ESCENA II

Media hora después, en el exterior de la granja.

Eben está parado junto a la cerca, contemplando el cielo con una expresión de mudo y perplejo dolor. Aparece Cabot, que regresa del establo. Camina con andar cansado, los ojos fijos en el suelo. Ve a Eben y todo su humor cambia de inmediato. Se muestra excitado, a sus labios asoma una cruel y triunfante sonrisa, se acerca a grandes pasos y da una palmada a Eben en la espalda. Desde el interior de la casa llegan el gemido del violín, el rumor de pies, que patean y de voces que ríen.

CABOT:

¡De modo que estabas aquí!

EBEN (sobresaltado, le mira con odio un momento y dice luego con voz apagada):

Sí.

CABOT (escudriñándole con ojos burlones):

¿Por qué no has venido a bailar? Todos preguntaban por ti.

EBEN:

¡Que pregunten!

CABOT:

Hay un montón de chicas bonitas.

EBEN:

¡Al diablo con ellas!

CABOT:

Debieras casarte pronto con alguna de ellas.

EBEN:

No me casaré con ninguna.

CABOT:

Así podrías ganarte una participación en la granja.

EBEN (mordaz):

¿Como lo hiciste tú, quieres decir? No soy de ésos.

CABOT (herido):

¡Mientes! Fue la familia de tu madre quien quiso robarme la granja.

EBEN:

Otros no dicen eso. (Después de una pausa, desafiante) ¡Y yo tengo una granja, de todos modos!

CABOT (zumbón):

¿Dónde?

EBEN:

¡Aquí!

CABOT (echa atrás la cabeza y ríe groseramente):

¡Ja, ja! ¿De veras? ¡Estás bueno!

EBEN (dominándose, ceñudo):

¡Ya lo verás!

CABOT (le observa con aire receloso, tratando de descubrir su intención. Pausa. Luego dice con desdeñosa confianza en sí mismo):

Sí… Ya lo veré. También tú lo verás. Eres tú quien eres ciego…, ciego como un topo bajo tierra. (Eben ríe súbitamente, con un breve ladrido sardónico: «Ja.» Pausa. Cabot le mira fijamente, con renovada sospecha.) ¿Qué estás mascullando ahí? (Eben se aparta sin responder. Cabot se irrita.) ¡Dios Todopoderoso, eres un imbécil! Dentro de ese torpe cráneo tuyo, sólo hay aire…, ¡es como un barril de aguardiente vacío! (Eben no parece oírle. La ira de Cabot se acrecienta.) ¡Tu granja! ¡Dios Todopoderoso! Si no fueras burro de nacimiento, sabrías que nunca poseerás una estaca ni una piedra de esta granja, sobre todo ahora, después de haber nacido él. La granja será suya, te digo…, suya cuando yo haya muerto…; ¡pero viviré cien años nada más que para burlarme de todos vosotros!…; y él habrá crecido entonces…, ¡será casi de tu edad! (Eben vuelve a proferir un sardónico «ja, ja». Éste impele a Cabot al frenesí.) ¿Ja? Crees que podrás evitar esto de algún modo…, ¿eh? Pues bien… La granja será también de ella…, de Abbie…; tú no la podrás embaucar…, conoce tus tretas…, te resultará un bocado difícil…, quiere la granja para sí…, te temía…, me dijo que la estabas rondando y haciéndole el amor a escondidas para tenerla de tu parte… ¡Estúpido! ¡Loco!

(Alza los puños cerrados con aire amenazador.)

EBEN (le afronta, sofocándose de ira):

¡Mientes, viejo penco! ¡Abbie nunca dijo semejante cosa!

CABOT (con repentino aire triunfal al ver cuán impresionado está Eben):

Sí que lo dijo. Y yo dije: «Le haré volar los sesos hasta la copa de esos olmos…» Y ella dijo: «No, eso no tiene sentido; ¿quién podría ayudarte en la granja en vez de Eben?…» Y luego dijo: «Tú y yo debemos tener un hijo…, sé que podemos», dijo. Y yo dije: «Si lo tenemos, obtendrás lo que se te antoje.» Y ella dijo: «Quiero que desheredes a Eben para que la granja sea mía cuando mueras.» (Con terrible fruición.) ¡Y eso es lo que ha sucedido! ¿Verdad? ¡Y la granja es de ella! ¡Y el polvo de la carretera… es tuyo! ¡Ja! ¿Quién se ríe ahora?

EBEN (ha estado escuchando, petrificado de dolor y de ira, y repentinamente ríe, con una risa salvaje y desgarrada):

¡Ja, ja, ja! De modo que ése ha sido el rastrero juego de Abbie… siempre…, como lo sospeché desde el primer momento…, ¡devorarlo todo!… ¡y devorarme a mí también!… (Con loco frenesí.) ¡La mataré!

(Salta hacia el porche, pero Cabot es más rápido y se interpone)

CABOT:

¡No, no harás tal cosa!

EBEN:

¡Apártate de mi camino!

(Trata de apartar a Cabot. Se aferran, trabándose en lucha feroz. La fuerza concentrada del viejo resulta excesiva para Eben. Cabot le pone la mano sobre la garganta y le empuja contra la pared de piedra. En ese momento, Abbie sale del porche. Con sofocado grito, corre hacia ellos.)

ABBIE:

¡Eben! ¡Ephraim! (Tira de la mano apoyada contra la garganta de Eben.) ¡Suéltale, Ephraim! ¡Le estás estrangulando!

CABOT (aparta la mano y arroja a Eben a un lado y cuan largo es sobre el césped, donde cae jadeando y semiasfixiado. Profiriendo un grito, Abbie se arrodilla a su lado, procurando poner la cabeza de Eben sobre su regazo, pero él la aparta. Cabot se queda mirando con salvaje aire de triunfo.):

No te inquietes, Abbie. No me proponía matarle. No vale la pena hacerlo… ¡ni por pienso! (Con acento cada vez más triunfante.) ¡Setenta y seis años, y él no tiene los treinta todavía…, y mira lo que le pasa por creer que su padre es presa fácil! ¡No, por Dios! ¡No soy fácil! ¡Ya le enseñaré cómo soy! (Se vuelve, disponiéndose a marcharse.) ¡Entraré a bailar…, a cantar y a festejar! (Va hacia el porche, luego vuelve con una gran sonrisa.) No creo que a Eben le queden ganas; pero si se pone pesado, Abbie, no tienes más que llamarme. ¡Vendré corriendo, y por Dios que me le pondré sobre las rodillas y le daré una azotaina! ¡Ja, ja, ja!

(Entra en la casa riendo. Al cabo de un momento se oye su sonoro «Anda».)

ABBIE (tiernamente):

Eben… ¿Estás lastimado?

(Trata de besarle, pero él la aparta con violencia y logra sentarse con esfuerzo.)

EBEN (con habla entrecortada):

¡Vete… al diablo!

ABBIE (no dando crédito a sus oídos):

Soy yo, Eben… Abbie… ¿No me conoces?

EBEN (mirándola con odio):

Sí… Te conozco… ¡ahora!

(De improviso desfallece y solloza débilmente.)

ABBIE (con temor):

¿Qué te ha pasado?… ¿Por qué me miras como si me odiaras?

EBEN (con violencia, entre sollozos y con voz entrecortada):

¡Te odio! ¡Eres una ramera!… ¡Una pérfida ramera, maldita seas!

ABBIE (retrocediendo horrorizada):

¡Eben! ¡No sabes qué estás diciendo!

EBEN (poniéndose en pie trabajosamente y siguiéndola, acusador):

¡Sólo eres un hediondo hato de mentiras! Todas tus palabras han sido mentiras desde que… hicimos eso. Has repetido constantemente que me amabas…

ABBIE (con frenesí):

¡Te amo!

(Le toma la mano, pero Eben la retira con vehemencia.)

EBEN (sin prestarle atención):

¡Me has engañado… como a un imbécil… deliberadamente! Has hecho siempre tu juego rastrero y vil…, ¡acostándote conmigo para tener un hijo que él creyera suyo y haciéndole prometer que te daría la granja y que yo comería polvo, con tal que le dieras un hijo! (Mirándola con ojos llenos de angustia y perplejidad.) ¡En ti debe de haber un demonio! ¡Un ser humano no puede ser tan malvado!

ABBIE (aturdida, estúpidamente):

¿Él te dijo…?

EBEN:

¿Acaso no es verdad? Es inútil que mientas.

ABBIE (suplicante):

Eben, escúchame… Debes escucharme. Eso ocurrió hace mucho tiempo…, antes que hiciéramos nada…; tú me despreciabas…, ibas a ver a Min…, y yo te amaba…, ¡y se lo dije para vengarme de ti!

EBEN (sin escucharla, con atormentada pasión):

¡Ojalá estuvieras muerta! ¡Ojalá nos hubiéramos muerto tú y yo antes de suceder esto! (Con furor.) ¡Pero yo también me vengaré! ¡Le pediré en mis plegarias a mamá que venga en mi ayuda…, que os maldiga a los dos!

ABBIE (con desgarrada voz):

¡No digas eso, Eben! ¡No digas eso! (Se echa de rodillas ante él, sollozando.) ¡No quise hacerte mal! Perdóname… ¿No quieres perdonarme?

EBEN (como si no la oyese, con tono salvaje):

¡Ajustaré cuentas con ese viejo penco… y contigo! ¡Le diré la verdad sobre el hijo de que tanto se enorgullece! Luego te dejaré con él para que os envenenéis mutuamente…, y mamá saldrá de su tumba por las noches…, ¡y me iré a los yacimientos de oro de California, donde están Sim y Peter!

ABBIE (aterrorizada):

¿No… pensarás abandonarme? ¡No puedes hacerlo!

EBEN (con feroz decisión):

¡Me voy, te digo! Allí me enriqueceré y volveré a disputarle la granja que robó…, y os echaré a puntapiés a los dos al camino… para que mendiguéis y durmáis en los bosques…, y a tu hijo contigo…, ¡para que os muráis de hambre!

(Está histérico al rematar la frase.)

ABBIE (con un escalofrío, humildemente):

Es también hijo tuyo, Eben.

EBEN (atormentado):

¡Ojalá no hubiese nacido! ¡Ojalá se muera ahora mismo! ¡Ojalá nunca le hubiese visto! ¡Es él…, su nacimiento…, con el fin de robar…, lo que lo ha cambiado todo!

ABBIE (con dulzura):

¿Creías que yo te amaba… antes de nacer él?

EBEN:

Sí…, ¡como el más estúpido de los bueyes!

ABBIE:

¿Y ahora ya no lo crees?

EBEN:

¿Creerle a una ladrona embustera? ¡Ja!

ABBIE (se estremece y dice luego, con humildad):

¿Y me amabas de veras antes?

EBEN (con voz desgarrada):

Sí…, ¡y tú me engañabas!

ABBIE:

¡Y ahora no me amas!

EBEN (con violencia):

¡Te digo que te odio!

ABBIE:

¿Te marchas realmente al Oeste…, vas a abandonarme…, todo porque él ha nacido?

EBEN:

Me iré por la mañana…, ¡y si no lo hago, que Dios me envíe al infierno!

ABBIE (después de una pausa, con terrible y fría vehemencia, lentamente):

Si es eso lo que ha conseguido su nacimiento…, matar tu amor…, alejarte de mí…, a ti, mi única alegría…, la única alegría que he conocido…, tú que eres el paraíso para mí…, algo más hermoso que el paraíso…, ¡entonces le odio también, aunque sea su madre!

EBEN (con amargura):

¡Mientes! ¡Le amas! ¡Él te conseguirá la granja! (Con voz desgarrada.) Pero no se trata ya de la granja…, no, ya no es eso…; se trata de tu engaño…, ¡de que lograste que yo te amara…, mintiéndome amor…, sólo para obtener un hijo y robar con él!

ABBIE (acongojada):

¡Él no robará! ¡Yo le mataría primero! ¡Te amo! ¡Te lo probaré…!

EBEN (con aspereza):

Es inútil que sigas mintiendo. ¡No te escucho! (Le vuelve la espalda.) No volveré a verte. ¡Adiós!

ABBIE (pálida de angustia):

¿Ni siquiera vas a besarme… una sola vez…, después de todo lo que nos amamos?

EBEN (con voz áspera):

¡No quiero volver a besarte jamás! ¡Quiero olvidar que te he visto!

ABBIE:

¡Eben!… Tú no debes hacer eso… Espera un poco… Quiero decirte…

EBEN:

Entraré a emborracharme. Entraré a bailar.

ABBIE (agarrándose a su brazo con apasionada sinceridad):

Si yo pudiese conseguirlo…, si él nunca se interpusiera entre nosotros…, si pudiera demostrar que no me proponía robarte…, para que todo siguiera siendo igual entre nosotros, para que nos amáramos y besáramos y fuésemos felices como antes de nacer él…, si yo pudiese hacerlo…, volverías a amarme, ¿verdad? ¿Volverías a besarme? No me abandonarías jamás…, ¿no es así?

EBEN (conmovido):

Supongo que no. (Desembarazándose de la mano que Abbie tenía apoyada sobre su brazo, con amarga sonrisa.) Pero tú no eres Dios…, ¿verdad?

ABBIE (con exaltado regocijo):

¡Recuerda tu promesa! (Con extraña intensidad.) ¡Quizá yo pueda destruir algo hecho por Dios!

EBEN (escudriñando su rostro):

¿No estarás un poco trastornada? (Va hacia la puerta.) Me voy a bailar.

ABBIE (gritando en pos de él, con vehemencia):

¡Te lo probaré! ¡Te lo probaré! Te probaré que te amo más que a… (Eben entra en la casa, al parecer sin haberla oído. Abbie permanece inmóvil en su sitio, siguiéndole con los ojos, y luego concluye con acento desesperado.) ¡Más que a nada en el mundo!

(Telón.)