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Antigua casa de los Hartnup

Lee Hartnup estaba en pie en medio del salón. Su cuerpo se balanceaba indeciso y medio lelo, incapaz de decidirse entre la inmediatez de una necesidad que iba cediendo en su interior y otra nueva, más profunda e inexplicable. La puerta principal estaba abierta y las garras húmedas de la tormenta alcanzaban a tocarlo todo. Las paredes, los muebles, las cortinas, los cuerpos.

Pero el olor a sangre era incluso más fuerte que el olor a lluvia. Flotaba informe alrededor de su cuerpo secuestrado. Hartnup podía olerla. Y el hecho de que le produjera semejante voracidad lo volvía loco. O mejor dicho… le hacía cobrar plena conciencia de la sed que gobernaba a aquella cosa, a aquel cascarón.

No obstante, el dolor y la pena eran peor que la voracidad. Eran tan inmensos que hubieran debido de partir en dos el casco infectado y liberar su alma al viento, aullando.

April.

Tommy.

Gail.

¡Oh, Dios, por favor, déjame morir!

Sin embargo, sus ojos secuestrados no miraban en esa dirección, así que por el momento se sentía dispensado de contemplar la masacre en la que había convertido a su hermana y a sus sobrinos. Aun así, la última imagen de ellos permanecía ardiente en su imaginación, en esa vasta oscuridad interior. April tirada en el suelo, muriéndose, tratando todavía de escapar a pesar de tener la garganta destrozada. Su sangre había pintado las paredes y el techo con grandes brochazos arteriales. Y los dos cuerpecitos pequeños que yacían debajo de ella, a los que April seguía abrazando como si pudiera protegerlos en la muerte mejor de lo que lo había hecho en vida.

Tommy y Gail. Cuerpos pequeñitos. Poco quedaba de ellos. La mayor parte estaba ya en su estómago.

Por favor, permíteme morir y que no tenga que ver esto… que no tenga que enterarme de nada de esto…

Se produjo un ruido a su espalda y su cuerpo se giró con un ademán torpe y pesado, alertado por la conciencia de un movimiento. Vio al policía. ¿Era el segundo policía al que mataba o el tercero? Gunther, pensó Hartnup, se llamaba Ken Gunther.

El policía se izó lentamente sobre el cuerpo que se enfriaba tirado de espaldas sobre el brazo del sofá. Hartnup contempló el cadáver despatarrado. Le habría gustado llorar por él. Por todos ellos. Pero no era el dueño ni siquiera de algo tan pequeño como sus conductos lacrimales, así que no pudo derramar una sola lágrima por la agente Dana Howard. Tenía los ojos y la boca abierta. Y el estómago rajado. Salía vapor del horrible agujero.

Al acercarse Gunther despacio hacia la puerta, su hombro chocó contra Hartnup y el golpe los hizo tambalearse a los dos. Ninguno reaccionó de ningún modo, aparte de intentar recuperar cada cual el equilibrio. Ni enfado, ni el más mínimo intercambio de palabras. Como los insectos, pensó Hartnup.

Dana Howard se irguió de pronto en el sofá. El movimiento expulsó aire de su interior por el tejido rasgado de la garganta. Un sonido hueco para una persona hueca. Se puso en pie despacio, con una indiferencia total hacia sus propios intestinos, que se salían por el agujero dentado del vientre y caían sobre la alfombra. Dana dio dos pasos tambaleantes hacia delante con el cuerpo encorvado. Giró la cabeza con lentitud a derecha e izquierda con una expresión vacía. Ausente.

Hartnup se preguntó si la verdadera Dana seguía ahí dentro. Tal y como seguía él; un alma secuestrada en un cuerpo hueco. Quería acercarse a ella, mirarla a los ojos para ver si quedaba todavía algún signo, por pequeño que fuera, de que el alma o la personalidad de Dana Howard permanecían ahí, encerradas.

Pero si era así, ¿entonces qué? ¿Qué cambiaba eso? ¿Acaso iba a hacerle sentirse menos solo el hecho de saber que formaba parte de una catástrofe general? ¿O contribuiría a aumentar todavía más la tristeza, la impotencia y el dolor que sentía? ¿Qué era mejor? ¿Cuál de los dos infiernos ardía con menos intensidad?

Se oyó otro gemido. Era un gemido más natural que el ruido que había hecho Dana. El cuerpo de Hartnup se giró y maldijo a Dios al mismo tiempo, porque sabía a qué horror iba a enfrentarse.

No. No tirada. Sino en pie.

April.

Por alguna razón su rostro permanecía intacto, aunque el resto de su cuerpo estaba rasgado y rebanado con uñas y dientes.

April. Con los ojos muertos. Sujetando cositas pequeñas que no paraban de lloriquear y retorcerse en sus brazos.

El hombre hueco se giró y se marchó arrastrando los pies. Se apartó de ese lugar porque no quedaba ya nada más que cazar. El dolor y el hambre intensa volvían a despertar en su cuerpo secuestrado. Detrás, a escasos pasos torpes y pesados, lo siguieron su hermana y los agentes de policía. Todos salieron a la intemperie del viento aullador.