La transformación de la oscuridad
DÍA DECIMOQUINTO, MES DE MISHAMONT, AÑO año 352 DC
Ésa tarde, cuando el sol ya se ponía, Raistlin envolvió cuidadosamente los tarros de las pociones con una tela de algodón, para que no se rompieran, y los metió en un cajón. Así ya podría llevarlos a la tienda de Snaggle. Agradecía la oportunidad de andar, de pensar mientras caminaba, tratando de decidir qué hacer. Ahora la vida en Palanthas le parecía muy sencilla. El camino que llevaba a la realización de sus ambiciones se le había presentado llano y recto. Pero en algún lugar de su andadura se había desviado, había tomado la bifurcación equivocada y había terminado en un pantano mortal de mentiras e intrigas. Un solo paso en falso lo precipitaría hacia su propia muerte. Se hundiría bajo esas aguas putrefactas como…
Como yo me hundí en el Mar Sangriento —dijo una voz.
—¿Caramon? —Raistlin se detuvo, atónito. Miró en derredor. Era la voz de Caramon. Estaba seguro.
—Sé que estás aquí, Caramon —dijo Raistlin—. Sal de tu escondite. No estoy de humor para tus jueguecitos.
Se había parado en la Ringlera de los Hechiceros y el lugar estaba desierto, como siempre. El viento barría la calle, arrancaba un susurro de las hojas muertas del otoño y levantaba la basura, haciéndola girar en el aire y volver a caer. No había nadie. Raistlin sintió que lo bañaba un sudor helado. Las manos le temblaban tanto que estuvo a punto de dejar caer el cajón. Lo dejó en el suelo.
—Caramon está muerto —dijo, pues necesitaba oírse a sí mismo pronunciando esas palabras.
—¿Quién es Caramon?
Raistlin se volvió, con un hechizo en la punta de la lengua, y vio a Mari sentada en el escalón de un portal. Raistlin olvidó el hechizo con un suspiro. Al menos la voz había sido real y no había resonado sólo en su cabeza…, o en su corazón.
—Olvídalo. ¿Qué quieres? —preguntó a la kender.
—¿Qué hay en ese cajón? —preguntó Mari, al tiempo que alargaba una mano para tocar uno de los frascos.
Raistlin levantó el cajón, justo a tiempo para alejarlo de la kender. Prosiguió su camino hacia la tienda de Snaggle.
—¿Quiere que te ayude a llevar eso? —se ofreció Mari, trotando a su lado.
—No, gracias.
Mari hundió las manos en los bolsillos.
—Supongo que ya sabrás por qué estoy aquí.
—Talent quiere una respuesta.
—Bueno, por eso también. Primero quiere saber por qué fuiste a ver a Ariakas.
Raistlin sacudió la cabeza.
—¿Hay alguien en esta ciudad que no sea un espía?
—No creo —contestó Mari, encogiéndose de hombros—. Cuando un ratón come una miga en Neraka, Talent se entera de inmediato.
Raistlin vio que la kender estaba a punto de abrir la tapa de uno de sus tarros para meter el dedo en la impoluta poción. Raistlin dejó el cajón en el suelo, le quitó el tarro y lo cerró de nuevo.
—¿Se supone que tiene que oler así? —preguntó Mari.
—Sí —contestó Raistlin, mientras se preguntaba qué hacer.
Podía traicionar a La Luz Oculta y entregarlos a Ariakas. Se había dado cuenta de que el aguardiente que le habían dado tenía una droga, había olido el opiáceo en cuanto se había acercado la jarra a los labios. Había fingido que bebía y después había simulado que caía inconsciente. Podría guiar a los guardias del emperador hasta El Botín de Lute y, luego, por los túneles que se abrían debajo. Recibiría una recompensa más que digna.
O podía traicionar a Ariakas y unir sus fuerzas a la batalla de La Luz Oculta para derrotar al emperador y a la Reina Oscura. Por lo que Raistlin había oído y visto de los enemigos a los que se enfrentaría, aquélla sería la opción más peligrosa y con menos probabilidades de éxito.
Ambos bandos querían que espiara a su hermana. De repente, le asaltó la duda del lado de quién estaría Kit.
«Ella es como yo —dedujo—. Kit estará de su lado».
—Ariakas me hizo llamar para preguntarme si sabía algo de ese hombre al que todos quieren dar caza —contestó Raistlin—. Ése de la gema verde.
—¿Te refieres a Berem? Dime, ¿tú sabes por qué todo el mundo lo busca? —preguntó Mari con gran interés—. Quiero decir, ya sé que no te cruzas todos los días con un tipo con una esmeralda clavada en el pecho, pero ¿qué lo hace tan especial? Aparte de la esmeralda, quiero decir. Me preguntó cómo acabaría ahí clavada. ¿Tú lo sabes? ¿Y qué pasaría si alguien intentara arrancársela? ¿Se desangraría hasta morir? ¿Sabes lo que creo yo? A mí me parece…
—No sé nada sobre Berem —logró decir Raistlin en medio del torrente de palabras de la kender—. Lo único que sé es que ésa era la razón por la que Ariakas quería verme.
—¿Eso es todo? —dijo Mari, y silbó aliviada—. Menos mal. Así ya no tengo que matarte.
—Eso no tiene gracia.
—No pretendía ser graciosa. ¿Así que vas a aceptar el encargo de Talent? ¿Puedo ir contigo? Hacemos un equipo increíble, tú y yo.
—Talent no te ha contado adonde me envía, ¿verdad? —preguntó Raistlin alarmado. Si lo sabía un kender, lo sabría media Neraka.
—Qué va, Talent nunca me cuenta nada, lo que seguramente sea una actitud muy inteligente. No se me da demasiado bien guardar un secreto. Pero, oye, sea donde sea, te vendrá bien mi ayuda.
Ya había oído eso antes, otro kender le había dicho lo mismo. Raistlin recordó a Tasslehoff hurgando entre sus componentes de hechizos, estropeando la mitad y robando la otra; probando las pociones a escondidas (a veces con consecuencias catastróficas); escapando con diferentes utensilios de la casa, desde una cuchara hasta una cazuela; y, en definitiva, siempre metiéndose a sí mismo y a sus amigos en problemas.
El otoño anterior, sin ir más lejos, Tasslehoff había cogido un bastón normal y corriente en apariencia, pero que se había transformado en un báculo de cristal azul con la capacidad de hacer milagros…
«¿De verdad fue el otoño pasado? —se preguntó Raistlin—. Parece que hubiera sido en otra vida».
—Oye, Raistlin, vuelve de donde te hayas ido —dijo Mari, tirándole de la manga y agitando una mano delante de él—. ¿Ibas a ver al viejo Snaggle? Porque si la respuesta es sí, ya hemos llegado.
Raistlin se detuvo. Dejó el cajón en el escalón y se sentó junto a él.
—No puedes venir conmigo, Mari. De hecho, deberías irte de Neraka —le dijo a la kender—. Deja de trabajar para Talent. Es demasiado peligroso.
—Ya, Talent no se cansa de decírmelo. Y ya ves, ¡todavía no me ha pasado nada!
—Sí que te ha pasado algo —le contradijo Raistlin con dulzura—. Los kenders pertenecen a la luz y no a la oscuridad, Mari. Si te quedas aquí, la oscuridad acabará destruyéndote. Ya ha empezado a cambiarte.
—¿De verdad? —Mari tenía los ojos abiertos como platos.
—Asesinaste a un hombre. Tienes las manos manchadas de sangre.
—Tengo las manos manchadas de restos de la comida de hoy y una gotita de esa poción asquerosa, y un poco de babas de goblin de la taberna, pero nada de sangre. Mira, puedes comprobarlo tú mismo. —Mari levantó las manos, con las palmas hacia arriba listas para la inspección.
Raistlin sacudió la cabeza y suspiró. Mari le dio una palmadita en el hombro.
—Ya sé lo que quieres decir. Sólo estaba bromeando. Te referías a que tengo las manos manchadas de la sangre del Ejecutor. Pero no es verdad. Me las lavé.
Raistlin se puso de pie. Cogió el cajón.
—Será mejor que te vayas ya, Mari. Tengo que tratar un asunto serio aquí.
—Aquí todos tenemos asuntos serios —replicó Mari.
—Dudo que ni siquiera sepas el significado de esa palabra.
—Claro que lo sé. Lo que pasa es que nosotros, los kenders, no queremos ser serios, pero podemos serlo si nos lo proponemos. Mi pueblo está luchando contra la Reina Oscura en todo el mundo. En Kendermore y en Kenderhome y en Flotsam y Solace, y en Palanthas y en otros muchos sitios de los que nunca he oído hablar, los kenders están luchando y, en algunas ocasiones, muriendo. Y eso es muy triste, pero debemos seguir luchando porque tenemos que ganar pues, si no ganamos, pasarán cosas horribles. Takhisis odia a los kenders. Nos pone al mismo nivel que los elfos, una auténtica ofensa para nosotros, los kenders, aunque tal vez no lo sea para los elfos. Así que ya ves, Raist, la oscuridad no nos está cambiando. Nosotros estamos cambiando a la oscuridad.
Mari tenía los ojos brillantes y una alegre sonrisa.
—¿Qué le digo a Talent?
—Dile que acepto el trabajo —contestó Raistlin. Sonriendo, extendió el brazo y le quitó otro frasco de la mano, justo cuando la kender iba a metérselo en un bolsillo—. No querría que tuvieras que matarme.