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Aquel día, como otro cualquiera, andaba husmeando por Internet. Me aburría y decidí entrar en la página de Bakala para mirar algunos perfiles. Después de un tiempo determinado, en el que mantuve algún que otro mensaje con varios desconocidos y otros conocidos, di con uno de un chico que me provocó morbo. La primera frase de su descripción decía: «Nacido para dar placer». Luego continuaba con sus detalles físicos: Fibroso, metro setenta y cinco, piel blanca, depilado, setenta kilos, ojos color miel y pelo castaño corto. Curiosamente era uno de esos perfiles donde no mencionaba el tamaño de su pene ni su rol. Por las fotos, aparentaba tener unos 22 años.

Me detuve un rato en una de aquellas fotos: estaba completamente desnudo, con su mano derecha tapando sus atributos y sonriendo a la cámara. El lugar donde estaba tomada la foto: la Casa de Campo y la blancura de su cuerpo me sedujo. Pinché para enviarle un privado y lo cerré.

No. Era demasiado joven y aunque a mis cincuenta y dos años me conservo muy bien, la época de estar con jovencitos ya había pasado. Mi última relación con un joven unos meses atrás, aún me dolía en el alma y los recuerdos estaban demasiado vivos como para intentar una nueva locura.

Me deleité con aquella foto. Su sonrisa y sus ojos cautivaban. Parecían decir: «Ven, acércate y descúbreme. Yo también busco lo mismo que tú». Pero en realidad, yo no sabía que buscaba en aquellos momentos.

Era de esos maduros gays que ya había vivido demasiadas experiencias, demasiadas historias y con fuertes cicatrices en el corazón que algunas noches se reabrían. Él era joven y con toda una vida por vivir y yo… Yo entraba en aquellas páginas como un viejo verde. Aunque nunca me había considerado así. No, yo no babeaba delante de los jóvenes cuando veía sus cuerpos definidos, musculosos o simplemente cuerpos de juventud. No, admiraba la belleza, aunque cada vez más la interior que la exterior, tal vez por la edad, tal vez por todo lo vivido, tal vez…

Anoté el nombre del nick y cerré la página. Continué fisgoneando por otras páginas hasta que me entró el sueño y cerré el ordenador. Me desnudé, apagué la luz y me introduje en la cama. En las sombras de la habitación la sonrisa de aquel chico y sus ojos volvían a mí, y pensé cuando yo era más joven, con mis veintiuno o veintidós años, cuando empecé a tener mis primeras relaciones sexuales con hombres. Sí. Empecé tarde como muchos de mi edad. Comencé tarde por una educación y una represión donde la sexualidad entre hombres era un pecado, un castigo divino y donde ser maricón, representaba la peor de las enfermedades. Ahora, afortunadamente los jóvenes lo tienen más fácil, pero sólo los más osados, en aquel entonces, se atrevían a entrar en los locales destinados para gays y muchos con el miedo de que al salir, algún grupo incontrolado y borracho, les dieran una paliza.

Recordaba aquella primera vez: Paseaba por el retiro con mi cocker. Creo recordar que era el mes de junio. Sí, era junio. Al mes siguiente era mi cumpleaños. Aquella tarde mientras Rizos corría alrededor mío con un palo en la boca, yo disfrutaba de la agradable temperatura y me desprendí de la camiseta. Rizos dejó el palo en el suelo y me ladró.

—Está bien pequeño. Vamos a jugar un rato.

Entramos en una parte de césped donde no había gente y comencé a tirarle el palo a cierta distancia, la suficiente para que él corriese y no molestara. A los diez minutos aproximadamente se acercó un chico corriendo, con pantalón corto de deporte, con sus deportivas, la camiseta sujeta al pantalón y alrededor del cuello una toalla blanca. Se sentó, casi a mi lado, apoyándose contra un árbol y se liberó del sudor del cuerpo con la toalla. Yo continué con los ejercicios de Rizos, hasta que se cansó, dejó el palo al lado de mis pies y me miró.

—¿Ya está? ¿Tienes suficiente por hoy?

Rizos me ladró.

—Está bien. Ahora descansemos.

Me senté y Rizos hizo lo mismo al lado mío.

—Parece que entiendes bien a tu perro —me comentó aquel chico.

—Sí. Es mi más leal compañero.

—Sí. Son fieles, no como nosotros.

—Bueno, tampoco es cuestión de generalizar.

El chico colocó de nuevo la toalla alrededor de su cuello y me miró.

—Suelo venir por aquí todas las tardes a correr un poco. No te había visto nunca.

—¿Eres deportista?

—No, pero me gusta mantenerme en forma. Me gusta cuidarme un poco. A ti también se te ve en forma.

—Gracias —le sonreí—. Cuando llega el buen tiempo suelo salir a primera hora de la mañana a pedalear un rato.

—Ya me lo parecía. Tienes piernas de ciclista. Disculpa si soy tan atrevido. Pero siempre digo lo que pienso —se levantó y se sentó mi lado—. Me llamo Luis.

—Mi nombre es Ángel —le ofrecí la mano y nos la estrechamos.

Tenía una mano fuerte y no dejó de mirarme mientras continuamos con aquel acto que duró algo más de lo normal.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

—Claro.

—¿Eres gay?

—Sí. Lo soy —le contesté con total naturalidad

—Yo también —se tumbó—. Te he visto entrar y me resultaste atractivo.

—Gracias. Pero no soy nada del otro barrio.

—Me gusta la gente normal y los cuerpos normales. Si se cuidan un poco, mejor. Pienso que es importante para nuestra salud.

Rizos jugó alrededor de Luis. Le colocó sus patas delanteras en el pecho y le lamió la cara. Luis se rió.

—Creo que le gusto.

—Es muy cariñoso y sabe a quien acercarse.

—¿Y a ti?

—A mí, ¿qué?

—Si te gusto.

—Si eres directo, sí —sonreí—. Sí. Pareces un buen tipo.

—Lo soy y si te soy sincero, creo que nos podríamos llevar bien.

—Tal vez, pero te diré que yo no… Nunca he estado con un tío.

—¿Un virgen suelto? ¿Aún existís? —se sonrió incorporándose.

—Virgen no —sonreí—. Pero con los tíos nunca he tenido relaciones.

—Eso me provoca morbo. Un hetero declarándose gay y sin haberlo probado con un hombre —se rió a carcajadas.

Su risa resultaba agradable y un tanto contagiosa. Luis mediría un metro setenta y cinco como yo. Destacaba la blancura de su piel, sus pezones pequeños y sonrosados, el vello suave de sus piernas y torso. Todo, al igual que su pelo, en color negro. El cabello lo llevaba a media melena, ligeramente ondulado, suave y muy brillante. De complexión muscular media. Torso muy ancho, vientre ligeramente marcado, cintura algo estrecha, brazos fuertes, pero no definidos, en contraste de sus piernas muy voluminosas y marcadas. Como él había dicho, era un chico que se cuidaba, pero para nada se obsesionaba con su cuerpo.

Se levantó y yo hice lo mismo. Rizos correteó alrededor de los dos. Luis miró a los lados y me lanzó un beso tímido a los labios, mientras me golpeaba el pecho.

—Me gustas tío, aunque suene atrevido y me gustaría conocerte.

—¿Por qué no? Aunque te advierto, no soy muy fiestero.

—Eso está bien. Yo tampoco soy de salir mucho, aunque de vez en cuando me desfaso bailando.

—Yo no sé bailar, pero…

—¿Te apetece ir esta noche? Conozco una discoteca cerca de Sol, en la calle Arenal. No es gay, aunque entre la fauna que se concentra, hay de todo. En realidad estamos por todos los sitios —se volvió a reír—. Somos más de los que la gente cree.

—Bien. Me apetece salir un rato.

Dimos un paseo tranquilo. De vez en cuando rozaba mi mano con la suya y me sonreía. Yo le devolvía la sonrisa y si por una parte, interiormente me sentía algo nervioso, me atraía aquella situación. Me agradaba la forma de ser de Luis, al menos en aquel primer contacto. Un chico normal, directo y con una sonrisa que me gustaba. Acordamos quedar a las doce de la noche al lado del Oso y del Madroño, como todo el mundo que desea encontrarse con alguien. Nos despedimos, llegué a casa con Rizos, conecté la televisión como siempre, para sentirme acompañado. Abrí una lata de comida y se la serví a Rizos en su recipiente. Me desnudé, me duché y luego frente al espejo, algo empañado por el vaho, me observé: Mi complexión, al igual que la de Luis, era media. Mi cuerpo exento de vello, mis pectorales marcados pero no voluminosos, mi vientre dibujado ligeramente y como había dicho Luis, las piernas bien trabajadas por el ejercicio de la bicicleta. Al contario que Luis, llevaba el pelo más corto, y me gustaba conservar la barba de unos días. Me daba ese toque varonil ¿Por qué Luis se habría fijado en mí? Me hacía sentir bien. Nunca nadie se había acercado a mí de esa forma, ni me había hablado con tanta sinceridad. Me pasé la mano por la barba y decidí rebajarla un poco. Tomé la maquinilla, la coloqué en el número indicado y la pasé por toda la barba. Sí. Tenía una cita, mi primera cita con un hombre. ¿Cómo actuaría ante aquella situación? De momento el primer encuentro resultó normal y esperaba que aquella noche también lo fuera.

Llevaba un año viviendo sólo. Mis padres pensaron que era importante, aunque dependiera de ellos económicamente, que aprendiera a ser independiente. Mis estudios me estaban volviendo loco y salvo en raras ocasiones, no salía de casa. En el hogar me encontraba cómodo. Apliqué desodorante en mis sobacos y alrededor de mi torso y luego unas gotas de perfume a los dos lados del cuello. Rizos había terminado con su comida y me miraba.

—Tengo una cita pequeño ¿Qué te parece Luis?

Rizos ladró una vez y movió la cola.

—Sí, a mí también me parece un buen tipo —suspiré—. Espero que seamos amigos. Necesito un buen amigo. Siempre he sido un tipo solitario y el hombre no está hecho para estar solo.

Rizos volvió a ladrar y me acompañó a la cocina. Saqué del frigorífico un trozo de empanada que me había traído mi madre y la calenté en el horno. Me senté en una de las sillas del comedor y degusté la cena con un refresco. Volvía a mi mente la sonrisa de Luis. Era un tonto romántico, cuatro palabras me hacían sentir feliz, unas miradas furtivas provocaban sensaciones extrañas dentro de mí y recordar el roce de su mano contra la mía, hacía que el vello de mis brazos se erizara. Recogí el plato, los cubiertos y la botella del refresco y lo llevé a la cocina. Tiré los desperdicios y el resto lo coloqué en el fregadero.

En la habitación me reflejé en el espejo de cuerpo entero que tenía a un lado y me detuve por unos instantes. Acaricié mi piel. Toqué mis fuertes y duras nalgas y rocé mis genitales. No era un macho de película X pero a Luis le gustaban los tíos normales, por lo que había dicho. Mi polla no era muy grande pero a mí me gustaba: Circuncidada, con un glande sonrosado al igual que la piel fina que cubría el resto del tronco bien recto y cubierto con un pubis abundante negro y rizado. Mis testículos eran grandes. Me excité y con el reflejo de mi imagen y el pensamiento de Luis me masturbé. El semen salpicó el espejo y cayó en ligeros chorretones mientras sonreía a mi imagen. Limpié el espejo con papel higiénico y luego lavé de nuevo mi pene. Aproveché para limpiarme los dientes y luego me vestí. No sabía si la discoteca tenía código de ropa o no, así que me decanté por unos vaqueros de marca, una camisa blanca y mis zapatos negros con calcetines negros. Desabroché la camisa hasta mostrar parte de mi torso. Deseaba mostrarme sexy ante Luis. Miré el reloj y tras unas caricias a Rizos, salí de casa.

Caminaba por la Gran Vía. La noche resultaba muy agradable. Una brisa del sur me acompañaba y la multitud que se cruzaba conmigo resultaban ajenas. El corazón me latía con más fuerza de lo normal: Estaba nervioso. Era mi primera cita. El primer encuentro real con alguien que aún desconocía. Bajé por la calle Preciados. Las tímidas luces de los escaparates creaban sombras de los transeúntes. Un joven se encontraba sentado en las escaleras de los grandes almacenes tocando la guitarra y pidiendo una limosna. Saqué una moneda y la dejé sobre su gorro de lana negro. El chico levantó la mirada y me sonrió. Llegué a la plaza de la puerta del Sol. Miré al reloj que estaba a punto de dar las doce. Las doce de una noche distinta a la tan conocida en cada cambio de año. Pero para mí, llegar a aquella hora, resultaba en ese instante más mágico que el cambio de año o que el cuento de la cenicienta. Por lo menos al dar las campanadas no tendría que huir, sino todo lo contrario. Surgiría el encuentro. Me recosté contra el gran bloque de piedra que en lo alto sostiene: El Oso y el Madroño y continué mirando al reloj. Sonó el cambio de hora y una sombra se acercó a mí.

—Buenas noches.

—Buenas noches —contesté al verlo al lado mío.

Estaba muy guapo: llevaba también unos vaqueros muy ajustados que le marcaban muy bien sus glúteos y el paquete. La camisa negra abierta prácticamente igual que la mía y zapatos negros. Su melena brillaba y el viento la agitaba ligeramente.

—No estaba seguro que vendrías. Tal vez fui demasiado impulsivo diciendo…

—No —le interrumpí—. Me gusta la gente directa y sincera y si te digo la verdad, estas horas he estado pensando en ti y… Estoy algo nervioso.

—No tienes por qué estarlo. No haremos nada que tú no quieras. Ya te he dicho que me apetece conocerte. No sé. Me sugieres muchas cosas.

—Soy un tío muy normal. Tal vez demasiado normal.

—Todavía es pronto para ir a la discoteca ¿Qué te parece si vamos a la Plaza de Santa Ana y nos tomamos algo en alguna de las terrazas? Hace una noche perfecta para conversar bajo las estrellas.

Nos pusimos a andar.

—Pocas estrellas podemos ver, desgraciadamente, en la ciudad.

—¿Te gustan las estrellas?

—Me gusta la naturaleza y sobre las estrellas poco sé de ellas.

—Una noche podemos alejarnos de la ciudad. Tengo coche. Y mirar las estrellas.

—Sí —me encogí de hombros—. ¿Por qué no?

Ya en la plaza de Santa Ana nos sentamos en la terraza de una cervecería. Nos sirvieron y nos quedamos por unos instantes en silencio.

—Me gustaría conocer cosas de ti.

—No hay mucho que saber. Soy hijo único, mis padres son dos tipos increíbles. Vivo solo hace un año y como todos: soy estudiante.

—Que rápido resumes tu vida.

—Es que no hay mucho más. Te lo digo en serio.

—Amistades, aficiones, sueños…

—Conocidos unos cuantos, amigos ninguno. Aunque soy una persona bastante abierta, nunca he conseguido tener un buen amigo.

—No lo entiendo. Hoy cuando he hablado contigo, me has resultado una persona muy…

—Soy una persona muy normal. Pero… Verás… mi sexualidad.

—¿Has cerrado muchas puertas por sentirte como te sientes?

—Sí. Desde muy niño supe que me gustaban los hombres. Intenté luchar contra esa sensación. Salí con un par de chicas y en la cama… en la cama resulté un fracaso total —me sonreí—. Ellas decían que no lo hacía mal, pero reconozco que no era lo mío. No sentía placer penetrando a una mujer. No sentía nada acariciándolas y besándolas. Reconozco que existía un cierto estímulo, pero cualquier animal tiene estímulos cuando está en ese proceso evolutivo.

—Te entiendo. Yo ni siquiera he besado a una mujer. Al igual que tú, desde muy niño sabía que era homosexual. ¿Tus padres lo saben?

—Sí. Después de varios intentos con las chicas, como te comentaba, una noche mientras veía la película de la tele con mi madre, mi padre se había acostado porque madrugaba, le dije que tenía algo muy serio que contarla y que esperaba que me entendiera. Me miró por encima de sus gafas de leer y dejó el jersey que estaba haciéndome.

—¿Qué te inquieta?

Me levanté y miré a través de los cristales de la ventana. Era una noche de otoño. Fuera llovía y el viento soplaba con fuerza moviendo las copas de los árboles que bordeaban las aceras. Me volví y me apoyé:

—Creo que soy maricón.

—¿Lo crees o lo sabes?

—Lo sé —contesté con la mirada triste.

Suspiró y se quitó las gafas.

—¿Por qué lo sabes? —su voz no había cambiado de tono y eso me aportó seguridad.

—Has conocido algunas de mis… digamos novias —ella asintió con la cabeza—, pero con ninguna de ellas ha funcionado. Cuando nos besamos resulta muy frío y cuando he hecho el amor con algunas de ellas, al menos yo no he sentido el placer que debería experimentar. En cambio, cuando veo a algún chico, me entran unas ganas irremediables de volver a mirarlo cuando pasa. Si veo un torso a través de una camisa abierta, siento cierta excitación y… Creo que entiendes a lo que me refiero.

—Claro que te entiendo. ¿Por qué me lo estás contando?

—Porque quiero que me aconsejes. Contigo siempre lo he hablado todo desde niño y…

Mi madre sonrió y se volvió a poner las gafas retomando con su labor.

—Descubre quien eres y si te gustan los hombres, se reservado. Ya sabes como opina la sociedad.

—Si yo se lo cuento a mis padres me matan.

—Tal vez no.

—Te aseguro que sí. Mi padre no soporta a los maricones. No sabes como habla de ellos. Le ponen enfermo y mi madre… Mi madre es peor. Le digo a mi madre que soy maricón y me tira por la ventana. Ella que espera que su hijo la haga abuela. Ella que está deseando que conozca a una mujer y me case, forme una familia y vivamos en el piso que ya nos tiene asignados. Si hasta me está haciendo un ajuar. Sí, a mí. Tengo de todo: Sábanas bordadas, mantelerías, paños de cocina con mi nombre… En fin —me miró.

—¿Te quieres casar conmigo? Veo que eres un buen partido —me reí.

—No te rías, tío. Te lo digo en serio. Me quieren mucho, pero en cuanto a exponer la libertad de mi sexualidad, me tocaron los peores padres del mundo.

—Mientras seas discreto.

—Estoy cansado de fingir —su rostro cambio de expresión—. Quiero ser libre y ser yo mismo, dentro y fuera de casa. Pero siempre tendré la sombra de mis padres y esas palabras de odio hacia los semejantes como nosotros.

—Ya verás cómo lo consigues.

—Sí. En el siglo XXI y para eso aún quedan 20 años.

—Nunca es tarde si la dicha es buena.

—No me sueltes refranes esta noche que te golpeo.

—Pues si que empieza bien nuestra cita. Te cabreas contigo mismo y me amenazas. No. No eres el tipo de hombre que busco como amigo. No me gusta la violencia —le comenté intentando quitar hierro al asunto.

—A mí tampoco y tienes razón. Me estoy enfadando conmigo mismo, cuando en realidad deseaba causarte una buena impresión esta noche. ¿Sería muy atrevido si te dijera que me gustas?

—No, porque ya lo has dicho. Y sinceramente, prefiero que salga de ti las cosas naturales y no intentes adornar nada para complacerme. Como eres, a mí también me gustas y lo que has conseguido es quitar los nervios que me hacían bailar por dentro.

—Eso es. Iremos a bailar. ¿Sabes? Cuando bailo el mundo cambia. Las preocupaciones desaparecen. Esa sensación de dejarme llevar por la música en una pista de baile, de que mi cuerpo cobre otra dimensión —suspiró y cerró los ojos—. Me enloquece.

—¿A qué te dedicas?

—De día soy un magnífico estudiante de Empresariales y después… Después intento ser yo mismo. Algunos fines de semana bailo con un grupo. Nos suelen contratar en algunas salas de baile y discotecas.

—¿Y pretendes qué yo baile contigo esta noche?

—Claro que sí y me sorprenderás —sonrió.

Aquella primera conversación continuó en un tono distendido. Le había hecho olvidar por unos instantes la tensión antes acumulada. Los jóvenes de hoy juegan con ventaja y cuando les veo de la mano por algunas calles, abrazados en algún pub o besándose entre los árboles de un parque, pienso por qué este cambio no llegó antes. En aquel entonces, en aquel año 1980 y aunque la sociedad estaba evolucionando, nos faltaba a todos mucho camino por recorrer. No debemos nunca renegar del pasado aunque nos duela, porque de los errores se aprende y creo que nosotros lo hemos hecho, aunque todavía sigamos caminando.

Como él había planeado, nos fuimos a bailar. En aquella discoteca le conocía casi todo el mundo. Me presentó algunos de sus amigos con los que bailaba, como él me había comentado instantes antes. Los camareros no permitieron que pagáramos ni una copa. Luis correspondió subiéndose al escenario y con sus movimientos provocó a los asistentes a llenar la pista. Allí arriba parecía un Dios. Los focos le iluminaban y cuando sonó: Lightning de Grease, sus tres amigos subieron al escenario. Los focos giraban de lado a lado, las luces destallaban sobre ellos y Luis, como Danny Zuko, algo más adelantado a ellos, BAILÓ, y lo pongo en mayúsculas porque levantó a todos los que estábamos en la pista. Todos imitábamos sus movimientos. Todos a una, extendíamos el brazo y lo llevábamos de un lado a otro, como los personajes de la película. Al finalizar el tema los asistentes corearon su nombre. El pinchadiscos, como entonces llamábamos a quien ponía la música, gritó:

—Ellos son: Luis, Pedro, Roberto y Fernando. ¡Sois los mejores!

La música continuó, Luis bajó y me abrazó. Estaba empapado en sudor.

—¿Te ha gustado?

—Eres sorprendente ¡Joder tío, como bailas! Todos te estaban imitando.

—A mí no. Imitaban al gran John Travolta. Otro día me veras bailar: Fiebre del sábado noche. Lo hago mejor que Tony Manero.

—Me lo creo.

—Vamos a tomar una copa. Estoy seco.

—No me extraña —le comenté mientras salíamos de la pista—. Has perdido todo el líquido de tu cuerpo.

Se desabrochó la camisa y contemplar su torso brillando por el sudor y el vello pegado a su piel, me excitó. Le pasé la mano disimuladamente.

—Estás empapado.

Acercó su boca a mi oreja:

—Me gusta que me acaricies así.

Llegamos a la barra y le sirvieron las copas. Me agarró de la mano y me obligó a subir las escaleras que había a un lateral. Llegamos a la parte de arriba. La más oscura, donde estaban los privados. No. No era un cuarto oscuro, eran privados, los clásicos de aquellos años en las discotecas. Un espacio que se separaba con tabiques y entre los que se encontraban mesas y asientos amplios, como pequeños sofás. Nos acomodamos en uno de ellos. Los sones de la música llegaban como un susurro y nos permitían hablar, aunque Luis no buscaba hablar.

Al poco de sentarnos, los dos en el mismo asiento, sentí su mirada con una intensidad que me estremeció. Me abrazó como percibiendo mi nerviosismo y buscó con sus labios los míos. Sentí el calor de su boca, la humedad de su lengua y me dejé llevar. Una explosión de sensaciones me nubló. Mientras nuestras lenguas se entrecruzaban y nuestra saliva se mezclaba, mis pensamientos se perdieron y el tiempo se detuvo. Nada existía a nuestro alrededor. Nada más que nuestros cuerpos, nuestras bocas y nuestras manos. Pronto los dos nos desprendimos de las camisas sin saber cómo y al sentir su piel aún húmeda pegada a la mía cálida, me estremecí. Dejó de besarme y me miró.

—No pares —le susurré—. Bésame.

De nuevo nos fundimos y por primera vez sentí el amor de un hombre. Por primera vez sus caricias, por primera vez su piel pegada a la mía y los corazones rompiendo el sonido del lugar. Golpeando como tambores y recreando una danza que nuestras lenguas entendía. Separó de nuevo su boca de la mía. Tomó con sus manos mi rostro y sonrió.

—Sí. Eres tú al que he estado buscando. Lo intuí cuando te vi en El Retiro, pero ahora tus besos me lo confirman. Por favor, nunca te alejes de mí. Sé que te haré feliz.

—Enséñame y yo te haré feliz también a ti.

—Ya lo haces. Me estás entregando más esta noche, de lo que jamás he sentido con nadie —besó tímidamente mis labios y se separó. Tomó su copa y bebió de ella.

—Ya te has cansado de besarme.

—No. Nunca me cansaré de besarte… Me gustaría… No sé como decírtelo.

—¿Te faltan las palabras? —le pregunté con cierto sarcasmo.

—No. Es que… Me gustaría tenerte en la cama —tomó otro trago y me miró—. Espero…

—Vamos a casa. Estaremos más cómodos.

—No quiero…

—Yo sí. Tal vez sea una locura. Nos acabamos de conocer, pero…

Me interrumpió con un nuevo beso.

—Te deseo.

Nos levantamos, bajamos y se despidió de sus amigos y algunos conocidos. Salimos al exterior y respiró con profundidad.

—¿Estás seguro? Podemos ir a otro sitio. Seguir la noche y…

—Estoy seguro. Quiero sentir todo tu ser. Quiero que desnudos nos besemos y que por primera vez…

—Dejemos a la noche hablar, ella nos indicará lo que debemos hacer.

Llegamos al portal tras un agradable paseo. Mientras me contaba cosas sobre él, pensaba que sucedería cuando estuviésemos los dos solos en casa. ¿Estaría preparado para aquel instante? No habíamos hablado en ningún momento de nuestro rol sexual y…

—Has estado muy callado durante el camino.

—Te estaba escuchando.

—Te lo digo en serio. No tenemos porque dar este paso aún. Tenemos tiempo para…

—¿Por qué retrasar lo que los dos deseamos? Pero deberás tener paciencia conmigo. Soy un primerizo en el sexo con…

—No te preocupes. No haré nada que no te guste.

Abrí la puerta. El calor se había acumulado en la casa. Me dirigí a la habitación y abrí las ventanas de par en par. Me volví hacia él para decirle que se pusiera cómodo cuando sonreí, al ver que se despojaba de su camisa.

—¡Qué calor hace en esta casa! ¿No tienes un ventilador?

—No, no soporto esos cacharros —me acerqué y acaricié su torso cálido y lo besé.

—Estoy todo sudado, tío. Me daré una ducha, si no te importa.

—No. Yo también me ducharé. Así estaremos más frescos.

—Pues hagámoslo juntos —se sentó y se desprendió de sus zapatos. Se quitó el pantalón mostrándome su completa desnudez, pues no llevaba ropa interior. Se miró y sonrió—. Nunca uso ropa interior. Siempre me ha molestado.

—Estás más bueno de lo que pensaba.

Su polla era de unos 16cm, delgada y de una piel tan fina y blanca que se transparentaban sus discretas venas. El pubis muy abundante y sugerente. Sus nalgas, firmes y redondeadas, exentas de vello.

Se levantó y se acercó a mí. Su polla se empezó a poner dura. Comenzó a desabrocharme la camisa y besándome el torso bajó hasta los pantalones. Los desabrochó y los dejó caer. Mis piernas temblaban y sonrió. Metió las manos por el gayumbos acariciando mis nalgas y los quitó. Mi polla también había reaccionado. La tomó con las manos y sonrió:

—Es más gruesa y algo más grande que la mía. Te enseñaré a usarla.

—¿Eres pasivo?

—No. Soy versátil. Como deben de ser los hombres. El sexo es para disfrutarlo en su plenitud. ¿No crees?

—Sí. Aunque yo… —suspiré y me toqué las nalgas—. Este aún es virgen.

—No te dolerá. Ya ves —se la agarró—. La naturaleza me ha dado lo justo y me alegro. Nunca me gustaron los atributos demasiado desarrollados —se agachó y me la mamó.

—Vamos al baño.

Se incorporó y me besó con timidez, algo que me sorprendió en aquel momento. Luego descubrí que le encantaba besar de esa manera, de vez en cuando. Le tomé de la mano y entramos en el cuarto de baño. Abrí el grifo y controlé la temperatura. Me azotó en el culo.

—Tienes unas nalgas preciosas —se acercó y se pegó a mí. Sentí su fuerte erección y me estremecí—. Te deseo.

Acarició con sus manos mi torso y las apoyó en los muslos. Rozaba con su polla mis nalgas y besaba mi cuello. Su glande rozó mi ano y me incliné un poco agarrándome a los azulejos de la pared. Entró un poco. No sentí dolor y la sacó.

—No. No quiero que sea así —se introdujo en la bañera y tomando la ducha me mojó la cara—. Entra. El agua está muy buena.

Lo hice, nos enjabonamos el uno al otro. Por primera vez sentí la polla de un hombre en mi boca cuando tras acariciarla me agaché y cerrando los ojos la introduje en la boca. Él suspiró y se apoyó contra una de las paredes. Le agarré por sus firmes nalgas y estuve mamando un buen rato. Luego me separó y fue él quien emprendió el mismo ejercicio. Su boca era una delicia. Me sentía en la gloria y percibí que me corría. Le aparté la boca. Él se dio cuenta y sonriendo volvió a ella.

—Me corro —le comenté—, me corro.

Sus manos apretaron con más fuerza mis nalgas y me corrí en su boca. Me agarré a su cabeza y él continuó lamiendo. Se levantó y me besó. Degusté el sabor de mi semen de sus labios y tras acariciar mi rostro, salimos de la bañera. Nos secamos con una misma toalla y salió corriendo hacia la habitación.

—¿Dónde vas loco?

No contestó. Cuando llegué estaba tumbado encima de las sábanas. Había echado hacia atrás la colcha de un manotazo y me llamaba con sus brazos abiertos. Le sonreí y me lancé encima de él.

—Ven aquí, tío. Quiero besarte y abrazarte ahora que estamos completamente desnudos y yo liberado del sudor.

Su polla seguía dura y la mía volvía a entrar en calor. Me abrazó con fuerza y nos besamos con profundidad. Rodamos por la cama en esa postura sin dejar de besarnos por un tiempo prolongado. Sus manos poco a poco fueron bajando por mi espalda y acariciaron mis nalgas. Me tumbó boca arriba. Extendió mis brazos y comenzó a besarme el rostro. Su cuerpo fue deslizándose con lentitud y yo me dejé hacer. Mordisqueó mis pezones y me hizo suspirar. Sus manos acariciaban mis costados, mientras sus labios y lengua continuaban aquel descenso. Tomó con los labios el glande y poco a poco lo introdujo en su boca levantándolo por completo. Mamó durante un buen rato y luego continuó lamiendo mis piernas hasta llegar a los pies. Cogió primero uno y lo acarició. Me hacia cosquillas y se rió. Lo llevó a su boca lamiendo dedo a dedo. Luego hizo lo mismo con el otro pie y reptando regresó a mi boca. Le di la vuelta y comencé con aquel juego que me había enseñado. Al llegar a su polla la comí con ansiedad.

—Me corro —comentó e intentó quitar mi boca.

No le hice caso. Si él había degustado mi ser, yo haría lo mismo. Esperaba que no me produjera rechazo y cortara aquel momento mágico. Al sentir el primer chorro golpear mi garganta, di una pequeña arcada, no por rechazo, sino por la fuerza con la que golpeó mis cuerdas vocales. Descubrí por primera vez el abundante líquido que emanaba cada vez que se corría. Llenó mi interior y aunque tragué, parte salió por mis labios. Cogió mi cabeza, me subió hacia la suya y me besó. El semen que aún tenía dentro de mi boca lo compartimos. Seguimos besándonos durante un largo tiempo hasta que noté como su polla volvía a ponerse dura. Me giró de nuevo, se puso de rodillas delante de mí y levantó mis piernas. Metió la lengua en mi ano y percibí nuevas sensaciones. Emití un sonido de placer y él continuó jugando con su lengua. Pasó un dedo y mi ano se abrió un poco. Volvió con su lengua y me excitó tanto que volví a empalmarme. Levantó su cabeza. Colocó mis piernas en sus hombros y acercó su glande al ano. Me sonrió y se tumbó besándome. Mientras me besaba, su glande fue entrando dentro de mí. Era una sensación extraña, pero no dolía. Me sentía cómodo y protegido con él y mientras sus besos me llenaban, noté su abundante pubis tocar mi piel.

—¿Estás bien? —Me preguntó mientras mi cuerpo temblaba. No sabía el motivo de aquel temblor, pero era agradable.

—Sí. Estoy bien y más ahora que estás dentro de mí.

—Te deseo.

Con aquellas palabras comenzó a moverse. Mientras me penetraba, mi ano se relajaba más y más experimentando todo el placer que me proporcionaba. Se incorporó y sus entradas y salidas aumentaron en velocidad. Me agarré a la almohada. No por el dolor, que no sentí en ningún momento, sino por aquel placer extraño que me invadía. Su torso comenzó a brillar. Sus ojos me miraban con deseo y seguía sonriendo. La sacó y me giró. La volvió a meter y se tumbó encima de mí. Agarró mis manos y las colocó en cruz y volvió a entrar y salir. Proporcionándome la sensación más excitante de toda mi vida, hasta aquel momento. Levantó su pecho de mi espalda y sus embestidas aumentaron mientras apretaba con fuerza mis manos. Mi corazón palpitaba con fuerza y mis gemidos se escuchaban en el silencio de la noche. Él también comenzó a gemir, cada vez con más fuerza mientras entraba y salía a mayor velocidad. Emitía aquellos sonidos cada vez más rápidos, que me excitaban al notar su aliento en mi nuca y me inundó. Me bañó interiormente con todo su amor y se dejó caer de nuevo sobre mi cuerpo. Fue saliendo poco a poco de mí y en aquel momento me sentí vacío y solo, aunque seguía pegado a mi cuerpo. Se dejó caer hacia un lado, quedando boca arriba. Su pecho se abría y cerraba con fuerza, podía contar sus pulsaciones con mirar su torso ahora empapado en sudor. Me giré hacia él y lo acaricié. Con sus manos me puso encima de él y volvimos a besarnos.

—Ahora quiero que me penetres tú. No tengas miedo. Dilato muy bien.

Bajé por su cuerpo, lamiendo su piel. Aquel sudor salado me excitó. Levantó las piernas y por primera vez contemplé aquel ano perfecto y rosado. Metí la lengua y suspiró. Su ano se fue abriendo y tomé la postura que él había ejecutado. Coloqué sus piernas en mis hombros y poco a poco me acerqué. Cuando mi glande rozó sus nalgas se abrió y entré poco a poco en él. Suspiró con fuerza y no me detuve hasta que mi pubis rozó su piel. Me quedé quieto. Acaricié su pie derecho y lo besé. Luego lo lamí y él seguía suspirando. Mi polla se encontraba caliente en su interior y comencé a entrar y salir.

—¡Hijo puta! Dale fuerte que yo si lo aguanto.

Separé sus piernas todo lo que pude y cabalgué al galope. Me miraba entornando los ojos y mordiéndose los labios.

—Sigue así. Sigue así. No te detengas.

Mi cuerpo comenzó a sudar. Le estaba penetrando con fuerza. Con demasiada fuerza, pero él deseaba que lo hiciera. Mi polla ardía al contacto con sus paredes anales. Percibía el calor intenso de su interior y seguí, seguí mientras sus gritos ahogados y los míos llenaban el espacio. Me corrí con fuerza. Llené su interior como él hizo con el mío y me desplomé encima de él. Creía que mi corazón se iba a salir del pecho y acarició mi cabello. Mi polla aún estaba dentro de él y al intentar sacarla me detuvo apretando mis nalgas con una de sus manos.

—No. Deja que salga cuando ella quiera.

—Gracias por este momento.

—No me des las gracias. Ahora… Ahora ya te siento más cerca de mí. Ahora ya soy más tuyo y tú mío.

—Quiero ser siempre tuyo.

—Lo serás y yo…

Le interrumpí con un beso:

—Estoy lleno de ti.

—Y yo también —se rió agarrando mi cabeza—. Me gustas, de verdad. No eres un capricho.

—Lo sé y como se decía en el final de Casablanca: Luis, creo que este es el principio de una gran amistad.

—Siempre me dejó intrigado esa frase: la chica se va y ellos se quedan juntos entre la niebla en la noche. No sé. Una frase muy extraña para una situación muy especial.

—¡Qué mal pensado! —le comenté sentándome sobre su miembro.

—¡Cuidado! Me vas a aplastar la polla y sólo tengo una,

—Por cierto. Me gusta. Es bonita y no me ha dolido nada. Creo que ha encontrado la horma de su zapato.

—Veo que te gustan las frases —comentó mientras estiraba los brazos—. Te diré yo una: El destino une a los hombres, cuando los corazones se hablan.

—Me gusta —me incliné y le besé suavemente en los labios.

—Me siento bien. Estoy a gusto.

—Ella también. Se ha vuelto a poner dura —la tomé y poco a poco la introduje en el interior.

—No. Túmbate sobre mí, acaríciame, bésame y quedémonos dormidos. Esta noche seré yo quien te abrace y no Morfeo.

Me tumbé encima de él. Le besé y acariciando su torso con mi cara sobre él, nos quedamos dormidos.

Ahora también es tiempo de dejar de recordar y dormir un poco. Cómo afloran los recuerdos en los momentos que uno se siente en soledad. Pero en realidad, esta soledad la elegí yo. Estos días me sentía un tanto nostálgico, tal vez: El verano, el calor, los sueños no cumplidos y el deseo de volver al amor, aunque lo tema tanto. Porque todos necesitamos amar y ser amados. Admito que he disfrutado con otros hombres después de Luis, pero ninguno como a él y tal vez por esa razón no han cuajado nunca las relaciones. Siempre los comparaba con él. No conscientemente, pero algo dentro de mí, algo muy profundo, provocaba a compararles con él, y es que como Luis no hubo otro. Él lo tenía todo, o al menos así lo veía yo. El destino nos eligió para amarnos, pero también para sufrir por ese amor. ¡Maldita sociedad! ¡Malditos falsos prejuicios! El hombre que siempre está buscando la felicidad, es el primero en poner obstáculos para no conseguirla, y cuando ven que alguien está cerca de tocarla, le golpean hasta tal punto que tiene que retroceder. Pero el sentimiento sigue activo, latente dentro de uno y grita salir. El mío no sólo ha gritado, sino ha llorado amargamente.

Necesito dormir. Son horas para ese momento y mi cuerpo se siente cansado. Miré hacia la ventana que permanecía abierta y mientras las cortinas se movían por la brisa de la noche, cerré los ojos y me dejé llevar.