53

Urbanización «Puertas Verdes», números 55 y siguientes

—Espera un momento —dijo Trout mientras se ponía en pie—. ¿Cómo dices? ¿Dices que Homer Gibbon está vivo?

Las lágrimas resbalaban por el rostro del doctor Volker en el momento de asentir. Sacó un pañuelo y se apretó los ojos con él. Su cuerpo temblaba con un sollozo silencioso.

Cabra estaba en estado shock, con la boca abierta.

—¡No, no, no, maldita sea! —gritó Trout, acercándose a pasos agigantados al médico y quedándose amenazadoramente en pie, delante de él, con los puños apretados—. ¿Quieres decirme qué jodida mierda significa eso? ¿Cómo demonios has podido hablar con el maldito Homer Gibbon por teléfono? ¡Si está muerto! ¡Yo lo vi morir! Te vi inyectarle esa mierda en las venas y vi la línea plana en los monitores. ¡Te vi ejecutarlo, por el amor de Dios!

Al ver que Volker simplemente asentía, Trout añadió en tono gruñón:

—Le inyectaste la mierda esa, ¿verdad? ¡¿Verdad?!

—Sí —contestó Volker con un hilo de voz.

—¡La puta madre del cordero! —susurró Cabra.

—¿Quieres decir que Gibbon está libre? —continuó Trout en tono exigente.

—¿Libre? —repitió Volker—. No…

Trout comenzó a relajarse, pero entonces el médico añadió:

—Es mucho peor que eso, infinitamente peor que estar libre.

Trout soltó un gruñido y agarró a Volker, lo arrastró violentamente fuera del sillón y lo palpó a toda prisa, buscando la pistola que sabía que llevaba encima. Era de nueve milímetros y de bastante peso. Le rasgó el bolsillo del pantalón al sacársela y volvió a tirar al médico sobre el sillón. Volker hizo un intento por recuperar la pistola, pero Trout le apartó la mano de golpe y dio un paso atrás. Se quedó mirando al médico con una expresión de desprecio.

—Así que el plan era soltarnos a nosotros esta mierda y después meterte la pistola por la boca. ¡Eres un jodido cobarde!

—No —protestó Volker—. Ya te he dicho que… llamé a mi contacto. Las autoridades lo saben todo. Ellos se ocuparán.

—¿Se ocuparán? ¿En serio? Un criminal en serie infectado con… ¡Jesús!, no sé ni cómo llamar a esa cosa… infectado con un parásito zombi anda suelto por mi pueblo, ¿y tú crees que basta con llamar a tus jefes y confesárselo a un par de periodistas para arreglarlo todo?

—No, yo…

Cabra se inclinó hacia delante y preguntó:

—Doc… si esto se extiende, si Gibbon está por ahí fuera, en medio de toda la gente… ¿qué riesgo hay de infección?

—Creía que eso ya lo había dejado claro.

Trout tiró de la corredera de la pistola y colocó el cañón sobre la rodilla de Volker.

—Déjalo claro. ¡Ya!

Los ojos de Volker lanzaron un destello de terror.

—Por favor… los parásitos fueron modificados genéticamente para su propia supervivencia y proliferación. Fuera de un recinto de contención, como un ataúd, dirigirán al anfitrión a buscar a otros anfitriones a los que infectar.

—¿Por qué? —exigió saber Cabra—. ¿Por qué los modificaste genéticamente para que hicieran eso?

—Tienes que comprender que, cuando el Proyecto Lucifer estaba en desarrollo, el objetivo era crear un arma biológica —explicó el médico, limpiándose las lágrimas de las mejillas—. Crear algo que pudiéramos introducir entre la población enemiga, ya fuera una base militar o un campamento aislado, para después sentarnos a esperar a que los parásitos hicieran su trabajo. Se transmitiría por medio de la agresión del anfitrión, y el ciclo superacelerado de vida convertiría a la persona recién infectada en un vector de la enfermedad en cuestión de minutos. Luego los militares con trajes protectores entrarían, limpiarían la infección con lanzallamas y se llevarían de allí todo lo que fuera valioso.

Trout frunció el ceño.

—¿Qué quieres decir con eso de la agresión del anfitrión?

Volker se agarró a los brazos del sillón con tanta fuerza que rasgó la tela con las uñas.

—Es un patógeno de transmisión por fluidos —dijo el médico con una voz fantasmal—. Puede vivir en cualquier fluido. La sangre y los esputos son abundantes alrededor de las larvas recién incubadas. La lógica inherente a los parásitos provocaría que el anfitrión intentara transferir las larvas a través del mecanismo más eficaz posible. Como por ejemplo escupir a los ojos, a la nariz o a la boca de una víctima elegida como anfitrión. Eso funcionaría bien. La víctima absorbería los parásitos a través de las membranas mucosas. Sin embargo, la forma más eficaz y directa de garantizar una infección en masa es introducir los parásitos por la fuerza en la corriente sanguínea.

—¿Por la fuerza? —repitió Cabra.

—Mediante un mordisco —explicó Volker con un asentimiento.

Trout se echó atrás como si alguien le hubiera dado una bofetada.

—¡Cabra…! ¡Oh, mierda!

—¿Qué? —preguntó Cabra.

—Esta mañana… en la funeraria. Los polis que había allí… —dijo Trout, que no terminó ninguna de las frases. Entonces apuntó con el arma a Volker y preguntó—: ¿A qué hora has hablado con Gibbon?

—Hace una media hora —contestó el médico, que al instante se echó atrás.

—¡Joder! ¡Entonces los polis estaban poniéndole las esposas a ese hijo de puta enfermo!

—No —negó Volker—. Gibbon ya se había… marchado… del tanatorio.

—¡Uau! —intervino Cabra—. ¿Y qué se supone que significa eso? ¿Qué significan las pausas que has hecho? ¿Qué ha ocurrido en el tanatorio? ¿Qué te dijo Gibbon?

Volker se sorbió la nariz y apretó el pañuelo en el puño huesudo.

—Me dijo que… que se había despertado… en el tanatorio de Stebbins.

Despertado. La palabra permaneció flotando en el aire, vibrando con su significado terrible.

—¿Y el dueño de la funeraria, Lee Hartnup? —siguió preguntando Trout, que bajó el arma.

—No lo sé —contestó Volker mientras sacudía la cabeza.

—¿Y qué es lo que sabes? ¿Qué te dijo Gibbon?

—Me… me dio las gracias —confesó el médico. Decirlo en voz alta parecía provocarle un dolor casi físico. Hizo una mueca y se tocó el pecho—. Dios se apiade de mí…

—¿Te dio las gracias? —preguntó Trout, que por un instante pareció no comprender—. ¿Darte las gracias por qué? Creía que se suponía que eso era un castigo. ¿Acaso me estás diciendo que es otra cosa? ¿Me estás diciendo que ayudaste a ese gilipollas a escapar?

—¡No! ¡Por Dios, no…! Le inyecté Lucifer 113 porque quería que sufriera. Quería que permaneciera en el ataúd aullando de puro tormento mientras los parásitos se lo comían vivo. Se lo merecía. Todos ellos se lo merecen.

—Entonces, ¿por qué te dio las gracias?

—¡Porque él cree que lo ayudé a escapar! —gritó Volker—. Ese maníaco cree que él y yo tenemos un acuerdo de algún tipo, que todo esto forma parte de un plan que yo proyecté para liberarlo. Me dijo que se dio cuenta en cuanto me vio por primera vez en la enfermería.

—¿Y por qué iba él a pensar eso? —preguntó Cabra con suspicacia.

Volker sacudió la cabeza y respondió:

—Hace meses, en una ocasión en que me quedé a solas con él, le hice una especie de amenaza velada. Le dije algo así como que cuando se fuera, no se iría del todo, que estaría con nosotros para siempre, que sería consciente para siempre. Eso fue más o menos lo que le dije. Pretendía ser una amenaza. Quería inspirarle miedo por lo que pudiera ocurrirle cuando por fin llegara el día de la ejecución. Quería que no pudiera dormir en paz ni tan siquiera una noche hasta entonces.

—Pero él no se lo tomó en ese sentido, ¿no? —preguntó Trout, que volvió a sentarse. Entonces asintió para sí mismo y añadió—: Sí, ya lo estoy viendo. Con una mente tan retorcida como la de él…

Volker volvió a menear la cabeza una vez más.

—Por teléfono… le he dicho la verdad. Le he contado todo lo que planeaba hacer con él. Le he dicho que, de un modo u otro, esa infección va a consumirlo, que a pesar de todo va a ser castigado por lo que ha hecho.

—¿Y cómo ha reaccionado? —siguió preguntando Trout.

—Se ha reído de mí. Y luego me ha dicho que vendría a por mí. Pero es una amenaza vacía, porque no tiene ni idea de dónde vivo. Y sospecho que no cuenta con vuestros recursos para averiguarlo.

—Pero de todas maneras ibas a pegarte un tiro. Por si acaso, ¿no? —comentó Trout entre risas despectivas.

El médico no contestó.

Cabra seguía sacudiendo la cabeza en una negativa llena de incredulidad, hasta que preguntó:

—Así que… ¿Homer Gibbon no murió? ¿Sigue… vivo?

Volker se aclaró la garganta.

—Es una forma de decirlo. Sí murió. Estaba clínica y legalmente muerto.

—Pero fue un truco —continuó Cabra.

—No. Estaba muerto. Su cuerpo estaba muerto. Su mente estaba… —comenzó a contestar Volker, que en ese momento se encogió de hombros—. Ni siquiera el Proyecto Lucifer tiene un término para definirlo. Es otra cosa.

—Pero ¿y la falta de oxígeno? —siguió preguntando Cabra—. Eso destruye las células cerebrales, ¿no?

—Por regla general las destruye, sí, pero no en este caso. Los parásitos utilizan sus propias larvas para construir una red de enlaces a través de la mucosa como si se tratara de un plasma cargado. Resulta fascinante que…

—¿En serio, Doc? —lo interrumpió Trout, meneando la pistola—. ¿Ahora encima te atreves a fanfarronear?, ¿te resulta fascinante? ¿En un momento como este?

—Lo siento —se disculpó Volker, que se puso colorado.

—Entonces esos parásitos, esas cosas como avispas, ¿mantienen vivo el cerebro de Gibbon? —siguió preguntando Cabra.

—No —negó Volker con frustración—. Señores, para poder hablar acerca de esto y que lo entendáis de alguna manera es necesario dar un paso adelante y salir del léxico científico habitual. No estamos hablando de la vida y la muerte tal y como las entendemos. Supuestamente esos han sido siempre los dos únicos estados de la existencia. Pero la actividad de esos parásitos y la manera única en que protegen y mantienen a su anfitrión no tiene parangón en la naturaleza. Se trata de un tercer estado de la existencia. Algo completamente nuevo, aunque existen atisbos de ello en la religión vudú. Por darle un nombre, se le podría llamar estado de «muerte viviente». Homer Gibbon sí murió. Eso es un hecho. Pero los parásitos mantuvieron activas ciertas funciones clave de su cuerpo de modo que, en lugar de morir, Gibbon pasó a un estado de muerte viviente. Oficialmente su cuerpo está muerto. Ahora mismo su piel se está pudriendo y, sin duda, el proceso del rígor mortis tiene que estar muy avanzado en él. Está muerto. Sin embargo, los parásitos requieren que ciertas funciones motoras permanezcan intactas. Cuando hablé con él por teléfono, sus capacidades como persona se habían… reducido. Su inteligencia era menos viva, y no obstante seguía siendo capaz de acceder a datos de la memoria, de hablar y de razonar.

—¡Pero eso es horrible! —murmuró Trout—. ¿Y querías que estuviera así en la tumba?

—¡Era un castigo, maldita sea! —bramó Volker—. Tú estuviste en la ejecución, señor Trout. Conoces el alcance y la naturaleza de los crímenes que cometió. ¿Es que tengo que recordarte lo que les hizo a esos niños? ¡A bebés!

Trout no dijo nada.

El médico dio un puñetazo en el brazo del sillón y continuó:

—No me arrepiento de los planes que tracé para Gibbon. Incluso aunque ese sufrimiento durara… semanas, aunque tardara meses en morirse del todo… Creo que el castigo es todavía poco, teniendo en cuenta sus crímenes. Dime que no es cierto.

Trout miró en lo más profundo de su mente y no vio ningún argumento en contra con el que atacar. Pero a pesar de todo arrojó la vieja y manida carta de:

—Tú no eres Dios.

Volker soltó un bufido.

—Tampoco lo son ninguno de los miembros del jurado que lo condenaron ni el juez que ordenó la ejecución.

—¡Eh, chicos! —interrumpió Cabra—, centrémonos en los aspectos importantes. A mí me trae al fresco si el castigo es proporcional a los crímenes o no. Lo que me tiene pillado por los huevos es que ese hijo de puta sigue vivo. O… lo que sea. Muerto viviente —se corrigió Cabra, sacudiendo la cabeza lleno de frustración—. Que anda vagando por ahí.

—Y a estas horas ha podido infectar ya a alguien —añadió Volker, que lanzó una mirada suspicaz hacia la mano con la que Trout sujetaba la pistola—. Se lo he explicado a mi contacto. Lo normal sería que cualquier persona infectada se sintiera absolutamente abrumada por los efectos de esos parásitos. En cambio, Gibbon parece que es un caso poco habitual.

»Antes de inyectarle los parásitos, lo drogué utilizando el coupe poudre haitiano. Estaba lúcido cuando hablé con él por teléfono, y eso no encaja con los perfiles con los que trabajamos en el Proyecto Lucifer. Los parásitos invaden la mente y básicamente desconectan las funciones más complejas en beneficio de sus propias necesidades y directrices. La conciencia permanece, pero no hay ningún control de la inteligencia. Solo que… con Gibbon no es eso lo que ha ocurrido. Por alguna razón él sigue teniendo su cuerpo bajo control. Su mente y su cuerpo siguen conectados a pesar de estar infectado. Tendría que… estudiar su caso en concreto para comprender cómo se ha producido esa variación del modelo ideal —terminó Volker la frase, tras una pausa durante la cual se humedeció los labios.

Trout apretó la pistola con más fuerza que segundos antes. Estaba deseando asestarle un golpe con el cañón del arma a ese viejo maníaco en plena cara. Quería darle una paliza.

—¿Cómo vamos a detener esto? —preguntó Trout con desánimo—. ¿Cuál es la cura?

—¿Cura?

Volker repitió la palabra en tono de pregunta como si no conociera en absoluto su significado.

—¿Cómo hay que tratar a los infectados? ¿Cómo vamos a salvarlos?

Pero antes de que terminara de hacer la segunda pregunta, Volker ya estaba sacudiendo la cabeza en una negativa.

—No hay modo de salvarlos. No hay ni cura ni tratamiento, nada. Los parásitos son hermafroditas, así que no hay ninguna reina a la que buscar y matar. Cada parásito nace embarazado. Comienzan a poner huevos segundos después de dejar el estado de incubación. Permanecen perpetuamente en estado de larva, produciendo y poniendo huevos. La única forma de detener el ciclo es destruir al anfitrión. De eso se trataba.

Volker hizo una pausa, consciente quizá de cómo había sonado lo que acababa de decir. Luego, con voz más tranquila, continuó:

—No obstante… si ningún otro humano se acerca al cuerpo, entonces en cuestión de semanas las larvas que anidan dentro del anfitrión terminan por consumir al cuerpo entero. Y sin comida, no pueden incubar ninguna otra larva más. Entonces las larvas ya nacidas terminan por morir en cuestión de días. Tres o cuatro semanas, y el cuerpo queda completamente inerte. Pero si lo que quieres es detener el número de anfitriones, entonces lo que hay que hacer es destruir el córtex motor o el tronco del encéfalo de la persona infectada. Y luego incinerar el cuerpo.

Trout se quedó mirándolo. Necesitaba que todo lo que estaba oyendo fuera falso, que fuera una mentira de un viejo enfermo y delirante.

—Estoy perdiendo la calma, Doc —aseguró Trout, haciendo un gesto con la pistola—. Necesito que me cuentes qué tienes pensado hacer al respecto.

El rostro de Volker esbozó una expresión de profunda confusión.

—¿Hacer? ¿Es que no me has escuchado? No hay nada que se pueda hacer. No podemos hacer nada ni tú, ni yo. Nada. Y dudo que a estas alturas el gobierno pueda hacer algo. No estamos aquí sentados para hablar de las respuestas posibles. Tu amigo y tú sois testigos de lo sucedido. Sois los historiadores que contarán la verdad de la historia. Pero sois testigos solo si os mantenéis a distancia. Volved a Stebbins y formaréis parte de la infección. Quedaos aquí, o al menos lo más lejos que podáis del pueblo, y entonces podréis contar lo que os he explicado —dijo Volker, que hizo un gesto hacia la puerta como si se tratara de una barrera que no había que cruzar—. No te preocupes por Homer Gibbon. Los parásitos estarán consumiéndolo ahora mismo, mientras hablamos…

—¡Pero podría extenderlo por todo el maldito país! —lo interrumpió Cabra.

—No. Tal y como ya os he dicho, se lo he contado a mi contacto. Hay personas en el gobierno que conocen el potencial del Proyecto Lucifer. Estoy convencido de que ya han tomado las medidas oportunas.

—¿Qué quieres decir exactamente con eso de oportunas?

Los ojos del médico brillaron una vez más debido a las lágrimas.

—Exactamente lo que indica la palabra.