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Calle Mason, cerca de la calle Fábrica de Muñecas

Los muertos se acercaban al Cruiser. Para entonces el agente Saunders había dejado de gritar. Los gritos de Dez también se habían ido ahogando poco a poco en su garganta, conforme observaba a los monstruos a través del parabrisas cubierto de agua. La mayoría de ellos seguía apiñado en torno al cuerpo, pero algunos lo habían abandonado.

¡Oh Dios, oh Dios, oh Dios, oh Dios…!

No había salida.

La lluvia comenzaba a caer de manera torrencial. Bloqueaba la vista por los cristales y le costaba trabajo ver qué estaban haciendo.

—¡Mierda! —jadeó Dez.

Se escurrió del asiento, se hizo un ovillo en el suelo e intentó desaparecer. La lluvia hacía tanto ruido que ni siquiera podía oír los gemidos de los muertos.

¡Por favor, por favor, por favor…!

Entonces oyó el crujido de los goznes de la puerta del conductor. No se atrevió a mirar. Oía ruidos débiles por encima de ella, alrededor de ella. Manos tocando. Cuerpos que golpeaban sin fuerza la carrocería del vehículo.

Contuvo el aliento.

Aquí abajo no pueden verme. No a través de las ventanillas, con esta lluvia.

Arañazos suaves de uñas sobre el cristal mojado y sobre el metal chorreando.

No pueden olerme. La lluvia huele a tierra mojada, a estiércol y a ozono.

El vehículo se balanceó como si… como si alguien se subiera.

¡Por favor, Dios… que no se hayan dado cuenta de que estoy aquí!

La lluvia provocaba un estruendo. Ahogaba todos los otros ruidos. Dez deseó que se la llevara consigo. El aire le ardía en los pulmones.

J. T., ¿dónde estás?

Fuera se oyó una especie de silbido al pasar otro coche por delante, y luego ese silbido fue cambiando de tono conforme aminoraba la velocidad.

—¡Eh! —gritó una voz—. ¿Estáis…? ¡Oh, por Cristo!

Chirrido de neumáticos. Neumáticos girando, girando, quemándose en cuanto se evaporaba el agua del asfalto y la goma comenzaba a echar humo. Un chirrido más fuerte cuando por fin las ruedas se agarraron al pavimento, el rugido del motor al acelerar y marcharse el vehículo.

Y luego nada más que la lluvia. Mucha lluvia. Torrencial.

Caía sin parar. Producía un estruendo sobre el techo del coche y sobre el parabrisas trasero. Brisa helada y húmeda entrando por la puerta abierta.

Pero aparte del ruido de la lluvia… Nada.

Finalmente Dez tuvo que soltar el aire retenido en los pulmones. Era como una bola de fuego subiendo por el esternón.

Lo expulsó por la boca abierta. Lentamente, esforzándose por abrir al máximo la garganta. Sin constricciones, sin ruido. Exhalarlo todo. Retenerlo. Esperar. Inhalar. Silencio.

¡Dios… no dejes que me oigan!

Esperó a que las manos flácidas y muertas comenzaran otra vez a dar golpes sobre el cristal. Giró la cabeza un centímetro y miró para arriba, ansiosa por ver lo que estaba ocurriendo y aterrada ante la idea de que esos dedos blancos como gusanos se metieran por la rejilla.

Esperó. Observó.

Respiró calladamente como un fantasma mientras esperaba a que los muertos fueran a por ella y se la llevaran, la devoraran.

No tenía pistola. Saunders se la había quitado. Si lograban alcanzarla, si la infectaban, no tendría salida. Ninguna estrategia para escapar. Nada de salir pitando en un tren nocturno. Moriría, se la comerían y…

¡Dios, no permitas que me convierta en un monstruo!

¡Dios, por favor!

Por favor.

Por favor.

¡Mamá, por favor…!

Papá…

¡Por favor…!

La lluvia siguió cayendo, el viento siguió soplando.

Y Dez siguió esperando la muerte.