Propiedad Conroy
Cabra estaba echando un vistazo a los alrededores, sentado en el Explorer, cuando vio a Selma y a Trout caminando por un sendero hacia el establo, de espaldas a él. Bajó la ventanilla, apoyó la cámara pesada sobre la puerta y rodó unos cuantos metros de película. Entonces miró a su alrededor para asegurarse de que no había nadie, salió del coche y echó a correr hacia un lateral de la casa.
En cuanto se convenció de que no había nadie, rodeó parte del porche y subió por los escalones laterales. Por ese lado había tres ventanas que daban al porche. Se acercó a la primera, se arrodilló y asomó la cabeza por encima del alféizar. El cristal estaba gris de puro mugriento, pero a pesar de todo pudo ver el cuarto de estar: un par de sillones que parecían tener mil años cada uno, un sofá que no pegaba, varias mesas y vitrinas repletas de todo tipo de colecciones de porquerías. Cucharas decorativas, platos con personajes de Disney, una colección de conejos de porcelana. ¿Conejos? Cabra los adoraba. El contrapunto de los opuestos siempre funcionaba en historias como aquella. La prostituta del corazón blando. O quizá la prostituta convertida en una anciana señora, rodeada de cachivaches baratos. Conmovedor.
Levantó la cámara y filmó el cuarto de estar con diversos grados de acercamiento del zoom.
Tras la segunda ventana atisbó el comedor. A un lado de la mesa había montoncitos de cartas y una pila de revistas. La otra mitad estaba puesta para tomar el té. Tetera china, dos tazas distintas, azucarero recuerdo de Atlantic City, un envase de cartón abierto de leche semidesnatada y un plato de galletas. Cabra había oído a Selma decir que tenía una invitada. Una dama de la parroquia. Pero no había ni rastro de ella, así que Cabra siguió espiando. Al barrer el espacio con la cámara a lo ancho de la ventana Cabra creyó ver parte de una sombra que se alejaba y se dirigía hacia una puerta interior abierta. Se acercó entonces a la ventana trasera de la cocina para captar mejor la imagen, pero la sombra había desaparecido.
Se trataba de una silueta. De la figura de una persona. ¿La dama de la parroquia? Probablemente, pensó, aunque le había parecido demasiado grande como para ser una ancianita.
No quedaba nada más de interés en la planta de abajo, por lo que se dirigió al jardín de atrás, tan abandonado y desastroso como la parte frontal de la casa. Dos olmos enfermos soportaban una hamaca raída, cubierta de hojas caídas y marchitas del año anterior; una mesa de exterior a la que le faltaba una pata, nivelada con una pila de ladrillos. Trastos viejos que revelaban con elocuencia una vida cuesta abajo, así que también lo filmó. Todo el metraje que estaba tomando estaba destinado a servir de ambientación. Pero en realidad no ocurría nada, así que apagó la cámara y volvió al Explorer para matar el tiempo subiendo la historia al Twitter.
Cabra no vio la sombra que fue siguiéndolo despacio ventana tras ventana, observándolo.