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Redacción de Noticias Regionales por Satélite

Billy Trout estaba ya animadísimo con la historia. Con las historias, porque según parecía podía sacar varias. Primero la exclusiva de salida inmediata de que el asesino de masas Homer Gibbon volvía a casa. Esa valía su peso en oro, ya que hasta el momento las únicas casas en las que se sabía que hubiera vivido el asesino en serie habían sido una colección de hogares de acogida de la zona metropolitana de Pittsburgh. Nadie, absolutamente nadie, lo había relacionado nunca con el condado de Stebbins. Ni nadie sabía que tuviera una tía llamada Selma.

Además, se dijo Trout mientras metía el equipo de trabajo en el maletín del portátil, ¿no es Selma un nombre de lo más apropiado? Selma Elsbeth Conroy. Tía Selma. Hecho a la medida para la noticia, perfecto para Hollywood. Esa era la segunda historia. Trout se había prometido a sí mismo que empeñaría hasta el último aliento que le quedara en convertir la historia en un verdadero éxito de taquilla. Un éxito para toda la vida… porque pensaba picar muy alto. Scorsese. De Palma. Quizá Sam Raimi. Conseguiría que Helen Mirren hiciera el papel de Selma. Puede que le añadiera un toque ficticio de incesto, con Kate Winslett en el papel de una tía Selma joven.

Vamos, que la historia se escribía ella sola.

Por primera vez en muchas semanas sentía que levantarse por la mañana para ir a trabajar merecía la pena. Estaba tan emocionado que hasta tenía ganas de llamar a Dez Fox para contárselo, solo que… Solo que ese habría sido un movimiento erróneo. La última vez que había roto con ella, Dez le había dicho alto y claro que prefería que se la comieran las ratas antes que volver a oír hablar de él. Y poco importaba que la culpa de la ruptura la hubiera tenido ella.

Trout lo comprendía perfectamente, porque conocía muy bien a Dez. Lo comprendía cada vez que rompían y lo comprendía cada vez que volvían juntos. Dez era mercancía estropeada, y siempre lo sería. Tenía un corazón de oro, de eso no le cabía ninguna duda, pero amurallado con alambre de espino y rodeado de minas de tierra.

Trout echó un vistazo a las fotos de Dez clavadas en el interior de su diminuto cubículo. Dez con flores en el pelo y con vaqueros ajustados y una camiseta atada al cuello que le dejaba los hombros desnudos, riéndose de algo que había dicho él mientras hacía la foto. Dez en el día de su graduación de la academia de policía. Dez sentada en el muelle de detrás de la casa de Trout, agarrándose las piernas con los dos brazos, con la silueta destacada delante de un sol poniente impresionante. Dez con un bikini de caerse de espaldas que no consistía sino en unos triangulitos de tela de colores fuertes. Dez de adolescente, con aparato en la boca, cuando él fue a recogerla para ir al baile de fin de curso.

Dez, Dez, Dez…

No era el recuerdo de la ruptura lo que más le dolía; al fin y al cabo eso no era más que un montón de mierda que ya había pasado a la historia y a la que había que agregar la extrañeza y las murmuraciones de la gente que habían durado siete días. Ni tampoco la discusión que había prendido la mecha de su desmoronamiento catastrófico como pareja. No, el recuerdo imborrable con el que tenía que convivir Trout día y noche, y sobre todo de noche, era el de la última vez que habían estado juntos antes de que todo se fuera al garete. Había sido un día perfecto. Habían pasado el día montando a caballo por el parque estatal; Dez sobre un macho castrado pero fogoso y Trout sobre un Clydesdale torpe, un caballo de carga amish retirado. Aquel día el bosque estaba plagado de flores y de cantos de pájaros, y parecía como si ellos no hicieran otra cosa que reír. Dez no paraba de reír. Se reía con todo el cuerpo, apretando los ojos de los que le salían lágrimas.

Luego habían vuelto a casa de Trout. Cualquier otra noche Dez le habría reprochado su sentimentalismo. Vino frío, velas de olor a lila y a lavanda, rosas rojas y rosas y sábanas limpias en la cama. Habían bailado música de Sade y después se habían quedado en el salón, besándose hasta perder la cabeza. Y entonces ambos se habían ido quitando la ropa muy despacio, prenda tras prenda, hasta llegar a la piel del otro con los dedos y con las bocas.

Una vez desnudos se produjo un momento extraño pero encantador en el que ambos se quedaron ahí, en pie simplemente, mirándose el uno al otro. Trout la había tocado con la mayor delicadeza del mundo, como si ella fuera un fantasma de bruma, y sus dedos habían ido trazando sombras de excitación desde los labios y el cuello hasta el pecho, hasta cada uno de aquellos pechos abultados y hasta los pezones rosados. Entonces ella lo había tomado de la mano y lo había llevado a la cama. El sexo entre ellos siempre había estado bien, pero a menudo era rápido. Dez siempre quería saltarse los preliminares e ir directamente al grano. Pero aquella noche fue diferente. Pasaron mucho tiempo juntos, jugando y excitándose el uno al otro hasta justo antes de llegar al clímax, momento en el cual retrocedían para volver a comenzar, solo que de otro modo. Después él se había tumbado boca arriba y había tirado de ella hasta tumbarla encima. Y habían hecho el amor muy despacio, como si tuvieran todo el tiempo del mundo. Para finalmente yacer el uno junto al otro con los cuerpos vibrantes y rebosantes de un calor fiero, de un sudor que había calado hasta las sábanas, escuchando cada cual los latidos rítmicos del corazón del otro.

Esa había sido la última vez que habían hecho el amor. Y quizá ya no volvieran a hacerlo nunca. Veinticuatro horas más tarde ya se habían peleado. Y ambos sabían muy bien cómo lanzar la bomba que destrozaría el corazón y las esperanzas del otro.

Trout estuvo a punto de sacar el móvil del bolsillo. Quizá ella no siguiera enfadada. Puede que se hubiera calmado y se arrepintiera de lo que había hecho. Puede que lo echara de menos.

Pero dejó el móvil en el bolsillo e hizo un esfuerzo de voluntad para pensar en lo que estaba ocurriendo. Para volver al presente, a algo real y tangible. A algo sobre lo cual sí tenía control.

Poco a poco la emoción por la historia que estaba surgiendo fue provocándole un bombeo de adrenalina. Se puso en pie y se dirigió a la sala de vídeo. Allí había un joven tirado en una silla, escribiendo un mensaje en el Twitter. Al sentarse Trout a su lado alzó la vista.

—¡Cabra! —exclamó Trout con alegría—. Justo la persona que andaba buscando. Coge la cámara.

Gregory «Cabra» Weinman era un tipo alto y desgarbado de piernas y brazos larguísimos, de pelo negro rizado y revuelto y con una piel que jamás había visto el sol. Iba envuelto en ropa suelta al estilo de la nueva bohemia, pero jamás le pegaba una prenda con otra.

—¡Ah!, ¿es que estamos en uno de esos momentos cumbres en los que hay que parar la impresión? —preguntó Cabra sin ninguna inflexión de la voz.

—Pues de hecho sí —confirmó Trout—. Coge el equipo.

Cabra terminó de escribir el mensaje y apretó el «intro». Trout leyó el comentario. Se trataba de una observación mordaz acerca de la última película de Woody Allen. Cabra era el cámara, el editor de vídeos, el ingeniero general para Noticias Regionales por Satélite y, que Trout supiera, un tipo temperamental, impredecible y con un engreimiento de proporciones legendarias. Era un cineasta fracasado de cine independiente con un máster en Bellas Artes por la Universidad de Carnegie Mellon y con una sensibilidad en extremo refinada y esnob como para que Hollywood le brindara una oportunidad. Lo mismo podría haber llevado la palabra «autor» escrita en la frente. Además Trout sabía que Cabra detestaba cada segundo que pasaba en el país de las noticias regionales retransmitidas por cable. Sin embargo, teniendo en cuenta la situación de la economía y dado su temperamento, había sido el único trabajo fijo que había encontrado. Por otra parte también era cierto que Cabra era capaz de tomar metros y metros de película de los juegos de la liga infantil, de las reuniones del Tea Party, de las carreras de Nascar o de las exhibiciones de tiro, y convertirlos en algo irresistible. Si alguien se hubiera molestado en ver las noticias que él enviaba, cosa que desde luego no era el caso, sin duda Cabra habría ganado varios premios.

—Vamos —lo animó Trout—, andando.

—Imposible.

—¿Por qué? ¿Viste por fin todo el porno de internet?

—Ojalá, pero no. Me he pasado la noche entera editando un vídeo. El discurso horrible del alcalde y el partido de fútbol. De no ser por las madres futboleras, me habría pegado un tiro. Vamos, que estoy hecho polvo. Me largo.

—Pero esto es importante…

—¿El qué?, ¿el temporal? Porque si te has creído que voy a quedarme parado en medio del jodido huracán mientras Gino lee los pronósticos es que lo que tomas es un buen alucinógeno.

—A la mierda con la tormenta. Tengo una pista de algo que puede que sí sea importante.

—¿Importante a qué escala? ¿A escala de pueblo o de ciudad?

Trout sonrió antes de responder:

—Entre el Pulitzer y el Óscar.

Cabra parpadeó, confuso.

—¿Me tomas el pelo?

—Pues claro que no.

Trout le contó la historia.

—¡Oh, sí! —exclamó Cabra—, ¡eso sí que es grande!

—Lo sé.

—El puto Gibbon cabalga de nuevo. Déjame que twitee un poco.

Trout asintió. Comprendía perfectamente el valor de las redes sociales como cualquier periodista que tuviera en perspectiva labrarse un futuro con sueldo en la profesión. Twitter y Facebook movían montañas en términos de relaciones públicas y de cuchicheo. Cabra manejaba las cuentas online para la división de Noticias Regionales por Satélite, y había engordado la charlatanería hasta el punto de que NRS había sobrepasado los ocho mil seguidores. Diez veces la población del condado de Stebbins.

—¿Qué tal suena esto? —preguntó Cabra mientras escribía un mensaje corto—: Muy pronto, en exclusiva desde NRS, los secretos inconfesables de Homer Gibbon.

—Perfecto —aseguró Trout—. Pero corto. Creía que en Twitter te permitían escribir ciento cuarenta palabras.

—Ciento cuarenta caracteres —corrigió Cabra—. La brevedad es el dios que permite sumar masas. Este mensaje tiene cincuenta y siete. Cuanto más breve, más fácil que la gente lo reedite con su nombre de usuario. Lo cual contribuye a extenderlo —explicó Cabra, que hizo una pausa—. Creo que cuando volvamos voy a editar un vídeo con «lo mejor de Gibbon». Titulares, metros de película en los que el FBI saca ese cuerpo del contenedor de basura de Akron, los cara a cara del juicio, el paseo del criminal hasta la sala de ejecución, todo esto. Voy a subirlo a YouTube. Puedo colgarlo con un enlace a Twitter, a ver si conseguimos que la gente empiece a hablar y se convierta en un virus. Así preparamos el terreno para cuando soltemos la bomba.

—Por mí bien —dijo Trout.

Cabra apagó el ordenador y comenzó a meter el equipo en una bolsa reforzada. En cuanto terminó se puso en pie. Parecía una escoba gigante al lado de Trout.

—Venga, vamos.

Tres minutos más tarde estaban en el Ford Explorer de Trout, abrochándose los cinturones, dispuestos a recorrer la calle Fábrica de Muñecas en dirección al Estado de Transición.