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Los jóvenes

¡Su grupo de acción antifascista tiene que disolverse de inmediato…! ¡Se supone que debe esperar instrucciones del Comité Central!

WALTER ULBRICHT, 1945[1]

Quienes tienen la juventud, tienen el futuro.

Eslogan de los Jóvenes Pioneros Alemanes

En 1947, Stefan Jedrychowski, un veterano comunista, miembro del Politburó, ministro del gobierno, escribió un memorando a sus colegas sobre un asunto que significaba mucho para él. Con el título algo aparatoso de «Notas sobre la propaganda anglosajona», el memorando se quejaba, entre otras cosas, de que los servicios de noticias británicos y estadounidenses tenían más influencia en Polonia que sus equivalentes soviéticos y polacos; de que las películas estadounidenses recibían críticas demasiado amables; y de que se tenía un acceso excesivo a las modas estadounidenses. Sugirió con firmeza que las modas soviéticas se mostraran y anunciaran más, que se establecieran límites estrictos al British Council y otras organizaciones que enseñaban inglés en Polonia, y que las actividades de las embajadas occidentales estuvieran sometidas a un control más estricto.

Pero, sobre todo, a Jedrychowski le molestaba la aparente influencia de Polska YMCA, la sección polaca de la Asociación Cristiana de Jóvenes, una organización fundada en Varsovia en 1923 y después prohibida por Hitler. En abril de 1945, la Polska YMCA había retomado su actividad con la ayuda de la oficina central de la YMCA internacional en Génova, y una considerable dosis de entusiasmo popular. La YMCA era manifiestamente apolítica. Sus tareas principales en Polonia eran la distribución de ayuda exterior —ropa, libros, comida—, y ofrecer actividades y clases a los jóvenes. Jedrychowski, sin embargo, sospechaba motivos ocultos. La propaganda de la YMCA, escribió, estaba dirigida «cuidadosamente […] evitando acentos políticos directos», lo que, por supuesto, la volvía más peligrosa. Recomendó que el camarada Stanisław Radkiewicz, ministro de Seguridad del Estado, realizara una auditoría financiera a la organización y vigilara con atención las publicaciones que ofrecía y la clase de cursos que impartía[2].

Él no era el único que estaba preocupado. Sobre la misma época, el Ministerio de Educación recibió también un informe de los líderes del movimiento de jóvenes comunistas, entonces conocido con el nombre de Unión de Jóvenes Luchadores (Zwiazek Walki Młodych, o ZWM), que detestaban a la YMCA aún más que Jedrychowski. A los jóvenes comunistas les molestaban las clases de inglés de la YMCA, sus clubes y sus juegos de billar. Se quejaban de que, en Gdansk, la organización financiaba residencias estudiantiles y refectorios, y repartía ropa usada. En Cracovia había alquilado un edificio por un período de setenta y cinco años. Aunque no lo admitían, todo eso era mucho más de lo que ellos eran capaces de conseguir[3].

Puede que tuvieran preocupaciones más sombrías: durante el período que siguió a la Revolución bolchevique, un agente británico llamado Paul Dukes había utilizado la YMCA de Moscú como tapadera para sus actividades de espionaje, aunque sin mayor éxito[4]. Sin embargo, a los comunistas polacos no les habría hecho falta descubrir ese caso en particular para que la YMCA de Varsovia les resultara molesta. La odiaban porque estaba de moda, si es que había algo parecido a la moda en la Varsovia de posguerra. La YMCA de Varsovia era, por ejemplo, el lugar de residencia de Leopold Tyrmand, novelista, periodista y flâneur, así como del primer y más importante crítico de jazz polaco. Tyrmand tenía alquilada una habitación en el edificio, medio destruido después de la guerra, que él mismo describió como «de dos metros y medio por tres metros y medio. En otras palabras, un agujero. Pero acogedor». Alrededor no había más que barro, polvo y las ruinas de Varsovia, lo que daba al edificio, una residencia para hombres solteros, el aire de «un hotel de lujo». No tenía mucho, pero estaba limpio y era tranquilo[5].

Por las noches, Tyrmand se ponía sus calcetines de color llamativo y pantalones estrechos, hechos a medida para él por un sastre que también vivía en la residencia de la YMCA, y asistía a los conciertos de jazz que se celebraban en el piso inferior. Allí, «entre la cafetería, la sala de lectura y la piscina, paseaban las mejores chicas, vestidas al estilo swing, de moda en la época». Las divisiones de la YMCA en Varsovia y en Łódz eran conocidas por esos conciertos. Un asistente a ellos recordó que el hecho de conseguir una entrada para un concierto de la YMCA era «un sueño… cultural, elegante, enormemente divertido, aun sin alcohol». Sobre todo estaba el entretenimiento: «No sabíamos nada sobre Katín, ni sobre cómo se vive en un país libre, no teníamos pasaporte, no recibíamos libros ni películas nuevas, pero sentíamos una necesidad natural de encontrar entretenimiento, diversión […] y eso era lo que nos proporcionaba el jazz». El propio Tyrmand escribió más adelante que la YMCA representaba una «verdadera civilización en medio de una Varsovia devastada y troglodita, una ciudad donde se vivía en ratoneras. Sobre todo, valorábamos el ambiente como de universidad, la deportividad, el buen humor[6]».

Sin embargo, con enemigos como Jedrychowski y la Unión de Jóvenes Luchadores, la organización no podía durar. En 1949, las autoridades comunistas declararon a la YMCA una «herramienta del fascismo burgués» y la disolvieron. Con una furia extraña y orwelliana, jóvenes activistas comunistas bajaron al club con martillos y destrozaron todos los discos de jazz. El edificio fue cedido a algo llamado la Liga de los Amigos de los Soldados. Sus inquilinos fueron acosados, primero mediante ruidos al amanecer, después con cortes en el suministro del agua y la electricidad, con el objetivo de obligarlos a marcharse. Finalmente, los jóvenes comunistas arrojaron las pertenencias de todos por las ventanas del edificio y se llevaron sus camas.

Aun así, no todos se marcharon, principalmente porque no tenían adónde ir. Tyrmand se quedó. Llegaron nuevos inquilinos, a veces con sus mujeres e hijos. En 1954, el edificio era un lugar ruidoso y sucio, con ropa colgada en los pasillos y olor a comida flotando en el ambiente. Familias enteras dormían en habitaciones minúsculas. El edificio se había convertido en algo parecido a un «barrio bajo parisino —escribió Tyrmand—. La animada comodidad de la vieja YMCA ahora no es más que un recuerdo lejano de una prehistoria idílica[7]».

La reconstrucción de la Polska YMCA en los primeros tiempos de posguerra fue un clásico ejemplo de lo que hoy en día se llama «sociedad civil», un fenómeno que ha recibido otros nombres en el pasado[8]. En el siglo XVIII, Edmund Burke escribió con admiración sobre las «pequeñas secciones», las pequeñas organizaciones sociales de las que, según él, emergían los valores cívicos (y que él creía amenazados por la Revolución francesa). En el siglo XIX, Alexander de Tocqueville escribió con similar entusiasmo sobre las «asociaciones» que «los estadounidenses de todas las edades, posiciones sociales y maneras de ser forman constantemente». Concluyó que ayudaban a protegerse contra las dictaduras: «Si los hombres quieren mantenerse civilizados o desean civilizarse, el arte de asociarse debe crecer y mejorar». En tiempos más recientes, el politólogo Robert Putnam ha redefinido el mismo fenómeno como «capital social», y ha llegado a la conclusión de que las organizaciones de voluntariado constituyen la esencia de lo que llamamos «comunidad».

En 1945, los bolcheviques también habían desarrollado una teoría de la sociedad civil, si bien era totalmente negativa. A diferencia de Burke, Tocqueville y sus propios intelectuales rusos, creían, en palabras del historiador Stuart Finkel, que «la esfera pública en una sociedad socialista debería ser unitaria y unívoca». Desestimaban la noción «burguesa» de discusión abierta, y detestaban las asociaciones independientes, los sindicatos y las agrupaciones de cualquier clase, a las que se referían como divisiones «separatistas» o «sistemas de casta» dentro de una sociedad. En cuanto a los partidos políticos burgueses, consideraban que carecían de sentido. (Como Lenin había escrito, «los nombres de los partidos, tanto en Europa como en Rusia, a menudo se eligen con fines publicitarios, los “programas” de los partidos se redactan, la mayoría de las veces, con el único objetivo de estafar a la población[9]».) Las únicas organizaciones que podían existir dentro de la legalidad eran extensiones de facto del partido comunista. Incluso las organizaciones totalmente apolíticas tuvieron que ser prohibidas: hasta que la revolución hubo triunfado, no podía existir una organización apolítica. Todo era político. Y si no era abiertamente político, entonces era político en secreto.

Partiendo de este supuesto, también se seguía que ningún grupo organizado estaba libre de sospecha. Las asociaciones cuyos intereses eran el fútbol o el ajedrez podían ser «tapaderas» de algo más siniestro. El académico de San Petersburgo, Dimitri Lijachov —más adelante el crítico literario más célebre de Rusia—, fue arrestado en 1928 porque pertenecía a un círculo de debate filosófico cuyos miembros se saludaban entre sí en griego. Mientras estuvo en prisión, Lijachov coincidió, entre muchos otros, con el director de los boy scouts de Petrogrado, una organización que más adelante sería considerada muy sospechosa también en Europa del Este[10].

Esta profunda desconfianza de la sociedad civil era fundamental en el pensamiento bolchevique, mucho más de lo que normalmente se considera. Finkel señala que incluso cuando la cúpula soviética experimentaba con la libertad económica durante la década de 1920 (durante la Nueva Política Económica de Lenin), la destrucción sistemática de sociedades literarias, filosóficas y espirituales no disminuyó en lo más mínimo[11]. Incluso para los marxistas ortodoxos, el libre comercio era preferible a la asociación libre, incluida la asociación libre de grupos apolíticos de intereses deportivos o culturales. Esto fue así durante el gobierno de Lenin, durante el de Stalin, durante el de Jruschov y durante el de Brézhnev. Aunque muchas otras cosas sí cambiaron, la persecución de la sociedad civil continuó hasta después de la muerte de Stalin, durante las décadas de 1970 y 1980.

Los comunistas de Europa del Este heredaron esa paranoia, ya fuera porque la habían observado y se la habían adjudicado durante sus muchas visitas a la Unión Soviética, porque sus colegas de la policía secreta la habían adquirido durante su formación, o, en algunos casos, porque los generales y embajadores soviéticos de sus países al término de la guerra los habían instruido explícitamente para sentir paranoia. En algunos casos, las autoridades soviéticas de Europa del Este ordenaron directamente a los comunistas locales que prohibieran determinadas organizaciones o clases de organizaciones.

Como en la Rusia posrevolucionaria, la persecución política de activistas cívicos en Europa del Este no solo precedió a la persecución de políticos, sino que adquirió prioridad frente a otros objetivos soviéticos y comunistas. Incluso entre 1945 y 1948, cuando teóricamente las elecciones todavía eran libres en Hungría y cuando Polonia todavía contaba con un partido legal en la oposición, determinadas clases de asociaciones cívicas ya se estaban viendo amenazadas. En Alemania, los altos cargos soviéticos no intentaron prohibir oficios religiosos ni ceremonias religiosas durante los primeros meses de la ocupación, pero con frecuencia se opusieron firmemente a las reuniones de grupos religiosos, veladas religiosas, e incluso organizaron asociaciones religiosas o de beneficencia que se reunían fuera de la iglesia, en restaurantes u otros espacios públicos[12]. Pese a la creencia de Marx de que «la base determina la superestructura» —lo que significa que la economía determina la política y la cultura—, los ataques a la sociedad civil precedieron a los cambios económicos más radicales que se dieron en la región. Si bien no sucedió exactamente al mismo tiempo en todos los países de la Europa ocupada por los soviéticos, los patrones fueron muy similares. En muchos lugares, el comercio privado seguía siendo legal cuando la pertenencia a un grupo de jóvenes católicos no lo era.

El significado que la sociedad civil tenía para los nuevos partidos comunistas se hace más que evidente en la historia de los movimientos juveniles de la región, tal vez porque no había otro grupo social que los comunistas consideraran más importante. En parte, esto se debe a que sus oponentes fascistas habían considerado muy importantes a los jóvenes y habían gozado de gran éxito a la hora de organizarlos. Ya en 1932, el jefe del partido comunista alemán, Ernst Thälmann, exhortó a sus camaradas a «adoptar deportes, disciplina y camaradería, juegos de scouts y marchas», igual que los nazis: «“¿Por qué no aprovechamos los sentimientos romántico-revolucionarios de las masas de jóvenes trabajadores? ¿Por qué somos tan secos y aburridos en nuestro trabajo?” […] Tenemos que crear imanes para atraer a la juventud proletaria…[13]».

La obsesión con los jóvenes también reflejaba la profunda creencia en la mutabilidad de los seres humanos que era frecuente en los círculos comunistas durante la década de 1940 (y en los círculos de izquierda por toda Europa). La famosa reticencia de Stalin sobre la genética derivaba precisamente de su convencimiento de que la propaganda y la educación comunista podían alterar el carácter humano de manera permanente. Defendió a charlatanes como el antigenetista Trofim Lisenko, quien mantenía que las características adquiridas podían ser heredadas, y quien falsificó sus experimentos para demostrarlo. Cualquier científico cuya obra rebatiera las teorías de Lisenko se arriesgaba a la persecución en la Unión Soviética mientras Stalin estuviera vivo[14]. El razonamiento de Stalin era claro: si los jóvenes podían ser moldeados y reconducidos mediante la educación y la propaganda, y si después podían pasar esos comportamientos adquiridos a sus hijos, entonces la creación de una «nueva» raza de hombre comunista —el Homo sovieticus, sobre el que trataré más adelante— era posible.

La Polska YMCA fue solo uno de los muchos grupos de jóvenes que resurgieron de los escombros de la guerra. En una época anterior a la televisión y a las redes sociales, y en un momento en el que muchos no tenían acceso a la radio, periódicos, libros, música o teatro, los grupos de jóvenes tenían una importancia para los adolescentes y los adultos jóvenes que hoy en día resulta difícil de imaginar. Organizaban fiestas, conciertos, campamentos, clubes, acontecimientos deportivos y grupos de discusión como no se encontraban en ningún otro lugar.

En Alemania en particular, la desaparición de las Juventudes Hitlerianas y su división femenina, la Liga de las Chicas Alemanas, dejó un importante vacío. Hasta el mismo final de la guerra, casi la mitad de los jóvenes de Alemania habían asistido a reuniones de las Juventudes Hitlerianas y de la Liga de las Chicas Alemanas por las noches. Aunque esas organizaciones habían quedado totalmente desprestigiadas, habían satisfecho una necesidad real, y en cuanto cesó la batalla antiguos miembros y antiguos oponentes de los grupos de jóvenes nazis empezaron, de manera espontánea, a formar organizaciones antifascistas en pueblos y ciudades tanto de Europa del Este como del Oeste.

Esos primeros grupos fueron alemanes, no soviéticos, y estuvieron organizados por los propios jóvenes. A su alrededor, los adultos estaban desesperados. Uno de cada cinco escolares había perdido a su padre. Uno de cada diez tenía a un padre que era prisionero de guerra. Alguien tenía que empezar a reorganizar la sociedad, y en ausencia de autoridades adultas, unos cuantos jóvenes muy enérgicos asumieron esa responsabilidad. En Neukölln, un distrito del oeste de Berlín, una organización de jóvenes antifascistas que había sido creada el 8 de mayo —el día antes del armisticio—, el día 20 de mayo contaba ya con seiscientos miembros y había creado cinco orfanatos y limpiado de escombros dos pabellones de deportes. El 23 de mayo, el grupo montó una representación en el teatro de Neukölln, a la que asistieron oficiales soviéticos, además del público general[15].

Wolfgang Leonhard, que por entonces había llegado a Berlín en el avión de Walter Ulbricht, conoció a algunos de los miembros del grupo de Neukölln. Eran los primeros activistas no soviéticos que veía jamás: «Se sentía la autenticidad del entusiasmo combinado con un realismo sano. Sin esperar directrices, los miembros [del grupo] se habían dado cuenta enseguida de que lo primero que debían hacer era organizar el suministro de comida y agua para aliviar las necesidades más urgentes de la población». Entre otras cosas, se quedó maravillado por sus debates efectivos y formales: «Allí se conseguía más en media hora que en todas las reuniones interminables a las que solía asistir en Rusia[16]». Grupos similares empezaron a organizar la distribución de comida y limpieza de escombros por todo Berlín, que estaba totalmente bajo control soviético durante los primeros meses después del armisticio. Los Aliados occidentales llegaron en julio, y solo entonces la ciudad quedó dividida en zonas de ocupación. Llegado ese momento, el concejo municipal de Berlín calculó que 10 000 adolescentes de toda la ciudad se habían unido a grupos antifascistas surgidos de manera espontánea[17].

Sin embargo, no bien se hubieron formado, estos grupos despertaron la atención y las sospechas de las autoridades soviéticas en Alemania. El 31 de julio, la Administración Militar Soviética emitió una declaración que «permitía» la formación de grupos antifascistas que estuvieran dirigidos por los alcaldes de las ciudades, pero solo «en relación con solicitudes oficiales». En otras palabras, a menos que hubieran recibido permiso explícito, todas las organizaciones, uniones y clubes deportivos de jóvenes —incluso grupos socialistas— quedaban prohibidos. Por otro lado, otra declaración ordenó a todas las agrupaciones juveniles que fomentaran la «amistad» con la Unión Soviética. Después de tres meses de existencia espontánea, estos grupos autoorganizados empezaban a quedar bajo el control del Estado.

Leonhard, que se había encontrado con una sociedad civil espontánea por primera vez en su vida, fue uno de a quienes se les encomendó la tarea de destruirla. Poco después de su llegada a Berlín, Ulbricht dirigió su atención hacia los «comités antifascistas, grupos antinazis, oficinas socialistas, comités nacionales u organizaciones similares» que hubieran surgido sin autorización. Leonhard escribe que al principio se alegró del interés de Ulbricht en esos grupos, pues se había quedado sumamente impresionado tras su encuentro con los antifascistas de Neukölln, y «dio por hecho que la tarea que Ulbricht estaba a punto de asignarle consistiría en establecer contacto con ellos y apoyar su labor». Se equivocó. Ulbricht le dijo que todos esos comités habían sido creados por los nazis. La mayoría eran organizaciones tapadera. Le dijo a Leonhard que estaban diseñadas para evitar el desarrollo de una democracia real, y emitió una orden: «Tienen que ser disueltas, y de inmediato…» Leonhard, «con gran pesar», aceptó la tarea. Solo más adelante entendió el porqué:

Era imposible que el estalinismo permitiera la creación independiente desde abajo de movimientos u organizaciones antifascistas, socialistas o comunistas, porque existía el peligro constante de que tales organizaciones escaparan a su control e intentaran oponerse a las directrices establecidas desde arriba… Fue la primera victoria del aparato sobre los movimientos independientes de los estratos antifascistas y de tendencia izquierdista de Alemania[18].

Pero si Ulbricht y sus compañeros soviéticos no querían comités espontáneos, sí querían que los jóvenes se unieran a los grupos autorizados que se habían registrado debidamente con las autoridades soviéticas. Como Alemania se consideraba una democracia «burguesa» y los partidos políticos no comunistas aún tenían permitida su existencia, dejaron que algunos grupos de jóvenes no comunistas se registraran, a condición de que se sometieran por completo a la regulación. Los demócratas cristianos de centro-derecha pudieron registrar una «sección juvenil» oficial del Partido Demócrata Cristiano en julio. En 1946, los administradores soviéticos dictarían instrucciones que permitían también la formación de determinados grupos artísticos y culturales[19].

El partido comunista también formó su propia sección de jóvenes, suponiendo de manera optimista que muchos jóvenes alemanes desearían incorporarse a ella. Sin embargo, no fue así, o al menos no en el número que se esperaba. En un informe presentado ante los dirigentes del partido, el joven (aunque ya no tanto; en ese momento tenía treinta y tres años) Erich Honecker, un miembro de confianza —había llegado en el primer avión desde Moscú con Ulbricht— informó a sus superiores de que los avances eran lentos. Le preocupaba que los jóvenes alemanes «identifican la política con el antiguo partido nazi», y temía que muchos estaban «buscando soluciones individuales a sus problemas» o «cayendo en una adicción al placer y a las transacciones en el mercado negro[20]».

Otros opinaban que la juventud alemana no era lo suficientemente política. Robert Bialek —quien ahora se había marchado de Breslavia y se había recuperado temporalmente de su decepción con los soldados soviéticos que habían violado a su mujer— también se quejó de que los jóvenes alemanes seguían pensando y hablando en términos nazis. Bialek había sido nombrado dirigente de la sección juvenil del partido comunista en Sajonia, donde argumentaba en favor de incorporar las antiguas Juventudes Hitlerianas en la nueva organización, a fin de que resultara más atractiva. Aquellos eran los líderes natos de Alemania, declaró: «Podíamos condenar al ostracismo a los antiguos líderes del Movimiento de las Juventudes Hitlerianas, pero no podíamos eliminar, ni aun por orden del mariscal Zhukov, la autoridad que esos líderes han ejercido[21]».

Sin embargo, mientras las juventudes comunistas languidecían, la fuerza y el atractivo de otros grupos, en particular agrupaciones cristianas, no dejaban de crecer. En el páramo moral de la Alemania posterior al nazismo, la Iglesia parecía un oasis ético y espiritual. Ernst Benda, más adelante jurista, juez y finalmente el presidente del Tribunal Constitucional de Alemania occidental, se afilió a la sección juvenil de los demócratas cristianos de Berlín oriental en esa época precisamente porque creía que su doctrina derivaba de «verdades sencillas»: «Sé totalmente honesto, no mientas, sé sincero, sé justo con tu oponente político, sé justo: lo que implica justicia social[22]».

Manfred Klein, un joven al que el partido había reclutado con gran esfuerzo cuando aún se encontraba en un campo de prisioneros soviético, también empezó a regresar a la Iglesia en el otoño de 1945. Cuando volvió a Berlín después del final de la guerra, en un principio ayudó a Honecker a organizar el movimiento de juventudes comunistas, pero pronto se sintió incómodo. «Con solo veinte años, nos sentíamos bastante impotentes cuando nos enfrentábamos al rigor de ese sistema y a su lógica aparentemente completa e irrefutable —escribió en sus memorias—: «Habiéndome criado en el catolicismo y habiendo realizado labores con las juventudes católicas, tenía muchas reservas». Finalmente se afilió a las juventudes del Partido Demócrata Cristiano. Eso enfureció a sus antiguos colegas comunistas, hasta que se dieron cuenta de que Klein podría resultarles de utilidad. «Eres más espabilado de lo que creía», le dijo Honecker, con una gran sonrisa. Los camaradas soviéticos también aprobaron su decisión: ahora esperaban que se convirtiera en agente dentro del entorno demócrata cristiano, y que trabajara para ellos[23].

En diciembre de 1945, los jóvenes comunistas se dieron cuenta de que debían cambiar de táctica. Puesto que estaban fracasando en su intento de atraer a jóvenes en el mismo número que otros grupos, decidieron cambiar las reglas del juego. Honecker le pidió a Bialek que empezara a organizar subrepticiamente un movimiento popular «espontáneo» para crear un movimiento juvenil alemán «unificado». El impulso para la unificación de todas las juventudes alemanas bajo un mismo grupo aglutinador tendría su origen en Sajonia e incluiría peticiones, reuniones y conferencias. Los líderes de las juventudes también enviarían cartas a las autoridades soviéticas pidiendo un único grupo de juventudes no afiliado a ningún partido. Una vez que los dirigentes militares soviéticos hubieran accedido a ese plan, los líderes de las juventudes «burguesas» no tendrían otra opción que secundarlo: todos los jóvenes pertenecerían entonces al nuevo grupo, y la relativa debilidad de los jóvenes comunistas no sería tan evidente[24].

Esa fue una idea nacida del fracaso: como el partido comunista no podía competir por los jóvenes, sus dirigentes decidieron eliminar la competición. Aunque alemán en su origen —al parecer, la idea fue de Honecker—, el plan enseguida tuvo una buena acogida entre los altos cargos soviéticos. En enero de 1946, Wilhelm Pieck, en ese momento presidente del Comité Central del partido, tomó nota de una deliberación que tuvo lugar en Karlshorst, la sede de la administración soviética en Berlín: «La creación de una organización de jóvenes antifascista unificada: de acuerdo, pero habrá que decidirlo en Moscú». Diligentemente, Ulbricht retomó el asunto en su siguiente viaje a Moscú, y a principios de febrero regresó con el permiso de Moscú. Así nació la Juventud Libre Alemana (Freie Deutsche Jugend, o FDJ).

La llamada «espontánea» de Bialek a la unidad tomó a los otros líderes de juventudes por sorpresa. En una reunión que se organizó para tratar el asunto, Honecker afirmó que eran «muchos» los grupos que estaban pidiendo un grupo de juventudes libres alemanas unificadas. Cuando los dirigentes de las juventudes socialdemócratas y demócratas cristianas dijeron que a ellos no les habían llegado tales peticiones, les mostraron varias cestas que contenían cientos de cartas. «La sorpresa fue un éxito —recordó Klein—. En ese momento no habíamos tenido en cuenta tal sugerencia.» A continuación se organizó un congreso inaugural y un grupo de jóvenes —demócratas cristianos, socialdemócratas, comunistas— aceptó asistir a él. También acudieron los líderes de las juventudes católicas y luteranas, aunque con recelo. Klein comentó la reunión con Jakob Kaiser, entonces el líder de los demócratas cristianos en Berlín, quien le dijo que se implicara en el asunto, pero le aconsejó que fuera precavido: «Nadie sabe durante cuánto tiempo funcionará todo esto[25]».

Esa primera reunión se celebró en Brandemburgo en abril de 1946 y empezó de manera optimista. Comenzó con una canción («La balada de los jóvenes libres») y la selección unánime de un presídium formado por Klein, Honecker y Bialek. Se pronunciaron varios discursos de bienvenida. El coronel Serguéi Tulpanov, el comisario de Cultura de las fuerzas de ocupación soviéticas, dijo a los jóvenes que «la ideología de Hitler ha dejado huellas profundas en la conciencia de la juventud alemana» y felicitó a los presentes, con cierta condescendencia, por haber logrado salir de ello: «Sabemos lo mucho que os habéis esforzado para libraros de todo eso[26]». Tras los discursos de bienvenida llegaron otros discursos: sobre los logros de la juventud, la importancia de la inclusión de chicas, la necesidad de una industria nacionalizada, la perfidia de Occidente. Muchos de los oradores llamaron a los presentes «camaradas». Uno o dos representantes de los jóvenes católicos se levantaron para hablar: «Sí, queremos unirnos —dijo uno—, unirnos en el amor por Alemania[27]».

Aunque el ambiente en la sala era conciliador, el que se respiraba por los pasillos lo era un poco menos, y al tercer día ya se había enrarecido. Esa mañana, algunos de los delegados comunistas más radicales mantuvieron una reunión en una sala aparte, durante la cual uno de ellos se quejó de los líderes de los grupos religiosos. Creía que debían ser expulsados. Bialek le respondió que no se preocupara, porque los jóvenes religiosos estarían controlados en todo momento: «Daremos diez latigazos cada día a los religiosos hasta dejarlos tirados en el suelo. Cuando volvamos a necesitarlos, los acariciaremos un poco hasta que se les curen las heridas[28]».

Desafortunadamente, uno de los líderes católicos oyó esta conversación, tomó nota del diálogo e informó a sus compañeros. Klein y varios líderes católicos anunciaron entonces que se negaban a formar parte de la nueva organización. A continuación llegaron gritos de una y otra parte, hasta que un oficial soviético intervino. El comandante Beilin prometió a los católicos que podrían gozar de cierta autonomía dentro de la organización, con lo cual accedieron a formar parte de ella: en 1946, los ocupantes soviéticos estaban dispuestos a que su zona de ocupación por lo menos tuviera una apariencia democrática y polifacética.

Ese deseo no duró mucho. Al final, el Congreso eligió a sesenta y dos miembros para el consejo central de la nueva organización, de los cuales más de cincuenta eran comunistas o socialistas. Además, los comunistas se adjudicaron los puestos de mayor importancia. Honecker, un comunista entregado por completo a la causa, se convirtió en el líder de la Juventud Libre Alemana y se mantuvo en ese cargo hasta mucho tiempo después, cuando ya no podía considerarse un joven (se retiró de la Juventud Libre Alemana en 1955, a los cuarenta y tres años). Una escuela de formación de la Juventud Libre Alemana se inauguró rápidamente en Bogensee. Allí, recordó Klein, «las verdaderas intenciones de Honecker y sus camaradas se hicieron evidentes enseguida […] los chicos y las chicas recibían formación en la ideología marxista-leninista-estalinista y aprendían las directrices exactas sobre lo que debían hacer para ayudar al socialismo a ganar en sus iniciativas y en el país[29]».

Las intenciones de los camaradas soviéticos también quedaron muy claras. En agosto de 1946, las autoridades de Sajonia dieron la voz de alarma porque las iglesias de la zona habían organizado sus propios retiros y campamentos de verano para jóvenes. Las fuerzas soviéticas llegaron al rescate. Los soldados se adentraron en el bosque y, en palabras de un informe presentado en la época, «devolvieron a los niños a sus casas[30]». En octubre se produjeron alarmantes cortes de electricidad durante una concentración de jóvenes demócratas cristianos en Berlín occidental. Todos los presentes eran conscientes de que en esa época la electricidad de Berlín era suministrada por una central eléctrica situada en la zona de la ciudad bajo control soviético. Con actitud desafiante, la concentración continuó a la luz de las velas[31].

Otros grupos simplemente se dispersaron. En la primavera de 1946, las autoridades soviéticas descubrieron que un grupo no registrado de jóvenes evangelistas, Decididos por Cristo (Entschieden für Christus), estaba activo en Sajonia, donde mantenían debates sobre la Biblia y reuniones de oración. «Esto demuestra que el control sobre la actividad de las organizaciones alemanas es débil», declararon las autoridades sajonas, y prohibieron de inmediato la organización[32]. Otro grupo que había creado una célula «independiente» de la Juventud Libre Alemana en Leipzig corrió una suerte similar. Aunque los dirigentes del grupo argumentaron que sus miembros tenían una orientación más intelectual que los «obreros» de la mayoritaria Juventud Libre Alemana, y que por consiguiente necesitaban su propia organización, su grupo fue disuelto de manera igualmente abrupta[33]. Un informe soviético objetó que muchos de los grupos que tenían una afiliación religiosa «actúan muy alejados del marco de la religión» y estaban implicados en «trabajos de carácter político-cultural con los jóvenes», que es, por supuesto, lo que han hecho siempre los grupos juveniles religiosos.

En el invierno de 1946, las autoridades soviéticas de Karlshorst también informaron a la novísima administración cultural alemana —parte de la burocracia alemana establecida para promulgar la política soviética— de que cualquier grupo artístico y cultural, estuvieran dirigidos a niños, jóvenes o adultos, eran ilegales a menos que estuvieran afiliados a «organizaciones de masas» como la Juventud Libre Alemana, la organización sindical oficial o la unión cultural oficial, la Kulturbund: «De lo contrario, no pueden ser controlados». Una inspectora alemana a la que enviaron para evaluar la situación de las «asociaciones» descubrió que había muchos grupos que no estaban alineados con las organizaciones de masas. La mujer pareció quedarse especialmente horrorizada por la gran cantidad de clubes de ajedrez independientes que encontró. Solicitó a las autoridades culturales soviéticas y alemanas que eliminaran a todos esos grupos —clubes de ajedrez, clubes deportivos, clubes de canto—, tarea que no se finalizó hasta 1948-1949. Otras organizaciones apolíticas fueron prohibidas de inmediato. Los clubes de excursionismo estaban estrictamente prohibidos, por ejemplo, supuestamente porque las Juventudes Hitlerianas tenían una predilección especial por salir de excursión (si bien los Wandervögel, los famosos clubes de excursionismo y naturaleza fundados a finales del siglo XIX, mostraron en el pasado afinidades con la izquierda, además de protonazis[34]).

Klein siguió trabajando dentro del sistema. Aunque estaba frustrado por su papel como «representante cristiano para salvar las apariencias» en la Juventud Libre Alemana, invirtió mucho tiempo en intentar organizar al resto de los cristianos y agruparlos en un bloque de votantes. Ejerció presión para mantener la Juventud Libre Alemana abierta a muy distintas clases de jóvenes, aunque sin éxito. Casi justo un año después de su fundación, ese breve experimento soviético-alemán en la política juvenil no partidista había llegado a su fin. El 13 de marzo de 1947, el NKVD detuvo a Klein, junto a otros quince jóvenes líderes demócratas cristianos. Un tribunal militar soviético lo condenó a un campo de trabajos forzados soviético, en el que permaneció durante nueve años.

El 19 de junio de 1946, Szabad Nép, el periódico del partido comunista húngaro, publicó una historia espantosa: un oficial ruso había sido asesinado en el Oktogon, una intersección de ocho vías en el centro de Budapest. Durante el tiroteo, también murieron otro soldado ruso y una mujer descrita como «una joven húngara de clase obrera». Szabad Nép explicó que el asesino, un joven llamado István Pénzes, había sido miembro de un grupo rural de jóvenes católicos, Kalot, y por tanto «enemigo de nuestra recuperación económica y nuestra libertad». Los investigadores encontraron su cuerpo calcinado en un ático con vistas a la plaza y concluyeron que había formado parte de una conspiración mayor: «Los traidores que perdieron sus tierras, los parásitos del pueblo húngaro trabajador, lo intentarán todo, previendo el tratado de paz y la reforma monetaria, para hacer imposible la vida de nuestra nación[35]».

Se perdió muy poco tiempo en extraer otras conclusiones sobre lo que rápidamente pasó a conocerse como «los asesinatos del Oktogon». A la mañana siguiente, Szabad Nép ocupó su primera plana con un editorial titulado «Juventud y democracia»: «Ya va siendo hora de que quitemos las armas y las granadas de las manos de nuestra engañada juventud […] Después del ataque del lunes, debemos decirle a la derecha de nuestra democracia que la lucha contra los fascistas es una lucha nacional, un deber nacional[36]». El entierro de los dos soldados del Ejército Rojo al día siguiente recibió una cobertura mediática igualmente extensa. «Cientos de miles» participaron en la ceremonia de los soldados fallecidos, según Szabad Nép. Guiados por oficiales húngaros y soviéticos, los dolientes llevaron carteles con eslóganes como «Muerte a los traidores» y «Liquidad a los asesinos fascistas». Un editorialista insistió sobre la necesidad de dar un trato más estricto a la juventud engañada: «Detengamos toda la crítica reaccionaria […] Evitemos que determinados círculos religiosos enseñen a nuestra juventud a cometer asesinatos[37]».

En su oración fúnebre, el general Vladimir Sviridov, el presidente de la Comisión de Control Aliada que había llegado recientemente a Hungría, también habló. Aunque «el Ejército Rojo ofreció a los húngaros la posibilidad de establecer una nueva vida de acuerdo con los principios democráticos», declaró, determinadas «fuerzas reaccionarias, como perros salvajes, atacaron al mayor protector de la población húngara, el Ejército Rojo». Sviridov criticó severamente a los políticos húngaros: «Aquí en vuestro país, al que llamáis amigo de la Unión Soviética, malhechores fascistas tienden emboscadas a los soviéticos. Aquí en vuestro país, pagáis toda la sangre vertida por el Ejército Rojo con balas[38]».

Entre bastidores, todos sabían que los verdaderos motivos del asesino del Oktogon eran, y siguen siendo, un misterio, si es que en realidad fue un asesino. En sus memorias, el político del Partido de los Pequeños Propietarios, Ferenc Nagy, a la sazón primer ministro, declaró que Pénzes había sido miembro de las juventudes socialdemócratas, no del católico Kalot, y que había actuado por celos. Supuestamente, el soldado soviético había estado coqueteando con su novia[39]. Otro político de la época opinó que el asunto había sido un «simple triángulo amoroso», lo que explicaba que Pénzes, un pobre estudiante, se hubiera suicidado después: tal fue su sufrimiento por haber asesinado a la mujer a la que amaba. Algunas versiones de la historia sostenían que no había habido ningún asesino. Los dos soldados rusos habían abierto fuego el uno contra el otro y a Pénzes lo había asesinado la policía secreta, que quemó su cuerpo para ocultar el delito. Casi todo el mundo coincidía en que la investigación se había retrasado, había sido torpe y había estado politizada[40].

Al final, no importó lo que en realidad había ocurrido. Los asesinatos del Oktogon, que sucedieron poco después de la condena del padre Kiss —el sacerdote acusado de organizar el asesinato de soldados rusos—, fueron atribuidos a Kalot porque era una asociación de éxito. Y aún peor, Kalot tuvo mucho más éxito que la Alianza de Jóvenes Demócratas de Hungría (Magyar Demokratikus Ifjúsági Szövetség, o Madisz), con la que había mantenido un amargo conflicto durante los dieciocho meses anteriores. «Kalot» era un acrónimo que significa Secretaría Nacional Católica de Jóvenes Agricultores (Katolikus Agrárifjúsági Legényegyesületek Országos Testülete), y precedió a Madisz durante una década. Fundada en 1935 por dos jesuitas enérgicos, el padre Töhötöm Nagy y el padre János Kerkai, Kalot había seguido desempeñando su labor durante la guerra, manteniendo su carácter católico y su credibilidad en las zonas rurales al apoyar la reforma agraria, la educación del campesinado y una forma suave de socialismo. Kalot no tenía la distinción urbana de Polska YMCA, ni la pasión encendida de los primeros grupos antifascistas de Alemania. Algunos de sus líderes en tiempos de guerra fueron acusados de antisemitismo[41]. Pero Kalot era auténtico, trabajaba para mejorar la vida de los campesinos, y había mantenido una independencia suficiente con respecto a los anteriores regímenes autoritarios y fascistas como para no verse en peligro tras su desmoronamiento. Sobre todo, era popular. A finales de 1944, Kalot contaba con medio millón de integrantes, repartidos entre 4500 organizaciones locales.

Madisz, por el contrario, era una asociación totalmente nueva, iniciada por orden de Ernó Geró, uno de los colaboradores más cercanos de Mátyás Rákosi. Las intenciones de Geró eran similares a las de Honecker en Alemania: quería crear una organización que «unificara a trabajadores, campesinos y estudiantes» bajo una bandera «universal» y «no partidista». También deseaba evitar que otros partidos políticos constituyeran sus propios grupos de juventudes[42]. Ese plan fracasó casi de inmediato. En una de las primeras reuniones de la organización en Budapest en enero de 1945, un líder de Madisz se quejó de que «todo el mundo cree que Madisz es una organización que actúa como tapadera» del partido comunista. Pidió a sus camaradas que lucharan contra esa imagen: «Debemos decir a la gente que por ahora tenemos un carácter comunista solo porque los no comunistas aún no se han unido a nosotros. Tenemos que reclutar a gente de organizaciones religiosas, de los scouts, y de movimientos socialdemócratas…». Los jóvenes se apuntarían si llegaran a entender la crudeza de las opciones que se abrían ante ellos: «Quienes no están con nosotros están contra nosotros […] quienes están contra nosotros son fascistas[43]».

Otro joven dirigente, András Hegedüs, propuso que Madisz utilizara métodos más sutiles para atraer a los jóvenes. «Las masas están necesitadas de cultura, tenemos que atraparlas mediante la cultura —argumentó—. Estamos ante una oportunidad de oro, porque de momento no hay cine y nadie puede ofrecer otras posibilidades culturales a las masas. Más adelante será más difícil.» Hegedüs —quien se convertiría en primer ministro de Hungría durante un breve período en 1956— estaba interesado en la cultura no por la cultura en sí, «sino para conseguir atraer a gente hacia el movimiento […] y limpiar las ruinas no lo conseguirá, no es lo bastante placentero[44]».

Madisz alcanzó bastante éxito durante esa primera época, en particular en Budapest, y especialmente gracias a sus buenas relaciones con el Ejército Rojo, daba a sus miembros acceso a alimentos y a documentos de identidad que podrían evitarles la deportación. Sin embargo, los intentos del grupo de organizar reuniones multitudinarias casi siempre fracasaron. Cuando solo cuarenta personas acudieron a una concentración en enero, sus dirigentes culparon de ello a la «mala propaganda[45]». Seis meses después, cuando aún les resultaba difícil atraer a los jóvenes a las reuniones, sus dirigentes se preguntaron, al estilo de Rákosi, si no habría «demasiados judíos» en la organización, sobre todo en algunos distritos. Algunos sentían que había sido un error «permitir a los sionistas caminar junto a nosotros» en los recientes desfiles del Primero de Mayo. Aquello dio una impresión equivocada[46].

Fuera de Budapest resultaba incluso más difícil conseguir que la gente reconociera el liderazgo natural de Madisz. Entre los jóvenes de las zonas rurales, Kalot era claramente la organización principal, hasta tal punto que en un momento determinado Madisz intentó negociar un trato: Madisz gestionaría las actividades culturales y deportivas de Kalot, y Kalot podría seguir controlando las actividades religiosas. Como era de esperar, los dirigentes de Kalot rechazaron la oferta.

Al observar que Kalot y otras organizaciones de jóvenes establecidas no se unían a Madisz, otros partidos políticos legales de Hungría, particularmente los socialdemócratas y los Pequeños Propietarios, empezaron a organizar sus propios grupos de juventudes. Los estudiantes universitarios y de secundaria también formaron su propia organización, la Liga de Asociaciones Universitarias y de Escuelas Superiores Húngaras (Magyar Egyetemisták és Fóiskolai Egyesületek Szövetsége, o Mefesz). A medida que estos grupos empezaron a multiplicarse, y cuando se hizo más que evidente que ni la propaganda ni los métodos de persuasión podrían convencerlos para unificarse bajo la organización de Madisz, las tácticas del grupo se volvieron más agresivas. Las amenazas eran cada vez más frecuentes. En junio de 1945, las autoridades de Madisz escribieron una carta a los líderes del Partido de los Pequeños Propietarios para exigirles que pidieran permiso antes de formar nuevas organizaciones culturales. «Rogamos que respeten estas normas en el futuro —pedía la carta—, porque de lo contrario aplicaremos los métodos más radicales.» (La carta iba firmada «con respeto democrático[47]».)

Por todo el país, los miembros de Madisz, en ocasiones ayudados por dirigentes de partidos comunistas locales y la policía, intentaron confiscar propiedades de Kalot y evitar que organizara reuniones. La Iglesia católica registró veintisiete ocasiones en las que las autoridades locales intentaron prohibir un grupo de Kalot de la zona y multitud de episodios de acoso. Kalot respondió a esas amenazas con una serie de pautas dirigidas a sus líderes juveniles, con las que les advertían que no reclutaran en exceso ni pusieran mucha presión sobre los miembros actuales: «Los miembros que quieran marcharse deberían poder hacerlo, dejad que se vayan sin hacer ningún comentario, y quienes quieran unirse a nosotros deberían ser bien recibidos, pero no hagáis ningún comentario acerca de las dificultades de otras organizaciones para reclutar a miembros[48]».

De todos modos, el antagonismo creció. En agosto de 1945, los dirigentes de Madisz ya comentaban entre ellos un plan para «acabar con Kalot». El periódico de Madisz publicó una serie de artículos en los que atacaba a Kalot, cuestionaba sus actividades durante la guerra y, en particular, su colaboración con el movimiento paramilitar de jóvenes durante el período de entreguerras, el levente. A este grupo, pese a no ser especialmente ideológico, se le había asignado la tarea de combatir contra el Ejército Rojo al término de la guerra, y sus líderes habían sido condenados a muerte. Kalot respondió con un folleto en el que contestaba a las acusaciones —la Iglesia católica se había opuesto a levente, igual que Kalot—, pero la policía secreta confiscó la tirada argumentando que era «propaganda antisoviética[49]».

Temiendo por la seguridad de sus miembros, en Kalot hubo quienes intentaron llegar a acuerdos. En enero de 1946, el padre Kerkai, uno de los cofundadores de Kalot, pidió a un funcionario soviético que organizara una visita de los líderes de Kalot a la URSS para que pudieran «familiarizarse» con el sistema soviético. Tres meses después, Kalot —sin atender a las objeciones de la jerarquía de la Iglesia— aceptó unirse a otro nuevo grupo, el Consejo Nacional de Jóvenes de Hungría. Creado también por los jóvenes comunistas, este grupo se estaba perfilando como una organización «coordinadora» que todos podrían aceptar.

József Mindszenty, que acababa de convertirse en primado de Hungría y, poco a poco, iba adquiriendo la reputación de anticomunista que lo haría famoso, se opuso a la decisión de Kalot de entrar a formar parte de esa nueva alianza: «Ha metido a un movimiento no político en el pantano de la política cotidiana», se quejó al padre Kerkai. A modo de respuesta, Kerkai señaló que Hungría iba a tener que aprender a vivir «en el territorio del poder soviético» durante mucho tiempo, y que debían encontrar un modus vivendi, de una forma u otra[50]. El otro dirigente de Kalot, el padre Nagy, incluso viajó a Roma para asegurarse el apoyo del Vaticano en contra de Mindszenty en ese asunto[51].

En el período que siguió a los asesinatos del Oktogon, muy pronto se hizo evidente que no se encontraría tal modus vivendi. El 2 de julio, el general Sviridov pidió abiertamente la disolución de «movimientos juveniles reaccionarios» en una reunión del Consejo de Control Aliado, argumentando que «educan a sus miembros en un espíritu fascista». En privado, se quejó a Moscú sobre el «fortalecimiento de los círculos reaccionarios» en Hungría, y dijo al gobierno húngaro, sin rodeos, que debía hacer algo con las «organizaciones fascistas clandestinas» que habían encontrado refugio en esos partidos políticos y movimientos juveniles legales.

Sin esperar al acuerdo general por parte del gobierno, el ministro del Interior comunista, Lázsló Rajk, hizo suya la causa de Sviridov. Entre el 18 y el 23 de julio, Rajk prohibió más de 1500 organizaciones. La prohibición abarcó mucho más allá de los grupos de jóvenes. Durante la primera oleada prohibió, entre otros, el Club de Atletismo húngaro (descrito por Szabad Nép como «la exclusiva asociación deportiva de las más altas y profundamente antidemocráticas esferas), la Comunidad Laboral Prohaszka, que era la organización de servicios a la comunidad del obispo Prohaszka; la Asociación de Estudiantes Universitarios, varios sindicatos demócratas cristianos («que se habían hecho famosos por reventar huelgas en el pasado), y algo llamado la Gran Orden de Emericana, que al parecer celebraba ceremonias místicas al estilo del Ku Klux Klan. En la siguiente oleada, Rajk prohibió la Asociación Naval húngara, algunos clubes de caza locales, la Asociación de Veteranos de Guerra del conde Széchenyi y la Asociación de Trabajadores del Tabaco Demócratas Cristianos. Entre los grupos prohibidos había asociaciones y gremios de profesionales, de quienes se dijo que trabajaban «al servicio de intereses capitalistas», como también organizaciones sociales «reaccionarias», organizaciones católicas y protestantes y sindicatos no comunistas. De muchos de esos grupos se aseguró que trabajaban en secreto a favor de intereses «fascistas» o extranjeros. Finalmente, Rajk prohibió todas las divisiones locales de Kalot[52].

Tras la prohibición, varios miembros de Kalot intentaron reorganizar su grupo bajo el auspicio del comunismo, pero sus esfuerzos fueron baldíos. En 1947, el padre Nagy huyó de Hungría y se refugió en Argentina. En 1949, la policía de seguridad húngara detuvo al padre Kerkai y lo condenó a un campo de trabajos forzados. Lo dejaron en libertad una década después, en 1959, cuando estaba medio ciego y demasiado enfermo para seguir influenciando a la gente joven y convertirla en «reaccionaria[53]». En 1950, todas las organizaciones juveniles húngaras se vieron obligadas a unirse y formar una única organización, la Unión de la Juventud Trabajadora (Dolgozó Ifjúság Szövetsége, o DISZ), con lo que se puso fin a la sopa de letras de acrónimos juveniles, y también al pluralismo.

Con el paso del tiempo, los ataques comunistas a la sociedad civil cambiarían y se volverían más sofisticados. A fin de competir por una auténtica sociedad civil, los regímenes crearían una imitación de grupos cívicos «oficiales», organizaciones que en ocasiones parecían independientes pero que en realidad estaban controladas por el Estado.

También se propusieron destruir algunas de las instituciones más poderosas de la sociedad civil, no mediante una prohibición directa, sino con artimañas o con estrategias subversivas: la sustitución de los principales líderes por partidarios del régimen, o el uso de determinadas células comunistas dentro de organizaciones menos rígidas. Finalmente, esos métodos se utilizarían en iglesias y con el clero de toda la región, y mucho después, durante las décadas de 1970 y 1980, se emplearon contra los disidentes. Pero primero se probaron con los grupos juveniles más recalcitrantes, sobre todo con el movimiento de los scouts polacos y las universidades populares de Hungría.

El movimiento scout estaba sorprendentemente arraigado en Europa del Este, especialmente en los estados cuyas fronteras se habían trazado de nuevo tras la Primera Guerra Mundial. Los líderes de esos «nuevos» estados —Polonia, Checoslovaquia, Hungría— deseaban que los jóvenes se implicaran en el rejuvenecimiento nacional y en los proyectos de reconstrucción de la época. Haciendo hincapié en la salud, el trabajo y el servicio comunitario, el moderno movimiento scout de lord Baden-Powell parecía señalar el camino. El movimiento scout, escribió un entusiasta polaco en un panfleto de 1924, no solo definía el vago concepto de «carácter» para los jóvenes polacos, sino que les ofrecía un medio concreto para conseguirlo[54].

En Polonia, los scouts habían alcanzado un nivel adicional de significado afectivo y político durante la guerra. Tras la invasión del país en septiembre de 1939, los dirigentes del movimiento habían tomado la trascendental decisión de pasar a la clandestinidad y unirse a la resistencia. Bajo el nombre Szare Szeregi («las Filas Grises»), los scouts se convirtieron en mensajeros, agentes de enlace, operadores de radio, enfermeras y finalmente en guerrilleros del Ejército Nacional. Niños scouts de tan solo diez o doce años lucharon y murieron en el Alzamiento de Varsovia. Hombres y mujeres jóvenes, a veces vestidos aún con sus uniformes grises hechos jirones, llegaron a campos de concentración soviéticos después de que el alzamiento fracasara y el Ejército Nacional fuera derrotado[55]. «Ese era un movimiento scout distinto al de hoy, nosotros nos educamos en el espíritu de Polonia», escribió uno de ellos[56].

Las Filas Grises de la resistencia se disolvieron tras el final de la guerra, junto con el resto del Ejército Nacional. Pero tropas de scouts empezaron a reformarse abiertamente en territorios liberados incluso antes de que terminara la guerra en Białystok y otras ciudades del este. Casi en el mismo momento de la liberación de Cracovia, varios líderes bien conocidos del movimiento scout de preguerra empezaron a organizar nuevas tropas en la ciudad. No informaron de ello al gobierno provisional de Lublin. ¿Por qué habrían de hacerlo? Antes de la guerra no habían tenido que informar a nadie sobre sus actividades. A finales de 1946, el movimiento tenía 237 749 miembros, tanto chicos como chicas. El entusiasmo estaba por las nubes, como recordó un scout: «El escultismo, durante los primeros meses que siguieron a la independencia, estalló como una potente bomba. Scouts y líderes del movimiento aparecieron de la nada. Todas las noches ardían hogueras y se cantaban canciones de los scouts en multitud de patios. Los jóvenes estaban sumamente entusiasmados, llenos de energía[57]». Otro rememoró un campamento de verano al que asistió en julio de 1946:

Recuerdo el encanto y el ambiente especial de las tradicionales hogueras durante ese campamento; en debates animados y espontáneos, utilizando palabras sencillas, la gente hablaba de lo que había vivido en los últimos años, de sus planes de futuro, del significado de la vida, de la amistad […] y cuando, junto a las ardientes brasas del fuego que se consumía, juntamos las manos para pronunciar la oración tradicional de los scouts, nuestros rostros tenían un gesto pensativo, serio, pero resplandecían de felicidad…[58]

Para empezar, los scouts polacos se propusieron ser apolíticos. En ese momento de reconstrucción nacional tan solo querían ser útiles. Una ex scout recordó haber trabajado en orfanatos durante la semana, mientras que los fines de semana su tropa viajaba a los antiguos territorios alemanes alrededor de los lagos de Masuria para ayudar a crear bibliotecas escolares, catalogar monumentos históricos, e incluso a «formar parte del comité para el cambio de idioma», que en ese momento estaba traduciendo topónimos y nombres de calles alemanes al polaco[59]. Sin embargo, las primeras señales de desaprobación oficial aparecieron casi de inmediato. A finales de 1944 y principios de 1945, las autoridades polacas de Lublin crearon un «consejo scout» de carácter temporal para supervisar las actividades del movimiento. Si bien el consejo contaba con algunos líderes de tropa de la época anterior a la guerra, enseguida introdujo algunos sutiles cambios al juramento scout, que ahora mencionaba servir a «la Polonia democrática» y eliminaba «el servicio a Dios». También creó una organización aglutinadora, la Unión de Scouts Polacos (Zwiazek Harcerstwa Polskiego, o ZHP), en la cual, teóricamente, debían tener cabida todas las tropas. Su finalidad era que los grupos que se formaban de manera espontánea quedaran supeditados a la administración comunista, por lo que no funcionó[60].

A finales de 1945 había una tensión evidente entre los funcionarios del gobierno que intentaban controlar y dirigir el movimiento (escribieron una nueva versión del juramento, en el que los scouts se comprometerían a crear «un mundo mejor») y los grupos de base del movimiento, no todos ellos dispuestos a mantener a la unión dominada por Varsovia informada de sus actividades. Algunos conocidos líderes de las Filas Grises habían entrado a formar parte de la cúpula del movimiento, y aunque también ellos se mantuvieron oficialmente apolíticos, hubo algunos incidentes políticos. En Bydgoszcz, unos scouts que pasaron por delante del cuartel general de la policía secreta durante un desfile en 1945 se quedaron atónitos al oír el ruido de dos disparos procedente de una de las ventanas. Dos scouts murieron. Nadie nunca fue condenado por los asesinatos[61]. En una «concentración de jóvenes» en Szczecin en 1946, una discusión a gritos entre varios scouts y jóvenes comunistas terminó en una pelea. Al menos dos chicas scout recibieron una brutal paliza[62]. Scouts de todo el país fueron detenidos después de participar en las manifestaciones del 3 de mayo, el día de la Constitución del país.

En distintas ocasiones durante 1947, las autoridades polacas consideraron poner fin al movimiento scout de manera definitiva. Sin embargo, les preocupaba que tal prohibición pudiera provocar que miles de jóvenes se unieran a la resistencia, o se adentraran en los bosques a combatir con los partisanos[63]. De modo que esperaron. Y, finalmente, adoptaron una táctica que, como ya hemos observado, se convertiría en una herramienta habitual en el arsenal comunista de Europa del Este: decidieron destruir el movimiento desde dentro. Los comunistas húngaros tomaron una decisión similar sobre el igualmente problemático movimiento scout de su país sobre la misma época.

Al igual que sus homólogos húngaros y alemanes, los grupos políticos de juventudes polacas se habían unificado en una sola organización, la Unión de Jóvenes Polacos (Zwiazek Młodziezi Polskiej, o ZMP), en febrero de 1948. Después de ellos, les llegó el turno a los scouts. El Ministerio de Educación emprendió una «reorganización» del movimiento nacional que consistió en unificar a hombres y mujeres scout, destituir a líderes mayores y sustituirlos por otros más jóvenes e inexpertos, e ideológicamente maleables. Esos cambios se introdujeron de manera gradual. Primero sustituían a un alto cargo; después él o ella nombraba a un nuevo segundo; después el segundo nombraba a un nuevo dirigente regional, y así sucesivamente. Los nuevos dirigentes scouts nacionales empezaron sutilmente a cambiar las actividades del movimiento. Además de las actividades tradicionales —excursionismo, acampadas, técnicas de supervivencia—, ahora las tropas debían «participar en la vida diaria del país». Las enviaban a plantar árboles, a ayudar con el tendido de cables telefónicos y a trabajar en guarderías. Estaban dirigidas para convertirse, en palabras de un burócrata, en una versión más joven del «Servicio polaco» (Słuzba Polska), las brigadas de trabajo no especializado que viajaban de una obra a otra. A algunos de sus miembros los enviaron a fábricas o talleres para que aprendieran un oficio[64].

Los scouts dejaron de ser una organización intergeneracional. Mientras que en el pasado las tropas de scouts polacas habían incluido a chicos y chicas adolescentes y veinteañeros, ahora «ascendían» a los jóvenes de dieciséis años o más a puestos en la Unión de Jóvenes Polacos, con lo que el escultismo se convirtió en una actividad para niños. A nivel organizativo y financiero, los scouts se convirtieron con el tiempo en una subdivisión de la Unión de Jóvenes Polacos y dejaron de ser una organización separada. Como tal, su labor principal era la educación política de los niños. En la práctica, empezaron a parecerse y a actuar como los Pioneros Soviéticos, la organización juvenil. Incluso se vestían con camisas blancas y corbatas rojas parecidas[65]. En 1950, el juramento scout cambió por tercera vez. La nueva versión obligaba a los scouts a jurar por la Polonia popular, y a prometer fomentar «la paz y la libertad de las naciones».

Los propios scouts eran conscientes de lo que estaba sucediendo. Como uno de ellos recordó más adelante: «Todos los meses se infiltraba gente nueva de manera gradual en el movimiento Scout. Había uno, Kosinski, que dijo ser un líder de los scouts. Ese hombre tenía lo mismo de líder scout que yo de bailarín de ballet. Era un agente [de la policía secreta]. Un hombre horrible[66]». A quienes les importaba, poco a poco fueron abandonando el movimiento y se dedicaron a otras actividades. Quienes eran demasiado jóvenes para recordar cómo había sido la organización en el pasado no se quejaban, y sus padres, que preferían que sus hijos se conformaran y no se metieran en líos, no decían nada.

Los que decidían buscar alternativas podían pagar un precio más alto[67]. Algunas tropas se pasaron a la clandestinidad, se hicieron con armas —aún había muchas en esa época— y empezaron a entrenar para la lucha. La policía secreta descubrió a uno de esos grupos en la ciudad de Krotoszyn en 1947. El grupo se había llamado Zawisza, un nombre que hacía alusión a la caballerosidad. Su líder, un joven de dieciocho años, se suicidó en el momento de la detención. Los otros miembros, algunos de tan solo quince años, fueron detenidos y condenados. Otro grupo de antiguos scouts fue «liquidado» en Radzyminsk, también en 1947. La policía secreta envió sus carnets de la Unión de Scouts Polacos al ministro de Educación como forma de advertencia: esto es lo que podría suceder si no se controla a los jóvenes de manera estricta, atenta y enérgica[68]. Sin embargo, los objetores que no se habían armado también podían recibir un castigo severo. En 1950, una joven de diecisiete años de la ciudad polaca de Lublin, decidió pedir a los miembros de su grupo de scouts que se reunieran de manera informal, para comentar temas de los que no les hablaban en la escuela. Ella y sus siete amigos fueron detenidos en 1951, y todos fueron condenados a entre dos y cinco años: todo aquello que tuviera la apariencia de una tropa scout auténtica tenía que ser destruido para que los scouts de imitación pudieran reemplazarlos[69].

Si acaso, el movimiento de las universidades populares de Hungría constituyó un desafío aún más complejo para los comunistas húngaros que el que el movimiento scout había supuesto para sus colegas polacos. Mientras que el escultismo estaba relacionado con el patriotismo de preguerra y el bando «reaccionario» (es decir, centrista) del espectro político, las universidades populares eran un proyecto populista, de izquierdas. Las universidades populares originales habían sido fundadas antes de la guerra por un grupo de poetas y escritores románticos y reformistas. Diseñadas para educar a los hijos de los campesinos, las universidades estaban pensadas para funcionar como escuelas, clubes y espacios de residencia en las ciudades para los estudiantes de las zonas rurales. No eran escuelas corrientes, sino que tenían algo del espíritu de los kibutz, puesto que enfatizaban la vida en comunidad, la toma de decisiones en grupo, de manera democrática, el baile tradicional y el canto. Aunque tenían una marcada tendencia socialista, y aunque varios de sus miembros más destacados se habían afiliado al partido comunista durante la guerra, no eran instituciones soviéticas ni pertenecientes al partido.

Después de la guerra, los fundadores de la Universidad Györffy, la primera universidad popular que retomó su programa en junio de 1945, tenían la impresión de que podrían seguir con el mismo espíritu. En diciembre de 1944, algunos de los estudiantes y profesores durante la época de preguerra empezaron a reunirse regularmente en una vieja escuela alemana en la parte liberada de Budapest, y comenzaron a planear el nuevo plan de estudios. El gobierno provisional aplaudió ese entusiasmo y en cuanto le fue posible proporcionó a la universidad un nuevo edificio, un jardín con árboles frutales y una casa de veraneo en el lago Balaton. Sin embargo, los líderes de Györffy pretendían seguir siendo independientes. En una conferencia organizada para celebrar su inauguración, el líder universitario antes de la guerra, Lajos Horváth, pidió a los presentes, muchos de los cuales eran miembros del partido comunista, que «lucharan por la autonomía de la universidad, y la protegieran del partido, así como del Estado». En los meses siguientes, él y otros ayudaron a fundar Nékosz, la Asociación Nacional de Universidades Populares, que con el tiempo construiría varias instituciones similares por todo el país[70].

De hecho, la «autonomía» de Nékosz estuvo predestinada al fracaso desde el principio, ya que ni Györffy ni el resto de las universidades tenían ningún medio de financiación independiente. Sus edificios eran del gobierno —castillos, antiguos cuarteles militares, villas confiscadas—, y sus estudiantes se mantenían gracias a subsidios gubernamentales[71]. La influencia estatal llegaba con el dinero estatal, y la cúpula comunista tenía objetivos distintos a los de los líderes de las universidades populares. En un principio, el conflicto se ocultó. Los dirigentes comunistas apoyaban públicamente el movimiento universitario. Tanto Rajk, el ministro del Interior, como Révai, el ministro de Cultura, daban conferencias frecuentes en las universidades, y Rajk contribuyó a fundar la Universidad Petófi en Budapest. La primera generación de estudiantes estaba encantada solo por estar allí. Miklós Jancsó, un licenciado de Nékosz que se convirtió en director de cine (uno de los alumnos de las universidades populares que se introdujeron en la industria cinematográfica), plasmó la pasión y el afán del movimiento de las universidades populares en su película de 1968, Vientos brillantes (Fényes Szelek[72]), cuyo título procede del himno de Nékosz:

¡Eh, nuestro estandarte se agita con los vientos brillantes!

¡Eh, en él está escrito, que Viva la Libertad!

¡Eh, vientos, soplad! Vientos brillantes, soplad,

porque mañana cambiaremos el mundo en su totalidad!

Después, un grupo de estudiantes universitarios le preguntó a Jancsó por qué había incorporado tanta música en el guión, la primera mitad del cual contiene más canciones que diálogo. Él respondió que era realismo puro: «En esa época, después de la guerra, era muy común que los jóvenes cantaran juntos por la calle». Iván Vitányi, otro alumno de las universidades populares, también recordó que «hijos e hijas del campesinado nos pasábamos el día cantando[73]».

El entusiasmo estuvo motivado en parte por la sensación de oportunidades que experimentaron esos primeros estudiantes, pues esos centros ofrecían educación a gente que no había recibido ninguna. Algunos eran los primeros de su familia que sabían leer y escribir bien. En marzo de 1948, las 158 universidades populares contenían a 8298 personas, de las cuales entre el 35 y el 40 por ciento procedían de un entorno rural o campesino, y entre el 18 y el 25 por ciento eran de clase obrera. La mayoría eran hombres, pero algunas de las mujeres que se licenciaron se convirtieron en figuras muy destacadas, entre ellas varias actrices. Algunas ofrecían educación secundaria, otras certificados de aptitud pedagógica, y otras podían proporcionar educación superior. El plan de estudios era con frecuencia de izquierdas, pero no necesariamente marxista. En su primer año, la Universidad Gyórffy organizó seminarios sobre las revoluciones de 1848 y la historia de la música; clases de inglés, francés y alemán, además de ruso; ofreció la oportunidad de estudiar el «realismo húngaro» y la historia de la industria húngara. Los estudiantes recibían entradas de teatro gratuitas y se les animaba a utilizarlas, y tenían listas de libros que debían leer en su tiempo libre[74]. Otro de los centros de formación, la Academia Vasvari, animaba a sus alumnos a estudiar en el extranjero durante medio año[75].

Si las hubieran dejado, las universidades populares se habrían complacido en producir una nueva generación de intelectualidad progresiva. Sin embargo, el partido comunista húngaro tenía un objetivo más restringido. Se dieron cuenta de que las universidades podrían ayudar a solucionar dos de sus problemas más acuciantes: su profunda impopularidad en el campo, y la falta de miembros del partido de origen rural. En febrero de 1945, Geró escribió una nota a Rákosi en la que señalaba que Hungría tenía «escasez de cuadros, particularmente de líderes». Más concretamente, «el mayor problema es que muchos de ellos son de origen judío». Aunque, como se ha observado, Geró y Rákosi eran judíos, ambos temían que los campesinos húngaros se posicionaran en contra del partido comunista si era «demasiado judío». Las universidades populares parecían proporcionar una respuesta: formarían a los campesinos para convertirlos en comunistas «del pueblo», que era una especie de eufemismo para «no judíos», y por lo tanto «hungarizar» el partido comunista[76].

La transformación de las universidades empezó primero en el seno de la cúpula, que desde el principio estuvo formada por un puñado de comunistas. Estos decidieron entonces hacerse con el control. András Hegedüs, un estudiante de las universidades populares que había sido fundador de Madisz, el movimiento juvenil respaldado por el comunismo, reconoció en una entrevista años después que la célula comunista de la Universidad Györffy era «más bien militante» y que «hasta cierto punto, intimidaba al resto del grupo». Otro estudiante, también miembro del partido, declaró que era una «norma general que un pequeño grupo organizado pudiera imponer su voluntad sobre un grupo más grande y heterogéneo[77]». En el seno de las universidades, los comunistas se apoderaron lentamente de los mecanismos democráticos de autogobierno. Desde esa posición de influencia incorporaron un elemento más político a la vida estudiantil. Organizaron a los estudiantes para que trabajaran como defensores de la reforma agraria y la producción cooperativa en el campo, y participaran en los multitudinarios mítines del partido comunista que precedieron a las elecciones de 1945 y 1947. También modificaron el plan de estudios para que encajara mejor en la línea del partido comunista. En 1946, el cuestionario de acceso a la Universidad Györffy obligaba a los solicitantes a responder algunas preguntas claramente tendenciosas: «En tu pueblo, ¿la gente que va a la iglesia es mejor que la que no va? ¿Puedes describir a un sacerdote reaccionario? ¿Los jóvenes de tu pueblo son religiosos?[78]». Las sesiones de crítica y autocrítica terminaron dominando las reuniones y los coloquios vespertinos de las universidades. Durante ese mismo período, el líder de la Universidad Györffy, László Kardos, quien era bastante dado a utilizar clichés comunistas —hablaba de «mantener relaciones amistosas con la juventud democrática del mundo»—, empezó a desempeñar un papel mucho más relevante en la que hasta entonces había sido una institución poco rígida, casi anárquica y nada jerárquica[79]. Sin embargo, el cambio que los ex alumnos nostálgicos recordaron con mayor amargura fue el de los ataques por parte de la prensa, que se volvieron cada vez más duros —acusaban a los estudiantes de lealtad insuficiente, de falta de profesionalidad y, paradójicamente, de antisemitismo—, como también el de los «tribunales» de los alumnos internos, que empezaron a expulsar a quienes no cumplían las normas cada vez más estrictas de corrección política. A todos los alumnos se les pedía que estuvieran atentos a cualquier error ideológico, en ellos mismos y en los otros, y que buscaran pruebas de «romanticismo campesino», que ahora se consideraba algo malo, así como de «decadencia pequeñoburguesa». Alajos Kovács, profesor en una de las universidades en esa época, recordó que «estábamos atónitos, ni siquiera sabíamos por qué nos atacaban, no lográbamos entender qué había sucedido. A causa de esa incomprensión, empezamos a intentar entender —de manera masoquista y contraproducente— qué había salido mal, qué habíamos hecho mal nosotros[80]». Uno de esos «juicios» constituye la dramática conclusión de la película Vientos brillantes.

Los idealistas podrían haber seguido luchando, y en realidad hubo muchas luchas por el poder en la organización mayor de Nékosz. Pero en 1949, al régimen se le agotaría la paciencia. Las universidades fueron nacionalizadas de manera abrupta y terminante, con el argumento de que tenían que volverse más «profesionales». Fueron absorbidas por el resto del sistema universitario estatal, los edificios se utilizaron para otras instituciones, las listas de lecturas y las salidas al teatro se terminaron, y los idealistas mecanismos de autogobierno, que de todos modos ya hacía tiempo que habían dejado de funcionar, quedaron disueltos. La decisión se justificó mediante una referencia a la teoría marxista. Como dijo Rákosi, «lo aprendí todo sobre el socialismo de aquellos viejos libros. Aprendí sobre organizaciones de masas, asociaciones de jóvenes, organizaciones de mujeres, sindicatos […] En esos libros no aparece una sola palabra sobre universidades populares, de modo que no me parece que sean necesarias[81]».

En otras palabras, las universidades populares eran una institución desconocida para Marx, Lenin y Stalin, y no existía nada parecido a ellas en la Unión Soviética. Así pues, fueron destruidas, junto a tantos otros grupos que Marx, Lenin y Stalin jamás habían mencionado. Al final, los scouts polacos, las universidades populares de Hungría, los jóvenes demócratas cristianos alemanes y un amplio abanico de instituciones —convencionales e idiosincrásicas, políticas y apolíticas, de clubes de tiro y equipos de esgrima a conjuntos de baile tradicional y organizaciones de beneficencia católicas— tuvieron el mismo destino. Los nacientes estados totalitarios no podían tolerar ninguna competencia por las pasiones, el talento y el tiempo libre de sus ciudadanos.