3

El ocaso del guerrero

—¡En nombre de los dioses! —repitió el semielfo y, consternado, se volcó sobre el comatoso guerrero—. Caramon…

—Tanis. —El tono apremiante de Riverwind lo obligó a alzar la vista. El hombre de las Llanuras cobijaba a Tika en sus brazos mientras trataba, junto a Dezra, de consolar a la desdichada joven, pero el círculo de parroquianos se cerraba alarmante en torno al trío. Se empecinaban unos en hacer preguntas al que-shu o solicitar la bendición de Crysania y otros, en cambio, exigían más cerveza o bien contemplaban la escena boquiabiertos.

—La taberna queda cerrada a partir de este momento —anunció el semielfo con resolución.

Se produjo un revuelo de protestas entre el gentío, contrarrestadas por unos aplausos en la esquina opuesta. Los clientes allí reunidos creyeron entender que el héroe de la Lanza los invitaba a una ronda de bebidas.

—Hablo en serio —insistió Tanis con firme ademán, sobreponiéndose a abucheos y vítores. Cuando se restableció la calma añadió—: Os agradezco la cálida acogida que me habéis dispensado, no sabría explicaros lo que significa para mí regresar a casa. No obstante, mis compañeros y yo deseamos estar solos. Os ruego pues que os vayáis…

Se alzó un murmullo de comprensión acompañado de algunos palmoteos de buena voluntad, y sólo unos pocos esbozaron mordaces comentarios a tenor de que «cuanto más rango ostenta el caballero tanto más centellea la armadura en sus ojos», un viejo refrán de los tiempos en que la población se mofaba de los Caballeros Solámnicos. Tras dejar a Tika al cuidado de Dezra, Riverwind recorrió la sala a fin de hostigar a varios rezagados, que creían que la orden de Tanis no les incumbía a ellos. El semielfo montaba guardia junto a Caramon, quien exhalaba sonoros ronquidos en el suelo, y de ese modo impedía que alguien lo pisoteara al salir atropelladamente. Intercambió miradas con el hombre de las Llanuras cada vez que pasaba a su lado, pero no hallaron ocasión de hablar hasta que se hubo vaciado el local.

Otik Sandeth se apostó en el umbral, desde donde daba las gracias a todos por su presencia y les aseguraba que la posada se abriría la noche siguiente a la hora habitual. En cuanto se hubieron marchado los últimos clientes, Tanis avanzó hacia el retirado propietario, incómodo y avergonzado, pero antes de que le ofreciera sus excusas éste se apresuró a susurrarle:

—Me alegro de que hayas vuelto. Atrancad los accesos cuando termine la reunión. —Tenía la mano del semielfo estrechada entre las suyas, y aún la apretó más al lanzar a Tika una furtiva mirada y recomendar al héroe, como si quisiera conspirar con él—: Si ves que la muchacha sustrae una pequeña cantidad de dinero de la caja, no te preocupes. Sé que lo repondrá, así que finjo no advertirlo. —Desvió entonces los ojos hacia el yaciente Caramon y la tristeza invadió sus facciones—. Estoy convencido de que puedes ayudarle.

Tras concluir su discurso el anciano se despidió con una inclinación de cabeza y se dejó engullir por la negrura, apoyado en su bastón.

«¡Ayudarle! —se desesperó Tanis—. ¡Y pensar que yo he acudido a la posada buscando su auxilio!». El guerrero emitió un ronquido más estentóreo de lo corriente, se incorporó sobresaltado, eructó una bocanada de efluvios alcohólicos y se zambulló de nuevo en su sopor. Tanis consultó en silencio a Riverwind y meneó la cabeza, presa del desencanto.

Crysania, que se había mantenido al margen de la situación, dedicó a Caramon una mirada entre reprobatoria y piadosa.

—Pobre hombre —comentó sin alzar la voz, con el Medallón de Paladine refulgiendo a la luz de las velas—. Quizá yo…

—No hay nada que puedas hacer por él —se opuso Tika llena de amargura—. No necesita que le curen, sólo está ebrio. ¡Ha pillado una tremenda borrachera, eso es todo!

La sacerdotisa quedó perpleja ante una respuesta tan desabrida pero Tanis, al imaginar que su réplica podía crear un serio conflicto, decidió no darle tiempo a reaccionar.

—Creo que entre los dos podremos transportarlo a su cama —sugirió a Riverwind después de examinar a Caramon.

—Dejadle donde está —lo atajó Tika, enjugándose las lágrimas con el repulgo de su mandil—. Ha dormido muchas noches en el suelo de la taberna, una más no le hará daño. Quería contártelo, de verdad —dijo al semielfo—. Si no lo hice fue porque abrigaba la esperanza de que se obrase un milagro. Verás, se excitó sobremanera al recibir tu mensaje y, durante un tiempo, recuperó la serenidad. Era casi el Caramon de nuestras aventuras, el que yo amé, y supuse que un encuentro contigo lo cambiaría definitivamente. Ése fue el motivo de que te dejara venir. Lo siento —se disculpó, y hundió la cabeza en su pecho.

Tanis se erguía aún al lado del guerrero, indeciso y petrificado.

—No entiendo nada. ¿Desde cuándo…?

—¡Con lo que me habría gustado asistir a tu casamiento! —suspiró la joven pelirroja sin cesar de formar nudos en los pliegues del delantal—. Pero no podía llevarle en un estado tan lamentable. —Prorrumpió de nuevo en sollozos, y Dezra la rodeó con sus brazos.

—Vamos, siéntate e intenta tranquilizarte —la confortó, conduciéndola hasta un banco de trabajado respaldo.

La posadera obedeció, pues las piernas apenas la sostenían, y siguió sumida en su crisis, ajena a cuanto sucedía a su alrededor.

—Imitemos a Tika y tomemos asiento —propuso el semielfo—, todos debemos recobrar la compostura. —Al descubrir que el enano gully los espiaba desde detrás del mostrador, le encargó—: Sírvenos un barril pequeño de cerveza con varias jarras, vino para la sacerdotisa Crysania y una fuente de patatas especiadas…

Hizo una pausa ya que el hombrecillo lo contemplaba anonadado, colgando su labio inferior en una muestra inequívoca de su incapacidad de asimilar tantas instrucciones. Dezra, consciente de las limitaciones de su compañero, esbozó una sonrisa y ofreció:

—Yo traeré lo que pides, Tanis. Si se ocupa Raf de organizarlo acabarás bebiendo patatas en un barril.

—Yo lo haré —protestó indignado el enano.

—Será mejor que te lleves los desperdicios —le aconsejó, paciente, la muchacha.

—Yo ser muy bueno atendiendo mesas —persistió él desconsolado mientras se encaminaba al exterior, propinando puntapiés a las patas de las sillas para desquitarse de tan horrible agravio.

—Vuestros aposentos se encuentran en el ala nueva de la posada —masculló Tika, todavía trastornada—. Os los mostraré.

—No hay prisa, los encontraremos nosotros mismos —contestó Riverwind en actitud severa pero, al cruzarse sus pupilas con las de la joven, prendió en sus ojos la llama de la más tierna compasión—. No te muevas de tu asiento y habla con Tanis, no podrá quedarse mucho tiempo.

—¡Maldita sea, había olvidado que el mozo debe aguardarme fuera con el caballo de refresco! —exclamó el semielfo, poniéndose en pie.

—Iré a avisarle de la pequeña demora —resolvió el hombre de las Llanuras.

—No te molestes, puedo hacerlo yo mismo. Tardaré tan sólo unos minutos.

—Amigo mío, eres tú quien me hace un favor si me permites ayudarte —le susurró Riverwind al pasar por su lado—. Necesito respirar el aire nocturno. Después lo trasladaré a su habitación si no se ha repuesto —concluyó, a la vez que señalaba a Caramon con un ademán de cabeza.

Tanis volvió a sentarse y, aliviado, se apoyó en el respaldo. Estaba frente a Tika, que permanecía en el banco adosado al muro. Crysania se instaló junto al semielfo aunque, a intervalos, dirigía furtivas y perplejas miradas al abultado cuerpo del guerrero ebrio.

El barbudo compañero comenzó a hablar a su amiga de temas insustanciales, que hilvanaba con la mayor soltura posible, hasta conseguir que ella irguiese la espalda e incluso sonriera. Cuando Dezra se acercó con las bebidas Tika parecía más relajada, si bien pervivían en su faz los vestigios de su angustia. Observó Tanis que Crysania apenas probaba el vino y, en lugar de tomar parte en la conversación, se mantenía inmóvil en su asiento con aquel insondable surco dibujado en la frente. Sabía que debía explicar a la sacerdotisa los acontecimientos, pero antes alguien tendría que relatárselos a él.

—¿Cuándo…? —se aventuró al fin a inquirir, temeroso de haberse precipitado.

—¿Cuándo se desató la pesadilla? —terminó Tika en su lugar—. Unos seis meses después de la reapertura de «El Ultimo Hogar». ¡Fue tan feliz hasta entonces! La ciudad estaba destruida, y el invierno había sido muy duro para los sobrevivientes. En su mayoría se hallaban próximos a la inanición, despojados de todos sus bienes y recursos por los draconianos y goblins, e incluso algunos se habían visto obligados a abandonar sus ruinosas viviendas y acomodarse en cualquier refugio que encontrasen, fuera éste una choza o una cueva natural. Las hordas enemigas saquearon Solace antes de nuestra llegada, de modo que nos topamos con un revoltijo de escombros que sólo los más animosos aprovechaban en la incipiente reconstrucción de sus casas. Recibieron a Caramon como un héroe, pues los poetas habían propagado con sus versos la noticia de la derrota de la Reina de la Oscuridad por todo el territorio.

Hizo un alto, conmovida por su propia historia. El orgullo que ahora evocaba se tradujo en sendos lagrimones, que jalonaron sus mejillas. Al poco rato continuó:

—¡Era tan dichoso en aquella época, Tanis! Los habitantes de Solace lo necesitaban, y no le importaba trabajar día y noche. Talaba árboles, cargaba haces de leña desde las montañas, erigía casas con los troncos que él mismo transportaba y hasta hizo de herrero, ya que Theros no estaba entre nosotros. Lo cierto es que no poseía una gran habilidad en este último menester —confesó esbozando una nostálgica sonrisa—, pero a nadie parecía inquietarle. Le satisfacía confeccionar cualquier tipo de instrumentos, herraduras o ruedas de carro, y los lugareños aceptaban todo cuanto podía proporcionarles. Fue un año espléndido: nos casamos y él olvidó por completo, o al menos así lo creímos quienes lo rodeábamos, a… a…

Tragó saliva, incapaz de pronunciar el fatídico nombre. Tanis, que sobrentendió a quién se refería, le dio unas palmadas en la mano y la joven, tras beber en silencio unos sorbos de vino, se sintió con ánimos de proseguir.

—El año pasado, en primavera, se operó un cambio brusco en su talante. Algo grave le ocurrió, ignoro qué fue exactamente, si bien estoy convencida de que guardaba relación con… —Una vez más calló, y meneó la cabeza—. La ciudad vivía un momento de prosperidad. Un forjador que estuvo cautivo en Pax Tharkas se mudó a Solace y se ocupó del establecimiento que hasta entonces regentara Caramon, privándole de esta distracción. Aún quedaban casas por edificar, pero todos se habían instalado de un modo u otro y no había prisa. Y, para colmo de males, yo me puse al frente de la posada. —Se encogió de hombros antes de conjeturar—: Me temo que, después de tanto ajetreo, mi pobre esposo no sabía qué hacer con su tiempo.

—Nadie precisaba su ayuda —colaboró el semielfo apesadumbrado.

—Ni siquiera yo —admitió Tika, tragando aire y enjugándose los ojos—. Quizá su derrumbamiento fuera culpa mía…

—No —la atajó Tanis como si le prohibiera la mera mención de esta posibilidad. Sus pensamientos, y sus recuerdos, se perdieron en las brumas de un triste pasado—. Todos conocemos al responsable de su desgracia.

—Sea como fuere intenté ayudarle, a pesar de mis múltiples obligaciones, sugiriéndole mil tareas a las que podía dedicar sus horas de ocio —explicó Tika con hondo pesar—. Y se esforzó, me consta que hizo cuanto estuvo en su mano. Rastreó a varios draconianos renegados a petición del alguacil, y se convirtió en guardián bajo contrato de los viajeros que se internaban en la azarosa senda de Haven. Sin embargo, pronto me di cuenta de que nadie alquilaba sus servicios por segunda vez. —Su voz se hundió ahora en un susurro quejumbroso—. A finales de invierno regresó al pueblo uno de los grupos que debía proteger, arrastrándolo en unas parihuelas… ¡Se había emborrachado, y fueron ellos quienes tuvieron que cuidar de su maltrecho cuerpo! Desde entonces no ha hecho más que dormir, atiborrarse de comida o deambular en compañía de mercenarios de dudosa procedencia por los alrededores de «El Abrevadero», ese mugriento local que se yergue en el otro extremo del pueblo.

Mientras deseaba para sus adentros haber contado con la presencia de Laurana para aconsejar a su amiga, Tanis intentó adivinar lo que ella habría sugerido:

—Quizás un hijo sería la solución.

—Quedé embarazada el verano pasado —le reveló Tika, apoyada la cabeza en la palma abierta—. Pero perdí la criatura. Caramon ni siquiera se enteró, y desde esa época hemos dormido en habitaciones separadas.

Tanis se ruborizó y se agitó en su asiento, sin atinar más que a acariciar la mano de la muchacha con un nudo en la garganta.

—Hace un instante has insinuado que la metamorfosis de Caramon se debe a alguien o algo en concreto —indagó, más para cambiar de tema que para constatar lo que ya sabía.

Tika se estremeció y, tras sorber otro trago de mosto sin adivinar que el semielfo ya conocía la respuesta, aclaró:

—Se propagaron ciertos rumores, oscuros por supuesto, acerca del mago al que tú y yo tuvimos por compañero de andanzas. —Se obstinaba en no pronunciar su nombre, como si fuera un presagio de terribles hecatombes—. Caramon decidió escribirle en secreto, Tanis. Descubrí la carta y me tomé la libertad de leerla; me destrozó el corazón. No contenía una sola palabra de reproche, respiraba amor por los cuatro costados. Le suplicaba que viniera a vivir con nosotros para, de ese modo, liberarse de las artes arcanas que le atraen hacia la negrura.

—¿Y qué ocurrió? —inquirió de nuevo el semielfo.

—Un emisario le devolvió el mensaje sin abrir. Ese vil personaje no se tomó ni siquiera la molestia de romper el lacre. Se limitó a escribir en el exterior del pergamino: «No tengo hermanos. No conozco a nadie llamado Caramon». Y firmaba: Raistlin.

—¡Raistlin! —Era la voz de Crysania, quien clavó su mirada en Tika como si reparara en ella por vez primera. Sus ojos plomizos denotaban un creciente asombro mientras iban de la joven pelirroja a Tanis y de este último al enorme guerrero, que yacía en el suelo, convulsionándose en su embriaguez semiconsciente—. ¿Éste es Caramon Majere, el hermano gemelo del que tanto hablabas? Lo cierto es que no he atado cabos hasta ahora. Y según tú, semielfo, este hombre ha de guiarme a…

—Lo lamento, Hija Venerable de Paladine —se disculpó él visiblemente turbado—. Ignoraba los sucesos que Tika acaba de relatarnos.

—Pero Raistlin es una criatura tan inteligente, tan poderosa, que no cabe imaginar que comparta su sangre con ese desecho. ¡Y pensar que, por añadidura, son gemelos! Raistlin —persistía en cantar sus alabanzas— rebosa sensibilidad, ejerce un control absoluto sobre sí mismo y sus seguidores. Es un perfeccionista, mientras que a esta ruina patética —hizo un gesto hacia el infeliz guerrero— sólo se la puede tildar de, de… No niego que merezca nuestras oraciones y nuestra piedad…

—Tu «inteligente y sensible perfeccionista» desempeñó un papel muy importante en la decadencia de «la ruina patética» que se ha desplomado ante nuestros ojos, respetable sacerdotisa —replicó Tanis con un timbre ácido, si bien cuidó de reprimir la cólera.

—Quizás ocurrió al revés —apuntó la Hija Venerable—, y fue la falta de amor lo que apartó a Raistlin de la luz para caminar entre tinieblas.

La posadera alzó la vista hacia aquella mujer, revestido su rostro de una expresión indefinible.

—¿Falta de amor? —repitió sin alterarse, aunque una llama ardía en el fondo de su iris.

Caramon gimió en su atormentado sueño y comenzó a revolverse sobre la piedra. Al mirarle, Tika se incorporó como impulsada por un resorte.

—Será mejor que lo llevemos a la cama —propuso, en el mismo instante en que la imponente figura de Riverwind se recortaba en el umbral. Se volvió entonces hacia Tanis para decirle—: ¿Nos veremos mañana? Ahora que ya lo sabes todo me gustaría mucho que pernoctaras aquí, por lo menos hoy. Así seguiríamos hablando durante el desayuno.

El semielfo estudió sus ojos suplicantes y tuvo que morderse la lengua antes de responder. Sin embargo, no era libre de elegir.

—Lo siento de verdad, Tika —rehusó compungido—, pero debo partir sin tardanza. Me separa un trecho considerable de Qualinost, mi destino, y no me atrevo a entretenerme. El porvenir de dos reinos depende de mi asistencia al funeral del padre de Laurana.

—Lo comprendo —afirmó la muchacha—. Además, este problema sólo me incumbe a mí. De un modo u otro me las arreglaré.

A punto estuvo el semielfo de arrancarse la barba, tal era su frustración. Ansiaba quedarse y ayudar a aquella pareja de viejos amigos. No había trazado un plan, pero quizá si intercambiaba unas palabras con Caramon lograría desmadejar el enredado ovillo de su mente. El dilema estaba en la reacción de Porthios, que se tomaría su ausencia en la ceremonia fúnebre como una afrenta personal; este hecho no sólo afectaría a su relación con su cuñado, sino que incluso podía influir en las negociaciones del proyectado pacto de alianza entre Qualinesti y Solamnia.

Mientras se debatía en estas cavilaciones miró sin proponérselo a Crysania, y comprendió que aún tenía otro problema. No podía llevar a la sacerdotisa a Qualinost porque Porthios no admitiría nunca en su reino a un clérigo humano.

—Se me ha ocurrido una idea —anunció—. Volveré después de las exequias y, mientras tanto, te dejaré aquí. —Se dirigía a la Hija Venerable—. En la posada estarás segura hasta que pueda escoltarte en la ruta de Palanthas ya que, como tu viaje ha fracasado, supongo…

—Mi viaje no ha fracasado —le espetó Crysania—. Seguiré adelante, fiel a mi plan inicial de visitar la Torre de la Alta Hechicería de Wayreth y parlamentar allí con Par-Salian, el mago de la Túnica Blanca.

—Pero yo no puedo acompañarte —protestó Tanis meneando la cabeza— ni tampoco Caramon, al menos en su actual estado.

—Cierto —accedió ella—, Caramon está incapacitado para desempeñar tan importante misión. No me queda pues más alternativa que aguardar hasta que tu amigo el kender se presente en este establecimiento con la persona que ha ido a buscar y, luego, continuar en solitario.

—¡Imposible! —se horrorizó el semielfo, con tanta vehemencia que Riverwind enarcó las cejas a fin de recordarle que se enfrentaba a una alta dignataria de la fe—. Señora, te acecharían unos peligros insondables. Además de los seres fantasmales que nos han perseguido, y que fueron enviados por alguien que ambos conocemos, hace tiempo escuché las historias espeluznantes que explicaba Caramon sobre el Bosque de Wayreth. ¡Todo en él es siniestro! Volveremos a Palanthas, y quizás algunos Caballeros se avengan…

Por vez primera, Tanis vislumbró un pálido atisbo de color en las marmóreas mejillas de Crysania. La sacerdotisa frunció el ceño en lo que parecía una honda meditación y, al fin, se ensanchó su rostro en una leve sonrisa al aseverar:

—No corro ningún riesgo, estoy bajo la protección de Paladine. No me cabe la menor duda de que esos entes oscuros a los que aludías son esbirros de Raistlin, pero carecen de poder para lastimarme. En realidad, lo que han hecho es fortalecer mi decisión. —Al ver el desaliento dibujado en los rasgos de Tanis, añadió con un suspiro—: prometo pensarlo, es cuanto puedo decir. Quizá tengas razón y nos acosen en la espesura enemigos invencibles.

—Además, sería para ti una pérdida de tiempo entrevistarte con Par-Salian —aventuró el semielfo, espoleado por el agotamiento a confesar con franqueza su opinión sobre los absurdos planes de la mujer—. Si él supiera cómo destruir a Raistlin, el perverso mago ya sólo perviviría en las leyendas.

—Hablas de destruirlo —replicó la sacerdotisa—, y nunca he pretendido tal atrocidad. —Estaba escandalizada, sus iris se tornaron de color acero—. Lo que quiero es recuperarlo, redimirlo. Y, ahora, deseo retirarme a mis aposentos si alguien tiene la amabilidad de indicarme dónde se encuentran.

Dezra dio un paso al frente y Crysania, tras despedirse del grupo, se alejó con la servicial muchacha. Tanis la siguió con los ojos, vaciada su mente de tal modo que no pudo pronunciar ni una palabra. Oyó a Riverwind balbucear unas frases en queshu, coreadas por los vagos lamentos de Caramon. En ese momento el hombre de las Llanuras dio un suave codazo a su compañero y ambos se inclinaron sobre el durmiente para, mediante un colosal esfuerzo, ponerlo en pie.

—¡En nombre del Abismo, cuánto pesa! —se quejó el semielfo, bamboleándose bajo el fardo al mismo tiempo que sentía en sus hombros el balanceo de los flácidos brazos del, en otro tiempo, fornido guerrero. Por otra parte, los efluvios del aguardiente enanil le producían náuseas—. ¿Cómo puede beber ese hediondo brebaje? —le comentó a Riverwind mientras, entre los dos, conseguían arrastrarlo hasta la puerta con la ansiosa Tika pegada a sus talones.

—En una ocasión conocí a un hombre que cayó en las redes de esta maldición —explicó el jefe de los que-shu—. Su final fue espantoso, se despeñó por un barranco al huir de unas criaturas malignas que existían en su mente.

—Debería quedarme. —El semielfo recapacitaba en voz alta.

—No puedes librar la batalla de otro —le advirtió Riverwind con firmeza—, y menos aún cuando es el alma lo que está en juego. Te aconsejo que no interfieras.

Era ya pasada la medianoche cuando la triste comitiva traspasó el umbral de la casa de Caramon y éste fue arrojado, sin miramientos, sobre el lecho. Tanis no se había sentido nunca tan abrumado por el cansancio, le dolía el espinazo tras someterlo al peso muerto del gigantesco guerrero. Al malestar físico, por otra parte, se unía una losa interior, la de aquellos recuerdos del pasado que en su día se le antojaron entrañables y ahora se asemejaban a heridas sangrantes. Y, por si fuera poco, debía cabalgar sin tregua hasta el amanecer.

—Me gustaría permanecer a vuestro lado —repitió a Tika, ya en la puerta. Los tres amigos contemplaban la ciudad de Solace, envuelta en pacíficos sueños—. De alguna manera, soy responsable…

—En absoluto —lo atajó la muchacha—. Riverwind está en lo cierto al recomendarte que no te interpongas en las luchas ajenas. Has de vivir tu propia vida y, aunque intentaras ayudar a Caramon, no conseguirías sino empeorar la situación.

—Quizás —admitió el semielfo—. De cualquier modo, regresaré dentro de una semana para hablar con él largo y tendido.

—Será estupendo —respondió Tika con un suspiro y, tras hacer una pausa, cambió de tema—. Por cierto, ¿a quién se refería Crysania al mencionar a un kender que ha de pasar por aquí? ¿No será Tasslehoff?

—Sí, él en persona —aclaró Tanis rascándose la barba—. Se trata de algo relacionado con Raistlin, algo que no he podido averiguar. Nos tropezamos con él en Palanthas y comenzó a contarnos una de sus imaginativas fábulas. Avisé a Crysania de que sólo la mitad de sus historias se acercaban a la verdad, y aún así era mejor no fiarse de tales aproximaciones, pero por lo visto Tas la convenció de que debía enviarle en busca de una misteriosa criatura susceptible de ayudarla a recuperar a Raistlin para la buena causa.

—No pongo en duda que esa mujer se halle entre los clérigos sagrados de Paladine —intervino Riverwind—, y ruego a los dioses que me perdonen por criticar a una de sus elegidas, pero creo que se ha vuelto loca.

Una vez hubo pronunciado tan severa afirmación se colgó el arco del hombro y se dispuso a partir, al igual que Tanis, quien besó cariñosamente a Tika y le susurró:

—Temo que estoy de acuerdo con Riverwind. Vigila a Crysania mientras se aloje en la posada. Una vez en Palanthas yo mismo hablaré con Elistan, pues deseo saber hasta qué punto conoce el plan demencial que se ha trazado. Y si Tasslehoff aparece, no le pierdas de vista. ¡No deseo por nada del mundo que se presente en Qualinost! Te aseguro que ya tengo bastantes problemas con Porthios y los elfos.

—No te preocupes, cumpliré tu encargo —lo tranquilizó la muchacha. Durante unos segundos permaneció acurrucada bajo el brazo con que él la rodeaba, dejando que la acunaran su fuerza y la compasión que dimanaba tanto de su contacto como de su voz.

Tanis vaciló y la apretó incluso más, reticente a la idea de soltarla. Desvió los ojos hacia el interior de la casa al oír los gritos inconexos de Caramon.

—Tika… —empezó a decir.

—Vete ya, Tanis —lo interrumpió ella apartándolo con firmeza—. Te aguarda una larga cabalgada.

—Me gustaría… —No concluyó, ambos sabían que cualquier comentario sería superfluo.

Despacio, el semielfo dio media vuelta y se reunió con Riverwind. Tika los seguía con la mirada, esbozando en sus labios una tenue sonrisa.

—Eres muy inteligente Tanis, y posees una gran intuición. Esta vez, sin embargo, te equivocas —susurró para sí misma en la soledad del porche—. Crysania no ha perdido el juicio. Lo que ocurre, y tú no lo has adivinado, es que está enamorada.