Hospital Regional de Wolverton
El doctor Raja Sengupta se quedó mirando al paciente a través de la ventanilla de plástico reforzado del traje de protección contra materiales peligrosos. El agente Andy Diviny seguía retorciéndose y tirando de las cuatro correas de lona que lo sujetaban a la camilla, dentro de su propio traje. No había forma de que se desatara, pero a pesar de todo Sengupta no estaba dispuesto a volver a la sala.
Al menos de momento. No después de ver los resultados de los tests. Tenía pulso, pero era de menos de una pulsación por minuto. Respiraba, pero la actividad era tan leve que era imposible detectarla sin máquinas. Tan débil, que las neuronas cerebrales tenían que estar muriéndose. Sengupta había visto hipoxias en cientos de grados de intensidad distintos, pero ninguna como esa. Llegaba tan poca sangre y tan poco oxígeno al cerebro que rayaba con la anoxia; era imposible detectar el funcionamiento de la respiración celular. Y sin energía en las células, todos los tejidos del cuerpo de un hombre se convertían en apoptóticos, en necróticos. El agente se pudría como un cadáver a pesar de estar bramando y luchando por soltarse.
Lo cual no era posible. Ni siquiera en un paciente en coma profundo.
Pero, a pesar de todo, eso no era lo peor. No era eso lo que asustaba más profundamente al doctor Sengupta. Los tests de sangre y de saliva eran una pesadilla.
Le temblaban tanto los dedos, que tuvo que marcar cuatro veces el número de teléfono del Centro de Control de Enfermedades de Atlanta.