Ése fue el principio de todo. Lo recuerdo muy bien.
¡Dios mío, sólo el principio! ¿Cuál será ahora el final? Mi final…
Yo, Claude Bellamy… ¡Yo, presa de la misma trampa diabólica que pretendí descubrir! ¡Yo, vencido por la maldición infernal que intenté combatir!
¡Qué necio fui, Señor! Qué gran loco, para enfrentarme a lo desconocido, a lo que no hay biología alguna que pueda explicarlo…
Ahora, ya es tarde. Demasiado tarde.
Contemplo en ese espejo mi horrible, mi espantosa apariencia… Sé lo que soy. Y sé que no hay engaño en esto. No hay error posible, por desgracia para mí…
Ha sucedido. Y me ha sucedido a mí. Ahora, ya no necesito buscar al hombre-lobo.
Yo soy el hombre-lobo.
Yo…
Y sé por qué pienso como un humano aún. Sé por qué puedo hablar como un hombre, en vez de rugir con mi garganta de fiera. Sé por qué queda algo de mí, por poco que ello sea, debajo de esta fétida, velluda envoltura que, como una prisión dantesca, me introduce en un infierno de crueldad, de odios, de demencia salvaje, de furia homicida, de sed de sangre humana, palpitante y cálida…
Mis fauces babean, ávidas de sentir el salobre de esa sangre derramada por mis zarpas y colmillos, en brutal ataque. Mi cuerpo peludo, monstruoso, se estremece con goces increíbles, monstruosos y desesperados, al pensar en matar, en destruir, en desgarrar…
Busqué una versión que creía imposible. Y la encontré. La encontré tan próxima a mí, que ahora soy yo mismo esa verdad escalofriante. O parte de ella, cuanto menos.
Todo empezó en la finca de lord Ashton, aquella maldita noche. Siguió después en Londres…
En aquellos días que siguieron al horror sangriento de Colchester. En una visita fallida a un consultorio médico. En una tarjeta inquietante, depositada en la conserjería de mi club del Strand…
Luego, transcurrieron días. Bastantes días. No sabría decir cuántos, la verdad. Ni siquiera lo recuerdo.
Fueron justamente los días que transcurren desde un período menguante de luna… hasta una nueva luna creciente… que culmina en el plenilunio.
Plenilunio…
Sí. Para entonces llegó el nuevo horror. Entonces se reanudó la pesadilla. Y desencadenó esta nueva y atroz realidad que ahora vivo…
Mi garganta…
He emitido un gruñido sordo… Deseo rugir. Mi mente se nubla. Sólo veo rojo, rojo de sangre ante mí… Deseo de matar, matar, MATAR…
Destruir, destrozar a zarpazos, a dentelladas… Mi cerebro empieza a dejar de ser humano. Como un nuevo e involuntario Jekyll, sale en mí el diabólico míster Hyde que estaba escondido, y que la maldición de los licántropos han despertado con satánica furia.
Tengo sed… Sed de sangre, de muerte, de destrucción, de aniquilar cuanto me rodea…
¡Quiero destruir, acabar con todos!
Pero sobre todo con ella.
Ella…
La mujer amada. La auténtica mujer a quien amo cuando soy Claude Bellamy, el hombre. Ahora, siendo hombre-lobo… es el ser más aborrecible del mundo. ¡Quiero despedazar su hermoso cuerpo con mis zarpas velludas, hincar mis garras en su cuello y desgarrárselo! Quiero verla con los ojos desorbitados por el pánico, la angustia y el dolor… Quiero ver que todos huyen mientras ella agoniza bajo el peso de mi cuerpo hediondo y fétido, de erizado vello rojizo.
Sí, eso es lo que deseo ahora…
Ya, ni siquiera soy Claude Bellamy. Ya no queda dentro de mí nada de él.
Afuera brilla la luna. Me toca, me ilumina con luz de plata.
Y deseo matar. Destruir.
Soy ya el lobo, el hombre-bestia. ¡Tengo que matar! ¡Tengo que hacerlo!
No, no quiero pensar más… No quiero recordar…
Voy hacia la puerta. Hacía ellos… Hacia ella.
Nada ni nadie me detendrá. Nada tiene una furia como la mía… No deseo recordar. No, no recordaré nada…
No quiero recordar aquella noche maldita, de plenilunio, de frío invierno sin niebla, cuando Londres sufría la helada y el agua era escarcha, bajo la luna redonda, blanca, gélida y siniestra en el cielo sin nubes.
No quiero acordarme ya de cómo terminó esto. Sólo quiero destruir, matar…
Sólo eso…
Y voy a hacerlo. Ya. Ahora mismo…