ESCENA III

Por la mañana, momentos antes del amanecer. Se ven la cocina y la alcoba de Cabot.

En la cocina, a la luz de una vela de sebo que está sobre la mesa, se halla sentado Eben, el mentón apoyado en las manos, el chupado rostro descolorido e inexpresivo. En el suelo, a su lado, está su maleta. En la alcoba, iluminada vagamente por una pequeña lámpara de aceite de ballena, duerme Cabot. Abbie está inclinada sobre la cuna, escuchando, el rostro lleno de terror aún, pero con una vibración subyacente de desesperado triunfo. Bruscamente, rompe a sollozar, pronta al parecer a echarse de rodillas junto a la cuna; pero el viejo se revuelve inquieto, gimiendo en sueños y Abbie se domina y, apartándose de la cuna con un ademán de horror, retrocede rápidamente hacia la puerta del foro, caminando hacia atrás, y sale. Al cabo de un momento entra en la cocina y, corriendo hacia Eben, le echa los brazos al cuello y lo besa con frenesí. Él se muestra insensible y frío y no la mira.

ABBIE (histéricamente):

¡Lo hice, Eben! ¡Te digo que lo hice! ¡He probado que te amo… más que a nada…, de tal modo que no podrás dudar ya de mí!

EBEN (con lentitud):

De nada sirve ahora lo que puedas haber hecho.

ABBIE (frenéticamente):

¡No digas eso! ¡Bésame, Eben! ¿No quieres besarme? ¡Necesito que me beses después de lo que he hecho! ¡Necesito oírte decir que me amas!

EBEN (la besa sin emoción y dice con voz apagada):

Esto es el adiós. Me voy pronto.

ABBIE:

¡No! ¡No! ¡No te irás… ahora!

EBEN (ensimismado en sus propios pensamientos):

Lo he estado pensando…, y no le diré una sola palabra a papá. Dejaré que mamá se tome venganza de ti. Si yo se lo dijera, el viejo penco sería lo bastante mezquino y vil para desquitarse con ese niño. (Su voz revela emoción contra su voluntad.) Y yo no quiero que le ocurra nada malo. No tiene culpa alguna. (Agrega con cierto extraño orgullo.) ¡Y se me parece! ¡Y es mío, por Dios que es mío! ¡Algún día volveré y…!

ABBIE (demasiado ensimismada en sus propios pensamientos para escucharle, suplicante):

No hay motivo para que te vayas…, ya no tiene sentido…, todo está como antes, nada se interpone ya entre nosotros…, ¡después de lo que he hecho!

EBEN (algo le impresiona en la voz de Abbie. La mira un poco asustado):

Pareces loca, Abbie. ¿Qué has hecho?

ABBIE:

Le…, le maté, Eben.

EBEN (estupefacto):

¿Que le mataste?

ABBIE (con voz apagada):

Sí…

EBEN (recobrándose de su sorpresa, con acento salvaje):

¡Bien merecido lo tiene! Pero tenemos que hacer algo, ahora mismo, para hacer creer que el viejo penco se suicidó estando borracho. Podemos probar, con el testimonio de todos, lo borracho que estaba.

ABBIE (con frenesí):

¡No! ¡No! ¡A él, no! (Riendo dolorosamente.) Pero fue eso lo que debí hacer…, ¿verdad? ¡Fue a él a quien debí matar, en cambio! ¿Por qué no me lo dijiste?

EBEN (aterrado):

¿En cambio? ¿Qué quieres decir?

ABBIE:

No fue a él.

EBEN (su rostro se vuelve lívido):

¡No…, no habrá sido a ese niño!

ABBIE (con voz apagada):

¡Sí…!

EBEN (cae de rodillas como fulminado, la voz trémula de horror):

¡Oh Dios Todopoderoso! ¡Dios Todopoderoso! ¡Madre! ¿Dónde estabas que no la detuviste?

ABBIE (con sencillez):

Tu madre volvió a su tumba esa noche, cuando lo hicimos…, ¿recuerdas? No he vuelto a sentirla próxima. (Pausa. Eben oculta su cabeza entre las manos, temblando como si tuviese calentura. Ella prosigue con aire embotado.) Dejé la almohada sobre su carita. Así, él mismo se mató. Dejó de respirar. (Comienza a llorar suavemente.)

EBEN (en quien la ira comienza a mezclarse con la pena):

Se me parecía. ¡Era mío, maldita seas!

ABBIE (lentamente y con desgarrada voz):

Yo no quería hacerlo. Me repugnaba hacerlo. Yo le amaba. Era tan hermoso… ¡Tu viva imagen! Pero yo te amaba más a ti e ibas a marcharte… lejos, adonde nunca volvería a verte, a besarte, a estrecharte contra mí…, y dijiste que me odiabas por haber tenido ese hijo…, dijiste que le odiabas y que ojalá estuviese muerto…, dijiste que, de no haber sido por él, todo habría sido igual que antes entre nosotros.

EBEN (incapaz de soportar esto, se levanta de un salto, en un arranque de furor, amenazándola, crispándosele los dedos en el ansia de aferrar la garganta de Abbie):

¡Mientes! ¡Yo nunca dije…, nunca soñé que tú… me hubieras cortado la cabeza antes que lastimarle un dedo!

ABBIE (lastimera, dejándose caer de rodillas):

Eben… No me mires así…, con odio…, después de lo que hice por ti…, por nosotros…, para que pudiéramos ser felices de nuevo

EBEN (con furor ahora):

¡Cállate o te mataré! Ahora veo tu juego…, la misma vil treta… ¡Quieres culparme del crimen que has cometido!

ABBIE (gimiente, tapándose los oídos):

¡No digas eso, Eben! ¡No digas eso!

(Le agarra las piernas.)

EBEN (su furia se transforma súbitamente en horror y se aparta de ella):

¡No me toques! ¡Eres veneno! ¿Cómo pudiste… matar a esa pobre criatura?… ¡Debes de haberle vendido tu alma al diablo! (Repentinamente colérico.) ¡Ja! ¡Ya comprendo por qué lo hiciste! No por las mentiras que acabas de decirme…, sino porque querías volver a robar…, robarme lo único que me habías dejado…, mi parte de él…, no, todo él…; viste que se me parecía…, sabías que era todo mío…, y no pudiste soportarlo…, ¡lo sé! ¡Le mataste porque era mío! (Todo esto le ha impulsado casi hasta la locura. Se abalanza hacia la puerta, pasando junto a Abbie; luego se vuelve, y, agitando ambos puños con aire amenazador, le dice con vehemencia.) ¡Pero ahora me vengaré! ¡Llamaré al sheriff! ¡Se lo diré todo! Luego cantaré… Me voy a California, y me marcharé… hacia el oro…, hacia la Puerta de Oro…, hacia el sol de oro…, hacia los yacimientos de oro del Oeste. (Esto último lo dice a medias gritando y a medias canturriando en forma incoherente, interrumpiéndose luego con apasionamiento.) ¡Iré a buscar al sheriff para que te detenga! ¡Quiero que te lleven y te encierren y no verte más! ¡El verte me resulta insoportable! ¡Asesina y ladrona, me tientas aún! ¡Te entregaré al sheriff!

(Se vuelve y sale corriendo, dobla la esquina de la casa, jadeante y sollozando, y echa a correr tambaleándose, casi en zigzag, por la carretera.)

ABBIE (levantándose trabajosamente, corre hacia la puerta y grita en pos de él):

¡Te amo, Eben! ¡Te amo! (Se detiene desfalleciente junto a la puerta, próxima a caer.) No me importa lo que puedas hacer…, con tal que vuelvas a amarme…

(Se desploma como una masa inerte, desmayada.)

(Telón.)