Estado de Transición Hartnup
—¡Encontradlo! —bramó el jefe Goss—. Doc Hartnup está herido y probablemente en estado de shock.
—Se va a poner a llover —advirtió uno de los agentes.
—Pues ponte en marcha. No ha podido llegar muy lejos si está herido.
—No está herido, jefe. Está muerto. Alguien ha robado su cuerpo —afirmó Dez, solo que en voz baja.
J. T. la miró y sacudió la cabeza.
Los agentes salieron corriendo en todas las direcciones: se internaron en el bosque, abrieron todas las puertas de los edificios de los alrededores y encendieron las luces de todos los rincones para alumbrar incluso debajo de las piedras. Goss llamó para informar de la noticia a los agentes que en aquel momento peinaban ya los bosques en busca del asesino y se encontraban en el extremo opuesto al tanatorio.
—¡Aquí! —gritó un agente de Nesbitt que había cruzado el césped para internarse en la Arboleda.
Dez corrió hacia él. Goss se movía deprisa a pesar de estar gordo. Llegó justo después que J. T. El agente de Nesbitt, un chico de cabello negro llamado Diviny que había salido de la academia justo un año antes, se arrodilló en la hierba de la Arboleda. Señaló una mancha de sangre sobre la gravilla y marcas rojas sobre briznas de hierbas dobladas y aplastadas.
—Parece que se ha internado en el bosque.
J. T. se inclinó, observó el rastro de sangre y comenzó a seguirlo por un lateral para no estropear las pruebas. Dez hizo lo mismo por el otro lado. Las gotas de sangre eran cada vez más escasas. Las del principio estaban húmedas y eran relativamente grandes y brillantes. Luego iban menguando hasta quedar reducidas a gotas diminutas y, por último, a unos cuarenta metros de los árboles, no quedaba nada.
—Lo he perdido —gritó Diviny, que seguía a J. T.
Era evidente que el joven agente trataba de evitarla, concluyó Dez. Todos los policías la miraban con expresiones extrañas.
Pues que se les den por culo, se dijo Dez. Seguía muy nerviosa, y la suspicacia de Goss y del resto de agentes no contribuía a que se calmara. De haber jurado que había visto un platillo volante o al yeti revolviendo en el cubo de la basura puede que le hubiera concedido crédito a la opinión que J. T. no se atrevía a pronunciar en voz alta acerca de su percepción teñida por una mezcla de Jack Daniels y cerveza Yengling. Pero lo que había ocurrido en el tanatorio no era una alucinación, y tampoco se trataba de elefantes rosas. La rusa muerta se había levantado hecha un energúmeno. Eso era un hecho. Todavía podía sentir su peso muerto clavándola al suelo y sus dedos helados agarrándola del pelo.
Dez se agachó y examinó la hierba.
—No… mira la hierba.
Diviny y J. T. se inclinaron y observaron el trozo de césped que ella señalaba. La hierba era corta, fuerte y bastante resistente a la presión de las huellas, pero un buen examen forense siempre descubría un rastro detrás de todo contacto. Algunas de las briznas estaban aplastadas y en proceso de volver a ponerse en pie, por mucho que no se hubieran tronchado.
—Bien visto —dijo Goss con una nota de reserva en la voz—. Diviny, mira a ver si puedes encontrar a ese gilipollas. Pero no se te ocurra lanzarte a por él tú solo. Si lo ves, llama y pide refuerzos —continuó Goss, que entonces señaló a otra agente de Nesbitt—. Natalie, tú ve con él, ¿de acuerdo? No quiero héroes.
Ambos asintieron y se alejaron hacia los árboles.
—¿Adónde quieres que vayamos J. T. y yo? —preguntó Dez.
Goss se pasó la lengua por los dientes antes de responder:
—Quiero que vayáis a sentaros a vuestra unidad y que me redactéis un informe razonable. No, no me miréis con esa cara. No os lo estoy rogando.
—¿Pero por qué? —preguntó J. T.—. Este es el escenario de un crimen real y…
—Y según parece la víctima de la agresión se ha levantado y ha salido andando de la escena del crimen como si tal cosa.
Dez juró en silencio. Quería alejarse de allí, marcharse a casa.
—Imposible —insistió J. T.—. Doc Hartnup no se ha levantado y se ha marchado andando. No, señor.
—Entonces dame otra explicación, oficial Hammond —contestó Goss, que señaló el rastro que habían seguido desde el tanatorio—. Hemos seguido el rastro de unas huellas de zapatos saliendo del edificio. Y comienzan exactamente donde tú dices que yacía muerto Doc. ¿Estáis sugiriendo, agentes, que alguien entró en la escena del crimen mientras vosotros luchabais con la mujer de la limpieza, se tomó la molestia de ponerle los zapatos a Doc, recogió el cuerpo y se lo llevó al bosque? Rellenad bien ese informe, y con mucha calma. Pensad bien lo que vais a responder.
J. T. cerró la boca con tal fuerza que Dez creyó que se había partido los dientes.
El jefe los miró alternativamente a los dos repetidas veces y luego añadió:
—Hemos pedido un montón de refuerzos. Si Diviny y Natalie no consiguen nada, comenzaremos la búsqueda por el bosque. Además, nuestra gente ya está registrando los edificios de la zona.
Dez señaló hacia el tejado de la mansión victoriana blanca, apenas visible más allá de la Arboleda, y dijo:
—Al menos déjanos que registremos la casa vieja de Doc.
—Creía que estaba vacía —alegó Goss.
—Está a la venta, pero no está vacía —lo corrigió Dez—. April, la hermana de Doc, ha estado viviendo allí a la espera del divorcio. Con sus dos hijos, Tommy y Gail. Creo que llevan dos semanas en la casa. Antes no nos dio tiempo a ir a verlos, así que déjanos que vayamos…
—No —negó Goss con firmeza—. Mandaré a otros agentes. Vosotros id a redactar el informe. Y a ver si escribís algo que no parezca una puta historia de ciencia ficción.
Dez se giró para ocultar su malestar. J. T. suspiró. Observaron a los agentes Ken Gunther y Dana Howard desaparecer por el camino que atravesaba la Arboleda hasta la casa vieja de Hartnup. Entonces Dez, sin volverse hacia Goss, afirmó:
—Fue un disparo en toda regla, jefe.
Al ver que el jefe no respondía, Dez se giró por fin y lo miró a los ojos en silencio durante unos segundos. Poco a poco, la línea tensa de los labios de Goss se suavizó. Suspiró y dijo:
—¡Dios! Eso espero, Dez.
—¿Nos hará falta un abogado? —preguntó entonces J. T.
Goss volvió a suspirar.
—Por mí no. Pero el estado va a meterse en este asunto, de eso no te quepa duda. Hablarán con los representantes de la unión, y tendrán listos a los abogados.
De repente todos se dieron la vuelta hacia Scott, el forense, que salía corriendo del tanatorio y meneando una tablilla con un sujetapapeles. Scott se acercó a ellos y preguntó:
—J. T., Dez… ¿qué ha sido del tercer cuerpo?
J. T. y Dez se quedaron mirándolo sin comprender.
—¿Qué tercer cuerpo? —preguntó Goss.
—El del muerto —contestó Scott de mal humor.
—¿Es una broma? —preguntó J. T. con el mismo mal humor.
—No. Me refiero al cuerpo del tanatorio. El cuerpo con el que iba a trabajar Doc Hartnup. ¿Qué ha sido de él?
J. T. sacudió la cabeza antes de responder:
—No había ningún cuerpo en la cámara refrigeradora de la sala de preparación. Puede que Doc hubiera venido solo para ocuparse del papeleo o a…
—No —negó Scott, interrumpiéndolo—. No me cabe ninguna duda de que había un cuerpo —añadió, dando unos golpecitos sobre el papel—. Tendría que estar en el depósito. Llegó hace poco más de dos horas. Doc mismo firmó la entrega.
—Había huellas de una tercera persona —dijo entonces J. T. muy despacio—. Alguien ha tenido que entrar para llevárselo.
—Las huellas que he visto yo eran de pies descalzos —alegó Scott—. Es un poco raro.
—Es que hoy todo es un poco raro —murmuró J. T. entre dientes—. La cuestión es por qué alguien, descalzo o no, iba a entrar, matar a Doc Hartnup, atacar a la señora de la limpieza y luego llevarse un cadáver.
Scott se pasó la lengua por los dientes.
—Quizá desde el principio solo se tratara de robar el cuerpo. Alguien entró a robarlo sin saber que Doc estaba dentro. Vamos, que no entró en el momento más oportuno.
—El coche de Doc está aparcado fuera —alegó Goss.
—Sí, pero puede que Doc llegara después de que hubiera entrado el agresor. Y con la señora de la limpieza, lo mismo.
—Lo cual nos lleva otra vez a la pregunta de por qué alguien iba a querer robar un cadáver —señaló J. T.—. Además puede que fuera más de una persona. Los cuerpos pesan una tonelada.
—Sí, peso muerto —bromeó Scott. Nadie se echó a reír. Scott se aclaró la garganta y añadió—: A mí me parece que el motivo es evidente.
—Pues a mí no —objetó Goss, malhumorado.
—¿Estás de broma? Los cuerpos de los famosos están muy demandados —dijo Scott, señalando la tablilla—. Y más este.
La palabra «famosos» quedó suspensa por un momento en el aire, hasta que Dez le arrebató a Scott la tablilla de las manos. Examinó el formulario y se quedó boquiabierta.
Goss y J. T. releyeron por encima de su hombro. La página de encima era el formulario habitual de la orden de traslado de un cuerpo de una prisión a un tanatorio. Sin embargo, llevaba grapado un acuerdo confidencial firmado por el guardia de la prisión estatal de Rockview ante notario. Venía a decir, con términos legales complejos, que Lee Hartnup se exponía a una multa, a la pérdida de la licencia del negocio e incluso a la persecución criminal en el caso de que rompiera la promesa del secreto profesional y revelara la identidad del prisionero fallecido que dejaban a su cargo.
Leyeron el nombre del prisionero a la luz cruda de la mañana. Dez era incapaz de articular palabra. Goss sencillamente se quedó observando el papel, pronunciando el nombre en silencio.
—¡Santa madre de Dios! —exclamó J. T. en susurros.
El nombre del prisionero ejecutado era Homer Gibbon.