Roberto resultaba tan divertido como Diego nos comentara la noche anterior. Hablaba mucho y antes de llegar a la Pedriza parecía que nos conociéramos de toda la vida. En el asiento de atrás jugaba con Diego. Se peleaban amistosamente y Roberto se reía a mandíbula abierta. Cuando se desnudó, nos sorprendimos con su cuerpo fibroso, donde cada músculo se marcaba a la perfección y sí, sobresalía su atributo masculino. Pedazo rabo gastaba el cabrón. Pero en aquel cuerpo de hombre, unos cinco año mayor que Diego, se evidenciaba el niño grande con deseos de compartir. No había ningún tipo de duda. Los dos encajaban a la perfección. Roberto era feliz junto a Diego. Cualquier palabra que él pronunciaba se quedaba embobado escuchándole y viceversa. Permanecían abrazados siempre o cuando tumbados, boca arriba sobre una de las rocas, se agarraban de la mano. Sus ojos verdes, brillaban con una luz especial, emitiendo destellos de felicidad. Sí, se encontraba a gusto con nosotros y que decir junto a Diego.
Resultó una jornada muy agradable y regresando, Roberto nos propuso cenar los cuatro juntos.
—Podemos hacerlo en casa —comenté—. Me apetece una cena casera y tranquilos. Luego podemos salir a tomar unas copas.
—Secundo la moción —intervino Diego—. Podemos preparar la cena entre los cuatro. Roberto es un buen cocinero.
—Creo que has encontrado el hombre perfecto —apostilló Gorka.
—Sí —Diego le besó—. No sé lo que de verdad siente por mí, pero…
—Nene, nunca he mentido a nadie y te aseguro que me gustas. Me gusta tu forma de ser, tu cuerpo y…
—Dejémoslo ahí —les sonreí mirando hacia atrás—. Me imagino el resto de la frase.
Roberto lanzó una fuerte carcajada que nos contagió a todos.
—Lo digo en serio. No soy de ir por el ambiente, ni de chatear por páginas en Internet. He estado con tres chicos en toda mi vida, con uno casi dos años y…
—¿Qué pasó? Si se puede saber —preguntó Gorka mirándole a través del espejo retrovisor interior.
—Me dejó por un tipo más guapo, más cachas y…
—Pues si te soy sincero —intervine—. Estás pero que muy bueno. Tienes un cuerpo impresionante, una mirada cautivadora, una sonrisa sincera y la forma de comportarte es tan natural que me ha dejado sorprendido.
—Esas cosas no me las has dicho nunca a mí.
—Porque tú no eres como él. Pero sabes que no te cambiaría por nada del mundo.
—Nunca me he considerado un tío guapo y la forma de mi cuerpo es natural, jamás he pisado un gimnasio, tal vez es debido a la genética y al trabajo. Desde los catorce años no he dejado de trabajar salvo en las vacaciones y los días libres.
—Demasiado joven, ¿no?
—Somos diez hermanos y…
—¡¿Diez hermanos?! Tus padres no perdieron el tiempo.
—No Ángel, no perdieron el tiempo. Yo soy el séptimo y el primer varón después de seis mujeres.
—Tu padre no acertaba para tener un hijo.
—No. Ya veis. Después de seis chicas, un maricón —se rió—. Menos mal que luego llegaron tres chicos más, que sino, estoy seguro que mi padre se suicida —se volvió a reír.
—No lo creo. ¿Saben que eres gay?
—Sí. Desde que tuve mi primer contacto con un amigo en el colegio, supe que era gay y al cumplir 18 años se lo conté a mis padres cuando les presenté al primer chico del que me enamoré. Aunque desgraciadamente él sólo me utilizaba para follar. Al principio era suficiente, pero luego… Luego yo quería algo más que un polvo y él me dijo que estaba loco. Curiosamente mi padre me ayudó cuando me derrumbé. Aún recuerdo aquellas frases: «Hijo, tú no has hecho nada malo, el amor es así de caprichoso, pero recuerda una cosa, la felicidad no se consigue siempre a la primera, ni a la segunda… No fuerces ninguna situación y deja que fluya lo que tenga que surgir».
—¿Qué pasó después? —le interrogó de nuevo Gorka.
—Me sumergí en el trabajo. Era la única forma de olvidar. Metía horas como un loco, hasta que un día me di cuenta que necesitaba descansar y volví a la normalidad. Aunque os parezca extraño, no he sido nunca un joven con una sexualidad a flor de piel. Me gusta el sexo, pero no es lo más importante en mis prioridades —miró a Diego—. Por eso me gusta Diego y espero que lo nuestro llegue a más. Siempre he buscado a alguien que me haga sentir bien y no sólo en la cama, aunque en la cama también funcionamos muy bien.
—Pues tras el interrogatorio como amigo de Diego, mi sentencia es positiva, pero como le hagas sufrir, te meto un tubo de escape por el culo.
—¡Gorka!
—¿Qué pasa? —me preguntó—. Si él ha sido tan sincero con nosotros, también lo seremos con él. El encuentro de hoy, en parte, era para sondearte. Diego es como… Es como de la familia y cuando ayer nos ha contado lo vuestro, deseábamos conocerte y saber cómo eras.
—Pues soy un tío muy normal. Ya lo habéis visto. No sé fingir, no sé mentir y me va la gente natural, como vosotros.
—El perfecto cuarteto —intervino Diego—. Yo sabía que os iba a caer bien. Se parece más a vosotros de lo que pensáis.
Estamos llegando, así que, aunque en casa hay comida, podemos ir al súper y compramos lo que nos apetezca.
—Eso, saqueemos el supermercado —comentó Roberto—. ¡Qué festín, qué festín, un banquete de postín…! —tarareó la canción de la Bella y la Bestia imitando los gestos de Lumiere.
—Mi chico está loco —intervino Diego abrazándole.
—Loco por ti, loco por la vida, loco porque me siento feliz, mon amour.
—En francés no, por favor, háblame en castellano, que no sonará tan fino, pero lo entiendo a la perfección.
Aparqué, salimos del coche y nos sumergimos en el laberinto de pasillos del supermercado. Compramos todo lo que nos hizo falta y con las bolsas en las manos, entramos en casa. Diego fue el primero en despojarse de la ropa ante la mirada de Roberto.
—No me mires así. En esta casa se puede estar desnudo.
—No es que se pueda estar desnudo —sentenció Gorka—. Es qué se debe de estar desnudo. Pero una advertencia —miró muy seriamente a Roberto—, cuidado con los espacios estrechos, lo digo porque no me gustaría ser golpeado con el badajo que te cuelga entre las piernas, no quiero tener un moratón por un golpe no deseado.
Roberto se rió.
—No te preocupes, que esa es muy cariñosa, no hace daño a nadie y está muy bien enseñada.
—Ya me encargaré yo de domarla, si se pone rebelde —sentenció Diego.
—Menos hablar y manos a la obra. Todos a trabajar. Tenemos un festín que preparar.
—Sí. «¡Qué festín, qué festín! Un banquete de postín, ahí está la servilleta. Da comienzo ya el trajín…».
—Y al final nos cantará la canción entera —le interrumpió Diego.
—¿No te gusta? Me encantan las películas de Disney. Las tengo todas en DVD y siempre que me siento solo o triste, pongo una y esas canciones me hacen levitar.
Diego lo abrazó con fuerza.
—¿Veis? Tengo un niño como novio.
—Un niño muy crecido por todas partes, te saca más de la cabeza y del resto aunque andas bien armado, también.
—¿Me has llamado novio? —le preguntó omitiendo el comentario de Gorka.
—Sí —le miró a los ojos—. Espero que no te moleste.
—No, todo lo contrario —le abrazó con fuerza y le levantó pegado a su cuerpo—. Es lo más bonito que me puedes decir y quiero que me lo llames siempre.
—¿En el trabajo también?
—Allí no. Allí somos dos machos rudos mecánicos y además, los mejores, digan lo que digan —le bajó y le besó en los labios—. Y ahora, como ha sugerido Ángel, preparemos la cena, que el aire libre me levanta apetito.
Como un solo un hombre, en una organización improvisada, cada uno se puso a realizar una tarea. Aproximadamente en una hora estábamos en la mesa dando buena cuenta de aquel festín, como cantara más de una vez, durante los preparativos, Roberto. Un cigarrillo y una copa nos relajaron durante unos minutos antes de ducharnos y prepararnos para salir.
Éramos esa familia, que sin compartir la misma sangre, nos sentíamos como tal. Cuántas veces hemos escuchado que la vida te ofrece dos familias, la que nos une en apellidos y sangre y la que formamos a medida que vamos creciendo y viviendo. La primera seguirá siendo importante siempre, pero la segunda, la segunda nos acompaña y con ella maduramos aprendiendo el verdadero sentido que tiene nuestro deambular por la vida. Forjando un destino, esculpiendo momentos imborrables, compartiendo risas y lágrimas, soñando con un futuro y sin darnos cuenta los años irán pasando y un día nos detendremos a pensar cómo sucedió todo. Cómo empezó una historia de amistad que nadie se imaginaba pudiera surgir.
Cuatro tíos por la calle, caminando, hablando, riendo, compartiendo conversaciones. Buscando pasar instantes donde nos sintiéramos a gusto. Matando el tiempo, pero con un disparo de emoción.
Nos decidimos en primer lugar por una terraza y luego entramos en un par de pubs para finalizar en una discoteca a la que nos llevó Diego. Todo el mundo le conocía, desde el portero al último de los camareros, sin olvidarse de muchos de los habituales. Se acercaban, le saludaban, le besaban, la mayoría le preguntaban dónde se había metido en el tiempo que no se veían y se iban. Roberto frunció el ceño, cruzó sus brazos, a la altura del pecho, cuando uno de aquellos chicos le sugirió algo más y Diego lo rechazó. Le miró y se encogió de hombros sonriendo.
—He sido bastante famoso por el ambiente. De algo ya te he hablado.
—¡Ya! —continuó en aquella pose, que la verdad, si no se le conociera, intimidaba. Sus piernas bien asentadas en el suelo, mostrando parte de sus fornidas piernas por los pantalones cortos a la rodilla, los torneados brazos descubiertos por su camiseta de tirantes blanca y sin olvidarnos de su gesto de supuesto enfado.
Diego se abrazó a él y Roberto no se inmutó.
—Eso que estás viendo, es el pasado, el presente eres tú. Ya ves, he sido un chico muy popular, pero no lo cambio por el hombre que tengo frente a mí. Te quiero.
Roberto no pudo aguantar más aquella actitud y lo abrazó con fuerza.
—Yo también te quiero cabrón, pero por mucho que me habías contado, no sabía que eras tan popular. No me quiero imaginar, ni preguntarte, cuantos tíos…
Le selló la boca con la mano y luego con un beso:
—Ya te iré contando cosas de mi vida, pero ahora es tiempo de seguir disfrutando.
—Uf, que empacho de amor —comentó Gorka—, es más indigesto que comerse una tarta de cuatro pisos.
Le caneé.
—¿Por qué me pegas?
—Porque tú eres igual, capullo. El amor es así, nos guste o no. Nos parezca empalagoso o no. Lo digamos de una manera u otra. Pero el amor, mi querido Gorka, no conoce de reglas, ni mide las palabras, ni controla los sentimientos. El amor es único en su especie y como tal lo debemos de tomar. Así que bésame y cállate.
Se encogió de hombros, me acercó a él y nos besamos. Diego y Roberto nos golpearon.
—Seréis envidiosos —comenté—. ¿No habéis tenido vuestra ración? Pues entonces dejadnos a nosotros.
—Vamos a bailar —sugirió Diego—. Quiero sudar un rato y ver como mi nene empapa su camiseta. No sabéis como me pone cuando le veo sudando en el taller.
—¿Te pone verme sudado y lleno de grasa?
—He dicho sudado, lleno de grasa… Bueno, también. Te confiere un aspecto rudo, varonil, de macho…
—Sigue, sigue, sigue.
—De prepotente, chulo…
—No, eso ya no me gusta tanto —le cogió por el cuello y se dirigieron a la pista.
En ella algunos chicos exhibían sus torsos desnudos y Gorka no lo dudó, se quitó su camiseta sujetándola en el pantalón. Tras unos bailes también se liberó Diego y entre Gorka y Diego me obligaron a desprenderme de la mía. A Roberto no le dejaba Diego quitársela. Decía que estaba más sexy con ella y sobre todo cuando empezó a humedecerse.
Sobre las tres de la mañana regresamos a casa. Se quedaron en la habitación de invitados y Gorka y yo descubrimos que el amor entre ellos no era cosa precisamente silenciosa. De vez en cuando se reían y callaban, posiblemente al darse cuenta de que no estaban solos, pero al poco rato, la batalla campal continuaba en aquella habitación que siempre estaba vacía y silenciosa.
—Estos dos, como sigan así, van a tener que reforzar la cama en la que duermen —comentó en voz baja Gorka.
—Nosotros tampoco nos quedamos cortos cuando nos encendemos —me coloqué encima de él.
—¿Quieres guerra? —preguntó mientras sus manos acariciaban mi la espalda.
—Sí. Que se enteren esos niñatos que nosotros aún tenemos energía de sobra.