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La policía

Los empleados del Ministerio para la Seguridad del Estado desarrollaron más o menos la siguiente actitud: Nos han investigado con especial atención. Somos camaradas especialmente buenos. Somos, por así decirlo, camaradas de primera clase.

WILHELM ZAISSER, ministro de Seguridad del Estado, RDA[1]

Cuando la guerra se acercaba a su sangriento desenlace, Stalin dio por fin a sus protegidos de Europa del Este la posibilidad de demostrar su valía. Uno tras otro, al tiempo que sus países eran liberados, envió a los comunistas de Moscú de vuelta a sus países de origen junto con el Ejército Rojo. Todos ellos eran plenamente conscientes de que formaban un grupo muy reducido, y todos declararon públicamente su intención de fundar o unirse a un gobierno de coalición junto a otros partidos no comunistas. Bolesław Bierut llegó a Varsovia en diciembre de 1943, justo a tiempo para ser nombrado presidente del nuevo Consejo Nacional (Krajowa Rada Narodowa, o KRN). Ese primer intento de crear un frente popular no logró atraer a nadie, con la excepción del todavía minúsculo Partido Obrero Polaco de Władysław Gomułka y algunos socialdemócratas marginales que no se habían incorporado a la resistencia establecida. Pero unos meses después, el Consejo Nacional ayudó a formar un grupo mayor, el Comité Polaco de Liberación Nacional (Polski Komitet Wyzwolenia Narodowego, o PKWN), cuyo nombre, aprobado personalmente por Stalin, recordaba de manera deliberada al Comité de Liberación Nacional francés de De Gaulle[2]. Aunque tenía su base en Lublin e incluía a algunos políticos auténticamente no comunistas, no existía el menor género de dudas acerca de quién estaba respaldando el Comité Polaco de Liberación Nacional. Su manifiesto del 22 de julio sonó muy liberal al prometer «la restauración de todas las libertades democráticas para todos los ciudadanos sin distinción de raza, religión o nacionalidad, siendo esas libertades: la libertad de libre asociación en los campos político y profesional, libertad de prensa e información, libertad de conciencia[3]». Sin embargo, el documento se emitió en Moscú, y no en Polonia, y se difundió de inmediato por la radio soviética.

La creación de un Comité de Liberación Nacional planteó un dilema inmediato para el gobierno de Londres en el exilio, que había representado a Polonia en el extranjero durante la guerra y seguía manteniendo vínculos estrechos con el Ejército Nacional y la resistencia polaca establecida. Aunque lucharon con todas sus fuerzas para seguir siendo la voz internacional de Polonia, perdieron esa batalla. A su debido momento, el comité se transformó en el Gobierno Provisional de Unidad Nacional (un grupo conocido con el nombre de «los polacos de Lublin»), al que todos los aliados terminarían reconociendo en lugar del gobierno de Londres en el exilio (los «polacos de Londres») como los legítimos gobernantes de Polonia. El gobierno provisional gobernó el país desde principios de 1945 y debía organizar las elecciones en las que se elegiría al gobierno permanente. Como Stalin tenía ganas de fomentar su legitimidad, estuvo de acuerdo en permitir que Edward Osóbka-Morawski, en rigor miembro del partido socialista y no del partido comunista, se convirtiera en el primer ministro de posguerra del gobierno provisional (Bierut no obtendría un título gubernamental formal hasta 1947). Y lo que es aún más importante, permitió que el primer ministro en el exilio, Stanisław Mikołajczyk, regresara al país y entrara a formar parte del gobierno provisional como ministro de Agricultura y viceprimer ministro. Durante un breve período de tiempo, el Partido Campesino Polaco (Polskie Stronnictwo Ludowe, o PSL) de Mikołajczyk tendría permitido funcionar como una verdadera oposición anticomunista. Oficialmente, en Polonia no había una autoridad aliada o soviética legal. En la práctica, un general del NKVD, Iván Serov, ejercía como asesor soviético del nuevo gobierno y de las nuevas fuerzas de seguridad polacas. Pronto se hizo evidente que su influencia era realmente muy amplia[4].

Poco después de la llegada de Bierut a Polonia, los acontecimientos empezaron a desarrollarse con rapidez y en Hungría también se creó una nueva autoridad. A principios de noviembre de 1944, Mihály Farkas, Ernó Geró e Imre Nagy, tres destacados «comunistas de Moscú», fueron trasladados en aviones soviéticos a la liberada ciudad oriental de Szeged. De inmediato, organizaron una reunión multitudinaria para celebrar el aniversario de la Revolución bolchevique, durante la cual Geró exigió un «renacimiento húngaro[5]». Mátyás Rákosi llegó a Debrecen después de que la ciudad fuera liberada en enero, también en avión desde Moscú. Sus órdenes eran establecer un gobierno provisional húngaro allí y prepararse para la conquista de Budapest por parte del Ejército Rojo. Lo hizo en colaboración con otros políticos húngaros que habían empezado a abandonar sus escondites o a regresar del extranjero. Juntos, negociaron la creación de una asamblea nacional provisional, que seleccionó un gobierno nacional provisional. Como en Polonia, este gobernaría Hungría hasta que pudieran celebrarse elecciones.

También como en Polonia, ese primer gobierno provisional húngaro fue una coalición. Contenía cuatro partidos políticos legales: los comunistas (Magyar Kommunista Párt, o MKP), los socialdemócratas (Szociáldemokrata Párt, o SZDP), el Partido de los Campesinos y el Partido de los Pequeños Propietarios. Este último, un partido de preguerra constituido por pequeños empresarios y agricultores, se convirtió rápidamente en un partido de oposición anticomunista y enseguida atrajo a muchos seguidores. No obstante, no dominó la nueva asamblea nacional provisional ni el nuevo gobierno provisional. A pesar de que el partido comunista húngaro contaba tan solo con unos pocos cientos de miembros en ese momento, los comunistas recibieron más de un tercio de los escaños en la asamblea nacional provisional, así como varios puestos de importancia en el gabinete, que en la práctica incluían el Ministerio del Interior. Incluso Geró observó el desequilibrio: «La proporción de miembros comunistas era mayor de lo normal. Se debió en parte a la precipitación, y en parte al exceso de celo de los camaradas locales[6]». De acuerdo con las condiciones del Acuerdo de Armisticio Húngaro, firmado en Moscú en enero de 1945, el gobierno húngaro de ese período provisional se encontraba sometido a la supervisión del Consejo de Control Aliado, un cuerpo que en teoría incluía a representantes británicos y estadounidenses pero que en la práctica estaba dirigido por el mariscal Kliment Voroshilov, un alto cargo del Ejército Rojo que, de manera sistemática, prescindía de hacer cualquier consulta a los otros aliados[7].

Finalmente, el 27 de abril de 1945 el Ejército Rojo envió al «grupo de Ulbricht» —varias decenas de comunistas liderados por Ulbricht— a formar parte del Primer Frente Bielorruso en las afueras de Berlín, desde donde entrarían en la ciudad. Wolfgang Leonhard fue con ellos. Unos días después, el «grupo de Ackermann», formado por varias decenas de comunistas más, se preparó para entrar en Berlín desde el sur con el Primer Frente Ucraniano. A diferencia de Polonia y Hungría, en la Alemania del Este no había ningún gobierno temporal o provisional. En lugar de eso, la Administración Militar Soviética gobernó su zona de Alemania hasta la creación de la República Democrática Alemana en 1949. Pero los administradores soviéticos crearon lentamente una burocracia alemana para ayudar a dirigir el país bajo el paraguas soviético[8]. En junio de 1947, esa burocracia, por entonces un gobierno fantasma sometido al control de las autoridades soviéticas, fue bautizada con el insulso nombre de Comité Económico Alemán (Deutsche Wirtschaftskommission, o DWK). Muchos comunistas alemanes, en particular los «comunistas de Moscú» recibieron de inmediato puestos de importancia que desempeñar en ese comité. Con el tiempo, el Comité Económico se convirtió en la base del gobierno de Alemania del Este cuando la República Democrática Alemana alcanzó categoría de Estado en 1949.

La Unión Soviética supervisaría las elecciones locales y municipales en Alemania, como en cualquier otro lugar. Si bien la URSS fomentó activamente la refundación del Partido Socialdemócrata, el Partido Demócrata Cristiano, y el Partido Demócrata Liberal en su zona de Alemania, siguieron colocando a miembros del partido comunista en puestos de importancia en los sindicatos, asociaciones culturales y otras instituciones nuevas[9]. Siempre que era posible, los no comunistas ocupaban puestos públicos mientras que los comunistas aceptaban empleos clave entre bastidores. En otros lugares se constituyeron nuevamente otra clase de agrupaciones políticas y semipolíticas, como organizaciones sionistas o bundistas en Polonia y Hungría, algunas de las cuales en un inicio parecieron tener cierto grado de verdadera independencia.

Por separado, todos los partidos comunistas de la región mantuvieron sus propias estructuras internas, en conformidad con el modelo soviético. Mantuvieron las jerarquías al estilo soviético: el Politburó en lo más alto, por debajo el Comité Central, y después las organizaciones locales y regionales. Estas estructuras permanecieron en paralelo pero separadas de las estructuras gubernamentales hasta 1989. A veces los miembros del Politburó eran también ministros del gobierno, pero otras veces no. A veces los miembros del Comité Central desempeñaban un papel en el aparato del Estado, pero otras veces no. No estaba claro, ni siquiera para las personas que ocupaban puestos de poder, si el partido o el gobierno tenían la última palabra en alguna cuestión en particular.

Si todo ello suena complicado es porque así debía serlo: la política en la Europa ocupada por los soviéticos estaba diseñada para ser opaca. Al término de la guerra, los partidos comunistas de Europa del Este eran claramente los grupos políticos más influyentes de la región, no por su número, sino por sus «asesores» soviéticos en el NKVD y el Ejército Rojo. Al mismo tiempo, habían recibido instrucciones estrictas de disimular o negar su filiación soviética, de comportarse como partidos democráticos normales, crear coaliciones y de encontrar aliados aceptables entre los partidos no comunistas. Con la excepción de Alemania, donde el régimen de ocupación soviético se hizo de inmediato con el control, la influencia soviética se camufló cuidadosamente.

Durante 1945 y 1946, los gobiernos provisionales de coalición de Europa del Este intentarían, hasta cierto punto, crear una política económica en colaboración con otros políticos. Intentarían también, hasta cierto punto, tolerar las iglesias, algunos periódicos independientes y algunos negocios privados que, durante un tiempo, tuvieron permitido desarrollarse de manera espontánea y singular. Sin embargo, hubo una excepción flagrante a dicha tolerancia. Dondequiera que fuera el Ejército Rojo, la Unión Soviética siempre establecía una nueva institución cuya forma y esquema siempre seguía un patrón soviético. Para decirlo con claridad, la estructura de la nueva policía secreta jamás quedó en manos del azar, de las circunstancias ni de los políticos locales. Y si bien hubo algunas diferencias en cuanto al tiempo y el estilo, la creación de las nuevas fuerzas policiales secretas siguió patrones notablemente similares por toda Europa del Este. En su organización, métodos y mentalidad, todas las fuerzas policiales secretas de Europa del Este fueron copias exactas de su progenitora soviética: la Policía Secreta de Polonia (Urzad Bezpieczenstwa, o SB), la Agencia de Seguridad del Estado húngara (Államvédelmi Osztály, o ÁVO) y el Ministerio para la Seguridad del Estado de Alemania del Este (Ministerium für Steaatssicherheit, o la Stasi, nombre con el que se designó más adelante y por el que se conoce aún hoy en día[10]). Así mismo, la Seguridad Estatal de Checoslovaquia (Státní bezpecnost, o StB). Esta se organizó, en palabras del dirigente comunista checo Klement Gottwald, a fin de «aprovechar al máximo la experiencia de la Unión Soviética». Lo mismo podría decirse de cualquier fuerza policial secreta de cualquier país de Europa del Este[11].

Igual que la historia de los partidos comunistas de Europa del Este, la historia de los «pequeños KGB» de Europa del Este empieza mucho antes de que terminara la guerra. La policía secreta polaca comenzó a organizarse en 1939, tras la invasión soviética de la parte oriental de Polonia. Al entrar en los territorios de lo que ahora llamaron Ucrania oriental y Bielorrusia oriental, los oficiales soviéticos a los que se había encomendado la pacificación de la región tuvieron dificultades para encontrar colaboradores locales de confianza. Reconociendo la necesidad de socios más profesionales y en los que pudieran confiar, el NKVD creó un centro de formación especial cerca de Smolensk en el otoño de 1940. Unos doscientos polacos, ucranianos y bielorrusos de los territorios recién ocupados fueron invitados a asistir a él. Esos primeros estudiantes finalizaron su curso en marzo de 1941, y a su término a algunos de ellos los enviaron a la ciudad de Gorki para que continuaran sus estudios. Entre esa primera generación de graduados hubo al menos tres hombres —Konrad Swietlik, Józef Czaplicki y Mieczysław Moczar— que siguieron siendo líderes influyentes de los servicios de seguridad polacos durante las décadas de 1950 y 1960[12].

Con el estallido de la guerra germano-soviética en junio de 1941, tales programas de formación se interrumpieron de manera abrupta. Sin embargo, unos meses más adelante, después de que la Unión Soviética se hubiera recuperado un poco del impacto de la invasión nazi, retomaron nuevamente la formación. Después de la batalla de Stalingrado, cuando de repente pareció que la guerra podía ganarse, intensificaron las labores de reclutamiento. Al principio los candidatos se elegían de la División Kosciuszko de habla polaca del Ejército Rojo —en su mayoría gente que había vivido antes en la zona oriental de Polonia— mediante lo que resultó un proceso misterioso para quienes fueron seleccionados. Cuando «una gélida tarde de enero de 1944» Józef Lobatiuk recibió la visita de su oficial al mando para pedirle que lo acompañara a la sede de su unidad para rellenar unos impresos, no recibió ninguna explicación. Un mes después, le pidieron que cogiera «raciones de alimentos secos para dos semanas» y que se preparara para iniciar una formación especial en Kuibishev, una ciudad rusa bien alejada de la línea de combate. De nuevo, no recibió explicación alguna[13].

Fue solo al llegar a Kuibishev cuando Lobatiuk descubrió que lo habían enviado a una escuela de formación de oficiales del NKVD. Se sintió encantado. Años después, al describir sus experiencias para los historiadores internos de la policía secreta polaca, recordó que lo trataron «como a un invitado que llega a la casa de alguien». Tras las duras condiciones del frente, la escuela resultaba lujosa. Los «estudiantes» tenían permiso para salir los fines de semana y no tenían que cumplir tareas de vigilancia. Tenían comida suficiente. Los trataban con cortesía. En el salón, los camareros servían la comida «como si fuera un restaurante», e incluso servían la sopa directamente de las soperas[14].

Las verdaderas lecciones no empezaron enseguida. Antes de impartirles cualquier información, los nuevos miembros fueron interrogados durante varios días por una comisión de agentes del NKVD. Les hicieron preguntas sobre su biografía, sus antecedentes familiares y sus opiniones políticas. Les pidieron que repitieran su historia personal más de una vez. Algunos no pasaron la prueba y fueron devueltos a sus unidades, si bien nunca les dijeron el porqué. Al final se quedaron unos doscientos hombres. Estos fueron los Kujbyszewiacy —la banda de Kuibishev, como se los conoció al cabo del tiempo—, los primeros agentes de policía secreta polaca en graduarse tras su formación soviética. De inmediato empezaron a prepararse para «tareas operacionales» bajo la tutela directa del NKVD.

En ese momento de la guerra —la primavera de 1944—, aún no había un gobierno polaco aparte del gobierno en el exilio en Londres y el «Estado» clandestino que estaba relacionado con él, y tampoco había una administración abiertamente polaca en el territorio de lo que todavía era la Polonia ocupada por los nazis. Tampoco se había alcanzado ningún acuerdo internacional sobre la naturaleza de la Polonia de posguerra: la Conferencia de Teherán no había llegado a un conclusión definitiva sobre las fronteras polacas, y la Conferencia de Yalta, durante la cual Roosevelt y Churchill cederían el control de facto sobre Polonia a la Unión Soviética, aún tardaría muchos meses en celebrarse. Pero el NKVD ya estaba enseñando a los agentes polacos de Kuibishev a pensar en categorías soviéticas, de manera que cuando llegara el momento actuaran de acuerdo con las órdenes soviéticas.

Ese primer curso era muy meticuloso. Parte de la materia era teórica: el marxismo-leninismo, la historia del partido bolchevique, la historia del «movimiento obrero» polaco. También había una parte práctica: técnicas de inteligencia y contraespionaje, labores de investigación e interrogación. Cuando hacía buen día, viajaban a un campo de tiro en el Volga. Todo se enseñaba en ruso —solo uno de los formadores hablaba polaco—, lo que constituía un problema ya que la mayoría de los alumnos tenían una educación muy elemental. No disponían de libros de texto, de manera que los alumnos solían reunirse al salir de clase para comparar sus apuntes. Cuando podían, los alumnos que hablaban ruso traducían el material para aquellos que no lo habían entendido. Las clases y los seminarios se prolongaban durante diez horas al día y los sábados, durante seis.

No tuvieron demasiado tiempo para reflexionar sobre sus nuevos conocimientos. Ese primer curso terminó de manera abrupta en julio de 1944, cuando el Ejército Rojo cruzó el río Bug, la nueva frontera oriental de Polonia. Los agentes de seguridad recién graduados fueron desplegados de inmediato. La mayoría de esos doscientos hombres fueron enviados primero a la ciudad de Lublin, donde acababa de establecerse el Comité de Liberación Nacional polaco y donde estaba a punto de formarse el gobierno provisional. Las condiciones eran duras —los hombres dormían en el suelo y utilizaban las mochilas a modo de almohadas—, pero les dispensaron una cálida bienvenida. Stanisław Radkiewicz, el primer ministro de seguridad polaco, ofreció una cena en su honor, junto a un asesor soviético. Los dos hombres entregaron estrellas a los nuevos agentes para que se las cosieran en los uniformes.

A medida que el Ejército Rojo avanzaba —primero hacia Rzeszów y Białystok, después hacia Cracovia y Varsovia—, la banda de Kuibishev lo seguía, siempre acompañada de consejeros soviéticos. En algunas zonas, primero lucharon como partisanos junto al Ejército Rojo. En ese momento de la guerra había multitud de grupos de partisanos distintos en la Polonia oriental y en la URSS occidental, algunos afiliados a la resistencia polaca del Ejército Nacional, otros al movimiento por la independencia de Ucrania, algunos formados por judíos que habían escapado al Holocausto, otros en los que había delincuentes[15]. Sin embargo, la banda de Kuibishev, al margen de su nacionalidad, luchó en favor de la Unión Soviética. Y cuando llegaban a una provincia recién liberada, siempre seguían un plan predeterminado. Empezaban por organizar a la policía regional y local, identificar a los enemigos, pasar información al NKVD y reclutar colaboradores: «Se suponía que nosotros, la banda de Kuibishev, éramos la columna vertebral de la nueva fuerza y los maestros de los futuros cuadros», recordó uno de ellos con orgullo[16].

No todos ellos tuvieron una carrera de éxito. Algunos fueron expulsados del servicio por robo e incompetencia. Otros fueron enviados de vuelta a la Unión Soviética, supuestamente para ocupar puestos similares en las repúblicas de Bielorrusia y Ucrania, de donde procedían muchos de ellos. Por lo menos uno se rebeló y se incorporó a la oposición anticomunista. Pero muchos ascendieron hasta lo más alto de los servicios de seguridad, y muchos otros instruirían a una nueva generación de cuadros.

Lobatiuk participó durante un tiempo en la «lucha contra el bandidaje» de posguerra, un eufemismo que significa que se unió a la acción militar organizada contra lo que quedaba del Ejército Nacional polaco, algunos de cuyos miembros seguían resistiendo en los bosques de los alrededores de Lublin, así como partisanos ucranianos. En abril de 1945, lo destinaron a la ciudad de Łódz, donde, para su sorpresa, le informaron de que se convertiría en instructor en una nueva escuela de agentes de policía para la seguridad polaca. Él y los otros veteranos de Kuibishev que habían sido elegidos para esa tarea se repartieron las distintas asignaturas en función de quién recordaba mejor cada uno de los temas que tendrían que impartir. Aunque al salir de la URSS habían tenido que entregar sus cuadernos, los reprodujeron de memoria. Finalmente consiguieron crear un libro de texto a partir de los recuerdos de lo que habían aprendido del NKVD. Ese libro seguiría utilizándose durante los años siguientes, de manera que toda una generación de policías secretos polacos fue instruida según los métodos soviéticos[17].

Durante los meses y años siguientes, el servicio se expandió de manera exponencial. En diciembre de 1944 había unos 2500 funcionarios de seguridad. En noviembre de 1945, eran ya 23 700, y en 1953 la cifra era de 33 200[18]. Casi ninguno de esos nuevos miembros encajaba en lo que más adelante, en la Polonia comunista, se convertiría en el estereotipo del típico funcionario de la SB: un fanático sumamente bien instruido, con un alto nivel académico, probablemente judío. En realidad, los funcionarios de la SB durante los primeros años de la posguerra eran en su mayoría de origen étnico polaco, y casi todos católicos. En 1947, el 99,5 por ciento de la SB estaba constituida por católicos polacos. Los judíos representaban menos de un 1 por ciento del total, e incluso los bielorrusos los superaban en número[19]. De los dieciocho miembros fundadores de la policía secreta regional de Lublin, solo uno era judío. El resto eran polacos, ucranianos y bielorrusos[20].

Además de distar mucho de estar sumamente bien instruidos, esos nuevos miembros eran sorprendentemente incultos. En 1945, menos del 20 por ciento tenían estudios secundarios. Incluso en el año 1953, solo la mitad habían proseguido sus estudios después de cursar el último año de primaria. A lo largo de ese período, la inmensa mayoría de los miembros eran hijos de trabajadores y campesinos polacos. Solo un reducido número de ellos procedían de familias que podrían considerarse «burguesas», y ninguno podría describirse como «intelectual[21]». Si bien la mayoría se habían unido al partido comunista antes de 1947, muy pocos habían estado realmente implicados en política.

Así pues, probablemente no era la ideología, sino la posibilidad de una rápida progresión social, lo que los motivaba, como ilustra a la perfección la historia de Czesław Kiszczak, uno de los policías secretos más famosos de Polonia. Mucho más adelante, Kiszczak se convertiría en el ministro del Interior polaco —organizó la imposición de la ley marcial en 1981—; había nacido en 1925 en el seno de una familia venida a menos, en una zona pobre del sur de Polonia, y su padre era obrero de fábrica y había estado sin empleo durante la década de 1930. Siendo un adolescente en la Polonia ocupada por los nazis, primero lo enviaron a un campo de trabajos forzados y después, tras una serie de aventuras, terminó haciendo trabajos forzados en Austria. Entre 1943 y 1945, según él mismo cuenta, vivió en barracones de trabajadores en Viena, donde era el único polaco entre croatas, serbios y gente de otras nacionalidades, en su mayoría comunistas. Trabajó en el sistema ferroviario austríaco hasta el 7 de abril de 1945, cuando los rusos liberaron los distritos orientales de Viena. Poco después, de nuevo según sus propias palabras, «el Ejército Rojo me cogió, me sentó en un tanque y yo les enseñé la ciudad de Viena, pues conocía sus calles». Sabía bastante ruso y alemán para ser útil como traductor. A los veinte años y con una educación primaria, se convirtió en una especie de mascota del Ejército Rojo, y recorrió la derrotada ciudad de Viena montado en un tanque soviético[22].

Finalmente, Kiszczak regresó a Polonia con un documento que declaraba que había formado parte del partido comunista austríaco. Se incorporó de inmediato al partido comunista polaco, que a su vez lo envió a la escuela de formación de policía secreta de Łódz. Según él, lo enviaron a Varsovia para que siguiera con su instrucción, y allí se unió primero al nuevo ejército polaco, y después a la inteligencia militar polaca, que en sus inicios estaba dirigida únicamente por rusos, aunque tiempo después incluyó también a algún polaco. Si bien él no lo admite, se ha especulado mucho sobre la posibilidad de que desarrollara también algún tipo de relación con la inteligencia militar soviética.

Muy poco tiempo después, en 1946, Kiszczak fue enviado a Londres. Aquello supuso de nuevo una oportunidad extraordinaria para un joven que aún no había cumplido los veintiún años. Su versión del episodio es benévola. «Queríamos que lo que quedaba del ejército polaco por entonces en el exilio regresara a Polonia, con sus armas y sus soldados. Sería un bonito gesto hacia la Polonia comunista. […] Al principio había una intensa intención de colaboración, el gobierno apoyaba al clero, el clero apoyaba al gobierno. […] Polonia parecía un lugar agradable para todo el mundo, daba tierra a los campesinos, prometía una educación superior, escuelas nuevas.» Aparte de eso, cuenta que su trabajo en Londres consistía en «trabajo normal de inteligencia»; recopilar información sobre el ejército británico, sobre los polacos de Londres, y en particular sobre los miles de soldados polacos que habían luchado con la Royal Air Force o con otras fuerzas armadas británicas durante la guerra.

Gran parte de esta información biográfica resulta imposible de corroborar, ya que al parecer Kiszczak revisó los archivos en busca de documentos relacionados con él cuando fue ministro del Interior y los retiró o los destruyó. Sin embargo, se encontraron uno o dos, entre ellos el resumen de un informe que envió a su país desde Londres en julio de 1947, y que al parecer se había guardado en el expediente de otra persona. En un polaco gramaticalmente incorrecto, describe el modo en que la embajada detectaba y controlaba a los miembros polacos de las fuerzas armadas británicas que expresaban su deseo de regresar a su país. El desprecio que habían enseñado a Kiszczak a sentir hacia esos hombres, muchos de los cuales llevaban luchando desde 1939, se hace más que evidente:

La inscripción tiene lugar en una pequeña sala de unos cuatro metros por tres metros en la que hay cinco mesas, cinco sillas y dos armarios que contienen los libros del consulado. Empieza a las 10 o a las 11, y a veces solo a las 2.30, ya que los británicos nos plantean algunas dificultades en particular, y en este caso envían a soldados deliberadamente tarde para la inscripción. […] La mayoría de estas personas harían cualquier cosa que se les pidiera, estarían de acuerdo en lo que fuera siempre y cuando alguien les garantizara un buen nivel de vida en Polonia. Quienes no se marchan y se quedan en Inglaterra por razones materialistas, probablemente prestarían ciertos servicios a cambio de dinero, ya que son los productos típicos de la Polonia [de preguerra], gente sin sentimientos profundos, sin ambición ni honor…[23]

En el resto del informe, Kiszczak, ahora un joven de veintidós años, menospreció a los diplomáticos de la embajada mayores que él, al agregado militar que no parecía lo bastante interesado en formar contraespionaje, al coronel que intentaba desmoralizarlos a él y a otros. En otro informe que se conserva, simplemente informó sobre sus colegas de una manera más honesta. Un empleado del consulado hablaba constantemente de información que le había llegado «de fuentes desconocidas» acerca de la violencia política en Polonia, mientras que otros mantenían acaloradas discusiones sobre política y se amenazaban los unos a los otros.

Era un trabajo que fácilmente podría habérsele subido a la cabeza a alguien tan joven, pero lo dejó poco después. En una entrevista, aseguró que lo hizo porque se sentía solo y echaba de menos su país: «No podía comer esas salchichas inglesas». O tal vez se debiera a que le habían asegurado con certeza que en su país tendría oportunidades aún mejores y él decidió aceptarlas. En el caos y la pobreza de la Polonia de posguerra, los miembros de la policía secreta, por humildes que fueran sus orígenes, gozaban de una riqueza y poder relativos. Y ningún otro órgano del Estado podía detenerlos en caso de que abusaran de ese poder.

Desde el principio, cualquiera que ambicionara convertirse en miembro de la policía secreta en Europa del Este sabía que el camino para ser influyente pasaba por tener contactos soviéticos. Sin embargo, no siempre resultaba fácil saber qué contactos soviéticos eran los adecuados. En Hungría, la organización que finalmente se convirtió en el Departamento de Seguridad del Estado no tuvo un predecesor, sino dos, y cada uno de ellos estaba dirigido por un húngaro con su propio grupo de amigos y mentores soviéticos.

Una de las ramas se creó desde arriba, en Debrecen, junto con el gobierno nacional provisional, en diciembre de 1944. En teoría, el gobierno provisional era una coalición entre partidos. Pero aunque el recién nombrado ministro del Interior, Ferenc Erdei, no era comunista, en el fondo se mantenía leal al partido, y sus primeros comentarios documentados sobre los nuevos servicios de seguridad indican que sabía bien por dónde iban los tiros. En un informe dirigido a sus colegas sobre su «productiva» reunión con el general F. I. Kuznetsov, el jefe de la inteligencia militar soviética en Hungría, Erdei declaró el 28 de diciembre que no tenían por qué preocuparse por la seguridad, ya que «los guardias rusos nos ayudarán hasta que podamos encontrar a suficientes policías de confianza con uniformes adecuados[24]». Sin embargo, le preocupaba que el general Kuznetsov no estaba lo bastante interesado en poner fin a los delitos y al vandalismo que se habían disparado en la parte liberada del país: «Debatimos mucho más sobre la policía política, sobre la cual él aportó muchos consejos generales y muchas propuestas[25]».

Una de esas propuestas llevó al nombramiento de András Tömpe como hombre al frente del nuevo servicio. Tömpe era un veterano de la Guerra Civil española muy vinculado desde hacía años al movimiento comunista internacional y una profunda convicción de que solo él tenía la autoridad para convertirse en el nuevo jefe húngaro de la policía secreta. Empezó de inmediato a organizar su nueva fuerza, y pidió y recibió armas directamente del Ejército Rojo. Una vez preparado, partió de Debrecen en dirección a Budapest, y llegó a la parte este de la ciudad el 28 de enero, mientras la lucha continuaba en los barrios del oeste.

Desafortunadamente para Tömpe, en ese momento ya tenía un rival. Unos días antes, la rama de Budapest del partido comunista húngaro también había constituido un departamento de policía política. Su dirigente era Gábor Péter, miembro del ilegal partido comunista húngaro desde 1931 y viajero frecuente a Moscú en los años siguientes. Durante la década de 1930, Péter había mantenido un estrecho contacto con Béla Kun y los otros veteranos de la revolución de 1919 en Moscú, así como con Rákosi. Su mujer, Jolán Simon, terminaría convirtiéndose en la secretaria particular de Rákosi.

Péter tenía también vínculos desde hacía mucho tiempo con el NKVD. Antes de la guerra, se había especializado en la logística de la clandestinidad, y entre otras cosas había ayudado a establecer contactos entre los comunistas encarcelados y sus familias, tanto en Viena como en Budapest. Según su propia versión, no exenta de autobombo, Péter había planeado hacía tiempo liderar la policía política de posguerra e interpretó sin lugar a dudas que le habían prometido ese trabajo. Puede que tuviera algún motivo para creerlo. Mientras que Tömpe parecía contar con el apoyo de los agentes de la inteligencia militar soviética con base en Debrecen, Péter, al parecer, contaba con el apoyo de sus jefes políticos. Sin duda, es cierto que a mediados de enero —antes de que Tömpe llegara a Debrecen y antes de que terminara el sitio de Budapest— Péter viajó al cuartel general del ejército soviético en las afueras de la parte oriental de Budapest para reanudar el trato con sus conocidos[26]. En febrero, durante una presentación que ofreció a altos cargos dentro del partido húngaro, trató de dar la impresión de que ya mandaba sobre muchas cosas. Habló de sus 98 empleados («87 trabajadores y 11 intelectuales») y afirmó haber detenido ya a muchos «fascistas». En los archivos del partido comunista húngaro, se adjunta una versión en ruso de ese informe, lo que parece indicar que esperaba que ese informe tuviera lectores de habla rusa[27].

Cuando faltaban semanas para que acabara la guerra, Tömpe y Péter chocaron. Tömpe sospechaba que Péter carecía de sofisticación ideológica. Péter acusó a Tömpe de no haberle proporcionado el mobiliario de oficina adecuado. Tömpe estaba enfadado por no haber sido invitado a un acontecimiento en el que la prensa estaría presente[28]. Más adelante, cada uno de ellos sostuvo haber sido el primero en establecer la sede central en el lóbrego edificio del número 60 de la calle Andrássy, la sede central de la policía fascista húngara durante la última etapa de la guerra, a pesar de que esa decisión resultó ser un error que el partido comunista húngaro terminó pagando caro. (El hecho de que tanto la policía fascista como la comunista utilizaran la bodega del sótano como cárcel produjo la incómoda impresión de continuidad entre el régimen nazi y el soviético[29].) En el período de dos años, ese conflicto de ópera bufa se había resuelto a favor de Péter. Tras las elecciones de noviembre de 1945, el Ministerio del Interior quedó oficialmente bajo el control del partido comunista y dejó de fingir que la policía secreta era una fuerza neutral. En 1946, Tömpe se «retiró» al servicio diplomático y pasó la mayor parte del resto de su carrera en Latinoamérica[30].

Por muy nimio que pueda parecernos ese conflicto ahora, al volver la vista atrás la exitosa lucha de Péter para hacerse con el poder supuso una derrota importante para el pluralismo político húngaro. Para empezar, ese fundamental debate sobre la naturaleza de la nueva fuerza policial tuvo lugar por completo dentro del partido comunista y se vio muy influido por los agentes soviéticos en Budapest. Ni entonces ni más adelante hubo un político no comunista, ni siquiera los que actuaban legalmente en la época, que tuviera influencia alguna sobre el funcionamiento interno de la policía secreta. La naturaleza del partido victorioso —Péter y su «policía de Budapest»— también era importante, ya que la fuerza policial de Budapest era, de hecho, una estructura fuera de la legalidad, que no estaba controlada por el Ministerio del Interior ni por el gobierno, sino únicamente por el partido comunista. En otras palabras, a partir de 1945 la policía política informaba directamente a la cúpula del partido, sin prestar la más mínima atención al gobierno de coalición provisional.

La categoría especial de la policía secreta era evidente para quienes trabajaban en ella. Si bien Péter tenía segundos del Partido Socialdemócrata y del Partido de los Pequeños Propietarios, nunca fingió escuchar sus consejos, y la presencia de estos jamás confundió a nadie en el departamento. Un agente de menor rango recordó que los miembros no comunistas estaban «completamente aislados». «Todos sabíamos que sus líneas telefónicas estaban intervenidas, así que debía tener mucho cuidado con lo que decía cada vez que me ponía en contacto con ellos[31].» Cuando Vladimir Farkas, el hijo de Mihály, entró a trabajar para la ÁVO en 1946, recibió la orden explícita de no hablar con los dos segundos no comunistas de Péter: «No tenía permitido darles información alguna sobre mi trabajo, aunque recibiera una orden directa de alguno de ellos[32]».

La fuerza policial tampoco prestaba atención cuando políticos no comunistas se quejaban sobre el comportamiento de la policía. En agosto de 1945, un viceministro del Departamento de Justicia escribió una carta al Ministerio del Interior quejándose de que la policía política «detiene a fiscales y jueces sin mi aprobación. […] La práctica antes mencionada daña gravemente la autoridad del sistema judicial». La ÁVO no respondió. Un año después, un miembro del Parlamento expuso quejas similares, pero cuando llegó el momento de debatir su carta en el Parlamento ya había huido del país[33]. En 1946, no era en absoluto seguro formular tales críticas. Como en Polonia, la policía política húngara no debía rendir cuentas a nadie salvo a sí misma. También como en Polonia, creció con rapidez. En febrero de 1946, la organización de Péter en Budapest empleó a 848 miembros. En 1953, y rebautizada de nuevo como Autoridad de Protección del Estado (Államvédelmi Hatóság, o ÁVH), contaba con 5751 empleados en su cuartel general, y con muchos más informantes[34].

Desde el inicio, asesores soviéticos se colocaron en la organización. El «consejero Orlov», al que un funcionario del Ministerio del Interior describió como a un agente del NKVD «vestido de civil», se instaló en el número 60 de la calle Andrássy en febrero de 1945. Otros tres policías armados —estos vestidos con el uniforme del NKVD— estaban siempre preparados para ayudarlo[35]. Llegado el mes de marzo, ya se había establecido toda una cadena de mando. En lo más alto se encontraba el general Fiodor Bielkin, oficialmente miembro del Consejo de Control Aliado, pero en la práctica jefe del mando de inteligencia en Europa del Este del NKVD, que tenía su base en Baden, en las afueras de Viena. A partir de 1947, el NKVD mantuvo además un representante permanente en Budapest —al que se conocía como teniente Kremnov o Kamenovic—, cuya ayuda fraternal resultó más adelante esencial para la organización de los juicios políticos amañados en Hungría. Por debajo de ellos había un grupo numeroso de asesores semipermanentes. Incluso en noviembre de 1952 había todavía treinta y tres agentes de policía secreta soviéticos más trece de sus familiares en la plantilla oficial de la ÁVH húngara. Además de un sueldo relativamente alto, recibían apartamentos amueblados, gastos de viaje, acceso gratuito a instalaciones deportivas, como piscina, ajedrez, dominó, mesas de ping-pong, y servicio doméstico. Los fines de semana salían a cazar. Según un antiguo ministro del Interior, esos «asesores» soviéticos recibían a diario informes de los servicios de inteligencia y mantenían reuniones frecuentes con sus homólogos húngaros. (Sus consejos eran aceptados, pero parece que nunca se quedaron convencidos de la lealtad de la nación a la que habían elegido servir. La noche del 29 de octubre de 1956 —cuando pareció brevemente que la Revolución húngara podría terminar con una retirada soviética del país—, todos ellos, temiendo la venganza de la multitud, subieron a un avión y regresaron a Moscú[36].)

Los jefes de la policía secreta húngara mantenían un estrecho contacto con sus mentores soviéticos. Péter establecía contacto diario con Orlov, según Farkas[37]. Pero los rusos también mantenían otras fuentes de influencia en Budapest, a través de una pequeña comunidad de húngaros soviéticos o sovietizados y en su mayoría oculta, pero también poderosa, que habían nacido o habían pasado la mayor parte de su vida en la URSS. Uno de ellos, János Kovács, un coronel del NKVD de origen húngaro, fue el segundo de Péter de enero de 1945 hasta su muerte en 1948. Un papel aún más relevante fue el que desempeñó Rudolf Garasin, un hombre cuya biografía oficial parece no ajustarse demasiado a la influencia que ejerció más adelante, y cuya historia ilustra que los húngaros también tuvieron acceso a caminos ocultos hasta el poder de la policía secreta.

Garasin había nacido en Hungría pero de adolescente había terminado como preso político en Rusia, después de la Primera Guerra Mundial. Radicalizado tras tal experiencia, se unió a los bolcheviques, se alistó al Ejército Rojo y participó activamente en la Revolución rusa y después en la Guerra Civil rusa. Después de eso no regresó a Hungría —la breve revolución de Béla Kun ya había terminado—, sino que decidió instalarse en la Unión Soviética[38]. Según el mismo Garasin, su carrera posterior en la URSS fue poco interesante. De acuerdo con un memorando que escribió para historiadores del partido húngaros, fue un miembro activo de la comunidad de exiliados húngaros en la URSS, estudió ingeniería y trabajó para el Ministerio Soviético de Industria Ligera. Volvió a formar parte del Ejército Rojo como oficial durante la guerra, pero tras resultar herido terminó trabajando lejos de la línea de combate. Según escribió, en la primavera de 1944 fue llamado súbitamente a Moscú y lo llevaron a conocer a un cargo político del ejército. «Mientras tomábamos té, un teniente del Ministerio del Interior apareció con una gorra azul y, sin decir palabra, me acompañó hasta un coche que me llevó a la plaza Marx-Engels. Allí otro teniente me estaba esperando, me abrió una puerta, yo la crucé y me dejó allí. No había nadie en el vestíbulo.» Finalmente, dos figuras aparecieron de la oscuridad y el misterio quedó resuelto: Rákosi y Mihály Farkas le daban la bienvenida con los brazos abiertos.

Según la descripción que Garasin hace de la escena, el camarada Rákosi regañó jovialmente al camarada Garasin por haber estado desaparecido tanto tiempo («habían tardado un año en encontrarme») y después le pidió ayuda: quería que Garasin seleccionara a voluntarios de una de las «escuelas antifascistas» de la URSS para formar una unidad de partisanos que entraría en Hungría junto al Ejército Rojo, igual que la banda de Kuibishev había entrado en Polonia junto al Ejército Rojo. «Escuelas antifascistas» era un eufemismo para referirse a campos de rehabilitación de prisioneros de guerra, donde los oficiales y soldados húngaros detenidos aprendían a convertirse en comunistas. Garasin hizo lo que le pidieron. Le presentaron al grupo de húngaros en el Instituto 101, nombre con el que pasó a conocerse lo que había sido el cuartel general de la Komintern. Más adelante visitó la «escuela antifascista» de Krasnogorsk, donde le impresionó el entusiasmo de los candidatos. Garasin recordó que la mayoría de ellos estaban tan ansiosos por volver a Hungría y luchar contra sus antiguos aliados alemanes que se ofrecieron voluntarios sin vacilar. Garasin también conoció a los «maestros» de la escuela, muchos de los cuales se convertirían con el tiempo en dirigentes del gobierno comunista húngaro.

El intento de Garasin de formar una unidad partisana avanzó con bastante lentitud, ya que en el verano de 1944 Hungría y los partisanos húngaros no eran una prioridad para el Ejército Rojo. A los voluntarios les resultaba difícil llegar a Ucrania, justo por detrás de la primera línea, donde se suponía que debía llevarse a cabo la formación. El tren de la unidad salió tarde, hubo confusión respecto a la ropa y el equipamiento, y los comandantes locales en Ucrania no estaban preparados para su llegada. Sin embargo, finalmente empezaron a entrenar y aprendieron a utilizar explosivos y a competir en simulacros de batallas.

De vez en cuando, el equipo recibía la noticia de que alguien de más arriba estaba interesado en su progresión. Un día vieron un avión soviético trazando círculos sobre sus cabezas, intentando aterrizar, y espantaron a un grupo de vacas para que tuviera una pista despejada. Mientras el motor del avión rugía, uno de los ideólogos comunistas más conocidos, Zoltán Vas, salió de la cabina de mando y perdió las gafas en la confusión. Vas dio una larga charla muy detallada con la que les describió la prometedora situación en el frente y los animó a luchar con todas sus fuerzas. Cuando se disponía a regresar a Moscú, Garasin bromeó con que Vas debería, en el futuro, avisar al grupo sobre cuándo tenía previsto llegar, «¡para que podamos hacer prácticas de tiro contra el avión!». Al parecer, eso era lo que se consideraba sentido del humor en el frente ucraniano.

Los partisanos cambiaron de campamento varias veces a medida que el frente se desplazaba, lo cual dio lugar a varias aventuras. En sus memorias inéditas, Garasin confesó que tuvo una relación con una mujer llamada Anna. Recordó las constantes dificultades con la provisión de comida, que se resolvieron cuando la unidad invadió un molino de la zona y confiscó sus productos, lo que provocó un intenso malestar entre los campesinos de la localidad. Otro momento de tensión se produjo durante una reunión con Rákosi, quien atacó a Garasin por haber formado una «compañía totalmente judía». Garasin se quedó «tan impresionado que me quedé inmóvil, no podía creérmelo». Reflexionó sobre ese extraño arrebato y se encargó de comunicarle a Rákosi —quien, como se ha dicho, era judío— que se equivocaba de medio a medio. Cuando los contó, descubrió que solo había seis judíos en la unidad.

Finalmente, llegó el momento de la liberación. A principios de febrero de 1945, Garasin y sus tropas cruzaron los Cárpatos y él entró en Hungría por primera vez después de treinta años. El 12 de febrero habían llegado ya a Debrecen, la ciudad del este que se había convertido temporalmente en la capital. Y ese fue el fin de la aventura. A Garasin, ciudadano soviético, se le asignó de inmediato un trabajo con el Consejo de Control Aliado. Perdió el contacto con sus partisanos, se dedicó a la propaganda y a trabajos de impresión y, según la versión oficial de los hechos, regresó a la Unión Soviética[39].

De manera involuntaria, el relato que Garasin ofrece de su vida pinta una imagen ingeniosa y veraz de los partisanos comunistas húngaros. Más adelante serían alabados por los futuros líderes comunistas como héroes de guerra, pero en ese momento el Ejército Rojo los trató claramente como algo secundario. La historia de Garasin es también importante por lo que desconocemos de ella. De hecho, no sabemos con exactitud lo que estuvo haciendo durante las décadas de 1920 y 1930, o dónde se encontraba en los años inmediatamente posteriores a la guerra, y son muchos los que sospechan que ocupó un cargo de importancia en el NKVD soviético[40]. Con el tiempo, Garasin se convertiría en el hombre que había «importado» las técnicas del Gulag soviético a Hungría.

La historia de la vida de Garasin ilustra también el importante papel que, desde el comienzo, en Europa del Este en general y en Hungría en particular, desempeñaron los agentes de la policía secreta, no como meros colaboradores locales o miembros reclutados, como lo habían sido en su mayoría la banda de Kuibishev, sino como ciudadanos soviéticos, y probablemente agentes de la policía secreta soviética. Garasin era húngaro de nacimiento, pero según él mismo estaba totalmente integrado en la vida soviética. Su mujer era rusa, tuvo una educación rusa, y entre 1915 y 1945 vivió en Rusia. No es que Garasin tuviera una opinión favorable de la Unión Soviética, sino que él era soviético. Por eso no resulta sorprendente que cuando se hizo cargo de los campos de trabajos forzados de Hungría a principios de la década de 1950, los organizara deliberadamente al estilo soviético[41].

Como hemos visto, el NKVD ya había organizado cuadros de confianza entre los comunistas alemanes antes incluso de entrar en Berlín. Había seleccionado a su agente más experimentado para que los condujera. En abril de 1945, el general Serov se despidió de Varsovia y viajó a Alemania, donde de inmediato dividió Berlín y el resto de las ciudades de la zona soviética en «sectores de operación». Sin embargo, no dio de inmediato ningún poder real a la policía alemana. Los agentes soviéticos consideraban a los alemanes —incluso a los comunistas alemanes— más necesitados de tutela que otros europeos del Este. Los policías comunes alemanes no pudieron llevar armas hasta enero de 1946. Incluso después, las autoridades alemanas controlaban a la policía civil, y todas las decisiones en cuanto al personal tenían que ser aprobadas por la Administración Militar Soviética[42]. No fue hasta marzo de 1948 cuando el jefe del Ministerio del Interior Soviético en la zona oriental se mostró de acuerdo en informar a la cúpula del partido comunista alemán sobre a quiénes tenían intención de detener.

Con cautela, y al principio tan solo a pequeña escala, los administradores soviéticos empezaron a establecer una policía política alemana en 1947. Incluso entonces, no todos aprobaron la idea. En Moscú, el ministro del Interior soviético, Viktor Abákumov, argumentó que una nueva fuerza policial se convertiría en el objetivo de la propaganda occidental, y que se arriesgaban a ser vistos como la «nueva Gestapo». Y lo más importante, seguía sin confiar en los alemanes y se quejó de que «no había los suficientes cuadros alemanes que hubieran sido rigurosamente analizados». El reclutamiento comenzó pese a tales objeciones, tal vez, como Norman Naimark sospecha, porque el NKVD finalmente se había dado cuenta de que la limitada comprensión del alemán y de Alemania por parte de sus agentes estaba creando un enorme resentimiento. Aun así, tuvo que pasar algún tiempo para que ese nuevo departamento —conocido como K5, o en ocasiones Departamento K— adquiriera verdadero poder. Creado originariamente para vigilar a la propia policía, los empleados del K5 recibían órdenes directas de los funcionarios del Ministerio del Interior soviético, eludiendo así las nacientes estructuras gubernamentales regionales y centrales[43]. Uno de los pocos documentos que han sobrevivido de esa época (la mayoría de ellos fueron retirados por el KGB o tal vez destruidos en 1989 o con anterioridad) menciona una reunión de formación departamental e incluye una lista de asistentes. En lo alto de la lista aparece un grupo de asesores soviéticos[44].

En este sentido, el K5 sí se parecía a la policía política del resto de Europa del Este: como en Hungría, Polonia y en la propia URSS, esa nueva policía política fue en sus inicios extragubernamental y actuaba al margen de la legalidad común. No fue hasta 1950 cuando el nuevo gobierno de Alemania del Este aprobó una auténtica «Ley sobre la Formación de un Ministerio para la Seguridad del Estado» que creó el Ministerio para la Seguridad del Estado[45]. Incluso entonces, los expertos soviéticos de la Stasi fueron prudentes. Destituyeron a Erich Mielke, el primer jefe de la organización —tenía algunas lagunas sospechosas en su biografía, tras haber pasado parte de la guerra en Francia—, y pusieron a su candidato, Wilhelm Zaisser, al mando de la nueva agencia[46].

Como la UB polaca o la ÁVO húngara, la Stasi se formó tomando como modelo el NKVD (que también cambió de nombre después de la guerra y pasó a ser el KGB), y las estructuras departamentales de las tres imitaban a las del KGB. Sin embargo, la Stasi imitó al KGB hasta un punto extraordinario. La policía secreta alemana utilizó métodos soviéticos de codificación y cifrado hasta 1954, e incluso aprendió a coser archivos policiales con hilo, como los empleados del KGB hacían en Moscú[47]. Consultaban a los camaradas soviéticos sobre asuntos como la tinta invisible o lo microfotografía[48]. Y lo que resulta aún más importante, los agentes de la Stasi se referían a sí mismos como «chequistas», en honor a la primera organización de policía secreta bolchevique, fundada en 1918. También utilizaban un símbolo muy similar al del KGB, con la espada y el escudo, y con frecuencia rendían homenaje a los «amigos» soviéticos en su propia literatura[49]. Un manual interno de la historia de la Stasi explicaba que «los chequistas soviéticos bajo el liderazgo de Lenin y el partido comunista soviético crearon el modelo básico de los órganos de seguridad del estado socialista». Todos los alemanes del Este, añadía el manual, sabían que «aprender de la Unión Soviética significa aprender a ganar». Los miembros de los servicios de seguridad sabían, además, que «aprender de los chequistas soviéticos significa aprender a desarmar incluso al enemigo más sofisticado[50]».

Al principio, la Stasi reclutaba solo personal del K5 y de cuadros del partido comunista. Aun así, el 88 por ciento de los candidatos iniciales fueron rechazados por tener familiares en Occidente, por haber pasado tiempo fuera del país o por tener una biografía política inaceptable, por la causa que fuera. Como en otros lugares del bloque, los reclutadores, siguiendo el consejo de los soviéticos, preferían a los jóvenes sin estudios ni experiencia antes que a comunistas mayores con experiencia antes de la guerra[51]. Algunos eran «graduados» de los programas de formación y adoctrinamiento establecidos en los campos de prisioneros de guerra soviéticos, pero muchos de los primeros reclutados eran adolescentes cuando terminó la guerra y no tenían ninguna experiencia. Uno de los primeros reclutados de la Stasi describe a sus colegas —«nuestra generación»— como «gente que no había estado implicada en el Tercer Reich, sino que los había formado la guerra[52]». Muchos procedían de entornos desfavorecidos o «proletarios», y si tenían alguna formación era fundamentalmente ideológica. En 1953, el 92 por ciento eran miembros del partido comunista de Alemania del Este. En la práctica, necesitarían a instructores y encargados soviéticos durante muchos años[53].

Wolfgang Schwanitz, un joven estudiante de derecho que empezó a trabajar para la Stasi en 1951, era en ese sentido el típico miembro nuevo del cuerpo. Más de cincuenta años después, recordó que «no sabía nada en absoluto sobre los órganos de seguridad, no había oído hablar ni había leído nada sobre ellos, y sentía curiosidad por saber qué esperaban de mí. […] Me sentía como una virgen antes de pecar». Convencido de que era «necesario proteger a la RDA», aceptó el trabajo[54]. Durante los meses siguientes, Schwanitz se sometió a una formación intensiva. Casi sin excepción, sus instructores fueron miembros de la policía secreta soviética: «Realmente nos llevaron de la mano, el asesor solía repasar todo lo que yo tenía que hacer durante el día, y después, por la noche, escuchaba lo que había hecho. Entonces me decía lo que había salido mal, o a veces bien». Les enseñaban habilidades prácticas —cómo reclutar a un informante, cómo montar un piso franco, cómo vigilar a un sospechoso, cómo llevar a cabo una investigación—, así como teoría marxista-leninista e historia del partido comunista. Otros recibieron menos formación: uno de los primeros miembros recuerda haber sido «arrojado al trabajo». Lo metieron en una habitación con dos o tres personas más —y con una motocicleta que compartiría con quince hombres— y le dijeron que saliera a organizar células de la Stasi en diversas ciudades. Después, las células deberían «clonarse[55]».

Schwanitz se sintió halagado por tanta atención, como les sucedió también a muchos otros. Günter Tschirschwitz, un joven policía cuya familia había abandonado Silesia al acabar la guerra, tenía solo veintiún años cuando en 1951 le pidieron que «viniera a Berlín» para una entrevista. Allí descubrió que se reuniría con agentes de la Stasi. Sus reclutadores eran hombres mayores, comunistas de preguerra. «Me contaron historias de su pasado antifascista», me dijo. Se sintió igualmente halagado por haber sido recomendado por la célula local de su partido, cuya carta de aprobación guardó durante décadas. El joven allí descrito sin duda parecía tener un futuro prometedor: «Tiene conocimientos políticos por encima de la media. Se esfuerza por ampliar sus conocimientos y estudia en su tiempo libre. Estudia con diligencia al partido comunista alemán, y es una persona con conciencia de clase. Su actitud hacia la Unión Soviética y la RDA es siempre positiva. Es miembro del comité de la quinta célula del partido, contribuye activamente a las labores del partido y escribe para el boletín[56]».

La recomendación lo describía también como un miembro «de confianza» y «solidario», y al final se declaraba que había sido aceptado. Según él mismo, en un momento determinado se plantearon que trabajara como interrogador, pero terminó convirtiéndose en escolta, tal vez el puesto más favorable en la policía secreta. Eso le gustó, dice, «porque no me habría gustado trabajar encerrado».

Años después, Tschirschwitz seguía sin profundizar en el conocimiento sobre el papel que la Stasi había jugado en la creación de Alemania del Este, y su sentimiento positivo sobre su formación soviética no había cambiado en absoluto. En una larga conversación sobre los años que pasó en el servicio de seguridad, recordó sobre todo los viajes que había realizado. En Praga había probado la maravillosa comida bohemia, en Viena le habían dado 200 chelines para que se los gastara en lo que quisiera y en Budapest los guardias de seguridad húngaros fueron hospitalarios. Recordó con cariño historias sobre la vez que viajó en tren hasta Moscú con Otto Grotewohl, el primer ministro de Alemania del Este después de 1949, y Wilhelm Pieck, y sobre la excelente colaboración que mantuvo con guardias de seguridad de Alemania occidental durante un viaje a Bonn en la década de 1970. Su carrera en la Stasi le había reportado una mejora en su posición social, un relativo bienestar económico y educación: todo ello gracias a los fraternales camaradas de la Unión Soviética[57].

Los nuevos miembros de los servicios de la policía secreta de Europa aprendieron técnicas de espionaje, técnicas de combate y métodos de vigilancia del NKVD y más adelante del KGB. De sus mentores rusos, aprendieron también a pensar como policías secretos soviéticos. Aprendieron a identificar enemigos aun cuando parecía no existir ninguno, ya que los policías secretos soviéticos conocían los métodos que sus enemigos utilizaban para ocultarse. Aprendieron a cuestionar la independencia de cualquier individuo o grupo que se considerara a sí mismo políticamente neutral, porque la policía secreta soviética no creía en la neutralidad.

También estaban instruidos para pensar a largo plazo e identificar a enemigos potenciales, así como a verdaderos oponentes del régimen. Esa era una obsesión sumamente bolchevique. El 22 de marzo, el propio Lenin había declarado que «cuanto más elevado sea el número de representantes del clero reaccionario y de la burguesía reaccionaria pasados por las armas, mejor será para nosotros. Debemos dar inmediatamente una lección a todas esas gentes, de tal manera que no se atrevan a soñar con ninguna resistencia durante décadas[58]». En un ensayo escrito en beneficio de los cuadros futuros, uno de los historiadores de la Stasi explicó que «desde un principio la organización no podía limitarse a defenderse de los ataques del enemigo. Era y es un organismo que debe utilizar todos los medios en la lucha ofensiva contra los oponentes del socialismo[59]».

Al mismo tiempo, a los policías secretos de Europa del Este también les enseñaban a sentir el desprecio y el odio que la Unión Soviética sentía hacia sus oponentes. Desde finales de la década de 1930, Stalin había empezado a referirse en público a los enemigos de la URSS en lo que un historiador ha llamado «términos higiénico-biológicos». Los tildaba de alimañas, de contaminación, de suciedad que tenía que «someterse a una purificación continua», como las «malas hierbas venenosas[60]». Parte de esa ponzoña se advierte también en los informes de Czesław Kiszczak desde Londres, citados con anterioridad: «Quienes no se marchan y se quedan en Inglaterra por razones materialistas probablemente prestarían ciertos servicios a cambio de dinero, ya que son los productos típicos de la Polonia [de preguerra], gente sin sentimientos profundos, sin ambición ni honor…[61]».

Finalmente, los camaradas soviéticos enseñaron a sus protegidos que cualquiera que no fuera comunista era, por definición, sospechoso de ser espía extranjero. Tal convicción cobraría gran fuerza en toda Europa del Este en plena guerra fría, apoyada por propaganda maniquea que mostraba al pacifista Este en una batalla constante contra el belicista Oeste. Sin embargo, en Alemania del Este esto se convirtió en una obsesión. Allí, la proximidad de Alemania del Oeste y la relativa apertura de Berlín durante las décadas de 1940 y 1950 significó que el nuevo Estado de Alemania del Este estuviera rodeado, y también lleno, de un gran número de occidentales. La mentalidad de la Stasi estuvo determinada permanentemente por las experiencias de esa época, hasta el punto de que, más adelante, a sus miembros les costaba distinguir entre espías y vulgares disidentes. Un historiador interno de la Stasi describió la época de posguerra como un período de lucha contra los partidos políticos de Alemania del Oeste, así como la «llamada Comisión de Abogados Libres», el Grupo de Combate contra la Falta de Humanidad (Kampfgruppe gegen Unmenschlichkeit, o KGU) y otros grupos en favor de los derechos humanos activos en Berlín oriental en ese momento. Esos grupos, en la memoria colectiva de la Stasi, no habían sido diseñados para favorecer la libertad de expresión ni la democracia, sino que su propósito era más bien «aislar a la RDA en la esfera internacional» y socavar el Estado. Tenían una «fuerte base social en la RDA» solo gracias a la persistencia de las formas de producción capitalista y las maneras de pensar fascistas, por lo que había sido necesario luchar contra ellas y sus «panfletos difamatorios» con gran energía[62].

Esta lucha contra los poderosos, no identificados y cuidadosamente enmascarados representantes de estados extranjeros adoptaría muchas formas. Desde el principio, requirió una estrecha vigilancia de cualquiera que estuviera en contacto con extranjeros, que tuviera familiares fuera del país o que hubiera viajado al extranjero en el pasado. Los alemanes del Este tenían listas con los nombres de las personas que estaban en contacto con la prensa occidental, y en particular con la Radio del Sector Estadounidense (Rundfunk im amerikanischen Sektor, o RIAS), que emitía bajo los auspicios de las autoridades de ocupación estadounidenses. También se llevaron a cabo varios esfuerzos para identificar a los informantes y espías de la emisora[63].

Lo mismo sucedió en Hungría, donde todos los húngaros que tenían contactos extranjeros eran considerados espías. Después de que Ilona y Endre Marton, dos húngaros nativos, fueran nombrados corresponsales en 1948 de los servicios de teletipo norteamericanos, Associated Press y United Press, un grupo de policías e informantes los siguieron día y noche, según ha explicado su hija, Kati Marton. La visita a una cafetería, el coqueteo con un colega, una tarde de esquí; todo eso lo documentó la ÁVO húngara en un expediente que en el año 1950 había alcanzado las mil seiscientas páginas. Aunque no eran espías —al contrario, algunos diplomáticos estadounidenses desconfiaban mucho de ellos—, cuando finalmente los Marton fueron detenidos en 1955, el «Plan para el interrogatorio de la señora Marton» incluía alusiones a «la gente a la que ha conocido desde 1945 y la clase de relación que estableció con ella», como también a «sus relaciones con los norteamericanos y su espionaje» y «su devoción por el estilo de vida occidental[64]».

La lucha contra los enemigos también hacía necesario que, desde el principio, la nueva policía secreta dominara el delicado arte de hacer amigos y cultivar la relación con los informantes. Como el enemigo estaba oculto, solo podría ser descubierto mediante subterfugios y una atenta colaboración con aliados secretos, tanto en el propio bando como en el bando enemigo. Uno de los primeros documentos de instrucción de la Stasi expone de manera muy precisa la enorme importancia de esa clase de reclutamiento:

Siendo la labor específica del [Ministerio para la Seguridad del Estado] descubrir y destruir al enemigo en todos los ámbitos utilizando métodos de conspiración, la colaboración no oficial tanto con los ciudadanos de nuestra república como con los patriotas que se encuentran en el bando enemigo se hace totalmente necesaria. Aquellos ciudadanos que se implican en esta clase de colaboración están expresando un grado de confianza particularmente alto hacia el MfS [Stasi]. Como esta forma de colaboración es de importancia vital para nuestro trabajo, todos los miembros del MfS deben recibir formación para amar esta importante labor, así como para respetar y valorar a los luchadores y patriotas en la línea de combate invisible[65].

En la práctica, esto significó que la policía secreta tenía que estar instruida en las artes de la persuasión, el soborno, el chantaje y la amenaza. Tenía que convencer a mujeres de que espiaran a sus maridos, a niños de que delataran a sus padres. Tenían que aprender, por ejemplo, a identificar y controlar a gente como Bruno Kunkel, alias Max Kunz, que empezó a trabajar en secreto para la Stasi en 1950, y cuyo expediente intacto revela hasta qué punto la policía secreta necesitaba tener controlados a sus colaboradores más próximos, a la gente que trabajaba para ella en un sistema de conspiración. El expediente de Kunkel incluye todas sus afiliaciones políticas y profesionales (grupo de juventudes comunistas, aprendiz de mecánico), así como todos los miembros de su familia y sus afiliaciones políticas y profesionales[66]. Contiene también varios perfiles psicológicos que le realizaron colegas y superiores, no todos ellos muy halagadores («K. tiene poca fuerza de voluntad. Muestra un carácter flojo y es superficial. […] Su conciencia de clase no está lo bastante desarrollada. Pero simpatiza con la Unión Soviética y su orden democrático antifascista»). Cuando finalmente lo contrataron, ya lo habían sometido a una investigación meticulosa, pero aun así tuvo que pronunciar un sombrío juramento:

Yo, Bruno Kunkel, declaro firmemente que me comprometo a trabajar para el organismo de seguridad estatal de la RDA. Me comprometo a localizar a aquellos individuos cuyas actividades estén dirigidas en contra de la RDA o la Unión Soviética y delatarlos de inmediato. Prometo cumplir con precisión las órdenes que me dé mi superior. Se me ha explicado que mi obligación hacia el organismo de seguridad estatal debe permanecer en secreto y me comprometo a no comunicársela a nadie, ni siquiera a los miembros de mi familia. A fin de mantener el secreto, firmaré los informes que entregue a mano con el nombre en clave de Kunz. Seré castigado severamente si divulgo esta declaración, que lleva mi firma[67].

Firmó como «Bruno Kunkel» y como «Max Kunz», y al parecer fue un agente secreto leal, ya que poco después abandonó sus actividades conspirativas y pasó a trabajar para la Stasi a tiempo completo.

En los años siguientes, decenas de miles de hombres por toda Europa del Este tuvieron que ser convencidos para firmar documentos similares. Una vez firmados, tenían que someterse a una estricta vigilancia y demostrar que realmente guardaban secretos y que la información que aportaban era de confianza. Los informantes vigilaban a la gente, pero la policía secreta tenía que aprender a vigilar a sus informantes. Con el transcurso del tiempo, la policía secreta de Europa del Este tendría que esforzarse para mantener un nivel imposible de vigilancia contra un enemigo desconocido y a menudo inidentificable, dentro y fuera del país, dentro y fuera del partido, dentro y fuera de su propia organización. No se trataba de una forma de pensar que favoreciera la cooperación democrática.