21

—¡Por supuesto que no sé dónde está! —respondió desabridamente Victor Gould. Le molestaba que lo llamaran por teléfono a avanzadas horas de la noche, y en especial que quien lo hiciera fuese Bletchley Bright para preguntarle por su maldito hijo Timothy. En consecuencia, y como además sentía cierto peso en la conciencia respecto del tal Timothy, no se mostró muy amable—. Es verdad que estuvo aquí hace unos días…

—¿Para qué demonios fue? —preguntó Bletchley con su habitual tacto.

—Quizá porque buscaba algún sitio donde quedarse —replicó Victor conteniendo a duras penas su malhumor—. ¿Por qué no se lo preguntas a él?

—¡Preguntárselo…! ¡Maldita sea! ¿Cómo diantre voy a hacerlo? Estoy tratando de averiguar adonde ha ido. El condenado chico ha desaparecido.

—Lo siento mucho. Pero puedo asegurarte que yo no lo tengo.

—Ni a mí se me ha ocurrido pensarlo —dijo Bletchley—. Lo que no entiendo es por qué tendría que ir a verte. En cualquier caso, si lo hace, ten la bondad de decírnoslo.

—¡Descuida! —cortó Victor, y colgó el teléfono con la renovada y furiosa resolución de no tener tratos con la maldita familia Bright en el futuro. Todos sus miembros eran groseros y arrogantes a más no poder, y hasta Bletchley, que habitualmente parecía contarse entre los mejor educados, empezaba a mostrar el pelo de la dehesa. Victor Gould apagó la luz y permaneció tumbado a oscuras preguntándose qué le habría podido ocurrir a aquel maldito Timothy. Quizá se había matado con aquella moto y aún no habían encontrado su cuerpo. No es que a Victor le hiciera gracia semejante posibilidad, pero había que considerarla. Sobre todo le desagradaba la idea de tener todo aquel dinero guardado debajo de la escalera de su casa. Pero lo más importante y decisivo era que debía pensar en el futuro de Henry. Victor Gould estaba resuelto a mantener a su sobrino al margen de todo, fuera lo que fuese lo sucedido aquella fatídica noche. A fin de cuentas, Timothy Bright se había presentado en Pud End sin que nadie lo invitara y metido la mano, robado en realidad, en la lata de tabaco mezclado con «sapo». Lo que hubiera podido pasarle era cosa suya, y no cabía reprochárselo a ningún otro. Habiendo llegado a esta conclusión, Victor Gould se volvió de lado en la cama y se puso a dormir.

En la casa de Drumstruthie no reinaba una paz semejante entre los componentes de la familia Bright. La evidencia de que su hijo era un ladrón se le hacía especialmente dura a Bletchley Bright pero, si bien deseaba arreglar las cosas, no estaba ciertamente dispuesto a pagarle de su bolsillo a tía Boskie aquellas ciento cincuenta y ocho mil libras.

—Más los intereses, naturalmente —puntualizó Fergus.

Bletchley lo miró como si el otro hubiera dicho una obscenidad.

—¡Y un cuerno! —replicó—. Ni aunque Boskie tuviera razón, porque no estoy nada convencido de que todos los hechos que se nos han expuesto…

—¡Joder! —le interrumpió Fergus—. ¡Deja ya de hablar como un primer ministro en el turno de preguntas…! No me vengas con tonterías. Tu hijo ha robado los ahorros de Boskie y no tiene escapatoria posible. Si quieres librarlo de los tribunales, tendrás que devolverle todo el dinero a Boskie, con los intereses que le hubieran dado en el banco. Más aún: si esas acciones han subido desde que el condenado muchacho las vendió, tendrás que compensarle también esa pérdida. Bletchley miró desesperadamente a los demás miembros de la familia reunidos en Drumstruthie, pero no encontró ni una sola mirada benévola.

—Nos veremos obligados a vender Voleney casi con toda seguridad —dijo—. Y ya sabéis lo que eso significa. La vieja casa ha pertenecido a la familia desde 1720, y…

—Y seguirá siendo de la familia, Bletchley —tronó el juez Benderby Bright, furioso aún por haber tenido que interrumpir de golpe y porrazo las vacaciones que pasaba a bordo de su yate en Llafranc—. Si has de vender la casa para pagar las deudas de tu chico, ofrécela a la familia a un precio razonable. Porque, de no hacerlo así, se presentará inmediatamente una denuncia contra tu hijo ante el juzgado de delitos económicos. Espero haberme expresado con absoluta claridad.

No podía caber ninguna duda. La propia silla vacía de Boskie era expresión de una censura implacable.

—Si vosotros lo decís, supongo que tendrá que ser de esta forma —admitió Bletchley.

—No será necesario si encuentras a tu hijo y consigues que le devuelva a Boskie su dinero —observó Fergus.

—Pero… ¿cómo voy a poder hacer eso sin atraer un montón de publicidad sobre todos nosotros? —se lamentó Bletchley—. Estoy seguro de que no querréis eso.

Nadie dijo nada, pero los ojos de todos los que se hallaban alrededor de la mesa le observaron con atención. A Bletchley no se le escapó aquel cambio de disposición en su favor.

—Muy bien, pues. Pondré anuncios en los periódicos y haré que publiquen su foto. Seguramente dará algún resultado.

Fue un intento en vano. Ninguno rechistó, aunque los ojos de todos expresaban su veto. Un auténtico Bright jamás hubiera proferido tan terrible amenaza. Bletchley Bright quedó a la altura del betún ante su familia.

—Bueno, bueno…, ¡de acuerdo! —dijo—. Pero no va a ser nada fácil encontrar a Timothy si él no quiere que lo encuentren. Se ha evaporado de la faz de la tierra.

—Muy prudente por su parte —murmuró el juez—. Si yo estuviera en sus zapatos, no daría señales de vida. ¿Has hecho indagaciones en la Legión Extranjera francesa?

—¿Y en la policía? —preguntó Vernon—. Tal vez tengas suerte con ellos. Siempre pensé que dejarle llevar una moto era de lo más peligroso.

—Jamás le animé —replicó Bletchley—. Aparte de que ya tiene veintiocho años. No se le puede llamar un chiquillo.

—No me importa cómo lo llames. Lo que trato de decirte es que pudiera haber salido despedido de ese trasto y hasta quizá… ¿Por casualidad sabes si está asegurado?

—Tiene que estarlo —dijo Bletchley, viendo en ello una leve esperanza.

—No creo que su seguro alcance para pagar a Boskie —observó Fergus—. Y, en cualquier caso, sería esperar demasiado.

Cuando Bletchley Bright abandonó la reunión era un hombre agotado, hundido. La realidad que había tratado de rehuir a lo largo de toda su vida lo había atrapado finalmente en forma de un vástago disoluto y criminal. Al llegar a Voleney salió a recibirle una Ernestine al borde del ataque de nervios.

—¡Dios santo! —exclamó—. Es demasiado espantoso. ¿Sabes que Boskie se ha fugado?

—¿Fugado? ¿Qué demonios dices? No puede haberlo hecho. No la tienen presa en ninguna parte.

—Son palabras de Fergus. Acaba de llamar por teléfono para darme la noticia. Me ha encargado que te dijera que Boskie se ha fugado de la clínica y se ha ido a Londres a ver al ministro del Interior.

—¡Pero eso es imposible! Está gravemente enferma y…

—Fergus dice que, si se muere, la familia te hará responsable de ello.

Bletchley se quedó mirando a su mujer con los ojos inyectados en sangre. Había venido conduciendo desde Drumstruthie y en el largo viaje había tenido mucho tiempo para tratar de reflexionar.

—Me tiene sin cuidado que se muera esa bruja. ¿Por qué ha tenido que ir a ver al ministro del Interior? ¿A santo de qué?

—Para hablarle de Timothy, claro. Por lo visto se conocen personalmente. Fergus creía recordar que tía Boskie había tenido un lío con él… De hecho, está seguro de que lo tuvo.

Mientras Ernestine se venía abajo y estallaba en llanto, Bletchley agarró el botellón de whisky y se sirvió un buen vaso.

—Si me estás diciendo en serio que tía Boskie, que anda por los noventa, tuvo una aventura con un individuo que, como mucho, no pasa de cuarenta y tres años, debes de estar loca. ¡Tendría sesenta cuando él llegó a la pubertad…! Es una idea francamente obscena. Por amor de Dios, Ernestine… ¡Si sería más vieja de lo que eres tú ahora! No seas tonta.

Su mujer acusó el sarcasmo.

—Sólo te estoy contando lo que me ha dicho Fergus. ¿Y por qué es tan tonto? ¿Te parece una tontería que una mujer de mi edad desee ser amada por un joven sano, dotado de sentimientos auténticos y de un cuerpo capaz de expresarlos? Aquí el único que estás loco eres tú. Loco, loco, loco, loco…

Mientras Ernestine se precipitaba fuera de la sala y sus palabras le llegaban desde el pasillo cada vez más distantes, Bletchley Bright contempló tristemente la espaciosa habitación y dejó que su mente retrocediera en el tiempo hasta alcanzar, siglos atrás, al primer Bright, el viejo Bidecombe Bright, más conocido como «Brandy»; sin duda habría estado alguna vez de pie allí mismo, orgulloso de una vida de éxitos coronada con la construcción de Voleney House. Y ahora, por culpa de la locura criminal de su condenado hijo, él, Bletchley Bright, descendiente directo del viejo «Brandy», iba a tener que vender la casa en la que había nacido, crecido y llevado una vida tan maravillosamente ociosa. Era una perspectiva insoportable. Se sirvió otro whisky y pasó a la salita de armas.