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La política

El establecimiento del orden en Europa y la reconstrucción de las vidas económicas nacionales deberán alcanzarse por medio de procesos que les permitirán a los pueblos liberados destruir los últimos vestigios del nazismo y fascismo y crear instituciones democráticas que ellos mismos elijan […] En estas elecciones todos los partidos democráticos y antinazis deberán tener derecho a postular a sus candidatos.

Protocolos del Tratado de Yalta,
13 de febrero de 1945

Una sombra se cierne sobre los escenarios que hasta hoy alumbraba la luz de la victoria de los aliados […] A los partidos comunistas, que eran muy reducidos en los Estados orientales de Europa, se les ha otorgado un poder muy superior a lo que representan, y están procurando hacerse con un control totalitario en todas partes.

WINSTON CHURCHILL, de su discurso en Fulton,
Missouri, 5 de marzo de 1946

Entre la firma del Tratado de Yalta, con su promesa de elecciones libres en Europa del Este, y el discurso de Winston Churchill sobre el «Telón de Acero», que predijo el ascenso del totalitarismo, transcurrió un año. Durante ese año, tuvieron lugar multitud de cambios. El Ejército Rojo llevó a agentes de la policía secreta formados en Moscú a todos los países ocupados, colocó a comunistas locales al mando de las emisoras de radio nacionales y empezó a desarticular a grupos de jóvenes y otras organizaciones civiles. Arrestaron, asesinaron y deportaron a personas de las que sospechaban que eran antisoviéticas, e impusieron brutalmente una política de limpieza étnica.

Esos cambios no se llevaron a cabo en secreto ni se ocultaron al resto del mundo. El primer ministro británico utilizó la expresión «telón de acero» por primera vez, no en su famoso discurso pronunciado en Fulton, sino cuando la guerra estaba tocando a su fin en mayo de 1945, tan solo tres meses después de Yalta. En una carta dirigida a Truman, Churchill escribió que «sobre el frente ruso ha caído un telón de acero. No sabemos lo que ocurre detrás de él[1]». El amor de Churchill por el lenguaje grandilocuente ocultaba la verdad. Él sabía lo que estaba sucediendo «detrás del telón de acero», porque, para su fastidio, sus interlocutores polacos se lo habían estado contando.

De hecho, la cálida relación entre las potencias anglosajonas y la Unión Soviética había empezado a romperse mucho antes. «La alianza entre nosotros y la facción democrática de los capitalistas funciona porque esta tuvo interés en evitar el dominio de Hitler —le dijo Stalin a Georgi Dimitrov antes de que terminara la guerra—. En el futuro nos enfrentaremos también a esta facción de los capitalistas.» Las tensiones empeoraron a medida que se acercaba el final de la guerra. Si bien el primer encuentro entre el ejército estadounidense y el Ejército Rojo en el río Elba fue un momento de celebración y apretones de manos, a continuación llegaron discusiones insignificantes sobre dónde y a quiénes debían rendirse los alemanes —al final hubo dos ceremonias—, y una abrupta decisión por parte de los estadounidenses de finalizar el programa de Préstamo y Arriendo, que había estado financiando la compra de artículos estadounidenses por parte de la URSS durante la guerra[2]. El primer uso de la bomba atómica en agosto desató otra oleada de paranoia soviética. A finales de ese mes, los soldados rusos y estadounidenses sostuvieron frecuentes tiroteos en Berlín[3].

Sin embargo, los acontecimientos en Europa del Este y particularmente en Polonia fueron el verdadero desencadenante de una desconfianza mutua más profunda que pronto se conocería como guerra fría. En otoño de 1944, George Kennan ya había concluido que aquellos miembros del gobierno polaco en el exilio que seguían luchando por la democracia «eran, a mis ojos, los representantes fallidos de un régimen condenado al fracaso, aunque nadie podía ser tan brusco como para decírselo[4]». Seis meses después, en mayo de 1945, Harry Hopkins, uno de los asesores de mayor confianza de Roosevelt, viajó a Moscú para reunirse con Stalin y transmitirle la preocupación del presidente Truman acerca de «nuestra incapacidad para llevar a efecto el Acuerdo de Yalta en Polonia». A modo de respuesta, Stalin criticó furiosamente la decisión sobre el programa de Préstamo y Arriendo y declaró que la URSS necesitaba tener una Polonia «amiga» —es decir, prosoviética—, en sus fronteras[5].

Sin embargo, Stalin había aceptado los protocolos de Yalta y se celebrarían elecciones, aun en esas extrañas circunstancias. Durante el período inicial de ocupación soviética y gobierno de coalición en Europa del Este —aproximadamente, de 1945 a 1947—, algunos (no todos) partidos políticos no comunistas aún podían existir legalmente. Aún podían publicarse algunos periódicos no comunistas. Se llevaban a cabo campañas políticas. El grado de libertad política variaba de un país a otro, como también variaba el grado en que se manipulaban o, directamente, se falsificaban las elecciones. Sin embargo, al menos muy al principio, la Unión Soviética intentó mantener la apariencia, y hasta cierto punto la realidad, de elección democrática.

También esperaba beneficiarse. Como he señalado, tanto la Unión Soviética como sus aliados en Europa del Este creían que la democracia funcionaría en su favor. Este es un hecho importante, que a menudo se pasa por alto y que conviene repetir: si bien la sinceridad de esa expectativa varió de un país a otro, la mayoría de los partidos de la región celebraron elecciones poco después de que terminara la guerra porque pensaron que ganarían, y no les faltaban motivos para pensar así. Inmediatamente después de la guerra, casi todos los partidos políticos de Europa defendían políticas que, según la perspectiva actual, eran muy de izquierdas. Incluso los demócratas cristianos de centro-derecha en Alemania occidental y los conservadores británicos estaban dispuestos a aceptar un papel preponderante del Estado en la economía de finales de la década de 1940, incluyendo la nacionalización de algunas industrias. Por todo el continente, casi todos abogaban a favor de la creación de extensos estados de bienestar. Los partidos comunistas habían obtenido muy buenos resultados en las elecciones europeas en el pasado y parecían listos para repetirlos. El partido comunista francés obtuvo el mayor número de votos en las elecciones parlamentarias de 1945. ¿Por qué no iba a suceder lo mismo más hacia el este?

Los comunistas europeos también tenían razones ideológicas para confiar en la victoria. Según Marx, tarde o temprano la clase obrera cobraría conciencia de su destino, y, tarde o temprano, depositaría su fe en el partido comunista. Una vez que esto hubiera sucedido, los partidos comunistas se alzarían con el poder de manera natural, elegidos por las mayorías obreras. En una entrevista posterior, el comunista polaco Leon Kasman explicó:

Sabíamos perfectamente que antes de la guerra el partido tenía el apoyo de una parte minoritaria de la población, pero creíamos que se trataba de una minoría progresista, que abriría el camino hacia el progreso nacional. También sabíamos que si tomábamos el poder y hacíamos política de manera correcta, nos ganaríamos las simpatías de la gente que no confiaba en nosotros, que no nos creía o que estaba en nuestra contra[6].

Ulbricht, en un discurso ante su partido a principios de 1946, expresó un optimismo similar:

Nos han preguntado: ¿También celebraréis elecciones en la zona soviética? Respondemos: Sí, por supuesto, ¡y veréis como organizamos esas elecciones! Las organizaremos con el sentido de la responsabilidad que requieren unas elecciones de esa clase, y las organizaremos de manera que nos aseguraremos de que haya una mayoría de clase obrera en todos los pueblos y ciudades[7].

Al menos en público, Ulbricht nunca contempló la posibilidad de que las elecciones podían no conducir a una mayoría obrera.

Stalin, en cambio, era más escéptico, o tal vez fuera que nunca había llegado a entender a lo que los europeos se referían con «democracia» y «elecciones libres». Durante la guerra, comentó a una delegación polaca de Londres encabezada por Stanisław Mikołajczyk, por entonces el líder del gobierno polaco en el exilio, que «hay ciertas personas —tanto de izquierdas como de derechas— a las que no podemos permitir que formen parte de la política polaca». Mikołajczyk señaló que en democracia no era posible dictar quién podía estar en política y quién no. A modo de respuesta, «Stalin me miró como si estuviera […] loco y terminó la conferencia[8]».

Más adelante, en agosto de 1944, Stalin dijo bruscamente a un grupo de líderes de exiliados polacos que la Unión Soviética consideraría favorablemente la formación de una «coalición» de «partidos democráticos» en Polonia, aunque, por supuesto, esos asuntos «tendrían que decidirlos los propios polacos». Por «coalición» se refería a una coalición preelectoral, cuyos miembros no competirían entre sí. Por «democráticos» se refería a prosoviéticos[9]. Claramente, prefería una clase de «elecciones» que no implicaran ninguna competencia. En esas circunstancias, incluso los comunistas polacos tenían opciones de victoria. Como le dijo a Władysław Gomułka en 1945, «con la debida agitación y una buena actitud, podéis obtener un número de votos considerable[10]».

Varios países siguieron atentamente la fórmula de Stalin y celebraron elecciones sin competencia. Yugoslavia celebró exactamente esa clase de elecciones —Tito no necesitó la insistencia soviética para perseguir a sus oponentes— en noviembre de 1945. Los resultados oficiales establecieron que el 90 por ciento de los votantes habían votado al Frente Popular yugoslavo, el único partido en las papeletas. El embajador soviético en Belgrado elogió efusivamente esa acción, y dijo a Viacheslav Molótov que esas elecciones habían «fortalecido» al país. Las valoró como un éxito enorme[11]. En Bulgaria, el partido comunista también organizó una coalición formada por varios partidos de orientación izquierdista llamada el Frente Patriótico en las elecciones de noviembre de 1945[12]. En ambos países, la verdadera oposición —partidos de centro y de centro-derecha que se negaron a formar parte de la coalición— pidieron a sus compatriotas que boicotearan los comicios, y muchos lo hicieron. De todos modos, los partidos comunistas se declararon victoriosos.

Pese a los grandes esfuerzos del NKVD y de los comunistas locales, no todos los políticos de la región estuvieron dispuestos a formar parte de una coalición electoral unificada, como tampoco toda la clase obrera cobró conciencia de su destino rápidamente. En 1945 y 1946, la economía de la región seguía siendo un caos. La violencia política había generado odio y resentimiento hacia la Unión Soviética. El resultado fue que, en lugar de confirmar las predicciones de Marx, la primera ronda de elecciones libres y parcialmente libres resultó catastrófica para los comunistas en gran parte de la región. Tras ellas, las tácticas de los partidos comunistas se volvieron mucho más severas.

En Polonia, Stalin se movió con cuidado al principio, al menos en lo relativo a las elecciones. Sus enviados no intimidaron de inmediato a la clase política polaca para que organizara elecciones de partido único, como sucedió en Yugoslavia o Bulgaria. Después de la detención y la deportación de los dieciséis líderes del Ejército Nacional, las potencias occidentales observaban la política polaca con mucha más atención, y tal vez Stalin consideró que era importante mantener la farsa de un gobierno provisional de coalición. Quizá con esas consideraciones en mente, en la primavera de 1945 Stalin permitió que un último líder polaco no comunista, Stanisław Mikołajczyk —el político que había intentado discutir con él sobre democracia—, regresara al país y trabajara legalmente.

A diferencia de los comunistas polacos, ninguno de los cuales había participado en la política electoral polaca de antes de la guerra, Mikołajczyk era una figura muy conocida entre los ciudadanos. Antes de 1939 había sido presidente del Partido Campesino Polaco (Polskie Stronnictwo Ludowe, o PSL), un grupo con una base rural, un programa socialdemócrata y legitimidad real. Tras la doble invasión por parte de alemanes y soviéticos en septiembre, Mikołajczyk se había marchado a Londres, donde se había incorporado al gobierno polaco en el exilio. Después de que el general Władysław Sikorski muriera en un extraño accidente de avión en Gibraltar en 1943, Mikołajczyk se convirtió en primer ministro en el exilio. En virtud de ese cargo, negoció con Stalin, Roosevelt y Churchill sobre la posición de Polonia una vez finalizada la guerra, y su enfado y su mal humor fueron en aumento a medida que las negociaciones fracasaban. Durante una reunión especialmente desagradable con Stalin y Churchill en Moscú en octubre de 1944, descubrió por casualidad que pese a las tranquilizadoras palabras del propio Roosevelt al respecto, los aliados ya habían cedido la parte oriental de Polonia a la Unión Soviética en la Conferencia de Teherán (la reunión en la que Churchill sugirió que Polonia podría «desplazarse hacia el oeste, como el soldado que da dos pasos lateralmente hacia la izquierda»). Mikołajczyk gritó a Churchill y exigió un cambio de política. El primer ministro también le gritó: «¡Si sigue discutiendo conseguirá que nos hartemos de usted![13]».

Después de la detención de los dieciséis líderes del Ejército Nacional en marzo de 1945, Mikołajczyk mantenía pocas esperanzas en la posibilidad de una democracia en Polonia. De todos modos, decidió regresar al país. Como Krystyna Kersten señala, Mikołajczyk «se engañó al pensar que Stalin iba en serio cuando declaró que su objetivo no era una Polonia comunista, sino una Polonia democrática y cordial con la URSS[14]». Por ello fue criticado por muchos polacos, tanto en Londres como en Polonia, que sintieron que su regreso concedía una legitimidad espuria a un gobierno que ya estaba de facto bajo control soviético. Un periódico de los exiliados hizo algunas predicciones funestas: «La historia nos enseña que nadie puede detener el totalitarismo dictatorial ni siquiera mediante los acuerdos de mayor alcance […] El único camino hacia la liberación es un cambio a tiempo en la opinión mundial a nuestro favor[15]». Mikołajczyk señaló que el Tratado de Yalta había garantizado «unas elecciones libres y sin obstáculos, lo antes posible, sobre la base del sufragio universal y el voto secreto». Y él estaba dispuesto a cumplir esa promesa al pie de la letra[16].

En junio de 1945, Mikołajczyk viajó a Moscú, donde participó en los debates que llevaron a la creación del gobierno polaco provisional. En esa reunión estuvieron presentes los «polacos de Lublin» —Bierut, Gomułka y otros políticos prosoviéticos que se habían unido al Comité Polaco de Liberación Nacional—, así como otros líderes del PS. El acuerdo al que llegaron creó, como ya se ha comentado, un Gobierno Provisional de Unidad Nacional, que tendría que gobernar Polonia hasta que pudieran celebrarse elecciones. El PSL controlaba a un tercio de los delegados de este organismo. El partido también recibió varios puestos ministeriales y una remesa de papel para que pudiera empezar a imprimir su periódico. En sus memorias cargadas de resentimiento, escritas en el exilio, Mikołajczyk recordó que aunque ese acuerdo «trajo aún más desilusión a una gran mayoría de la población polaca […] estaba por llegar el día en que habríamos aceptado gustosamente los derechos resumidos en ese acuerdo. Porque al final, el [PSL] ni siquiera obtuvo su tercera parte. No obtuvo nada[17]».

Durante un breve período de tiempo, sus seguidores tal vez tuvieran razones para mantener la esperanza. Las primeras incursiones de Mikołajczyk en el campo polaco fueron triunfales. Miles de personas fueron a recibirlo al aeródromo cuando su avión aterrizó en Varsovia en junio de 1945. Una multitud siguió el desfile de vehículos por toda la ciudad y después se reunió frente a la nueva sede del gobierno provisional en un barrio del sur, sin dejar de aclamarlo. Cuando visitó Cracovia unos días después, sus exultantes seguidores levantaron su vehículo y lo pasearon por las calles. A continuación levantaron al propio Mikołajczyk y lo llevaron a hombros. Sin embargo, incluso esas muestras de euforia tenían lugar en un escenario de peligro. Cuando salió de su primera reunión con los dirigentes del partido en Cracovia, la noche después de su llegada a la ciudad, Mikołajczyk encontró una descarga de ametralladora. No pretendía asesinarlo, sino asustarlo, y lo consiguió. Más adelante descubrió que todos los asistentes a esa reunión fueron arrestados después de que él se marchara[18].

En los meses siguientes, Mikołajczyk y sus entregados seguidores llevaron a cabo lo que, desde la perspectiva actual, fue una campaña política extraordinariamente valiente y sorprendentemente sincera. Él y su partido lucharon primero por el derecho a ejercer una política de oposición; después para dejar su impronta en el primer referéndum público; y finalmente para obtener escaños en las primeras elecciones parlamentarias de posguerra. En 1947 habían perdido las tres batallas, pero no sin asustar a los comunistas polacos y a sus asesores soviéticos con la fuerza y la escala de los apoyos recibidos.

Desde el principio, los comunistas polacos hicieron cuanto estuvo en sus manos para aislar a Mikołajczyk y el PSL. La «coalición» electoral que Stalin había propuesto bruscamente a Mikołajczyk pronto vio la luz. Ese bloque prosoviético contenía a los comunistas, al un tanto renuente Partido Socialdemócrata y, para gran confusión, a dos partidos falsos: una imitación del Partido de los Campesinos, controlado por los comunistas con la intención de crear confusión entre los votantes, y un «Partido Democrático» diseñado para hacer lo mismo. El auténtico PSL se negó a formar parte de esa coalición deliberadamente confusa, de modo que fue el único partido legal que se quedó fuera. Como resultado, Mikołajczyk atrajo el apoyo de todos los anticomunistas del país, desde los socialistas más moderados a los nacionalistas más radicales.

Al cabo de unos meses, la cúpula comunista se dio cuenta de su error. En una reunión del Comité Central del partido comunista en el invierno de 1946, Gomułka pronunció un discurso en el que atacó abiertamente al PSL por primera vez. Describió la cúpula del partido como el nuevo «enemigo» reaccionario, confabulado con los imperialistas occidentales. Insinuó que el PSL podía ser mucho más peligroso que los partisanos anticomunistas que aún se escondían en los bosques[19]. Włodzimierz Brus, en ese momento un joven economista perteneciente al partido comunista, asistió a la reunión:

Mucha gente se quedó sorprendida por la ferocidad de ese mensaje, en primer lugar porque tuvieron la sensación de que su [propio] apoyo en el país no era lo bastante fuerte, de manera que preferirían alguna clase de tregua, y no un enfrentamiento. Y en segundo lugar, estaban cansados después de la larga guerra, de los sacrificios, las pérdidas y las víctimas […] Creo que yo mismo me quedé un poco sorprendido por la ferocidad de ese ataque.

Sin embargo, como Brus observó, otros presentes en la reunión recibieron el mensaje de Gomułka «con cierta satisfacción». Finalmente, el partido «destruiría a la reacción[20]».

El propio Mikołajczyk llevó la cuenta de los ataques verbales y físicos que recibió su partido. Este, teóricamente legal, sufrió un acoso severo —violencia policial, torturas y asesinatos— desde el principio. Ya en noviembre de 1945, envió la primera de lo que sería una larga serie de quejas oficiales a la jefatura de la policía secreta polaca, quejándose de «arrestos masivos de miembros del PSL en Tarnobrzeg, además de confiscación de bienes». Ese mismo mes, agentes de la policía y funcionarios del partido comunista impidieron la asistencia a una reunión del PSL en Trzebenice; advirtieron a los habitantes de los pueblos de alrededor de Olesnica que quien acudiera a esas reuniones se arriesgaba a ser arrestado; robaron documentos de una oficina del partido cercana a Łowicz. El 9 de enero de 1946, Mikołajczyk elaboró una lista de los dieciocho activistas que habían sido detenidos en la ciudad de Breslavia. Ese mismo mes, más adelante, anotó ochenta arrestos en Łódz[21].

A menudo, los miembros del PSL eran detenidos por las acciones de la resistencia armada. En marzo de 1946, por ejemplo, los comunistas locales organizaron una reunión política en la ciudad de Łapanów, al sudeste de Cracovia, a la que el PSL no estaba invitado. De camino a casa, varios políticos comunistas y miembros de la policía secreta sufrieron una emboscada por parte de partisanos armados con ametralladoras. Siete hombres muertos y tres resultaron heridos en el tiroteo. Al día siguiente la policía empezó a detener a miembros locales del PSL al azar, argumentando que si no habían estado en la reunión debían ser culpables. También incendiaron la propiedad de un dirigente local del partido, cuya casa y establo quedaron reducidos a cenizas. Mikołajczyk se quejó de que los funcionarios «actúan siguiendo el camino más fácil, sin investigar ni intentar encontrar a los culpables […] Indiscutiblemente, es un abuso de poder[22]».

En medio de esta agitación, el PSL empezó a publicar Gazeta Ludowa («Periódico del pueblo»), un logro extraordinario en sí mismo. Los editores tenían un acceso muy limitado al papel y no disponían de los medios para enviar las suscripciones. De manera periódica, pedían a sus lectores que se limitaran a un solo ejemplar por persona —no podían comprar más para sus amigos—, puesto que siempre había escasez. Como Mikołajczyk recordó: «Recibíamos peticiones de suscripciones como para tener que imprimir 500 000 ejemplares de Gazeta Ludowa, pero nunca nos facilitaron papel de prensa para imprimir más de 70 000. Los comunistas saboteaban centenares de ejemplares de nuestro periódico en las plantas y servicios de distribución […] a los suscriptores particulares se les advertía que si no cancelaban su suscripción, serían despedidos de sus trabajos[23]». A diferencia de la radio, Gazeta Ludowa no podía llegar a la inmensa mayoría de los polacos. Pero sus artículos, que aparecían bajo titulares tan explícitos como «Se le está cayendo la máscara» y «La UB [policía secreta] tortura a los polacos», describían la realidad de manera muy gráfica a quienes conseguían hacerse con un ejemplar. Gazeta Ludowa publicaba nombres, fechas y descripciones de los arrestos, y sus periodistas se quejaban del trato que recibía Mikołajczyk durante las reuniones parlamentarias. Aunque su partido supuestamente ocupaba un tercio de los escaños, cada vez que hablaba —o cuando lo hacía alguno de sus diputados— la sala estallaba en abucheos y silbas, de manera que era imposible oír una sola palabra[24].

Los ataques al PSL no consiguieron eliminar el partido. Al contrario, los entierros de miembros del PSL asesinados empezaron a atraer a multitudes rebeldes. Los sacerdotes —que en aquel momento aún podían expresar su opinión— comenzaron a predicar abiertamente contra el gobierno. En una parroquia, un sacerdote supuestamente declaró que «si alguien nos pregunta quién es la llamada reacción, debemos responder con firmeza que nosotros, los cristianos, somos la reacción, y que le ganaremos la batalla al marxismo». Un miembro del Comité Central observó, en unos comentarios a sus colegas, que «la idea de un bloque [la coalición de izquierdas] no se ha popularizado lo suficiente entre las masas». Incluso el Partido Socialdemócrata, por lo general débil y acobardado, empezó a quejarse de que la policía secreta estaba tratando al PSL con mano demasiado dura[25].

Conscientes de que estaban perdiendo apoyos, los comunistas polacos intentaron una táctica dilatoria. En lugar de celebrar elecciones en el otoño de 1945, como hicieron los húngaros, búlgaros y yugoslavos, Jakub Berman, el principal ideólogo del partido, convenció a Bierut para que celebrara un referéndum a principios del verano de 1946. La finalidad, dijo años después, había sido «sondear» la opinión pública para «separar el grano de la paja», y para obligar a la gente a elegir sencillamente si estaba a favor o en contra de Mikołajczyk[26]. Las preguntas que se plantearon a la población estaban diseñadas para obtener una respuesta positiva. Fueron tres: ¿Apoya la abolición del Senado [una institución de antes de la guerra que no desempeñaba una función muy relevante]? ¿Apoya la reforma agraria y la nacionalización de las grandes industrias, conservando a la vez la propiedad privada? ¿Desea conservar los nuevos territorios de Polonia y sus nuevas fronteras occidentales?

La respuesta correcta a todas las preguntas era «sí». Por consiguiente, la campaña electoral comunista tuvo un eslogan sencillo: «¡Tres Veces Sí!». Mikołajczyk aceptó el reto y ordenó a sus seguidores que votaran «sí» a las dos últimas preguntas. Como Berman reconoció, le resultó difícil argumentar contra los territorios occidentales, y tanto la nacionalización como la reforma agraria eran entonces medidas populares, sobre todo teniendo en cuenta que la pregunta contenía la contradictoria frase «conservando a la vez la propiedad privada[27]». Sin embargo, Mikołajczyk pidió a sus seguidores que votaran «una vez no» a la pregunta inútil acerca del Senado.

En realidad, a nadie le importaba lo más mínimo si Polonia tenía o no una segunda cámara parlamentaria. Así, el voto se convirtió en una lucha de poder entre el partido comunista y el PSL de Mikołajczyk, y el partido hizo todo lo posible para ganar. Probablemente, Polonia no había tenido ni ha vuelto a tener desde entonces una campaña electoral como esa: el partido comunista imprimió 84 millones de carteles, folletos y panfletos, una cantidad de propaganda extraordinaria en una época en la que aún había escasez de papel. Se emitió la orden de pintar todos los muros y las vallas del país con el eslogan: «¡Tres Veces Sí!». En la radio y en eventos públicos se leyeron llamamientos dirigidos a todos los sectores de la población: mujeres, campesinos, obreros, intelectuales. A veces eran vulgarmente nacionalistas: «¡Tres Veces Sí no gusta a los alemanes!» o «Sí es la señal de tu identidad polaca». Otras veces eran populistas y sentimentales. A los polacos se les pedía que votaran «Tres Veces Sí: si no queréis que regresen los terratenientes» o «Tres Veces Sí: en nombre de la prosperidad y felicidad de nuestros hijos[28]».

Cuando la campaña alcanzó su punto culminante, tras la propaganda llegaron las amenazas. El jefe de la policía secreta de Łódz formado en Kuibishev, Mieczysław Moczar, le dijo al líder local del PSL que arrestaría a todo aquel que hiciera campaña bajo el lema «Una vez No». El régimen también decidió que la campaña de referéndum podría ser el momento oportuno para llevar a cabo juicios abiertos y bien publicitados de los líderes del Ejército Nacional, durante los cuales los abogados de la acusación insinuaron misteriosos vínculos entre la resistencia partisana y el PSL. Por supuesto, todos los oponentes del régimen —armados y no armados— apoyaban al PSL (aunque el PSL se mantenía alejado de los partisanos que quedaban), y algunos de ellos estaban yendo más lejos de manera encubierta, haciendo campaña a favor de un voto de «Dos Veces No» o incluso «Tres Veces No». El régimen se alarmó. A medida que se acercaba el día de la votación, organizaciones militares y paramilitares —el ejército, los guardias de frontera, la Milicia Popular y la policía secreta— recibieron la orden de salir a organizar reuniones y manifestaciones. Cualquiera que fuera sospechoso de apoyar el voto «equivocado» corría el riesgo de ser arrestado, interrogado, o algo peor.

Sin embargo, la propaganda fracasó. La noche antes de la votación, unos 20 000 seguidores se reunieron en Varsovia para presenciar un partido de fútbol entre Polonia y Yugoslavia, uno de los primeros partidos internacionales que se celebraban desde la guerra. Durante el intervalo de la media parte, un grupo de políticos comunistas dieron un paso al frente para intentar animar a los presentes a votar. Al darse cuenta de que otra acción neutral se convertía en un acontecimiento político, los espectadores empezaron a aplaudir y a silbar —señales de desaprobación en Polonia. Alguien inició el rumor de que Mikołajczyk estaba en el estadio y la multitud empezó a corear su nombre. El equipo yugoslavo parecía desorientado («atónito» en palabras de un espectador)—, pero el partido continuó (Polonia perdió). Hacia el final, dos camiones llenos de jóvenes activistas, miembros de la Unión de Jóvenes Luchadores, aparecieron de repente frente al estadio, y los jóvenes empezaron a gritar «Viva la Polonia Popular y Viva el Ejército Nacional» mientras la multitud salía del estadio, con lo que se ganaron múltiples abucheos[29].

A la mañana siguiente —el 30 de junio de 1946—, más de 11 millones de personas, el 85,3 por ciento de las personas con derecho a votar, acudieron a las urnas, una cifra extraordinaria. Al principio, el partido se alegró, creyendo que esas cifras significaban que la nación estaba con ellos. Brus, el joven economista, estaba de servicio, recibiendo informes sobre los resultados de las provincias. Recordó que cuando sus camaradas oyeron las cifras, pasaron de mostrarse «cautelosos a sumamente entusiasmados». No se había producido un boicot, como algunos habían temido. Si las clases obreras y los campesinos estaban yendo a votar, tenían que ser buenas noticias. De inmediato, los líderes del partido empezaron a hablar de celebrar unas precipitadas elecciones parlamentarias[30].

La euforia se desvaneció rápidamente. En efecto, millones de personas habían acudido a las urnas, pero la mayoría habían seguido el consejo de Mikołajczyk. Los resultados fueron demoledores. Según documentos de archivo ahora disponibles, solo un cuarto de la población había votado «Tres Veces Sí». Una amplia mayoría había votado «no» al menos a una de las preguntas[31]. Los comunistas reflexionaron sobre los preocupantes resultados durante diez días. Finalmente, presentaron una serie de cifras totalmente manipuladas que invirtieron esas proporciones. El PSL se quejó de la evidente falsificación. No tenían acceso a las cifras reales, pero sabían a través de sus sondeos informales que la mayoría no había votado «Tres Veces Sí». Los comunistas, imperturbables, mantuvieron su postura en relación con sus resultados falseados. Eso creó el marco para unas elecciones parlamentarias aún más sucias, que no se celebraría de inmediato, sino que se retrasaría seis meses.

¿Qué había sucedido? En el debate que llevó a cabo la fracasada campaña de referéndum, el partido comunista concluyó con amargura que la producción masiva de folletos había sido contraproducente, y que los eslóganes que habían pintado de manera generalizada habían molestado a la gente. La propaganda había sido abrumadora y demasiado vulgar. Como un inspector del nuevo Ministerio de Propaganda escribió en un informe interno:

Tras el anuncio del Referéndum Popular, lo más importante debería haber sido mantener la moderación y la cautela al tiempo que se apoyaban las tres respuestas positivas, que eran tan obvias y claras como que el sol luce en el cielo. La agitación descontrolada en busca del «sí» creó la sospecha de que debía de estar sucediendo algo más[32].

En el futuro, se dijeron los unos a los otros, los agitadores deberían estar mejor formados para responder a las dos quejas que se oían en público con más frecuencia: ¿por qué se les habían arrebatado los territorios del este de Polonia? ¿Y por qué aún había soldados soviéticos en territorio polaco? Los agitadores incompetentes tenían que ser despedidos de inmediato. A partir de ese momento se emplearían conversaciones, y no carteles ni folletos[33].

Aunque aceptó los «errores» de los propagandistas, al partido comunista aún le costaba entender cómo era posible que los obreros y los campesinos pudieran haberlos rechazado en tal medida. Profundamente comprometidos con una ideología que supuestamente debería haberles dado la victoria —al fin y al cabo, se suponía que los obreros tenían que apoyar el Estado obrero—, les costaba entender a sus compatriotas. Incluso los polacos que vivían en los nuevos territorios occidentales habían votado no a su anexión[34]. Un miembro del comité del partido de Varsovia concluyó que sus compatriotas estaban infectados por un «pensamiento confuso» hasta un nivel inconcebible:

Esto está relacionado con una especie de incomprensible espíritu de resistencia y una ignorancia absoluta, incluso por parte de esos individuos para quienes el régimen democrático ha sido una bendición. ¿Por qué, por ejemplo, los distritos con una mayoría de trabajadores de Radom votaron tres veces «no» en muchos casos? ¿Por qué los campesinos de Iłza y Jedrzejów votaron «no» en su mayoría? ¿Cómo puede explicarse que incluso el ejército y la policía, en muchos casos, dieran respuestas negativas?[35]

El referéndum supuso un punto de inflexión importante, incluso aún más que las elecciones parlamentarias que llegaron después. Para empezar, sirvió para cobrar conciencia de algo que aún tardaría muchos años en asumirse: la propaganda tenía sus límites. No solo los comunistas polacos, sino comunistas de toda clase llegarían finalmente a la conclusión de que «más» no significaba «mejor». Y lo más importante, los comunistas de Polonia sabían ahora que no tenían ninguna opción de una victoria electoral «limpia». Tendrían que amenazar e intimidar a los seguidores de Mikołajczyk, o falsear por completo los resultados de las elecciones.

Al final, hicieron ambas cosas. Durante los seis meses que transcurrieron entre el fallido referéndum y las elecciones parlamentarias de enero de 1947, la policía arrestó a la cúpula del PSL de Cracovia en pleno; registraron y saquearon la sede del partido en Varsovia; interrogaron y después arrestaron a todo el departamento de prensa del PSL. El embajador estadounidense en Varsovia escribió en un telegrama diplomático que «incluso las reuniones organizadas por el PSL dedicadas a la amistad polaco-soviética han sido disueltas[36]». Todas la reuniones electorales públicas fueron organizadas directamente por el ejército, porque, como dijo Brus, «un uniforme del ejército es mucho más efectivo que un propagandista vestido de civil[37]». Con el pretexto de fomentar la seguridad, se enviaron destacamentos conocidos como «grupos propagandísticos de seguridad» por todo el país con la finalidad de «proteger» a la población de los partisanos armados.

A medida que se acercaba el día de la votación, las tácticas del régimen se volvieron más descaradas. Una semana antes de las elecciones, los candidatos del PSL fueron borrados de las papeletas electorales en diez de los cincuenta y dos distritos electorales, en su mayoría de las zonas rurales del sudeste, tradicionalmente un bastión del Partido de los Campesinos. La noche anterior a las elecciones, el partido comunista envió miles de telegramas falsos a dirigentes del PSL, todos idénticos: «MIKOŁAJCZYK MUERTO ANOCHE EN ACCIDENTE DE AVIÓN». En sus memorias, Mikołajczyk describió el día de la votación, el 17 de enero de 1947, como «un día negro para la historia polaca»:

Los millones a los que se les obligó a votar abiertamente se presentaron en sus fábricas, oficinas y otros lugares establecidos, y mientras sonaba música de banda los guardias armados los acompañaron a sus lugares de votación […] Les ordenaron que sostuvieran las papeletas —todas con el número tres [el número del bloque comunista]— en alto, por encima de la cabeza, mientras hacían largas colas, para que los guardias pudieran verlas bien.

Sin embargo, explicó Mikołajczyk, no todos obedecieron: «Cientos de miles de personas valientes llevaban escondidas papeletas con el número del Partido de los Campesinos, y al acercarse a las urnas se las arreglaron para arrugar la papeleta con el número tres e introducir la que ellos quisieron en el sobre…[38]». Otros se escabulleron de la fila y regresaron más tarde, cuando los soldados ya se habían ido. Aunque no sirvió de nada. Según los resultados oficiales, el 80 por ciento de los votantes polacos eligieron la papeleta del «bloque democrático». Solo un 10 por ciento votaron al PSL. Mikołajczyk dimitió en señal de protesta. El Parlamento eligió a Bierut como presidente de Polonia y a Józef Cyrankiewicz, un socialdemócrata que quería que su partido se unificara con el comunista, como primer ministro del país. Los embajadores británico y estadounidense presentaron una queja oficial y boicotearon el día de la sesión inaugural del Parlamento, pero todos los esfuerzos fueron en balde[39].

Nueve meses después, en octubre de 1947, Mikołajczyk huyó de Polonia, se dirigió al sector británico de Alemania y después voló a Inglaterra. Declaró que le habían advertido en secreto que corría el riesgo de ser arrestado de inmediato. Aunque los británicos parecieron tratarlo como si fuera un poco histérico, probablemente tuviera razón. Su homólogo búlgaro, Nikola Petkov, el líder del Partido Agrario de la oposición, había sido arrestado, juzgado y ejecutado en el verano de 1947. Su homólogo húngaro, Ferenc Nagy, líder del Partido de los Pequeños Propietarios de la oposición, había sido chantajeado para que se exiliara sobre la misma época. El PSL mantuvo el nombre, pero dejó de desempeñar cualquier clase de papel en política, y después de su desaparición en Polonia no volvería a haber ninguna oposición política legal durante más de treinta años[40].

En realidad, el fracaso electoral del partido comunista polaco no pudo ser del todo inesperado, al menos en Moscú: Stalin tenía depositadas pocas esperanzas en la lealtad política de los polacos. Sin embargo, la Unión Soviética tenía mucha más fe en el atractivo electoral de los partidos comunistas en otros lugares. En el este de Austria, donde el Ejército Rojo seguía destacado, Stalin creyó que el partido comunista obtendría buenos resultados en las elecciones de otoño, y las expectativas también eran altas en Rumanía. Sin embargo, en ningún lugar eran tan elevadas como en Budapest.

De hecho, el partido comunista húngaro estaba totalmente seguro de su éxito en las primeras elecciones nacionales después de la guerra, las primeras votaciones realmente libres y justas en la historia húngara. El pleno derecho al sufragio se hizo por primera vez extensivo a las mujeres, los campesinos y a la gente sin educación[41]. La campaña fue abierta, y se llevó a cabo a través de la prensa y en público. Seis partidos presentaron candidatos, cada uno en una lista separada: el Partido de los Pequeños Propietarios, un partido, como hemos visto, similar en su sociología y filosofía al PSL polaco, los socialdemócratas, el partido comunista y tres partidos más pequeños.

Mátyás Rákosi esperaba una victoria contundente. El desempleo y el descontento llegaban a tales niveles que era fácil conseguir que las multitudes enfadadas y hoscas salieran a la calle, y el partido lo hizo con tanta frecuencia como le fue posible. Por todo el país los líderes comunistas organizaron manifestaciones masivas, gritaron consignas y colgaron carteles. Su presencia era tan abrumadora en las calles de Budapest que Rákosi predijo con seguridad la victoria de la coalición de izquierda —el partido comunista más los socialdemócratas— incluso en las elecciones municipales de Budapest, que tuvieron lugar unas semanas antes de las nacionales. Juntos, los dos partidos de izquierda conseguirían «tal vez el 70 por ciento, tal vez más», dijo al Comité Central. El general Voroshilov, entonces el oficial soviético de más alto rango en Hungría y jefe del Consejo de Control Aliado, sospechaba que Rákosi estaba exagerando, y se quejó a Molótov de que al dirigente comunista le gustaban demasiado las manifestaciones multitudinarias[42]. Era cierto, Rákosi podía hacer salir a 300 000 personas a la calle, pero «ni siquiera había iniciado una meticulosa labor educativa entre sus miembros». Voroshilov también tenía la sensación de que Rákosi no estaba lo bastante «centrado» en la economía; una manera sutil de decir que sus políticas económicas ya estaban empezando a fracasar[43].

En el seno del partido, pocos se atrevían a contradecir a Rákosi. A Jenó Széll, que entonces trabajaba en la oficina de propaganda del partido comunista (y que en 1956 se rebeló contra el régimen comunista), se le encargó que dirigiera la propaganda electoral en la ciudad de Pápa, al oeste de Hungría. Antes de las votaciones, Széll fue invitado a una reunión regional para informar sobre los progresos. Mientras escuchaba una apasionada descripción del apoyo masivo tras otra, empezó a preocuparse: «Todos decían que el partido comunista iba muy por delante, que los dos partidos de los trabajadores obtendrían una mayoría absoluta […] Y yo me dije: “Eres un desdichado, Széll, o sigues la corriente y mientes, o dices la verdad y te metes en un lío[44]”».

Széll se armó de valor y respondió honestamente. Dijo a los activistas allí reunidos que la coalición de izquierda contaba con pocos apoyos en Pápa. El Partido de los Pequeños Propietarios tenía mucha fuerza allí, y podía llegar a alzarse con una mayoría absoluta (como así sucedió). Rákosi desechó esa información y comentó que el camarada Széll estaba equivocado, que solo había coincidido con reaccionarios, que la propaganda se incrementaría en Pápa, que la población cambiaría de opinión. Al final, el camarada Széll se daría cuenta de que todo saldría bien.

Sin embargo, no salió todo bien. La primera sorpresa llegó la noche de las elecciones municipales de Budapest, el 7 de octubre de 1945. Cuando se leyeron los resultados, los comunistas descubrieron que el Partido de los Pequeños Propietarios había recibido más del 50 por ciento de los votos. Rákosi, «pálido como un cadáver, se hundió en la silla sin decir palabra». Las elecciones nacionales del 4 de noviembre no fueron mejor. Cuando los resultados llegaron a la sede del partido, Széll vio a un alto cargo comunista «volverse blanco, azul, verde, con los labios cada vez más grises». La contrarrevolución estaba llegando, declaró el hombre, mientras salía a trompicones de la sala: «El Terror Blanco llegaría después[45]». Rákosi, tal vez más preparado en esa ocasión, reaccionó con mayor seguridad. Entró en la sala, como también recordó Széll, «con una gran sonrisa, preguntando: “¿Cuáles son las noticias, camaradas?”».

Le contamos con abatimiento cuáles eran las noticias y le enseñamos los resultados. «Vamos, camaradas —dijo—, estos son solo unos cuantos distritos, unos cuantos distritos reaccionarios podridos, no os dejéis engañar por estos resultados.» […] Me di cuenta de la clase de político que era […] Era plenamente consciente de que era un fracaso absoluto, pero interpretó su papel a la perfección. Dijo que se marcharía a casa, a dormir, y «vosotros, camaradas, preparad un informe global de los resultados y que quede listo antes de las seis de la mañana». «Buen trabajo», dijo, y se marchó aparentemente de buen humor […] Estoy seguro de que la cúpula inició reuniones de inmediato para descubrir cómo corregir ese fracaso[46].

El Partido de los Pequeños Propietarios había arrasado con el 57 por ciento de los votos. El partido socialista quedó segundo, con el 17,4 por ciento. El partido comunista quedó en un triste tercer lugar, con el 16,9 por ciento.

Aunque habían sospechado que el optimismo de Rákosi era exagerado, las autoridades soviéticas en Budapest se quedaron preocupadas por la magnitud de la derrota, y buscaron chivos expiatorios. En el informe que remitió a Moscú, el comandante Tugarev del departamento político del Ejército Rojo culpó a «la situación económica del país» —inflación y escasez de carbón—, así como a «los líderes de derecha» que se las habían arreglado de algún modo para responsabilizar a los comunistas de esos fracasos. Acusó a los Pequeños Propietarios de utilizar eslóganes antisoviéticos y violencia, y se detuvo en profundidad en el comportamiento pérfido del cardenal József Mindszenty, primado de la Iglesia católica húngara. Tugarev temía que culparan al Ejército Rojo —los robos, las violaciones y las deportaciones les habían pasado factura— y que hubiera consecuencias para él. Los húngaros, declaró, habían «provocado» a los soldados soviéticos para que se comportaran mal. Habían dado alcohol a los soldados, enviado a los soldados a desvalijar casas y después se habían quedado los objetos robados a cambio de comida y más alcohol. El partido comunista, a causa de su estrecha vinculación con la Unión Soviética, fue considerado responsable[47].

Voroshilov señaló más directamente a sus aliados. Le dijo a Stalin que en el partido comunista húngaro se habían infiltrado «elementos criminales, arribistas y oportunistas, gente que anteriormente había apoyado a los fascistas, o que eran miembros de organizaciones fascistas». Y aún más importante, Voroshilov explicó de manera eufemística que «es perjudicial para el partido que sus líderes no sean de origen húngaro». Por supuesto, con eso se refirió a que había demasiados judíos[48]. Al cabo de unos años, Rákosi desataría oleadas de terror contra los chivos expiatorios identificados en el informe de Voroshilov: el Partido de los Pequeños Propietarios, Mindszenty, la Iglesia y los comunistas judíos, o al menos contra algunos de ellos.

Durante un breve período de tiempo, el Partido de los Pequeños Propietarios intentó beneficiarse de su victoria. Zoltán Tildy, el líder del partido, y Ferenc Nagy, ahora el presidente del Parlamento, dijeron a Rákosi que los Pequeños Propietarios querían la mitad de los escaños en el nuevo gobierno —algo razonable, puesto que habían obtenido más de la mitad de los votos—, y que la otra mitad se repartiera entre los partidos restantes. También intentaron quitarles el Ministerio del Interior a los comunistas y controlar ellos mismos al menos algunas de sus funciones.

Perdieron ambas propuestas. Voroshilov —siguiendo instrucciones de Molótov en Moscú— pidió a Rákosi que comunicar a Tildy y a Nagy que, aunque el partido comunista había recibido solo un 17 por ciento de los votos, ese 17 por ciento representaba a la clase obrera, «la fuerza más activa del país». Además, «el enorme peso de restablecer la economía recae sobre la clase trabajadora», por lo que la clase trabajadora merecía desempeñar un papel mucho mayor en el gobierno. Aparte de eso, explicó, Tildy y Nagy tenían que entender que «Hungría atraviesa una situación especial. Aunque es un país derrotado, Hungría, gracias a la noble Unión Soviética, ha recibido la oportunidad de rejuvenecer rápidamente de manera democrática». Una presencia fuerte de la clase trabajadora en el nuevo Parlamento era «garantía de que Hungría cumpliría sus obligaciones con la Unión Soviética[49]».

En circunstancias normales, ningún partido político elegido democráticamente habría prestado la más mínima atención a tales tonterías de tono amenazador. Pero en noviembre de 1945 habían arrestado al padre Kiss. El recuerdo de los arrestos masivos seguía fresco. La policía ya había empezado a eliminar a los grupos de juventudes, y la propaganda comunista se había infiltrado en la radio. Los asesores soviéticos estaban enfadados… y Tildy cedió. Los comunistas recibieron el Ministerio del Interior —una de sus estrellas, László Rajk, se convirtió entonces en ministro del Interior— y Rákosi se convirtió en viceministro. Tildy se convirtió en primer ministro, pero conservó el puesto solo hasta febrero, cuando fue reemplazado por Nagy.

Después de eso, el Partido de los Pequeños Propietarios empezó a deshacerse con asombrosa rapidez. Sometida a una presión constante, su cúpula cometió un error tras otro. En los meses siguientes, los comunistas formaron coaliciones temporales con los otros partidos, atacando primero a un político de los Pequeños Propietarios o a una facción y después a otra, utilizando manifestaciones masivas y lenguaje severo en sus periódicos y en la radio. A principios de marzo, la coalición de izquierda organizó una campaña en los medios de comunicación y después una manifestación multitudinaria para pedir la expulsión de los «elementos reaccionarios» del Partido de los Pequeños Propietarios. Dos días después, Nagy cedió y expulsó a esos «reaccionarios» para tranquilizar a la multitud. Más adelante, otra facción de los Pequeños Propietarios, dirigida por Dezsó Sulyok, decidió separarse y adoptar el nombre de Partido Húngaro por la Independencia. Sulyok esperaba distanciar a sus colegas de Tildy y Nagy, que se habían convertido en figuras odiadas por los medios de izquierda, y a quienes sus propios colegas consideraban débiles. Los arrestos de los simpatizantes del Partido de los Pequeños Propietarios, incluidos los miembros de la antigua resistencia antifascista y de los líderes de grupos de jóvenes, se aceleraron durante 1946.

En otoño empezaron a circular enigmáticos rumores sobre una inminente investigación policial. Al principio de manera encubierta, y después pública, los periódicos, los políticos y finalmente las autoridades soviéticas en Hungría acusaron a Béla Kovács, el secretario general del partido y amigo íntimo de Nagy, de estar planeando un golpe de Estado. Después de que el embajador soviético describiera a Kovács abiertamente como «conspirador», Rákosi aconsejó a Nagy que lo despidiera. Sin embargo, Kovács se tomó unas «vacaciones» en el campo y la policía húngara no se dio prisa por arrestarlo. Así pues, las autoridades militares del Ejército Rojo pasaron a la acción el 26 de febrero de 1947 y arrestaron a Kovács: «En su propia casa, le leyeron la orden del jefe militar sobre su arresto; registraron la casa, confiscaron sus archivos y se lo llevaron[50]». Kovács permanecería en la Unión Soviética, en prisión, durante ocho años.

Trozo a trozo, el Partido de los Pequeños Propietarios fue mermando por la acción de la «táctica del salami», como pasó a llamarse más adelante. Después de que Kovács desapareciera, otros empezaron a marcharse voluntariamente. Los líderes del Partido de los Pequeños Propietarios y de los otros partidos legales no comunistas fueron saliendo del país uno detrás de otro. En mayo de 1947, el propio Nagy hizo lo mismo, aunque nunca ha estado claro si realmente fue esa su intención. Resulta curioso que eligiera un momento políticamente tan tenso, cuando su partido se estaba deshaciendo y sus colegas exiliándose, para tomarse unas vacaciones. También es curioso que se marchara con su mujer pero dejara a su hijo pequeño en Hungría. Habiendo obtenido la dudosa promesa por parte de Rákosi de no promulgar una nueva ley de nacionalización en su ausencia, Nagy condujo hasta Suiza, aparentemente para examinar los métodos suizos de agricultura («Mi plan no era holgazanear en elegantes balnearios», explicó en sus memorias).

Casi en el mismo momento en que salió del país, Nagy recibió una serie de llamadas de Budapest, primero para ordenarle que regresara, y después para advertirle de que no lo hiciera. Su secretario estaba arrestado; lo estaban investigando por formar parte de una conspiración; era posible que no consiguiera llegar a Budapest en caso de intentarlo, y «también era posible que le sucediera alguna desgracia durante el camino», tal vez en la frontera. «No se tome la situación tan a la ligera», le advirtió Rákosi cuando Nagy, furioso, tachó la acusación de conspiración de «asquerosa invención». Tras varios días de tormento, Nagy finalmente eligió el exilio. Escribió una carta de dimisión, que entregó a cambio de su hijo: «Al fin, mientras sostenía a mi hijo entre los brazos, entregué al emisario comunista mi carta de dimisión, el documento que tanto deseaban, para que su golpe de Estado fuera “legal”[51]».

Con Nagy fuera de juego —y mientras otros muchos políticos huían detrás de él—, el resultado de las elecciones de 1947 era previsible. Aun así, los comunistas no estaban dispuestos a correr ningún riesgo. Antes de la jornada electoral, eliminaron a miles de personas de las listas electorales, y no solo a sus «enemigos», sino a los amigos y familiares de sus enemigos, como también a todos aquellos que acababan de regresar de los campos de prisioneros de guerra. Durante un acto de campaña celebrado en julio, un destacado activista expuso las intenciones del partido con claridad. En total, esperaban excluir a entre 700 000 y 800 000 votantes. «Camaradas —explicó—, no deberíais ser demasiado respetuosos con la ley […] Tenemos que utilizar una campaña de murmuraciones para extender la idea de que los socialdemócratas se unirán a los comunistas después de las elecciones. También debemos extender el rumor de que aquellos pueblos en los que el partido comunista resulte vencedor obtendrán una ayuda económica adicional por parte del gobierno[52]

Otros sugirieron que los activistas deberían «olvidarse» de proporcionar documentos de inscripción a determinados votantes. En su distrito, Jenó Széll se aseguró de que el partido comunista ocupara el primer lugar en las papeletas al pedirle a una «señora de confianza» que eligiera el nombre del partido sacándolo de un sombrero durante un proceso de selección supuestamente neutral (la tarjeta estaba doblada de manera distinta). Y también hubo algunos que organizaron pandillas de matones para que desbarataran las reuniones de los otros partidos. Dezsó Sulyok, entonces el líder del Partido Húngaro por la Independencia, recordó lo que sucedió cuando intentó hablar en una reunión pública:

Empezamos a oír gritos: «¡Arrojadlo por la ventana! ¡Golpeadlo hasta matarlo! ¡Colgadlo! ¡Traidor!». […] Cuando finalmente llegó mi turno, el ataque de la multitud se intensificó. Como no podía decir ni una palabra entre tanto ruido […] nos levantamos y empezamos a cantar el himno papal, parte de los presentes empezaron a insultarnos, otros cantaron la «Internacional». Esa fue nuestra ocasión para escapar. Mientras la multitud cantaba la «Internacional», bajamos rápidamente del estrado. […] Sin embargo, la multitud nos vio y volvió a gritar: «¡No dejéis que se marchen, retenedlos, arrojadlos por la ventana!».

Más adelante se quejó al ministro del Interior, Rajk, quien no se mostró comprensivo. «Como comunista —respondió Rajk— puedo decirle que si por mí fuera, estarían todos muertos[53].» Sulyok no tardó en abandonar el país.

Llegado el día de la votación, el 31 de agosto de 1947, unas 500 000 personas habían sido eliminadas de las listas electorales, alrededor de un 8,5 por ciento del total de los votantes. Otras 300 000 no fueron a votar, probablemente porque se sintieron demasiado intimidadas. Para asegurarse, los comunistas llevaron a cabo un último fraude: distribuyeron decenas de miles de papeletas de más de color azul entre brigadas electorales especiales —supuestamente eran votantes que no se encontraban en sus respectivos distritos, sino de «vacaciones»—, que corrieron de un distrito a otro emitiendo múltiples votos. Las brigadas no se esforzaron en disimular lo que hacían. Se desplazaron en camiones del ejército húngaro e incluso en vehículos soviéticos, riendo y cantando, yendo de un pueblo a otro, aparentemente felices de formar parte de esa farsa[54].

En el país hubo algunos contestatarios. Una de ellas fue Sára Karig, miembro del Partido Socialdemócrata desde 1943 y de la resistencia antinazi desde 1944. Como amiga y colega del diplomático sueco Raoul Wallenberg, Karig había ayudado a cientos de judíos húngaros a escapar del gueto, a conseguir documentación falsa, a esconder a sus hijos en orfanatos y a salir del país. También había ayudado a los comunistas húngaros a conseguir documentación falsa. (Su apartamento de Budapest, según un testimonio, había sido «una fábrica de certificados de nacimiento».) Después de la guerra se mantuvo activa en política y en 1947, aún como socialdemócrata, fue nombrada jefa de la oficina electoral de uno de los distritos centrales de Budapest. En virtud de ese cargo, estableció una línea telefónica informal diseñada para ponerse en contacto con los centros de votación de todo el distrito a fin de controlar cuántas personas estaban yendo a votar. Al final del día, supo que se había cometido un fraude. Informó a la policía sobre varios casos de doble votación. Los autores del fraude —todos miembros del partido comunista— fueron detenidos y puestos en libertad casi de inmediato.

Al día siguiente, Karig también fue detenida. La detuvieron en la calle, sin previo aviso, la arrastraron hasta una limusina soviética negra y la trasladaron directamente a la sede del Ejército Rojo en Baden, cerca de Viena. Estuvo detenida durante tres meses, la interrogaron y torturaron, la acusaron de espionaje y finalmente le comunicaron que, aunque no pesaban cargos en su contra, sería expulsada del país por constituir «un obstáculo al proceso democrático de Hungría». La mujer terminó en Vorkutá, uno de los campos del Gulag soviético más alejados. En Budapest, ni sus amigos, ni sus familiares, ni sus colegas de partido recibieron ninguna información sobre ella. Rákosi y Rajk negaron conocer su paradero. Incluso las autoridades soviéticas de Budapest respondieron con inocencia que no sabían nada de ella; ¿tal vez hubiera emigrado a Occidente?

Karig no regresó a Hungría hasta 1953, después de la muerte de Stalin[55]. Entretanto, la represión de la protesta de Karig había dado su fruto: al cabo de un año, el gobierno húngaro había abandonado toda intención real de una democracia parlamentaria. El partido comunista húngaro gobernaba en solitario.

Al igual que sus homólogos de todo el bloque, Ulbricht y su séquito creían que la izquierda podía ganar y ganaría el voto popular en Alemania. En septiembre de 1945, Wilhelm Pieck escribió con seguridad que los trabajadores de Alemania no solo «entienden que Hitler [ha llevado] al desastre», sino que también entendían que la Unión Soviética aseguraría «un crecimiento y unas perspectivas sólidas para Alemania». Por consiguiente, apoyarían a los políticos allegados a la Unión Soviética. Unos meses después, Pieck también argumentó que, sin duda, las elecciones proporcionarían la victoria para un «régimen proletario[56]».

Los comunistas alemanes se mantuvieron cautos en un aspecto. Como el partido comunista húngaro y el partido comunista polaco, preferían presentarse a las elecciones en coalición con los socialdemócratas alemanes. Si podían diluir la línea entre la izquierda moderada y la izquierda dura, pensaron, se ganarían fácilmente a los trabajadores alemanes. Finalmente, todos los partidos socialdemócratas de Europa central se verían obligados a disolverse en el seno de los partidos comunistas. Pero la primera unificación «voluntaria» de la izquierda —la abolición de la socialdemocracia como algo separado y distinto del comunismo— tuvo lugar en Alemania del Este.

No fue un proceso sencillo. La socialdemocracia tenía una historia muy larga y digna en Alemania y en Europa del Este, y muchos socialdemócratas eran profundamente antisoviéticos y anticomunistas. Por su parte, los comunistas alemanes también habían despreciado a los socialdemócratas durante mucho tiempo[57]. A principios del siglo XX, el propio Lenin mantuvo la famosa pelea con Karl Kautsky, el fundador de la socialdemocracia alemana, quien cometió la temeridad de argumentar en contra de la revolución y a favor de conseguir el poder mediante elecciones. En un famoso panfleto de 1918, «La revolución proletaria y el renegado de Kautsky», Lenin despreció a su colega alemán tildándolo de «charlatán» que decía «bobadas» y soltaba «absurdeces» sobre la estupidez de la democracia burguesa[58]. En toda Europa del Este los socialdemócratas tenían por lo general un programa menos radical que los comunistas. Abogaban por lo que ahora llamaríamos el Estado del bienestar, no la dictadura del proletariado, y querían evolución, y no revolución. Sin embargo, los comunistas odiaban a los socialdemócratas fundamentalmente porque eran más populares que ellos, tanto antes de la guerra como después.

No obstante, la experiencia del fracaso político y la derrota a manos del partido nazi había desmoralizado al venerable Partido Socialdemócrata alemán. En la Alemania de Weimar, la izquierda se había dividido y la derecha se había aprovechado de tal división. Ahora eran muchos los que creían que el fracaso de la unificación de la izquierda había llevado a Hitler al poder. Otto Buchwitz, un socialdemócrata de muchos años, en marzo de 1946 declaró su apoyo a la unificación de los socialdemócratas y los comunistas. El «reformismo» ha fracasado, escribió. Había llegado el momento de que su partido abrazara «el socialismo revolucionario» en asociación con los comunistas.

La influencia soviética también desempeñó un papel importante. Otto Grotewohl, el líder de los socialdemócratas en la zona este de Alemania, declaró en agosto de 1945 que su partido tenía derecho a la independencia y que no presentaría una lista unitaria de candidatos con los comunistas. Comunicó lo mismo a Kurt Schumacher, el líder socialdemócrata en la zona oeste, en el mes de octubre. Dos meses después, en diciembre, pronunció un discurso en una reunión conjunta de socialdemócratas y comunistas, en el que expuso diez razones por las que se oponía a la unificación. Sobre todo, declaró: «Entre nuestros miembros ha surgido una profunda desconfianza hacia el partido comunista hermano[59]».

En muy poco tiempo cambió de parecer. En febrero de 1946 dijo a un funcionario británico que estaba sumamente preocupado. Personalmente estaba sometido a una gran presión —dijo «sentirse acariciado por las bayonetas rusas»— y el partido también tenía problemas, su «organización en las provincias se había visto debilitada por completo», explicó, y ya no tenía sentido resistirse a la unión con los comunistas[60]. La opinión de Grotewohl había cambiado porque las tácticas del partido comunista habían cambiado, como lo habían hecho también las de la Administración Militar Soviética en el otoño de 1945. La imposibilidad de los comunistas de ganar las elecciones en Hungría, los pobres resultados del partido comunista austríaco (que había obtenido solo cuatro escaños parlamentarios en las elecciones nacionales de noviembre, pese a las altas expectativas), y la popularidad del Partido Socialdemócrata en las zonas de ocupación occidentales de Alemania contribuyeron a convencer primero a los comunistas de Alemania del Este y después a sus ayudantes soviéticos de que había llegado la hora de la unificación de la izquierda. A principios de 1946, a los comandantes del Ejército Rojo se les encomendó la tarea de hacer respetar la fusión de los dos partidos de izquierda a nivel local. Durante los meses siguientes, unos 20 000 socialdemócratas fueron «acosados, encarcelados e incluso asesinados» si ponían objeciones[61]. La concejala de Berlín, Ruth Andreas-Friedrich, una socialdemócrata entregada, escribió una entrada en su diario en la que se preguntaba: «¿Quiénes somos nosotros para alzarnos contra la presión de una potencia mundial? En la zona oriental el proceso de unión avanza de manera firme e implacable[62]».

Grotewohl, como el socialdemócrata Cyrankiewicz en Polonia, tal vez se hubiera dado cuenta de que si colaboraba tenía muchas opciones de conseguir un cargo de responsabilidad (como así fue; de 1949 y hasta su muerte en 1964 fue el primer ministro de la RDA). Ya fuera motivado por miedo o por oportunismo, o por ambas cosas, aceptó la unificación. En un congreso especial sobre la unificación celebrado los días 21 y 22 de abril de 1946, nació el Partido Socialista Unificado de Alemania (Sozialistische Einheitspartei Deutschlands, o SED). «No es un sistema monopartidista, sino la consolidación de un frente democrático antifascista unido —escribió Neues Deutschland, el periódico del partido comunista—. Junto a este partido, que representa a millones, a la larga no habrá sitio para ningún grupo escindido.» En su diario, Andreas-Friedrich resumió mordazmente esa declaración: «No es un sistema monopartidista, pero tampoco hay sitio para ningún otro partido[63]».

Aunque Grotewohl cedió bajo la presión, no todo su partido hizo lo mismo. Durante una tumultuosa reunión de los socialdemócratas de Berlín, Grotewohl fue silenciado con gritos de «¡Lacayo!» o «¡No queremos una unificación forzada! ¡No permitiremos que abusen de nosotros!» y más:

Las protestas se intensifican. Se vuelven más y más enardecidas, más apasionadas. Las palabras del orador se diluyen en ellas como en una marea viva. «Traidor… fraude… dimisión… basta ya…». […] Alguien empieza a cantar: «Adelante, hermanos, hacia la luz y la libertad…». Sus labios forman las palabras automáticamente. Y automáticamente los camaradas se suman a cantar. Los rostros de todos resplandecen de orgullo y entusiasmo. «Esta vez no aceptamos la derrota. Por primera vez en trece años hemos defendido nuestra libertad[64]

Más del 80 por ciento de los socialdemócratas de Berlín votaron en contra de la unificación con el partido comunista, votación que dejó a ambos partidos en una situación sumamente extraña. Aunque había dejado de existir en la mayor parte de Alemania del Este, el Partido Socialdemócrata de la ciudad de Berlín seguía siendo una fuerza importante. Y no solo eso, el SPD de Berlín (Sozialdemokratische Partei Deutschlands) se había vuelto radicalmente anticomunista y mantenía vínculos estrechos con el igualmente anticomunista SPD occidental. Kurt Schumacher abrió una «Oficina Oriental» (Ostbüro) para asistir a los socialdemócratas del Este que estaban bajo la presión soviética. Ulbricht arremetió contra Schumacher en largos discursos, llamándolo «una fuerza reaccionaria» que fomentaba «una política de división[65]».

En este contexto, la primera campaña electoral alemana de posguerra, puesta en marcha en septiembre de 1946, resultó ser un curioso espectáculo. Desde el principio, la Administración Militar Soviética y su división de propaganda, dirigida por el coronel Tiulpanov, planeó la campaña con gran decisión. «Todas la decisiones del SED —declaró Tiulpanov— deben ser aprobadas por la cúpula de la Administración Militar Soviética.» Tiulpanov convenció a altos cargos para que suspendieran temporalmente el programa de reparaciones, aumentaran la provisión de materias primas a la zona, e incluso que aumentaran las raciones de comida para niños, bebés y mujeres embarazadas[66].

Aunque en un principio se mostró escéptica sobre los talentos políticos de sus aliados alemanes, a finales de verano la Administración Militar Soviética empezó a sentirse más segura de la victoria. Con acceso ilimitado al papel, los comunistas alemanes, al igual que los comunistas polacos, imprimieron cientos de miles de carteles y más de un millón de folletos. Otros partidos tuvieron que pelear mucho para conseguir algo de papel. El SED utilizó deliberadamente eslóganes anodinos —«¡Unidad, Paz y Socialismo!» o «Alemana Unificada: ¡Aseguremos nuestro futuro!»— y evitó la palabra «comunismo», así como cualquier referencia a la URSS. En las cinco provincias de la zona rusa, los dirigentes soviéticos hicieron campaña abiertamente a favor del SED. En algunas regiones, los mandos locales se reservaron el derecho de apoyar o vetar a determinados candidatos, y de dar su aprobación o rechazar mítines electorales[67].

Aun así, el resultado no fue nada tranquilizador. El SED no obtuvo mayoría a nivel regional y se vería obligado a compartir el poder con los «burgueses» demócratas cristianos y demócratas liberales. En Berlín, donde los socialdemócratas hicieron campaña por separado del SED «unificado» —y donde las elecciones se celebraron simultáneamente en las mitades este y oeste de la ciudad—, los resultados fueron catastróficos. Los socialdemócratas ganaron con contundencia, con el 43 por ciento de los votos en el sector soviético y el 49 por ciento general. El SED obtuvo solo un 19,8 por ciento, por detrás incluso de los demócratas cristianos, quienes consiguieron el 22,2 por ciento[68].

El partido intentó dar un enfoque positivo a los resultados. El titular del Neues Deutschland anunció la «Gran victoria electoral del SED en la zona». Sin embargo, entre bastidores la cúpula estaba decepcionada y los rusos, furiosos. En Moscú, los líderes soviéticos debatieron un cambio de política y consideraron destituir a Tiulpanov. En la sede del Ejército Rojo de Karlshorst, algunos incluso expresaron sus dudas acerca de que la democracia pudiera «crearse solo mediante la bayoneta», y pidieron una política más liberal[69].

En lugar de liberalizarse, la Administración Militar Soviética tomó medidas más enérgicas. Una de las personas que sintió esa presión fue Ernst Benda. En 1946, Benda era un estudiante de derecho en la Universidad Humboldt de Berlín Este y el presidente de la Asociación de Estudiantes del Partido Demócrata Cristiano (Christlich Demokratische Union, o CDU). La democracia cristiana le pareció una opción evidente en ese momento: «Después de la experiencia que habíamos tenido con el régimen nazi, era necesario participar activamente en política y aportar tus convicciones religiosas a la política, para intentar crear política en base a tus creencias[70]».

El partido proporcionó a Benda una pequeña oficina en su sede de Jägerstraße, cerca de la universidad, donde pudo escuchar los debates internos de los dirigentes del partido. En ese momento, la CDU estaba dividida entre una facción fuertemente «prooccidental» y antisoviética, dirigida por Konrad Adenauer en el Oeste, y otro grupo, liderado por Jakob Kaiser en el Este, cuyos miembros creían que todavía era posible alcanzar un acuerdo entre el Este y el Oeste y evitar así la división permanente de Alemania. El partido no tenía nada de «conservador» en el sentido contemporáneo: «Si observáramos el programa del partido [la CDU de Berlín Este] hoy —explicó Benda en 2008—, lo encontraríamos a la izquierda de la izquierda».

Sin embargo, incluso la democracia cristiana de izquierda de Benda —en ese momento abogaba por la creación de un Estado del bienestar y cierta centralización de la economía, junto con empresas y negocios privados— lo llevó a tener conflictos con los comunistas de la universidad. Se opuso cuando, con motivo de una reunión del partido comunista en 1947, la universidad quedó cubierta de banderas rojas, y junto a otros activistas, repartió folletos en los que exigía saber dónde se suponía que estaban estudiando: «¿En la Universidad Humboldt o en la Escuela Superior del partido?». La mayoría de los miembros del consejo de estudiantes —que se dividió entre líneas de partido más o menos similares a las del Gran Berlín— cooperaron con Benda y sus amigos de la CDU. «No es importante a qué partido se vota, es más importante a qué partido no se vota —dijo Benda durante un mitin electoral en la universidad—. Y todo el mundo entendió lo que quise decir con ello […] Entonces se estaba a favor o en contra de los comunistas. Si estabas en su contra, daba igual que fueras socialdemócrata, democristiano o cualquier otra cosa.»

A principios de 1948, esa clase de protestas sucedían incluso de manera más frecuente. También se resolvían con mayor represión. Manfred Klein, el líder de CDU que había intentado cooperar con los líderes de la Juventud Libre Alemana, fue detenido en la primavera de 1947, y las protestas en las universidades de Rostock, Jena y Leipzig provocaron más detenciones. Otro líder estudiantil, Arno Esch, fue condenado a muerte por un tribunal militar soviético[71]. Las medidas enérgicas tardaron un poco más de tiempo en aplicarse en Berlín —la parte oriental de la ciudad aún estaba siendo vigilada atentamente por su equivalente occidental—, pero al final llegaron. Paul Wandel, rector de la Universidad Humboldt y comunista de hacía muchos años, expulsó a tres destacados activistas estudiantiles. El consejo estudiantil, que aún estaba dirigido por una mayoría no comunista, votó en favor de declararse en huelga.

El final, tanto para Benda como para los demócratas cristianos orientales, llegó poco después:

Un día de marzo de 1948 oí que uno de mis amigos, un estudiante de la CDU, había sido detenido en Friedrichstraße [la estación de metro que llevaba a Berlín Oeste] […] Recuerdo claramente que me dirigí de inmediato a la sede de la CDU y llamé a otro amigo, también funcionario en nuestro grupo de estudiantes, que estaba en algún lugar de Dahlem, en el sector estadounidense. Lo llamé, le dije lo que había oído y le pregunté: «¿Qué podemos hacer?». Entonces, justo después de que preguntara eso, alguien interrumpió nuestra conversación desde fuera […] En cuatro palabras, me dijo: «Seien Sie nur vorsichtig: Solo tenga mucho cuidado…». Lo entendí de inmediato: alguien cuyo trabajo consistía en seguir las conversaciones telefónicas había aprovechado esa oportunidad para ponerme sobre aviso.

Benda colgó el auricular, salió de la oficina y se dirigió inmediatamente a la estación de metro; no a Friedrichstraße, donde sus colegas acababan de ser detenidos, sino a Kochstraße, otro punto de cruce de fronteras. Después de unos minutos había entrado en el sector estadounidense. No regresó a Berlín Este hasta pasados cuarenta años[72].

A finales de 1947, Mikołajczyk había escapado de Polonia y estaba viviendo en Gran Bretaña. Nagy estaba en el exilio, de camino a Estados Unidos. Jakob Kaiser había dimitido como líder del Partido Demócrata Cristiano en la zona soviética de Alemania y no tardaría en marcharse, junto con Benda y otros muchos colegas, hacia Berlín Oeste. Habían transcurrido menos de tres años desde el final de la guerra, pero casi toda la oposición legal y organizada a los regímenes comunistas había sido eliminada. A menudo se comenta que 1948 —el año del bloqueo de Berlín— marcó el inicio de la guerra fría, así como la aparición del «estalinismo» en Europa central. Pero la estalinización —o sovietización o totalitarización— de Europa del Este ya estaba muy avanzada mucho antes de 1948.

En otoño de 1947, Stalin había dejado de fingir ante el resto del mundo que se ceñiría a los términos del Tratado de Yalta. Durante la guerra había clausurado la Komintern como un gesto de buena voluntad hacia los Aliados occidentales. Entonces creó una nueva organización —la Oficina de Información Comunista, o Kominform—, en parte como gesto de agresión hacia esos mismos Aliados.

Aunque se había comentado la posibilidad de crear nuevamente un órgano internacional de partidos comunistas «revolucionarios», el impulso inmediato para la creación de la Kominform fue la noticia de que el presidente Truman y su secretario de Estado, el general George C. Marshall, estaban lanzando un plan para ayudar a restablecer las economías europeas con grandes inversiones y sustanciosos créditos. En su discurso de la Doctrina Truman en 1947, Truman había declarado que «las semillas de los regímenes totalitarios se nutren del sufrimiento y la necesidad». El resultado final de ese pensamiento fue el Plan Marshall, un generoso fondo para la recuperación de Europa. Propuesto en junio de 1947, el Plan Marshall estaba destinado a reconstruir la economía europea y —según el punto de vista que se adoptara— ayudar a eludir la amenaza de una revolución comunista o ayudar a consolidar el capitalismo occidental. En la época, un defensor estadounidense del proyecto escribió que «el plan creará un entorno económico en Europa favorable para el crecimiento y el desarrollo de procesos democráticos y prosperidad económica». Y aún más relevante, el plan «puede evitar un colapso de la estructura política y económica de Europa», y disminuir así las posibilidades de que se produjeran revoluciones comunistas en Europa occidental, lo que en ese momento se percibía como una auténtica amenaza[73].

En un principio, la Unión Soviética se quedó totalmente desconcertada por el Plan Marshall. Cuando se anunció el programa, el gobierno polaco, desesperado por incorporarse a él, pidió de inmediato consejo a Moscú. Molótov respondió que aún no disponía de información sobre el asunto[74]. La reacción instintiva del gobierno yugoslavo fue de rechazo, pero también escribió a Moscú para pedir consejo[75]. Entretanto, el gobierno checoslovaco —creyendo que tenía elección— votó para aceptar la oferta y asistir a una conferencia sobre la ayuda del Plan Marshall en París. Stalin convocó en Moscú a Klement Gottwald, el dirigente del partido comunista checoslovaco, y a Jan Masaryk, el ministro de Asuntos Exteriores checo, no comunista. Les dijo que los estadounidenses estaban «intentando formar un bloque occidental para aislar a la Unión Soviética», pero que no lo conseguirían. Les ordenó rotundamente que se desvincularan de la reunión: «Es necesario que cancelen su participación en la Conferencia de París hoy mismo; es decir, el 10 de junio de 1947». Así lo hicieron[76].

La Kominform fue la respuesta de Stalin al desafío de Truman. Simbólicamente, la institución fortalecería «su» bloque, permitiendo así a sus miembros responder mejor ante la «propaganda» de Occidente en el futuro. Con su creación, el concepto de un camino hacia el comunismo exclusivamente «polaco» (o alemán, o checo, o húngaro) quedaba eliminado. Todos los partidos comunistas importantes del mundo adoptarían una única línea, en Europa del Este y en la del Oeste. Diez partidos comunistas fueron invitados a formar parte de ella; partidos de Bulgaria, Checoslovaquia, Hungría, Polonia, Rumanía, la URSS y Yugoslavia; partidos occidentales de Francia, Italia y del Territorio libre de Trieste (en ese momento un territorio disputado que finalmente se dividió entre Italia y Yugoslavia) también se incorporaron.

No todos los que estuvieron presentes en la primera reunión de la organización, en septiembre de 1947, en el chalet de montaña de Szklarska Poreba, en Polonia, eran conocedores de su propósito. Gomułka, el anfitrión polaco del foro, resaltó la «naturaleza informal de la reunión» en su primer discurso y habló con ingenuidad de «la necesidad de intercambiar experiencias entre los partidos comunistas». Sin embargo, no se intercambiaron experiencias. En lugar de eso, la delegación soviética se hizo con el control e impuso su orden del día. Andréi Zhdánov, el comisario de Cultura de Stalin, pronunció un discurso enardecido en el que habló de los «nuevos alineamientos de fuerzas», de «la formación de dos bandos» y del «plan americano para esclavizar a Europa». Finalmente, ofreció a los allí reunidos su proyecto de resolución, en el que se describía una Europa dividida entre «la política de la URSS» y sus aliados por un lado, la cual estaba «dirigida a debilitar el imperialismo y a fortalecer la democracia», y «la política de EE.UU. y Gran Bretaña, dirigida a fortalecer el imperialismo y ahogar la democracia», por el otro[77].

La creación de la Kominform se describe a veces como una emboscada, una reafirmación inesperada del poder soviético que selló el destino de todos los presentes. Otros la han considerado un momento crucial, el momento en que la Unión Soviética abandonó su tolerancia hacia el pluralismo en el bloque del Este. En la interpretación revisionista de la historia de la guerra fría, la reunión de Szklarska Poreba también suele describirse como una reacción asustada a la agresividad de Occidente, y en particular al imperialismo manifiesto del Plan Marshall.

Sin embargo, una lectura detenida de los informes presentados por los delegados en la reunión proporciona una visión muy diferente. Según su propia versión, casi todos los partidos comunistas presentes en la reunión ya se habían hecho con el poder. Gomułka alardeó de que «pese al carácter de coalición del gobierno», los miembros del partido comunista polaco ocupaban puestos «en el Ministerio de Seguridad y el Ministerio de Defensa Nacional, desde los órganos directivos más altos a los más bajos, y en los órganos de seguridad, también en las bases». También habló extensamente sobre la eliminación de los socialistas polacos por parte del partido comunista, alardeó del fracaso del PSL de Mikołajczyk y describió jubiloso el nuevo y mutilado «partido de los campesinos» partidario del régimen que lo había sustituido[78].

El orador húngaro, Jószef Révai, no dio la impresión de estar menos satisfecho. «Como resultado de las últimas elecciones —dijo a los otros delegados—, nos hemos convertido en el partido ganador, cuando durante veinticinco años fuimos, básicamente, un pequeño grupo de resistencia.» Habló de la «liquidación de Ferenc Nagy» y de la disolución del Partido de los Pequeños Propietarios, en el que «el imperialismo americano y británico habían depositado sus esperanzas». Los rumanos también hablaron del éxito de su «bloque de partidos democráticos», que había «hecho posible la intensificación del proceso de desarrollo democrático» y la eliminación de los oponentes. Incluso el dirigente comunista checo, Rudolf Slánský, alardeó de que su partido, aunque aún no tenía el control absoluto (aunque lo alcanzaría meses después), ya había creado un «régimen de democracia popular» en Checoslovaquia[79].

La Kominform no resultó ser una institución permanente ni especialmente influyente. Jamás consiguió demasiado en cuanto a la coordinación del bloque, y en 1956 se disolvería. El Comecon —Consejo de Ayuda Mutua Económica, fundado en 1949— duraría más y también causaría daños más permanentes, puesto que alteró las relaciones comerciales con el bloque del Este durante décadas. Sin embargo, la creación del Comecon no marcó el final de una época. A raíz de la reunión en Szklarska Poreba, los partidos comunistas de Europa del Este eliminaron incluso la ficción de una oposición.

En la práctica, esto supuso la eliminación de cualquier vestigio de socialdemocracia. La socialdemocracia alemana ya había sido derrotada. En 1948, los socialdemócratas polacos también se vieron obligados a unirse al partido comunista polaco. El partido unificado se llamó Partido Obrero Unificado Polaco (Polska Zjednoczona Partia Robotnicza, o PZPR), aunque por lo general se conoció como el partido comunista entonces y más adelante. Los comunistas húngaros también incorporaron a los socialistas húngaros en 1948. El nombre del nuevo partido —Partido de los Trabajadores Húngaros (Magyar Dolgozók Pártja, o MDP)— se eligió en Moscú: los húngaros habían propuesto «Partido Obrero-Campesino Húngaro», pero los rusos se opusieron a la inclusión de la palabra «campesino». Naturalmente, el MDP se apoderó de todas las pertenencias del antiguo partido socialista, entre ellas sus periódicos, y expulsó a aquellos miembros que no se mostraban lo bastante entusiastas[80]. Coloquialmente, a sus miembros también se les llamaba «comunistas».

Esos cambios tuvieron resonancia en otras instituciones. Justo antes de la unificación de sus dos partidos, Rákosi, el líder del partido comunista, y Árpád Szakasits, el líder socialdemócrata, llegaron a la emisora de radio húngara para lo que se suponía que sería una entrevista en directo. A su llegada, se encerraron en una habitación durante una hora. Salieron cuando faltaban dos minutos para que empezara el programa y entregaron al locutor no solo una lista de las preguntas que debía preguntarles, sino también de sus respuestas. «No lo estropees —le susurró su jefe al oído—, y tendrás una prima de quinientos florines[81].» La farsa de una competición democrática ya se había abandonado. A continuación, la farsa de la libertad de prensa también se esfumó.

Los políticos de todo el bloque se acomodaron a un patrón similar. Como el resto de los partidos hermanos, el partido comunista checoslovaco se dio cuenta de que sus apoyos estaban decayendo. En 1946, el partido había ganado el 38 por ciento de los votos parlamentarios. Pero en 1947 (en parte debido a la impopular decisión de no participar en el Plan Marshall) el partido sabía que sus candidatos tendrían suerte si obtenían un 20 por ciento. Como sus compañeros, los pequeños Stalin, Gottwald planeó un camino no democrático hacia el poder. Dio un golpe de Estado constitucional en febrero de 1948 y después procedió a eliminar a la oposición que quedaba[82].

Lo mismo había sucedido en Bulgaria: tras la victoria de la coalición de izquierda que era el Frente Patriótico Búlgaro, los comunistas búlgaros habían disuelto los partidos no comunistas de la coalición (Stalin dijo a Dimitrov que «las elecciones han terminado y su oposición puede irse al diablo») y habían asesinado a su único oponente real, Nikola Petkov, quien había superado el terror y el fraude electoral y se había alzado con un tercio de los votos en las elecciones búlgaras de 1946[83].

En algunos países, algunos de los «partidos del bloque» o «partidos de coalición» pudieron seguir en funcionamiento para mantener una suerte de fachada democrática. Polonia mantuvo su mutilado Partido de los Campesinos. Alemania del Este toleró a los autorizados «demócratas cristianos» y «demócratas libres» (FDP), que no eran nada de eso. No obstante, incluso los líderes de esos partidos eran conscientes de que su papel estaba sumamente limitado, por no decir totalmente anulado. Publicaban periódicos y revistas favorables al régimen, recibían prebendas y privilegios gubernamentales y jamás amenazaron la hegemonía de los partidos comunistas. A finales de 1948, la política no había finalizado en las democracias populares. Sin embargo, la política se había convertido en algo que se desarrollaba, no entre varios partidos, sino en el seno de un único partido. Y así se mantendría.