El sol, en aquella mañana de domingo me despertó, o debería de decir que lo hizo la rutina de la semana. Nadie es mejor despertador que uno mismo por la costumbre y eso sí que me ha dado siempre coraje. Los fines de semana, que me gustaba dormir un poco más, y nada, me despertaba como si de un día de trabajo se tratase. Me daba un par de vueltas intentando volver a dormirme, pero la mayoría de las veces resultaba imposible. Así que terminaba levantándome, como ahora me encuentro, frente a la ventana, en mi completa desnudez y apoyado contra el alféizar fumando un cigarrillo y disfrutando del calor que en aquellas horas resultaba agradable. Me giré y contemplé al hombre que permanecía en la cama. Gorka ni se había inmutado, abrazado a la almohada como un niño pequeño. Sí, despertaba en mí la ternura observando su cuerpo desnudo en aquella posición casi fetal, con su rostro hundido entre la almohada y sujetada con sus fuertes brazos. Sus ojos permanecían cerrados y sus labios entreabiertos, sugiriendo ser besados. Carnosos, rojos como las fresas y sabrosos como el mayor de los manjares. Su respiración sosegada y la paz que transmitía, me hacían sonreír con más fuerza a la vida. Me perturbaba y confundía los sentimientos y la locura brotaba a modo de pensamientos y sueños que uno desea vivir junto a otro y… Sí. Gorka evocaba al niño, al joven inquieto, al soñador que nunca ha dejado de soñar pero que en ocasiones maldice sus sueños, que transfigura las imágenes reales en espejismos en una ciudad en ocasiones caóticas, de gentes que uno ya conoce y saluda y a la vez, continuas sintiéndote solo.
Ahora envidiaba a la almohada porque estaba siendo abrazada. Ahora envidaba a aquel trozo de tejido porque deseaba ser yo el abrazado y sentir su calor, su fuerza, su protección. El poder del abrazo, percibir su piel y que el resto del cuerpo se uniera al mío y de esta forma amarlo y que me amara. Los suspiros brotaban con fuerza de mi interior y al exhalarlo junto al humo provocado por aquel cigarrillo, recreaba una cortina mágica que lo envolvía en una fantasía por disfrutar junto a él. Un sueño evocador despierto, con el sol calentando ahora mi espalda. Sintiendo la brisa del sur rodearme y alimentándome del amor que irradiaba aquel cuerpo en la habitación.
Cuantas veces, por puro placer, contemplé a Luis de aquella manera. Cuantas veces en los días en que no teníamos que estudiar o trabajar, me despertaba, al igual que hoy, por la luz del sol que llenaba siempre la habitación. Me levantaba, encendía el cigarrillo, me recostaba contra la pared y disfrutaba viéndolo dormir plácidamente y libre de los problemas que le rodeaban.
Aunque saltaré un poco en el tiempo, me llega ahora a la mente aquel primer conflicto con sus padres. El primero de una cadena en la que se vio envuelto y yo intentando que el peso de la misma, fuera lo más ligero posible.
Aquel primer eslabón maldito se creó en la mañana de un sábado que sus padres le llamaron para comer juntos. Creo que celebraban el santo de su padre y tras la comida, su madre se dirigió a Luis:
—Este mes que viene terminas tus estudios y al siguiente prepararemos la fiesta para anunciar tu compromiso con Esther —le comentó la madre mientras acariciaba su mejilla—. Es una buena mujer y te hará feliz. Es lo mejor para todos.
—Dirás que es lo mejor para ti —contestó Luis apartándose de su madre—. Los dos sabéis a quien quiero y os aseguro que jamás me apartaré de él.
—Claro que lo harás. Ese chico es un degenerado, un pervertido, un vicioso y un enfermo mental, sin olvidar que…
—No te consiento, por muy madre mía que seas, que hables así de la persona que amo. Nada de lo que has dicho es Ángel, sino todo lo contrario. Nunca he conocido a nadie más generoso y humano que él.
—Te tiene hechizado. Tú no eres como él. Tú eres un chico inteligente y sano.
—Me provocas risa, mamá —miró a su padre—. ¿Tú no tienes nada que decir?
—Pienso que algo funciona mal en tu cabeza y que lo mejor sería tratarte. No escatimaremos medios ni dinero para que vuelvas a estar sano y después te casarás con Esther.
—Yo no quiero a Esther. ¡Por Dios, no lo entendéis! Ya tengo a la persona que amo a mí lado y no me gustan las mujeres. Nunca me he acostado con una mujer… Ni siquiera he besado a una mujer y no lo haré nunca.
—Lo harás —aseveró la madre—. Lo harás a no ser que quieras vivir…
—¿Vivir cómo?
—No volverás a tener ni un céntimo de nosotros. Tendrás que abandonar la casa en la que vives y procurarte la vida por ti mismo. Tú padre y yo lo hemos hablado mucho y no queremos un hijo enfermo a nuestro lado. Ese trastorno sexual que padeces, se puede curar y sino quieres que así sea, dejarás de…
—¿Me repudiáis? —Les miró a los dos—. ¿Eso es lo qué quieres decir?
—Te casarás y olvidarás a ese…
—Ése tiene nombre. Se llama Ángel y es la persona que amo.
—Te casarás o atente a las consecuencias.
No contesté, simplemente me di la vuelta y aquí me tienes.
Me quedé sin palabras. Los padres de Luis eran capaces de desheredarle sino accedía a sus propósitos y no podía consentirlo. Saqué un cigarrillo y lo prendí con tranquilidad. Di una calada y le observé.
—Cásate.
—Tú estás loco. No pienso casarme. No. Trabajaré en lo que sea hasta terminar éste último curso y después ya veré.
—No. Tal vez ellos tengan razón. Yo también te amo, pero tú perteneces a otra clase social y…
—¡¿Te has vuelto loco?! —Se aproximó a mí, se colocó de rodillas y me tomó por las manos—. Te amo. ¿Lo entiendes? Te amo a ti y no quiero nada más. Todo el resto me importa una mierda. Esta es la vida que siempre he querido vivir y nadie me la arrebatará.
—Tus padres son lo suficientemente poderosos para conseguir sus objetivos. No te enfrentes a ellos —se me saltaron las lágrimas y me las limpió con los dedos de su mano derecha—. Ha sido muy bonito mientras ha durado… Pero tú… Debes de vivir la vida que te corresponde.
—La vida que me corresponde la tengo junto a ti y lo sabes. No me alejaré de ti jamás.
Me levanté y lo incorporé. Lo abracé y mis lágrimas resbalaron por su espalda:
—Te amo, pero…
—No digas nada. Nos las apañaremos como sea. ¿Puedo mudarme a esta casa mientras encuentro otro sitio?
—No —le sonreí—. No tendrás que buscar otro sitio. Si quieres viviremos juntos aquí. Ya me apetecía tenerte más a menudo en la casa.
—Te amo.
Trasladamos todas sus cosas durante el fin de semana siguiente. En realidad Luis se sentía más cómodo en aquella casa que en la suya. Pero poco duró nuestra alegría. Al fin de semana siguiente sus padres le llamaron para comer con ellos. Aquella comida era un veneno para Luis. Un veneno envuelto en palabras y derivando a unos acontecimientos que…
Aquel sábado Luis fue a la comida concertada por sus padres. Él presentía algo, pero salió de casa con una gran sonrisa. Cuando volvió su rostro estaba totalmente desencajado.
—¿Qué ha sucedido? —le pregunté mientras le entregaba una cerveza y me sentaba a su lado.
—Me tengo que casar —comentó tomando la botella y sin levantar la mirada del suelo.
—No me dejes así.
—Bueno. Llegué. Mi madre estaba feliz de la vida. Me dio dos besos, me trató como si nada hubiera pasado. Nos sentamos a comer y estuvimos hablando de cosas sin importancia. Me preguntó por ti.
—¿Por mí?
—Sí. Qué cómo te iba. Qué cuando terminabas los estudios. Qué si esto, qué si lo de mas allá.
—Qué extraño.
—En un principio, todo me resultó normal. Luego… Los muy hijos de puta lo tenían bien planeado.
—Explícate, por favor —comenté mientras tomaba un trago de cerveza. La botella me temblaba entre las manos como le sucedía a él.
—Cuando terminó esa especie de interrogatorio muy sutilmente llevado. Mi padre entró a la carga.
—Tu madre y yo hemos estado pensando mucho sobre lo sucedido el otro día. Ahora no te das cuenta, pero con el tiempo nos agradecerás que lo que pretendemos es lo mejor para ti. La propuesta es muy sencilla. Te vas a casar con Esther, te guste o no te guste. Esa boda es muy importante para nosotros y nos lo debes.
—Yo no os debo nada. Nunca os he pedido nada. Lo que me habéis dado ha sido voluntariamente.
—¿Estás seguro? —Preguntó con malicia mi madre—. ¿Y las condiciones qué nos pusiste para vivir en el piso en el que estás?
—Ya no vivo allí. Estoy viviendo en casa de Ángel. Precisamente —metí la mano en el bolsillo y saqué las llaves dejándolas sobre la mesa—, os traía las llaves. Ya no necesito el piso y buscaré la forma de abrirme camino.
—¿Bailando como un vulgar titiritero? —volvió a preguntar mi madre lanzando un nuevo puñal.
—No. Bailando como un profesional. Me pagan por ello. Hasta ahora no le daba importancia porque nunca me faltó el dinero, pero a partir de ahora me lo tomaré mucho más en serio y quien sabe si…
—¡Basta de tonterías! —Gritó mi padre golpeando la mesa con el puño cerrado—. No te hemos educado para que seas un bailarín, ni te hemos pagado unos estudios para que la gente te vea encima de un escenario y menos rodeado de maricones de mierda.
—Perdona papá. Uno de esos maricones de mierda es tu hijo, te guste o no te guste.
—Tú no eres un maricón. Tú estás envenenado por esa gentuza con la que te has juntado. No debimos dejarte ir a vivir solo. Esto tenía que ocurrir tarde o temprano. Demasiada libertad, demasiado libertinaje. La juventud está pervertida. Da asco ir por la calle. Drogadictos, borrachos, hippies de mierda… Si Franco levantara la cabeza…
—Deja a Franco donde está, bajo esa losa bien pesada. Lo mejor que ha hecho en la vida es morirse.
—Al final nuestro hijo nos va a salir comunista —comentó mi madre—. Comunista y…
—¡Maricón! Dilo mamá, no te cortes. Pero no soy comunista por pensar que Franco ha sido el gran cáncer de este país. Era un puto dictador y nos ha sumido en años de ignorancia y miserias. Ahora por fin podemos hablar, pensar, ser libres.
—Dejemos la política y volvamos al tema —intervino de nuevo mi padre—. Como te decía antes, te casarás con Esther y punto. Nada que objetar.
—No. No me casaré.
—¡Claro que te casarás! En tu vida privada puedes hacer lo que te dé la gana, pero te vas a casar y dentro de dos meses haremos una fiesta para presentaros en sociedad.
—Ni lo sueñes —me levanté de la mesa con intención de irme.
—Te diré algo muy seriamente. Si te niegas a casarte como hijo has muerto y… Te juro por lo más sagrado que te haré la vida imposible, a ti y al maricón de tu amigo Ángel. Lo sabemos todo de él.
—¿Es una amenaza?
—Es una advertencia. Todos los días desaparece gente y nadie sabe dónde van.
—Por respeto no digo lo que pienso de ti. Ahora me voy y espero que se os indigeste la comida como a mí. Siempre pensé que tenía unos padres fachas, pero no hasta el punto de esos pensamientos asesinos. Simplemente os odio.
—¡No hemos terminado! —Gritó mi padre levantándose de golpe y dejando caer la silla—. Te quedas hasta que nos des una respuesta.
—Claro que hemos terminado. Mi respuesta ya la conocéis.
—Entonces, atente a las consecuencias. ¡Te juro por Dios, que esto no queda así!
—¡Joder! Tus padres van muy en serio. ¿Serían capaces de cumplir sus amenazas?
—Sí. Lo serían. No les conoces bien. Tienen amigos hasta en el infierno y por dinero, cumplirían las órdenes de mi padre.
—No te queda otro remedio que casarte.
—O largarnos a otra ciudad, a otro país. Desaparecer.
—Son capaces de encontrarnos y no soportaría que te sucediera nada.
—No me quiero casar. Quiero vivir contigo.
—Bueno. Haz lo que te piden. Él mismo te ha dicho que con tu vida privada puedes hacer lo que quieras.
—Ahora estoy lleno de dudas. No sé Ángel. Ahora no puedo pensar.
—No lo hagas. Salgamos a dar una vuelta. Los dos necesitamos tomar el aire.
El primer mes pasó con rapidez. El final de los estudios y la entrega de los títulos nos absorbieron. Luego celebramos con otros compañeros una fiesta en un local al que acudíamos y donde Luis bailaba de vez en cuando. Nos lo pasamos muy bien y fue una de las primeras veces que pillamos una de esas borracheras indecentes con la cual no veíamos tierra. Luis estaba insultantemente provocador y aquella actitud duró hasta llegar a casa donde al cerrar la puerta me empujó contra una de las paredes y comenzó a comerme la boca con desesperación, mientras me desnudaba. Me calentó de tal forma que yo actué de la misma forma y a la vez que las prendas iban cayendo al suelo, nuestro arrebato crecía más y más. En aquel estado de euforia llegamos hasta la cama donde los dos caímos el uno encima del otro. Estábamos muy excitados y el acto duro más de dos horas de desenfreno, pasión, fogosidad y ardor. Sentíamos resquemor en los labios al rozarnos con nuestras barbas de unos días y los pequeños mordiscos que nos propinábamos en ellos. Los cuerpos fueron explorados en todos los rincones conocidos y tal vez algunos que aún no habíamos descubierto o sentido, como resultó aquella noche. Nos penetramos los dos y tras eyacular por segunda vez cada uno, nos desplomamos el uno encima del otro. En esta ocasión él encima de mí. Sudábamos a raudales y los corazones golpeaban con fuerza en nuestros pechos, como deseosos de salir. No hubo palabras, simplemente ligeras caricias. Caricias por inercia provocadas por el cansancio hasta quedarnos dormidos.
Hasta pasados aquellos días en que tuvo lugar la graduación, donde los padres de Luis asistieron y Luis mantuvo las palabras justas por respeto hasta retirarnos, no había sido molestado. Una mañana llamaron al teléfono. Los dos nos encontrábamos aún durmiendo porque la noche anterior habíamos estado en Rock-Ola. Me levanté dirigiéndome al salón. La cabeza aún me dolía por las cervezas consumidas en la noche anterior. Me senté en el sillón y tomé el auricular.
—¿Quién es?… Sí, soy Ángel y Luis aún está durmiendo… No, no le voy a despertar… Sí, sé quién es usted y le repito que no le voy a despertar. Nos hemos acostado tarde y está cansado… Haga el favor de no gritarme, que yo no le he faltado el respeto… Dígame lo que desea y se lo transmitiré cuando se despierte… Le diré algo, al igual que le respeto yo a usted, aunque le esté haciendo tanto daño a Luis, le ruego que tenga el mismo trato conmigo. Buenos días.
—Colgué de muy mala leche. Entré de nuevo en la habitación y me introduje en la cama.
Luis se giró:
—¿Quién era?
—Tu padre. Quería hablar contigo.
—¿Qué le has dicho?
—Que estabas durmiendo y que le llamarías luego.
—Éste es mi chico —me abrazó sin abrir los ojos y volvió a dormirse. Sonreí y de nuevo el sueño me venció.
Me desperté con un beso en los labios. Al abrir los ojos contemplé la gran sonrisa de Luis.
—Gracias por ese beso. Ya sabes que me encanta que me despierten así.
—Un beso para mi bello durmiente. ¿Qué te parece si nos vamos por ahí a pasar el día?
—Recuerda que ha llamado tu padre.
—No me apetece hablar con él.
Me tumbé sobre él.
—Lo tienes que hacer. Así que levántate y llámalo. Veamos qué tripa se le ha roto.
—No quiero levantarme y menos ahora que te tengo encima.
Cogí su polla con la mano derecha y buscando la postura la introduje en el interior de mi ano. Luis sonrió y yo suspiré. Me incorporé sentándome encima de él y apoyando mis manos sobre su torso comencé a subir y bajar. Me agarró por las nalgas y pasó a la acción. Sentir que estaba dentro de mí, resultaba tan placentero como cuando yo lo estaba en su interior. El calor que percibía y el deseo de estar siempre amándonos, se mostraban muy fuertes entre ambos. Aquello no era sexo. Aquello era el placer de dos hombres amándose con intensidad, sin tabúes y conscientes de lo que significaba aquel acto. Cabalgué encima de él y mientras me masturbaba. Percibí que me corría e inclinándome, me apoyé en sus piernas y aumenté el ritmo. Deseaba que llegásemos los dos a la vez y cuando sentí el calor de su semen en el interior, los chorros de semen brotaron de mí, empapando todo su torso. Los dos jadeamos y lanzamos aquel grito al unísono que rompió el silencio. Me dejé caer sobre él y le besé en los labios. Salió poco a poco de mí y volví a besarlo.
—Ahora nos tenemos que duchar. Así que aprovecha mientras lo hago yo, para llamar a tu padre.
Me incorporé dirigiéndome a la ducha. Luis me siguió y se sentó en el sillón. Marcó el número y estuvo hablando durante unos segundos. Luego entró en el cuarto de baño y se introdujo conmigo en la ducha. No le pregunté nada. Simplemente tomé el jabón y le enjaboné la espalda, sus glúteos y las piernas. Se giró mientras permanecía en cuclillas y me dio con su miembro en la cara. Le miré y sonrió.
—Sí. Vuelve a estar juguetona.
La introduje en la boca y la saqué. Continué con el jabón por el resto de su cuerpo y al incorporarme totalmente me abrazó y nos besamos. Se giró de nuevo y volviendo la cabeza me pidió que lo penetrara. Así lo hice. El agua de la ducha caía por mi espalda mientras entraba y salía de él. Lo abracé sintiendo su bonita espalda contra mi pecho y mis piernas se pegaron a las suyas. Giró un poco su cara y nos besamos. Acaricié su polla y noté aquellos latidos que presagiaba la descarga del deseo. Aumenté la velocidad, deseando llenar su interior mientras él vaciaba el suyo, y lo conseguí. Nos aclaramos y nos ceñimos en nuestros albornoces.
—¿Qué quería tu padre?
—Ya está concertada la farsa. Tendrá lugar dentro de tres sábados. Han alquilado un salón para celebrar una especie de cena. Están locos. No les entiendo.
—No lo pensemos. Eso será dentro de dieciséis días. Seamos felices hasta que llegue el momento.
—Seremos felices siempre. No pienso alejarme de ti jamás. Te juro por Dios que aunque tenga que casarme y cumplir con determinadas obligaciones, a la única persona que amaré en la vida es a ti.
—Por fin te tendrás que acostar con una mujer.
—Ni lo sueñes —sonrió mientras se acercaba al espejo y limpiaba el vaho que lo ocultaba—. No pienso dormir junto a ella ni un sólo día.
—Sabes que por ese motivo se puede declarar nulo el matrimonio.
—No creo que Esther opte por esa postura. Pero te juro que no la tocaré jamás.
—El día de la boda tendrás que besarla. Es tradición besar a la novia cuando se dice el «sí quiero» y cuando se corta la tarta.
—Pues yo romperé esa tradición. Como mucho será su mejilla la que roce mis labios.
—No. Quiero que seas un buen actor. En las películas se besan y no existe nada entre ellos.
—Tienes razón. Al final voy a interpretar un personaje en una historia que no deseo recrear.
—Hay que llenar la despensa. Salgamos de compras.
No volvimos a hablar del tema en aquellos días. Los pasamos tranquilamente. Sólo su madre llamó una semana antes para decirle que había hecho un ingreso extra en su cuenta para que se comprara un traje. Aquella misma tarde salimos de compras y se empeñó en regalarme uno a mí. Deseaba que asistiese a la presentación, que si yo estaba le daría más seguridad y el trago sería más fácil de digerir. Nos divertimos mucho probando los trajes y al final pagamos y nos llevamos el recibo, ya que precisaban algunos retoques en los bajos y en el largo de las chaquetas.
—¿Has invitado a alguien más del grupo?
—Sí. Irán todos los chicos del grupo de baile. Ya le he avisado a mi padre que reserve una mesa para ocho, que serán mis propios invitados.
—¿Te ha preguntado quienes serán?
—No. Pero sabe que tú serás uno de ellos y me ha pedido discreción —se rió a carcajadas—. No saben lo que les espera.
—No cometerás ninguna locura, ¿verdad?
—No. Estate seguro de ello. Pero les tengo un final de fiesta muy especial.
—Te temo.
—Tú tranquilo —me besó en los labios en plena calle.
Un matrimonio que pasaba junto a nosotros se nos quedó mirando.
—Sí señora, es mi novio y le beso cuando quiero.
—Degenerados —comentó él—. Deberíais estar en la cárcel.
—No señor. La cárcel necesita su espacio para quienes incumplen la ley. Nosotros no lo hacemos. Simplemente nos amamos.
La mujer agarró con fuerza por el brazo a su marido y se lo llevó:
—Déjales que Dios les castigará por ir contra lo normal.
—¡¿Normal señora?! Le aseguro que somos muy normales.
El matrimonio continuó su camino y en el rostro de Luis se dibujó cierto enfado.
—Como me joden este tipo de actitudes. ¿Cuándo va a aprender la gente a respetar la forma de pensar de los demás? ¿Cuándo se darán cuenta que no todos somos iguales y que por eso no somos ni mejores ni peores?
—No te hagas mala sangre.
—No. Es que es todo. Mis padres, la gente, la puta sociedad que quiere cambiar y se acojonan con los cambios. Como este país no despierte pronto, nos vemos de vuelta al pasado.
—Da tiempo al tiempo. Creo que en estos años hemos avanzado bastante. No podemos olvidar que han sido casi cuarenta años de represión y de forma de vivir muy distinta.
—Sí. Tal vez sea yo el que quiere los cambios más rápidos por todo lo que se me avecina.
—Olvidemos eso. Disfrutemos del momento.
La verdad que no hacía falta decir aquella frase. Los dos sabíamos disfrutar de cada momento y en muchas ocasiones, no se precisaba de palabras ni de hechos. Con el simple gesto de estar cómodos y juntos, era más que suficiente. Ni que decir tiene que si antes de terminar los estudios nos dábamos buenos homenajes saliendo por las noches, desde que finalizó esa etapa, no dejábamos una noche sin salir. El lugar favorito de los dos era el Rock-Ola.
Rock-Ola era la locura personificada y la expresión máxima de la Movida y la contracultura que había nacido unos años antes. Abría todos los días y siempre existía un acontecimiento distinto: teatro alternativo, exposiciones fotográficas, fiestas temáticas, conciertos. Todos los grupos de la época pasaron por allí y muchos de fuera de nuestro país, desfiles y un largo etcétera. Todas las tribus de la noche se juntaban en aquel lugar: Hippies, punkis y hasta pijos de los mejores barrios. Pero como sucede en sitios así, con ese aire oscuro, cutre y alternativo, también las drogas volaban de un lado a otro, con total rapidez. La bebida era mala: garrafón puro, pero se consumía por litros. Qué importaba lo cutre del sitio, qué importaba si la bebida te dejaba el estómago hecho una mierda al día siguiente. Estabas en la Movida, codeándote con quienes luego marcarían historia en el mundo de la música, del cine, de las artes en general. ¡Qué lastima de cámara de fotos! Nunca se nos ocurrió. En realidad, vivíamos aquello como algo tan natural como si estuviéramos dando un paseo por la plaza del pueblo, como alguien escribió, al igual que aquella frase «Quien no está en Rock-Ola, no existe». Aquel año 84 estaba resultando muy revelador en todos los sentidos y Luis y yo viviendo a tope. Como creo que ya he comentado. Luis y yo nunca probamos las drogas, pero si pillamos más de una buena cogorza junto a muchos de los que hoy son grandes de las artes, sea en el campo que sea, pero omitiré esos nombres, no porque les moleste, que seguramente a muchos no les importa una mierda, sino por respeto.
Los días pasaron y llegó la noche señalada. Luis y yo nos vestimos en casa, donde vivía desde que entregó sus llaves a los padres. Nos miramos al espejo del armario del dormitorio y sonreímos. Estábamos verdaderamente guapos y elegantes. Que distintos a los andrajos que muchas veces llevábamos a Rock-Ola. No por ser ropa vieja, sino con ese aire hippie que nos encantaba a los dos. Ahora parecíamos dos señores. Dos ejecutivos a los cuales les faltaba el maletín. Decidimos engominarnos con el pelo hacia atrás. Jugué con los rizos de Luis y caían en su media melena como tirabuzones. En aquel año yo también tenía el pelo más largo, pero muy liso.
—¿Llevamos las gafas negras?
—¡Sí! —me contestó emocionado y se dirigió al cajón de la mesilla donde las guardábamos. Me entregó las mías y nos las pusimos. Nos miramos al espejo y nos reímos a carcajadas.
—¡Qué fuerte, con gafas de sol de noche! —comenté.
—Es que hoy nos pueden deslumbrar los focos. Parecemos dos estrellas de cine.
—La estrella serás tú. Hoy se representa una obra y el principal personaje eres tú.
—No me lo recuerdes —suspiró quitándose las gafas y mirándome con aquella mirada de tristeza que no olvidaré nunca.
Yo también me quité las gafas y le besé.
—No estarás solo. Sentirás mi presencia a tu lado.
—Eso espero —volvió a suspirar—. Hoy te necesito más que nunca.
—Vamos. Salgamos a la calle. Paseemos un buen rato por la Gran Vía y luego entremos en ese lujoso hotel. Sé que vas a estar sembrado.
Sonrió maliciosamente:
—Sí. Espero que el final de la noche, salga tal y como lo he planeado.
—¿No me vas a contar en qué consiste esa sorpresa?
—No. Quiero ver tu cara cuando… ¡Empiece el espectáculo! —y abrió sus brazos en cruz.
—Está bien. Total, ya estoy acostumbrado a que me sorprendas.
—Y lo haré toda la vida. Eres el amor de mi vida y suceda lo que suceda esta noche, lo seguirás siendo mientras tú quieras.
—Te amaré siempre. Lo sabes.
Salimos. La noche era muy apacible y paseamos con aquel aire de señores que nos aportaban los trajes. Sí. Dicen que el hábito no hace al monje, pero os aseguro que vestidos de traje, hasta nuestra forma de caminar era distinta. La manera de detenernos frente a un escaparate e incluso de mover las manos, que lo normal era llevar una dentro del pantalón y la otra ocupada por un cigarrillo. Miramos el reloj y poco a poco nos encaminamos hacia el hotel. Traspasamos sus puertas y Luis preguntó en recepción donde se celebraba la cena. Uno de los recepcionistas salió de detrás del mostrador y nos acompañó a una pequeña salita con una barra de bar. En el local se encontraban varias personas y entre ellas, claro está, los padres «maravillosos y amorosos» de Luis. Al vernos entrar, la mirada de su madre me atravesó como una gran daga y tras la puñalada, la sonreí. Se acercaron a nosotros. Su padre me dio la mano y su madre soltó una de sus brillantes frases:
—Me sorprende el atrevimiento que tienes viniendo esta noche.
—Me lo imagino, señora. Pero Luis me necesitaba y ante un trago como éste, nunca le abandonaría.
—Después de esta noche, las cosas cambiarán —continuó.
—Eso —sonrió Luis a su madre mientras la daba dos besos—, no lo verán tus ojos, mi querida mamá.
—Ya lo veremos —sonrió ella—. Ahora cumple con tu cometido y ven con nosotros.
—No. Me voy a tomar una cerveza a la barra, que veo a algunos amigos, y cuando digo amigos, es la palabra exacta. El resto de lo que aquí se encuentra hoy, con todos mis respetos, son buitres bien amaestrados —me miró—. ¿Vienes? El paseo me ha dado sed.
—Con su permiso —incliné la cabeza hacia su madre y su padre—. Nos vamos con nuestros amigos.
Me temblaban las piernas. Aquel primer asalto lo había ganado Luis y por lo que denoté en sus palabras, no tenía la menor intención de dar tregua a sus padres. Él tendría que pasar el trago de su vida, como me había dicho, pero conseguiría que sus padres no olvidaran aquella noche.
Nos acercamos a la barra. Luis saludó amigablemente al grupo, a los bailarines con los que él se sentía feliz en aquellas noches que se subía a un escenario. Sus compañeros nos abrazaron y pronto teníamos un vaso de cerveza en nuestras manos.
—Hoy comienza tu encadenamiento —comentó uno de ellos.
—Sabéis que no —miró a los lados—. Todo esto es una gran farsa y lo sabéis.
—Las mujeres tienen mucho poder —comentó otro.
—Sí. Lo tienen. Respeto a las mujeres, lo sabéis de sobra. Pero ante una situación así, obligado y donde se me intenta degradar, saco al macho que llevo dentro. Y os aseguro que los tengo bien puestos.
—Nadie como Ángel para asegurar eso —aseveró uno de ellos.
—Sí —le puse una mano en el hombro—. Mi niño los tiene bien puestos.
Luis se giró y me miró:
—Gracias por llamarte tu niño aquí. No sabes el subidón que me ha dado escuchar esa palabra.
—Lo eres y sabes que lucharé y te defenderé, mientras me necesites.
—Sí señor —afirmó otro levantando su vaso—. Por el verdadero amor.
Todos como una sola voz repitieron la frase y chocamos los vasos.
—Os pido disculpas por interrumpiros —escuchamos la voz del padre de Luis detrás de nosotros—. Pero la cena va a comenzar —miró a su hijo—. ¿Me acompañas?
—Chicos, me voy al matadero. Espero que no corra la sangre esta noche.
—No te pases hijo, no te pases.
—Son mis amigos. Ellos saben quien es mi verdadero amor y lo que significa esta cena.
—Nos esperan —su padre le cogió por el brazo y Luis le atravesó con la mirada de tal forma que retiró la mano inmediatamente.
Se fueron, alejándose y perdiéndose entre la gente que comenzaba a entrar en el salón por una puerta que daba a él. Uno de los chicos me miró:
—Luis tiene las cosas bien claras y los cojones mejor puestos. Nadie podrá con lo que sentís el uno por el otro.
—Lo sé. No me preocupa eso. Me preocupa que cometa alguna locura de la que luego se pueda arrepentir.
—No lo hará —intervino otro de ellos—. Si algo tengo claro de Luis, es que es el más inteligente de todos nosotros. Como ha dicho antes, todo esto es una farsa y él interpretara el personaje que esperan y no esperan.
—Me tiene intrigado. Me ha dicho que tiene un final de fiesta muy distinto al deseado por sus padres.
—Sí, lo tiene —sonrió otro mientras colocaba su mano sobre mi hombro.
—No os preguntaré nada, porque él desea sorprenderme. Así que esperaré ese final como quien espera un buen final en una película.
—Te prometo —siguió hablando el chico—, que va a ser un final de película.
Entramos. Nos sentamos en la mesa que teníamos asignada, que como esperaba, era la más alejada de la principal donde se encontraban los padres de Luis, los de Esther y ellos dos. Desde mi asiento era imposible verlos. Sus padres lo tenían todo bien medido. Me daba igual, afortunadamente estaba en buena compañía y sabía que Luis estaría pensando en mí y yo aportándole mi energía.
La cena entre nosotros resultó muy animada. Estuvimos hablando de cuando Luis me presentó al grupo. Algunos hicieron bromas sobre aquella timidez que presentaba las primeras veces e incluso cuando me subió al escenario Luis por primera vez terminando uno de sus números. Hablamos de nuestros estudios, de las ideas que flotaban en el ambiente sobre los cambios que se avecinaban y poco a poco, entre plato y plato, la cena finalizó. Tras los postres sirvieron el cava. El padre de Luis pidió atención con los clásicos golpecitos en una copa y poniéndose en pie. Los más de sesenta invitados volvieron sus rostros hacia él.
—Señoras y señores, antes de nada, les agradezco que nos acompañen en una noche tan especial para nuestras familias. Hoy nos reunimos aquí para anunciar el próximo enlace matrimonial entre nuestro hijo Luis y Esther. Nuestras familias se conocen desde hace algunos años y nos sentimos orgullosos que esa amistad se vea fortalecida por este enlace —miró a su hijo—. Luis, has sido el hijo modelo que cualquier padre desea —en ese momento agradecí no estar tomando nada porque hubiera salido de mi boca como una cascada. ¡Qué hipócrita!—. Un buen estudiante, que ha terminado recientemente su carrera y modelo de respeto hacia sus padres y quienes lo han conocido. Sobre ti —miró a Esther—, sabemos que al igual que Luis, has terminado tus estudios con unas notas muy buenas y que tus padres se sienten orgullosos de ti. Cuando Luis nos anunció que deseabais casaros, nos convirtió en los padres más felices de la tierra. Por eso levanto mi copa —cogió su copa de cava y la levantó hacia todos— y espero que todos brindemos y deseemos lo mejor para la futura pareja.
Todos imitaron su gesto, salvo nosotros, que en vez de dirigir las copas hacia la mesa principal, lo hicimos hacia nosotros mismos y uno de los chicos, en voz baja, pero que escuchamos todos, comentó:
—Por la amistad y el verdadero amor.
Sonreímos y chocamos nuestras copas. Nos sentamos y continuamos con la tertulia. No pasarían más de cinco minutos cuando Luis se acercó a nosotros con su copa llena.
—Chicos, quiero brindar con vosotros —nos sonrió y en voz más baja continuó—. He visto vuestro detalle. Sois los mejores y quiero saber cual fue el motivo de vuestro brindis.
El chico que pronunció las palabras le sonrió:
—Por la amistad y el verdadero amor.
—Me lo imaginaba. Pues brindemos por ello, ya que de la otra copa, no he mojado ni los labios. Está en la mesa tal y como se sirvió.
—Los tienes bien puestos, nene. Pero que muy bien puestos —le comenté.
—Te dije que continuaría esta farsa hasta el límite que yo considere. Pero no soy ningún hipócrita como ellos y no fingiré y brindaré por algo que no deseo, ni se cumplirá nunca.
—¿Hay algo más preparado para esta noche? —preguntó uno de sus amigos.
—Sí. Ahora pasaremos al salón de baile y dentro de una hora aproximadamente…
—Estaremos preparados cuando nos des la señal.
Cada vez estaba más intrigado. Más nervioso por no saber qué habían planeado. Ahora comprendía que en el ajo estaban metidos todos. Todos menos yo.
Como Luis nos comentara, pasamos todos a un nuevo salón. Algunas mesas con sus sillas se encontraban a los costados dejando todo el centro como pista de baile. Comenzó el típico vals y cómo no, lo tuvieron que abrir Esther y Luis, luego entraron en la pista sus padres y los padres de ella y poco a poco la pista se fue llenando de parejas bailando. Nosotros nos encontrábamos en una de las mesas, sentados con nuestras copas y contemplando todo el panorama. Luis pasó de los brazos de Esther a los de su madre y luego a los de su futura suegra y así fue girando como una marioneta entre otras mujeres. Mantenía el tipo muy bien. Luego se excusó ante la chica con la que estaba bailando y se fue hacia la barra del bar. Tomó una cerveza y se apoyó contra la barra. Había pasado ya casi media hora y Luis miró hacia la mesa donde nos encontrábamos todos. Levantó la botella, bebió, la dejó sobre el mostrador y se encaminó hacia la salida.
—Chicos, es la hora —comentó uno de ellos.
Como un sólo hombre se levantaron todos. Uno de ellos se volvió hacia mí y sonriéndome comentó:
—No te preocupes. Te vas a divertir. Ahora empieza el fin de fiesta, al menos para Luis.
—Confío en vosotros. Como siempre.
Por mi cabeza rondaron muchas ideas y todas me resultaban descabelladas. Algunas incluso me hicieron sonreír y otras… Otras me parecían surrealistas. ¿Qué había tramado Luis? Desde el mismo momento en que pisáramos el hotel Luis había adoptado una postura de actor. Él lo había afirmado, aquella farsa, pantomima o como se desee llamar, sería el papel de su vida. Tenía las ideas muy claras y lo demostró enfrentándose a su madre desde el primer momento. La mirada de odio que lanzó a su padre cuando le cogió del brazo para llevarle al salón comedor. El brindis que no hizo y el que ejecutó con nosotros. Se había mantenido firme hasta ese momento. Daba la imagen de hombre duro, serio, respetuoso y posiblemente amoroso, pues si hubo gestos en aquella mesa durante la cena, por la lejanía de la nuestra, no los habíamos visto, pero seguramente, en más de una ocasión, la sonrió y le brindó alguna mirada tierna, para complacer a sus espectadores más cercanos. Ahora se había retirado con sus amigos. Mientras pensaba, las agujas del reloj habían avanzado y pasaban más de veinte minutos desde su desaparición de escena hasta que el escenario del salón se iluminó y uno de los miembros del hotel se colocó frente al micro:
—Señoras y señores, el novio desea obsequiar a todos los invitados con una actuación especial. La han estado ensayando durante las tres últimas tardes y esperamos que sea de su agrado.
Se retiró y mientras el grupo de bailarines, amigos de Luis, subían al escenario por un lateral con el atuendo de los Village People: El policía, el constructor, el vaquero, el motero y el militar, yo lo buscaba a él con la mirada. ¿Dónde estaba? Faltaba él en escena y estaba claro que saldría. Aquel momento era una puntilla que deseaba clavar a sus padres. Por un lado, mientras comenzaba a sonar aquel remix que bien conocía ya del grupo citado, deseaba que no subiera. Luis era el indio y su traje muy provocador. Sus padres se desmayarían al verlo. El espectáculo comenzó con ‘In The Navy’ y si la música era pegadiza, como ya conocemos todos, los movimientos de aquellos cinco chicos hicieron moverse a una gran parte de los invitados. Continuó con el tema YMCA y cuando sonaron los primeros compases del Macho Man, un escalofrío recorrió mi cuerpo. Si bien aquel remix era interpretado por el grupo original, aquella canción siempre la cantaba Luis. Tenía una bonita voz y de pronto, la voz de él sonó por detrás de todos los invitados que continuaban mirando al escenario. Como un resorte todos se giraron y si bien por una parte esperaba y por otra no, Luis apareció con su traje de indio: Las botas forradas con piel blanca, el taparrabos en piel marrón muy provocativo, por la parte de atrás mostraba parte de sus poderosas nalgas y la parte delantera cayendo en flecos, el pecho descubierto, en la cabeza el penacho de plumas y en sus antebrazos brazaletes forrados de la misma piel blanca que las botas. Estaba guapísimo abriéndose camino entre los invitados que le hicieron un pasillo. Su voz resonaba en todo el salón y su pose de macho desafiante me hizo estremecer como tantas veces lograba. Se detuvo unos segundos frente a mí, cantando y con su brazo derecho sobre mi hombro. En el escenario sus compañeros continuaban con la coreografía y al acercarse Luis, a éste, dos de ellos lo ayudaron a subir. Ya estaban los seis. Seis machos desafiantes cantando una canción para machos. Miré de soslayo a los padres de Luis que junto a Esther se encontraban en un lateral. Esther se giró con intención de irse y los padres también hicieron lo mismo mientras el último tema, Go West sonaba ya en la voz del intérprete original.
—Gracias a todos y para terminar un tema que en nuestro espectáculo, forma parte del final, I Will Survive de Gloria Gaynor. Porque en la vida lo que todos deseamos es sobrevivir y que nos dejen hacerlo —comentó Luis.
Los pelos se me pusieron de punta. Un escalofrío volvió a recorrer mi columna vertebral. Era sin duda el tema que mejor sonaba en la voz de Luis y aquella noche lo bordó. Se lo estaba dedicando sin ninguna duda a sus padres que aún no habían abandonado el salón, encontrándose justo a sus puertas. Los más jóvenes y los no tanto, coreaban a Luis cantando y dando palmas y éste, insultantemente divertido, con su traje de indio, con su voz grave y melodiosa, con su eterna sonrisa, con su mirada que cautivaba a propios y extraños, con el movimiento sensual de su cuerpo bien formado y ahora brillando por el sudor del esfuerzo. Cantó con toda la energía que emanaba de sus cuerdas vocales. Sus compañeros bailaban a su alrededor, giraban, danzaban, caían al suelo virando sobre los pies de Luis. Era sin duda una gran coreografía, que cerraba con broche de oro aquellas actuaciones a las que ya estaba acostumbrado. En ellas siempre terminaba ofreciéndome su mano y subiéndome al escenario. Aquí, procuré retirarme para que no sucediera lo mismo. Me buscó con la mirada. Le sonreí y bajó. Bajó del escenario y los últimos sones me los dedicó bailando frente a mí. Deseaba dejar clara su postura, deseaba decir: «me caso, pero al que amo es a éste hombre que tengo frente a mí». Me caso, pero el engaño es de mis padres y mi futura esposa, yo no os quiero engañar a ninguno. Me caso, pero será a él a quien dedique mi vida, como él hace conmigo.
Los aplausos estallaron. Algunos se acercaron a Luis para felicitarle y otros buscaron los rostros de quienes parecían desaparecidos. Sí. La sociedad es así de hipócrita. Mientras te felicitan, buscan el veredicto de los progenitores. Sus rostros y saber si aquello que su hijo había mostrado, estaba en su conocimiento y sino, con las miradas preguntar: ¿Qué opináis de que vuestro hijo baile y cante como un loco en un escenario? ¿Lo sabíais? Y si es así ¿Por qué nos lo ocultabais? A Luis todo aquello se la sudaba, simplemente deseó mostrarse tal y como deseaba sobrevivir en un mundo que todavía le faltaba mucho camino que recorrer para llegar a ese grado de tolerancia.
—Acompáñame —me comentó Luis cuando los asistentes regresaron a sus conversaciones.
Así lo hice. Subimos en el ascensor al quinto piso donde la dirección del hotel le había prestado una habitación para poder cambiarse de ropa él y los chicos. Llamó a la puerta y le abrieron. Les felicité por la actuación.
—Ya tenías que estar acostumbrado —me comentó uno de ellos sonriendo mientras se colocaba el pantalón vaquero.
—Nunca termino de acostumbrarme cuando estáis en escena. Siempre hay algo nuevo.
—Sí. Esta noche hemos innovado un movimiento —intervino otro que se abrochaba la camisa.
—Ya me he dado cuenta. Cuando os habéis tumbado en el suelo y con vuestros pies girabais alrededor de Luis. Os quedó genial.
—Sí —otro de ellos se acercó a Luis y puso su mano derecha en su hombro—. Deseábamos mostrar que Luis luchará por sobrevivir y lo más importante, por vuestro amor.
Luis se giró, me abrazó y me besó:
—Claro que lucharé por nuestro amor. Parte de la gente que me importa en estos momentos, están en esta habitación y ellos sí creen en nuestra relación.
—Yo también lo creo. No te abandonaré jamás mientras tú desees estar conmigo.
—Siempre. Ahora, terminemos de vestirnos y salgamos de fiesta.
—Bueno —comentó uno de ellos—, nosotros ya estamos listos. Os esperamos en Rock-Ola.
—Está bien —intervino Luis abriéndoles la puerta. Los cinco salieron y nos quedamos solos.
Se quitó el penacho de plumas y volvió a abrazarme. Me despojó de la chaqueta, la corbata y la camisa sin dejar de besarnos. Estaba empapado en sudor y su olor corporal, del macho que me atraía y embriagaba mis sentidos, me hizo enloquecer. Su cuerpo desnudo se pegó al mío y sentí aquel sudor frío y cálido a la vez. Percibí el abrazo de sus brazos, el calor de los besos y los dos llegamos a una excitación total. Por un momento razoné separándome de él.
—Lo dejaremos para luego. Ahora vístete que seguro te están esperando abajo. Eres la estrella de la noche.
Me volví a poner mi ropa.
—Está bien.
Tomó su pantalón de encima de la cama y se lo puso sin slip. Terminó de vestirse mientras lo admiraba apoyado contra la puerta. Ahora lo tenía más que claro, jamás me separaría de él. Los dos bajamos de nuevo al salón y entramos juntos. Todo el mundo continuaba disfrutando de las conversaciones. Esther y la madre de Luis se acercaron a nosotros.
—Quiero presentarte a unas personas —comentó la madre a su hijo.
Luis aceptó y se fue con su madre. Nos quedamos Esther y yo. Me miró con una expresión dura:
—Necesito hablar contigo.
—Claro. ¿De qué quieres que hablemos?
—Mejor será que salgamos de aquí. No quiero que nos escuche nadie.
—Está bien. Vamos donde tú quieras.
Esther se giró y salimos del salón. Habló con uno de los chicos de recepción y otro nos acompañó a un pequeño saloncito, muy cerca de donde se celebraba el baile. Encendió las luces y cerró la puerta.
—Iré al grano. Sé que Luis y tú… Me cuesta encontrar las palabras para algo tan denigrante.
—No hay nada denigrante en que dos personas se amen.
—¿Amor? —se rió dándome la espalda y volviendo de nuevo a girarse—. ¿Le llamas amor a lo vuestro? Eso no es amor. Sois como los animales. Sólo folláis y nada más. En eso consiste lo vuestro.
—Te equivocas y tú mejor que nadie lo sabe. No me quiero interponer entre vosotros dos, ya lo está pasando bastante mal Luis con toda esta comedia. Porque si hablamos con total sinceridad, ni tú amas a Luis, ni Luis te ama a ti. Lo vuestro tan sólo es un acuerdo, me atrevería a decir, comercial, entre familias y nada más. ¿Cuántas veces has estado junto a él?
—Eso carece de importancia. Lo normal es que sea un hombre y una mujer los que se amen. No dos hombres. Eso es inmoral.
—¿Qué es más inmoral, que dos hombres se amen o que se cree un matrimonio sin amor y sólo por intereses?
—No desvíes el tema.
—Pienso que estamos hablando de lo mismo. La verdad que esta conversación me está resultando incómoda y creo que a ti también. Dime lo que quieres y cada uno por su lado.
—Quiero que dejes de ver a Luis.
—Ni lo sueñes. Esta noche ha reforzado nuestro amor. Sí. Encubierto con canciones en un idioma que seguramente la gran mayoría ni entiende. Pero Luis ha cantado dos canciones en las cuales os estaba diciendo a todos que él es libre y lo será siempre. Que él es un macho y que sobrevivirá a pesar de todo. No. No dejaré jamás de amar a Luis y de vernos mientras él quiera.
—Si no lo haces por las buenas, lo harás por las malas.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Luis irrumpiendo en el salón.
Los dos nos giramos. Esther se quedó quieta mirando a Luis y éste se acercó a mí. Me besó en los labios y luego devolvió la mirada a Esther. Una mirada profunda, intensa y donde si fueran puñales, la hubiera asesinado allí mismo.
—He preguntado qué está pasando.
—Estaba hablando con… ¡Tu amante!
—No. Ni eso, serás tú. Él es la persona a la que amo.
—Pero serás conmigo con quien vivas.
—No. Contigo conviviré en momentos determinados. Será con él con quien viva realmente. Te lo dije la otra noche. Tú y yo compartiremos una casa en momentos claves, pero jamás nos acostaremos juntos. Nunca seré infiel a la persona que amo y además, lo sabes muy bien: no te quiero, ni tú a mí.
—Las noches las pasarás en casa, como un buen marido.
—Ni los sueñes. Cada día al regresar del trabajo sino existe ninguna obligación de la cual no me pueda eludir, iré directamente a mi verdadera casa y dormiré con mí verdadero amor. Nuestra relación será estrictamente profesional.
—Eso ya lo veremos. Vas a ser mi marido y cumplirás con ese cometido.
—No. Ese papel, como el resto, es una mera comedia, como lo ha sido hoy esta celebración. Bueno… Rectifico, lo único verdadero de esta noche, ha sido mi actuación en el escenario y la conversación que estamos teniendo.
—Estáis enfermos y deberíais trataros. Estoy segura que existe una cura para esa… Es una pena que dos hombres como vosotros…
—Yo considero —la interrumpió—, que no es una pena, sino una suerte haber encontrado el amor y ser correspondido.
—Lo vuestro no es amor, lo vuestro es una perversión. Algo antinatural —se dio la vuelta dirigiéndose a la puerta—. Pero eso se terminará cuando nos casemos. Cumplirás como un marido, como me llamo Esther.
Luis no dijo nada más, simplemente la observó como se iba y cerraba la puerta dejándonos allí a los dos. Me miró y sonrió:
—Y tú no te pongas tan serio. Esta discusión ya la hemos tenido. Lo que más me jode es que haya querido involucrarte a ti en toda la historia.
—Yo ya lo estaba antes de esta fiesta. Soy tu amante, el pervertido enfermo que te tiene trastornado.
—Pues ojalá que todas las enfermedades fueran así. Si ser maricón es estar enfermo, no me importa y menos cuando tengo a la persona que me ama al lado.
—Si queremos ir a Rock-Ola deberíamos pasar por casa y cambiarnos de ropa. Imagínate si entramos con estos trajes.
—Tan poco sería tan extravagante. Desde que vi a Almodóvar con su bata y zapatillas, creo que nada me sorprendería. Pero hagámoslo. Me apetece liberarme de la tensión que me está provocando este traje.
—El traje no, la situación. Aunque sinceramente, yo me he divertido bastante. Hemos tenido de todo y personalmente, he pasado de un simple mirón en una fiesta en la que me encontraba descolocado, al personaje secundario de tu vida.
—Tú nunca serás un personaje secundario —me tomó por el cuello y comenzamos a salir del salón—. Tú eres el actor principal para todo mi ser. Salgamos sin decir nada. La pantomima, la farsa, el engaño, ha terminado, al menos para mí.
—Has estado muy bien hoy. Cada vez cantas mejor y con ese traje de indio… Como te queda ese taparrabos por detrás. ¡Uf! Esas nalgas me ponen como un toro.
—Cuando me he mirado al espejo tras ponerme el traje, he pensado que debo alargar un poco el taparrabos por detrás. Me ha crecido el culo.
—Tienes un culo perfecto y de eso nada. Ese taparrabos puede dar mucha guerra con la insinuación que provoca.
—Tengo un novio que es un vicioso. Qué peligro tienes.
Escuchamos la música del otro salón, donde aún continuaba la gente bailando. Seguramente, en el interior Esther estaba hablando con los padres de Luis o tal vez, mantenía el tipo y presentaba la imagen de la novia que todos esperaban ver. Al que no verían sería a Luis, pues los dos salimos por la puerta de aquel hotel, percibiendo la brisa de la noche y dispuestos a continuar con una fiesta muy diferente a la vivida entre las paredes que acabábamos de abandonar.
Mientras caminábamos le observaba. Aunque su rostro se relajó tras la salida del hotel, aún podía sentir la tensión que albergaba. Que distinta aquella situación a la de ahora. Aún con los ojos cerrados y sumido en un sueño que debía de ser muy agradable, pues incluso podía vislumbrarse una tímida sonrisa en sus labios.
Gorka me estaba enganchando como la droga más dura al drogadicto que no puede pasar sin ella. Gorka volvía a despertar al niño que llevaba dentro e incluso junto a él me sentía más joven, más vital… Y es que el amor aporta la felicidad y la felicidad crea esa explosión que el cuerpo reconoce y como un espejo nos muestra al exterior. ¡Cuánto daría por tener diez años menos! Aunque él insistía en que le gustaban los mayores y era feliz junto a mí, pero seguramente, con diez años menos, sabría estar a su altura.
Abrió los ojos y sin inmutarse me sonrió. Imité su gesto y permanecí inmóvil.
—¿Qué haces ahí?
—Contemplándote. Admirando el novio que tengo.
—¿Novio? ¡Umm! Esa es una palabra muy seria.
—¿No te gusta?
—Tendré que pensarlo.
Se giró quedándose tumbado boca arriba. Estiró los brazos desperezándose y contemplé toda la expresión de la belleza de su desnudez.
—Ven aquí y demuéstrame que me amas tanto como para llamarme novio y yo llamártelo a ti.
Me acerqué y me senté sobre la cama. Acaricié su torso ligeramente sudado e inclinando la cabeza besé su vientre.
—Lo siento. La palabra salió sin pensarla.
Me hizo un gesto con los brazos para que me tumbase encima de él y abrazarme. Lo hice y me abrazó con fuerza suspirando.
—No sientas nada. Las palabras que brotan por si solas son las más sinceras —nos miramos a los ojos—. Sí, podría acostumbrarme a que me llames novio y yo a ti. Me gusta esa palabra. Algunos la consideran cursi, pero si los heteros se lo llaman, por qué no los gays.
—Me gustas. Aunque sabes que tengo mucho miedo a esta relación.
Me azotó el culo y luego se encogió de hombros:
—Sé que soy un tipo irresistible, que estoy muy bueno, que…
Golpeé su pecho con el puño cerrado.
—Me parece que voy a retirar esa palabra que he dicho. No me gustan los prepotentes.
—No lo soy. Lo sabes —me tomó con las dos manos y me besó.
Sentir el calor de su boca, la suavidad y fuerza de sus labios, entrelazar nuestras lenguas, percibir que nuestras salivas se mezclaban, me provocaba una excitación absoluta. Nunca concebí el acto con ningún hombre si no existía el beso. Pero no un beso cualquiera. En el beso tiene que haber pasión, complicidad, entrega, dedicación, paciencia, juego… El beso estimula todo nuestro ser. Refuerza y despierta las neuronas más adormecidas. Aquellas que descubrimos cuando el ser amado nos hace estremecer y no sabemos el por qué, pero nos gusta. Nos agrada sentir esa sensación y no deseamos que cese nunca. Besar. Me fundiría con un beso, si Gorka me lo pidiera. Gorka besaba como ningún hombre me besó jamás y eso que Luis lo hacía muy bien. Los besos de Gorka sabían a libertad y cada vez que me ofrecía su boca era como fuente de vida que me hacía rejuvenecer.
Sus manos se deslizaron por mi espalda. Con suma suavidad. Tan delicadamente que la piel vibró por si misma, como las cuerdas de una guitarra ante una balada. Las apoyó sobre mis nalgas mientras las mías acariciaban su rostro continuando con aquel beso prolongado. Separó sus labios de los míos. Abrimos los ojos y sonreímos. De nuevo los cerró y volvimos al beso. Apretó mis nalgas contra él. Sentí la dureza de su polla junto a la mía. Estábamos muy excitados. Nuestras respiraciones comenzaban a agitarse. Comenzamos a girar. Él encima de mí, yo encima de él y de nuevo estaba encima de mí. Y así el juego continuó y el beso no cesó hasta que decidió bajar lentamente por mi cuerpo. Su lengua recorría los espacios deseados de ser acariciados y mi cuerpo se encorvaba una y otra vez, aunque su mano lo empujaba hacia la sábana. Suspiraba. Me hacía levitar. Tocar el nirvana. Flotar entre nubes. Provocaba que todos mis sentidos se agudizaran con tal magnitud que no veía con claridad, que no escuchaba más que lo deseado, que mi tacto se volvía su piel, que las fosas nasales sólo olían sus feromonas y que en los besos, los sabores se confundían. Sin saber como, él estaba dentro de mí y aquel efecto enardecía de tal manera, que todo dejaba de tener sentido. Éramos sólo él y yo. Los dos en la unidad perfecta. En el paraíso soñado, donde el tiempo se detiene. Donde la nada se hace presente para jugar con ella y crear las fantasías, los sueños. Todo aquello que nos provoca felicidad, emociones y sensaciones, y que en la vida terrenal no existen. Me miraba, me sonreía, me hacía el amor y su cuerpo bien marcado por el esfuerzo, brillaba y las gotas de sudor se mezclaban con el vello de su torso. Sentía como entraba y salía dentro de mí hasta que su volcán estalló y el calor me inundó. Me había penetrado sin protección y en mis pensamientos me asusté.
—No te preocupes —me susurró mientras dejaba caer su rostro sobre mi torso—. Todo está bien, te lo aseguro.
Acaricié su caballo. Yo aún estaba excitado y cuando él creyó estar recuperado, se incorporó, se sentó encima de mí y se penetró.
—No tengamos miedo. Los dos estamos sanos.
Tomé sus nalgas con mis manos y comencé a subir y bajar su cuerpo. Apoyó sus manos contra mi torso y fue él quien llevó el ritmo que deseaba. Su mirada era de vicio, de deseo, de amor, de pasión. Todo en él respiraba sensualidad y sexualidad. Era puro fuego y sus ojos me atravesaban. Traspasaban e invadían mi alma y se estremecía con aquel estado de euforia. Descargué. Llené su interior y suavemente fue reposando su cuerpo sobre el mío.
—Te amo. Te deseo. Eres lo que siempre busqué y pensé que no existías. Ahora que estás conmigo, no te dejaré nunca mientras tú no lo quieras.
—Yo tampoco quiero separarme de ti —comenté mientras salía de su interior.
—Ahora me siento vacío. Como que te alejas.
—Nunca —le abracé con fuerza—. Nunca me alejaré de ti y cuando no estemos cerca el uno del otro, mira a un punto determinado y recrea la imagen de mis ojos, aparecerán y así sabrás que estoy contigo.
—Te amo —apoyó su rostro contra mi pecho y se durmió.
Le dejé que descansara durante un rato. Además, no teníamos prisa y su cuerpo pegado al mío era todo lo que precisaba. Cerré los ojos sin dormir, sin pensar, sin nada más que dejarme llevar por aquellos minutos. Minutos donde la brisa de la mañana entraba acariciadora por la ventana. Donde la luz lo inundaba todo. Donde fuera, la vida continuaba un día más ajena a lo que en aquella casa sucedía. Ellos vivían sus vidas y nosotros las nuestras. Todo estaba en orden. En el equilibrio perfecto, que al menos en aquellas horas, mi mente así esperaba.
Tantos sueños, tantos pensamientos, tanta vida vivida, entre risas y llantos, entre la naturalidad y el esperpento, entre verdades y mentiras, entre el amor y el odio, entre la noche y el día. Vivencias que dejan huella, que crean cicatrices, aprendiendo a soportar el dolor cuando una chispa de felicidad parece brotar de nuevo y sin saber por qué, desaparece. El frío por no sentir los brazos del amado. La soledad por no poder compartir aquello que uno tanto anhela entregar. Las horas en vela por la ausencia del otro yo y los silencios incómodos, pues las palabras no tienen razón de ser emitidas. Cuantos años en el desván de la memoria sin poder hacer limpieza como cuando el polvo se acumula en las estanterías. No, no se puede eliminar, no se puede tirar nada a la basura, no se puede esconder para no ver jamás. La mente está ahí, siempre viva, siempre en constante evolución, pero sin dejar que el pasado se olvide. Pero en realidad, no deseaba que el pasado fuera olvidado, pues si bien sufrí, si bien odié, si bien me contuve tantas veces el poder gritar aquello que mi corazón deseaba sacar a la luz y nunca hice por amor, tampoco tenía derecho a pedir el olvido, pues si olvidaba algo, podía perderle a él y aún después de los años, aún considero que está junto a mí.
Ahora abrazo a otro hombre, siento su desnudez pegada a la mía, comienzo a amar o tal vez creo que es amor. ¿De verdad estoy descubriendo de nuevo el amor? ¿De verdad creo qué Gorka podrá aliviar el dolor por la perdida del ser que más amé? ¿Debo de amar de nuevo, para no regodearme en las noches de soledad en lo que pudo ser y se truncó? Sí. Creo que amo a Gorka. Él me está entregando su amor y yo me siento feliz recibiéndolo y mostrándole quien soy. Le he hablado de Luis y me gustaría seguir haciéndolo pero tengo miedo, miedo a que piense que sigo amando a Luis y no pueda amarlo a él. Sí, sigo queriendo a Luis, lo reconozco, porque decir lo contrario sería falsear la verdad y muchos defectos tendré, pero mentir, no ha sido uno de ellos.
El olor de la piel de Gorka me devuelve la vida, me rejuvenece su sonrisa, su forma de jugar, su manera de mirarme. Es un niño envuelto en el cuerpo de un hombre. Un hermoso hombre que me dice que me ama y cuando esas palabras brotan de sus labios, se le llena la boca. Las dice con sinceridad, con la verdad como estandarte. Creo que Gorka es el hombre de mi vida en este presente y espero que en el futuro. Un presente y un futuro en el que no deseo estar más solo. Quiero compartir mi vida, mis sueños, mis esperanzas, mis recuerdos, mis emociones, mis pasiones, mis… Demasiados «mis» que han estado dormidos, aletargados, ausentes, perdidos y olvidados, porque no deseaba volver a sufrir. Necesito amor. Estabilidad junto a alguien que me entienda, que me comprenda, que me motive despertarme cada mañana y seguir sonriendo, viviendo, sintiendo y deseando volver del trabajo a casa y encontrarla llena de su aroma, su presencia y forma de ser. Compartir una cena, una comida, un desayuno. Encontrar la cama por fin completa, hagamos o no el amor, pero ante todo, sintiendo que estamos juntos, abrazados, percibiendo su respiración sosegada, tranquila y protegiéndole en las horas de sueño.
Sí, creo que amo a Gorka y espero que el destino no sea esta vez tan cruel, o debería decir injusto. No sé si lo fue él o la sociedad, aunque creo que ambos se confabularon para que Luis y yo no fuéramos lo felices que deseábamos ser. Porque aquellos años, aunque él se entregó a mí, siempre tuvimos los muros que nos separaban para alcanzar la plenitud. Hoy sigo maldiciendo a sus padres y a la malnacida de su mujer y más tarde comprenderéis porqué hablo así.
La crueldad tiene muchos grados, pero sin duda ellos alcanzaron la meta.
Gorka está roncando o como él dice: «No ronco, respiro fuerte». Pero ese sonido, aunque parezca mentira, no me molesta, por el contrario, es como un estímulo que provoca en mí la sensación de que está feliz y que sabe que yo estoy para que nada le pase. Como sucedía con Luis. Confiaba en mí, en que le protegería o mejor dicho, le ayudaría a soportar lo que se le venía encima.
A finales de aquel agosto del 84, decidimos hacer una pequeña escapada. El lugar elegido: París. París encierra toda la magia del pasado y la modernidad que se abre camino. El aire bohemio que se esconde entre sus calles donde en la noche, con la luz tenue de sus farolas, provoca el abrazo y el beso de los enamorados en callejones por los que en aquellas horas, apenas pasaba nadie. Sentarse bajo la Torre Eiffel iluminada y rodeados de hippies fumando marihuana. Acomodarse en un café y mientras disfrutas de un refresco escuchar la música de un piano o violín, que suena dentro o fuera del local. Visitar la Place du Tertre en el barrio de Montmartre, viendo a los artistas realizar sus obras al aire libre, te invita a cerrar los ojos y entre el olor a óleos y aceites mezclados en sus paletas, revivir a los grandes maestros que vivieron, trabajaron y crearon algunas de sus obras maestras en aquel lugar. Pasear por la avenida de los Campos Elíseos de la mano. Admirar las grandes obras maestras en el Museo de Louvre. Todo en París te invita a salir y pasear. Admirar y detenerte y luego, entrada la noche, tras una cena merecida, retozar en la habitación de aquel hotel con reminiscencias de un pasado evocado en sus paredes con cuadros parisinos y cama con dosel.
París nos sirvió a los dos para oxigenarnos. Limpiar nuestras mentes y espíritus. El desconcierto por el presente y el futuro, nos atenazaba, no dejándonos ser nosotros mismos. En cambio allí, en un país donde el idioma se volvía más sutil y extraño a nuestros oídos. Donde el ambiente te invita a relajarte sentados a la orilla del Sena una tarde cualquiera sin pensar en qué hacer o decir. Donde los viandantes son totales desconocidos. Donde sabíamos que no habría llamadas, pues la presencia del móvil, aunque ya existía, no era aún comercial. Donde en lo único que teníamos que pensar era en nosotros mismos. París hubiera sido un lugar ideal para habernos perdido para siempre, pero nos negábamos. Eludir los problemas, era síntoma de cobardía y ni Luis ni yo, lo éramos. Así que pasados aquellos días, regresamos y aquel regreso significó la vuelta a una normalidad, en parte deseada, en parte odiada.
Gorka abrió los ojos. Besó mi pecho y levantando la cabeza me sonrió:
—¿Qué hora es?
—No lo sé —le respondí acariciando su cabeza.
—¿Cuánto tiempo he dormido?
—Ni idea. Qué más da. Tú estabas a gusto, yo también. ¿Hay qué pensar en el tiempo cuando se tiene lo que se desea?
—No. Pero tengo hambre.
—Viva el romanticismo.
—Soy muy romántico —se incorporó sentándose sobre mi vientre—. Pero tener hambre nada tiene que ver con el romanticismo. El alma se alimenta de las sensaciones, las emociones… el romanticismo. Pero el cuerpo precisa de la comida y mi organismo me pide alimentarlo.
—¡Vale! —Me atreví a contestarle tras aquellas palabras—. Nada que objetar. Me has convencido. Y… Si te levantas de encima de mí, podemos preparar algo que sacie ese estómago tuyo.
Inclinó de nuevo su cabeza y volvió a besar mi cuerpo. Se levantó y yo hice lo mismo. Nos dirigimos a la cocina y preparamos unos sándwiches. Gorka tomó el primero y le dio un gran bocado, luego me ofreció a mí y mordí.
—La comida compartida siempre sabe mejor.
—¡Um! Un atisbo de romanticismo.
—Soy muy romántico aunque tú no te lo creas —me cogió por la cintura y me levantó—. Dame tiempo para demostrártelo.
—Todo el tiempo que quieras. Pero te aviso, soy duro de convencer.
—El día está genial para dar una vuelta. ¿Qué te parece si envolvemos estos bocatas, cogemos unos refrescos y nos vamos al Retiro? Me apetece estar tirado en la hierba y remar un poco en una de las barcas.
—Buena idea, pero antes deberíamos vestirnos.
—Sí —me miró de arriba abajo—, porque si te ven desnudo, correrías el peligro de que los hombres y mujeres se lanzaran a por ti. Estás demasiado bueno para que te vean desnudo.
—No seas adulador. Pero te diré que si me hubieras conocido con treinta años…
—Entonces no te hubiera ni mirado. Ya te he dicho que me gustan los hombres mayores que yo. Me resultan más atractivos y seductores. Estáis rodeados de esa aura especial, que al menos a mí, me atrae como un imán.
—Dejemos que los polos se separen, se vistan y disfruten del sol y la naturaleza.
Nos dirigimos a la habitación. Nos pusimos unos pantalones cortos sin los gayumbos y una camiseta. Envolvimos los bocatas en papel de aluminio y sacamos de la nevera unas latas de refresco. Lo introdujimos todo en una pequeña mochila junto con dos toallas y me la coloqué a la espalda. Gorka se rió a carcajadas.
—¿De que te ríes?
—Con esa mochila y el pantalón corto, pareces un colegial a punto de ir al colegio.
—¡Sólo me faltaba eso! No por favor, mis años de estudio terminaron afortunadamente hace años y no los quiero revivir.
Continuamos hablando mientras salíamos de casa. Las conversaciones eran tan normales que pasaban a formar parte de lo cotidiano. Caminamos tranquilamente hasta entrar por la puerta del Ángel Caído. Traspasamos la avenida y tras rodear la fuente del Ángel Caído nos dirigimos al estanque. Como era de suponer, con el día tan cálido que hacía, mucha gente se encontraba descansando entre el césped y las escaleras que bajan hasta el agua. Jóvenes en bañador tumbados recibiendo los beneficios del gran astro sol. Grupos en tertulias y los más solitarios apoyados contra los escalones leyendo o escuchando música. Decidimos alquilar una de las barcas y tras remar un rato dejamos que la barca quedara tranquila sobre aquellas aguas. Nos despojamos de las camisetas y nos reclinamos contra las maderas. El sol calentaba con fuerza y mi cuerpo agradecía aquel calor. Cerré los ojos dejándome llevar por los sonidos que nos rodeaban. Conversaciones lejanas y otras más cercanas, gritos de niños y alguna chica, porque quien llevaba aquellas barcas, seguramente provocaba movimientos que les asustaban a caer en el agua. Madera chocando contra otras maderas, de grupos de amigos que jugaban al abordaje. Se respiraba vida y me embriagaba de ella. El Retiro siempre ha sido uno de mis lugares favoritos cuando me encontraba solo y no quería estarlo. Allí, aunque nadie se acercase a mí, presentía que no lo estaba y me liberaba de la angustia de la soledad. No me gustó nunca la soledad, aunque reconozco que en ocasiones es necesaria para encontrarse uno a si mismo. Pero no, prefería la gente, el movimiento de sus cuerpos, el sonido de sus voces, el ir y venir. La vida es más vida, cuando percibes que la humanidad lo está y eres partícipe de ella.
La barca se movió y abrí los ojos. Gorka se estaba colocando de forma que su espalda reposara sobre mi torso y tomando mis brazos se rodeó.
—Así estoy mejor.
No le dije nada, simplemente sonreí, cerré los ojos y mis dedos acariciaron el vello de su pecho. Cualquiera que nos viera, pensaría que éramos una pareja feliz y así resultaba en realidad. Comenzábamos a ser una pareja. Cómo cambian los tiempos y aquellas palabras que Luis dijera un día: «Será en el siglo que viene cuando se nos respete». Y era así. Al menos en esta ciudad ya no se veía mal que dos chicos fueran de la mano, que estuvieran descansando apoyados el uno sobre el otro en una barca en medio de un estanque, que se miraran a los ojos y se dieran un beso. La sociedad había cambiado y desgraciadamente él no lo podía ver. No desvelo nada a estas alturas, descubriendo que Luis ya no estaba entre los vivos, pues está claro, que con el amor que el uno tenía por el otro y las grandes promesas de amor en tiempos difíciles, yo no estaría abrazando a Gorka, sino a él. Pero aunque tú, amigo lector, ya lo intuyeras y ahora lo sepas con certeza, aún te quedan muchas cosas por saber de aquel pasado que te iré dosificando, pues también quiero que conozcas esta realidad que ahora me está tocando vivir. Sí. Quiero hacerte partícipe de todo hasta que llegue el momento del final de la historia, que seguramente será un final para ti, pero no para mi existencia. En realidad, ninguna historia termina cuando finaliza un escrito, pues los personajes siguen durmiendo, viviendo, experimentando y sintiendo, simplemente el narrador cree que ya es suficiente y deja al lector respirar y a los personajes con su intimidad. Pero tras este lapsus, continuaré con aquella mañana tarde, pues en realidad ya el sol no estaba en lo más alto.
Saqué una lata de refresco de la mochila y la abrí. Refresqué mi garganta y le ofrecí a Gorka. Tomó de ella y se giró suavemente para no mover demasiado la barca. Se volvió a apoyar sobre mí y me miró fijamente.
—¿Qué te sucede? —pregunté.
—Nada. Que me siento feliz. No necesito nada más.
—Me gustaría saber alguna cosa sobre ti. No sé. Por ejemplo por qué fracasó la última relación que tuviste.
—Precisamente porque no tenía momentos como éste. Él era muy impulsivo y sobre todo noctámbulo. Le gustaba demasiado la noche y la fiesta. Al principio me arrastró con él a ese mundo que en realidad a mí nunca me gustó, pero claro, el estar separado de él me resultaba más duro que las horas entre bar y bar, entre copa y copa y donde al final mis tímpanos terminaban más locos que mi propia cabeza. Los fines de semana no veía el sol nada más que cuando regresábamos a casa. La luz que en la mañana atravesaba las ventanas de la habitación era cegada por la persiana y en aquella oscuridad no real, nos quedábamos dormidos por el agotamiento de las horas sufridas en la noche. El cuerpo tardó en acostumbrarse, pero como animales de costumbres que somos, lo hizo, hasta tal punto, que ya no concebía no vivir la noche y en aquel laberinto, en aquella trampa, caí durante unos meses.
—¿Qué te hizo cambiar?
—Las drogas. Nunca me han gustado y él lo sabía. Mientras en aquellas noches terminaba molido porque el cuerpo no soporta de forma natural esas salidas un viernes, un sábado e incluso algunos domingos cuando no tenía que trabajar al lunes siguiente, él parecía estar fresco y descansado. Una noche, mientras bailábamos en la pista como dos locos, vislumbré un hilo de sangre en su nariz.
—Te sangra la nariz —le comenté.
Se tocó y sonrió:
—No es nada. Me pasa desde niño —sacó un pañuelo de papel y se limpió—. ¿Ves? Ya está.
Pero no estaba, claro que no. Aquella respuesta no me convenció. No le espié pero él mismo tuvo que confesar. En algunos momentos me decía que iba al baño y luego volvía como una moto. Entonces decidí que si el iba al baño, yo le acompañaría.
—¿No te fías de mí? ¿Piensas qué me voy a enrollar con alguien en el baño teniéndote a ti?
—No. No creo que te enrolles con nadie. No te gustan las sesiones cortas precisamente.
—¿Entonces? ¿Por qué siempre vienes al baño conmigo?
No le contesté y como si no hubiera escuchado nada, continué acompañándole una y otra vez. Una de esas veces estaba algo alterado y entonces confesó:
—Está bien. Necesito meterme una raya de vez en cuando. No es malo. No estoy enganchado.
—Claro que estás enganchado. ¿No te das cuenta qué te estás matando? ¿Por qué lo haces?
—Lo necesito. Me encuentro más despejado y así aguanto más la noche.
—No es cuestión de aguantar la noche. Yo soporto todas estas horas por ti y no necesito ninguna mierda para aguantar. Si de forma natural el cuerpo te pide retirarte, ¿por qué no lo haces?
—Porque me gusta la noche. Porque disfruto de todo esto. Porque quiero estar hasta que amanezca. Somos jóvenes y la vida hay que vivirla mientras lo seamos.
—Tú lo has dicho. La vida hay que vivirla, pero la vida no consiste en pasar las noches de esta manera, simplemente por pasarla. ¿Dónde ha quedado el resto del día por vivir? ¿Cuántos fines de semana hace que no salimos por la mañana a dar una vuelta, de compras o simplemente disfrutar de las horas de sol?
—Tenemos el resto de la semana para eso.
—No. El resto de la semana nos metemos en un edificio donde estamos trabajando hasta que prácticamente anochece, llegamos a casa cansados, cenamos y a la cama. Son los fines de semana los que se crearon para descansar y disfrutar.
—Yo los disfruto así. Así me conociste y sabías lo que había.
—Es cierto. Aquella noche estaba de cumpleaños y… Pero puedo soportar muchas cosas, incluso que lleguemos a casa cuando el resto del mundo sale de ellas. Te quiero, pero nunca me han gustado las drogas. No quiero verte hecho una mierda en cuatro días.
—Es lo que hay. Soy así. O me aceptas con el lote completo o lo dejamos.
—¿Qué sientes en realidad por mí?
No contestó. Pienso que el mono que tenía era tan grande, que aquella pregunta su cerebro no la asimiló. Se giró y entró en uno de los baños con puerta. Al cabo de un rato salió sonriendo.
—Vamos a divertirnos. Aún es pronto.
Pasamos por la barra y pedimos dos cubatas. Volvimos a la pista y continuamos bailando. Coqueteaba con otros, aunque simplemente era un juego. El juego en el que yo había caído aquella noche en que nos conocimos. Aquella noche se acercó a mí y tocándome el pecho, que llevaba descubierto por la camisa abierta, me comentó que estaba muy bueno. Esa noche yo andaba un poco caliente de bebida, como te he dicho antes, estábamos celebrando el cumpleaños de un amigo. Me sugirió irme con él. Nos acercamos a la barra del bar y habló con uno de los camareros. Éste le entregó algo y me invitó a que le siguiera. Así lo hice. No tenía ni la menor idea de dónde íbamos, pero el alcohol hace que uno se desinhiba más de lo normal. Subimos unas escaleras que había a un lateral y abrió una puerta. Era el lugar donde guardaban las cajas de bebida y a un costado se encontraba un pequeño despacho. Pasamos a él.
—Estoy cachondo —me comentó—. Quiero follar contigo. Sé que no es el sitio más idóneo, pero por lo menos está limpio.
Cogió mi cara con sus manos y me comió la boca. Besaba bien y me calentó como un toro. Sobre aquella mesa le follé y luego tras vestirnos cogió un trozo de papel y un bolígrafo y escribió su teléfono. Luego él me pidió el mío.
—¿Quién llamó a quien?
—Él a mí. Cuando me uní a mis amigos él se volvió a la pista y nosotros nos fuimos al poco rato. Pensé: «Este tío mañana no se acuerda de nada». Pero me equivoqué. Me equivoqué por doble partida, por creer que no se acordaría de mí y por aceptar volver a verlo.
—Pero nadie sabe lo que puede ocurrir hasta que llega el momento.
—Sí, tienes razón. El caso es que el día en que descubrí que se drogaba dejé pasar la noche. Nos quedamos en su casa y por la mañana me estaba vistiendo cuando se despertó.
—¿Dónde vas?
—A casa. Esta tarde me apetece dar una vuelta y si me quedo aquí, no saldré hasta la noche.
—¿A que hora quedamos?
—No lo sé. Me gustaría antes de desfasarnos hablar tranquilamente. En realidad casi nunca hablamos. Nos vemos los fines de semana. Salimos de marcha. No hablamos más que de tonterías, sólo bebemos como posesos y bailamos sin control. Luego regresamos a casa y a dormir.
—¿Aún piensas en eso?
—Sí. Quiero tener pareja. Quiero tener a alguien con quien compartir cosas, pero no de esta manera. Necesito disfrutar del día tanto como de la noche. Cada uno en su medida.
—Ya hablaremos. Tengo sueño.
—Está bien. Me voy.
—Aquella noche de sábado no me llamó y yo no salí. El domingo sobre las diez de la mañana llamaron al telefonillo. Me levanté y pregunté quién era. Era él. Subió y me montó un pollo que te cagas. Estaba drogado, no me cabía la menor duda. Me dijo que era un desconsiderado. Que le había dejado solo toda la noche. Que me había estado esperando y al final me confiesa que un colega le ofreció una raya y estuvo follando con él.
—Me alegro. Ya tienes ese compañero de fatigas que ha dejado mi ausencia —respondí sin inmutarme.
—Eso venía a decirte. Que mejor que lo dejemos. Resultas demasiado tranquilo para mí. Yo necesito un hombre que tenga más aguante.
Se fue. Cerré la puerta. Preparé el desayuno y pensé que era lo mejor para los dos.
—¿No te provocó dolor aquella pérdida?
—No. Porque en realidad él no me quería y me di cuenta en aquel instante, mientras desayunaba, que yo tampoco a él. En realidad fue un instante de pasión que nos llevó a llamarnos los fines de semana. Como te he contado. Apenas hablábamos, apenas sabía nada de él, simplemente éramos pareja de salir, desfasarnos y dormir juntos en la misma cama dos o tres días a la semana.
—Muy triste una relación así.
—En el poco tiempo que tú y yo nos conocemos, sabemos más el uno del otro, que si juntara todas mis aventuras. Nunca he tenido suerte en el amor.
—No digas eso.
—Hasta la fecha —sonrió y me besó en el vientre—. Contigo parece distinto y espero que así continúe.
—Descuida que yo no pruebo las drogas.
—Lo sé. Estás sano como un roble y te gusta el día, como a mí. De verdad que no entiendo como se pueden pasar los días, los meses y los años, sin disfrutar de estos momentos. Levantarte, desayunar, dar una vuelta por la ciudad o hacer alguna excursión de un día. No sé. Vivir.
No le dije nada, simplemente me encogí de hombros. En realidad no necesitaba que me dijera nada, le comprendía perfectamente. Aunque en mi juventud viví la noche a tope acompañado de Luis, nos levantábamos a una hora prudente y nunca dejamos de ver el día y realizar las tareas que creíamos necesarias y nuestras pequeñas escapadas, como bien argumentaba Gorka.
—Contigo salgo, nos divertimos, disfrutamos de algunos instantes de la noche, pero luego, luego vamos a casa, hacemos el amor, dormimos y al despertar elegimos como pasar la mañana. Así sí se puede vivir. Al menos sé qué no soy un vampiro, por lo que necesito la luz del sol. Que por cierto, me está achicharrando la espalda —sonrió y se sentó sobre la barca.
Tomó los remos y la barca se deslizó suavemente por el estanque. Decidimos dejarla y buscar un lugar tranquilo, entre dos árboles, para comer los bocatas. Extendimos las toallas, disfrutamos de los sándwiches y me tumbé. El apoyó su cabeza en mi vientre y nos quedamos dormidos durante un rato. La siesta, qué buen invento. Sobre ella se habla de los beneficios terapéuticos y que no debería sobrepasar de diez minutos. ¡Uf! Diez minutos son los que tardo en acomodarme —sonreí—. Una buena siesta es como dijo una vez un gran escritor: «La buena siesta es la de pijama y orinal» por lo tanto, sin prisas.
Gorka sin duda estaba cortado por otro patrón. Un chico tranquilo, que disfrutaba de la noche en compañía, charlando mientas se tomaba una copa, que le gustaba vivir el día, que a las cosas más sencillas le daba una gran importancia. Me gustaba. Sí, cada vez me gustaba más el cabroncete este. Además, sexualmente era un torbellino que me hacía volverme loco. Lo tenía todo. No le dejaría escapar. Así, con ese pensamiento, una sonrisa y las caricias de la brisa, me quedé dormido.
Los gritos de los niños correteando y los padres llamándoles, me despertaron. Gorka continuaba durmiendo. La verdad que para despertarlo hacía falta más que unos gritos. Acaricié su cabeza, que ahora estaba a la altura de mi pecho y con parte de su cuerpo sobre mí, abrazándome. Movió la cabeza suavemente y al sentir aquel beso sobre mi piel, que ya me estaba acostumbrando a ellos, supe que estaba despierto.
—¿Qué tal bello durmiente?
—Muy bien —suspiró—. Me encanta tenerte como almohada.
—Almohada y casi colchón. Tienes prácticamente todo tu cuerpo sobre mí.
—¿Te molesto?
—No, nene. Me encanta. Pero cualquiera que nos vea puede pensar…
—Que somos una pareja feliz y es así como me siento. No quiero ocultar que te quiero —levantó su cabeza y apoyó su barbilla en mi pecho—. Te quiero y que lo sepa todo el mundo.
—Estás loco.
Sonrió:
—Aquí estamos muy bien, pero qué te parece si damos una vuelta.
—Muy bien. El sol ya no calienta tanto y además me apetece tomar algo fresco. Ya no nos queda nada en la mochila.
Nos levantamos, introdujimos las camisetas en la mochila junto con las toallas y esta vez fue Gorka quien quiso llevarla. Algunos patinadores se cruzaron en nuestro camino, un par de ciclistas nos adelantaron y la mayoría continuaban aún tumbados y descansando en aquella apacible tarde. Nos detuvimos en uno de los bares y pedimos unos refrescos en lata. Salimos y continuamos paseando hasta que decidimos volver a casa. Esta vez, cada uno a la suya, pues al día siguiente, aunque yo libraba, Gorka trabajaba. Lo acompañé hasta el portal, abrió la puerta y ya dentro me entregó la mochila. Nos pusimos las camisetas y nos dimos un beso de despedida. Caminé despacio entre las calles, disfruté de unos instantes mirando algunos escaparates. Necesitaba renovar el vestuario y un par de camisetas y unos pantalones, no me vendrían mal. Continué cruzando por aquellas calles del entramado de Chueca y escuché unos gritos pidiendo auxilio. Me acerqué. Unos chicos estaban golpeando a otro en el suelo. Nadie les intentaba separar. Les grité:
—¡Qué coño estáis haciendo! ¡Dejadlo en paz!
Se detuvieron, me miraron y los cuatro salieron corriendo, dejando a aquel chico tirado en el suelo en postura fetal y resguardando la cabeza entre sus brazos. Me acerqué, me incliné y toqué una de las manos que aún apretaba con fuerza.
—Ya pasó chico. Ya se han ido. Te ayudaré a levantarte.
Despegó la cara del asfalto y separó sus brazos. Me miró con los ojos llenos de lágrimas y un pequeño reguero de sangre corría por su nariz. Aquellos ojos los reconocí enseguida. Era el chico de la página web del Bakala. El que nos encontramos Gorka y yo en La Pedriza el día que estuvimos haciendo nudismo y Gorka comentara que se trataba de un chapero. Me daba igual lo que fuera. Aquel chico estaba aterrado y golpeado. No le dejaría allí. Le tomé por uno de los brazos y le ayudé a incorporarse. Se agarró a mi cintura y comenzamos a caminar despacio. Prácticamente lo estaba arrastrando. Temí que tuviese alguna contusión seria en las piernas. En realidad, no sabía el tiempo que llevaban golpeándolo. No dijo nada, se dejó llevar. Aún estaba aturdido y con el rostro mirando al suelo. Llegamos frente a mi portal, saqué las llaves y abrí. Pronto lo tuve tumbado sobre el sofá. Su camiseta estaba hecha jirones y el pantalón bermuda vaquero, lleno de suciedad y algunas manchas que se me antojaron sangre, pues una de sus rodillas presentaba un corte. Pensé por dos veces si quitarle la ropa. Cierto pudor me reprimía, pero en realidad era necesario y además deseaba saber si presentaba alguna herida. Me incliné sobre él y le despojé primero de la camiseta, luego desaté sus deportivas y le liberé de los pantalones. Lo dejé todo a un lado e inspeccione su cuerpo. Estaba seriamente golpeado y su piel blanca oscurecida por la suciedad del polvo de la calle y algunos moratones que comenzaban a hacer acto de presencia. Me dirigí al cuarto de baño, tomé un barreño y lo llené de agua caliente, vertí un poco de gel y cogí una pequeña toalla. Regresé con todo al salón. El chico se había incorporado y miraba para todas partes:
—¿Dónde estoy?
—En mi casa. No tienes por qué preocuparte. Te han dado una buena paliza.
Se levantó algo aturdido. Se tocó la cabeza y caminó con dificultad.
—¿Te duele la cabeza? —le pregunté mientras dejaba el barreño encima de la mesa comedor y me acercaba a él. Miró la ropa que estaba tirada en el suelo—. Me he atrevido a desnudarte. Me preocupaba que tuvieras alguna lesión.
—No pasa nada. Estoy acostumbrado a estar en pelotas delate de muchos tíos.
Me recordó el comentario de Gorka: Es un chapero.
—Yo también practico el nudismo.
—Lo sé. Te vi con tu novio no hace mucho tiempo en La Pedriza. Tienes un bonito desnudo.
—No estás precisamente para coquetear con nadie —comenté sonriendo—. Pensaba limpiarte y ver qué heridas tienes, pero ya que te has levantado, lo mejor es que te des una buena ducha, si es que no te encuentras muy mareado.
—Sí, me ducharé —caminó despacio—. Me duele todo el cuerpo. ¡Hijos de puta!
Le acompañe a la ducha. Cogí el barreño y arrojé el agua en la bañera. Se quitó el slip y los calcetines y se introdujo en el interior. Tenía un cuerpo muy bonito. Sus nalgas perfectamente redondeadas y firmes y un buen atributo. En su profesión seguro que era uno de los mejores. Corrí la cortina cuando abrió el grifo. Tomé su slip y los calcetines del suelo y me los llevé cerrando la puerta. Introduje toda la ropa en la lavadora y la puse en un programa corto con secado total. Al poco rato salió con una pequeña toalla enrollada a la cintura. Había cogido la que estaba al lado del lavabo.
—Perdona. No te dejé una toalla para secarte. Con las prisas.
—No importa. Hace calor y si he salido con ella es por respeto. Yo en casa siempre estoy desnudo.
—Yo también. Es como más cómodo está uno.
Sonrió, se quitó la toalla y se sentó sobre ella en el sofá.
—Me duele todo.
Me acerqué a él y tomé con las manos su cara. La nariz había dejado de sangrar pero se estaba hinchando un poco y el ojo derecho estaba tomando un color morado.
—Sacaré una bolsa de hielo para que la pongas en la nariz. Se te está poniendo como la de un boxeador.
—Me han jodido bien jodido. Esos hijos de puta se van a acordar.
—No merece la pena la venganza. Te lo dice alguien con mucha experiencia en ese campo —entré en la cocina y saqué una bolsa del congelador. Se la entregué y al ponerla sobre la nariz hizo un gesto de dolor—. Los golpes del cuerpo se te irán en menos de dos semanas. Eres joven y la piel se regenera con rapidez a tu edad.
—Dos semanas son mucho en mi trabajo. Demasiado. Y mi cara…
—¿Tan importante es la imagen en tu trabajo?
—Lo es —me miró con mirada resignada—. Soy chapero. Un puto chapero que vive de su imagen.
—Bueno, si necesitas dinero, te puedo ayudar, ya me lo devolverás.
—Has hecho demasiado por mí sin ningún interés. Te lo agradezco —se levantó y dejó la bolsa sobre un recipiente que tenía en la mesa comedor—. Ahora debo irme.
—No. No irás a ningún sitio hasta que llames a tus padres y vengan a recogerte.
—No tengo padres. Murieron cuando era un niño. Vivo solo desde los 18 años.
—¿No tienes familia en Madrid?
—No. Todos viven fuera. Me vine aquí buscando un futuro.
—Ya lo encontrarás. Eres joven y pareces un buen chico.
—Soy un chapero. Nada más que eso.
—No me importa lo que seas. Ahora con más razón te quedarás esta noche aquí. Cenaremos juntos y puedes dormir en la habitación de invitados. No quiero que te quedes solo esta noche, después de la paliza que te han dado.
—Gracias, eres un buen tipo. La verdad que yo tampoco lo quiero. Me siento…
Me acerqué y en un impulso lo abracé. Él se apretó fuerte a mí. Luego me separé de él.
—No quiero que pienses qué…
—No —sonrió—. Ese abrazo ha salido del corazón, no del deseo. Sé distinguir entre un tipo de abrazo y otro.
—Me alegro.
Sonó el teléfono y lo descolgué:
—Hola cachorro, pensé que ya estarías dormido… Ya lo sé, yo también te extraño… Te tienes que decidir a venir a vivir conmigo… Pues ahora iba a preparar la cena, tengo un invitado… ¡No! No seas bobo… Ya te contaré mañana… Está bien: Estaban dando una paliza a un chico cerca de casa y lo he subido para curarlo… Ahora se encuentra mejor, aunque tiene la cara llena de golpes… Ya me conoces, me molesta que la gente sufra… Está bien corazón, descansa y sueña conmigo. Te quiero… Lo sé. Buena noches —colgué y dejé el teléfono sobre la mesa.
—¿Era tu novio?
—Sí. Se llama Gorka —me quedé durante unos segundos pensativo y luego le miré sonriendo—. ¿Me ayudas a preparar la cena?
—Te advierto que soy buen cocinero. ¿Qué tienes en la nevera?
—Descúbrelo tú. Quiero que te sientas como en casa. Mientras voy a cambiarme de ropa y ponerme algo cómodo.
—¿No me has dicho que eres nudista?
—Sí. Pero…
—No seas tonto. Ya ves, yo estoy en bolas.
—Tienes razón.
Se dirigió a la cocina y yo me desnudé en la habitación. Cuando entré en la cocina había sacado unos trozos de pollo, una lechuga y unos tomates.
—¿Cómo te apetece el pollo? —Me preguntó y me miró de arriba abajo—. ¿Sabes? No sé que edad tienes, pero estas muy bueno.
—Gracias por el cumplido pero podría ser tu padre.
—Eso ya lo sé. Tienes un cuerpo muy bonito.
—Como sigas así, me visto.
—No seas tonto. Si algo siento, lo digo. Eso no quiere decir que nos pongamos a follar como locos.
—Lo sé. Podemos poner el pollo al ajillo, asado o como más te guste.
—Al ajillo. Yo lo preparo muy rico. Tu entretente con la ensalada —fue abriendo los armarios—. ¿Dónde tienes las especias?
—En el armario del fondo.
—Me ha resultado curioso —comentó mientras comenzaba a preparar el pollo dentro de una fuente—, que cuando te comenté mi profesión, no hiciste el gesto de desprecio ni…
—No te mentiré —cogí una fuente onda y me dispuse a cortar la lechuga y los tomates tras lavarlo bien todo—. Gorka me dijo en La Pedriza que eras chapero. Pero jamás valoro a nadie por su trabajo, sea el que sea, sino por su forma de ser.
—¿Por qué crees que yo soy distinto?
—Pocas veces me equivoco mirando a alguien a los ojos y desprendes una mirada muy noble y con cierta tristeza. Te diré que antes del día de La Pedriza, te había visto en unas fotos en la página del Bakala, un día mientras me entretenía mirando unos perfiles, y me despertaste curiosidad.
—¿Por qué? —Tomó la harina y vertió la cantidad suficiente sobre los trozos ya aliñados.
—Por la naturalidad de las fotos, por la mirada que desprendías.
—Todo el mundo se fija en mi cuerpo y tú en la mirada. Eres un gay un poco raro.
—No. Soy un gay más. Me gusta disfrutar mirando un cuerpo bonito, pero no me excita sino es con ánimo sexual. En cambio una mirada, me puede provocar muchos sentimientos.
—Así que tú nunca serías un cliente mío —se rió.
—No —me reí también—. Aunque tienes un cuerpo precioso y dos buenas razones para la profesión que has elegido. —Saqué una sartén, vertí aceite suficiente y encendí el fuego.
—Sí. Tengo un buen culo y una buena polla.
—¿Por qué te dedicaste…?
—Sencillamente porque perdí el trabajo de mecánico en el que estuve dos años y una noche conocí a un hombre en un bar y… El resto ya es historia.
Cogí una cebolla y saqué un bote de aceitunas rellenas del armario. Luego aliñé la ensalada y me limpie las manos. El pollo se estaba friendo. Saqué dos platos y los coloqué en el fogón.
—Eso huele muy bien.
—Pues te aseguro que te vas a chupar los dedos —me sonrió.
—¿Sabes una cosa, chaval? Estamos los dos en esta cocina desnudos preparando la cena y aún no nos hemos presentado —me reí
—Es cierto… Me llamo Diego.
—Yo Ángel.
—Sin duda hoy lo has sido para mí. Estoy convencido que esos hijos de puta me hubieran matado —terminó de sacar el pollo de la sartén colocando las piezas sobre los platos—. Esto ya está.
Preparé un pequeño mantel en una de las partes de la mesa del salón. Coloqué en el centro la ensalada. Dispuse a uno y otro lado los vasos, dos refrescos y los cubiertos. Él dejó los platos con el pollo. Nos sentamos. Desvié la conversación. No deseaba que en aquellos momentos recordase lo vivido. Le conté algunas anécdotas y él se reía. Poco a poco percibí en él que se sentía bien. Era un chico encantador y con unas ganas inmensas de compartir, pero aún le costaba abrirse y era normal. Terminamos de cenar, lo recogimos todo y nos sentamos en el sofá fumando tranquilamente un cigarrillo y tomando un whiskey. Entonces me atreví a preguntar:
—¿Qué te trajo a Madrid?
—Como te dije antes, mis padres murieron teniendo yo quince años. Mis tíos por parte de mi madre me acogieron. Por aquel entonces, en el instituto en el que estudiaba, conocí a un chico y…
—¿También era gay?
—Sí. Buscábamos lugares que nadie nos pudiera ver. Nos alejábamos de la ciudad en nuestras bicicletas perdiéndonos por los bosques o en el río. En invierno nos protegíamos en una casa abandonada. Habíamos adecentado una de las habitaciones y en esos lugares descubrimos nuestra sexualidad. Pero siempre existen ojos indiscretos y nos descubrieron. Mi tío se enfadó mucho y al finalizar el último curso del instituto me intentó internar en un colegio mayor. Fue entonces cuando una noche llené la mochila con lo necesario y con los pocos ahorros que tenía, me vine a Madrid.
—¿Cómo te las arreglaste al llegar aquí y qué no te descubrieran?
—Primero, era mayor de edad, con lo cual nadie me podía obligar a nada y segundo los primeros meses intenté por todos los medios pasar desapercibido. Estuve tres días en un albergue y allí me enteré de que se necesitaba un aprendiz en un taller de mecánica y me presenté. A la semana conocí a un chico que buscaba alquilar una habitación y me fui con él. También era gay y estuvimos enrollados una temporada. Todo resultaba perfecto. Tenía un trabajo, un techo y el afecto, aunque fuera sexual, con alguien que me atraía.
—Por lo menos los principios no fueron malos —comenté mientras daba una calada al cigarrillo.
—No. Pero el trabajo en el taller me duró dos años y entonces el mundo pareció desmoronarse ante mí. Aproveché el desempleo que tenía y mientras seguí buscando trabajo, pero no tenía experiencia ni estudios. Una noche en un bar de Chueca me entraron ganas de mear y me fui a los baños. Estaba en uno de los urinarios de pie cuando se acercó un hombre de unos cuarenta años. Me miró y sonrió. Le devolví la sonrisa. Resultaba atractivo. Intentó mirar entre el urinario y yo. Entendí que deseaba verme la polla y me separé mostrándosela:
—Buena polla chaval. ¿Cuánto cobras?
—¿Cómo? —le pregunté sorprendido.
—¿Cuánto cobras por follarme?
—Nunca he cobrado por…
—Pues es una pena chico —me interrumpió—. Con ese rabo y lo bueno que estás podrías ganar un montón de pasta. Si quieres —sonrió—, puedes empezar conmigo. Te pago cien euros.
—¿Nada más? Lo mío no es sólo meter, vaciarnos y largarnos. Me gustan las sesiones largas.
—Está bien. Veo que para ser la primera vez regateas bien. Te pago doscientos euros pero te tienes que correr dos veces y una de ellas en mi boca.
—¿Dónde lo hacemos?
—En mi casa. No vivo muy lejos de aquí.
Nos fuimos. El tipo, por la ropa que llevaba, no daba la sensación de vivir muy desahogadamente, pero cuando entré en aquella casa, descarté aquella idea. El piso resultaba muy lujoso, con cinco habitaciones, un salón donde no faltaba un sólo detalle y un baño espectacular con ducha de hidromasaje.
—¿Nos duchamos antes? —me preguntó mientras se liberaba de su chaqueta y la camisa.
El tipo tenía un buen cuerpo. Trabajado seguramente en el gimnasio. Su pecho velludo y las piernas muy fuertes. Yo aún continuaba vestido. Se acercó a mí en gayumbos y me besó en los labios. Aquel primer beso llevó a otro y mientras nos morreábamos me fue desnudando. Como era de esperar mi polla se puso dura como una piedra. Besar siempre me ha excitado mucho. La cogió con la mano y tras mirarla me sonrió.
—Un buen rabo para disfrutar.
Mientras me contaba la historia comprobé que se estaba excitando y era cierto. Si de dormido su tamaño ya era sugerente, erecto como la tenía ahora y pegada casi a su vientre, provocaba a un muerto.
—Lo siento —se tapó con un cojín—. Se me ha puesto dura. Me excito con facilidad cuando cuento alguna historia vivida.
—No te preocupes. Lo normal es que se te ponga así. Eres joven y, por cierto, muy bien dotado.
Quitó el cojín y se acomodó. Colocó su cabeza contra el respaldo del sofá y extendió todo su cuerpo colocando sus piernas encima de las mías.
—¿Te molesta? Me siento cómodo contigo y me das confianza.
—No me molestas —acaricié una de sus pantorrillas.
—No quiero tener sexo contigo, lo sabes. Pero me gusta mucho que me acaricien las piernas.
—Te daré un ligero masaje —le sonreí.
Comencé a deslizar mi mano desde el tobillo hasta la parte alta del muslo, evitando tocar sus atributos. Cerró los ojos y continuó con su historia:
—Tuvimos sexo como era de esperar y por más de una hora y media. Nos corrimos dos veces cada uno y me propuso quedarme a dormir con él. Me pagaría cincuenta euros más si esa noche la pasaba desnudo con él abrazados. Accedí. La verdad que siempre me ha gustado sentirme acompañado en la cama.
—Y a partir de aquel día te aficionaste.
—Sí. Cuando al día siguiente me desperté, tuvimos de nuevo sexo, ya que me la estaba mamando antes de despertarme. La tenía muy dura y al ver que abría los ojos, sonrió y me colocó un condón. Se puso encima de mí y poco a poco se la introdujo. Volvimos a la faena por otra hora y media o algo más. Me duché tras eyacular dos veces y cuando estaba vistiéndome me preguntó si nos volveríamos a ver, mientras me introducía unos billetes en el bolsillo de atrás.
—Es posible. Suelo ir por el bar en el que nos conocimos.
—Me gustaría tenerte al menos una vez al mes. Eres bueno en la cama y me das lo que yo quiero.
—Si tuviera móvil te daría el número, pero soy de los pocos que no lo uso.
—¿Por qué motivo?
—Para evitar gastos.
—Si te vas a dedicar a esta profesión, lo necesitaras para que contacten contigo. ¿Me aceptas que te regale uno? En la misma acera de este edificio hay un comercio de telefonía móvil.
—No, de verdad. Tal vez con lo que me has pagado, lo compre.
—Presiento que necesitas ese dinero para algo más importante. Déjame hacerte ese regalo. Te aseguro que he disfrutado mucho contigo.
—No lo entiendo. Estás muy rico. Tienes un bonito cuerpo y eres un buen tipo. ¿Por qué pagas por sexo?
—Me gusta. Me provoca morbo el tener a alguien que estoy pagando y tienes razón: Sexo no me falta si quiero, pero prefiero que sea así. Las cosas quedan claras. Yo pago, me dan placer y no existen malentendidos.
—Respeto esa forma de pensar y tienes razón. A mí me has hecho un gran favor con este dinero.
—Espera que me duche y bajamos juntos.
Lo hice. Me senté en el sofá y fumé un cigarrillo mientras terminaba de ducharse y vestirse. Luego bajamos a la calle y entramos en aquel comercio. Me regaló un buen teléfono, que todavía conservo y el primero en tener mi número fue él. Nos despedimos con un beso en los labios y ya después de un buen rato caminando, miré el dinero que me había introducido en el bolsillo: trescientos euros. Sonreí. Llegué a casa, puse a cargar el teléfono y al poco rato saltó un mensaje. Lo leí: «Hola chico, este es mi número. Te llamaré dentro de un rato cuando tengas cargado el móvil. Así lo hizo y me comentó lo bien que se lo había pasado, pero que si nos volvíamos a ver sería meramente una relación profesional».
—¿Lo vistes más veces?
—Sí. Aún seguimos en contacto. De vez en cuando follamos, pero ahora no le cobro y en verano siempre me lleva de vacaciones como su chico de compañía. Lo paga todo él y al finalizar las vacaciones, me entrega un cheque de 1000 euros. Como te puedes imaginar, durante los 15 días de vacaciones, mantenemos sexo todos los días y no sólo una vez. Es muy ardiente y además me pone mucho. Está muy bueno. Bastante parecido a ti, aunque creo que algo más joven.
—Sí —le sonreí—. Tengo cincuenta y dos años.
Levantó parte de su cuerpo sonriéndome.
—Me lo suponía, aunque si con esa edad estás así, ¿cómo estabas con treinta?
—Dicen que muy bien. Pero si me conservo así, es porque he llevado una vida muy sana. No me he privado nunca de nada, pero ni drogas, ni excesos con la bebida —le guiñé un ojo—. Hombre, de joven me pille alguna cogorza que otra, pero siempre muy controladas.
—Yo tampoco consumo drogas. Entre la gente que yo conozco todo el mundo se pone hasta las patas, pero yo paso. También me gusta cuidarme.
—Se nota.
—Incluso me hago análisis cada seis meses. Estoy completamente sano.
—¿Has follado alguna vez a pelo?
—Sí, y lo sé. Es una locura, pero no sé por qué razón he confiado en las personas con las que he mantenido sexo sin protección.
—Ten cuidado, chaval —golpeé su pierna derecha con la mano—. No te juegues la vida.
—Sí, tienes razón y ya no lo hago. Pero me encanta meterla en un culo caliente y sentir como mi piel roza todo el interior.
—No juegues a la ruleta rusa.
—No lo haré. Te lo prometo.
—Deberíamos dormir un rato. Aunque mañana no trabajo, me gusta levantarme pronto.
—Tienes razón. Yo también me siento cansado, o debería decir molido.
Nos levantamos y me dirigí a la habitación de invitados. Quité algo de ropa que estaba sobre la cama y la coloqué encima de la silla que reposaba aún lado. Me volví y le besé en la frente.
—Espero que tengas felices sueños.
—Gracias por ese beso de buenas noches. Hace mucho tiempo que nadie me daba uno así.
Le sonreí y me volví hacia mi habitación. Separé la sábana y tras apagar la luz me introduje bajo ella. Pensé en Diego. Se había mostrado como si nos conociéramos de toda la vida. Contándome sus aventuras y expresándose con su cuerpo con total naturalidad. Me gustaba que se sintiera así. Cuando ya me estaba quedando dormido, sentí pesó sobre la cama. Me giré y era él.
—¿Te importa qué duerma contigo? No me gusta dormir solo.
Separé la sábana y le invité a entrar.
—Claro que no me importa, cachorro.
Se tumbó dándome la espalda y cuando yo me iba a girar me cogió el brazo y se rodeó su pecho. Sonreí y le besé en el cuello.
—Ahora es hora de dormir.
—Sí. Ahora todo está bien —contentó en un susurro.