90

Starbucks, Bordentown

Le pareció como si la llamada tardara una eternidad, pero por fin Cabra la recibió en su cuenta de Skype. Mandarla vía satélite a través de Noticias Regionales por Satélite era sin duda una ofensa de lo más provocadora, además de ilegal. Pero a la mierda. También era ilegal convertir a la gente en zombis.

Trout le enviaba tres vídeos. El primero tenía que lanzarlo de inmediato. Los otros dos tenía que guardarlos hasta que Billy le diera la orden de disparar.

Cabra utilizó los auriculares para que nadie pudiera oír el contenido de los vídeos, y configuró el Skype para que lo grabara todo y sirviera de archivo de reserva en caso de que fallara el satélite; de ese modo se grababa automáticamente todo en el servidor de NRS, en Pittsburgh, y no en Stebbins. Y además lo copió todo en el disco duro de su ordenador. Luego, en cuanto lo tuvo todo listo, se mandó a sí mismo todos los archivos a tres cuentas de correo distintas. De ese modo tendría copias guardadas en el correo, además de en tres bandejas. Todo ello le llevó unos cuantos segundos, pero a partir de ese momento habría copias de los vídeos a las que el gobierno ni podría acceder con facilidad, ni podría bloquear o confiscar.

Una vez enviada la retransmisión, Cabra recibió una llamada privada de Trout por el Skype.

—¿Lo tienes?

—Sí, Billy, lo tengo. Ahora mismo estoy sudando balas del calibre más grande. Dime que todo esto es verdad. ¿Es cierto que la Guardia Nacional está disparando a la gente?

—Disparan a todo el mundo.

—¿Sin hacerles ninguna prueba antes?

—Sí.

—Pero entonces, ¿cómo saben quién está infectado y quién no?

—Cabra, disparan a todo el mundo. Sin preguntar primero.

—¡Dios…! —exclamó Cabra, que sintió como si el salón de la cafetería comenzara a dar vueltas—. ¿Y crees que estaréis a salvo en ese colegio?

Trout tardó un buen rato en responder.

—¿Billy?

—Tienes que sacar eso ya. Escucha, amigo; esto es un millón de veces peor de lo que dijo Volker. Cabra… todo el mundo está muerto. Marcia, Gino… ¡Todos!

—¿Marcia? —repitió Cabra con un tono de voz grave.

Trout le contó lo que había visto y hecho… y lo que se había visto obligado a hacer. Rompió a llorar mientras le contaba el encuentro con Marcia.

—¡Oh, mierda, joder…! —exclamó Cabra con una voz ahogada por las lágrimas. Miró a su alrededor, pero el Starbucks estaba desierto y no había nadie que pudiera verlo u oírlo—. ¡Esos cabrones! ¡Marcia! Maldita sea, Billy, no podemos permitir que se salgan con la suya.

—No tengo intención de permitírselo, chico. Vamos a meterles esos vídeos por el culo.

Cabra se enjugó las lágrimas de los ojos y la nariz con la manga.

—¿Qué quieres que haga?