel» se nos revela aquí), y a su «mayate».

Después de estas inútiles tentativas de normalización, el narrador de El libro blanco pasa definitivamente a la homosexualidad. Primero, el teatro de estos amores homosexuales es Toulon, en donde, en un «lugar de mala muerte», el joven encuentra a un marinero apodado Mala Suerte. Ahora bien, este marinero constituye, en la biografía real del poeta, un encuentro mucho mas tardío (verano de 1927, por lo tanto muy reciente en la época en que Jean Cocteau escribía El libro blanco). Mala Suerte, cuyo verdadero nombre era Marcel Serváis, va a inspirar en parte el personaje de Máxime, el gemelo delincuente de la pieza La Machine à écrire (1939-1941), y el guión de una película que no se rodó, cuyo título es precisamente Mala Suerte. Mala Suerte es un absoluto del marinero como Dargelos era un absoluto del compañero de clase. A partir de 1922 y hasta el año anterior a su muerte, es decir durante cuarenta años, el poeta debía permanecer a menudo en la costa mediterránea, particularmente en Villefranche y Toulon, en donde, gracias a las armadas de guerra francesa y norteamericana, el tema del marinero iba a encontrar con qué enriquecerse.

En otro «lugar de mala muerte», el narrador de El libro blanco asiste, escondido tras el espejo sin azogue de unos baños, a las duchas eróticas de «la juventud obrera», lo que da lugar a una breve y extraordinaria escena, la mejor del libro, sobre las relaciones del narcisismo y la homosexualidad —escena que enriquece además, de manera inesperada y llena de consideraciones interesantes, el tema de los espejos habitados, «practicables» como se dice en teatro, tema que, de la pieza Orphée a la película Orphée, recorre la obra de Cocteau.

A las tentaciones homosexuales viene a oponerse la tentación religiosa. Aquí, volvemos a encontrar la etapa de la vida de Cocteau, reciente también en la época de El libro blanco, que en términos generales va de la muerte de Raymond Radiguet (1923) al encuentro con Jean Desbordes (1925). ¡Oh sorpresa, oh mezcla de géneros! El libro blanco debe entonces unirse con la Lettre à Jacques Maritain para informarnos sobre la «conversión» del poeta, y sobre su relativo fracaso.

Después de esta tentativa religiosa, el narrador de El libro blanco conoce a un muchacho, H., quien será el más grande amor de su vida. El personaje de H. combina rasgos de Raymond Radiguet con rasgos de Jean Desbordes (ya hemos visto que Jean Cocteau los asimilaba). H. es escritor como Desbordes y Radiguet. Posee, del Jean Desbordes de J’adore (su primer libro, que aparecerá en 1928), la fe muy libre que contribuye a hacer vacilar la fe tradicional del narrador-Jean Cocteau, quien puso en la boca de H. las ideas, y a veces las palabras, de J’adore: «A la obediencia pasiva, opongo la obediencia activa. Dios ama el amor»… Como Desbordes y Radiguet, H. tiene inclinaciones heterosexuales que provocan los celos del narrador-Jean Cocteau. Sin dejar de mezclar a Desbordes y Radiguet para armar el personaje de H., El libro blanco prosigue con una mención a la escapada a Córcega de Radiguet con el escultor Bráncusi, aquí bautizado Marcel, en 1920, y a los celos que el hecho le provocó a Béatrice Hastings, amante de Radiguet, aquí llamada Miss R. Finalmente, la muerte de H. en la «casa de salud de la calle B.» está inspirada en la muerte de Radiguet en la clínica de la calle Piccini.

Después del deceso de H., el narrador de El libro blanco considera el matrimonio. Pero así como en un episodio anterior había pasado de la prostituta Rose a su pretendido hermano —el padrote Alfred o Alfredo—, igual pasa de su novia al hermano de ésta. Este paso «anormal» del sexo opuesto hacia el mismo sexo es simétrico al que, en Les Enfants terribles, «normalmente» hará dirigirse a Paul de Dargelos hacia Agathe, y a Gérard de Paul hacia su hermana Elisabeth, igual que los compañeros del liceo Condorcet habían pasado de los amores colegiales al amor de las mujeres. Por lo demás, las claves de los personajes de Mademoiselle de S. y de su terrible hermano, en El libro blanco, bien podrían ser, con mucho, Jeanne y Jean Bourgoint, los futuros modelos de Elisabeth y Paul.

Expulsado una vez más de la «normalidad», el narrador de El libro blanco piensa en ordenarse, más que en poner su vida en orden. Pero en el monasterio mismo vuelve a encontrar, en la persona de un joven monje, la tentación homosexual. Aquí, son las conversiones fracasadas de Maurice Sachs y de Jean Bourgoint, posteriores y como ejemplo de la de su amigo Jean Cocteau, las que inspiran el episodio.

Después de este último fracaso, el narrador de El libro blanco abandona Francia románticamente, y ahí termina en forma repentina el relato de sus aventuras.

Este breve recorrido por El libro blanco nos mostró que son muchos los hilos que unen este trabajo secreto a la biografía y a la obra de su autor anónimo, que en gran medida se aclaran mutuamente. En este sentido el libro es valiosísimo: resulta una pieza indispensable del rompecabezas, una piedra angular del edificio.

En el trayecto, también pudimos comprobar un fenómeno de primera importancia para la comprensión de la obra de Cocteau: El libro blanco, esta «recopilación de documentos» sobre la sexualidad de su autor, representa un verdadero semillero de temas literarios y artísticos, que Jean Cocteau explota y desarrolla en otras partes —los temas del hombre-caballo, de los gitanos, de Dargelos, del Grand Ecart, del marino, del espejo, de la religión, de los Enfants terribles, etcétera—, lo que prueba de manera contundente hasta qué punto la sexualidad, considerada en su sentido amplio, constituye uno de los principales móviles de la obra del poeta, incluso si en la anécdota de este libro la sexualidad no se presenta mucho como tal en un primer acercamiento. Esto no lo ignoraba Cocteau, quien me declaraba, en una carta del 7 de octubre de 1958: «La sexualidad hace la fuerza de mi obra».

Me atreveré a decir que es esta sexualidad profunda, oculta —sexualidad que es una homosexualidad— lo que valió a la obra de Cocteau los sentimientos extraordinarios de amor, de odio o de incomprensión que ha suscitado y suscita todavía, en función del tipo de sexualidad subyacente de aquel o aquella que entra en contacto con la misma, y sin que el lector o espectador siempre tengan plena conciencia de ello. Ejemplos: el éxito de la obra entre ciertas mujeres, por identificación; en el lado opuesto, la execración de los surrealistas. Tendría que hacerse un estudio interesante sobre los mecanismos profundos de las diversas reacciones posibles del público frente a una obra que la sexualidad recorre, transmutada, irreconocible aunque singularmente eficaz, como la invisible energía de un cable de alta tensión —«la fuerza que erige el portaplumas», decía también Cocteau.

«Tal vez publique mi próximo libro sin nombre de autor, sin nombre de editor, en unos cuantos ejemplares, para ver si, enterrada viva, una obra tiene la fuerza de salir sola de la tumba…». Esto es lo que puede leerse en Une entrevue sur la critique avec Maurice Rouzaud, extensa entrevista de Cocteau que no se publicará sino hasta 1929, pero que por el contexto parece datar del año anterior. Así, el poeta no puede dejar de anunciar la aparición de su Libro blanco.

En efecto, El libro blanco se publica por primera vez el 25 de julio de 1928, «sin nombre de autor, sin nombre de editor, en unos cuantos ejemplares». (El editor es en realidad Les Quatre Chemins, que acaban de publicar Le Mystère laïc, de Jean Cocteau, el 30 de mayo del mismo año). La cubierta y la portada llevan un monograma, dibujado por Cocteau y formado con las letras que componen un nombre: Maurice Sachs, quien trabaja entonces en Les Quatre Chemins (véase Maurice Sachs, Le Sabbat, èditions Correa, 1950, página 292). En la página legal se lee: «Copyright by Maurice Sachs et Jacques Bonjean, Paris». Una nota escrita a máquina recomienda repartir entre los tipógrafos las sumas que una obra semejante sea capaz de proporcionarle a su autor. La edición no es más que de treinta y un ejemplares.

En su Journal de fecha 11 de octubre de 1929, André Gide anota: «Leí El libro blanco de Cocteau que me prestó Roland Saucier [librero], en espera del ejemplar prometido por Cocteau». Se ve que desde entonces Gide no respeta el anonimato del autor. En medio de las pullas que por costumbre le tiene reservadas a Cocteau, Gide condesciende a reconocer: «Hay encanto en la forma en que están narradas ciertas obscenidades».

El diez de mayo de 1930, reedición de El libro blanco con un frontispicio, una página manuscrita y diecisiete dibujos en color de Jean Cocteau (dibujos por completo coloreados a mano por M. B. Armingion, artista-pintor) en París, en las Editions du Signe. Esta vez, el tiro es de 450 ejemplares. Dibujos de tipo surrealista, oníricos, que de hecho, más que ilustrarlo, establecen un contrapunto con el texto.

En 1949, muy probablemente, reedición sin nombre de autor, ni fecha. La cubierta tiene el dibujo de un rostro visto de frente realizado por Cocteau; la portada, el monograma (también dibujado por el poeta) y el nombre de Paul Morihien, el joven editor de Cocteau en esa época. El texto está ilustrado con cuatro dibujos grabados en madera e impresos en tinta azul, del poeta también, pero sin que su firma, con la que era pródigo, apareciese por ninguna parte. Edición «limitada a 500 ejemplares numerados», y «estrictamente reservada a los suscriptores». En julio de 1957, traducción inglesa, con el título A White Paper (en la cubierta) y The White Paper (en la portada), en París, editada por The Olympia Press. «Prefacio e ilustraciones de Jean Cocteau, de la Academia Francesa». En el prefacio, el recién admitido en la Academia (su ingreso fue en 1955) hace la pregunta de saber si el autor de El libro blanco es él o no, pero deja en suspenso la respuesta. De los nueve dibujos, reproducidos en tinta gris, seis de ellos (páginas 17, 47, 59, 69, 77 y 85) son reelaboraciones un tanto edulcoradas —debido a la censura— de las ilustraciones libres hechas para la novela Querelle de Brest, de Jean Genet, publicada diez años antes en las ediciones Paul Morihien.

Así estaba la bibliografía de El libro blanco cuando murió su autor, en 1963. Desde entonces, en 1970, el editor Bernard Laville reprodujo, en versión de bolsillo, la edición Morihien mencionada anteriormente, a la que añadió la página manuscrita de las Editions du Signe, además de gran cantidad de erratas.

Desde 1928, El libro blanco hizo pues una carrera semiclandestina. Cocteau lo dedicó a menudo: «Un saludo amistoso de mi juventud lejana», confiesa en el ejemplar de Roger Peyrefitte. Y no protestó cuando incluyeron el libro en su bibliografía.

Así, hasta estos últimos años liberadores, muchas generaciones se pasaron El libro blanco por debajo de la mesa: generaciones de homosexuales, de fervientes admiradores del autor de Les Enfants terribles y de amantes de la literatura, sin que estas tres categorías sean incompatibles. Uno de los grandes atractivos del presente volumen es que se reproducen de manera íntegra la serie de ilustraciones de Jean Cocteau para la edición de 1930 de El libro blanco, en las Editions du Signe. Esta significativa serie de dibujos, que nos dicen mucho sobre las fantasías eróticas del poeta, desde entonces nunca había sido publicada in extenso; los únicos que habían podido disfrutarlos eran algunos bibliófilos y ratones de biblioteca. Nos dimos cuenta de que en las Editions du Signe, el coloreado de los dibujos no pertenecía a su autor; por eso el presente volumen se limita a reproducirlos en blanco y negro, lo que restituye en cierta medida la versión inicial, debida tan sólo a nuestro poeta-dibujante.

Milorad

Marzo de 1981