El final de un viaje
DÍA VIGESIMOSEXTO, MES DE MISHAMONT, AÑO 352 DC
La oscuridad del templo se iluminará como el día con el poder de mi magia. Caramon, con la espada en la mano, sólo puede permanecer a mi lado y observar con asombro cómo un enemigo tras otro cae víctima de mis hechizos. Los rayos sisean en mis dedos, las llamas estallan en mis manos, aparecen los espectros, tan aterradoramente reales que, al verlos, se puede morir únicamente de miedo.
Los goblins mueren entre gritos, atravesados por las lanzas de legiones de caballeros que llenan la cueva con sus cánticos de guerra cuando yo lo ordeno y desaparecen tras una palabra mía. Las crías de dragones huyeron despavoridas hacia los lugares oscuros y secretos donde fueron incubadas; los draconianos se retuercen entre las llamas. Los clérigos oscuros, que bajaron atropelladamente la escalera siguiendo la última orden de su reina, fueron recibidos por una lluvia de lanzas cegadoras y sus últimas oraciones se convirtieron en gemidos agónicos.
Por fin acuden los Túnicas Negras, los más ancianos de la orden, para acabar conmigo, el joven advenedizo. Pero se desesperan al darse cuenta de que, por muy viejos que ellos sean, yo, de alguna forma extraña, soy más viejo aún. Mi poder es increíble. Se dan cuenta de inmediato que no pueden derrotarme. En el aire flotan los sonidos de los hechizos y, uno a uno, desaparecen tan rápido como han surgido. Muchos son los que me hacen respetuosas reverencias antes de partir sobre las alas de sus hechizos… Se inclinan ante mí.
Raistlin Majere. Señor del Pasado y el Presente.
Yo, mago.