7

Doble personalidad

Canta aquello que el licor te inspira,

canta lo que tus ojos desdoblados ven.

La fea Keo se transforma en dos bellas Siras,

seis lunas en el cielo giran, en alegre vaivén.

Canta al valor del navegante,

canta cuando quieras el codo empinar,

y un puerto de rubíes será el fondeadero,

donde al viento tres baladas podrás lanzar.

Canta, buen tónico es para el corazón,

canta a la absenta de las despreocupaciones,

canta al que sigue el camino ondulante,

y al perro, y al que no escucha oraciones.

Todas las posaderas de ti están prendadas,

tienes cien amigos en cada

lugar, al viento dices lo que sientes,

al viento tres baladas podrás lanzar.

Al caer la tarde, Caramon estaba en un lamentable estado de ebriedad.

Aunque al principio sus enormes zancadas lo distanciaron de Tas y Bupu, ambos lograron darle alcance debido a las frecuentes pausas que hacía para rociar su gaznate con el perjudicial elixir. Lo hallaron en medio de la vereda, apurando las últimas gotas con la cabeza inclinada hacia atrás. Cuando, al fin, bajó su odre, espió decepcionado su interior y lo agitó violentamente, con un peligroso bamboleo, resuelto a aprovechar el postrer efluvio.

«Está vacío», le oyó rezongar el kender.

«No puedo hablarle de la desaparición de la taberna —se dijo Tas, preso de un hondo desánimo—. No en estas condiciones, lo único que conseguiría sería agravar su locura y poner en peligro nuestra seguridad».

Ignoraba que era difícil empeorar el caos mental de su amigo, si bien así lo constató en el instante en que se acercó a él y le dio unas palmadas en el hombro. El gigantesco guerrero se giró, exacerbado su susto a causa de la embriaguez, y oteó la espesura en la media luz del crepúsculo.

—¿Quién va? ¿Quién me saluda? —inquirió aturdido.

—Soy yo, tu acompañante —explicó el kender con un hilo de voz—. Sólo quiero disculparme. Caramon…

—¿Cómo? ¿Quién es yo? —volvió a indagar él, e incluso retrocedió unos pasos para estudiar al hombrecillo. Esbozando la alelada sonrisa del beodo, exclamó—: ¡Hola, pequeño amigo! Veo que eres un kender. Y tú —se dirigía a Bupu— una enana gully. ¿Cómo os llamáis?

—No comprendo —confesó Tasslehoff.

—He preguntado vuestros nombres —insistió Caramon en digna postura.

—Vamos, ya me conoces —protestó el kender disgustado—. Soy Tas.

—Yo Bupu —apostilló la enana, con el rostro iluminado ante la perspectiva de un nuevo juego—. ¿Y tú cómo te llamas?

—Lo sabes muy bien —la reprendió Tas irritado, pero casi se mordió la lengua al interrumpirlo el hombretón.

—Tienes razón, debo presentarme —anunció en actitud solemne, a la vez que inclinaba su insegura testa a guisa de reverencia—. Soy Raistlin, un mago prodigioso y dotado de un enorme poder.

—¡Déjalo ya, Caramon! —intervino Tas más enojado a cada segundo—. Ya te he pedido perdón, no creo que debas…

—¿Caramon? —El interpelado abrió los ojos de par en par, antes de encogerlos en las rendijas propias de los seres taimados—. Caramon murió, y a manos mías. Acabé con él hace mucho tiempo, en la Torre de la Alta Hechicería.

—¡Por las barbas de Reorx! —se escandalizó el kender.

—Él no es Raistlin —protestó Bupu, aunque una repentina incertidumbre la forzó a hacer una pausa y escudriñarle—. ¿O sí?

—Por supuesto que no —se apresuró a asegurarle Tasslehoff.

—¡Este juego no me gusta! —dijo la enana con firmeza—. Quiere suplantar a aquel humano que fue tan bueno conmigo. Éste es una criatura rechoncha y desagradable. Me voy a casa. ¿Cuál es el camino? —Había sido, para ella, un discurso largo y terminante, que había logrado inquietar al kender.

—No te impacientes —trató de calmarla mientras buscaba una explicación.

¿Qué estaba ocurriendo? Aferró su copete y, sin preámbulos tiró de unas hebras de cabello con gran energía. Se le saltaron las lágrimas de dolor y este hecho le produjo cierto alivio, ya que por un momento creyó haberse dormido y prefería afrontar la realidad antes que las sombras de un extraño sueño.

La escena era auténtica, al menos para Tas. En cuanto a Caramon, era otro cantar.

—Observad —les urgió—, me dispongo a invocar un hechizo. —Ondeó las manos con gesto exagerado, las alzó y, tras perder casi el equilibrio, separó las piernas a fin de proferir una retahila de incongruencias—. Nido de rata y polvo ceniciento, obrad el encantamiento —recitó, o acaso inventó, señalando un árbol—. ¡Las llamas lo consumen, arde como el infeliz de Caramon!

El guerrero hizo ademán de retroceder, tropezó hacia atrás, encorvó el cuerpo para contrarrestar su peso y, sin caerse como era de prever, comenzó a andar por la senda, canturreando en un gorgoteo apenas inteligible.

—Todas las posaderas de ti están prendadas, tienes cien amigos en cada lugar, al viento dices lo que sientes.

Tas echó a correr tras él, retorciéndose las manos y seguido de cerca por Bupu.

—El árbol no se ha incendiado —comentó la enana con severidad.

—¡Claro que no! Pero él cree…

—Es un pésimo mago. Mi turno —interrumpió ella, y se puso a revolver la enorme bolsa que llevaba colgada en bandolera y que periódicamente, se enredaba en su saya. A los pocos segundos emitió un grito de triunfo, a la vez que extraía de su interior una rata muerta, rígida y algo descompuesta.

—Ahora no, Bupu —le rogó el kender, atenazado por la molesta sensación de que se le escapaban los últimos resquicios de cordura. Caramon, que aún llevaba la delantera, había abandonado su tarareo y proclamaba a voces que iba a envolver el bosque en telarañas.

—Cuando pronuncie la fórmula mágica no escuches —advirtió Bupu a Tas—. Se desvelaría el secreto.

—No te preocupes, no pienso hacerlo —contestó el kender impaciente. Aceleró el paso temeroso de perder a Caramon quien, pese a su verbosidad, avanzaba a un ritmo considerable.

—¿Seguro que no? —persistía Bupu, entre jadeos a causa de la carrera.

—No. —Tasslehoff suspiró en un intento de controlarse.

—¿Por qué?

—Porque no quiero desobedecer tus instrucciones.

—Pero si no escuchas, no oyes. ¿Cómo sabes entonces cuándo has de taparte las orejas? —lo imprecó Bupu disgustada—. Pretendes robar mi frase mágica. Regreso a casa.

La enana se detuvo abruptamente, dio media vuelta y se alejó por el sendero con un brioso trotecillo. Tas, sin saber a quién acudir, también hizo un alto, si bien la acción de Caramon resolvió el problema. El guerrero se abrazó a un árbol cercano para conjurar a una hueste de dragones con delirantes gritos. Como no hiciera ademán de deponer su actitud, el kender farfulló un reniego y corrió en persecución de Bupu.

—¡Espera! —le rogó. No tardó en darle alcance y sujetarla por un montículo de harapos, que confundió con su hombro—. Prometo no robar nunca tu versículo mágico.

—¡Ya lo has hecho! —lo recriminó ella agitando la rata muerta frente a sus ojos—. Lo has dicho.

—¿Qué he dicho? —preguntó el kender.

—Lo que no debías. Lo has pronunciado, y no por casualidad —lo acusó Bupu en pleno acceso de rabia—. ¡Mira el resultado! —Tras apartar el roedor de su campo de mira, extendió el índice hacia un punto de la senda y exclamó—: Las palabras arcanas eran «versículo mágico», no te hagas el desentendido. Y ahora presenciamos ese tórrido encantamiento.

Tas se llevó la mano a la cabeza, mareado a causa de tanta sinrazón.

—¡Fíjate! —persistió Bupu con aire triunfante por ser ella la depositaria del enigma, olvidado su enfado casi antes de que naciera—. Hemos provocado un fuego. «Versículo mágico» nunca falla. Él es un mal hechicero.

Al centrar la mirada en el paraje que le indicaba la enana gully, Tas pestañeó perplejo. Sobre el camino mismo se elevaba un haz de llamas.

«Soy yo quien regresa a su hogar, a Kenderhome. Compraré una casa, o me instalaré en la de algunos amigos hasta que me sienta mejor», musitó para sus adentros.

—¿Quién anda ahí? —preguntó una voz cristalina.

Aquélla llamada fue como un bálsamo para Tasslehoff. La encontró tan tranquilizadora que estuvo a punto de provocarle un arrebato histérico.

—¡Es una fogata de campaña! —confirmó, desbordado de júbilo. Sin el menor recelo se encaminó hacia el lugar, una mancha iluminada en la negrura de su entorno, a la vez que se identificaba—. Soy Tasslehoff Burrfoot, y por el timbre puro con que nos has invocado creo haberte reconocido como… ¡Ay!

Este lamento fue ocasionado por Caramon, quien había alzado al kender en el aire y, sosteniéndolo en volandas con uno de sus poderosos brazos, le selló la boca mediante la mano libre.

—Chitón —le ordenó al oído, y los efluvios de su aliento casi produjeron un desmayo al hombrecillo—. ¡Alguien merodea junto a esa luz!

No sería decoroso repetir aquí las imprecaciones mentales de Tasslehoff, de modo que nos limitaremos a decir que se debatió en los brazos de su amigo en un ímprobo esfuerzo para liberarse. Trataba de lanzar culebras por la boca, que no llegaron a materializarse al contenerlas la manaza del guerrero.

—Es quien yo temía —afirmó éste, asintiendo con la cabeza al mismo tiempo que su palma estrujaba la faz del desvalido kender.

Asfixiado, Tas comenzó a ver estrellas de colores y su forcejeo se tornó desesperado. Arañaba con ansia a su grueso compañero en un alarde de energía, pero pronto se habría marchitado la breve y excitante vida del kender de no haber aparecido Bupu en escena.

—«¡Versículo mágico!» —declaró una vez más, plantándose a los pies del colosal humano y arrojando la rata a su nariz. Los fulgores de la fogata se reflejaron en los ojos del putrefacto cadáver y perfilaron los afilados dientes, fijos en una perpetua y siniestra sonrisa.

Sorprendido por el inesperado proyectil, Caramon emitió un alarido y soltó a Tas. Cayó el kender como un fardo y casi sin resuello.

—¿Qué sucede? Empiezo a impacientarme —los apremió la misma voz, ahora más fría.

—Hemos venido a rescatarte —acertó a explicar Tasslehoff entre jadeos.

Una figura ataviada de blanco y cubierta con una capa de piel se detuvo en la senda, cerca del trío. Bupu la inspeccionó con desconfianza.

—«Versículo mágico» —repitió obsesionada a la que ella suponía un fantasma, y que no era sino la Hija Venerable de Paladine.

—Me disculparás si no me deshago en parabienes y frases de agradecimiento —comentó Crysania a Tasslehoff un poco más tarde, sentados en torno a la fogata.

—Siento mucho lo sucedido —respondió el kender, tan trastornado que su cuerpo se encorvaba sobre sí mismo como si quisiera ocultarse—. Siempre lo complico todo, pregúntale a quien quieras. En numerosas ocasiones me han reprochado que vuelvo locas a las personas, pero hasta hoy no me había juzgado capaz de hacerlo realmente.

Deprimido y con el llanto a flor de piel, el kender contempló anhelante a Caramon. El gigantesco humano estaba al lado del fuego, arropado en su capa, y debido al influjo aún latente del alcohol su personalidad seguía oscilando entre la de Raistlin y la suya propia. Como guerrero cenó con un apetito voraz y atiborró sus insaciables mandíbulas de todos cuantos bocados cayeron en sus manos, además de obsequiar a sus acompañantes con varias baladas obscenas que hicieron las delicias de Bupu. En efecto, la enana gully lo animaba con palmadas iniciadas a destiempo y hacía las veces de coro. Tas, mientras, se enfrentaba al acuciante dilema de estallar en carcajadas o arrebujarse bajo una roca y morir de vergüenza.

De todos modos, el kender decidió con un estremecimiento que prefería al humano concupiscente antes que soportarlo en su versión Caramon-Raistlin.

Aún sopesaba en su mente los pros y los contras cuando ocurrió la transformación, en medio de una tonada. La enorme carcasa del guerrero pareció venirse abajo, convulsionada por un acceso de tos, para un instante después imponerse silencio con los párpados arrugados en estrechas líneas.

—Su estado no es culpa tuya —sosegó la sacerdotisa a Tas, estudiando a Caramon con frialdad— sino de la bebida. A su natural tosquedad hay que añadir el embotamiento de su mente y la pérdida de autocontrol. Ha permitido que sus instintos más bajos se adueñen de su persona. Se me antoja extraño que Raistlin y él sean hermanos gemelos. ¡El hechicero es tan sobrio, disciplinado, inteligente, y posee un refinamiento tan fuera de lo común!

Calló unos minutos y agregó entre suspiros:

—Desde luego, no niego que esta ruina humana merezca nuestra piedad. —La dignataria religiosa se levantó del círculo, se acercó al lugar donde estaba atado su caballo y comenzó a desabrochar las correas que afianzaban su lecho de campaña a la grupa—. Lo recordaré en mis oraciones a Paladine —ofreció.

—Estoy seguro de que tus plegarias no le harán daño —repuso Tas con tono incierto—, pero opino que en estos momentos necesita más un té o un café bien cargado.

Crysania giró el rostro y escudriñó al kender en actitud de reproche.

—Estoy segura de que no pretendías blasfemar, de modo que aceptaré tus palabras en el sentido en que han sido pronunciadas, sin concederles mayor importancia. No obstante, he de rogarte que adoptes una postura más seria ante las circunstancias…

—No te comprendo —la interrumpió él—. Hablaba con total seriedad al aseverar que lo que le conviene a Caramon es ingerir una taza colmada de té fuerte.

La sacerdotisa enarcó tanto sus oscuras cejas que Tasslehoff enmudeció, incapaz de adivinar qué podía haberla perturbado hasta ese extremo. Para romper la tensión se aplicó a desenrollar sus mantas, con el ánimo más alicaído que recordaba haber albergado jamás en su pecho. Sin causa justificada se avivó en su memoria la imagen de aquel día remoto en que cabalgaba junto a Flint a lomos de un dragón, durante la batalla en los llanos de Estwilde. El reptil se había internado en un banco de nubes y acto seguido surgió de él a una velocidad de vértigo, trazando piruetas en el aire.

Todo se volvió del revés, caían hacia el cielo para de nuevo elevarse en dirección a la tierra en un galimatías que no lograba sino marearle cuando, súbitamente, el animal se introdujo en otra nube y perdió el mundo de vista, invertido o no.

Constató que, en el fondo, la confusión de entonces guardaba cierto paralelismo con la actual, quizá por eso había evocado la escena. Crysania admiraba al perverso Raistlin y se compadecía de Caramon, lo que al kender le parecía irracional aunque no acababa de vislumbrar el motivo. El guerrero era él mismo y al mismo tiempo su gemelo, las posadas se desvanecían por arte de magia, debía oír una frase secreta a fin de saber cuándo le estaba prohibido escucharla… y, para colmo de desventuras, sugería algo tan lógico como administrar a un borrachín un té fuerte y recibía una reprimenda por blasfemo.

—Después de todo —rezongó entre dientes, sacudiendo las prendas de abrigo que usaría durante la noche—. Paladine y yo somos íntimos amigos. Él conoce mis intenciones sin intermediarias que se las expliquen.

Lanzó un suspiro y hundió la cabeza en su improvisada almohada, una capa doblada varias veces sobre sí misma. Bupu, por entero convencida a estas alturas de que Caramon era Raistlin, dormía con las piernas encogidas y la cabeza apoyada en el pie de su héroe de antaño. El guerrero, por su parte, permanecía sentado y en perfecta relajación, cerrados los ojos, tareareaba una cantinela en quedos susurros. En los breves intervalos de tos exigía a Tas en voz alta que le trajera el libro de hechizos a fin de perfeccionar su magia, mas pronto se zambullía de nuevo en su pacífico sopor. El kender confiaba en que el sueño disiparía los efectos del aguardiente enanil.

Crysania extendió su lecho junto al fuego, convertido ahora en meros rescoldos, sobre una capa de pinaza que había reunido con el propósito de aislarse de la humedad. Tasslehoff bostezó, no sin reconocer que la sacerdotisa se desenvolvía mejor de lo que él había imaginado. Había elegido un emplazamiento idóneo donde acampar, cerca del camino y de un riachuelo de aguas límpidas. No le hubiera apetecido tener que adentrarse demasiado en aquel bosque lóbrego y siniestro, hechizado.

«Bosque lóbrego». ¿Qué le recordaba esta expresión? Se sorprendió a sí mismo dispuesto a traspasar las fronteras del mundo de la vigilia y se conminó a despertar: debía despejarse, rememorar algo importante. Bosque siniestro, lóbrego, frecuentado por espíritus que hablaban al viajero.

—¡El Bosque Oscuro! —exclamó alarmado, a la vez que se incorporaba como impulsado por un resorte.

—¿Qué has dicho? —indagó Crysania, que acababa de envolverse en su capa para calentarse y aún no estaba acostada.

—¡El Bosque Oscuro! —repitió el Kender muy excitado—. Nos encontramos en sus lindes, y queríamos prevenirte contra sus peligros. ¡Sería terrible que te internaras en esa espesura en solitario! Aunque quizá ya estemos todos en él, lo que tampoco resulta muy tranquilizador.

Caramon, al oír la mención de un paraje tan perturbador, levantó los párpados sobresaltado y se puso a estudiar los alrededores a pesar de su amodorramiento.

—Supersticiones absurdas —declaró la Hija Venerable de Paladine acomodando, sin inmutarse, su cabeza en la almohadilla que siempre llevaba en sus alforjas—. Todavía no hemos llegado al Bosque Oscuro, mas en cuanto lo hagamos pienso visitarlo. Si no me equivoco se yergue a unas cinco millas de aquí, y mañana nos tropezaremos con una senda que nos conducirá hasta sus entrañas.

—¡Así que te propones atravesarlo! —Tas no daba crédito a las declaraciones de la sacerdotisa.

—Por supuesto —respondió ella con su habitual frialdad—. Su más alto dignatario puede ayudarme, y debo persuadirle de que lo haga. Tardaría varios meses en recorrer el trecho que me separa de la Torre de la Alta Hechicería de Wayreth, incluso a caballo, así que tracé el plan de recurrir a los Dragones Plateados que moran en ese frondoso lugar. El Señor del Bosque les ordenará que me transporten a mi destino en un abrir y cerrar de ojos.

—Pero los espectros, el rey fantasma y su cohorte de seguidores… —comenzó a nombrar trabas el kender.

—Fueron liberados de sus letales cadenas cuando respondieron a la llamada del Bien para combatir a los Señores de los Dragones —fue la contestación de la dama, quizás algo tajante—. Te conviene estudiar mejor la historia de la guerra, Tasslehoff, más aún después de haber participado en ella. En el instante en que las fuerzas humanas y elfas se aliaron a fin de recuperar la perdida Qualinesti, los espíritus del Bosque Oscuro se enrolaron en sus filas y, al hacerlo, rompieron el encantamiento que los ligaba a una existencia perpetua entre las sombras. Abandonaron Krynn una vez concluida la liza, y ningún ser viviente ha vuelto a verlos por estos contornos.

—¡Ah! —fue todo cuanto pudo esbozar el sobrecogido hombrecillo. Tras unos segundos de meditación, no obstante, se repuso y pudo continuar, ahora con entusiasmo—: Tuve ocasión de conocer a las huestes espectrales. Todos sus miembros eran muy corteses, bruscos en sus idas y venidas pero en extremo educados.

—Estoy muy cansada —lo interrumpió la sacerdotisa—, y mañana me aguarda un largo viaje. Me haré cargo de la enana gully y continuaré mi ruta hacia el Bosque Oscuro, mientras tú acompañas a casa a tu embrutecido amigo y le procuras el auxilio que precisa. Buenas noches.

—¿No deseas que establezcamos turnos de vigilancia? Los guerreros afirmaron… —Optó por callar. Aquellos individuos eran clientes de la taberna desaparecida.

—Paladine velará nuestro descanso —le espetó Crysania y, entornando los ojos, se sumió en sus oraciones nocturnas.

«Me pregunto si ambos hablamos del mismo Paladine», caviló Tas, tragando saliva y evocando a aquel mago llamado Fizban que le infundiera ánimos en sus momentos de soledad. Miró a la sacerdotisa con el temor de haber manifestado tal pensamiento y ser acusado de blasfemo una vez más, pero ella estaba absorta en su recogimiento y no le prestaba atención, así que se arrebujó en sus mantas.

Dio vueltas y vueltas sin hallar una postura cómoda hasta que al fin, totalmente desvelado, se levantó y decidió apoyar la espalda en el tronco de un árbol para gozar de la noche primaveral. Hacía fresco, pero no el penetrante frío del invierno, y el cielo vacío de nubes parecía cargado de buenos augurios. No soplaba una brizna de aire, si las leñosas ramas crujían era al ritmo de sus propias conversaciones y de la savia que, renovada, surcaba sus tejidos a fin de despertarlos de su prolongado letargo. Al arañar con la mano la tierra húmeda, el kender palpó los brotes de hierba que se abrían paso entre las hojas secas.

Tas suspiró, tratando de impregnarse de la bonancible atmósfera. ¿Por qué le azuzaba un incontenible desasosiego? ¿Qué ruido era aquél? ¿El de una rama al quebrarse? Se volvió sobresaltado, sin respirar para que no se escapara a su percepción ni el más leve sonido. Nada, salvo el silencio, vibró en sus tímpanos. Alzó entonces la vista hacia el firmamento y distinguió la constelación de Paladine, el Dragón de Platino, que giraba a perpetuidad alrededor de Gilean, fiel de la balanza y equilibrio perfecto de la Neutralidad. Al otro lado de Paladine, en constante y mutua vigilancia, evolucionaban las estrellas de la Reina de la Oscuridad, llamada también Takhisis o Dragón de las Cinco Cabezas.

—Te vislumbro en las alturas del cosmos y te siento lejano —murmuró el kender a la silueta de platino—, aunque comprendo que debes custodiar al mundo y no sólo a nosotros. Espero que no te moleste el hecho de que yo, a mi vez, me aposte como centinela de este pequeño grupo que para ti no es sino una menudencia. No es por desconfianza ni una falta de respeto, sino por una especie de premonición que me advierte de una presencia desconocida. —Se estremeció en un súbito escalofrío al dar forma a sus temores—. Algo extraño, antinatural, nos ronda, sin duda sabes a qué me refiero. De todos modos, he de admitir que quizá lo único que sucede es que me afecta la proximidad del Bosque Oscuro y el carácter dispar de mis acompañantes. De alguna manera soy responsable de ellos.

Era esta última una noción insólita para un miembro de su raza. Tas estaba acostumbrado a no preocuparse más que por sí mismo y, en sus viajes junto a Tanis y los otros, siempre fue el semielfo quien salvaguardaba la seguridad del grupo. Había conocido a guerreros fuertes y expertos que le liberaron de la carga…

¿Qué era aquello? No podía llamarse a engaño, había oído algo concreto. Se puso en pie de un salto y se inmovilizó, aguzando sus sentidos en la oscuridad. Sucedió al silencio inicial un eco de pies que arañaban las cortezas, y al fijar la vista en el lugar de donde procedía el quebrado susurro descubrió ¡una ardilla! Exhaló un suspiro que brotó de los recovecos de su alma.

—Ahora que me he levantado alimentaré la fogata con un nuevo leño —resolvió y, antes de encaminarse a la pila que yacía acumulada en un rincón del claro, miró la inerte figura de Caramon.

Una punzada de angustia recorrió sus vértebras al contemplarlo, pues se dijo que le habría resultado mucho más sencillo montar guardia de poder contar con el poderoso brazo de su amigo. En lugar de ofrecerle amparo el hombretón estaba despatarrado en el suelo, cerrados los ojos y roncando en la placidez de su borrachera. Apretujada contra su bota, reclinada la cabeza en su pie, Bupu respiraba en sonoras bocanadas que se mezclaban con las de su supuesto ídolo. Frente a la singular pareja, lo más lejos posible, Crysania dormía tranquila, con el pómulo apoyado en sus manos unidas.

Sin poder desechar sus inexplicables temblores Tas arrojó varias ramas sobre los rescoldos, que reavivaron las llamas. Bajo el influjo de su reconfortante calor se aprestó a realizar su tarea, situándose frente a los árboles que, envueltos en la negrura emitían ahora siseos de mal agüero. Nació un nuevo crujido de hojas y, pese a su desazón, Tas lo atribuyó a otra ardilla, o quizás a la misma.

Pronto, sin embargo, cambió su actitud. ¿Acaso no se deslizaba algo de mayor tamaño en las sombras? Oyó, por añadidura, el ruido inequívoco que provoca una rama al partirse y comprendió que no había ardilla dotada de tanta fuerza. Hurgó veloz en su bolsa hasta cerrar los dedos en torno a un cuchillo.

¡Era el bosque entero el que se movía! Los árboles cerraban el cerco en torno a los durmientes, lentos pero implacables.

Trató el kender de dar el grito de alarma, cuando un tentáculo leñoso lo agarró por el brazo y le dejó paralizado. Por fortuna se sobrepuso enseguida del susto y, retorciendo el miembro atenazado a fin de desembarazarse de su aprehensor, le clavó la hoja de su arma.

Rasgaron el aire un reniego y un alarido de dolor. La misteriosa rama soltó a su presa, que se debatía en una terrible confusión. Unos segundos más tarde, ya sereno al sentirse libre, Tas recapacitó que los árboles ignoraban el sufrimiento y no proferían voces de protesta. Era evidente que se enfrentaban a criaturas vivas, palpitantes.

—¡Al ataque! —ordenó con toda la potencia de sus pulmones, a la vez que retrocedía—. ¡Caramon, ayúdame!

En su momentánea retirada, el kender tropezó contra una raíz y cayó de espaldas. Observó de nuevo al guerrero: dos años atrás se habría incorporado de inmediato con la mano posada en la empuñadura de su acero, alerta y preparado para el combate. Ahora, en cambio, su embotada cabeza se mecía en un ebrio letargo y abandonaba a Tas a su suerte provisto de un simple cuchillo, casi indefenso. Gracias a su coraje, el hombrecillo logró arrastrarse hacia la chisporroteante fogata y mantener a raya al adversario agitando la pequeña hoja metálica.

—¡Crysania, despierta! —instaba a la sacerdotisa a medida que iban surgiendo más contornos amenazadores del bosque—. Te lo suplico, despierta.

Sintió en su espina dorsal el calor de las llamas. Sin apartar los ojos de las sombras, tanteó el terreno y asió un leño por el extremo con la esperanza de que fuera el lado no socarrado. Alzó la tea y la arrojó delante de él.

Una incierta agitación le reveló que una de las criaturas se abalanzaba sobre su cuerpo. Trazó un sesgo con el cuchillo, dispuesto a no dejarse vencer y hundirlo en la carne del enemigo en cuanto tuviera oportunidad, pero en el instante en que iba a perpetrar el contraataque su rival se acercó a la luz del fuego y pudo distinguir sus rasgos.

—¡Caramon! —exclamó—. ¡Draconianos!

La sacerdotisa ya había salido de las brumas de su sueño y Tas vio cómo se sentaba, frotándose los ojos a fin de despejarse.

—¡Acércate a la hoguera! —le indicó a la desesperada, antes de pisotear a Bupu y propinar un puntapié a Caramon—. ¡Draconianos! —insistió.

El guerrero levantó un párpado, luego el otro y comenzó a examinar el campamento todavía atontado.

—¡Gracias a los dioses! —suspiró aliviado el kender al constatar que su fornido amigo se movía.

El descomunal humano se incorporó. Se obstinaba en examinar el paraje totalmente desorientado, pero conservaba suficientes vestigios de su talante batallador de antaño como para olfatear el peligro incluso estando aturdido. Tras erguirse en un leve balanceo, aferró la empuñadura de la espada —¡al fin!— y eructó.

—¿Qué pasa aquí? —gruñó, en la imposibilidad de aclarar su visión.

—¡Nos acosan los draconianos! —lo informó el kender por enésima vez, mientras cabriolaba a la manera de los duendes y blandía el cuchillo y una nueva tea, con tal vigor que sus enemigos no osaban acometerlos.

—¿Draconianos? —repitió Caramon sin dar crédito a sus oídos. Pero un examen más minucioso le permitió atisbar las retorcidas facciones de un semblante reptiliano, iluminado por el ahora agonizante fuego, y se disiparon sus dudas—. ¡Abyectas criaturas! —las imprecó—. ¡Tanis, Sturm, a mí! Raistlin, utiliza tu magia y las aniquilaremos.

Arrancando la espada de su ajustada vaina, el guerrero arremetió entre enloquecidos gritos de guerra… y se desplomó de bruces. Bupu se había abrazado a su tobillo.

—¡Oh, no! —gimió Tas.

Caramon yacía cuan largo era pestañeando asombrado, sin acertar a imaginar quién lo había abatido. La enana gully, que había actuado por instinto y sufrido un abrupto despertar, emitió un aullido de pánico y mordió al humano en la zona donde lo tenía atenazado.

El kender corrió en ayuda del caído, al menos para desembarazarlo de Bupu, pero no había llegado a su lado cuando oyó una llamada de auxilio a su espalda. ¡La sacerdotisa! La había olvidado por completo.

Al dar media vuelta comprobó que Crysania se hallaba en una situación apurada, forcejeando contra uno de sus atacantes. Dio un salto al frente y apuñaló con gesto agresivo al reptil, que lanzó un grito desgarrado y se derrumbó, fulminado. Casi antes de rozar el suelo la hedionda criatura comenzó a convertirse en estatua de piedra, si bien Tasslehoff retiró el acero con su habitual agilidad y evitó, así, que quedara aprisionado en el rocoso bloque.

Arrastró el kender a la trastornada mujer hacia Caramon, quien zarandeaba a Bupu con la pierna en un vano intento de expulsarla.

Los draconianos cerraron filas, y un febril escrutinio permitió a Tas constatar que estaban rodeados por todos los flancos. Consciente de que algo no encajaba, se esbozó una pregunta en su cerebro. ¿Por qué no los reducían ahora que se encontraban a su merced, qué esperaban?

—¿Te han herido? —inquirió en voz alta. Se dirigía a Crysania.

—No —respondió ella. Aunque pálida se mostraba tranquila. Si estaba asustada, hacía gala de un perfecto dominio. Sólo sus labios se movían, probablemente en una inaudible plegaria a su dios protector.

—Toma, venerable señora. —Le ofreció la tea o, mejor dicho, la insertó a la fuerza en su palma cerrada—. Me temo que tendrás que combatir y orar al mismo tiempo.

—Elistan lo hizo, sabré imitarlo —contestó Cyrsania con un atisbo de inquietud en sus palabras.

Resonó una ristra de órdenes en las sombras, emitidas por un ser que no pertenecía a la raza draconiana. El timbre de su voz así lo delataba y, aunque Tas no pudo identificarlo, su mero eco le producía escalofríos. En cualquier caso, no era momento para indagaciones. Los reptiles se aprestaban a saltar sobre ellos con aquel gesto tan característico de proyectar la lengua fuera de su boca, como un proyectil.

Sobrevino el asalto y Crysania flageló a sus enemigos con torpes bandazos de la improvisada antorcha, que tuvieron la virtud de hacerles vacilar. Tas seguía tratando por todos los medios de separar a Bupu del maltrecho Caramon, si bien todos sus esfuerzos resultaron infructuosos hasta que fue un draconiano quien, sin percibirlo, solventó el problema. Tras arrojar al kender hacia atrás, el individuo desprendió a la enana gully con su ganchuda garra.

Los miembros de esta tribu enanil eran conocidos en todo Krynn por su exagerada cobardía e incapacidad en la lucha abierta. No obstante, al sentirse acorralados se debatían como ratas inoculadas de rabia.

—¡Monstruo salido del cieno! —insultó Bupu a su agresor y, abandonando el tobillo de Caramon, hundió sus dientes en la escamosa pierna del reptiliano.

La boca de la enana estaba casi despoblada, mas los pocos incisivos que le restaban eran afilados. Mordió pues la verde epidermis de su agresor con una voracidad fruto, además, de la escasa cena que había ingerido.

El draconiano emitió un aullido ensordecedor, enarboló su espada y se dispuso a segar para siempre la existencia de Bupu cuando, de repente, Caramon, que a duras penas se había puesto en pie y ondeaba su acero a diestro y siniestro sin tomar conciencia del atolladero en el que se hallaban inmersos, cercenó su brazo de manera accidental. La enana se estabilizó, humedeció sus labios y emprendió la búsqueda de otra víctima.

—¡Hurra, Caramon! —lo vitoreó Tas. El kender clavaba su cuchillo en todos los rivales que se ponían a su alcance, con la misma rapidez con que la serpiente envenena la sangre. De vez en cuando dedicaba a Crysania miradas de soslayo, e incluso presenció cómo la sacerdotisa incrustaba la tea en el cráneo de un draconiano a la vez que invocaba el nombre de Paladine. La criatura sucumbió sin opción a la réplica.

Al poco rato tan sólo quedaban en pie dos o tres adversarios, y el hombrecillo comenzó a relajarse. Se habían apostado fuera del radio de la oscilante luz y espiaban al imponente guerrero humano. La figura de Caramon, vislumbrada en la penumbra donde no se evidenciaba su declive, se recortaba tan desafiante como en los viejos tiempos. Su espada refulgía bajo las llamas rojizas, presagio de muerte ineludible para cualquier contricante.

—¡Acaba con ellos, amigo! —le urgió el kender con un grito agudo—. Entrechoca sus cabezas…

La voz de Tas se apagó al advertir que el guerrero se volvía a fin de encararse con él, contraída su faz en una extraña expresión.

—No soy quien tú pareces suponer sino Raistlin, su hermano gemelo. Nunca me rebajaría a luchar con el acero y, por otra parte, Caramon murió. Yo lo destruí. —Tras estudiar unos instantes la espada que sostenía en la mano, la dejó caer como si le quemara—. Ahora entiendo tu confusión. ¿Qué hacía ese frío objeto en mi palma? ¡No puedo formular hechizos con un arma y un escudo!

Tasslehoff, alarmado, examinó a los draconianos por el rabillo del ojo. Aquellos seres intercambiaron miradas de inteligencia e hicieron ademán de avanzar. Aunque sospechaban que el guerrero les tendía una trampa, lo sometieron a estrecha vigilancia.

—Eres tú quien te equivocas. ¡No eres Raistlin, sino Caramon! —le espetó el kender con gran vehemencia. Pero no consiguió hacerle entrar en razón, el cerebro del humano aún no había despedido totalmente los efluvios del aguardiente enanil. Indiferente a cualquier reprimenda susceptible de hacerle renunciar a la personalidad que ahora encarnaba, el robusto luchador entrecerró los párpados, alzó las manos y entonó un cántico pretendidamente arcano.

—Hormigueros, cenizas de plata y libros esotéricos —murmuraba con un curioso zigzaguear de todo su cuerpo.

La mueca siniestra de un draconiano se dibujó ante Tas con escalofriante nitidez. Estalló un resplandor acerado y el kender se desvaneció, preso de un dolor insoportable.

Tasslehoff estaba tendido en el suelo. Un líquido tibio discurría por su rostro, cegándole un ojo y goteando hasta sus labios. Sabía a sangre, pero no podía fijar sus ideas a causa del cansancio.

Tampoco conseguía dormir, el dolor se lo impedía, ni osaba mover la cabeza por temor a que se desgajara en dos mitades. Por consiguiente permaneció inmóvil, atisbando el mundo con su visión parcial.

Oía los gritos disonantes de la enana gully, similares a los de un animal torturado, mas sus protestas cesaron de manera abrupta para ser sucedidas por un único alarido, un gemido ahogado. Un cuerpo de enormes proporciones se estrelló a su lado contra la tierra: al instante lo reconoció como Caramon. La sangre fluía a borbotones de las comisuras de sus labios, sus ojos abiertos se perdían en pos del infinito.

Tas no se entristeció, era insensible a todo salvo al lacerante pálpito de su cabeza. Un inmenso draconiano se plantó a horcajadas sobre él, blandiendo la espada, y el hombrecillo supo que iba a rematarle. No le importaba, sólo quería que acallase su sufrimiento cuanto antes.

Captó su atención un revoloteo de ropajes blancos, acompañado por una cristalina voz que pronunciaba el nombre de Paladine. El reptiliano que se disponía a poner fin a su vida desapareció de forma súbita y sus garras, al alejarse, rasgaron la quebradiza maleza circundante. La blanca túnica se arrodilló entonces junto a él de tal manera que su portadora, mientras invocaba de nuevo a su dios, pudo posar una acariciadora mano en su maltrecho cráneo. El dolor se difuminó y, un poco más sosegado, el kender vio cómo Crysania rozaba también al insconsciente guerrero y éste entornaba los párpados para zambullirse en un sueño reparador.

«Todo se ha resuelto. Los soldados enemigos se van y nosotros quedamos de nuevo a salvo», pensó Tas jubiloso. Notó un ligero temblor en la mano que la sacerdotisa mantenía en contacto con su piel antes de alzar la testa y otear el panorama aún en una nebulosa, fortalecido, sin embargo, por los poderes curativos que ella le transmitía.

Alguien se aproximaba, alguien que había ordenado la retirada de los draconianos y que era, acaso, la criatura que ahora se internaba en el círculo de luz del campamento.

Intentó el kender dar la alarma, pero un nudo en su garganta le impidió articular cualquier sonido. Le daba vueltas la cabeza en un torbellino vertiginoso y, por un momento, le asaltó la sensación de que un ente invisible mezclaba las aventuras de su vida en aquel mareado cerebro que de tan poco le servía.

Crysania se puso en pie y el ondulante repulgo de su túnica, al agitarse, levantó una nube de polvo frente a los ojos del kender. Despacio, la dignataria eclesiástica comenzó a retroceder ante el ser impreciso que la acosaba a la vez que llamaba a Paladine en su auxilio, mas las palabras se congelaban en el aire en cuanto afloraban a sus labios.

Tas, contagiado por el indescriptible terror de la dama, hizo ímprobos esfuerzos para cerrar los ojos. Sin embargo, y tras librar una breve batalla, la curiosidad se impuso al miedo y el kender contempló a la figura que se acercaba a la sacerdotisa. Vestía la armadura de los Caballeros de Solamnia, si bien su superficie aparecía socarrada, ennegrecida. Cuando hubo alcanzado a Crysania se detuvo a escasa distancia y extendió un brazo, un brazo que no se terminaba en una mano, al mismo tiempo que pronunciaba frases surgidas de la nada, no de su boca inexistente. Sus ojos despedían chispas anaranjadas, sus piernas translúcidas atravesaron sin quemarse los rescoldos ígneos de la fogata antes de inmovilizarse. El frío insondable de las regiones donde aquel espíritu estaba obligado a errar eternamente manaba de su cuerpo, paralizando la médula de los huesos de cuantos a él se enfrentaban.

Alzó el kender la cabeza para presenciar mejor la escena. Crysania seguía apartándose del Caballero de la Muerte pero éste, lejos de cejar en su empeño, persistía en acorralarla. Avanzaba el espectro con pasos lentos, pero investidos de una apabullante firmeza.

El brazo que la criatura espectral tenía estirado hacia la sacerdotisa se prolongaba en un dedo lívido, descarnado y amenazador. Al adivinarlo, más que verlo, asaltó a Tas un pánico incontrolable.

—¡No! —gimió el hombrecillo, estremecido pese a ignorar qué iba a ocurrir.

El caballero emitió una corta sentencia:

—Muere.

Advirtió el kender que Crysania asía, en un rápido gesto, el Medallón que pendía de su cuello. Un brillante resplandor de blanca luz brotó de sus dedos y la Venerable Hija de Paladine cayó al suelo fulminada, como si el miembro de su oponente le hubiera traspasado el pecho.

—¡No! —suplicó de nuevo Tasslehoff sin saber qué decía. Los llameantes ojos de la sombra centraron su atención en él en el instante mismo en que una húmeda oscuridad, similar a la negrura de una tumba, sellaba su visión y sus entumecidos labios.