Capítulo 40

Después de que la golpeara con la piedra, Merrin dejó de resistirse y pudo hacer con ella lo que quiso. Aflojó la presión de la corbata en su garganta. Merrin volvió la cara de lado con los ojos en blanco y parpadeando de forma extraña. Un hilo de sangre le bajaba desde el arranque del pelo por la cara sucia y emborronada por el llanto.

Decidió que estaba ida, demasiado confusa como para hacer otra cosa que dejarse follar, pero entonces habló con voz extraña y distante.

—Está bien —dijo.

—¿Ah sí? —preguntó embistiendo con más fuerza, porque era la única forma de mantener la erección. No estaba disfrutando tanto como había pensado. Merrin estaba seca—. Te gusta, ¿eh?

Pero la había malinterpretado otra vez. No estaba hablando de si le gustaba.

—Me escapé —dijo.

Lee la ignoró y siguió concentrado en lo que estaba haciendo.

Merrin ladeó ligeramente la cabeza y alzó la vista hacia la gran copa del árbol bajo el que estaban.

—Me subí al árbol y me escapé —dijo—. Conseguí encontrar el camino de vuelta a casa. Estoy bien, Ig. A salvo.

Lee miró hacia las ramas y la hojas mecidas por la brisa pero no vio nada. No tenía ni idea de qué estaba hablando ni a qué miraba y no le apetecía preguntárselo. Cuando volvió la vista a su rostro algo había desaparecido de sus ojos y no pronunció una palabra más, lo que era una buena cosa, porque estaba asqueado y cansado de sus putas monsergas.