Despacho del presidente de los Estados Unidos de América
Washington, D. C.
El presidente siguió el ritual recodificado a diario con Lorne McMasters. Sentía que se le estaba haciendo un nudo en el estómago.
—Adelante, Lorne —dijo una vez terminado el protocolo y verificada la seguridad de la línea.
—Señor presidente, se ha producido un escape deliberado no autorizado de un arma biológica de la clase F en el territorio agrícola de Pensilvania.
—¿Es un acto de terrorismo?
—No, señor presidente. Ha sido uno de nuestros invitados.
McMasters se apresuró a poner al día al presidente a propósito de Volker, Lucifer 113, Rockview, Homer Gibbon y la posibilidad muy real de que se produjera un brote infeccioso en Stebbins. La información al respecto iba saliendo en la pantalla del portátil del presidente conforme hablaba.
—¡Dios mío! —exclamó el presidente casi sin aliento—. ¿En qué estatus nos encontramos en cuanto a la contención?
—Todas las fuerzas de la ley han sido informadas, señor presidente. Es posible que la policía local de Stebbins se halle en una situación comprometida, pero estamos coordinándolos con la policía estatal de Pensilvania y de Maryland. No obstante necesitaremos a la Guardia Nacional para acordonar la zona.
—Llamaré al gobernador Harbison de inmediato. No cuelgues —dijo el presidente, que acto seguido pulsó un botón—. Janine, por favor, ponme con el gobernador Harbison. Código uno de emergencia. Y también con el director de Seguridad Nacional y los secretarios de Defensa y de Estado. Ya.
En menos de un minuto, la secretaria logró comunicar por teléfono con el gobernador de Pensilvania.
—Señor presidente —comenzó Harbison—, es un placer. ¿En qué puedo servirle?
El presidente lo interrumpió.
—Teddy, escúchame atentamente. Nos hallamos en una situación crítica.
El presidente se lo soltó todo de golpe.