CAPÍTULO III

No era un grato despertar, ni mucho menos.

Algo me sujetaba a aquella superficie donde yacía boca arriba. Era una mesa o cosa parecida. Acaso una losa de piedra, porque sentía su frío a través de mis ropas.

Tras comprobar que no podía moverme, miré en derredor, girando la cabeza a uno y otro lado. Descubrí a lord Ashton, contemplándome fijamente, desde un rincón. Aristocrático, frío, solemne. Y, desde luego, sin la menor huella de vello lobuno en su rostro en sus manos.

Pareció entenderme, porque sonrió con frialdad y meneó la cabeza.

—No, Bellamy —dijo—. Ya no. Es pleno día. Pasó la luna llena. Y todo lo demás.

Perplejo, contemplé aquel lugar. Muros de piedra, humedad, argollas, cadenas, instrumentos de tortura, un laboratorio al fondo… Un lugar de pesadilla. O de vieja película terrorífica. Pero no era una película, ciertamente.

—¿Dónde me encuentro? —quise saber.

—En lugar seguro. Nadie le encontrará aquí, Claude —lord Ashton soltó una breve carcajada—. Tiene curada su herida. No se desangró. No sufre infección. Eso debe tranquilizarle.

—Mi herida… —recordé. Me agité en mi posición forzosa, y sentí arder dolorosamente mi pecho—. De modo que fue todo cierto. Valerie, la mordedura…, ¡el virus!

—Puede llamarle virus, si quiere —rió—. Es usted un biólogo, después de todo. Pero yo diría que es algo infinitamente más sutil que un simple cuerpo químico. Está en nosotros y forma parte de nosotros. Nos es trasmitido y lo trasmitimos para crear la raza más fuerte y poderosa del mundo. La más cruel también.

—Lord Ashton, ¿por qué Valerie, por qué usted…? ¿Por qué yo? —gemí.

—Todos pasamos a formar parte del pueblo licántropo. Debería sentirse orgulloso y feliz. Eso va a proporcionarle un poder nuevo y desconocido. Experimentará placeres increíbles.

—¡No quiero ser una bestia sanguinaria! —rechacé, horrorizado.

—Ya es tarde para eso. Su voluntad no sirve de nada, Claude. Es uno de nosotros, le guste o no. Y le advierto que es hermoso sentirse fuerte, capaz de todo, dueño de una naturaleza violenta y devastadora… y de una inteligencia clara y lúcida.

—Todo eso… para servir al mal, al odio, a la destrucción, al simple placer morboso de dañar y matar… —susurré.

—El mundo es una selva, Claude. Y nosotros podemos ser los reyes de esa selva, porque unimos fuerza e inteligencia. Todos los que son ya como usted y como yo, se sienten felices, ¿no es cierto, querida?

Se dirigía a alguien a quien yo no podía descubrir desde mi posición. Su voz respondió, calmosa, y ella apareció en mi campo visual:

—Sí, es cierto —dijo—. Me siento feliz, como nunca lo fui.

—Carol… —gemí—. Carol Gordon… ¡Dios mío, todos están contaminados por el Mal!

—Casi todos —rectificó ella suavemente, mirándome con ojos centelleantes—. Claude, querido, me hubiera gustado ser yo quien te convirtiese a nuestra especie, en vez de hacerlo Valerie… Ella siempre tuvo más suerte. Era tu novia… ¿No te causó dolor, saberte asesino de la que había de ser tu esposa?

—Ella ya no era la Valerie que yo conocí. Como no lo eres tú, Carol. Ni lord Ashton —protesté—. ¡Todos sois monstruos ahora! Sentís como fieras, odiáis y destruís como auténticas bestias feroces…

—Pronto sentirás tú lo mismo —afirmó Carol—. ¿Vas a iniciar el tratamiento?

—Sí —afirmó lord Ashton, sonriente. Y caminó hacia el laboratorio cercano, donde vi bullir unas probetas y un tubo de ensayo, en el que había un denso líquido rojo y burbujeante—. Nuestro buen amigo Claude Bellamy debe iniciar su nuevo proceso biológico. A él, que tanto le interesan esos temas, le resultará fascinante asistir a su propia mutación…

—No quiero… —mascullé tratando de soltarme de las anchas correas que oprimían mi cuerpo—. ¡No quiero nada de todo ese maldito proceso! ¡No voy a ceder fácilmente! ¡Lucharé con todas mis fuerzas, gritaré hasta enronquecer!

—Puede hacer cuanto guste, Claude —suspiró lord Ashton, impávido—. Estos sótanos, de una casa mía en las afueras de Londres, son un lugar aislado y solitario. No hay gente en derredor. Nadie va a oírle una sola palabra. Y por mucho que se resista… el proceso continuará. Paso a paso. Ya es usted hombre-lobo. Y eso es lo único que cuenta.

—¡No, no! —aullé, exasperado. Me moví con rabiosa impotencia—. ¡No lo seré! ¡Nunca seré un monstruo de su maldita especie…!

—No lo entiendes, Claude —me sonrió ella, irónica—. Ya eres esa clase de monstruo que no deseas ser. Te transformarás en lobo las noches de luna llena, y actuarás como tal. Sólo que si obedeces y vas recibiendo la Fórmula Roja del doctor Wolf… podrás controlar tu propia facultad, y serás un ser poderoso, física y mentalmente.

—Pero al servicio de vuestras ideas, de vuestros odios y vuestros placeres insanos…

—Nosotros no empezamos esto —sonrió lord Ashton regresando a mí con aquel tubo de rojo contenido hirviente, que pasó, calmoso, al interior de una jeringuilla hipodérmica—. Viene desde hace siglos y se transmite de unos a otros, desde remotos lugares… Sólo podemos seguir adelante, obedecer el ritual de nuestro pueblo, aceptar gustosos, la maldición ancestral que nos hará los más poderosos del mundo…

—No me va a inyectar eso… —susurré, alucinado, viendo hervir el líquido rojo y espeso en la jeringuilla—. ¡No lo hará, lord Ashton…!

—Claro que lo haré —dijo fríamente.

Y de súbito, me clavó la aguja, larga y penetrante, en mi propio cuello, en la yugular.

Algo ardiente penetró en mis venas y se extendió por mi cuerpo todo. Aullé estérilmente mientras lord Ashton oprimía con fuerza y decisión el émbolo de la jeringuilla, introduciendo en mi cuerpo aquel diabólico líquido rojo.

La fórmula del doctor Wolf, la que debería haber servido para devolver a los hombres-lobo su condición humana simplemente, estaba siendo utilizada ahora en mí con fines muy distintos.

Era el principio solamente. El inicio del tratamiento. El principio del fin para Claude Bellamy, hombre y biólogo, ser humano y persona sensible.

El principio para el nuevo hombre-lobo, consciente y cruel como ningún otro…

Carol extrajo la jeringuilla de mi yugular. Sonrió mientras gotas escarlata caían de la larga aguja y un algodón se oprimía contra mi arteria. La miré. Me miró.

Todo era muy distinto ahora. Ya no era yo el violento y rebelde prisionero. No estaba siquiera ligado. No era un cautivo. Era, simplemente, un ser en período evolutivo. Podía sentirlo, percibir las diferencias en mí, en mis sentimientos, en todo mi ser.

—Así está bien —dijo ella dulcemente. Me miró, acariciando mis cabellos, con un brillo malévolo y salvaje en sus pupilas, crispando sus dedos hasta hacerme daño en el cuero cabelludo. Se inclinó y besó mi boca. Lo hizo tan cruelmente que sentí sus dientes clavándose en mi labio. Sangré. Se apartó, complacida—. Cada vez perteneces más a nosotros, Claude querido.

Carol Gordon gozaba con todo aquello. Como mujer y como bestia. Era una mezcla indescriptible de animalismo y falsa humanidad. Sólo conservaba instinto, apetitos, deseos indignos. Su mente únicamente pensaba en el mal.

Ésa era la evolución buscada. La siniestra evolución del licántropo, bajo el efecto de la Fórmula Roja, en mala hora creada por Morgan Wolf. El hombre-lobo, simple víctima de un mal desconocido y terrible, heredado misteriosamente de sus antepasados, y transmitido por el mordisco del licántropo, ahora era un míster Hyde perfecto. El monstruo maligno, perverso, sensual y morboso, cruel y despiadado. De pensamientos y de acción. Eran dueños de su cerebro, pero sólo para pensar en lo malo, en lo tortuoso y vil.

Y ahora… yo era uno igual que ellos.

Había perdido la noción del tiempo en aquel sótano de la casa de lord Ashton en las afueras de Londres. Pero, evidentemente, faltaba poco para un plenilunio. Yo lo sabía. Lo intuía, desde el fondo de mi nuevo, de mi abominable ser…

Pronto yo, Claude Bellamy, sería otra fiera diabólica, suelta en las noches de luna llena, a la busca de víctimas, de sangre humana, de crueldades y destrucción.

Y empezaba a complacerme la idea. Empezaba a sentir un raro y estremecedor placer al pensar en todo ello…

Sacudí la cabeza, tratando aún, desesperadamente, de ahuyentar de mí toda idea siniestra y monstruosa de semejante tipo.

Carol debió entender mis sentimientos y reacciones. O ella sabía de antemano lo que sucedía en tales casos…

—Al final te vencerá tu instinto —dijo, sonriente—. Eres un magnífico ejemplar de hombre, y lo serás también de lobo, estoy seguro… ¡Serás mío, te convertiré en el macho de mi compañía!

—¿Y… lord Ashton? —pregunté.

—Lord Ashton… —ella hizo un gesto desdeñoso—. Es sólo el jefe de todos nosotros, el que dirige la manada… Ha sido designado por los demás… El da órdenes, él dirige. Nosotros obedecemos… Quiero un compañero, hombre y lobo a la vez… Humano y animal, Claude. ¡Tú vas a ser, amor, ese compañero magnífico de mi nueva existencia!

Era alucinante todo. No sabía si era una mujer o una loba la que me estaba mostrando sus sentimientos al desnudo. Lo que sí sabía es que no podía sentir por ella el menor afecto, ni la más leve atracción carnal. Era un monstruo, y yo lo sabía. Pero también yo estaba a punto de ser un monstruo como ella. Y si íbamos a ser semejantes, al final esos escrúpulos de una conciencia cada vez más debilitada y cada vez menos consciente, desaparecerían en el aquelarre maldito de los licántropos de Transilvania…

—Una pregunta, Carol… —musité, de pronto.

—¿Sí? —me miró ella, hundiendo la aguja en una solución líquida y retirando el tubo de ensayo repleto de aquel líquido escarlata que lord Ashton cultivaba conforme a la fórmula de Wolf. Dejó el tubo, sellado debidamente, sobre la mesa del laboratorio. Me contempló, esperando mi pregunta.

—Aquella muchacha… Dorothy… ¿Ella es también…?

—¿Dorothy? Oh, no… —sacudió la cabeza—. La chica muda… No es uno de nosotros, si es eso lo que quieres saber. ¿Por qué te preocupa ella, Claude?

—Era sólo… curiosidad —musité cansado cerrando mis ojos con un suspiro.

—¿Seguro que sólo es curiosidad? —se irritó ella—. ¿Acaso… acaso te enamoraste de la muchacha sin palabras, Claude?

—Era novio de Valerie, recuerda.

—Sí, recuerdo bien. Pero creo que nunca amaste realmente a Valerie. No te gusta el mundo de lord Ashton y de otros como él, lo sé. Te fijaste en la dulce muchacha que estudia biología… Bien, si tanto te simpatiza, puedes ir en busca de ella… la próxima noche de luna llena… ¡que es mañana!

—Mañana… —me estremecí—. Cielos, no…

—Y, si lo deseas, yo misma te la traeré… ¡Yo hincaré mis colmillos en esa jovencita, para convertirla en una mujer-lobo para que goces de su compañía!

—¡No, no! —aullé, repentinamente sudoroso y crispado.

Fue un error. Mi propio énfasis me delató. Carol se inclinó hacia mí, acusadora.

—De modo que es eso… —jadeó—. ¡La amas realmente, Claude! No deseas que sea una de nosotros, prefieres incluso renunciar a ella… ¡La mosquita muerta! No necesitó hablar para engatusarte, ¿eh, Claude?

La miré, inquieto. De aquella mujer satánica, mitad hembra, mitad bestia, cabía esperarlo todo.

—Mañana noche, Claude… Es plenilunio —repitió Carol, malignamente—. ¡Saldremos a buscar sangre humana por todo Londres… y yo me ocuparé de esa muchacha, porque sé dónde encontrarla…!

—No, no, por Dios… —susurré, angustiado—. No lo hagas…

—Solamente podrás evitarlo de un modo —me miró fijamente—. Ocúpate de ella tú mismo. Atácala. Aunque sientas ahora algo tierno por ella, lo olvidarás pronto. Cuando te transformes, todos tus sentimientos de amor se volverán de odio. ¡Odio irrefrenable, deseos de destruir su garganta, su cuerpo todo, de hincarle los colmillos y las zarpas a su carne joven, y sentir la palpitación de su sangre vital…!

Reía demoníacamente, complaciéndose en mi tortura. La hubiera destrozado de buen grado en esos momentos. Y, asustado, me dije que sin duda empezaba a ser un perfecto ser bestial y violento, si pensaba ya de ese modo ante una mujer.

Aunque, en el caso de Carol Gordon, ni siquiera fuese ya una mujer…

—Tendrás que prometerlo, Claude —dijo Carol, mirándome con malignidad—. ¡Tendrás que prometer que tú vas a ocuparte de ella, sea como sea… mañana mismo, por la noche…!

Asentí con gesto grave, decaído.

—Está bien —musité—. Te lo prometo. Deja que yo me ocupe de Dorothy…

En ese momento, se encendió una luz roja en el muro. Era la señal de que alguien entraba en el edificio. Ambos sabíamos quién era: lord Ashton, el jefe de nuestra monstruosa manada.

Carol, riendo aún, se apresuró a salir a su encuentro. Me dejó a solas en el sótano, por vez primera en todo aquel tiempo. A solas con el laboratorio, los siniestros instrumentos de tortura, los objetos de aquel lugar…

Clavé mis ojos en el líquido rojo del tubo de ensayo, en la aguja y la jeringuilla hipodérmica hundida en la solución desinfectante…

—No… no habrá tiempo suficiente —susurré, estremecido.

Y, ciertamente, no lo había. Lord Ashton sólo tardó unos treinta o cuarenta segundos en llegar abajo. Apenas entrar, me miró, ceñudo. Yo permanecía quieto, sentado en mi asiento, la vista perdida en el vacío, la cabeza rígida, los brazos caídos.

Rápido, el noble miró el tubo de ensayo, repleto del denso líquido rojo, a la jeringuilla sumergida en el líquido desinfectante…

Todo estaba como Carol lo dejó. Aun así, lord Ashton se mostró agrio:

—No debiste dejarlo solo aquí —la reprendió—. Nunca más lo hagas, Carol.

—No, lord Ashton —negó ella, inquieta. Luego contempló el tubo repleto del líquido rojo y se tranquilizó—. De todos modos no ocurre nada. No hubiera habido tiempo. Ni lo ha pensado siquiera, estoy segura…

Lord Ashton dudó, volvió a mirarlo todo y se encogió de hombros. Me estudió, reflexionando.

—¿A punto, Claude? —me preguntó.

—No sé —musité—. Siento que soy el mismo de siempre, lord Ashton.

—Eso es hoy —rió él—. Mañana noche es la prueba de fuego. Serás hombre-lobo, lo creas o no. El influjo lunar hará el resto.

—Quiere ocuparse de esa chica muda —habló Carol—. De Dorothy Fletcher…

—Oh, entiendo —me miró, irónico—. Te gusta la chica, ¿eh?

—Carol quiere hacerlo. Prefiero ser yo, lord Ashton —repliqué.

—Está bien, concedido. Te ocuparás tú, Claude. Sé cómo darte la oportunidad que buscas.

—¿Cómo? —indagué, curioso.

—Esa chica está locamente enamorada de ti, Claude Bellamy. Te admira como biólogo y como hombre. Mañana noche daré una pequeña fiesta. La invitaré a ella. Bastará que Carol le diga que tú vas… para que la muchacha acuda sin vacilar. La tendrás a tu disposición… en el momento en que sientas que eres hombre y lobo a la vez…

—Está bien —susurré, amargamente—. Así será…

E incliné la cabeza, hundiéndome en el mutismo.

Lord Ashton avisó a Carol:

—Salgamos ya de aquí. Llevaremos a Claude con nosotros al centro de la ciudad. Ya no tiene escapatoria posible. Hoy era la última dosis, ¿verdad?

—La última —asintió ella—. Ya no hay evasión posible. Mañana será uno igual que nosotros. Y ya lo será para siempre…

Yo, en silencio, me limitaba a escuchar.