ESCENA IV

Una hora después, aproximadamente. El mismo escenario de la escena tercera. Se ve la cocina y la alcoba de Cabot. Acaba de amanecer. Los rayos del sol llenan de fulgores el cielo.

En la cocina, Abbie está sentada junto a la mesa, el cuerpo laxo y exhausto, la cabeza abatida sobre los brazos, el rostro oculto. En el primer piso, Cabot está dormido aún, pero despierta con un sobresalto. Mira hacia la ventana y lanza un bufido de sorpresa y de irritación, aparta los cobertores y comienza a vestirse presurosamente. Sin mirar hacia atrás, comienza a hablarle a Abbie, a quien supone a su lado.

CABOT:

¡Truenos y rayos, Abbie! ¡En cincuenta años, nunca dormí hasta tan tarde! Parece que el sol ha salido ya casi por completo. La culpa debe de ser del baile y el aguardiente. Me parece que estoy envejeciendo. Espero que Eben estará trabajando. Hubieras podido tomarte la molestia de despertarme, Abbie. (Se vuelve, no ve a Abbie y dice, sorprendido.) Caramba… ¿Dónde estará Abbie? Preparando el desayuno, supongo. (Va de puntillas hacia la cuna, mira y dice orgullosamente.) Buenos días, hijito. ¡Hermoso como un ángel! Duerme con un sueño profundo. No chilla durante toda la noche, como la mayor parte de los chiquillos. (Sale silenciosamente por la puerta del foro, pocos instantes después entra en la cocina, ve a Abbie y dice con satisfacción.) De modo que estabas aquí… ¿Has preparado algo de desayuno?

ABBIE (sin moverse):

No.

CABOT (acercándose a ella con un aire en que casi asoman la simpatía y la comprensión):

¿Te sientes mal?

ABBIE:

No.

CABOT (le da una palmada en el hombro. Ella se estremece):

Más vale que te acuestes un poco. (Con tono semiburlón.) Tu hijo te necesitará pronto. Seguramente despertará con un apetito devorador, a juzgar por la forma como duerme.

ABBIE (se estremece y dice con voz agobiada):

Ya no despertará.

CABOT (con tono festivo):

Me imita esta mañana. Yo nunca había dormido tan profundamente en…

ABBIE:

Está muerto.

CABOT:

¿Cómo?

ABBIE:

Le he matado.

CABOT (retrocediendo espantado):

¿Estás borracha…, o loca…, o…?

ABBIE (alza repentinamente la cabeza y se vuelve hacia él con frenesí):

¡Yo le maté, te digo! Le asfixié. ¡Sube y mira tú mismo, si no me crees!

(Cabot la mira absorto un momento, luego se precipita afuera por la puerta del foro, se le oye subir de cuatro en cuatro los escalones y entra corriendo en la alcoba y se acerca a la cuna. Abbie ha vuelto a sumirse apáticamente en su indiferencia. Cabot pone la mano en el cuerpo que está en la cuna. En su rostro aparece una expresión de miedo y horror.)

CABOT (retrocediendo trémulo):

¡Dios Todopoderoso! (Sale a tropezones, vuelve rápidamente a la cocina, se aproxima a Abbie, la estupefacción impresa aún en el rostro, y dice con voz ronca.) ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué? (Como ella no contesta, Cabot la agarra violentamente del hombro y la sacude.) ¡Te pregunto por qué lo hiciste! ¡Más vale que me lo digas… o…!

ABBIE (le repele furiosamente, tanto, que el impulso le hace retroceder dando traspiés, y se levanta a la vez de un salto. Con salvaje ira y odio):

¡No te atrevas a tocarme! ¿Qué derecho tienes a preguntarme por él? ¡No era tu hijo! ¿Crees que yo habría tenido un hijo tuyo? ¡Hubiera preferido morirme! ¡Te odio y te he odiado siempre! Debí matarte a ti…, ¡y lo hubiera hecho de haber tenido sentido común! ¡Te odio! Amo a Eben. Le amé desde el primer momento. Y él era hijo de Eben…, mío y de Eben…, ¡no tuyo!

CABOT (se queda mirándola aturdido. Pausa. Cabot encuentra las palabras con esfuerzo y dice lentamente y con voz abatida):

Eso era… lo que yo sentía… moviéndose por los rincones…, mientras tú yacías tendida…, apartándome de ti…, diciéndome que ya habías concebido… (Queda sumido en un abrumador silencio, y luego dice con extraña emoción.) Está muerto, ciertamente que sí. Toqué su corazón. ¡Pobrecito!

(Se enjuga una lágrima con la manga.)

ABBIE (histérica):

¡Calla! ¡Calla!

(Solloza en un impulso incontenible.)

CABOT (con concentrado esfuerzo que vuelve rígido su cuerpo y endurece su rostro en una máscara pétrea, se dice a sí mismo entre dientes):

Tengo que ser… como una piedra…, ¡como la roca del Juicio Final! (Pausa. Logra dominarse por completo y dice con aspereza.) ¡Si se tratase de Eben, me alegraría su muerte! Y quizá yo haya sospechado esto siempre. Adivinaba algo poco natural… en alguna parte…, la casa se había vuelto tan solitaria… y fría…, me empujaba al establo…, a los animales y al campo… Sí. Debí sospechar… algo. No me engañasteis… del todo, al menos. Soy zorro demasiado viejo… Estoy madurando para caer de la rama… (Advierte que divaga, vuelve a incorporarse y mira a Abbie con cruel sonrisa.) De modo que hubieras preferido matarme a mí en vez de a él…, ¿eh? Bueno… ¡Pues yo viviré cien años! ¡Viviré lo bastante para verte ahorcada! ¡Te entregaré al juicio de Dios y de la ley! Ahora iré en busca del sheriff.

(Se dispone a dirigirse hacia la puerta.)

ABBIE (lentamente):

No hace falta. Eben ha ido a buscarle.

CABOT (asombrado):

¿Eben… a buscar al sheriff?

ABBIE:

Sí…

CABOT:

¿Para denunciarte?

ABBIE:

Sí…

CABOT (medita sobre esto. Pausa. Con voz dura):

Pues le agradezco a Eben el haberme ahorrado la molestia. Me iré a trabajar. (Va hacia la puerta, luego se vuelve y dice, la voz llena de extraña emoción.) Ese hijo debió ser mío, Abbie. Debiste amarme a mí. Yo soy un hombre. ¡Si me hubieses amado, yo nunca te habría denunciado a un sheriff, hicieras lo que hicieses, aunque me cocieran vivo!

ABBIE (a la defensiva):

Hay algo más que tú no sabes, y Eben me denuncia por eso.

CABOT (secamente):

Por ti, quiero creerlo así. (Sale, va hacia la cerca, contempla el cielo. Su dominio de sí mismo se relaja. Por un momento vuelve a sentirse viejo y fatigado. Murmura con desesperación.) ¡Dios Todopoderoso, voy a estar más solitario que nunca! (Oye pasos que llegan por la izquierda a la carrera y vuelve a recobrarse. Eben entra corriendo, jadeando, exhausto, los ojos extraviados y el aire demente. Se abalanza a través de la puerta. Cabot le agarra del hombro. Eben le mira sin pronunciar palabra.) ¿Se lo dijiste al sheriff?

EBEN (asintiendo con aire estúpido):

Sí…

CABOT (le da un empellón que envía a Eben al suelo, despatarrado, y ríe con infamante desprecio):

¡Bravo! ¡Eres una hermosa astilla de tu madre! (Va hacia el establo, riendo ásperamente. Eben se levanta con esfuerzo. De pronto, Cabot vuelve y dice, ceñudo y amenazador.) Lárgate de aquí en cuanto el sheriff se la haya llevado…, ¡o tendrá que venir a buscarme también a mí por asesinato!

(Se va taconeando. Eben no parece haberle oído. Corre hacia la puerta y entra en la cocina. Abbie alza los ojos y lanza un grito de angustiada alegría. Eben avanza a tropezones, se deja caer de hinojos junto a Abbie y solloza con desganada voz.)

EBEN:

¡Perdóname!

ABBIE (feliz):

¡Eben!

(Le besa y atrae su cabeza contra su pecho.)

EBEN:

¡Te amo! ¡Perdóname!

ABBIE (en éxtasis):

¡Te perdonaría todos los pecados del infierno con tal de oírte esas palabras!

(Le besa la cabeza, apretándola contra sí en una salvaje pasión de posesión.)

EBEN (con voz desgarrada):

Pero se lo dije al sheriff. ¡Viene por ti!

ABBIE:

Puedo soportar todo lo que me suceda… ¡ahora!

EBEN:

Le desperté. Se lo conté. Él dijo: «Espera a que me haya vestido.» Esperé. Empecé a pensar en ti. Empecé a pensar en lo mucho que te amaba. Sentí un dolor como si me estuviera estallando algo en el pecho y en la cabeza. Me eché a llorar. ¡Comprendí de pronto que te amaba todavía y que te amaría siempre!

ABBIE (acariciándole el cabello con ternura):

¿Acaso no eres mi niño?

EBEN:

Eché a correr de regreso. Atajé a campo traviesa y por los bosques. Pensé que quizá tuvieras tiempo de huir conmigo… y…

ABBIE (moviendo la cabeza):

Debo sufrir mi castigo… pagar mi pecado.

EBEN:

;Entonces quiero compartir la pena contigo.

ABBIE:

Nada has hecho.

EBEN:

Te hice pensar en esto. ¡Quise que el niño muriera! ¡Fue lo mismo que incitarte a hacerlo!

ABBIE:

¡No! ¡Fui yo sola!

EBEN:

¡Soy tan culpable como tú! Era el hijo de nuestro pecado.

ABBIE (irguiendo la cabeza, como si desafiara a Dios):

¡No me arrepiento de ese pecado! ¡No le pido a Dios que me lo perdone!

EBEN:

Tampoco yo…; pero ese pecado te llevó al otro…, y el crimen que cometiste fue por mí…, y es mi crimen también, y así se lo diré al sheriff…, y si lo niegas, diré que lo planeamos juntos…, y todos ellos me creerán, porque sospechan que lo hemos hecho, y todo les parecerá probable y cierto. Y es cierto…, a fin de cuentas. Yo te ayudé…, en cierto modo.

ABBIE (apoyando su cabeza sobre la de Eben, sollozando):

¡No! ¡No quiero que sufras!

EBEN:

¡Tengo que pagar mi parte del pecado! Y sufriría más aún abandonándote, yéndome al Oeste, pensando en ti día y noche, estando libre cuando tú estés en la cárcel… (bajando la voz), estando vivo cuando tú estés muerta. Quiero compartirlo contigo, Abbie…, ¡la cárcel, y la muerte, y el infierno, y todo! (La mira en los ojos y fuerza una sonrisa trémula.) Compartiéndolo contigo, al menos no me sentiré solo.

ABBIE (débilmente):

¡Eben! ¡No te dejaré! ¡No te dejaré!

EBEN (besándola con ternura):

No podrás evitarlo. ¡Te he vencido por esta vez!

ABBIE (forzando una sonrisa, con aire de adoración):

No estoy vencida… ¡teniéndote!

EBEN (oye fuera rumor de pisadas):

¡Chis! ¡Escucha! ¡Han venido a buscarnos!

ABBIE:

No. Es él. No le des oportunidad de pelear contigo, Eben. No respondas una sola palabra…, diga lo que diga. Y yo tampoco lo haré.

(Es Cabot. Viene del establo, presa de violenta excitación, y entra dando grandes zancadas en el interior de la casa y luego en la cocina. Eben está hincado de rodillas junto a Abbie, ciñéndola con el brazo, mientras ella le rodea a su vez con el suyo. Ambos miran fijamente algún punto del vacío.)

CABOT (los mira absorto, el rostro severo. Larga pausa. Con tono vengativo):

¡Buena pareja de tórtolos criminales! ¡Debieran ahorcaros en la misma rama y dejaros balanceándoos bajo la brisa y pudriéndoos juntos…!, ¡como advertencia para los viejos tontos como yo, a fin de que sobrelleven solos su soledad, y para los jóvenes tontos como vosotros, para que contengan su lujuria! (Pausa. La excitación vuelve a su rostro, sus ojos centellean, parece algo trastornado.) Yo no podría trabajar hoy. El trabajo no me interesaría. ¡Al diablo con la granja! ¡Voy a abandonarla! ¡He dejado sueltas a las vacas y al resto del ganado! ¡Lo he llevado a los bosques, donde podrá ser libre! ¡Al liberarlo, me estoy liberando a mí mismo! ¡Me marcho de aquí hoy mismo! ¡Incendiaré la casa y el establo, y los miraré arder, y dejaré aquí a tu madre para que ronde las cenizas, y le legaré los campos a Dios para restituírselos, de modo que nada humano pueda volver a tocarlos! Me marcharé a California…, a unirme con Simeón y Peter…, verdaderos hijos míos, aunque sean tontos…, ¡y los Cabot descubrirán juntos las minas del rey Salomón! (Repentinamente da una loca cabriola.) ¡Anda! ¿Cuál era la canción que cantaban Simeón y Peter? «¡Oh California. Ése es el país que quiero!» (Canta esto; luego se arrodilla junto al listón donde ha estado oculto el dinero.) ¡Y viajaré en uno de los mejores «clipers» que pueda encontrar! ¡Tengo el dinero que hace falta! Es una lástima que no supierais dónde estaba oculto, porque hubierais podido robármelo… (Ha sacado el listón. Se queda mirando absorto, tantea, vuelve a mirar absorto. Pausa de absoluto silencio. Se vuelve lentamente, dejándose caer sentado sobre el piso, con ojos de pez muerto, el rostro del enfermizo verdegris propio de un mareo. Traga saliva penosamente varias veces y fuerza, por fin, una débil sonrisa.) De modo que… ¡me lo robaste!

EBEN (sin la menor emoción):

Se lo cambié a Simeón y a Peter por su parte de la granja… para que se costearan los pasajes a California.

CABOT (sardónico):

¡Ja! (Comienza a recobrarse. Se pone lentamente en pie y dice con tono extraño.) Supongo que Dios les habrá dado el dinero…, ¡no tú! ¡Dios es duro, no complaciente! Puede ser que en el Oeste haya oro fácil, pero ése no es el oro de Dios. No es para mí. Me parece oír su voz, advirtiéndome de nuevo que sea duro y que me quede en mi granja. Me parece ver su mano utilizando a Eben para apartarme de mi debilidad. Me parece sentirme en la palma de su mano y sentir sus dedos que me guían. (Pausa. Luego murmura con tristeza.) Ahora estaré más solo que nunca… y estoy envejeciendo, Señor…, estoy maduro para caer de la rama… (bruscamente rígido.) Bueno… ¿Y qué? ¿Acaso Dios no es solitario? ¡Dios es duro y solitario!

(Pausa. Por la carretera, desde la izquierda, llega el sheriff con dos hombres. Avanzan cautelosamente hacia la puerta. El sheriff golpea con la culata de su revólver.)

SHERIFF:

¡Abran en nombre de la ley!

(Cabot, Eben y Abbie se sobresaltan.)

CABOT:

Vienen a buscarte. (Va hacia el foro.) ¡Entra, Jim! (Entran los tres hombres. Cabot los recibe en el umbral.) Un momento nada más, Jim. Están seguros aquí.

(El sheriff asiente. Él y sus acompañantes esperan en el umbral.)

EBEN (súbitamente):

Mentí esta mañana, Jim. Yo le ayudé a Abbie a hacerlo. Puedes llevarme a mí también.

ABBIE (con voz desgarrada):

¡No!

CABOT:

Llevaos a los dos. (Se adelanta, contempla a Eben con un dejo de admiración a regañadientes.) Bravo… ¡por ti! Bueno. Tengo que reunir mi ganado. Adiós.

EBEN:

Adiós.

ABBIE:

Adiós.

(Cabot se vuelve y sale dando grandes zancadas por delante de los policías, dobla la esquina de la casa, los hombros erguidos, el rostro impasible, y se encamina taconeando fuerte hacia el establo. Mientras tanto, el sheriff y sus dos hombres entran en la habitación.)

SHERIFF (con aire embarazado):

Bueno… Más vale que nos pongamos en marcha.

ABBIE:

Espere. (Se vuelve hacia Eben.) Te amo, Eben.

EBEN:

Te amo, Abbie. (Se besan. Los tres hombres sonríen y cambian de postura con cierto aire de malestar. Eben toma la mano de Abbie. Ambos salen por el foro, seguidos por los policías, y abandonan la casa, yendo cogidos de la mano hacia la cerca. Eben se detiene y mira el cielo matinal con su irradiación de sol.) Está saliendo el sol. Hermoso…, ¿verdad?

ABBIE:

Sí…

(Ambos permanecen inmóviles durante un momento, mirando al cielo, en éxtasis, en actitudes extrañamente abstraídas y devotas.)

SHERIFF (paseando su mirada por la granja con envidia, a sus acompañantes):

Es una granja soberbia, no cabe duda… ¡Ojalá fuese mía!

(Telón.)