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Starbucks, Bordentown

Cabra se estaba volviendo loco.

Pasaba nerviosamente de Twitter a YouTube y luego a Facebook, y viceversa, revisando con atención el número de veces que el vídeo se veía, se retwiteaba y se volvía a colgar. Apenas tuvo cien visitas en YouTube durante la primera hora, y casi todos los comentarios de los usuarios eran o cínicos, o burlones. No se creían que el vídeo fuera real. Pero minutos después de esa primera hora en la que estuvo colgado ocurrió algo. Hubo un salto significativo de las visitas. Cabra volvió atrás y comprobó que era en Twitter donde se estaba moviendo. Unos cuantos jugadores clave habían retwiteado la dirección URL. Algunos no eran más que locos, teóricos de la conspiración convencidos de que se trataba de un regalo adelantado por Navidad; otros eran anarquistas de esos que creyeron que la información que subió Julian Assange en WikiLeaks en 2010 era palabra de Dios; pero muchos eran jugadores serios de la red. Cabra había subido el enlace a todas partes y lo había mandado en masa por correo electrónico a todas las direcciones de su lista de servidores. A miles y miles de personas de la prensa escrita, de la radio y de los medios digitales. Según parecía, algunos conocían a Billy Trout, y ese precisamente había sido el motor de arranque. Porque ellos habían mandado el enlace a sus contactos, incluyendo un comentario personal de aprobación y ánimo para Trout. La segunda oleada de edición del enlace había sido como una onda gigantesca. Alguien que conocía a Billy conocía también a un productor de la CNN, y esa persona había incluido el enlace en la actualización de las noticias del día. Ese tipo de fenómenos ocurría una y otra vez en la red. Transcurridos noventa minutos, la noticia se propagó como un virus.

Márketing viral. Cabra reflexionó acerca de la idea, y por un momento pensó que era una elección desafortunada de palabras; pero luego lo miró desde otra perspectiva. Tenía cierto sabor a justicia poética.

Transcurrida casi la segunda hora, el número de visitas en YouTube había escalado hasta las cinco cifras, y cada vez que Cabra actualizaba la página el número saltaba varios cientos. Y luego comenzó a saltar de mil en mil. La progresión era geométrica.

Pero Billy Trout no volvió a llamar.

El equipo de Cabra podía recibir una llamada vía satélite a través del Skype, pero la conexión no funcionaba al revés. No podía ponerse en contacto con Trout.

Cabra se humedeció los labios, tamborileó con los dedos sobre la mesa y tomó mucho café. Y sintió cómo se le pulverizaban los nervios.

Finalmente, cuando ya no pudo aguantarlo más, subió el segundo vídeo a la red. Era el vídeo en el que Dez Fox discutía con un coronel de la

Guardia Nacional a través de un walkie-talkie. Si el primer vídeo había sido una bofetada en plena cara, el segundo sería como una patada en todos los huevos.

Siguió atento a la puerta, como si esperara que lo federales fueran a entrar de un momento a otro. Bien, pensó, sería una lástima que entraran… pero el vídeo ya estaba en la red. Así que… a joderse.