Me desperté oliendo un cuerpo que no era el mío, que no era el de Gorka. El olor que desprendía Diego resultaba muy atrayente y varonil, aún siendo tan joven. No nos habíamos movido de la posición inicial. Continuaba abrazándole y sintiendo su mano pegada a la mía, las dos reposando sobre la sábana. Su respiración resultaba tan relajante, que su cuerpo apenas se movía. Era curioso, estaba abrazado al cuerpo de un joven, los dos desnudos y no sentía el menor ápice de sentimiento sexual hacia él, por el contrario, sí de protección.
La luz entraba por la ventana. La sábana se había caído al suelo y el espejo del armario reflejaba dos cuerpos unidos, desnudos y en total descanso. Contemplé aquella cabeza, prácticamente rapada al cero y perfecta en su anatomía. Su cuello fuerte y sus hombros anchos y torneados como sus brazos y piernas. Sin duda aquel cuerpo debía de provocar la envidia de muchos jóvenes de su edad y despertar el apetito sexual de hombres en busca de momentos fugaces, o para toda la vida. Pensaba en aquel primer encuentro en el que vendió su cuerpo y que significaría aquel hombre para él. Según contó, viajaban todos los veranos y ya no hacía sexo con él por dinero. Aunque en el relato dejaba claro que en ninguno de los dos se despertara el sentimiento del amor, algo me hacía dudar, aunque tal vez, eran sólo eso, dudas y dudas por qué. Celos estaba claro que no eran, pues para mi Diego era un ser a proteger y no a disfrutar. Pero no deseaba que nadie lo dañase como la tarde anterior, en la que otros chicos le golpeaban sin pudor.
Diego mostraba esa ternura en un joven que había crecido a base de golpes: la muerte de sus padres, el abandono de su tío por su condición sexual y abriéndose camino en la vida con una edad tan temprana. ¿Qué puede pasar por la mente de un chico a esa edad, viéndose solo en el mundo? Y por otra parte, demostraba entereza y saber estar. Se había hecho así mismo y por el resultado, al menos aparente en aquellas horas, no era negativo. Todo lo contrario, su mirada despertaba nobleza y deseos de ser querido, pero no en una cama con un desconocido, sino alguien que le diera confianza.
Me preguntaba si me dejaría ayudarlo, pero de qué forma planteárselo. Me gustaría que dejara la calle y encontrara un trabajo digno, aunque muchos consideren su trabajo muy digno. Pero él no era un chico para la calle, al menos a mí no me lo parecía.
Al despertarse seguramente se iría y no nos volveríamos a ver. Al menos le dejaría mi número de teléfono y esperaría a que un día me llamase. Mientras, yo buscaría algo para él, algo que le motivara a ver la vida con otros ojos, la sonriese y quien sabe, si a la vuelta de una esquina, un bar, en el propio trabajo, hallar a su semejante. Al verdadero amor. Continuaba siendo un romántico y un soñador. Cuantas veces me lo decía Luis y las que ya escuchara por boca de Gorka. Él también era un romántico. ¡Gorka! Por unos segundos sentí la necesidad de separarme de aquel cuerpo. Yo amaba a Gorka y ahora… ¡Pero que estúpido soy! Aquí no hay nada. Tal vez si esta escena fuera contemplada por ojos maliciosos, pensarían que ambos habíamos tenido una noche desenfrenada de sexo y que ahora esperaba su despertar para volver a otros momentos de placer. Pero Dios sabe que no. Que lo que siento por este chico es ternura y deseos de ayudarlo. ¿Debería de inmiscuirme en un asunto como ése? ¿Quién me daba vela en este entierro? Total, había hecho lo que creí justo. Ayudarlo cuando estaba siendo agredido. Ahora en cambio, me encontraba en la incertidumbre, en un callejón con dos salidas: una que me olvidase de él y continuara con mi vida, y la otra intentar ayudarlo, sin que él se sintiese violentado. Haría como siempre, que el destino también jugase sus cartas y que nos favoreciera a todos. Un suspiro profundo y un ligero movimiento de su cuerpo, me sacó de aquellos pensamientos.
—¿Te has despertado ya?
—Sí. Pero por favor, continúa abrazándome. Me gusta sentirte así. Por primera vez abrazado por un hombre que no desea mi cuerpo.
—¿Quién ha dicho que no deseo este cuerpo?
—No me preguntes aquello que bien sabes la respuesta. Tú no me deseas. Ni siquiera la tienes dura y está pegada a mi culo. Me respetas y te lo agradezco.
—¿Sabes una cosa Diego? Me inspiras confianza, me gustaría tenerte como amigo y que cuando tuvieses la necesidad de hablar con alguien, acudieses a mí. Los problemas siempre se solucionan mejor entre dos puntos de vista.
—Sí. Estoy de acuerdo —se giró y me abrazó—. Contigo me siento bien. Me siento seguro. Eres un buen hombre.
—Gracias, al menos lo intento.
—¿Cuántas veces has estado enamorado?
—Con Gorka, dos. El primero fue Luis, al que nunca olvidaré, y por eso tengo tanto miedo con Gorka. Le soy fiel, pero en mis pensamientos continúan estando muy presentes mi primer amor.
—Yo también tuve un amor, pero me dejó. Sufrí mucho y juré nunca volver a enamorarme.
—Lo harás. Eres joven, atractivo, seductor y un buen chico. Lo tienes todo y cuando esa persona aparezca en el lugar menos insospechado, os miraréis a los ojos y entonces…
—Eres un romántico.
—Sí, Luis me enseñó a ser un romántico. No es que antes no lo fuera, pero con él… con él descubrí la vida y el verdadero sentido del amor. No ha existido nadie como él. Tan desprendido, tan natural, tan sencillo… —los ojos se me humedecieron.
—Debisteis amaros mucho. Esas lágrimas lo delatan.
—Sí. Pero como siempre… El destino se lleva a los mejores.
—Ahora debes pensar en Gorka. Haceros felices el uno al otro. ¿Qué pensaría si nos viera así? Los dos desnudos y abrazados.
—Le chocaría, pero se lo explicaría.
—Aceptarlo ya sería diferente. No es normal… —dejó de abrazarme y se sentó en la cama—. No es normal que dos hombres estén abrazados desnudos y además siendo gays.
—¿Qué es la normalidad?
Se levantó de la cama y buscó entre sus cosas que yo había dejado sobre la mesa escritorio cuando metí su pantalón a lavar. Cogió un cigarrillo, lo prendió y me lo ofreció, luego encendió otro para él y se acercó a la ventana. La abrió y se inclinó sobre borde. Me levanté colocándome a su lado y los dos seguimos fumando en silencio expulsando el humo al exterior. La mañana de aquel lunes, tranquila, me resultaba especial y el motivo, sin duda, la presencia de Diego. Nos miramos y sonreímos.
—Tengo que hacer algunas compras. La nevera y la despensa me están gritando que reponga víveres.
—Y yo volver a casa —suspiró—. Si te digo la verdad. Me siento muy cómodo contigo.
—Pues cuando desees te puedes acercar. Serás bienvenido.
—¿Y Gorka?
—¿Qué pasa con Gorka? —le pregunté volviéndome hacia la habitación y apagando el cigarrillo en el cenicero que reposaba sobre la mesilla. Entre tú y yo no hay nada más que una amistad y además me gustaría que lo conocieras.
—Está bien.
Me dirigí a la lavadora. Saqué la ropa.
—Está seca, pero creo que la camiseta no está para muchos trotes. Te dejaré una mía.
Se vistió con su ropa y se colocó una camiseta que a mí ya me quedaba algo pequeña y que conservaba por me gustaba su diseño y colorido. Se miró y sonrió.
—Tienes buen gusto. Me gusta esta camiseta.
—Te la puedes quedar, a mí ya no me vale. La guardaba…
—La guardabas por si un día te encontrabas en la calle a un chico tirado por la paliza que le habían dado y lo rescatabas.
—Sí. Es posible.
Terminé de arreglarme. Sonreímos y me abrazó.
—Lo repito. Eres un buen hombre y no quiero perderte la pista.
—No lo harás si tú no quieres. Ya sabes donde vivo y también puedes llamarme —me volví y escribí el número en un papel. Lo guardó en el bolsillo y él escribió el suyo en otro papel. Lo tomé y lo memoricé en el móvil.
Salimos de la casa. En el portal nos despedimos tomando cada uno una dirección distinta. Caminé unos pasos y me interné en el supermercado. Apenas había recorrido uno de los pasillos cuando sonó el teléfono. Lo saqué del bolsillo. Era Gorka.
—Dime nene… Sí, por mí perfecto. Pensaba llamarte cuando llegara a casa del supermercado… La despensa no se llena sola y anoche terminé con las existencias… El chico está bien, durante la comida te hablaré de él… No, bobo. Nadie te puede reemplazar a ti… Quedamos en el restaurante de siempre. En el que comemos otras veces… Sí… Hasta luego.
Colgué y continué con las compras. Llené bien el carro y tras pagar, me llevé el congelado y el resto les pedí si podían acercármelo antes de las 14:00 horas. Salí, regresé a casa y guardé el congelado en el arcón. Me liberé de la ropa. Puse algo de música en el equipo y me senté a fumar un cigarrillo tranquilamente. De nuevo los pensamientos me abordaron y regresó aquel año 84.
Tras las vacaciones en París el verano se esfumó. El otoño nos devolvió a la normalidad o tal vez… Fuera como fuera, en aquel otoño cambiaron las cosas. Luis comenzó a trabajar en la empresa de su padre; mientras yo me enfrasqué con mis oposiciones a la administración. Seguíamos viviendo juntos, pero sus padres buscaban cualquier excusa para alejarlo de mí, cosa que no consiguieron. Llegaron las Navidades y como era normal, la Nochebuena y la Navidad las pasamos separados, cada uno con su familia, pero el día 26 de diciembre, los dos volvimos al piso y continuamos con nuestra vida.
En Nochevieja Luis tenía actuación con sus amigos en una discoteca junto a otros grupos y cantantes. Resultó un espectáculo muy llamativo para todos los asistentes, y tras la actuación nos divertimos hasta altas horas de la madrugada. Regresamos a casa con el sueño de un nuevo año, aunque seguramente en su pensamiento como en el mío, brotaba la idea de que en aquel año 85 otra persona entraría en nuestras vidas: Esther. Sería en mayo cuando se casarían. Sus padres prohibieron que yo fuera a la boda y Luis se rió en sus caras. Al igual que en aquella presentación, un nuevo espectáculo les esperaba a los invitados. Un espectáculo que comenzó a la hora del baile.
Aquella mañana de mayo el sol brilló con intensidad. La verdad que Madrid cuando llega la primavera parece renacer. Todo cobra una dimensión distinta, al menos eso es lo que siempre me ha parecido. Luis se vistió en casa. Bueno, nos vestimos los dos. El sonido de un claxon me hizo asomarme a la ventana. Una magnífica limusina lo aguardaba. De ella salió su madre, vestida con un espectacular traje largo en color salmón. Estaba muy hermosa.
—Te esperan abajo.
—Me jode que no vengas conmigo, pero ya sabes lo que opina…
—No te preocupes. He quedado con los chicos que vienen a buscarme. Nos vemos en la iglesia.
—Bésame. Necesito de ti para pasar el trago.
Nos besamos y le acompañé hasta el ascensor, cuando éste se cerró corrí a la ventana. Al llegar ante su madre, ésta le besó en la mejilla. Primero entró ella y luego él.
El teléfono sonó, eran los chicos que llegarían en cinco minutos. Me dirigí al espejo del baño. Me miré bien y respiré profundamente.
—Bueno. Es el momento de la verdad. Esperemos que no suceda nada de lo que nadie se tenga que arrepentir —hablé en voz alta al espejo.
Al regresar al salón, el telefonillo sonó. Miré mis bolsillos para cerciorarme que lo llevaba todo, me coloqué las gafa negras y salí. Ya abajo, saludé a los chicos y en dos coches emprendimos el camino a la iglesia. Al llegar nos encontramos con ese espectáculo típico, donde todos los hombres van de traje, la mayoría negro y las mujeres lucen esos vestidos que consideran únicos y que como vean a alguna con uno parecido o en el mismo color, son capaces se lanzarse al cuello y devorarlas allí mismo, pero la compostura se lo prohibe. Así que se miran las unas a las otras, se saludan, lanzan esa sonrisa fingida y para sus adentros comentan: «Ese vestido le quedaría mejor a una jirafa que a ella, aunque no me extraña, con el cuello que tiene, es el más apropiado». La otra, mirando el vestido largo hasta los pies, piensa: «Así puede ocultar las piernas torcidas que tiene y de paso limpia la acera que es lo mejor que sabe hacer» y como esos pensamientos, surge uno por cada una de ellas y es que no pueden evitarlo, en realidad, desean tener más protagonismo que la propia novia. Y todos esperan ansiosos la llegada de la novia y el padrino, entre conversaciones absurdas y porque a la madrina ya la han criticado bastante. Toca saber como irá la novia, ese vestido tan bien guardado. El gran secreto, como si se tratara de un tesoro descubierto recientemente en las pirámides de Egipto y, en realidad, es que muchas de ellas, serían perfectas momias a desfilar en aquella época. No por la edad, sino por el maquillaje que si se lo pensaran bien, crucificarían a la esteticista Y ya no me meto con los peinados, porque las tijeras me podrían provocar una herida irreparable. Pensándolo bien, me he vuelto más criticón que todas ellas juntas. Y tras la espera, donde ha salido incluso el cura para saber qué coño ocurre cuando la casa está a dos manzanas de allí, aparece por fin otra limusina, adornada como una caja de bombones con cientos de lacitos ridículos blancos y flores que se van perdiendo por el camino. El coche se detiene, la gente se acerca, no dejan paso ni al padrino que ha salido por la otra puerta para abrir a la novia. El fotógrafo lucha entre todas aquellas fisgonas para poder sacar la instantánea de cómo la novia posa el pie en el suelo. Se creerá que es Kim Basinger, pero no, es Esther, la idolatrada en esa mañana de mayo calurosa donde por fin su pie, con el zapato de tacón en color blanco, toca el suelo. Asoma el hocico, y siento ser tan cruel, pero nunca he soportado lo fingido y lo hipócrita de una situación o una persona. Porque aquella sonrisa y la mirada que dispensa a todos, es la peor escena que se puede soportar. Luis la toma por la mano y sale con toda la parafernalia con el gran vestido donde la cola parece no tener fin. ¿Habrá medido la Casa Real aquella cola? Porque está en los límites permitidos. Las innumerables capas de tejido dan forma a un vestido extremadamente exagerado ¿Se puede mover ahí dentro? Y el corpiño en encaje de blonda blanco, como parte del vestido, resulta tan ajustado que la respiración no puede ser natural, estoy más que seguro. Pero así son las novias. Desean vestirse por un día de princesas, embutidas en vestidos que han tenido que aprender a caminar con ellos y estarán incómodas todo el santo día. Luego se quejan. Algo que no entiendo, todas se quejan y todas buscan el vestido más pomposo que pueda su bolsillo o los plazos, pagar.
Ya se escucha la marcha nupcial dentro de la iglesia y todos se preparan ante la puerta. Delante los niños con las arras y pétalos de flores que arrojarán al suelo para que la novia los pueda pisar. A continuación la madrina, que parece que se ha tragado el palo de la escoba, de lo tiesa que se ha puesto y el novio: el resignado. Detrás la novia toda orgullosa y feliz de la vida, al menos eso es lo que aparenta su tremenda sonrisa y el padrino, que estará pensando, por fin caso a esta arpía. Y mientras tanto, todos los demás entramos, porque es de buen recibo, que todos los invitados estén en sus sitios y vean el gran desfile hacia el altar mayor donde les recibirá el sonriente sacerdote acompañado de un monaguillo. Más paripé, más exhibicionismo gratuito, hasta que por fin todos están sentados y el cura les da la bienvenida.
Como todas las ceremonias, que si la carta de San Pablo a los Corintios, que si el sermón de lo importante que es el matrimonio y lo que se quieren los novios, porque, hasta el propio cura se atreve a afirmar, que les conoce a los dos. Habla de lo piadosa que es Esther y de lo trabajador que es Luis. Bla, bla, bla. A la hora de la famosa pregunta, de si alguien tiene algo que alegar, uno de los chicos, el que está al lado mío, me da un golpe en el brazo y me sonríe:
—¡Atrévete!
—No seas, cabrón. ¿Te imaginas el show que se montaría?
—Hazlo. Sería digno de recordar —lanza una carcajada y los demás le dicen que se comporte, ante la mirada de los más cercanos que no saben de qué va la fiesta.
Pasaremos por la puesta de anillos, la comunión y la despedida y todos a la puta calle, que es donde mejor se está. Los chicos deciden que debemos tomar unas cañas antes de ir al hotel donde se celebrará el banquete, ya que ahora toca más parafernalia con las puñeteras fotos.
—Sí, pero esperad que voy a felicitar a los novios.
—¿Estás loco? —pregunta uno de ellos viendo que están rodeados por los padres y familiares más cercanos.
—Claro. Luis se va a quedar de piedra. Pero toda esta película precisa de todos los actores y yo me considero uno de ellos —les sonreí y me dirigí hacia la boca del lobo.
Mientras me aproximaba comencé a sentir cierto temor, cosquilleo y temblor en las piernas. Aún podía volver atrás y pasar de aquel momento, pero en realidad me apetecía hacerlo. Dudé durante unos segundos hasta que entre todas las cabezas avisté la de Luis sonriéndome. Dejó a Esther y anduvo tan sólo los cinco pasos que nos distanciaban. Se abrazó a mí y en voz muy baja me susurró:
—Cuando he dicho sí, ha sido a ti. Te amo y te amaré siempre.
Me separé de él porque de soslayo vi aparecer a Esther.
—Os deseo lo mejor en vuestras vidas —me miró con sorpresa porque él no había visto a Esther—. Ha sido una ceremonia muy emotiva —miré hacia Esther que estaba ya al lado nuestro—. Estás muy guapa, pareces una princesa.
—Gracias. Pero yo no seré tan hipócrita contigo —comentó en voz baja—. Tú no eres bienvenido a esta celebración.
—Lo sé —sonreí—. Y me alegro mucho que conmigo no finjas, porque te debe de doler la mandíbula de sonreír de la forma tan falsa que lo haces. Eres la peor actriz del mundo —me giré dándoles la espalda y me volví por un segundo hacia Luis—. Nos veremos más tarde, nene. Te quiero.
No me lo podía creer. Una vez más me había enfrentado a ella y por unos instantes me carcomía la conciencia si había hecho bien. En realidad para ella era el día más feliz del mundo y yo… Yo la había insultado. Los pensamientos cesaron cuando estuve frente a los chicos de nuevo que estaban más tiesos que una estatua. Agarré a dos de ellos por los hombros y les giré:
—Vamos a tomar esas cervecitas, que tengo la garganta seca.
Pasamos aproximadamente una hora y media bebiendo y riéndonos de las pintas que teníamos con los trajes. Emulábamos a los mafiosos en poses y agravando la voz más de lo que muchos de nosotros la teníamos y adoptando un cierto acento italiano. La gente nos miraba y nosotros disfrutamos como enanos.
—Ya es hora de ir para el hotel. ¿Qué nos habrán preparado de menú? —preguntó uno de ellos.
—Me da igual, con tal que no nos envenenen —respondí—. Me ha dicho Luis que estaremos todos juntitos en una mesa y que esta vez no estaremos en la retaguardia.
Regresamos a los coches y aparcamos junto al hotel. La mayoría de los invitados estaban tomando un aperitivo en los jardines. Nos unimos a ellos. Todas las miradas por unos instantes se centraron en nosotros. Seis chicos perfectamente trajeados entrando a la vez y seguramente una gran mayoría pensando quienes éramos, porque el resto ya lo sabían del día de la presentación de los novios. Un camarero se acercó ofreciéndonos algo de beber. Tomamos unas cervezas y tras él, otro nos presentó una bandeja con canapés. Un grupo de cuatro chicas nos sonrieron y devolvimos el saludo.
—Mujeres en busca de hombres —comentó uno de los chicos—. Siempre se ha dicho que de una boda sale otra.
—Pues no creo que seamos ninguno de nosotros —intervino otro—. A nosotros no nos cazan como a Luis —se dio cuenta de sus palabras y me miró—. Lo siento.
—No pasa nada. Aunque esta boda es muy legal, no perderé nunca a Luis. Creo en nuestro amor y haré todo lo posible por avivarlo cada día.
—Lo que existe entre vosotros es demasiado fuerte —comentó de nuevo el chico—. Siempre os hemos envidiado esa forma de entenderos. Sois la pareja perfecta.
Un camarero nos invitó a pasar al salón comedor y poco a poco y en orden lo hicimos. Otro chico nos preguntó los nombres y tras comprobarlo en su lista nos comunicó que nuestra mesa era la número siete.
El salón estaba decorado en sus paredes con impresionantes tapices, que por el tono de ellos supuse que eran bastante antiguos. Las mesas estaban adornadas con ricos manteles bordados a juego con las servilletas. La cristalería fina con el logotipo del hotel al igual que la cubertería. Nos sentamos.
—¿Os habéis fijado? —Comentó en voz baja uno de los chicos tomando uno de los cubiertos—. Son de plata.
—Pues no se te ocurra llevarte ninguno de recuerdo —comentó otro riéndose—. Son capaces de pasarnos el detector de metales al salir.
—Seriedad chicos —intervine—. No estaremos a su nivel, pero en educación les podemos demostrar que sí.
—Tiene usted razón, señor —ironizó otro.
Al igual que sucediera en la otra ocasión, la comida resultó muy agradable. Nos reímos en algunos momentos con tal intensidad que algunas miradas se volvían hacia nosotros. Los platos de comida se servían con suma maestría y por fin llegó ese momento determinado, en el que se corta la tarta y se brinda.
Primero habló el padre de Luis, agradeciendo la presencia de todos y la felicidad que sentía tanto su mujer como él por la unión. El padre de Esther hizo prácticamente lo mismo y luego llegó el turno de Luis. Levantó la copa:
—Bueno, ellos ya han dicho todo lo que tenían que decir y a mí sólo me queda un cometido: brindar por todos ustedes, la felicidad y en concreto mi brindis va hacia la mesa número siete, donde se encuentran… Mis grandes amigos.
Solté todo el aire que había contenido y el compañero que tenía al lado me golpeó en la espalda.
—Por un momento…
Los invitados se levantaron y brindaron. Luis dirigió su copa hacia nosotros y nos guiñó un ojo. Nos volvimos a sentar y continuamos con la tertulia hasta el momento de cambiar al salón de baile. Me dejaron de nuevo solo ante el peligro. Sabía que algo tenían tramado y tras el tradicional vals y algunos temas más, interpretados por un grupo musical que se encontraba en el escenario, el cantante anunció una actuación: «Los chicos de Luis», como muchos les llamaban cuando actuaban. Subieron al escenario. Todos trajeados de negro, con pantalones cortos a la altura de la rodilla, calcetines ejecutivos y zapatos de vestir en el mismo color. Las americanas haciendo juego, y las pajaritas en color blanco. Debajo de dichas americanas, la piel de los chicos. No llevaban camisas. En sus manos sujetaban un paraguas cerrado. Era el número que habían presentado en la Nochevieja anterior. El tema elegido: «It’s raining men» basado en la coreografía de Weather Girls, con algunos arreglos en la música y el baile, para darle más vistosidad si cabía al momento. Sonó la música por los altavoces. Los primeros sones eran instrumentales y mientras aquellos chicos bailaban, volvió una vez más la voz de Luis. Esta vez acompañado por los chicos en playback. Todos cantaban el tema. Sus voces coordinadas a la perfección y sobre ellas, la inigualable voz de Luis que de nuevo sorprendió a los invitados entrando por detrás de ellos. A la velocidad del trueno se había cambiado de ropa, presentándose como sus compañeros. Se acercó, esta vez bailando, girando, moviéndose entre todos los presentes, provocando con sus movimientos, sus gestos y su forma de cantar. Me intenté esconder, pero él sabía bien dónde podía estar y llegó hasta mí. Cantó en derredor mío. Me lanzó un beso con la mano y sonrió hacia sus compañeros. Le ayudaron a subir al escenario y le entregaron un paraguas. Bailaron con los paraguas cerrados, giraban entre ellos sin dejar de cantar y sonreír. En un momento del tema bajaron del escenario y abrieron aquellos paraguas, girando y bailando. Toda la pista se quedó vacía para ellos. Continuaron con su danza hasta dejar los paraguas en el centro de la pista abiertos. Se despojaron de sus chaquetas lanzándolas hacia los lados, adoptaron la postura con una rodilla en el suelo, en formación de círculo y abrieron sus brazos e inclinaron sus cabezas hacia atrás, dando por finalizado el número al último son de la canción.
En un principio todo quedó en silencio hasta que resonaron los aplausos. Se levantaron, agradecieron los aplausos y recogieron sus chaquetas y los paraguas. Un hombre se acercó a Luis:
—De nuevo, nos dejas sorprendido. El espectáculo de la otra vez fue bueno, pero éste ha resultado muy espectacular. Sois muy buenos bailarines.
—Muchas gracias —contestó—. Se lo diré a mis compañeros. Ahora con su permiso, me retiro a darme una buena ducha y cambiarme de nuevo de ropa.
Me miró. Comprendí que deseaba que fuera tras de él y disimuladamente, mientras todos comentaban lo sucedido y se reemprendía el baile, desaparecí del salón.
En la puerta me esperaba un Luis agotado, sudoroso y feliz. Me cogió por los hombros y me acercó a él.
—¿Te ha gustado?
—Sois muy buenos y lo sabéis. Vuestros números son muy originales y atrevidos.
—Ahora quiero ser atrevido contigo. Quiero que hagamos el amor mientras nos duchamos. Necesito sentir tus besos y abrazos. Quiero que me ames. Hoy me siento contaminado.
—Te estás volviendo cruel.
—No, Ángel. Yo no soy cruel. Yo soy el que soy. No engaño a nadie, ni nunca lo haré. Tengo que interpretar un personaje, pero fuera de ese escenario, seré siempre el mismo.
—Aún continúas en el escenario —miré alrededor—. Este hotel, hoy, es uno de esos escenarios en los que no deseas estar, pero tienes que hacerlo.
—¿Desapruebas lo que hemos hecho los chicos y yo?
—No. Pero prométeme una cosa. Que nunca lluevan hombres sobre ti.
—Sólo un hombre cayó del cielo y lo supe atrapar a tiempo. No necesito más.
—¿Dónde se supone que vas? —Escuchamos detrás de nosotros la voz de su madre.
Luis se giró:
—Necesito una ducha.
—¿No puedes ir a ducharte solo? Tiene que acompañarte éste…
—Te vuelvo a repetir mi querida madre, que éste, como tú dices, tiene un bonito nombre y, por si lo has olvidado, es Ángel.
—Sé positivamente como se llama. Pero hoy te debes a los invitados y a tu esposa.
—No. Yo no me debo a nadie. Recuerda muy bien las condiciones que habéis firmado papá y tú. Y además, me voy a duchar y regresaré, pero no cuentes que la noche de bodas la pase con Esther, porque la voy a pasar con la persona que amo de verdad.
—Estás… Ya nos encargaremos de que vuelvas a la normalidad.
—Nunca me he sentido más normal que en estos momentos. Toda la rabia que he tenido que contener durante la ceremonia, la he expulsado bailando con mis amigos y ahora… Por si te interesa, voy a hacer el amor con Ángel. Necesito de sus besos y abrazos —se giró y tiró de mí.
Me había quedado sin palabras y porque él me arrastró por el brazo, que sino continuo allí petrificado. Pero el asunto es que cuando llegamos a la habitación me abrazó con fuerza y me besó con intensidad. Me fue desnudando mientras yo le quitaba los pantalones y el slip. Estábamos muy excitados y nos introdujimos bajo la ducha. No hubo palabras, los hechos fueron el motivo principal de aquellos minutos y mientras el agua caía por nuestros cuerpos, la intensidad del amor entre los dos, fue total. Nos secamos, nos volvimos a vestir y salimos ya mucho más relajados. Toda la tensión del día se fue por el desagüe en aquella bañera.
Ahora aquí, sentado en el sofá, espero los minutos para salir en busca de Gorka. Seguramente me preguntará por Diego. En las pocas palabras que mantuvimos por teléfono, me pareció denotar en su voz un toque de celos. Me gustaba esa sensación. Me hacía sentir bien y único para él, como así lo deseaba. Me dirigí a la habitación, cogí otra camiseta y unos pantalones bermudas. Hacía demasiado calor. Tras vestirme salí. Tomé el metro hasta la parada elegida. El contraste entre el aire acondicionado del metro y el bochorno del exterior, resultaba impactante, aunque al poco rato ya uno se acostumbraba. Entré en el restaurante, saludé a los camareros de la barra y me senté en uno de aquellos taburetes. Pedí una cerveza fresca, en jarra congelada y aquel líquido alivió la sequedad de mi garganta.
—¿Bebiendo solo? —Escuché la voz de Gorka tras de mí.
—Pues sí. Mi cita se retrasaba y mi garganta estaba seca como un estropajo sin usar varios meses.
—Eso me parece bien —me besó en los labios y sentí cierto pudor.
—Te has sonrojado —sonrió.
—No estoy acostumbrado a que me besen en un lugar…
—Cualquier lugar es bueno para besar a mi chico. ¿Nos sentamos?
Pedí otra jarra de cerveza y nos acomodamos en una mesa cercana a una de las ventanas. Gorka me miró con cara de picarón:
—¿No tienes nada que contarme?
—¿A qué te refieres?
—Al rescate de ayer. ¿Se quedó a dormir?
—Sí. Dormimos juntos.
—¿Cómo?
—Le preparé la habitación de invitados y cuando estaba a punto de quedarme dormido, le sentí en la habitación. Es un chico muy especial.
—No sé si atreverme a preguntártelo, pero…
—No seas tonto. Dormimos juntos, desnudos, pero no hubo sexo. Él sabe que estoy enamorado de ti y es un chico muy respetuoso.
—No sé si creérmelo —frunció el ceño—, estás muy bueno y sentirte desnudo en la cama es toda una provocación.
—Él también opina que estoy muy bien —sonreí—. Al final me lo voy a creer y todo.
—Ya te lo he dicho. No sé como serías de joven, pero la edad te sienta que te cagas. A mí me pones a cien y lo sabes.
El camarero se acercó y pedimos el primer y segundo plato del menú.
—Tú también a mí. Me haces sentir de nuevo sensaciones que había olvidado. Creo que te lo he comentado otras veces, pero… Tengo miedo a que un día te canses de mí.
—Eso no sucederá jamás. Te lo juro. En ti he encontrado lo que siempre busqué. Pero dejemos de hablar de nosotros. Cuéntame cosas de ese chico.
—Ha trabajado como mecánico, perdió el trabajo y unos amigos le sugirieron ser chapero. Ya sabes, lo de siempre, que se ganaba bien y con su cuerpo… No veas el cuerpo que tiene, aunque… —sonreí—. Tú ya lo conoces, es el chapero que vimos en La Pedriza.
—¿Es él? Pues sí que tiene un bonito cuerpo y poderosas razones para su profesión.
—Sí. Aunque ahora un poco magullado. Le dieron una buena paliza.
—¿Te explicó por qué le estaban golpeando?
—La crisis que les llega también a los chaperos y por lo visto él tiene mucho éxito.
—Por lo tanto, le han dejado fuera de circulación durante una temporada. Vacaciones forzadas.
—Se podría decir así. Le he ofrecido prestarle dinero y no ha querido. Creo que es un chico muy responsable. Me gustaría ayudarle. Intentaré encontrarle un trabajo más digno.
El camarero nos trajo el primer plato y otras dos cervezas heladas. Gorka tomó las primeras cucharadas del gazpacho en silencio y me miró sonriendo.
—Antes has comentado que ha trabajado como mecánico.
—Sí, y por lo visto era bueno.
—Conozco a los dueños de un buen taller y siempre necesitan gente. Eso sí, deberá empezar desde abajo.
—¿Ves por qué te quiero? Pareces un tipo duro y tienes un corazón de oro.
—Yo no soy un tipo duro, ni nunca he ido de duro. Tal vez mi apariencia pueda provocar esa opinión, pero soy muy accesible.
—No me ha gustado nada esa última palabra.
—¿Cuál?
—Accesible. No quiero que seas accesible.
—Ya me entiendes, tonto —me guiñó el ojo mientras terminábamos aquel gazpacho—. Me gusta ese punto de celos.
—Yo no soy celoso.
—Todos los somos, en una medida u otra, si amamos a una persona. Si te soy sincero, anoche…
—Sí. Me di cuenta después de colgar el teléfono. Pero ya ves lo transparente que soy contigo. Pude evitar decírtelo, pero en cambio…
—Eso es lo que al final me hizo conciliar el sueño. La forma tan natural con la que me lo contaste.
El camarero nos trajo el segundo plato: un filete de ternera con patatas para él y merluza a la romana con ensalada para mí. Mientras disfrutamos de aquel plato, permanecimos en silencio. Lo contemplaba de soslayo y adivinaba en él que estaba feliz junto a mí. Qué extraña es la vida. Dos tíos que no se conocen de nada, coinciden un día por casualidad en un bar y… Pero en realidad, siempre he creído en el destino y lo he sentido como un aliado junto a mí. Había sentido celos por mis palabras y esas mismas palabras le tranquilizaron. Si todos fuéramos tan directos a la hora de contar las cosas a quienes tenemos al lado, cuantas situaciones incómodas se evitarían.
Ahora aquí sentados los dos, disfrutando de una agradable comida, habíamos hablado de nosotros y de Diego e incluso, se ofrecía a ayudarlo. Una idea loca me vino a la mente. Gorka me miró:
—¿Qué estarás pensando? Esa mirada empiezo a reconocerla.
—¿Qué te parece si lo invitamos esta noche a cenar? Tengo su número. Le puedes proponer lo que me has dicho y…
—Por mí perfecto. Pero si esta noche ceno en tu casa, me quedo a dormir. Te deseo. Me cuesta meterme en la cama y no sentirte. Pienso…
—¿Por qué no te vienes a vivir conmigo? Yo no pago alquiler, es mi propiedad y en cambio tú estás teniendo un gasto innecesario, aunque entiendo que es tu espacio y…
—Mi espacio lo quiero compartir contigo. Quiero sentirte siempre a mi lado. Si te digo la verdad, el sueño de mi vida es llegar a casa después del trabajo y encontrarme con alguien con quien compartir el día vivido. Sentir que estoy en un hogar con la persona que amo —se encogió de hombros—. Me gustas y desearía vivir el mayor tiempo posible junto a ti.
—Pues habla con tu casero y te mudas a mi casa. Desde el momento en que la pises, se convertirá en el hogar de los dos. Yo también deseo tener a alguien junto a mí y en la cama percibir el calor del hombre al que amo.
—Somos dos tontos románticos —sonrió e incorporándose me besó en los labios—, y espero que no te vuelvas a sonrojar cuando te bese en público. Nunca he ocultado nada en mi vida y no lo voy a hacer con el amor.
Terminamos de comer y decidimos dar una vuelta. Cerca de casa le miré y sonrió. Deseaba hacer el amor con él. Dormir una apacible siesta y despertarnos juntos abrazados, con las pieles calientes unidas entre sí. ¿Qué mejor forma de pasar una tarde en un día de descanso?
En aquella cama, donde habíamos retozado algunas veces, pensaba, ahora despierto, abrazando a Gorka, que ya no volvería a dormir solo de lunes a viernes. Él llenaría el espacio deseado. No me había precipitado cuando le entregué las llaves aquella noche tomando una cerveza. No eran ilusiones las que en mi mente se albergaron desde el día en que nos conocimos, pensando tanto en él. Ahora todo era una realidad en un presente deseoso de descubrir un futuro: juntos, pero sin precipitarlo. Dando tiempo al tiempo, como los segundos pasan guiados por la manecilla del reloj. Como el sol nos despierta en cada mañana y al ocaso nos ofrece su sonrisa antes de sumirnos en la oscuridad. Con él viviría la vida como hice con Luis. Día a día, instante a instante. Segundo a segundo. Porque así fue la vida con Luis después de aquella boda.
Luis y yo nos adaptamos a la nueva situación. Nos gustara o no, estaba casado y tenía responsabilidades que no podía eludir, pero durante más de dos años, no durmió ni una sola noche con ella. Sobre las diez de la noche sentía la llave en la cerradura, su primer abrazo y el primer beso. Aquella sonrisa y las primeras palabras: ¿Qué tal el día? Y de esa forma emprendíamos una conversación mientras preparábamos la cena. Una buena película, los dos tumbados en el sofá el uno sobre el otro, nos ayudaba a bajar lo ingerido y luego a dormir. Algunas noches hacíamos el amor, otras, simplemente le abrazaba y con aquel gesto, nos quedábamos dormidos.
Nos fuimos conociendo, con nuestros defectos y virtudes. Aprendiendo a compartir nuestras inquietudes y sueños. Disfrutando cuando la vida nos era favorable y acatando con dignidad los malos momentos, sobrellevándolos. Así pasaban los días. De lunes a jueves la casa era nuestro refugio y el fin de semana… Ese era para la noche. Luis y su grupo eran una de las atracciones principales en muchos locales. Sus números, algunos subidos de tono, los reclamaban las mejores salas, con un público fiel y seguidor allá donde actuaran. Llenaban las salas y yo siempre estaba en primera fila. El primer fan. Eran muy buenos. Se tomaban su trabajo muy en serio. Ensayaban todas las tardes después de sus trabajos y luego pasaban algunas horas en el gimnasio. La disciplina del baile se unió al cuidado del cuerpo. Día a día sus cuerpos fueron adquiriendo una musculatura que embellecía los movimientos trazados, cuando los ejecutaban liberados de parte del vestuario que caía sobre el escenario. Resultaron ser el grupo más admirado por hombres y mujeres. Algunas deseando obtener sus favores y otros deseosos de cazarlos. Pero todos, en aquellas fechas, ya tenían sus propias parejas. Dos de ellas, se habían formado en el propio grupo. Así que sus fans, seguían viviendo con el deseo de un día conquistarlos, aunque fueran por unas horas.
Muchas noches sentíamos nostalgia del Rock-Ola. Lo habían cerrado en marzo del 85. El motivo: una reyerta entre mods y rockers. El final de aquella emblemática sala, se vio enturbiada por la sangre en una pelea de navajas entre ambas bandas y donde murió un rócker: Demetrio Jesús Lefler. El miedo se transmitió por los medios de comunicación y un mes más tarde de la pelea, una orden judicial decretó el cierre definitivo. Atrás quedaron unos años inolvidables de movimientos culturales que han marcado un antes y un después y de grupos y temas, que jamás se olvidarán. Ahora otras salas se abrían generando nuevas posibilidades para la diversión y nosotros aprovechábamos el momento. Le tomé afición a eso de bailar. Ya no me daba apuro y cuando los chicos y Luis no actuaban, bailábamos en aquella pista, rodeados de más gente. Todo el mundo les conocía y enseguida les abrían hueco para que estuvieran a gusto. Luis me enseñó las coreografías y en la pista, cuando estábamos los siete, jugaba a ser uno de ellos. Casi siempre Luis terminaba el baile tomándome por los brazos, levantándome por los aires y girando en derredor de todos. Luego me bajaba, me abrazaba y nos besábamos como si fuera la primera vez que lo hacíamos, pero con la experiencia de los años vividos. Nunca se separaba de mí. Hasta al baño le gustaba que le acompañase y en realidad era el lugar donde siempre nos pegábamos los mayores magreos, sobre todo cuando los sitios elegidos, tenían una tendencia exclusivamente heterosexual. Dentro de aquellos baños con puerta, explorábamos el deseo que llevábamos dentro.
Recuerdo cuando frecuentábamos barrios como Chueca o Malasaña. Dos barrios alternativos en cuanto al ambiente que lo rodeaba. Chueca no era ni la sombra de lo que hoy es. Los lugares de ambiente en esta zona, se podían contar con los dedos de las manos y creo que sobraba alguno y claro, nada de exhibirte de la mano con tu chico, porque podías salir a hostias entre las tribus que circundaban ambos barrios. Allí se juntaba lo mejor de cada familia, como se suele decir y entre mediados de los 80 y principios de los 90, resultaron barrios con cierto riesgo, dependiendo por las calles que circulases: delincuencia, drogas, prostitución y todo un elenco de personajes, aunque algunos garitos presentaban cierto atractivo, tal vez por ese motivo, por respirar el ambiente que se cortaba en el aire. La verdad sea dicha, jamás tuvimos problemas con nadie, pero en más de una ocasión nos vimos obligados a correr para librarnos de una pelea entre bandas rivales. No había medida, cualquier cosa les servía para abrirse la cabeza. Ni siquiera la policía se atrevía a pasar por aquellas calles en la noche. Era como el Bronx a la madrileña, aunque la fama la tuviesen otros barrios.
Hasta el año 87 nuestras vidas no se vieron alteradas. Ambos teníamos las situaciones controladas o debería decir, que quien lo conseguía era Luis, yo simplemente me dejaba llevar, pues no deseaba interferir entre su familia y él. Las posturas ya resultaban tensas en algunos momentos, como para provocar otras. Pero estaba claro, ni sus padres ni Esther, estaban dispuestos a ceder a sus propósitos y como en una gran partida de ajedrez, las piezas se iban moviendo de forma estratégica, muy meditadas y con calma, pero sin pausa.
El nuevo movimiento lo ejecutaría la reina, que como la madrastra de Blancanieves, estaba al acecho y con el gran cuervo, su marido, rondándola. ¡Luchaban contra nuestra felicidad! ¡Deseaban destruir todo lo que nosotros representábamos! Personificábamos el mal, encarnado en nuestros cuerpos. En la Edad Media hubiéramos sido entregados como herejes, conspiradores, seres viviendo contranatura, infringiéndonos toda clase de torturas hasta ser quemados en la hoguera. Aunque hay palabras y gestos, que duelen más que muchos golpes físicos.
Aquel domingo Luis tenía comida familiar. Eso significaba que estarían sus padres y Esther. Tras el desayuno me comentó que intentaría librarse de ellos cuanto antes, que hacía un buen día y le apetecía pasear y tomar algo en alguna terraza. Argumenté que no tuviera prisa, que total, esas comidas se celebraban muy de tarde en tarde. Se vistió con un pantalón de chándal, una camiseta sin mangas y las deportivas. Sí. No deseaba presentar ninguna imagen más que la que en realidad le gustaba mostrar los días en que los dos librábamos: Comodidad y sencillez y aunque sus prendas deportivas poco tenía de comunes, había que reconocer que la mejor forma de descansar vestidos, era de forma deportiva. Se fue tras darme un beso en los labios. Yo me quedé mirando por la ventana como subía a su coche y se alejaba. En realidad me jodía mucho quedarme solo un domingo. No sé por qué, es uno de esos días que me encantaba pasarlo de forma tranquila y acompañado por él. Me dirigí a la cocina y me dispuse a preparar una merluza a la marinera. Habíamos adquirido un hermoso ejemplar, con lo cual, la cena de los dos estaría ya dispuesta para cuando llegase. Puse la televisión para que el sonido me acompañara y mientras ordené también algo el salón y la habitación. Sobre las dos de la tarde comí frente a la ventana. El día, como había dicho Luis, era espléndido y el viento del sur invadió el salón. Tras la comida me tumbé en el sofá y después de fumarme un cigarrillo decidí cerrar los ojos quedándome transpuesto y digo bien: traspuesto, porque no habría pasado una hora cuando escuché abrir la puerta de casa. Me sorprendió y miré que sucedía. Vi entrar a Luis y cerrar la puerta con fuerza y soltar: «Mierda». Entró en el salón con cara de muy malos amigos.
—¿Qué te sucede?
—Que tengo como familia un puñado de hijos de puta que pretenden amargarme la vida —se desprendió de la camiseta y se sentó en el sofá—. No han tenido suficiente con casarme por obligación, que ahora… Ahora —me miró con los ojos que se le salían de sus órbitas—. ¡Quieren que tenga un hijo!
No pude aguantarlo y lancé una sonora carcajada.
—Encima tú, ríete. ¿No lo entiendes?
Se levantó dirigiéndose al mueble del bar. Sacó una botella de whiskey y dos vasos. Yo fui a buscar unos hielos. Nos servimos las copas y nos sentamos en el sofá.
—Perdona por mis carcajadas. Es que sinceramente no me esperaba nada parecido. Me has sorprendido llegando tan pronto y cuando he visto la cara que traías, me has asustado.
—Tío. ¡Quieren que tenga un hijo! ¡Ni muerto me acuesto con esa zorra!
—Hombre, muerto igual abusan de ti, aunque eso se llamaría…
—Por favor Ángel, estoy muy nervioso. He tenido una gran discusión con los tres y no me gustaría que por una tontería discutiéramos tú y yo.
—No te preocupes y lo siento. Además, si me gritas lo entenderé —tomé un trago y lo atraje hacia mí. Se acurrucó sobre mi pecho y lo abracé—. Cuéntame que ha sucedido.
—Pues muy sencillo. Llegué a casa. La maravillosa de mi mujercita estaba en la cocina con mi madre terminando de preparar la comida y mi padre en el salón como un señor leyendo el ABC. Esher salió como la esposa ideal y me intentó besar en los labios, esquivé el beso y rozó mi mejilla. Como no me apetecía hablar con nadie pasé por el salón, saludé a mi padre que no contestó y salí a la terraza. Saqué un cigarrillo y lo fumé tranquilamente. Al poco rato escuché a mi madre llamarnos a la mesa y entré. Nos sentamos: mis padres a los lados de la mesa, presidiéndola y nosotros uno en frente del otro. El ambiente se podía cortar con machete.
—Dirás con cuchillo.
—No. ¡Machete y de los grandes! Te lo puedo asegurar. Mientras, devoraba aquel primer plato, porque en realidad no estaba comiendo, sino engullendo como un animal para poder librarme pronto de aquella tortura. Intenté paliar la desazón pensando que estaba aquí. Imaginándome preparando juntos la comida y disfrutándola sentados y hablando. Por fin llegaron los postres. Mi madre había preparado su tarta de manzana. Ya podía haber estado envenenada, aquella manzana de los cojones.
—De eso nada, que tú también te hubieras envenenado —le comenté con voz suave mientras acariciaba sus rizos—. Con lo qué te gusta a ti la tarta de manzana.
—Justo mientras daba el primer bocado de aquella tarta, mi madre suelta por su maravillosa boca:
—Hemos estado hablando Esther y yo, que lleváis dos años de casados y que ya va siendo hora de tener un hijo.
Escupí el trozo de tarta que tenía en la boca:
—¡Vosotras estáis locas! No pienso tener un hijo.
—Yo quiero tener un hijo —sentenció Esther.
—¿Para qué?
—Quiero tener un hijo.
—Ni lo sueñes. Un hijo es el producto del amor que se tienen dos personas y entre tú y yo, existe un abismo antes de llegar a ese concepto.
—No seas desagradable —comentó mi padre.
—No soy desagradable. Entre Esther y yo no existe ni siquiera amistad y eso lo sabemos los cuatro. El matrimonio fue un convenio al que accedí después de poner mis condiciones y vosotros firmarlas ante notario.
—¿Qué firmaste ante notario? —le pregunté.
—Es algo que nunca te conté porque no consideraba que fuera necesario. Pero deseaba crear una estabilidad en nuestra pareja y lo que pudiera surgir en el futuro.
—No entiendo, por favor, explícate.
—Hagamos entonces un alto en esta historia y te lo contaré —se incorporó, se levantó y caminó de lado a lado por el salón—. Una de esas noches que pasaba en vela, bastante antes de concertar la fecha de la boda, tuve una idea. Una idea que por un lado relajó la tensión acumulada. Aunque no podía evitar la puta boda, sacaría partido de ella —se detuvo apoyándose contra el mueble del bar quedándose con su mirada fija en mí—. Les chantajeé.
—¡¿Qué hiciste?!
Se giró, abrió uno de los cajones donde guardábamos todos los papeles importantes y sacó una carpeta marrón. Una carpeta en la cual yo nunca había reparado. En realidad, en aquel cajón había demasiadas carpetas y demasiados papeles. Me la lanzó.
—Les dije a mis padres que me casaría, pero ya que ellos me amenazaban yo también pondría mis condiciones, de lo contrario me largaría fuera del país. Aquello parece que les asustó.
—Está bien. ¿Cuáles son tus condiciones? —Preguntó mi padre.
—Las he traído aquí escritas.
Saqué una carpeta parecida a la que tienes entre las manos y la abrí leyendo el primero de los folios:
Yo: Don Luis de Montesinos y Rodríguez, ante el inminente enlace matrimonial, deseo exponer las siguientes condiciones antes de dicha celebración y que serán firmadas por mis padres.
1). Las horas en el domicilio conyugal, no serán superiores a las meramente necesarias, teniendo libres las noches para mis asuntos personales.
2). La habitación matrimonial tendrá dos camas separadas por una mesilla de noche.
3). En ningún momento se me preguntará sobre mi vida profesional ni social. Siendo estrictamente de mi total incumbencia.
4). Asistiré exclusivamente a los actos familiares que considere necesarios: bodas, bautizos, comuniones, profesionales, comerciales y sociales que sean de verdadera importancia. Pudiéndome retirar cuando crea que en el acontecimiento mi presencia no sea imprescindible.
5). Pasaré a formar parte de la plantilla de la empresa que dirige mi padre: Don Severino de Montesinos de los Santos. Teniendo total libertad sobre las competencias que se me atribuyan y no pudiendo ser despedido en ningún momento, siendo la circunstancia que sea e ingresándose en la cuenta corriente, que considere, la nómina correspondiente a mi categoría. Nunca inferior a mi graduación universitaria.
6). Tendré total libertad para disfrutar de mis vacaciones como desee. Sin tener que dar explicaciones al lugar que decida acudir, ni con quien las disfrute.
7). Existirá separación de bienes. Si en algún momento llegara la separación, Esther (mi esposa) no podrá reclamar nada de lo que esté a mi nombre, ni tendrá derechos sobre mi testamento.
8). El piso de la C/ Serrano y el 50% de los terrenos de la sierra pasarán a mi nombre al menos tres meses antes de la celebración del enlace.
9). Se me ingresarán unos honorarios extras en la cuenta corriente que determine por una cantidad de: 100.000 pesetas mensuales por vida, incrementándose cada año en un 2%
10). Si alguno de los puntos expuestos anteriormente, se vulneraran, automáticamente pasará a mi nombre el 50% de la herencia que me corresponde como único heredero.
Mi padre leyó aquel escrito y lanzó una sonora carcajada mientras se quitaba las gafas.
—Estás loco si pretendes que esta mamarrachada la firmemos tu madre y yo.
—Vosotros mismos. Lee el siguiente escrito. Tal vez te haga cambiar de opinión.
Se volvió a colocar las gafas y leyó atentamente. Su cara se fue congestionando mientras mi madre lo miraba a él y a mí. Ella, que siempre tenía las palabras que pudieran apuñalarme, estaba muda tras leer el primer texto.
—Esto es un chantaje, ¿lo sabes verdad?
—No menos que el que vosotros me habéis hecho a mí. Me habéis amenazado, incluso de muerte y además recayendo también dicha amenaza sobre la persona a la que amo. A vosotros os interesa esta unión, a mí no. Así que vosotros decidís. Os doy de plazo una semana. Ni un día más. Pasada esa semana, la carta que acabas de leer, pasará a manos de un notario. Si me ocurriese algo, si en algún momento Ángel tuviera el menor accidente, si se me negase a ejercer mi profesión en la empresa… Te aseguro que esa carta saldrá en los medios de comunicación y se presentará ante un juez. Es más, mis mejores amigos, ya tienen una copia sellada y lacrada.
—¡Eres un hijo de puta! —me gritó mi padre levantándose y golpeando la mesa.
—No te saldrás con la tuya hijo —intervino mi madre.
—No le llames hijo. Esta basura que tenemos frente a nosotros, es el producto del mismísimo demonio.
—Pues tú fuiste quien puso esa semilla. Llámame como desees. Ahora, con vuestro permiso me voy, que tengo muchas cosas que hacer.
Me levanté y salí de casa. Como era de esperar, a la semana, mi texto estaba firmado ante notario por los tres: mis padres y yo. Ellos añadieron una cláusula: Si muriese antes que Esther, ella recibiría un 25% de la herencia que a mí me correspondía. Lo que tienes en las manos es una copia. El original está en el banco.
—No me lo puedo creer. ¡Chantajeaste a tus padres!
—¿Te parezco despreciable por ello?
—No —sonreí—. Me parece que los tienes más grandes de lo que pensaba.
—Pues bien —se sentó.
La discusión continuó:
—Lo normal en un matrimonio es tener un hijo —comentó mi madre.
—Tú lo has dicho. Lo normal… Nuestro matrimonio no es normal.
—Nuestro matrimonio no será normal, pero yo quiero ese hijo y me lo darás. No te puedes negar.
—Claro que me puedo negar. Si quieres, nos separamos y además ganarás el juicio porque nuestro matrimonio no ha sido consumado y en ese apartado, yo no lo negaré.
—Ni lo sueñes que me separe de ti.
—Claro. Ahora estás en una posición privilegiada. Ahora eres la señora que siempre has deseado ser. ¿Qué pensarían de ti el séquito de las remilgadas de tus amigas, con las que te tomas el café cada tarde? ¿Qué pensarían cuando supieran que nuestro matrimonio ha sido una patraña y te vendieron tus padres por salvar su negocio?
—¡No te permito que hables así a tu mujer! —intervino mi padre.
—En realidad —miré a mi padre—. Te doy la razón. No son formas de hablar así a un ser humano —miré a Esther—. Tú fuiste tan víctima como yo, aunque tú aceptaste el juego sabiendo lo que te esperaba conmigo. Nunca te he engañado. Nunca te he mentido en nada. Sabías que amaba a otra persona. Siempre he cumplido mi trato y siento mucho y te lo digo con el corazón, que por una posición social, no seas feliz, pero yo no tengo la culpa. Hubiera preferido que todo aquello no sucediera, pero ocurrió y tú fuiste parte de tu infelicidad y de la mía.
—¿Qué importancia tiene un hijo? ¿Por qué te niegas a ello? —Preguntó mi madre—. Yo también quiero tener un nieto.
—Pues como no sea por obra y gracia del Espíritu Santo, dudo mucho que veas un nieto entre tus brazos —me levanté dirigiéndome a la terraza y antes de salir a ella me giré—. Nunca me acostaré con una mujer.
Se hizo un terrible silencio, incluso fuera en la terraza, donde el sonido de la ciudad llegaba hasta nosotros, pareció enmudecer. Me quedé bloqueado y pensando en todo lo sucedido. Tras fumar un cigarrillo entré en el salón. Ninguno se había movido de la mesa. Me dirigí a la puerta y mi madre me llamó. Me giré y volví al salón, esperando sus palabras.
—Está bien. No es necesario que te acuestes con Esther.
Los tres la miramos con cara de asombro.
—¿Si pudieras tener un hijo, sin tener que acostarte con tu mujer, accederías?
—Creo que ha quedado clara mi postura. Un hijo es el producto del amor de dos personas y en ese amor debe de criarse.
—Por eso no te preocupes. ¿Accederías?
—Sí. Lo haría.
—Está bien —miró a Esther—. ¿Te someterías a la inseminación artificial?
—¿Te has vuelto loca? —comentó mi padre.
—No. Quiero tener un nieto. Deseo que de todo esto salga algo bueno y que Dios nos perdone.
—Sí —contestó Esther.
—Pues me pondré en contacto con mi ginecólogo y lo llevaremos a cabo. Tengo entendido que en Estados Unidos existen clínicas muy buenas.
—¿Por qué no mejor en París? ¿No dicen que los niños vienen de allí?
—Deja el sarcasmo. Que bastante daño has hecho —me respondió muy seria mi madre.
—Yo no he hecho daño a nadie. Pensad un poco todos y os daréis cuenta de quién ha hecho daño a quien. Sabía a que me exponía con este juego y a ser yo el malo de la película, pero no. Yo no soy el malo de la película. Creo que no hay malos en esta película, simplemente, han existido los intereses. Con vuestro permiso, me retiro. Ya me informaréis de cuando tengo que donar mi semen.
Tras contármelo, Luis se quedó en silencio. Me levanté en dirección a la ventana. Respiré profundamente. A los pocos segundos sentí el abrazo de Luis.
—No te preocupes. Estoy bien. Ahora después de desahogarme, me siento liberado.
—El culpable de tus desdichas soy yo. Si no nos hubiéramos conocido, seguramente…
—El destino estaba en que nos conociéramos y no reniego de nada de lo vivido junto a ti. Todo lo contrario, cada día te amo más. Eres el sueño de mi vida hecho realidad, lo demás son pesadillas que se lleva el viento al despertar.
Me giré y lo abracé. Los ojos de los dos brillaban por las lágrimas que deseaban salir. Nos abrazamos y en aquel estado, con aquel sentimiento, dejamos al destino continuar con su juego: unas veces dulce y otras, amargo.
Gorka se movió entre mis brazos. Se había despertado. Acarició la mano que rozaba su torso y suspiró.
—¿Ya te has despertado?
—Sí, pero no se te ocurra moverte ni un milímetro. Me gusta que me abraces y sentir el calor de tu piel. No existe mejor despertar que estar arropado por los brazos de un hombre.
—Eso último no te ha quedado muy bien —le golpeé el pecho.
—Qué culpa tengo yo. Me gusta que los hombres me abracen. Que sus músculos me rodeen y me hagan sentir seguro.
—Tú eres un cabrón —me intenté separar de él haciéndome el ofendido.
—Pero son estos los brazos que deseo me protejan siempre —apretó con fuerza mi antebrazo.
Le besé el cuello.
—Y si me haces eso… Ya no me responsabilizo de mis actos.
Le volví a besar y se giró despacio para que no dejara de abrazarlo. Me besó lanzándome aquella mirada de deseo.
—No. Veo tus intenciones y no…
—Está bien —me besó—. Levantémonos, llamas a… ¿Cómo se llama?
—Diego.
—Eso, Diego, y que cene con nosotros. Me apetece conocerle y veremos si le parece bien la propuesta de dejar las calles.
Se levantó de golpe, le observé por detrás mientras se perdía por la puerta en dirección al salón. Me incorporé sonriendo y le seguí. Cogí el teléfono mientras Gorka servía dos refrescos en sus vasos.
—Soy Ángel… Bien, he pasado el día con Gorka… Sí, está aquí conmigo y me ha dicho que por qué no te vienes a cenar con nosotros… No, no seas tonto. Ven a cenar, te quiere conocer… Perfecto, llama al telefonillo y te abriré.
Colgué y tomé el vaso que me ofreció Gorka.
—Dice que estaba dando un paseo cerca de aquí. Llegará en diez minutos.
—¿Qué vamos a cenar?
—Esta mañana he comprado un kilo de solomillo. Estaba muy bien de precio.
Gorka encendió un cigarrillo y se dirigió a la ventana. La abrió y se asomó. Estiró los brazos. Su espalda se tensó. Su desnudez en aquel contraluz resultaba hermosa, atrayente, sensual. Contemplé aquel tic que tenía en sus nalgas, donde de vez en cuando las tensaba y me hacía sonreír. Me acerqué y lo abracé por detrás, giró la cabeza sonriéndome.
—Sí, abrázame.
Acaricié su torso e incliné mi cabeza sobre su hombro derecho. Así permanecimos hasta que sonó el telefonillo y la luz del sol dejaba paso a las farolas que iluminarían la noche. Descolgué y tras la contestación de Diego, pulsé el botón de abrir. Gorka había vuelto a la habitación y se había puesto un pantalón corto. Me lanzó otro a mí.
—No querrás recibir al invitado en pelotas, ¿no?
—¿Por qué no? Ya nos hemos visto en pelotas y la verdad —me puse el pantalón—, como mejor me encuentro es como estábamos.
—Lo sé, pero yo al menos no deseo provocar ninguna situación violenta.
Me sonreí.
—Seguro que si te ve desnudo se tira a tus pies —me reí—. ¡Coqueto!
—No es cuestión de coquetería, es…
El sonido del timbre le interrumpió. Abrí la puerta y Diego entró. Le presenté a Gorka y tras servirle un refresco nos sentamos. Nosotros en el sofá y él en uno de los sillones.
—¿Cómo te encuentras? —le pregunté.
—Bien. Ya no me duele nada, pero ya ves como tengo el ojo derecho y el labio. Pienso que estos moratones tardarán en desaparecer y éste… —se levantó la camiseta mostrando un gran moratón en el costado izquierdo—. Éste es el peor de todos.
—Te zurraron bien, de eso no cabe la menor duda.
—Si no hubiera sido por Ángel, seguramente hubiera terminado en el hospital. Así que ahora tengo unos días de vacaciones —sonrió—. Vacaciones forzadas.
Gorka tomó un trago de su refresco.
—Hemos estado hablando de ti y Ángel me ha dicho que hace unos años eras mecánico.
—Sí.
—No sé lo que ganas con tu trabajo, pero… ¿Te gustaría volver a tener un trabajo… digamos… aceptablemente remunerado y asegurado?
—Gorka conoce a los dueños de un buen taller y…
—Sois asombrosos. No me conocéis de nada y os preocupáis por mí —tomó un cigarrillo de la cajetilla que reposaba sobre la mesa y lo encendió—. Muchas veces he pensado qué sucedería si pudiera volver a tener un trabajo… como el de la mayoría de la gente.
—El que digas que sí ahora, no significa que empieces a trabajar —continuó Gorka—. Si te lo comentamos ahora, es porque si dices que sí, me pongo en marcha. No me gustaría mover ficha antes de saber qué piensas.
—Si te soy sincero, no lo sé. He estado pensando todo el día. Creo que no he hecho otra cosa que comerme la cabeza y la verdad que tal vez, lo que me ha sucedido es para darme cuenta de que estaba equivocado. Pero, por otra parte…
—Necesitas dinero —interrumpió Gorka al comprobar que Diego se emocionaba con sus palabras—. Muchos no se dan cuenta lo duro que puede resultar una profesión como la tuya. La prostitución, sea masculina o femenina, no es un camino de rosas y mucha gente toma ese rumbo porque no le queda otro remedio.
—Estoy de acuerdo con Gorka —intervine—. Es cierto que existe mucho vicio, que muchas personas buscan el dinero fácil, pero para una mayoría no es el camino que desean continuar. No sé por qué razón creo que tú eres un chico distinto y lo he hablado con Gorka a la hora de la comida.
—Yo no las tenía todas conmigo, pero creo que Ángel tiene un cierto sentido que detecta quien merece la pena o no —me miró—. Lo amo demasiado y…
—Gracias a los dos. Al final me voy a emocionar y todo. Está bien —miró a Gorka sonriendo—, si en ese taller necesitan personal, adelante —suspiró—. Me siento muy bien con vosotros.
—Nosotros también contigo —intervino Gorka—. Y ahora que todo está hablado, deberíamos empezar a pensar en la cena. Yo tengo hambre.
—Tú siempre tienes hambre —comenté—. Dentro de unos años tendré a un osito como novio.
—De eso nada. Siempre estaré así, que luego engordo y te vas con otro.
—Nunca. El físico no tiene importancia, lo que verdaderamente merece la pena del ser humano, es… Bueno… Ese aire de humanidad, que por ejemplo aquí se ha respirado hace un momento.
—Dejémonos de cursilerías y preparemos esos solomillos.
—¡Solomillo! Pues si me dejáis colaborar, hago una salsa con setas que os vais a chupar hasta los dedos. ¿Tenéis setas? —Preguntó mientras se levantaba.
—Sí —me levanté también—. Vamos a la cocina.
—¿Os importa si me quito la camiseta? Hace mucho calor.
—Claro que no —respondió Gorka—. Estás en tu casa. Yo también me pondré cómodo —mientras se levantaba del sofá se quitó los pantalones. Vio mi cara de asombro—. ¿Por qué me miras así?
—Por nada. Por nada —sonreí y le azoté el culo
—Este chaval me cae bien y a nosotros nos gusta estar en bolas en casa. Así que, qué tiene de malo que me despoje de este pantalón tan incómodo.
—Además ya os he visto desnudos a los dos.
—Es cierto —le cogió por el cuello dirigiéndose hacia la cocina—. Nos vimos en La Pedriza. Entonces tenía otra opinión de ti.
—Como todos: Un puto chapero de mierda.
—Dejémoslo en chapero, nada más.
Respiré profundamente, me liberé del pantalón dejándolo junto al de Gorka y les seguí. Al verme desnudo, Diego sonrió y también se quitó el pantalón. Los tres comenzamos con los preparativos. Gorka se dispuso a preparar la ensalada, mientras yo aderezaba el solomillo y Diego troceaba las setas. Continuamos hablando de nuestras cosas. A Gorka le interesaba conocer los entresijos de ser chapero y Diego sin ningún pudor nos fue contando las diferentes anécdotas durante aquellos años.
—¿Nunca has sentido nada por ninguno de los tíos con los que te ibas? —le preguntó Gorka.
—Sí. Sobre todo en el primer año. Siempre he tenido suerte con mis clientes. Han sido personas muy respetuosas que, la mayoría de ellos, por timidez o por su posición laboral o social, no podían o no se atrevían a vivir su sexualidad como la sentían.
Uno de mis primeros clientes fue un ejecutivo. Tendría unos treinta y cinco años. Me habían invitado a una fiesta en una discoteca y el tío se fijó en mí. En un momento determinado se acercó a la barra donde me encontraba tomando un cubata y se sentó a mi lado. Pidió su copa y me sonrió.
—Me llamo… Omitiré el nombre. Me he estado fijando en ti y en tus amigos. Espero no molestarte con la pregunta pero…
—Sí —le contesté sin dejarle terminar de hablar—. Soy chapero. Hemos venido a esta fiesta porque un cliente, de uno de mis amigos, nos pidió que nos acercáramos.
—Me imagino quien ha sido. Me gustaría contratar tus servicios. Voy a estar en Madrid unos días y…
—¿Unos días? Eso es mucho dinero.
—Pon el precio, no voy a regatear. No te quiero sólo para sexo…
—¿Un Pretty Woman a la española? —preguntó Gorka sonriendo.
—Más o menos. Os juro que no miento. No me gusta mentir.
—Disculpa —intervino de nuevo Gorka—. No he pretendido… Pero es lo primero que se me ha pasado por la cabeza —tarareó el tema principal sonriendo.
—Sí, y es cierto. Él no era Richard Gere, pero sinceramente, a mí me gustaba mucho más y me trató como un príncipe.
Después de la fiesta nos fuimos al apartamento que tenía alquilado. Era como vosotros de natural. Entramos, dejó las llaves sobre una mesilla y antes de llegar a la habitación ya estaba en pelotas. Yo no sabia que hacer. Me quedé de pie en el centro del salón. Salió fumando con la cajetilla en la mano, me la lanzó y saqué un cigarrillo. Se acercó y me lo encendió.
—Esta noche no quiero sexo. Si me pongo en pelotas es porque me gusta estar así. Ya estoy bastante vestido durante casi todo el día y aunque este apartamento no sea mi casa, al menos intento sentirme como en ella.
—Yo también soy nudista.
—Pues entonces acomódate. ¿Te puedo preguntar qué te llevo a ser chapero? —me interrogó mientas se disponía a encender el equipo de música, graduándolo a un nivel adecuado para no molestar a nadie.
Le respondí mientras me desnudaba, lo mismo que a vosotros. Luego se fijó en mi desnudez y sonrió.
—La verdad que tienes dos buenas razones para ser un buen chapero, además de un bonito cuerpo —abrió el mueble del bar—. ¿Qué tomas?
—Whisky
—Si no te importa, saca de la nevera unos hielos y ponlos en algún recipiente que encuentres.
Así lo hice. De soslayo comprobé que me miraba por detrás, por lo que en un principio pensé que era activo. La verdad que me daba igual: soy versatil. Un chapero tiene que saber complacer a sus clientes tanto por detrás como por delante. Aunque como había dicho, aquella noche no tendríamos sexo, palabras que hicieron que la situación resultase más relajante. Regresé con los hielos en un cuenco de cristal. Vertimos varios sobre los vasos y nos servimos las bebidas. Él se sentó cómodamente en uno de los sillones y mientras movía el vaso no dejó de mirarme.
—¿Te vas a quedar de pie? Acomódate, estás en tu casa. Bueno… —miró a su alrededor—. Ni tú ni yo estamos en casa, pero…
—Lo importante es la compañía —comenté mientras me sentaba en el otro sillón frente a él—. ¿Te puedo preguntar algo?
—Claro. Dispara.
—¿Por qué me has elegido a mí entre todos los chicos? ¿Y por qué buscar la compañía de un chapero, cuando tienes un cuerpo que muchos se lanzarían a tus pies, para follar contigo gratis?
Sonrió y dio un largo trago.
—Primera cuestión: me pareciste el chico menos atrevido de todos. El más tranquilo y con el que se podía mantener una conversación de más de media hora. También porque me gustas físicamente. A mi juicio, estás tremendamente bueno. Y en cuanto a la segunda pregunta, como te he dicho, no busco sólo follar o un polvo con un desconocido que me pueda encontrar en cualquier bar. No me gusta el ambiente. Soy gay, todo mi entorno lo sabe, incluso mis jefes, pero me gusta ser reservado con mi vida —dio otro trago y se repanchingó contra el mullido sillón—. Espero haberte contestado a las dos preguntas.
—Más que de sobra. Simplemente me ha sorprendido. Vestido tienes una buena planta, pero desnudo estás para quitar el hipo.
—Gracias —sonrió—. De momento, físicamente nos hemos gustado el uno al otro y no sé por qué, pero intuyo que vamos a conectar en otros sentidos.
—Me gusta hablar. No soy ningún patán. Tuve que dejar mis estudios después del bachillerato, pero era un gran estudiante…
—¿Por qué dejaste los estudios?
—Este tema me gustaría no tocarlo. Los malos recuerdos prefiero dejarlos donde están.
—Disculpa, no he querido…
—No te preocupes. No me has molestado y no creo que tu forma de ser lo consiga. Eres muy distinto a todos los que han buscado…
—Conmigo no quiero que pienses como un chapero, si es que puedes separar ese concepto cuando estás con alguien que solicita tus servicios. Considérame…
—Alguien con quien he coincidido en una fiesta, nos hemos caído bien y me ha invitado a pasar la noche en su apartamento para conocernos mejor. ¿Prefieres eso? —sonreí.
—Sí. Has captado la idea —volvió a sonreír—. Me gusta la gente inteligente, educada y despierta, y tú sin duda cumples con todo.
Tenía una bonita sonrisa y la explotaba muy a menudo. Aquella forma de ser y expresarse me relajó totalmente y pronto hablábamos como dos colegas. Él me comentaba cosas de sus viajes por razones de trabajo y yo de las aventuras con algunos de mis clientes. Algunas anécdotas le hicieron lanzar sonoras carcajadas que amortiguaba con su mano intentando que nadie nos escuchara en el silencio que reinaba en el resto del edificio. Estuvimos fumando, hablando y bebiendo durante más de tres horas hasta que decidimos irnos a dormir. Como bien había dicho, no quería sexo y sentí el impulso de colocar mi cabeza sobre su torso ancho y velludo. Me rodeó con uno de sus voluminosos brazos y en aquella posición nos quedamos dormidos.
A la mañana siguiente al despertarme y mirar hacia su polla, sonreí al ver su fuerte erección. Tenía una buena polla de piel sonrosada en contraste con el bronceado del resto de su cuerpo. Su glande grueso como el resto del tronco y de unos 19 centímetros adornado con un vello suave, negro y recortado. Yo también tenía una buena erección. La típica que tenemos todos al despertarnos. Me moví ligeramente para que supiera que estaba despierto y su mano se deslizó con suavidad por toda mi espalda hasta propinarme un suave azote.
—Buenos días —saludó.
—Buenos días —contesté levantando ligeramente la cabeza y mirándole.
—¿Has descansado bien?
—Sí. A ti no te lo pregunto. Tu erección contestaría a la pregunta.
—¿Te apetece divertirte un rato?
—Por qué no —mi mano fue bajando por su vientre hasta tomar su polla con la mano y acariciarla.
Nos divertimos como él había sugerido, y lo digo en todo el amplio término de la palabra. Hacerlo con él, resultaba muy divertido. Era muy juguetón. Me hacia cosquillas y yo a él. Nos reíamos y nos movíamos por la cama peleando como dos niños. Le gustaba besar tanto como a mí y las caricias duraban mucho tiempo. En aquella primera vez, fue él quien me penetró y resultó muy distinto al resto de los hombres con quienes había tenido sexo.
—¿Te enamoraste? —preguntó Gorka.
—No. Aunque todo resultaba natural, tenía muy claro que aquello era pasajero. No soy un tipo duro, pero la vida me ha enseñado a diferenciar un estado de otro y con él… Bueno, él me trató de una forma especial. Como he dicho antes, he tenido suerte con mis clientes, pero él, sí, él fue especial, pero no me enamoré. No era su chapero, como bien me quiso hacer ver. Él buscaba compañía y yo servía a sus expectativas. Si con dos palabras tendría que definirlo, esas serían: culto y sexual. A partes iguales. Desde aquella primera mañana el sexo estaba a la orden del momento. Cuando le miraba y veía en él esa chispa que le encendía, me acercaba y estallábamos. Siempre diferente, siempre innovando, siempre jugando, siempre riendo y siempre… terminando agotados en la cama, en la alfombra, sobre el parquet, en la bañera o donde se terciara. Y en cuanto a la cultura, además de las conversaciones, acudimos a conciertos, obras de teatro, cine y descubrí algo que pensé me iba a aburrir y en cambio disfruté como un enano, la ópera.
—Y te measte por las patas abajo —intervino de nuevo Gorka riéndose a carcajadas.
Diego frunció el ceño mirándole fijamente:
—¿Por qué dices eso? No. No me meé.
—Es que eso le pasó a Julia Roberts cuando la llevó Richard Gere a la ópera.
—Y dale con esa película. Lo nuestro no era una película, era realidad y en tal caso yo hubiera sido Pretty Boy.
—Sin duda. Un chico bonito, si lo eres —intentó suavizar el sarcasmo Gorka.
—Gracias —sonrió—. Sí, con él todo fue muy distinto y aprendí muchas cosas. Tras aquellas casi dos semanas, siempre que venía a Madrid, me llamaba y quedábamos. Los días que él estaba, dejaba la calle, dejaba a todos los clientes y me dedicaba en cuerpo y alma a él. Se lo merecía.
—Por lo que denoto en la forma de contarlo, ya no os habéis vuelto a ver —comenté.
—Desde hace unos seis meses no me ha vuelto a llamar. Tal vez está muy ocupado, o…
—¿Por qué no le llamas tú? —Preguntó Gorka.
—No. No me atrevería. Él tiene su vida, yo la mía. Un ejecutivo y un chapero, curiosa pareja. Entonces —miró a Gorka y se rió abiertamente—, te tendría que dar la razón.
—Y se cumpliría eso de la realidad supera a la ficción.
—Pero yo tengo los pies en la tierra Gorka y además no podría ser su pareja.
—¿Por qué?
—Porque no Gorka. Lo que hubo entre nosotros fue un trueque.
—No. Y ahora soy muy serio en mis palabras. Tal vez no llegaste a enamorarte, porque si algo tengo claro, es que aunque joven, tienes los pies en la tierra, pero si tocó tu corazón y de forma especial. Me alegro de que tus clientes no te hayan jugado ninguna mala pasada. En esa profesión no es fácil tener tanta suerte como tú.
—Lo sé. Soy un privilegiado. Aunque ahora… Mírame.
—Pero no ha sido un cliente, ha sido uno de los tuyos, por envidia.
Pensé que era el momento perfecto para cambiar de tema, no deseaba que Diego se sintiera en ningún momento violentado por alguna pregunta o alusión al tema.
—Esa salsa te está quedando muy bien y las setas huelen de vicio —comenté.
—Ya te dije que soy un buen cocinero.
—¿No dices nada de mi ensalada? —preguntó Gorka levantando una ceja.
Cogí una aceituna y la llevé a la boca:
—Claro que sí. También está muy buena. ¿Cuánto le queda a esa salsa?
—Unos cinco minutos.
—Entonces prepararé la plancha para los solomillos y tú —miré a Gorka y le besé en los labios—, puedes ir poniendo el mantel y todo lo necesario. Estaremos en la mesa en menos de quince minutos.
—Sí señor. Como mande el señor.
Gorka salió en dirección al salón y Diego me miró sonriendo:
—Me gusta veros así de felices. Hacéis una buena pareja.
—Bueno. Me gustaría ser un poco más joven.
—Te he oído —gritó Gorka desde el salón—. Ya sabes lo que opino al respecto.
—Él te quiere como eres. No te comas la cabeza.
—No. Lo que nos vamos a comer es todo esto.
Diego apagó el fuego y dejó la salsa reposando con las setas.
—Pásame los platos. Lo llevaremos a la mesa ya emplatado.
Buscó entre los botes de especies y sacó uno de perejil. Fui colocando los solomillos sobre los platos a medida que se hacían y Diego dispuso, de forma muy estética a su alrededor la salsa con las setas, salpicando luego un poco de perejil entre la salsa y el solomillo.
—¡Qué buena pinta tiene eso! —intervino Gorka entrando de nuevo en el salón y colocando la ensalada en el centro.
—Pues a cenar.
Durante la cena Diego nos preguntó cosas sobre nosotros y nosotros sobre él. Resultó una velada muy relajante e interesante. Como había dicho Gorka, Diego tenía los pies sobre la tierra y demostraba ser muy inteligente. Tuve la intención de proponerle que volviera a los estudios, pero me pareció que no era apropiado, al menos en aquel momento. Era un chico interesante y por una parte me alegraba de que aquella tarde noche, aquellos cabrones, le dieran la paliza que le propinaron.
La cena terminó sobre las once de la noche, continuamos con la copa y el cigarrillo que tras la cena sienta tan bien. Diego miró su reloj.
—Creo que es hora de retirarme. Vosotros mañana tenéis que trabajar —se levantó dirigiéndose hacia la ropa. Nos miró mientras se vestía—. Sois dos tíos cojonudos. Me alegro de haber pasado esta noche con vosotros.
—Y nosotros contigo —comentó Gorka mientras también dejaba la mesa—. Espero que pienses en la propuesta que te he hecho.
—Sí —contestó mientras se ataba los botones del pantalón—. Habla con esas personas. Tal vez es tiempo de cambiar. Tal vez lo que me ha pasado es una señal y no quiero retar al destino —cogió la camiseta y se la colocó—. Hasta ahora todo ha salido bien, pero es cierto, es una profesión con ciertos riesgos.
—Mañana mismo, cuando salga del trabajo, me acercaré al taller.
—Seguiremos en contacto —comenté levantándome—. Ya sabes que ahora tienes una nueva casa y dos nuevos amigos, si así nos quieres considerar.
—Claro —sonrió.
Se acercó a mí y me abrazó, luego lo hizo con Gorka. Le acompañamos hasta la puerta y esperamos a que se cerrase el ascensor. Entramos de nuevo.
—¿Te quedas a dormir?
—Claro. He estado pensando en tu propuesta y voy a aceptarla.
—¿Cuál?
—Me vendré a vivir contigo. Me siento bien aquí y no deseo separarme de ti por nada del mundo. Esta misma semana hablaré con el casero y comenzaré la mudanza —suspiró profundamente—. Eso sí me da pereza, tener que traer todo. Menos mal que no tengo muebles que transportar.
—Tómatelo con tranquilidad. Pero no sería mala idea que esta noche fuera la primera de todas.
—Sí. Mañana después de ir al taller haré una maleta con lo necesario y la traeré. El resto, como has sugerido, lo haré en varios viajes.
—Organizaremos el armario de la entrada que está prácticamente vacío y el de nuestra habitación.
—Me ha gustado como ha sonado.
—¿El qué?
—Nuestra habitación. Me gusta.
—Nuestra habitación. Nuestro salón. Nuestra casa. Todo será de los dos.
—Vamos a dormir, que mañana tú vuelves a la rutina.
—Sí. Mañana de nuevo al trabajo y aunque hoy no he hecho mucho, me siento cansado.