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Despedida

DÍA QUINTO, MES DE MISHAMONT, AÑO 352 DC

Esa mañana Raistlin se despertó de un sueño profundo, que ningún ataque de tos había interrumpido. Tomó una profunda bocanada del aire de la mañana y sintió como se le llenaban los pulmones. Respiraba sin problemas. Su corazón latía con fuerza y vitalidad. Estaba hambriento y desayunó con deleite los trozos de pan duro remojados en leche, que era lo que tomaban los monjes.

Estaba bien. Se sentía bien. A sus ojos asomaron unas lágrimas de júbilo. Se las secó y empaquetó sus escasas pertenencias: los ingredientes para hechizos, los libros de magia y el Bastón de Mago. Estaba listo para partir, pero antes tenía que hacer un recado.

Debía saldar su deuda con Astinus, quien, aunque de forma inconsciente, le había mostrado la clave: el conocimiento de uno mismo. Y también estaba en deuda con los Estetas, que se habían ocupado de él, lo habían vestido y alimentado.

Raistlin buscó a Bertrem, que solía merodear cerca de la habitación de Astinus, pues era el encargado de velar por su intimidad y siempre estaba dispuesto a acudir corriendo a su llamada.

Bertrem abrió los ojos como platos al ver la túnica negra de Raistlin. El Esteta tragó saliva varias veces. Sus manos revoloteaban con nerviosismo, pero le cerró la entrada a la habitación de Astinus.

—No me importa lo que pueda hacerme a mí, pero ¡a mi señor no le hará ningún daño! —exclamó Bertrem con valentía.

—Sólo he venido a despedirme de Astinus.

Bertrem lanzó una mirada temerosa a la puerta.

—No puede molestarse al señor.

—Creo que él querrá verme —repuso Raistlin con voz tranquila, y avanzó.

Bertrem retrocedió un paso, vacilante, y chocó contra la puerta.

—Estoy bastante seguro de que no…

La puerta se abrió de repente, Bertrem cayó hacia el interior de la estancia, y casi arrastró consigo a Astinus. Bertrem se apartó rápidamente y se pegó a la pared, tratando de mimetizarse con la superficie de mármol.

—¿Qué son todos estos golpes y gritos en mi puerta? —exigió saber Astinus—. ¡Es imposible trabajar con tanto alboroto!

—Me voy de Palanthas, señor —repuso Raistlin—. Quería agradecer…

—No tengo nada que decirte, Raistlin Majere —dijo Astinus, dispuesto a cerrar la puerta—. Bertrem, ya que no eres capaz de garantizarme la paz y tranquilidad que deseo, acompañarás a este caballero a la salida.

Bertrem enrojeció de vergüenza. Se deslizó por la puerta y, armándose de valor, tiró de la manga negra de Raistlin.

—Por aquí…

—¡Un momento, señor! —exclamó Raistlin, y sostuvo con su bastón la puerta abierta para que Astinus no pudiera cerrarla—. Te planteo la misma pregunta que me hiciste el día de mi llegada: «¿Qué ves cuando me miras?».

—Veo a Raistlin Majere —respondió Astinus, enojado.

—¿No ves a tu «viejo amigo»? —inquirió Raistlin.

—No sé de qué me hablas —dijo Astinus, antes de intentar cerrar la puerta otra vez.

Bertrem tironeó de la manga negra de Raistlin con insistencia.

—No debes molestar al maestro…

Raistlin no le prestó atención y siguió dirigiéndose a Astinus.

—Cuando yacía moribundo, me dijiste: «Así termina tu viaje, mi viejo amigo». Fistandantilus, tu viejo amigo, el hechicero que creó la Esfera del Tiempo para ti. Mírame a los ojos. Mira mis pupilas en forma de reloj de arena que son mi constante tormento. ¿Ves a tu «viejo amigo»?

—No —contestó Astinus después de un momento. Entonces añadió, encogiéndose de hombros—: Así que has ganado tú.

—Yo he ganado —afirmó Raistlin con orgullo—. He venido a saldar mi deuda…

Astinus hizo un gesto, como si estuviera espantando una mosca.

—No me debes nada.

—Yo siempre saldo mis deudas —insistió Raistlin con aspereza. Metió la mano en un bolsillo de la túnica negra de terciopelo y sacó un pergamino atado con una cinta negra—. Pensé que esto podría gustarte. Es la crónica del combate que disputamos. Para tus archivos.

Le alargó el pergamino. Astinus vaciló un momento y después lo cogió. Raistlin quitó el bastón y Astinus cerró de un portazo.

—Conozco la salida —dijo Raistlin a Bertrem.

—El maestro ha dicho que lo acompañara —replicó Bertrem, y no sólo lo acompañó a la puerta, sino que bajó con él la escalera de mármol y salió con Raistlin a la calle.

—Lavé la túnica gris y la he dejado doblada sobre la cama —dijo Raistlin—. Gracias por prestármela.

—De nada —balbuceó Bertrem, aliviado de librarse por fin de aquel huésped tan extraño—. Para servirle.

De repente, Bertrem enrojeció.

»Es decir… No quería decir que esté para servirle.

Raistlin sonrió ante la incomodidad del Esteta. Metió la mano en la bolsa y apresó el Orbe de los Dragones, preparándose para lanzar su hechizo. Aquél iba a ser el primer hechizo importante que iba a realizar sin oír la eterna voz susurrante en su mente. Se había jactado de que el poder era suyo. Por fin sabría si era cierto o no.

Asiendo el Bastón de Mago con una mano y el Orbe de Dragones con la otra, Raistlin pronunció las palabras de magia.

—Berjalan cepat dalam berlua tanah.

Entre el espacio y el tiempo se abrió un portal. Miró a través de él y vio los chapiteles negros y retorcidos de un templo. Raistlin no había estado nunca en Neraka, pero había dedicado mucho tiempo a leer descripciones de la ciudad en la Gran Biblioteca. Reconoció el Templo de Takhisis.

Raistlin cruzó el portal.

Volvió la vista para contemplar al pobre Bertrem, que tenía los ojos a punto de salírsele de las órbitas mientras manoteaba el aire.

—¡Señor! ¿Dónde ha ido? ¿Señor?

Al comprobar que su huésped se había esfumado, Bertrem tragó saliva y subió la escalera a la carrera, tan rápido como le permitían sus sandalias… El portal se cerró tras Raistlin y se abrió a su nueva vida.