10

El bosque de Wayreth

—¡Caramon, reacciona! ¡Levántate!

«No. Estoy en mi tumba, en una tibia inorada bajo la tierra… tibia y segura. No lograrás que me despierte, no podrás alcanzarme. Me he ocultado de ti y nunca me encontrarás».

—¡Caramon, tienes que ver eso. ¡Abre los ojos!

Una mano apartó el manto de penumbra para tirar de él en fuertes sacudidas.

«¡No, Tika, aléjate! Me devolviste una vez a la vida, al dolor y al sufrimiento. Deberías haberme dejado en el dulce reino de tinieblas que rodeaba el Mar Sangriento de Istar, y ahora que he hallado la paz no permitiré que vuelvas a estropearlo. He cavado mi sepultura y me he enterrado en ella».

—Vamos, Caramon, será mejor que te despiertes y otees el panorama.

«Esas exhortaciones me resultan familiares. ¡Claro, yo mismo pronuncié unas palabras parecidas hace algunos años, cuando Raistlin y yo llegamos juntos a este Bosque! Pero si soy yo quien habla, ¿cómo puedo oírlas en segunda persona? A menos que sea mi hermano».

Sintió una mano en su párpado, dos dedos que luchaban para abrirlo. Su contacto hizo que las acuosas gotas del temor se vertieran en las venas del guerrero, hasta agolparse en el corazón y acelerar su pálpito.

Rugió alarmado, tratando de culebrear hacia el acogedor polvo en el instante en que su ojo, abierto por la fuerza, capturó la imagen de un rostro grotesco volcado sobre él… ¡las facciones inequívocas de una enana gully!

—Ya está despierto —anunció Bupu—. Ayúdame, mantén el párpado en esta posición para que yo levante el otro —ordenó a Tasslehoff.

—¡No! —vociferó el kender y, arrancando las garras de la mujer de su presa, la empujó a un lado—. Ve a buscar agua —improvisó.

—Buena idea —comentó ella, y se alejó con un brioso trotecillo.

—Cálmate, Caramon —instó Tas a su amigo a la vez que se arrodillaba junto a él y le daba unas suaves palmadas—. Era sólo Bupu. Lo lamento, pero yo estaba contemplando el… ya lo verás tú mismo, y descuidé su vigilancia.

Sin cesar de farfullar, Caramon se cubrió el semblante con la mano e intentó incorporarse apoyado en el compañero.

—Soñaba que había muerto —explicó— cuando, de pronto, vi esa cara y supe que todo había terminado, que me habían condenado a los Abismos.

—Quizá no tardes en desear que se cumpla tu pesadilla —dijo Tasslehoff en sombría actitud.

Caramon alzó los ojos al percibir la inusitada seriedad del kender.

—¿A qué te refieres? —indagó con tono áspero.

—¿Cómo estás? —preguntó a su vez el hombrecillo en lugar de responder.

—Sobrio —graznó el guerrero—, si es eso lo que te preocupa. ¡Ojalá los dioses me permitieran vivir siempre ebrio!

Tras estudiarle unos momentos con expresión meditabunda, Tas introdujo la mano en uno de sus saquillos y, despacio, sacó una botella de cristal recubierta por un estuche de cuero.

—Si de verdad necesitas un trago, aquí lo tienes —le ofreció.

Los ojos del fornido humano se iluminaron. Extendió una mano anhelante pero temblorosa y, arrebatando el objeto al kender, desencajó el tapón de corcho, olisqueó su contenido, sonrió satisfecho y se lo llevó a los labios.

—¡No me mires como si fuera un monstruo! —espetó a Tas.

—Discúlpame —balbuceó éste con las mejillas encendidas en rubor—. Voy en busca de Crysania —añadió, y se puso en pie.

—Crysania —repitió mecánicamente Caramon y bajó la botella sin probar el mosto, frotándose sus legañosos ojos—. La había olvidado por completo. Me parece una excelente medida que corras en pos de la sacerdotisa y, cuando des con ella, te la lleves junto a esa lombriz, llamada Bupu, que te acompaña. ¡Marchaos y dejadme solo! —Levantó de nuevo el frasco de vino y, ahora, engulló de un sorbo una considerable cantidad. Aquejado por una violenta tos, abandonó su empeño y se secó la boca con el dorso de la mano, antes de insistir—: ¡Vete! Salid todos de mi vista, me molesta vuestra mera presencia.

—Me gustaría complacerte, Caramon —se excusó Tas si alterarse—. Sin embargo, no puedo hacerlo.

—¿Por qué?

—Porque el Bosque de Wayreth ha venido a nuestro encuentro, si tenemos que dar crédito a los relatos de Raistlin sobre sus extrañas virtudes.

Durante unos segundos, Caramon clavó en el kender sus iris inyectados en sangre. Habló al fin, en un susurro, a este tenor:

—Eso es imposible. Mágico o no, el Bosque de Wayreth se yergue a varias millas de aquí. Raistlin y yo tardamos meses en descubrirlo y, además, la Torre está al sur de estos parajes. Según tu mapa debemos cruzar Qualinost antes de divisar sus paredes. No te guiarás por el mismo documento donde Tarsis aparecía a orillas del mar ¿verdad? —inquirió, asaltado por una terrible duda.

—Quizá sí —confesó Tas al mismo tiempo que enrollaba el mapa y lo escondía tras su espalda—. Tengo tantos… En cualquier caso, si Raistlin estaba en lo cierto al afirmar que el Bosque era mágico no me sorprende que nos haya encontrado, de ser ése su deseo. Las distancias geográficas no son un obstáculo para ciertas criaturas.

—Puedo asegurarte que posee dotes arcanas —confirmó el guerrero con voz ronca y trémula—, y también que los horrores que en él se viven son espeluznantes. —Cerró los ojos y meneó la cabeza antes de, inesperadamente, dedicar a su oponente una mueca astuta—. ¡Ya lo entiendo! Se trata de una artimaña para impedirme que beba, ¿no es así? No surtirá efecto, olvídala.

—Te equivocas —negó Tasslehoff. Con un hondo suspiro, extendió el índice y le apremió—: Mira aquello, responde a la descripción que una vez me hizo tu gemelo.

Al volver la cabeza Caramon se estremeció, tanto por lo que vio como por los amargos recuerdos que la escena despertó en su mente.

La hierba en la que estaban acampados formaba parte de un claro, situado no muy lejos del camino principal. Lo circundaban grupos de arces, pinos, nogales e incluso algunos álamos dispersos, todos ellos portadores de nacientes brotes. Caramon los había admirado mientras cavaba la tumba de Crysania, advirtiendo que sus ramas refulgían bajo el sol matutino con los tonos amarillos de la primavera. Entre sus raíces despuntaban las primeras flores silvestres de la estación, violetas y azafranes que se alzaban como heraldos de unos meses de prosperidad.

También ahora reparó el guerrero en esta hermosa vegetación, que les rodeaba por tres flancos. En el cuarto, el meridional, el paisaje se alteraba de forma poco halagüeña.

Los árboles que lo poblaban, muertos en su mayoría, se hallaban uno al lado del otro, alineados en sucesivas hileras de sospechosa regularidad. Aquí y allí, al examinar más a conciencia la espesura, se atisbaba uno vivo que parecía vigilar tal como un oficial revisa las filas de sus tropas. El sol no penetraba en el Bosque, una niebla asfixiante flotaba entre los árboles y ensombrecía la luz. Incluso las ramas y los troncos constituían un espectáculo fantasmagórico, éstos deformes, torturados, y aquéllas retorcidas en garras que arañaban el suelo. El viento no las mecía, ni siquiera infundía un soplo de vida a sus rugosas hojas, si bien lo más terrible era el contraste que tal quietud ofrecía respecto a los fugaces movimientos que se adivinaban en los matojos. Bajo la atenta inspección de Caramon y Tas unas sombras carentes de contorno deambulaban sin tregua, escudándose tras las gruesas cortezas o acechándoles desde el espinoso sotobosque.

—Fíjate bien en este curioso fenómeno —rogó el kender al hombretón e, indiferente a su grito de alarma, echó a correr hacia la espesura. ¡Los árboles se apartaron a su paso! Se dibujó una ancha senda frente a sus pies, que conducía al corazón del siniestro Bosque—. Te desafío a que encuentres una explicación —declaró maravillado, si bien se detuvo antes de adentrarse en el camino—. Y si retrocedo…

Unió la acción a la palabra, y los troncos se deslizaron unos hacia otros hasta ofrecer de nuevo una barrera infranqueable.

—Tenías razón —reconoció el guerrero a regañadientes—, estamos en el Bosque de Wayreth. Así mismo se nos reveló a nosotros una mañana. Yo me mostré reacio a seguir y traté de refrenar los impulsos de Raist, pero él no tenía miedo. Los árboles se retiraron y se internó en las entrañas de este diabólico paraje, no sin antes tranquilizarme: «Permanece a mi lado, hermano, y yo te protegeré de todo mal». ¿Cuántas veces había pronunciado yo frases similares? En esta ocasión se trocaron los papeles, él era el valiente y debía animar al timorato.

De pronto, se puso en pie de un salto y, enrollando en un gesto febril su cama de campaña, bramó:

—¡Vámonos de aquí sin pérdida de tiempo! —En su nerviosismo, derramó el contenido de la botella sobre la manta.

—No hay nada que hacer—fue el lacónico comentario de Tas—. Te lo demostraré.

Tras colocarse de espalda a los árboles, el kender comenzó a andar hacia el norte. Los árboles no se desplazaron, mas por mucho que caminase siempre se topaba con el Bosque de Wayreth y su misteriosa senda. Hizo mil piruetas, mil sesgos bruscos, pero todas sus argucias le llevaron a las nebulosas hileras de vegetales.

Con un hondo suspiro, se detuvo al fin al lado de Caramon y observó en actitud solemne los ojos del hombretón anegados en lágrimas, enmarcados en cercos sanguinolentos. Extendió entonces su delicada mano y la apoyó en el brazo del que fuera un guerrero invencible.

—Amigo, tú ya has visitado antes este lugar y conoces el camino. Por otra parte, hay algo más que debes saber. Has preguntado por la sacerdotisa Crysania; pues bien, ahí la tienes. —La señaló con el dedo, y Caramon ladeó la cabeza hacia donde le indicaba—. Vive, pero al mismo tiempo está muerta. El helor de su piel se asemeja al de la escarcha, sus ojos no pestañean y, aunque su corazón late, en lugar de la savia de la existencia podría bombear esa sustancia especiada que utilizan los elfos para preservar a sus cadáveres.

Hizo una pausa, como si recapacitara sobre el argumento que había de resultar más persuasivo.

—Tenemos que conseguir ayuda. Quizás en esas brumas vivan magos susceptibles de auxiliarla, pero yo carezco de la fuerza necesaria para transportarla. —Levantó ambos brazos en un gesto de impotencia, sin desviar la vista del impenetrable Bosque—. No me abandones, Caramon, ni tampoco a ella. Creo que de algún modo le debes un favor.

—Porque soy culpable del daño que ha sufrido —concluyó el corpulento humano en tono de reproche.

—No estaba en mi ánimo acusarte —rectificó el kender, frotándose los ojos—. Supongo que no existen culpables.

—No puedo eludir por más tiempo mi responsabilidad. —La inesperada reacción de Caramon, la nota de sinceridad que ribeteaba su voz, hicieron que Tas levantara la cabeza. Hacía años que no detectaba este timbre familiar en su viejo amigo, que ahora estudiaba la botella sostenida en su palma con aire ausente—. Ya es hora de que me enfrente a mí mismo. He achacado mis errores a Raistlin, a Tika y a todo aquel que se ha cruzado en mi camino, aunque en el fondo sabía que era yo el único causante de tantas desdichas. En el curso del sueño mi conciencia ha surgido a la luz, me he visto en el fondo de una tumba y he intuido que ésa era mi realidad, que he llegado a lo más hondo. No puedo degradarme más, o me quedo inmóvil y dejo que me cubran de polvo —como me disponía a hacer con el cuerpo de Crysania— o me encaramo hacia la vida.

Emitió un prolongado suspiro y, con ademán resuelto, aplicó el corcho al frasco de vino.

—Toma, no quiero verlo. —Tendió el objeto al sorprendido kender, quien se apresuró a recogerlo—. Será una larga escalada y necesitaré ayuda, pero no de esta manera.

—¡Oh, Caramon! —se emocionó Tas a la vez que, rodeando con sus brazos la oronda cintura hasta donde pudo alcanzar, lo estrechaba contra sí—. No tenía miedo de ese lóbrego Bosque, si bien me asustaba la idea de atravesarlo en solitario. ¿Cómo me las hubiera arreglado para cargar con la sacerdotisa y además cuidar de Bupu? ¡Oh, Caramon, me alegro tanto de que hayas vuelto a ser el de antes!

—No exageres —lo reprendió el guerrero, ruborizándose y desprendiéndose sin violencia del hombrecillo—. Debes tener presente que la primera vez que penetré en este paraje el pánico no me permitía actuar con tino, y tampoco estoy seguro de ser útil en esta ocasión. Sin embargo, en un punto has acertado: quizá los magos puedan hacer algo por Crysania. —Su rostro se endureció—. Y quizá respondan a ciertas preguntas que quiero formularles sobre Raist. ¿Dónde se ha metido esa enana gully? ¿Y mi daga, qué ha sido de ella?

—No entiendo a qué daga te refieres —disimuló Tas, volviendo la faz hacia la palpitante espesura.

El robusto humano estiró el brazo y atrapó al escurridizo kender. Cuando clavó la mirada en su cinto él lo imitó para, tras un momento de incertidumbre, abrir los ojos de par en par.

—¿Es ésta el arma que buscabas? Caramba, no me explico cómo ha ido a parar a mi talle. Es posible que se te cayera en la pelea y yo la recuperara de manera instintiva.

—Por supuesto —coreó Caramon con una mueca sardónica. Lanzó un gruñido, le arrancó la daga y, en el instante en que la enfundaba en su vaina, oyó un ruido a su espalda. Giró el cuerpo con una relativa rapidez, justo a tiempo para recibir un baño de agua fría en pleno rostro.

—Ahora está bien despierto —anunció Bupu complacida, soltando el cubo vacío.

Mientras se secaba su ropa Caramon se dedicó a estudiar los árboles, con el semblante contraído bajo el dolor de los recuerdos. Emitió al fin un suspiro, se vistió y revisó sus armas. Al ver tales preparativos, Tasslehoff corrió a su lado.

—¡Vámonos! —exclamó vehemente.

—¿Al interior del Bosque? —inquirió el guerrero, al parecer reacio.

—¡Claro! ¿Dónde si no? —repuso el kender.

El hombretón rezongó unas frases ininteligibles, antes de menear la cabeza y declarar:

—No, Tas, es preferible que permanezcas aquí junto a la sacerdotisa. Espera—lo contuvo al advertir los surcos de la protesta en su frente—, no pretendo que te quedes indefinidamente. Sólo voy a dar un corto paseo de reconocimiento.

—¿Crees que hay alguien agazapado en la bruma, ¿no es verdad? —imprecó Tas a su colosal compañero—. Por eso deseas mantenerme al margen. Te adentrarás unos pasos, te enzarzarás en una pelea, matarás al adversario y yo me perderé la aventura.

Sin despegar los labios, el guerrero lanzó una aprensiva mirada a las tinieblas y se abrochó el cinto de la espada.

—Al menos podrías decirme qué imaginas que vas a encontrar —lo hostigó Tasslehoff—. Y también darme instrucciones, ignoro qué he de hacer si es tu rival quien acaba contigo. ¿Entro detrás de ti? ¿Cuánto tiempo debo aguardar? ¿Es esa criatura capaz de aniquilarte en cinco minutos, acaso en diez? No es que piense que va a suceder —rectificó al observar la expresión de Caramon—, pero si me dejas al cuidado de las dos mujeres tengo que saber a qué atenerme.

Bupu examinó al desaliñado luchador en actitud especulativa.

—Yo afirmo que le matará en dos minutos. ¿Aceptas una apuesta? —preguntó al kender.

Caramon los observó de hito en hito, presto a enfurecerse, mas comprendió que no podía hacerlo. Después de todo, el comportamiento de Tas era lógico.

—No estoy seguro de quién puede acecharme —confesó—. Recuerdo que la otra vez nos tropezamos con un espectro, y Raist… —Se sumió en el silencio, para concluir unos segundos más tarde—: No sé qué aconsejarte. Actúa como te parezca más oportuno.

Pronunciadas estas palabras se encogió de hombros, dio media vuelta y se encaminó hacia el Bosque.

—Tengo aquí una bonita serpiente, será tuya si no muere en un par de minutos —propuso Bupu a Tasslehoff mientras hurgaba en su hatillo—. ¿Que prenda aportas tú?

—¡Cállate! —la conminó él sin perder de vista a su valiente amigo.

Cuando éste se hubo alejado por la senda fue a sentarse junto a Crysania, que yacía en el suelo con la mirada perdida en las alturas. Cubrió suavemente aquellos ojos sin vida con la capucha blanca, para protegerlos de los rayos solares, e intentó entornar los párpados. Fue inútil, la inerte figura parecía haberse convertido en una estatua de mármol.

Se diría que Raistlin acompañaba a Caramon en su andadura. El guerrero casi podía oír el murmullo de la túnica roja de su hermano, tal como la exhibiera en aquella ocasión. Resonaba en sus tímpanos la voz del hechicero, siempre suave y queda pero teñida de un tono sarcástico que le granjeaba la antipatía de sus amigos. Sin embargo, a él nunca le molestó. Comprendía a su gemelo, o así lo creía.

Los árboles del Bosque se apartaban a su paso, del mismo modo que se desplazaron al acercarse el kender.

«También se retiraron ante nosotros hace ¿cuántos años? ¿Siete quizá? ¿Sólo ha transcurrido ese tiempo? No, ha sido toda una vida. Tanto para él como para mí», pensaba Caramon, meditabundo.

Cuando alcanzó el linde de la espesura una gélida niebla se arremolinó en torno a sus tobillos, un frío punzante atenazó su carne hasta penetrarle los huesos. Los árboles lo contemplaban con sus ramas retorcidas en una muda agonía, similar a la que se advertía en los troncos de Silvanesti, y este hecho avivó en su ánimo nuevos recuerdos de su hermano. Se detuvo un instante para otear el confuso panorama, y distinguió los imprecisos contornos que le aguardaban. No podía contar con Raistlin para mantenerlos a raya, esta vez su soledad era absoluta.

«No conocí la emoción del miedo hasta que penetré en el Bosque de Wayreth —recapacitó—. Si accedí a aventurarme fue porque estabas conmigo, hermano, tu valor me infundía el coraje suficiente para continuar. ¿Cómo venceré ahora mi flaqueza? Me hallo en un lugar mágico, pero yo nada entiendo del mundo arcano. ¡No sé luchar contra lo sobrenatural! Mi situación es crítica. —Ocultó los ojos entre las manos a fin de conjurar las aterradoras imágenes—. No puedo hacerlo, es demasiado para un hombre corriente como yo».

Desenvainó la espada y la enarboló, con la mano tan temblorosa que casi se deslizó de sus dedos.

—¡No podría enfrentarme ni siquiera a un niño! —se rebeló en voz alta—. No se me puede exigir tanto. Estoy perdido, sin esperanza…

—Es fácil abrigar esperanzas en primavera, guerrero, cuando el aire es tibio y los vallenwoods reverdecen. Es fácil creer en el estío, cuando los vallenwoods refulgen en tonalidades doradas, y también en esos días otoñales en que los árboles se revisten de las irisaciones encarnadas de la sangre. Pero llega el invierno, los vientos soplan huracanados y un manto gris cubre la bóveda celeste. ¿Muere entonces el vallenwood, guerrero?

—¿Quién ha hablado? —Caramon se afanaba en escudriñar su entorno, aferrando la empuñadura de su arma con pulso inseguro.

—¿Qué hace el vallenwood en invierno, guerrero, cuando prevalece la negrura y se enfría la tierra? Cava hacia las profundidades, sumerge sus raíces hacia el latente calor de las simas. Allí, bajo el suelo, el vallenwood encuentra el sustento que ha de permitirle sobrevivir a la oscuridad y el hielo, hasta que una nueva primavera lo invite a abrir sus frescos brotes.

—¿De verdad? —preguntó el humano receloso, a la vez que retrocedía un paso y miraba en todas las direcciones.

—Estás en el más tenebroso invierno de tu vida, guerrero. Debes ahondar en tus entrañas para descubrir el calor que te ayudará a desechar la escarcha y la penumbra. No posees ya la efervescencia de la primavera ni el vigor del estío, así que buscarás la energía que precisas en tu corazón y en tu alma. Si logras el éxito crecerás de nuevo, al igual que el vallenwood.

—Tus palabras son hermosas —comenzó a decir Caramon sin convencimiento, pues desconfiaba de semejante discurso sobre estaciones y árboles. No pudo terminar, se le hizo un nudo en la garganta y quedó sin resuello.

El Bosque se estaba metamorfoseando ante sus ojos.

Los contorsionados troncos, las tortuosas ramas, se enderezaron movidos por un encantamiento, estirando sus leñosos miembros hacia las alturas. Tan deprisa crecían, que el guerrero inclinó la cabeza a su ritmo y a punto estuvo de perder el equilibrio en el empeño de divisar sus copas. ¡Eran vallenwoods, idénticos a los que medraban en Solace antes de la aparición de los dragones! Contempló sobrecogido aquel estallido de vida: los brotes tiernos surgían, se abrían en brillantes hojas que al instante asumían el manto áureo del verano para, sin demora, fundirse en el ocre y el púrpura. Las estaciones se sucedían en fracciones de segundo, apenas le daban tiempo para exhalar suspiros de asombro.

La hedionda bruma se desvaneció, siendo sustituida por la dulce fragancia de unas lozanas flores que, en ramilletes, se abrían paso entre las raíces de los vallenwoods. La penumbra se disipó a su vez, el sol derramó su luz sobre los árboles mecidos por el viento y, al acariciar sus rayos las hojas, los trinos de los pájaros invadieron el aire.

Sereno el bosque,

serenas sus perfectas mansiones

donde crecemos en lugar de marchitarnos.

Nuestros árboles son verdes,

dan frutos maduros que nunca caen;

los translúcidos torrentes, lagos de cristal,

infunden placidez a nuestros corazones.

Bajo estas ramas

ceden de buen grado las maldiciones,

en los lindes quedan los cantos de las aves,

del amor la historia

junto a la fiebre del duro quehacer,

las flaquezas de la memoria.

Sereno el bosque,

serenas sus perfectas mansiones.

Y la luz sobre la luz,

para expulsar la negrura, se vierte.

Bajo las ramas no existe la sombra,

la sombra se ha olvidado

en la tibieza del sol

y de las hojas el olor perfumado,

donde crecemos en lugar de marchitarnos

y los árboles son verdes.

Reina aquí la paz,

la música se impone al silencio existente

en esta frontera imaginaria del mundo,

donde la claridad

completa los sentidos y prevalecen la verdad,

los frutos maduros que nunca caen

y los translúcidos torrentes.

Se secan las lágrimas de nuestros ojos,

ya no son aguijones.

O fluyen en callados riachuelos

que invitan al sosiego.

El viajero se abre al aire húmedo,

cálido, casi veraniego,

lago de cristal

que infunde placidez a nuestros corazones.

Sereno el bosque,

serenas sus perfectas mansiones

donde crecemos en lugar de marchitarnos.

Nuestros árboles son verdes,

dan frutos maduros que nunca caen;

los translúcidos torrentes, lagos de cristal,

infunden placidez a nuestros corazones.

Los ojos de Caramon se llenaron de lágrimas, la belleza de aquel cántico le traspasaba el corazón. ¡Había una esperanza! En el interior del Bosque hallaría las respuestas y la ayuda que buscaba.

—¡Es maravilloso! —vociferó Tasslehoff reuniéndose con él. El kender no cesaba de brincar, en la cumbre de la excitación—. ¿Cómo lo has conseguido? ¿Oyes el gorjeo de los pájaros? Rápido, prosigamos.

—¿Y Crysania? —le recordó el guerrero—. Tenemos que confeccionarle unas angarillas para trasladarla entre ambos.

No concluyó sus amonestaciones, absorta su atención en dos figuras ataviadas de blanco que acababan de personarse entre los dorados troncos. Sus capuchas, albas asimismo, ocultaban por completo sus rostros a los ojos del desconcertado hombretón. Las criaturas le saludaron con una solemne reverencia y, tras dirigirse al claro donde la sacerdotisa permanecía sumida en su letargo, alzaron su rígido cuerpo como si de una pluma se tratase y lo llevaron al punto más avanzado donde estaban los compañeros. Ya en el linde del Bosque se detuvieron, inclinaron sus embozadas cabezas hacia Caramon y le dedicaron una mirada expectante.

—Si no me equivoco esperan que tomes la delantera —indicó el kender, jubiloso, a su amigo—. Abre la comitiva, yo me ocuparé de Bupu.

La enana gully había quedado en el prado, desde donde escrutaba el Bosque con un vivo resquemor que Caramon, al estudiar a las figuras de blanca túnica, no pudo por menos que compartir.

—¿Quiénes sois? —inquirió.

No hubo respuesta, los aparecidos se limitaron a aguardar inmóviles.

—¿A quién le importa su identidad? —protestó Tas. Agarró impaciente a Bupu y tiró de ella, enredándose el saquillo en los polvorientos pies de la enana.

—Después de vosotros —sugirió el guerrero, con cierta hosquedad, a los desconocidos. Pero éstos no despegaron los labios ni hicieron el menor movimiento.

—¿Por qué os obstináis en que sea yo el primero en penetrar en la espesura? —insistió Caramon, retrocediendo un paso—. Vamos, conducidla a la Torre. Vosotros podéis ayudarle, yo no. No me necesitáis.

Los seres de altas vestiduras continuaron sin pronunciar palabra, si bien uno de ellos levantó la mano y señaló el Bosque.

—Caramon —lo apremió el kender—, tengo la impresión de que nos invitan a adentrarnos en sus dominios.

«No nos molestarán, hermano, hemos sido invitados». —El guerrero evocó en su memoria las frases que recitara Raistlin años atrás.

—No confío en los magos —fue su respuesta de entonces y, también, la que balbuceo ahora.

De pronto, invadieron el aire unas risas extrañas, fantasmales, susurrantes. Bupu se abrazó a la pierna del enorme humano y se aferró a él, presa del pánico, mientras Tasslehoff esbozaba una mueca de inquietud poco habitual en él. Surgió de la nada una voz, un siseo familiar para Caramon.

—¿Me incluye a mí tu desconfianza, querido hermano?