Sala de operaciones de la Casa Blanca
—Ha salido otro vídeo de Billy Trout —dijo Scott Blair.
El presidente se giró en la silla hacia los monitores.
—Déjame verlo.
Blair vaciló.
—Señor, se trata de un asunto muy delicado. Esto va a convertirse en una pesadilla política.
—Ponlo —ordenó el presidente con firmeza.
Estaba colgado en YouTube. Mostraba a la misma agente de policía de antes, en pie en un pasillo repleto de cuerpos infectados.
—Esa agente le quitó el walkie-talkie a un soldado de la Guardia Nacional al que atacó.
—¿Lo mató?
—Nooo —negó Blair, alargando la palabra—. Pero destrozó el Humvee, y hay tres soldados que requieren tratamiento médico.
El presidente lo hizo callar al comenzar el vídeo. Se sentaron y observaron la intervención de Dez Fox en una conversación mantenida a través del walkie-talkie con el teniente coronel Macklin Dietrich.
Se equivoca usted, coronel Dietrich, cuando dice que no entendemos la naturaleza de los acontecimientos. Somos plenamente conscientes de lo que ocurre. Y queremos preguntarle cómo pretende ayudarnos.
No podemos hacer nada. Si está usted al tanto, entonces tiene que comprenderlo.
Comprendo en parte, coronel. Lo que no comprendo es por qué ustedes no están tratando de rescatar y proteger a las personas que no están infectadas. No se trata de una infección que se propague por el aire. Se propaga a través de escupitajos, mordiscos o cualquier otro contacto de fluidos.
Blair se inclinó sobre el presidente para susurrar:
—Ahora viene el trozo más importante.
Le estoy pidiendo, le estoy diciendo que se ponga en contacto con su jefe y que le diga que contacte él con el suyo, a ver si así llegamos hasta donde hay que llegar. Dígale que sabemos quién soltó a este monstruo y quién es responsable del asesinato del pueblo entero… y dígale también que sabemos quién quiere ahora tratar de taparlo con la falsa pretensión de que los testigos supervivientes están infectados, para poder masacrarnos a todos. Dígale usted eso.
Hubo unos segundos más de silencio en los que la agente Fox esperó una respuesta que jamás llegó. Entonces ella miró directamente a la cámara y añadió:
Van a dejarnos morir aquí a todos. ¡Dios…! ¡Van a asesinar a todos esos niños!
Las lágrimas brotaron de sus ojos y rodaron por sus mejillas, y entonces el vídeo terminó.
Blair agitó los brazos y añadió:
—Acaban de colgarlo, y ya está que arde por internet. Está en todas partes. En la CNN, en la Fox, en todas partes.
—¡Dios…!
—Supongo que ha oído esa última parte, ¿no?
—¿Lo de que sabe quién ha soltado al monstruo? Sí. ¿Crees que saben algo de Lucifer 113?
—No… no lo sé, señor. No sé cómo podrían haberlo averiguado.
Un ayudante de confianza entró corriendo en ese momento en la sala de operaciones.
—Disculpe, señor presidente. Los helicópteros acaban de entrar en el espacio aéreo de Stebbins.