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Sentí un beso en los labios y al abrir los ojos contemplé aquella sonrisa llana y sus ojos vivarachos.

—Arriba dormilón. Es hora de reponer fuerzas.

—He dormido genial —estiré los brazos—. ¿Qué hora es?

—Las diez de la mañana y el desayuno espera en la mesa.

—Demasiado pronto para levantarse un domingo. Siempre se ha dicho que los domingos son para descansar y a mí me encanta perrear.

—Pues mueve el rabo y sal de la cama —apartó el edredón y se quedó mirando—. Aunque pensándolo bien, con esa erección que tienes…

—No. Vamos a desayunar —me incorporé.

—Joder, tú eres un extraterrestre. Con la edad que tienes y aún te levantas todo empalmado y… ese cuerpo. Yo de mayor quiero ser como tú.

—Si te cuidas, seguro que estarás mejor que yo.

Al salir al salón vi la puerta de la terraza abierta y en ella la mesa puesta con su mantel, dos servicios de desayuno, la cafetera a un lado, un cartón de leche y en un plato en el centro, una gran cantidad de churros.

—¿Has salido a comprar churros?

—Sí. Tú ni te has enterado de que me levantaba. Roncabas como un oso.

—Yo no ronco.

—Eso dicen todos —se rió—. Es cierto, no roncabas, pero ni te moviste.

Nos sentamos en la mesa y contemplé su desnudez.

—Si has salido, ¿por qué estás desnudo?

—Para estar a tono contigo —volvió a sonreír mientras se llevaba un churro a la boca—. Además, ya te dije que siempre estoy en pelotas en casa cuando hace buen tiempo.

—Tendrás a todos los vecinos escandalizados.

—Sobre todo al que vive en el cuarto. Un día subió a preguntarme no sé qué coño y yo no me di cuenta que estaba en bolas. Mientras hablábamos dentro de casa, por la forma en que me miraba, me percaté que estaba en pelotas. Le expliqué que era nudista y bla, bla, bla… —Se llevó de nuevo el churro a la boca—. Pocos sábados o domingos cuando llega el buen tiempo, no se presenta con alguna escusa. Sé que busca rollo, pero paso. Es demasiado jovencito.

—¿Cuántos años tiene?

—Unos 28 años.

—Más o menos como tú.

—Sí, pero para mí es joven. A mí me gustan los maduros… Como tú —sonrió y mojó el churro en su café ofreciéndomelo.

Le di un mordisco al churro mientras le miraba fijamente.

—No me mires así, cabrón. Que aunque tú seas perro viejo, yo sé mucho de la vida.

—No lo pongo en duda. Si hubieras sido un niñato, no me hubiera acostado contigo.

—¿No te gustan los jóvenes?

—Nunca he tenido un gusto determinado por los tíos. Lo único que he pedido a un tío cuando he estado con él, es que tenga un mínimo de conversación y me haga sonreír. Nada más. A mi última pareja le sacaba 27 años y aunque nos llevamos, ahora, bien como amigos, no encajábamos como pareja. Demasiada diferencia de edad.

—Bueno, tú y yo no nos sacamos tanto. Además yo soy muy maduro.

—Insinuaciones a estas horas de la mañana y con el sol que nos está dando, pueden ser peligrosas.

—Tú sí que tienes peligro. De verdad, me gustas y no sólo sexualmente. Me gusta como eres: Maduro y con ese toque juvenil en el vestir y comportarte. Espero que seamos buenos amigos.

—¿Sólo amigos?

—¿Quién provoca ahora a quién?

Nos reímos los dos y terminamos de desayunar en silencio. La mañana resultaba muy calurosa y allí, en aquella terraza, uno se sentía muy a gusto. Desnudos, desayunando y sin prisas. Recogimos todo y lo llevamos a la cocina. Regresamos a la terraza con un cigarrillo cada uno y nos apoyamos sobre el balaustre, mirando hacia abajo. Las copas de los árboles nos impedían ver a la gente que caminaba por las aceras, aunque desde aquella altura, poco se podía divisar.

—Qué tranquilidad se respira.

—Sí. Es lo que más me gustó de esta zona. Apenas conozco a cuatro vecinos con los que he mantenido breves palabras. Cada uno va a su historia.

—Salvo tu vecino del cuarto.

—Bueno, ese va a parte —sonrió y se acercó el cigarrillo dando una calada—, se me está ocurriendo una idea —me miró fijamente.

—Te temo.

—¿Por qué no nos acercamos a La Pedriza y tomamos el sol? Allí se puede estar en pelotas y quiero poner moreno mi culo.

—Tu culo está bien así —le azoté.

—Pues a mí me encanta estar muy bronceado y sin marcas.

—No crees que es demasiado tarde.

—No. ¿Tienes prisa?

—No. Los niños no se me caen de la cuna.

—Pues vamos —entró y se dirigió a la habitación.

Sacó una pequeña mochila e introdujo en ella dos toallas. Extrajo dos camisetas de uno de los cajones del armario: una blanca y otra negra. Me lanzó la blanca. Luego tomó dos pantalones cortos: Uno vaquero y el otro de chándal blanco con franjas rojas a los laterales.

—El vaquero para mí y éste para ti. Se ata con cordón y estoy convencido que te va perfecto.

—Puedo llevar mi ropa.

—No. Iremos cómodos. Coge las deportivas que quieras. Como puedes ver, tengo una buena colección de zapas. Es uno de mis vicios.

Los dos calzábamos el mismo número, así que con la camiseta de tirante, el pantalón de chándal y las zapas, en un momento me encontré vestido como un veinteañero.

—Tío, tienes que vestir más así. Joder, estás irresistible. Me voy a poner cachondo.

—No seas, cabrón —busqué en mi pantalón, saqué la cartera y la introduje en la mochila.

—¿Nos vamos? —preguntó.

—Sí. ¿No te pones la camiseta?

—No. La llevaré en la mochila. Hace demasiado calor.

Salimos de la casa. Nos subimos al coche y antes de ponerme el cinturón me despojé de la camiseta. Tenía razón, aquella mañana se había despertado más calurosa de lo normal. Seguramente a aquellas horas sobrepasábamos los 35 grados. Arrancó el coche, golpeó mi pierna y tras sonreírme emprendimos la marcha.

Durante el trayecto conversamos amigablemente. Gorka resultaba un tipo muy divertido. A todo le veía una doble intención y reía de forma estrepitosa cuando nadie le observaba. Durante aquel pequeño viaje aprendí a conocerlo. Era cierto. Era tan natural como se me presentó en el pub. Para él, estar a gusto con alguien, resultaba más que suficiente. Tal vez tuviese razón cuando me dijo que él sabía mucho de la vida. Tal vez había vivido incluso más que yo, pues a él le pilló otra generación donde aún no habiendo tanta libertad, la juventud se revelaba más y siendo gay, defender la homosexualidad, para muchos, formaba parte de una lucha por ganar. Batalla donde muchas victorias se habían ya conseguido, pero aún faltaba por abrir las mentes de los más… ¿Puritanos? ¿Conservadores? ¿Intolerantes? Yo les pondría otro calificativo que prefiero callarme en estos momentos.

Gorka hablaba mucho. Engarzaba un tema con otro con tal facilidad que me dejaba asombrado. Una palabra, una frase, le daba pie a otro tema y así continuaba con sus largos monólogos. Cuando se daba cuenta que sólo él hablaba, decía la misma frase: Lo siento, es que cuando me siento cómodo, hablo mucho. Es mi defecto. Yo no lo consideraba un defecto pues así me enteré de muchas cosas de su pasado, de sus sueños, de su infancia, sus amigos y familia. Era como un libro abierto y dispuesto a dejarse absorber. No tenía secretos que ocultar, todo lo vivido y experimentado formaba parte de su ser y así lo había asimilado: con naturalidad, con sencillez, con la normalidad que transpiraba con sus palabras, su mirada y su impresionante sonrisa.

Le observaba por el espejo retrovisor interior cuando quería mirar sus ojos y cuando se percataba de ello, me miraba sonriendo. Le devolvía la sonrisa y golpeaba mi pierna.

—Viejo zorro, me gusta estar contigo. Me haces sentir bien.

—Ya me he dado cuenta.

—He hablado mucho de mí, pero apenas conozco nada de ti. ¿Eres de esos tipos reservados o por el contrario me ofrecerás tu verdad?

—¿Qué quieres saber?

—No sé. En realidad todo y por otra parte… —aminoró la marcha—. Mierda, tenemos caravana para entrar.

—¿Queda mucho para llegar?

—No. Cuando pasemos esa barrera, algo más de quinientos metros. Si conseguimos pasarla, aparcaremos y vamos andando. Es un paseo y los dos tenemos buenas piernas para caminar.

—Me gusta caminar. Hace algunos años practicaba senderismo, pero luego ya no encontraba a nadie para hacerlo.

—Pues ya me puedes ir reclutando. Me apasiona andar, tanto como follar —se volvió a reír con una de sus sonoras carcajadas.

—¡Estás loco!

—Sí. Tal vez un poco —me miró serio—. Pero sólo lo necesario para aguantar el día a día en la ciudad.

Salimos del coche y nos fumamos un cigarrillo. Cuando algún coche traspasaba la barrera y nos dejaba un espacio determinado delante, Gorka entraba, se acercaba al coche que estaba delante y volvía a salir.

—Parece que todo el mundo ha decidido venir hoy a tomar el sol —comentó.

—Mira el día que hace y la gente está deseando salir de la ciudad.

—Qué lástima que Madrid no tenga playa. En eso envidio a los catalanes que en plena ciudad tienen playas. Barcelona me apasiona por ese motivo.

—¿Sólo por eso?

—No. Barcelona tiene muchos encantos —sonrió—. Voy frecuentemente y nadie me quita mis paseos por las Ramblas, partiendo de la plaza de Cataluña hasta llegar al monumento de Colón. Que ese sí es un buen paseo. Luego me acerco al puerto y disfruto del olor a mar. Al final siempre termino comiendo en alguno de los típicos restaurantes en el paseo de Gràcia y el pan tumaca con su jamón serrano encima y un buen vino, nunca faltan en el aperitivo.

—Me vas a despertar el hambre.

—A mí me despiertas otras cosas viendo como brilla tu pecho por el sudor. Me excitas mucho.

—Deja de excitarte y subamos al coche, ya sólo quedan dos por entrar.

—Menos mal. Pensé que pasaríamos aquí toda la mañana.

Entramos en el coche y pasados unos diez minutos conseguimos traspasar aquella barrera. Buscamos un aparcamiento y nos dirigimos al bar para coger unos bocadillos. La salida de casa había sido tan rápida que no reparamos en la comida. Pedimos dos bocadillos de jamón serrano y cuando Gorka vio el pan al estilo payés en el que nos lo iban a preparar, gritó al camarero:

—Disculpa. Antes de que hagas los bocadillos, una pregunta: ¿Tienes tomate natural maduro?

El camarero le miró extrañado:

—Sí. ¿Quiere que añada tomate al bocadillo?

—No. Mejor… Si no te importa los preparo yo. Necesito uno o dos tomates maduros, aceite de oliva, sal y ajo.

El chico sonrió:

—Si quieres te preparo yo mismo el pan tumaca. Los bocadillos los suelo comer así.

—Te lo agradezco, pero me gustaría enseñarle a mí amigo como se hace.

El camarero colocó sobre un plato grande las lonchas de jamón serrano, tostó un poco el pan, añadió dos tomates crudos y nos lo entregó con una botella de aceite de oliva.

—Sólo tengo ajo en polvo.

—Me puede servir.

Tomamos todo y nos sentamos en una mesa. Gorka me miraba con cara de entusiasmo.

—El ritual es muy fácil. Primero se coge el ajo, normalmente natural y se restriega por el pan, nosotros echaremos un poco de este polvillo. Ahora coge medio tomate y unta bien todo el pan, las dos rebanadas.

Lo hice tal y como él lo estaba ejecutando. Luego tomó la sal y saló a su gusto y yo repetí la acción, terminando la operación con el chorro de aceite de oliva.

—Perfecto —comentó—, y ahora pongamos el jamón sobre ello y obtendremos, no sólo un manjar exquisito, sino muy nutritivo.

—Esto ha sido todo, señoras y señores. Desde estas tierras, el chef Gorka les ha presentado su receta de pan tumaca.

—No te burles. Ya verás cuando lo comas.

Nos acercamos a la barra y le dejamos el plato con los desperdicios. Nos entregó un trozo de papel de aluminio y después de envolverlos, pedimos una botella de agua grande fría y dos refrescos de cola. Pagamos y salimos.

—Ahora nos toca andar —comentó—. Se colocó la mochila a la espalda y comenzamos el paseo.

Caminamos entre aquellas rocas. El paisaje se me antojaba misterioso, desértico y más con aquel día de calor. Nos internamos entre pasillos de rocas, subimos y bajamos algunas de ellas. Muchos de los rincones en los cuales se podía estar cerca del río, estaban ya ocupados por familias. Seguimos caminando. El sudor comenzó a hacer acto de presencia en nuestros cuerpos. Gorka iba delante. Su espalda brillaba y le confería un aspecto excitante, cuando al hacer fuerza con su cuerpo y brazos al subir alguna de aquellas rocas, sus músculos se marcaban. De vez en cuando miraba hacia atrás y sonreía.

—Venga viejo. Que esto es un paseo.

—¿Viejo? Este viejo te va a dar mucha guerra.

—Eso espero. Ahora que te he conocido, no quiero que estires la pata en dos días.

—¡Qué cabrón! Date vida, que no me cansa el camino, sino el sol que nos está atizando.

—Cuando encontremos un sitio, nos daremos un buen baño y luego… Luego ese bocata que nos está diciendo: cómeme, cómeme.

Bajamos por un pequeño camino y entre unos árboles, nos encontramos con una gran roca plana en medio del río que la rodeaba.

—Mira que lugar más cojonudo. Ya hemos llegado.

Dejó la mochila y se desnudó. Yo hice lo mismo. Saqué las dos toallas y las extendí encima de la roca. Antes de que me diera cuenta, Gorka se había lanzado al agua.

—¡Ven conmigo! —Me gritó—. El agua está muy buena.

Descendí por la roca poco a poco, introduciéndome en el agua que en contraste con el fuerte calor de la piel, me resultó en un principio fría. Me acerqué a Gorka y éste me rodeó con sus brazos. El agua nos cubría hasta el cuello. Me besó.

—¡Gorka! Nos puede ver alguien.

—¿Qué problema hay que nos vean besarnos? El que quiera que mire y el que no, que se de la vuelta.

—Estás loco —rodeé su cuerpo con mis manos acariciando su espalda y sus redondas y firmes nalgas.

—Te aproximas a la zona de peligro. Que aunque el agua esté muy fría, yo me caliento enseguida.

—Tienes razón. Salgamos y comamos. Tengo hambre.

—Yo sí que te comería a ti —me volvió a besar.

—Ya habrá tiempo de eso en lugar seguro.

Salimos del agua. Nos dejamos secar por el sol que sobre aquella roca caía a plomo. Sacamos la botella de agua y los bocadillos. Di el primer mordisco al bocadillo y Gorka me miró.

—Está muy bueno. Pero que muy bueno.

—Lo sabía, y además de realzar el sabor del jamón, le da ese toque fresquito que ayuda a pasarlo mejor con este calor.

Apenas habíamos dado unos bocados, cuando cuatro chicos irrumpieron por un lateral. Se colocaron entre unos árboles en el césped frente a nosotros, se desnudaron completamente y entre risas y gritos se lanzaron al agua. Jugaban y chapoteaba y entre medio de todo aquel ir y venir de aquellos cuerpos, algunas caricias se dejaban entrever entre ellos. Luego salieron y al igual que nosotros, se dispusieron a comer sus bocadillos. Uno de ellos se quedó mirándonos y aquellos ojos me resultaron familiares. Al apoyarse sobre uno de sus codos mientras continuaba con su bocadillo, llegó a mi mente la imagen del chico que había visto en Internet aquella noche en la página de Bakala.

—¿No decías que no te gustaban los jovencitos?

—Es que a ese chico, que está recostado, le vi en una página de contactos en Bakala.

—Ese chico es un chapero.

—¡¿Cómo?!

—Sí, él y el chico rubio son chaperos, a los otros dos no los conozco, pero seguramente también lo serán.

—¡Qué lástima! Tan jóvenes y…

—Porque son jóvenes se pueden permitir vivir de su cuerpo. Además está bueno el condenado, no me extraña que te fijaras en él.

—Cuando vi su foto me inspiró una cierta ternura. Su mirada refleja tristeza. Está cargada de recuerdos.

—No sabía que pudieras interpretar las miradas. Pero es cierto, en su hermoso rostro, su mirada tiene ese atisbo de tristeza.

—Siempre me he preguntado, cuando he visto alguno en la calle buscando clientes, qué les ha llevado a ello.

—Tal vez la falta de estudios, el huir de sus hogares en busca de un futuro, algunos que les han echado de casa cuando se han enterado que son gays… Vete tú a saber. Aunque sé que algunos lo hacen por vicio y porque llevan una vida por encima de sus posibilidades. Pero desde luego que no es una vida para un joven. Pero como sigamos así con el puto paro, hasta yo me veo vendiendo mi cuerpo.

Le miré.

—Pues te ganarías la vida. Tienes un cuerpo atractivo y follas bien en los dos sentidos. Así que esa profesión podría ser tu futuro.

—¡Eres un hijo de puta! —golpeó mi hombro con su puño.

—Controla la fuerza cabrón, que me has hecho daño.

—Es que te lo mereces.

—Era broma. Soy muy bromista. Ya me irás conociendo.

—Eso espero. Quiero aprender a conocerte bien.

Terminamos de comer nuestros bocadillos y decidimos tumbarnos, para broncearnos un poco, sobre las toallas. El sol ejercía su trabajo calentando nuestras pieles y nos dejamos acariciar. Poco a poco, el cansancio de la caminata nos fue sumiendo en un apacible sueño.