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En carretera

Condado de Stebbins

Trout encendió el altavoz y llamó por teléfono a Marcia para ponerse al día en relación con la investigación de Volker.

—Marcia, tenemos lo que nos has enviado pero…

—¿Dónde estáis, majaderos? —lo interrumpió ella.

—De camino a casa de Volker. ¿Por qué?, ¿qué ocurre?

—No lo sé, pero se ha desatado un infierno. Os he llamado una docena de veces. Murray me tiene frita. La policía sigue sin comunicarse por los canales habituales, pero no se oyen más que sirenas. Y Nell, que está en la cafetería, dice que han llegado unos doce coches de la policía estatal y que en los últimos quince minutos ha pasado por allí media docena de ambulancias.

—¿En dirección adónde?

—Al tanatorio de Hartnup. Sea lo que sea lo que pasa, la cosa está que arde.

—Ya —dijo Trout—. Puedo regresar, pero Dez me va a volver a echar.

—Mmmm —musitó Marcia—. Sigo sin comprender qué ves en esa poli. Es decir, ya sé que tiene un cuerpo fenomenal y es mona, pero es mercancía muy estropeada. Tendría que tocarte la lotería para poder pagarle las pastillas y el psiquiatra. Eso si estuviera dispuesta a dejar de mirarse el ombligo e ir a terapia.

—Los celos son un sentimiento muy feo, Marcia.

Marcia soltó un bufido y colgó.

Una fila de camiones de la Guardia Nacional pasó por delante de ellos en dirección sur. Trout contó treinta camiones.

—Demasiados camiones solo para una posible inundación —comentó Cabra.

—Y que lo digas —convino Trout.

Trout se quedó callado unos segundos y después marcó otro número. Apagó el altavoz. El teléfono sonó tres veces. Mientras tanto estuvo ensayando el mensaje que iba a dejar en el buzón de voz. Pero por fin contestaron.

—¿Sí?

—¿Dez…?

Pausa.

—No tengo tiempo para esto, Billy.

—No, no cuelgues. Escucha. Marcia me ha contado que pasa algo raro en el tanatorio. O en el pueblo. No sé, en alguna parte.

—Eso no es…

—¡Para! —la interrumpió él—. No te llamo para enterarme de la historia. Solo… solo quiero saber si estás bien. Dijo que hay muchas ambulancias.

Pausa más larga.

—¿Dez?

—¿Por qué? —preguntó ella.

—Vamos, Dez… No seas así.

—Estoy trabajando, Billy.

—Lo sé… por eso precisamente. Estás metida en eso y está pasando algo muy raro. Necesito saber que estás bien.

En esa ocasión la pausa fue tan larga que Trout tuvo que mirar la pantalla del teléfono para convencerse de que ella no había colgado.

—No… no estoy herida —dijo Dez.

Era lo mismo que le había dicho antes, y resultaba gracioso porque era una forma extraña de expresarlo. Sonaba raro; parecía una evasiva.

—¿Seguro?

—Estoy bien, Billy —soltó ella. Dez respiró hondo y volvió a repetirlo. Pero en esa ocasión con un tono de voz mucho más amable de lo que él había oído en meses—. En serio, Billy, estoy bien. —Trout se relajó en parte.

—¿Y J. T.?

—Los dos estamos bien.

Y antes de que Trout pudiera decir una sola palabra más, Dez colgó.

Trout sujetó el teléfono en la palma de la mano como si estuviera sopesándolo, preguntándose si podría arrojarlo por el parabrisas. Cabra lo escrutaba, y por primera vez no esbozaba una sonrisa.

—¿Va todo bien? —preguntó Cabra.

—No —negó Trout, sacudiendo la cabeza—. No creo que vaya bien.

Las gotas de lluvia comenzaron a salpicar el parabrisas justo al girar a la derecha y pasar bajo un arco de piedra en el que se leía «Urbanización “Puertas Verdes”. Números 55 y siguientes».

Debajo, con pintura, estaba escrito: «Entre y olvídese de sus problemas».